La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
miércoles, 31 de julio de 2019
LA DELICADEZA, DE DAVID FOENKINOS
A "La delicadeza" de David Foenkinos le llovieron en su día varios premios, algunos gordos y otros de pedrea, hasta cambiarle el título por "la novela de los diez premios". A estas alturas tantos premios no son indicadores más que de dos cosas: una, que la industria editorial tiene en los premios una de sus palancas de promoción; dos, que la crítica se pone del lado de los libros con los que las editoriales hacen caja.
La novela es un producto típicamente francés, una de esas "delicatessen" que se exportan al mundo haciéndolas pasar por productos de calidad cuando no son sino un sucedáneo. El argumento de la novela no es sencillo, sino simplón, porque la verdadera sencillez requiere de un esfuerzo y de un talento muy superiores a los mostrados por Foenkinos. Se trata de las dos historias de amor- separadas por un duelo- que vive Nathalie, bella y francesa, una ejecutiva exitosa en un empresa sueca. Un día aparece el amor de su vida en un encuentro casual en una cafetería parisina; un milagro de la cotidianidad que solo puede cobrar todo su encanto en París. Con François vive siete años de matrimonio perfecto, sin desgaste; pero los amores felices, como dijo Tólstoi, son todos iguales ,que es como decir que no dan para una historia, así que algo tiene que pasar para que Foenkinos pueda seguir escribiendo su novela. Aquí la muerte accidental es un maravilloso recurso que nos evita visitas a los hospitales. François es atropellado por una vendedora de flores el día en que esta iba a entregar un ramo de flores a una novia. ¡Qué fatalidad más literaria! Nathalie va a vivir unos años de duelo; lo sabemos porque nos lo dice el narrador y hemos de creerle bajo palabra. En la empresa en la que trabaja, como es previsible, despierta el deseo de muchos compañeros y el amor de, por lo menos, dos. De la plantilla masculina, Foenkinos elige al jefe, Charles, y al pringado, Markus, para que se disputen el amor de la dama. En una novela sentimental francesa "comme il faut" el jefe no tiene ninguna posibilidad; el jefe encarna al tipo con un poder solo aparente y, por supuesto, malcasado, que en el fondo es un desgraciado y un cretino. Markus, por el contrario, es el desgraciado que esconde la ternura y la delicadeza bajo sus formas toscas y su físico poco agraciado. Es, por supuesto, quien conquista a la bella Nathalie. Parece un remake de la Bella y la Bestia y, quizá sea esa su fuente de inspiración.
David Foenkinos, como otros escritores, sabe muy bien lo necesitados que andamos los adultos de cuentos para niños grandes. Hay un nicho de mercado importante y es lógico que alguien lo aproveche. Andamos mohínos y desesperanzados; nos hemos vuelto todos, "à contrecoeur". unos posmodernos que sospechan del optimismo, de los buenos sentimientos, de las historias bonitas y no digamos de los finales felices. Queremos que la vida nos dé segundas oportunidades o terceras, o las que sean; queremos epifanías delante de un café o un zumo de melocotón; anhelamos poder darnos el gusto de dejar el trabajo, así a las bravas, porque el jefe es un baboso; queremos que ese mundo del que nos hablan los escritores aguafiestas sea más amable y tenga un sentido, si se lo da el amor, miel sobre hojuelas; queremos que nos orienten y sobre todo, queremos que no nos digan que al final de todo camino está el fracaso y el abismo. La novela de Foenkinos es muy bonita, solo que no consigue que esa belleza que, como decía John Keats, es la verdad.
martes, 30 de julio de 2019
STONER, DE JOHN WILLIAMS: UNA NOVELA IMPRESIONANTE
El título de la novela avisa con certeza de que toda ella va a girar en torno a su protagonista Stoner. Williams Stoner, nacido en 1891, crece en una granja de Missouri, entregado estoicamente a las duras labores del campo. En 1910 ingresa en la Universidad de Columbia para estudiar Agricultura y poder mejorar las prácticas agrícolas paternas. De forma inesperada, su destino, que parecía fijado inexorablemente, hace un quiebro y lo lleva en una dirección inesperada: un profesor de literatura inglesa lee el soneto 73 de Shakespeare, y Stoner tiene una epifanía, un deslumbramiento, un enamoramiento súbito de la literatura que le hará abandonar la azada y quedarse como profesor durante el resto de sus días en la universidad, su refugio irrenunciable en que lo arropan “ las grandes almas que la muerte ausenta”. Por allí pasará la Histora dejando sus huellas o sus ecos: La Primera Guerra Mundial en la que muere uno de sus dos únicos amigos, el Crac del 29 que lleva a la ruina la granja de sus padres y al negocio de su suegro, la Segunda Guerra Mundial, que destroza por dentro a sus supervivientes. Todos esos terroríficos fracasos dejan un desaliento perpetuo en la memoria, aunque, después de ellos, haya que seguir viviendo la vida con sus rutinas, sus rencillas, sus mezquinas aspiraciones. A esos fracasos colectivos suma Stoner sus fracasos privados en todas las facetas que para el individuo común vertebran la vida: la integración en una comunidad, su matrimonio, su paternidad, su labor profesional… Todo ello es fuente de un dolor que Stoner afronta con el estoicismo antiguo de los viejos campesinos hechos a no preguntar a los elementos adversos de la naturaleza por qué suceden y menos aún, por qué les suceden.
La historia de fracasos de un ser gris que caerá en el olvido poco tiempo después de su muerte ha sido contada miles de veces, pero pocas con la humildad, sencillez y veracidad con que lo hace John Williams. La trama escrita sin subrayados climáticos, sin una palabra más alta que la otra, sin ningún juego pirotécnico, discurre en un ambiente opresivo de tristeza difusa y agarra al lector a la silla, no lo suelta, lo mantiene en vilo como nos mantienen en vilo los presagios que tienen la mala costumbre de cumplirse. Pese a su grisura, Stoner destaca por encima de todos los otros personajes en que no se rinde a la destructividad moral de la época. Él se aferra a la dignidad de su trabajo, a la dignidad de sus ancestros, al principio de no hacer daño a los demás aunque no acierte a hacerles el bien; se aferra a la belleza de los libros que hablan un lenguaje olvidado cuyo latido es casi imposible de recuperar.
Lean esta novela y, si les ha gustado, recomiéndenla allá donde estén y adónde vayan. Más de uno de sus amigos puede vivir una epifanía con John Williams.
sábado, 27 de julio de 2019
De Madrid al cielo, de Ismael Grasa
En “De Madrid al cielo” su protagonista, Cayetano Zenón, excantante y guitarrista callejero primero, tratante de muebles y libros usados después, nos narra en primera persona los avatares de su vida en unos días de otoño de 1993. Es la narración de un declive, por utilizar las palabras del protagonista, que se niega a vincularse a la situación histórica de crisis que vive el país, aunque evidentemente estén vinculados.
Los horizontes de Zenón no son otros que encontrar qué comer ese día y dónde y cómo conseguir el dinero para pagar el alquiler. Para hacerlo, prescinde de principios morales incómodos. Sus amistades o meros conocidos son desechos de un desguace social: amistades perdidas de su época de comunista, un expresidiario, caseros inmisericordes, vecinos espías, jubilados que pasan sus días jugando al ajedrez en el Retiro, libreros graciosillos de la calle Moyano, taberneros que de vez en cuando le fían un vaso de alcohol, drogadictos que se arrastran por la plaza de Santa Ana o Tirso de Molina...
Zenón nos narra los vaivenes de sus días con una ironía distanciadora impostada, como el pobre que no quiere ni compasión ni siquiera comprensión de su situación. Su narración es salpimentada por citas tomadas de aquí y allá en esos libros que primero roba y luego malvende en las librería de viejo. Su declive no parece sino la rutina de la miseria que lo llevará cuesta abajo a una muerte insignificante. Esa monotonía la rompe repentinamente el asesinato de una joven que atrae a Zenón, y de la que, como tantos otros, se aprovecha. La joven Paula, que se prostituye para pagar sus dosis de heroína, aparece brutalmente asesinada en la cama de Zenón. Libre de las sospechas de la policía, el protagonista se dedicará a buscar al culpable de esa muerte. Cuando lo descubra, se romperán las pocas costuras que unen a Zenón a la sociedad.
Durante la lectura de la novela, hay algo que se hace familiar al lector, aunque sea esta la primera novela que se lea de Grasa; y es que Zenón es un personaje creado siguiendo la estela de novelas como "El laberinto de las aceitunas" o "El misterio de la cripta embrujada", de Eduardo Mendoza. El humor desacredita al propio narrador ( un narrador no confiable), incluyéndolo en la crítica de lo que critica. Zenón se vende tan fácilmente como cualquier otro. Sus citas librescas se mezclan en su cerebro como unas páginas rotas en un cubo de basura. Otra influencia detectable, a mi entender, es la de Pío Baroja: los personajes episódicos son descritos con nervio, en pocas palabras y como estereotipos fácilmente reconocibles. Son personajillos oscuros, mediocres, pequeños guijarros del pavimento pisoteado de Madrid.
La novela hace pruebas con algunos recursos del género policiaco o negro, pero como cabos sueltos que no trenzan una verdadera investigación o un cuadro de los bajos fondos según esos subgéneros. La impresión es, valga la redundancia, algo impresionista. Quizá dar la sensación de historia deshilachada esté entre las intenciones del autor. A pesar de todo, es una novela que se deja leer con facilidad y despierta cierto interés. Para mí ha sido un reencuentro con una España, la de 1993 o 1994, que nos recuerda que en este país las cosas nunca fueron tan bien como a veces pensamos con nostalgia, ahora que estamos sumidos en una crisis insondable en que el humor desmitificador de Grasa es un juguetito que ha perdido parte de su gracia.
viernes, 19 de julio de 2019
Nadie nos oye, de Nando López
Un adolescente de diecisiete años aparece muerto a causa de una feroz paliza. El hecho causa estupor y terror entre los compañeros del joven y entre algunos adultos del Zayas, colegio que destaca por su equipo de waterpolo, del que formaba parte el asesinado.
Ni un solo testigo, ni una sola prueba que señale al culpable. Los primeras investigaciones y las primeras iras se desatan contra el colegio Távora, donde es numeroso el alumnado inmigrante: hay reciente episodios que revelan la hostilidad existen entre el Zayas y el Távora. Dos personas del Távora intentarán desentrañar lo sucedido: Emma, una psicóloga contratada por su vieja amigo Víctor para que intente mejorar la moral del equipo de waterpolo e indaga en las causas que lo están haciendo bajar de nivel, y Quique, uno de los miembros del equipo de waterpolo, e hijo de Ernesto, el jefe de estudio quijotesco del Távora. Tanto Emma como Quique perciben demasiados silencios fuera y dentro del equipo, demasiados comportamientos evasivos y demasiados miedos a punto de eclosionar.
La resolución del crimen, el desenmascaramiento del asesino es el motor que impulsa la novela; el autor va entrecruzando con bastante habilidad temas muy cercanos a los adolescentes: las inseguridades y timideces, las dudas existenciales, la preocupación por la aceptación en los grupos, la homofobia más o menos agresiva, el abuso del alcohol, la irrupción de la extrema derecha en los institutos, el acoso escolar, las discriminaciones por clase social o por étnica, la violencia de género, la cobardía de los adultos ante los problemas, los intereses ocultos tras las vocaciones, las amistades que ya no serán nunca jamás para siempre… Un cóctel bien mezclado y bastante bien dosificado, si bien es imposible que una novela juvenil no caiga en ciertos tópicos y, sobre todo, en el lenguaje políticamente correcto.
Para evitar dar únicamente la visión de un adulto, el autor alterna las voces de la psicóloga Emma y de Quique, uno de los componentes del equipo de waterpolo. La elección es inteligente porque así el lector está en situación de completar y matizar la información y las opiniones de una y de otro. Esto también ayuda a que el ritmo sea más ágil y no se caiga en la rutina pese a las repeticiones a las que asistimos.
Las tensiones que va creciendo en el grupo de waterpolo están trazadas con mucho tiento, y hacen que descubramos el desenlace como inevitable, aunque no solo por los determinantes emocionales de los personajes, sino también porque a veces el azar hace que coincidan en el mismo espacio-tiempo varios individuos que hubiera sido mejor que no hubieran coincidido.
No diré que es una novela que, siendo del ámbito juvenil, alcanza tanta calidad que puede entrar en la categoría de literatura a secas. Sin embargo, es una obra que se lee fácilmente y no aburre. A los chavales de 17 años estoy segura de que les encantará.
miércoles, 17 de julio de 2019
LOS MANDIBLE, UNA FAMILIA: 2029-2047, DE LIONEL SHRIVER
Las crisis son momentos en los que el miedo se dispara socialmente, pero también la tendencia a analizar las corrientes del presente que pueden llevar al despeñadero en un futuro. En nuestro tiempo, al que tantas veces se califica de “acelerado”, el futuro temido parece más cerca: Lionel Shriver en “Los Mandible: una familia 2029-2047” lo situó a 12 años del año de la publicación del libro (2016) y 12 años no son nada históricamente ni siquiera a escala individual.
Un de los rasgos más brillantes de esta novela es la elección de los personajes, con quienes muchos lectores se pueden sentir identificados porque que el asunto les toca muy de cerca y muy de lleno. El desarrollo del colapso socioeconómico es radiografiado a través de cuatro generaciones de una misma familia que coinciden en el tiempo. No se trata de la caída de una bomba nuclear que de un día a otro cambia la vida de los personajes sumergiéndolos en un escenario de Mad Max; Shriver consigue graduar con maestría el deterioro económico, social y psicológico de la sociedad estadounidense. La escasez de alimentos, de agua, de energía; la caída en el desempleo y la marginación de capas y capas de la sociedad que nunca se habían sentido amenazadas; la ruina del estado, incapaz de hacer cumplir las leyes, entre ellas la más sagrada para EE.UU., la defensa de la propiedad privada; los terribles problemas de higiene que recuerdan al mundo medieval; la actitud despiadada de los bancos con los hipotecados; el uso de las tecnologías para realizar un control cada vez más autoritario y deshumanizador; la situación de estrés permanente de millones de individuos... que luchan cada minuto por la supervivencia... todo ello es narrado con una viveza y una verosimilitud que llena de inquietud y pánico al lector.
El desencadenante del colapso, con el que se puede estar de acuerdo o no, es la enorme deuda de los EE.UU., que se ha valido de la imposición del dólar como moneda de reserva e intercambio internacional para hacerse, a cambio de “papelitos, con enormes recursos ajenos. Llegado el momento en que otras potencias (China, Rusia) se niegan a sufragar a cambio de nada la economía estadounidense y exigen el pago de la deuda, EEUU se declara insolvente y se niega a pagar. Opta por el aislamiento y queda fuera del mercado internacional. Su propia producción es incapaz de abastecer a sus habitantes de los bienes básicos y se desata una inflación terrible. China, Rusia, Europa parece estar algo mejor que EE.UU., pero aun así también están inmersos en un cambio traumático.
Ese es el contexto en el que viven los Mandible, cuyas diferencias internas ( hay Mandibles rico y Mandibles pobres) acaban por igualarse ante la incredulidad de los afectados. La institución refugio es la familia; en cierto modo, esta novela es un canto a los vínculos familiares, los únicos que resisten la descomposición social y son capaces de frenarla en un cierto estadio. No quiere decir esto que las relaciones familiares sean idílicas en la novela, más bien muestran las tensiones en grados extremos, por eso lo sorprendente es que esos vínculos no salten por los aires con todo lo demás. Quizá la autora es demasiado optimista.
Otras corrientes que están actuando en nuestro presente y nos llevan a un futuro incierto son solamente sugeridas de vez en cuando en la novela, especialmente las consecuencias del cambio climático y el declive irreversible en la extracción de combustibles fósiles ( petróleo, carbón y gas natural). Esto me hace pensar que, pese a la dureza de la situación que muestra Shriver, se ha quedado corta y lo que muestra es un colapso suave. Incapaz de sustraerse a los mitos estadounidenses, la autora no ve más esperanza para ese mundo quebrado que la familia, como he dicho antes, y el ideario liberal, que coloca la libertad individual por encima de respuestas de organización colectiva. Toda la obra es un sálvese la familia o el individuo que pueda.
martes, 16 de julio de 2019
LA CIUDAD DORMIDA, DE GABRIEL INSAUSTI
En una obra en que el autor visita cementerios parisinos, permítanme que yo también empiece por el final: este peculiar libro, mezcla de ensayo y de guía de viaje, me ha entusiasmado tanto que lo tengo en esa lista, no muy larga, de "libros que tengo que releer".
Seguramente la intención última de Gabriel Insausti sea darnos unas estupendas clases de literatura, sobre todo francesa, pero utilizando un vehículo inusitado: un itinerario de cementerio en cementerio parisino donde reposan los huesos de escritores, casi todos de enorme significación en la literatura occidental. El autor nos va a dar cuenta del drama de la modernidad y de su crisis siguiendo la última huella humana (las tumbas ) de Baudelaire, Gautier, A. Villiers de l`Île- Adam, Maupassant, Huysmans, Wilde, Proust, Apollinaire, Joseph Roth, Max Jacob, Sartre, Beauvoir, Tzara, Ball , Beckett y Cioran.
La mayoría de estos autores ejemplifican el desgarro de lo que a finales del XIX Nietzsche llamará "la muerte de Dios". Dirá el filósofo alemán que sus contemporáneos no habían entendido en profundidad lo que esta suponía. Como luego dirán los posmodernos, la muerte de Dios es el final de los grandes relatos, no solo del relato religioso, sino también del de la Ilustración con su fe en el progreso y, después, del marxismo, con su fe en la misión redentora del proletariado. Desde luego, Baudelaire es el poeta que con más fuerza y originalidad sintió el cataclismo antes de que Nietzsche le pusiera nombre. Aferrándose al demonio, al mal, al vicio, Baudelaire no hacía sino afirmar a dios: no se puede exaltar el pecado si no hay un código moral dentro del cual este opere. De una manera u otra, la literatura posterior sigue los pasos de este poeta al que Verlaine instituyó en padre de los "poetas malditos".
Gabriel Insausti nos muestra a estos escritores poseídos de la aguda conciencia de seres caídos cual albatros o expulsados del paraíso, paraíso para el cual no existen, en realidad, sustitutos artificiales por más que los buscaran afanosamente. El pasado reviste las formas de la nostalgia o del resentimiento; el futuro la forma de la desesperanza y la desesperación. Muchos de estos escritores acabarán buscando el sentido de la vida en una especie de monaquismo laico, sobre todo, cuando el refugio del arte y del esteticismo se muestre también insuficiente o inviable, y los deje en la intemperie.
El tema de ese malestar, de esa angustia de hombres modernos es el fondo que unifica los distintos capítulos de la obra de Insausti; pero hay otros elementos que le dan unidad y fluidez , y esos elementos son sobre todo narrativos. De forma bastante original, hay un desdoblamiento del autor en dos personajes que llama "el narrador" y "el viajero", más una voz narrativa en tercera persona. Con humor y con fina ironía nos cuenta las vicisitudes por las que pasa el dúo narrador-viajero para llegar a los cementerios y localizar las tumbas; nos describe estas estableciendo siempre una especie de simbología entre esos monumentos y la vida y la obra y sobre todo, el final de los escritores allí enterrados. Porque Insausti se complace en hablarnos del tramo final de la vida de los escritores, de sus enfermedades, de los amigos que los rodearon o abandonaron, de las últimas palabras proferidas, de los momentos posteriores a su muerte, de los funerales, de la despedida ante la tumba abierta... También recoge pequeñas anécdotas vinculadas a otros visitantes anónimos de los cementerios o las conversaciones con amigos o conocidos de paso por París; especialmente sustanciosas son las opiniones de la mujer del narrador-viajero que pasa un fin de semana con él y es arrastrada por su marido a hacer ese turismo tan peculiar.
No me queda sino añadir que en mi próximo viaje a París utilizaré de guía este libro, porque si bien es cierto que la única manera de acercarse a un escritor es leer su obra, no es menos cierto que estamos muy necesitados de rituales, como bien sabían todos esos muertos.
Seguramente la intención última de Gabriel Insausti sea darnos unas estupendas clases de literatura, sobre todo francesa, pero utilizando un vehículo inusitado: un itinerario de cementerio en cementerio parisino donde reposan los huesos de escritores, casi todos de enorme significación en la literatura occidental. El autor nos va a dar cuenta del drama de la modernidad y de su crisis siguiendo la última huella humana (las tumbas ) de Baudelaire, Gautier, A. Villiers de l`Île- Adam, Maupassant, Huysmans, Wilde, Proust, Apollinaire, Joseph Roth, Max Jacob, Sartre, Beauvoir, Tzara, Ball , Beckett y Cioran.
La mayoría de estos autores ejemplifican el desgarro de lo que a finales del XIX Nietzsche llamará "la muerte de Dios". Dirá el filósofo alemán que sus contemporáneos no habían entendido en profundidad lo que esta suponía. Como luego dirán los posmodernos, la muerte de Dios es el final de los grandes relatos, no solo del relato religioso, sino también del de la Ilustración con su fe en el progreso y, después, del marxismo, con su fe en la misión redentora del proletariado. Desde luego, Baudelaire es el poeta que con más fuerza y originalidad sintió el cataclismo antes de que Nietzsche le pusiera nombre. Aferrándose al demonio, al mal, al vicio, Baudelaire no hacía sino afirmar a dios: no se puede exaltar el pecado si no hay un código moral dentro del cual este opere. De una manera u otra, la literatura posterior sigue los pasos de este poeta al que Verlaine instituyó en padre de los "poetas malditos".
Gabriel Insausti nos muestra a estos escritores poseídos de la aguda conciencia de seres caídos cual albatros o expulsados del paraíso, paraíso para el cual no existen, en realidad, sustitutos artificiales por más que los buscaran afanosamente. El pasado reviste las formas de la nostalgia o del resentimiento; el futuro la forma de la desesperanza y la desesperación. Muchos de estos escritores acabarán buscando el sentido de la vida en una especie de monaquismo laico, sobre todo, cuando el refugio del arte y del esteticismo se muestre también insuficiente o inviable, y los deje en la intemperie.
El tema de ese malestar, de esa angustia de hombres modernos es el fondo que unifica los distintos capítulos de la obra de Insausti; pero hay otros elementos que le dan unidad y fluidez , y esos elementos son sobre todo narrativos. De forma bastante original, hay un desdoblamiento del autor en dos personajes que llama "el narrador" y "el viajero", más una voz narrativa en tercera persona. Con humor y con fina ironía nos cuenta las vicisitudes por las que pasa el dúo narrador-viajero para llegar a los cementerios y localizar las tumbas; nos describe estas estableciendo siempre una especie de simbología entre esos monumentos y la vida y la obra y sobre todo, el final de los escritores allí enterrados. Porque Insausti se complace en hablarnos del tramo final de la vida de los escritores, de sus enfermedades, de los amigos que los rodearon o abandonaron, de las últimas palabras proferidas, de los momentos posteriores a su muerte, de los funerales, de la despedida ante la tumba abierta... También recoge pequeñas anécdotas vinculadas a otros visitantes anónimos de los cementerios o las conversaciones con amigos o conocidos de paso por París; especialmente sustanciosas son las opiniones de la mujer del narrador-viajero que pasa un fin de semana con él y es arrastrada por su marido a hacer ese turismo tan peculiar.
No me queda sino añadir que en mi próximo viaje a París utilizaré de guía este libro, porque si bien es cierto que la única manera de acercarse a un escritor es leer su obra, no es menos cierto que estamos muy necesitados de rituales, como bien sabían todos esos muertos.
lunes, 8 de julio de 2019
TIERRA DE MUJERES, DE MARÍA SÁNCHEZ
Tierra de mujeres es una mezcla de testimonio biográfico y de ensayo que propone una visión del campo, del mundo rural que se aparta por igual del idealismo bucólico, tan frecuente en la literatura desde Teócrito o Virgilio, como del tremendismo rural, tan frecuente en crónicas periodísticas y novelas como las Vida de Pascual Duarte. Bien es cierto que en la parte de la obra dedicada a tres mujeres de su familia (una tatarabuela paterna, su abuela materna y su madre) la autora adopta un tono lírico de rememoración que embellece la realidad aunque siempre sin dar la impresión de falsearla.
María Sánchez sigue una tradición masculina de la familia: es veterinaria como lo fueron su abuelo y su padre. El punto neurálgico de este testimonio es la toma de conciencia de que su admiración de las figuras masculinas de su familia es sospechosamente correlativa a su desconocimiento y a un poco de desprecio de la línea femenina. María Sánchez reconoce que es el momento histórico que vive, con un movimiento feminista ascendente y combativo, el que le hace dirigir una mirada crítica a su propia actitud de ninguneo hacia la rama femenina de su familia. Maneja por ello el concepto de invisibilización. Las mujeres del campo son invisibles para todos, incluso para ellas mismas, que no han podido construir un relato, un discurso de sus vidas en la convicción de que no se lo merecen.
Este hilo argumental, la invisibilización de las mujeres, se cruza con la invisibilización del mundo rural. Las mujeres del campo no tienen voz y las voces masculinas que han contado la vida del campo siempre han sido de autores ajenos a este mundo, siempre han sido forasteros que han visto en este mundo un refugio de la ciudad o han ido a ese mundo a resolver conflictos internos: han dejado también sin voz propia a los campesinos que casi siempre caricaturizan.
María Sánchez no se siente una voz ajena a ese mundo sino alguien enraizado en él por las vivencias de su infancia y por su propio trabajo de veterinaria. No está tampoco sola en la reivindicación de la mujer del campo y del mundo rural. Nos revela que hay todo un movimiento en la Península que lucha por darse a conocer, por salir de las sombras, por reivindicar el mundo rural y a ellas mismas en este.
El ensayo está escrito de una manera más convincente y emotiva de lo que conseguirá nunca un ecologista urbano. En las palabras de María Sánchez hay autenticidad, convicción y sobre todo, mucho amor. Una obra a la que merece la pena dedicarle unas horas de lectura. Como poco, el lector no volverá a pasar por estos pueblos rurales consultando tan solo las opiniones de Tripadvisor sobre sus hoteles con encanto y su restaurantes con productos de la tierra.
domingo, 7 de julio de 2019
ORGULLO Y PREJUICIO, DE JANE AUSTEN
Orgullo y prejuicio narra la historia de los Bennet, una familia de la clase media agraria inglesa compuesta por el matrimonio Bennet y cinco hijas en edad “de merecer”: Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia. La ley discrimina en la herencia la descendencia femenina; por lo tanto, las posesiones de los Bennet, entre ellas la propiedad de Longbourn,pasarán al pariente masculino más cercano una vez muera el señor Bennet. Dicho pariente es el señor Collins.
Como para tantas familias de la época, el peligro de que las hijas caigan en la miseria, hace de un buen matrimonio una necesidad perentoria. La versión descarnada de esa necesidad está representada por la señora Bennet, que se lanza sin rubor alguno y sin sentido del ridículo a la caza de los candidatos para yernos en cuanto tiene noticia de ellos. El padre vive el asunto con apatía, como quien espera que los problemas se solucionen por sí mismos. Las dos hijas mayores, Jane y Elizabeth, aun comprendiendo la necesidad para su supervivencia de encontrar marido, no están dispuesta a sacrificar su dignidad, ni a contraer un matrimonio que no responda a sus sentimientos y su libertad individual, indisoluble, de todos modos, de su lucha por no descender socialmente. Las otras tres hijas reflejan el romanticismo alocado de funestas consecuencias. Con estos presupuestos, la novela analiza las vicisitudes de las relaciones de Elizabeth y Darcy, y de Jane y Binglay, sometidos a la tensión de una inclinaciones amorosas que chocan contra diferencias de clase. Eso son los dos ejes de la novela sobre los que pivotan los demás hilos argumentales.
Con tales mimbres, Jane Austen podría haber tejido una novela convencional en que dos guapas damiselas ascienden socialmente gracias a una calculadora administración del amor que provocan en dos hombres y una férrea contención emocional. Sin embargo, la autora crea un microcosmo convincente que no encubre las tensiones sociales a las que están sometidas las mujeres, pero destaca el papel activo de estas en el único asunto en que la sociedad les ha dicho que les va la vida. Especialmente, esta autoconciencia de su situación es profunda en Elizabeth. La joven conquista a Darcy precisamente por su independencia de criterio, en modo alguno por su sumisión. Austen nos ofrece el despliegue de la introspección del mundo de Elizabeth y de Darcy como escenarios de dos individuos que quieren ejercer un control sobre sus vidas y evitar las equivocaciones morales que pueden acarrear el orgullo y el prejuicio, tanto personal como de clase.
Austen consigue que su novela sea como una partitura en que ningún instrumento emite estridencias, ni siquiera en los momentos cómicos y paródicos, y todos cooperan en una pieza llena de mesurada ironía y profunda comprensión de las pulsiones humanas. Por lo demás, la captación del microcosmo familiar y de este inserto en la Inglaterra agraria es genial, convincente e inolvidable. Quizá los caballeros de Austen sea demasiado caballeros para nuestra credulidad; sin embargo, la autora, en esos hombres, no solo describe lo que ve, sino que propone un prototipo emocional de hombre más cercano a las aspiraciones de las mujeres. Lo cual es totalmente lícito, habida cuenta de que la literatura escrita por hombres está plagada de prototipos femeninos moldeados en función de expectativas masculinas.
Les recomiendo vivamente esta lectura para el verano; a veces es bueno tomarse unas vacaciones de nuestra época y viajar a otros territorios temporales salvados por la literatura.
Como para tantas familias de la época, el peligro de que las hijas caigan en la miseria, hace de un buen matrimonio una necesidad perentoria. La versión descarnada de esa necesidad está representada por la señora Bennet, que se lanza sin rubor alguno y sin sentido del ridículo a la caza de los candidatos para yernos en cuanto tiene noticia de ellos. El padre vive el asunto con apatía, como quien espera que los problemas se solucionen por sí mismos. Las dos hijas mayores, Jane y Elizabeth, aun comprendiendo la necesidad para su supervivencia de encontrar marido, no están dispuesta a sacrificar su dignidad, ni a contraer un matrimonio que no responda a sus sentimientos y su libertad individual, indisoluble, de todos modos, de su lucha por no descender socialmente. Las otras tres hijas reflejan el romanticismo alocado de funestas consecuencias. Con estos presupuestos, la novela analiza las vicisitudes de las relaciones de Elizabeth y Darcy, y de Jane y Binglay, sometidos a la tensión de una inclinaciones amorosas que chocan contra diferencias de clase. Eso son los dos ejes de la novela sobre los que pivotan los demás hilos argumentales.
Con tales mimbres, Jane Austen podría haber tejido una novela convencional en que dos guapas damiselas ascienden socialmente gracias a una calculadora administración del amor que provocan en dos hombres y una férrea contención emocional. Sin embargo, la autora crea un microcosmo convincente que no encubre las tensiones sociales a las que están sometidas las mujeres, pero destaca el papel activo de estas en el único asunto en que la sociedad les ha dicho que les va la vida. Especialmente, esta autoconciencia de su situación es profunda en Elizabeth. La joven conquista a Darcy precisamente por su independencia de criterio, en modo alguno por su sumisión. Austen nos ofrece el despliegue de la introspección del mundo de Elizabeth y de Darcy como escenarios de dos individuos que quieren ejercer un control sobre sus vidas y evitar las equivocaciones morales que pueden acarrear el orgullo y el prejuicio, tanto personal como de clase.
Austen consigue que su novela sea como una partitura en que ningún instrumento emite estridencias, ni siquiera en los momentos cómicos y paródicos, y todos cooperan en una pieza llena de mesurada ironía y profunda comprensión de las pulsiones humanas. Por lo demás, la captación del microcosmo familiar y de este inserto en la Inglaterra agraria es genial, convincente e inolvidable. Quizá los caballeros de Austen sea demasiado caballeros para nuestra credulidad; sin embargo, la autora, en esos hombres, no solo describe lo que ve, sino que propone un prototipo emocional de hombre más cercano a las aspiraciones de las mujeres. Lo cual es totalmente lícito, habida cuenta de que la literatura escrita por hombres está plagada de prototipos femeninos moldeados en función de expectativas masculinas.
Les recomiendo vivamente esta lectura para el verano; a veces es bueno tomarse unas vacaciones de nuestra época y viajar a otros territorios temporales salvados por la literatura.
martes, 2 de julio de 2019
Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett
Son numerosos los escritores que han intentado conjurar la pérdida de un ser querido con lo que alguien llamó "una tumba de papel". La tarea no es fácil porque de lo que se trata es de salvar del olvido definitivo a un ser que se siente como único e irrepetible, pese a que es uno más en la masacre cotidiana de la muerte. Quien escribe también intenta singularizar su duelo, su dolor, sin caer en tópicos de manual de autoayuda o repetición de lo que otros muchos ya han dicho. Piedad Bennet lucha por encontrar palabras para nombrar lo que no tiene nombre ( como dice Peter Handke), es decir, para el sufrimiento, el horror, la impotencia ante la desaparición de un ser querido y también, para sus años agónicos de enfermedad.
Daniel, el hijo de la autora , se suicidó quizás empujado por los sufrimientos de una enfermedad mental, la esquizofrenia, enfermedad que Bonnett también se niega a nombrar para no etiquetar hasta muy avanzado el texto. La obra es un recorrido por los años en que su hijo y la familia luchó, llena de desaliento y de breves rayos de esperanza, contra esa terrible enfermedad y los presagios de un final trágico. Hay un afán de explorar con templanza el camino recorrido por su hijo como si en algún punto de la trayectoria se hubiera podido desviar el desenlace. No es que Bonnet caiga en un flagelante " si yo hubiera hecho esto, si hubiera sido más observadora, si hubiera tomado otra decisión...", pero el afán de comprender a Daniel y de comprenderse a ella misma son evidentes. El libro es también un intento de evitar que en su propia memoria quede una imagen fija y pobre de su hijo; las palabras le permiten realizar -llega a decir- un retrato fluido, móvil, vivo. Es el último regalo que le puede hacer a su hijo, algo así como un segundo parto.
El libro nos muestra, como dirá Héctor Abad Faciolince " que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación..." Al lector sin embargo le desconsuela no poder hacer lo mismo por sus seres queridos que no tendrán "ni una tumba de papel de aquí a no muchos años.
Daniel, el hijo de la autora , se suicidó quizás empujado por los sufrimientos de una enfermedad mental, la esquizofrenia, enfermedad que Bonnett también se niega a nombrar para no etiquetar hasta muy avanzado el texto. La obra es un recorrido por los años en que su hijo y la familia luchó, llena de desaliento y de breves rayos de esperanza, contra esa terrible enfermedad y los presagios de un final trágico. Hay un afán de explorar con templanza el camino recorrido por su hijo como si en algún punto de la trayectoria se hubiera podido desviar el desenlace. No es que Bonnet caiga en un flagelante " si yo hubiera hecho esto, si hubiera sido más observadora, si hubiera tomado otra decisión...", pero el afán de comprender a Daniel y de comprenderse a ella misma son evidentes. El libro es también un intento de evitar que en su propia memoria quede una imagen fija y pobre de su hijo; las palabras le permiten realizar -llega a decir- un retrato fluido, móvil, vivo. Es el último regalo que le puede hacer a su hijo, algo así como un segundo parto.
El libro nos muestra, como dirá Héctor Abad Faciolince " que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación..." Al lector sin embargo le desconsuela no poder hacer lo mismo por sus seres queridos que no tendrán "ni una tumba de papel de aquí a no muchos años.
lunes, 1 de julio de 2019
Tumbas y mistificaciones literarias
A menudo me han dicho que es un gusto de turista morboso ese de ir a visitar cementerios para dar con las tumbas de mis escritores admirados. Hay en ello algo de búsqueda del tiempo perdido, un intento inútil, como todos, de tenderle una trampa a la muerte justo en el lugar donde muestra su triunfo. Pero si algo nos permite Internet es comprobar que nunca estamos solos en nuestras aficiones, por denostadas que estén en nuestro círculo más reducido. Eso pensaba cuando leía la excelente reseña en Devaneos sobre "En la ciudad dormida" de Gabriel Insausti. Luego de leer la reseña y anotar la obra, he continuado con el libro que me traía entre manos, "Lo que no tiene nombre"de Piedad Bonnett, un libro en el que me vuelvo a encontrar - las casualidades son otra ilusión de un orden secreto de las cosas- con esa extraña afición que tiene mucho de mitomanía. Bonnett capta muy bien la diferencia entre la mistificación literaria de esas visitas y la realidad cuando nos toca desnuda y nos desarma. Les dejo el fragmento:
Emilia Pardo Bazán, de Isabel Burdiel
Llegué a la nueva biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por la historiadora Isabel Burdiel, por una entrevista que se le hizo en la Fundación Juan March. Me dije: "Si la obra es tan extraordinaria como la entrevista, es un libro de ineludible lectura". Acabo de leer la biografía y efectivamente, es un texto extraordinario.
Isabel Burdiel sale con sobresaliente de todos los retos que plantea la escritura de una biografía: la documentación es rica, variada y contrastada, pero lejos de ahogar al lector en un maremagnum de referencias y citas, la narración fluye amena y atrayente, dando al lector la posibilidad de interpretar el material citado con detenimiento. También consigue que, pese a que el centro de atención sea la biografiada (como es lógico), el contexto histórico cobre un relieve complejo, vivo, significativo. Durante muchas páginas el lector se mete en la España anterior a la Restauración y sobre todo, en la España de la Restauración. Nunca había leído una biografía donde el biografiado se entienda a la vez como ser único y como ser histórico y que ambos aspectos se hagan inseparables. Otro mérito indiscutible es el cuidado de la autora en no sobreinterpretar, en no dejarse llevar por la imaginación, en dejar claros los propios límites que se impone para poder afirmar algo.
En las página de esta biografía, Pardo Bazán cobra vida, la llegamos a aprehender a sabiendas de que la complejidad de cualquier ser humano es en el fondo inaprehensible incluso para sí mismo. Fijar lo cambiante, he ahí un reto impresionante. La percepción más perseverante sobre Pardo Bazán es el de una mujer que no se dejó encasillar pese a las presiones gigantescan que lo intentaron y en cierto modo, lo consiguieron. Pardo Bazán luchó contra condicionantes inmensos; que superara muchos no se puede explicar únicamente porque tenía una fortuna propia que le permitió emanciparse donde a otras mujeres les fue imposible. Había más; había una energía combativa y una clarividencia sobre el terreno de juego que se le imponía poco común. Intentó ser una igual entre sus amigos intelectuales, la mayoría hombres; no lo consiguió plenamente, pero en esa lucha puso de manifiesto las limitaciones de la masculinidad de la época. Se declaró feminista radical cuando las feministas en España eran muy pocas y sobre todo cuidaban su vida privada para conservar la honorabilidad femenina según la entendían los hombres. Pardo Bazán se atrevió a vivir su vida según sus propios criterios, se atrevió a hablar de tú a tú a hombres que la consideraban una anomalía de la naturaleza, un marimacho; desmintió uno a uno todos los supuestos límites del cerebro femenino. Se interesó intensamente por la política y la literatura, y no solo participó en todas las polémicas de su época sino que fue una verdadera agitadora, tanto o más que lo fuera Unamuno, con el que, por cierto, tuvo una gran amistad. Atacada por su físico, atacada por llevar una vida independiente pese a ser madres de tres hijos, separada extraoficialmente de su marido, nunca se acobardó. Nacionalista y cosmopolita, católica en ideas pero fuertemente individualista y liberal en sus comportamiento, fue una escritora con un fuerte sentido profesional de su tarea. Consciente de que el escritor y cualquier ser público, ha de crearse una imagen y tiene que promocionar sus productos, defendió sin complejos la literatura como una actividad económica. Sabedora de que para ser alguien en el mundo cultural de su tiempo, tenía que tejer una vasta red de complicidades, lo hizo con tesón y sin descanso. Busco, como mujer, una relación amorosa con un hombre que fuera un igual; creía en el amor-amistad, frente al amor románticos, pero también frente a todo amor que presupusiera sumisión de la mujer al hombre. Fue con Benito Pérez Galdós con quien estuvo más cerca de esa relación inter pares. Pese a lo mucho que criticaron sus viajes en solitario, especialmente a París, nadie pudo acusarla de abandonar a sus hijos, seguramente porque contó con la complicidad de su madre, que apoyó plenamente su carrera y la ayudó a criar a sus hijos. Tuvo muchos enemigos ( algunos que empezaron siendo amigos), entre ellos a Leopoldo Alas Clarín, que pareció ver en ella el tipo de mujer que más íntimamente ponía en peligro sus seguridades masculinas. Aun así, Clarín nunca negó el talento y la maestría de Pardo Bazán, a la que está claro que admiraba como escritora.
La pregunta que como lectora me ha asaltado una y otra vez es ¿de dónde sacaba tiempo Pardo Bazán para todo lo que hizo en la vida?: escribió miles de artículos, cientos de cuentos, impartió cientos de conferencias, escribió novelas y miles de cartas... fundó una revista en la que ella lo escribía todo, tuvo una vida social y familiar intensa, realizó numerosos viajes, vivió dos historias amorosas por lo menos, tuvo muchos amigos cuya amistad cuidó , atendió a sus hijos, hizo frente a pleitos, fue catedrática de Literatura... No cabe duda de que Pardo Bazán vivió intensamente. Cuando Isabel Buriel llega a los momentos anteriores a la muerte de doña Emilia, nos dice, basándose en testigos del momentos, que no se fue con alegre resignación. Seguro que le costó abandonar una vida y un ser del que disfrutó profundamente.
Isabel Burdiel sale con sobresaliente de todos los retos que plantea la escritura de una biografía: la documentación es rica, variada y contrastada, pero lejos de ahogar al lector en un maremagnum de referencias y citas, la narración fluye amena y atrayente, dando al lector la posibilidad de interpretar el material citado con detenimiento. También consigue que, pese a que el centro de atención sea la biografiada (como es lógico), el contexto histórico cobre un relieve complejo, vivo, significativo. Durante muchas páginas el lector se mete en la España anterior a la Restauración y sobre todo, en la España de la Restauración. Nunca había leído una biografía donde el biografiado se entienda a la vez como ser único y como ser histórico y que ambos aspectos se hagan inseparables. Otro mérito indiscutible es el cuidado de la autora en no sobreinterpretar, en no dejarse llevar por la imaginación, en dejar claros los propios límites que se impone para poder afirmar algo.
En las página de esta biografía, Pardo Bazán cobra vida, la llegamos a aprehender a sabiendas de que la complejidad de cualquier ser humano es en el fondo inaprehensible incluso para sí mismo. Fijar lo cambiante, he ahí un reto impresionante. La percepción más perseverante sobre Pardo Bazán es el de una mujer que no se dejó encasillar pese a las presiones gigantescan que lo intentaron y en cierto modo, lo consiguieron. Pardo Bazán luchó contra condicionantes inmensos; que superara muchos no se puede explicar únicamente porque tenía una fortuna propia que le permitió emanciparse donde a otras mujeres les fue imposible. Había más; había una energía combativa y una clarividencia sobre el terreno de juego que se le imponía poco común. Intentó ser una igual entre sus amigos intelectuales, la mayoría hombres; no lo consiguió plenamente, pero en esa lucha puso de manifiesto las limitaciones de la masculinidad de la época. Se declaró feminista radical cuando las feministas en España eran muy pocas y sobre todo cuidaban su vida privada para conservar la honorabilidad femenina según la entendían los hombres. Pardo Bazán se atrevió a vivir su vida según sus propios criterios, se atrevió a hablar de tú a tú a hombres que la consideraban una anomalía de la naturaleza, un marimacho; desmintió uno a uno todos los supuestos límites del cerebro femenino. Se interesó intensamente por la política y la literatura, y no solo participó en todas las polémicas de su época sino que fue una verdadera agitadora, tanto o más que lo fuera Unamuno, con el que, por cierto, tuvo una gran amistad. Atacada por su físico, atacada por llevar una vida independiente pese a ser madres de tres hijos, separada extraoficialmente de su marido, nunca se acobardó. Nacionalista y cosmopolita, católica en ideas pero fuertemente individualista y liberal en sus comportamiento, fue una escritora con un fuerte sentido profesional de su tarea. Consciente de que el escritor y cualquier ser público, ha de crearse una imagen y tiene que promocionar sus productos, defendió sin complejos la literatura como una actividad económica. Sabedora de que para ser alguien en el mundo cultural de su tiempo, tenía que tejer una vasta red de complicidades, lo hizo con tesón y sin descanso. Busco, como mujer, una relación amorosa con un hombre que fuera un igual; creía en el amor-amistad, frente al amor románticos, pero también frente a todo amor que presupusiera sumisión de la mujer al hombre. Fue con Benito Pérez Galdós con quien estuvo más cerca de esa relación inter pares. Pese a lo mucho que criticaron sus viajes en solitario, especialmente a París, nadie pudo acusarla de abandonar a sus hijos, seguramente porque contó con la complicidad de su madre, que apoyó plenamente su carrera y la ayudó a criar a sus hijos. Tuvo muchos enemigos ( algunos que empezaron siendo amigos), entre ellos a Leopoldo Alas Clarín, que pareció ver en ella el tipo de mujer que más íntimamente ponía en peligro sus seguridades masculinas. Aun así, Clarín nunca negó el talento y la maestría de Pardo Bazán, a la que está claro que admiraba como escritora.
La pregunta que como lectora me ha asaltado una y otra vez es ¿de dónde sacaba tiempo Pardo Bazán para todo lo que hizo en la vida?: escribió miles de artículos, cientos de cuentos, impartió cientos de conferencias, escribió novelas y miles de cartas... fundó una revista en la que ella lo escribía todo, tuvo una vida social y familiar intensa, realizó numerosos viajes, vivió dos historias amorosas por lo menos, tuvo muchos amigos cuya amistad cuidó , atendió a sus hijos, hizo frente a pleitos, fue catedrática de Literatura... No cabe duda de que Pardo Bazán vivió intensamente. Cuando Isabel Buriel llega a los momentos anteriores a la muerte de doña Emilia, nos dice, basándose en testigos del momentos, que no se fue con alegre resignación. Seguro que le costó abandonar una vida y un ser del que disfrutó profundamente.
domingo, 30 de junio de 2019
LA PIEDRA ANGULAR, DE EMILIA PARDO BAZÁN: UNA NOVELA INJUSTAMENTE OLVIDADA
¡Qué poca atención se les presta en nuestra blogesfera a nuestros autores decimonónicos! Encontrarán cien veces más citado a Balzac o a Jane Austen que a Galdós o Pardo Bazán. Parece un mal congénito de nuestra cultura; una desatención que habla del autodesprecio tantas veces denunciado y... también promovido por los propios escritores españoles y, desde luego, por muchos lectores.
En este contexto, me he quedado gratamente sorprendida por la iniciativa de la tertulia bilbaína Alfa de incluir en su nueva temporada una novela de Pardo Bazán, que - confieso- no había leído hasta este momento: La piedra angular. La autora me entusiasmó en su día, hace de él muchos años, con sus Pazos de Ulloa y La madre naturaleza. Después he leído aquí y allí algunos de sus soberbios cuentos, siempre con admiración y gusto. Pero como digo, Pardo Bazán parece incluida en esa literatura "vieja" que se desdeña y se arrincona. De hecho, en mi biblioteca municipal de referencia, sus obras completas dormitan hace años en el almacén de libros retirados de las estanterías, paso previo a su envío a la trituradora de papel.
No puedo transmitir, por todo ello, el placer e interés con que he leído La piedra angular. Pardo Bazán era una mujer intensamente interesada en su época, en lo que entonces se llamaba la Modernidad, una modernidad cuya irrupción presentó en España unas contradicciones y tensiones superlativas. Y Pardo Bazán, con ese eclecticismo ideológico y vital que tanto irritó a los intelectuales de su época, refleja en sus obras esas tensiones y contradicciones, sin esos posicionamientos en blanco y negro que esperaban desde carlistas a liberales progresistas, con los que sin embargo mantuvo un continuo diálogo y a veces, una extraordinaria amistad.
En La piedra angular trata de un tema de calado político y social que ocupaba por aquellos años (1890-181) a los polemistas de la época y apasionaba en todas las clases sociales: la pena de muerte. El tema había sido caldeado en el imaginario popular por la ejecución de Higinia Balaguer ( ejecución a la que asistió Pardo Bazán, para escándalo de la burguesía y aristocracia madrileñas) . Aún queda una cierta memoria de este crimen, conocido como El crimen de la calle de Fuencarral, cuyo juicio seguirá muy de cerca Benito Pérez Galdós; de hecho, sus crónicas serán luego publicadas, constituyendo casi una novela negra.
Pardo Bazán considera la pena de muerte como una ley atávica incompatible con la modernidad y ajena ( recuérdese que doña Emilia era católica declarada) a la piedad cristiana y su prédica de perdón. Ella, que defendía la creación de un estado moderno que aunara las tradiciones y los nuevos tiempos que corrían por Europa, pensaba que la pena de muerte no podía ser la piedra angular del edificio del orden social. Es más, que lo fuera constituía una muestra de impotencia de las élites dirigentes a la hora de mantener ese orden social que solo seguía en pie, pero siempre tambaleante, no por convencimiento contagiado a las otras clases, sino por una represión de tintes medievales.
Pese a lo que pueda sugerir lo dicho, la novela no es una novela de tesis, si bien en una escena en el casino de Marineda, las fuerzas vivas del lugar discuten agriamente mostrando los dos argumentarios de la época. De hecho, la novela desplaza el tema de la pena de muerte hacia la situación social de su ejecutor, el verdugo. Como en otras novelas, Pardo Bazán, trata de esos seres marginados que funcionan socialmente como el chivo expiatorio o cabeza de turco de una injusticia que la propia sociedad auspicia, defiende, aclama...pero que le repugna en su materialidad. El verdugo es para todas las clases sociales, aunque por distintos motivos, el apestado, el monstruo. La autora crea una novela brillante en que muestra de manera implacable los mecanismos hipócritas por los que una sociedad tiene por honrados y reverenciados a los magistrados que firman las sentencias de muerte, a los políticos que dictan las leyes, a los poderes económicos que son protegidos por esas leyes, y margina con inquina y odio al ejecutor, un pobre tipo al que se le supone alguna tara monstruosa para aceptar esa función, cuando la única tara es evitar el hambre. El verdugo apunta a la luna y todos miran al dedo. Evidentemente el problema no era que hubiera verdugos, sino que hubiera unas leyes que exigían que los hubiera. Aunque eso sí, Pardo Bazán, ya ve que el tema de la pena de muerte va más allá de que exista un verdugo y no se soluciona sustituyéndolo, como había hecho EEUU con la silla eléctrica.
Juan Rojo, el verdugo, no solo sufre en carnes propias el desprecio y el ostracismo, sufre por la marginación total y agresiva en la que vive su hijo Telmo, personaje este creado con una exquisita sensibilidad literaria por Pardo Bazán. En escena entra un médico, un librepensador y filántropo que primero tiene que tratar en consulta a Juan Rojo y después, a Telmo. El doctor Moragas, que tiene un trasunto en un conocido de Pardo Bazán, muestra lo arraigado de los prejuicios sociales. El mismo tiene que someter sus emociones al dictado de su razón para tratar con Juan Rojo y su hijo. También muestra el doctor Moragas las limitaciones del individualismo liberal: piensa el doctor Moragas que el problema de la pena de muerte se resolvería si el verdugo se negara a obedecer. Es el individuo, por un cambio moral heroico, el que puede rebelarse contra la sociedad y cambiarla al cambiarse; es esto un resto del Romanticismo del que Pardo Bazán, pese a su fuerte defensa del individualismo, se desprende en esta obra. La novela muestra que eso es inviable, además de que es mezquino pedirle al eslabón social más débil que tenga una respuesta ética superior al que tienen las élites.
Les recomiendo vivamente la lectura de esta novela que nos acerca a nuestros propios prejuicios y nuestras limitaciones individuales y colectivas de cambio.
En este contexto, me he quedado gratamente sorprendida por la iniciativa de la tertulia bilbaína Alfa de incluir en su nueva temporada una novela de Pardo Bazán, que - confieso- no había leído hasta este momento: La piedra angular. La autora me entusiasmó en su día, hace de él muchos años, con sus Pazos de Ulloa y La madre naturaleza. Después he leído aquí y allí algunos de sus soberbios cuentos, siempre con admiración y gusto. Pero como digo, Pardo Bazán parece incluida en esa literatura "vieja" que se desdeña y se arrincona. De hecho, en mi biblioteca municipal de referencia, sus obras completas dormitan hace años en el almacén de libros retirados de las estanterías, paso previo a su envío a la trituradora de papel.
No puedo transmitir, por todo ello, el placer e interés con que he leído La piedra angular. Pardo Bazán era una mujer intensamente interesada en su época, en lo que entonces se llamaba la Modernidad, una modernidad cuya irrupción presentó en España unas contradicciones y tensiones superlativas. Y Pardo Bazán, con ese eclecticismo ideológico y vital que tanto irritó a los intelectuales de su época, refleja en sus obras esas tensiones y contradicciones, sin esos posicionamientos en blanco y negro que esperaban desde carlistas a liberales progresistas, con los que sin embargo mantuvo un continuo diálogo y a veces, una extraordinaria amistad.
En La piedra angular trata de un tema de calado político y social que ocupaba por aquellos años (1890-181) a los polemistas de la época y apasionaba en todas las clases sociales: la pena de muerte. El tema había sido caldeado en el imaginario popular por la ejecución de Higinia Balaguer ( ejecución a la que asistió Pardo Bazán, para escándalo de la burguesía y aristocracia madrileñas) . Aún queda una cierta memoria de este crimen, conocido como El crimen de la calle de Fuencarral, cuyo juicio seguirá muy de cerca Benito Pérez Galdós; de hecho, sus crónicas serán luego publicadas, constituyendo casi una novela negra.
Pardo Bazán considera la pena de muerte como una ley atávica incompatible con la modernidad y ajena ( recuérdese que doña Emilia era católica declarada) a la piedad cristiana y su prédica de perdón. Ella, que defendía la creación de un estado moderno que aunara las tradiciones y los nuevos tiempos que corrían por Europa, pensaba que la pena de muerte no podía ser la piedra angular del edificio del orden social. Es más, que lo fuera constituía una muestra de impotencia de las élites dirigentes a la hora de mantener ese orden social que solo seguía en pie, pero siempre tambaleante, no por convencimiento contagiado a las otras clases, sino por una represión de tintes medievales.
Pese a lo que pueda sugerir lo dicho, la novela no es una novela de tesis, si bien en una escena en el casino de Marineda, las fuerzas vivas del lugar discuten agriamente mostrando los dos argumentarios de la época. De hecho, la novela desplaza el tema de la pena de muerte hacia la situación social de su ejecutor, el verdugo. Como en otras novelas, Pardo Bazán, trata de esos seres marginados que funcionan socialmente como el chivo expiatorio o cabeza de turco de una injusticia que la propia sociedad auspicia, defiende, aclama...pero que le repugna en su materialidad. El verdugo es para todas las clases sociales, aunque por distintos motivos, el apestado, el monstruo. La autora crea una novela brillante en que muestra de manera implacable los mecanismos hipócritas por los que una sociedad tiene por honrados y reverenciados a los magistrados que firman las sentencias de muerte, a los políticos que dictan las leyes, a los poderes económicos que son protegidos por esas leyes, y margina con inquina y odio al ejecutor, un pobre tipo al que se le supone alguna tara monstruosa para aceptar esa función, cuando la única tara es evitar el hambre. El verdugo apunta a la luna y todos miran al dedo. Evidentemente el problema no era que hubiera verdugos, sino que hubiera unas leyes que exigían que los hubiera. Aunque eso sí, Pardo Bazán, ya ve que el tema de la pena de muerte va más allá de que exista un verdugo y no se soluciona sustituyéndolo, como había hecho EEUU con la silla eléctrica.
Juan Rojo, el verdugo, no solo sufre en carnes propias el desprecio y el ostracismo, sufre por la marginación total y agresiva en la que vive su hijo Telmo, personaje este creado con una exquisita sensibilidad literaria por Pardo Bazán. En escena entra un médico, un librepensador y filántropo que primero tiene que tratar en consulta a Juan Rojo y después, a Telmo. El doctor Moragas, que tiene un trasunto en un conocido de Pardo Bazán, muestra lo arraigado de los prejuicios sociales. El mismo tiene que someter sus emociones al dictado de su razón para tratar con Juan Rojo y su hijo. También muestra el doctor Moragas las limitaciones del individualismo liberal: piensa el doctor Moragas que el problema de la pena de muerte se resolvería si el verdugo se negara a obedecer. Es el individuo, por un cambio moral heroico, el que puede rebelarse contra la sociedad y cambiarla al cambiarse; es esto un resto del Romanticismo del que Pardo Bazán, pese a su fuerte defensa del individualismo, se desprende en esta obra. La novela muestra que eso es inviable, además de que es mezquino pedirle al eslabón social más débil que tenga una respuesta ética superior al que tienen las élites.
Les recomiendo vivamente la lectura de esta novela que nos acerca a nuestros propios prejuicios y nuestras limitaciones individuales y colectivas de cambio.
domingo, 16 de junio de 2019
NOVELA ÁCIDA UNIVERSITARIA, DE FRANCISCO SOSA WAGNER
Hace ya muchos años que pase por la universidad, muchísimos. Durante bastantes de ellos, es muy posible que tuviera idealizada la universidad como se tiene idealizada la juventud. Después, una, consciente de esta idealización, empieza a mirar con escepticismo sus propios recuerdos; le parecen una reconstrucción engañosa, una ficción que reconforta el ego. Sin embargo, eso no me ha preparado del todo para recibir la bofetada de la lectura de "Novela ácida universitaria", de Francisco Sosa Wagner, publicada por la editorial Funambulista en febrero de este año.
El adjetivo que me ha venido a la mente una y otra vez durante la lectura es "desolador", el que no me ha venido es "exagerado". Sosa Wagner hace una disección de un cadáver, el de una universidad a la que no ha revivido el plan Bolonia; más bien todo lo contrario: parece un muerto al que solo galvanizan las corrientes del dinero, de la envidia y del poder. Lo de menos es la calidad de la docencia. La docencia solo es un ente abstracto, inaprensible, que no importa verdaderamente a nadie pero que sirve de excusa para una burocratización kafkiana de la universidad. La corrupción entra en tromba en cualquier decisión que se toma; los cargos se multiplican para dar cabida a los chupópteros que prefieren vivir de la pasta gansa que estar en el aula o investigando. Publicar articulillos que nadie lee, pero que cuentan en el currículum más que un libro trabajado durante años, reunirse en innumerables juntas de evaluación que consumen horas y horas generando una montaña de papeleo digital sin que en nada mejore la realidad más que la de los sueldos de sus participantes, acudir a congresos que nada importan para darse una vueltecita por el mundo, estar intrigando todo el santo día para trepar, odiar a muerte a los del otro bando... esas son las excelsas ocupaciones de profesores y catedráticos, cargos, subcargos y carguillos. Todo ello envuelto en un lenguaje tecnócrata y seudopedagógico infumable. Todo es envoltorio de la vacuidad. Los estudiantes vegetan en este sistema sin resistencia alguna; más bien participando de la corrupción general al obtener unas migajas para su "fiestuquis"
Si la intención del autor era transmitir ese estado deplorable de la universidad, lo consigue plenamente. Eso no quiere decir que literariamente esta novela sea de gran calidad. No lo es. Transita entre el panfleto, el sermón y el deshago; los personajes son demasiado esquemáticos e histriónicos como es propio de la sátira; los diálogos son francamente malos; la primer aparte es dispersa como si al autor le estuviera constando coger el pulso de la historia.
Esa historia tiene como hilo conductor el ascenso de Adalberto desde su posición de estudiante universitario a profesor titular en la Facultad de Derecho de una universidad de provincias, tal vez Oviedo. Adalberto es un intrigante sigiloso, el símbolo de la mediocridad y la mezquindad. Todo en la universidad está programado para que lleguen y prosperen los adalbertos. Aquellos catedráticos interesados y respetuosos con la materia que estudian e imparten están en vías de extinción, como le ocurre a don Anselmo. El autor no se excede en su canto de tiempos pasados, aunque no cabe duda de que los valora como buenos en comparación con lo presente. Seguramente haya en ello mucho de nostalgia, pero eso no invalida la crítica al penoso sistema actual.
La lectura de este libro es sobre todo recomendable para docentes y estudiantes universitarios. el fondo es una denuncia, una llamamiento que se siente inútil para que el sistema cambie.
El adjetivo que me ha venido a la mente una y otra vez durante la lectura es "desolador", el que no me ha venido es "exagerado". Sosa Wagner hace una disección de un cadáver, el de una universidad a la que no ha revivido el plan Bolonia; más bien todo lo contrario: parece un muerto al que solo galvanizan las corrientes del dinero, de la envidia y del poder. Lo de menos es la calidad de la docencia. La docencia solo es un ente abstracto, inaprensible, que no importa verdaderamente a nadie pero que sirve de excusa para una burocratización kafkiana de la universidad. La corrupción entra en tromba en cualquier decisión que se toma; los cargos se multiplican para dar cabida a los chupópteros que prefieren vivir de la pasta gansa que estar en el aula o investigando. Publicar articulillos que nadie lee, pero que cuentan en el currículum más que un libro trabajado durante años, reunirse en innumerables juntas de evaluación que consumen horas y horas generando una montaña de papeleo digital sin que en nada mejore la realidad más que la de los sueldos de sus participantes, acudir a congresos que nada importan para darse una vueltecita por el mundo, estar intrigando todo el santo día para trepar, odiar a muerte a los del otro bando... esas son las excelsas ocupaciones de profesores y catedráticos, cargos, subcargos y carguillos. Todo ello envuelto en un lenguaje tecnócrata y seudopedagógico infumable. Todo es envoltorio de la vacuidad. Los estudiantes vegetan en este sistema sin resistencia alguna; más bien participando de la corrupción general al obtener unas migajas para su "fiestuquis"
Si la intención del autor era transmitir ese estado deplorable de la universidad, lo consigue plenamente. Eso no quiere decir que literariamente esta novela sea de gran calidad. No lo es. Transita entre el panfleto, el sermón y el deshago; los personajes son demasiado esquemáticos e histriónicos como es propio de la sátira; los diálogos son francamente malos; la primer aparte es dispersa como si al autor le estuviera constando coger el pulso de la historia.
Esa historia tiene como hilo conductor el ascenso de Adalberto desde su posición de estudiante universitario a profesor titular en la Facultad de Derecho de una universidad de provincias, tal vez Oviedo. Adalberto es un intrigante sigiloso, el símbolo de la mediocridad y la mezquindad. Todo en la universidad está programado para que lleguen y prosperen los adalbertos. Aquellos catedráticos interesados y respetuosos con la materia que estudian e imparten están en vías de extinción, como le ocurre a don Anselmo. El autor no se excede en su canto de tiempos pasados, aunque no cabe duda de que los valora como buenos en comparación con lo presente. Seguramente haya en ello mucho de nostalgia, pero eso no invalida la crítica al penoso sistema actual.
La lectura de este libro es sobre todo recomendable para docentes y estudiantes universitarios. el fondo es una denuncia, una llamamiento que se siente inútil para que el sistema cambie.
domingo, 9 de junio de 2019
Berta Isla, de Javier Marías
Pese a su título, no es Berta Isla el eje de esta novela sino su marido, Tom Nevison. Este joven posee un extraordinario talento para la imitación de cualquier voz, de cualquier acento, de cualquier matiz, tanto en inglés como en español; además está dotado de una extraordinaria facilidad para aprender idiomas en un muy poco tiempo. Estas cualidades hacen que los servicios de inteligencia británicos se fijen en él y lo recluten, torciendo de manera nada escrupulosa su negativa inicial. De un día para otro, su futuro va a cambiar radicalmente y su vida queda fuera de sus decisiones. Toca aquí Marías dos temas: el poder del estado para utilizarnos en su instrumento si le conviene y el hecho de que algunas cualidad que podrían ser una bendición se convierten en una maldición Nevison se ve viviendo una vida no elegida; la elegida había sido una vida al lado de Isla Berta, una apacible y próspera vida burguesa en que el amor estaba embridado por una decisión racional largamente pensada.La vida de esta pareja se convierte en largas separaciones de las que Nevison vuelve cambiado, nervioso, como ausente y las largas esperas de Berta Isla, a cuya soledad se va acostumbra con muchos costes. Berta Isla se convierte en la voz de la reflexión, la duda, una penélope forzosa que no sabe lo que es mejor no saber y acaba por aceptarlo. Al principio, la angustia de saberlo en peligro envenena su vida, aunque también se va acostumbrando a ello. Acaba por aceptar que en su marido y en el mundo hay zonas oscuras de las que es mejor no saber nada. Para Isla, su marido se va convirtiendo en un desconocido, como dice una cita de Dickens hacia el final del libro “ cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y lae a su lado”.
Marías analiza aquí lo fluctuante de la identidad y de identificación que los otros hacen de nosotros. Indiga en “un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad” . La extrañeza triunfa sobre el reconocimineto. Hay dos obras que son muy del gusto de Javier Marías que hablan de la vuelta del marido al que se creía muerto o del que no se sabía si continuaba vivo: “ El coronel Chabert”, de Balzac, novela del que hará un profundo análisis en “Enamoramientos” y “La mujer de Martin Guerre”, un libro de Janet Lewis, en que un marido de vuelta al hogar causa dudas sobre su identidad a la mujer, sorprendida de un marido mucho mejor que el que se había ido. Resulta un impostor, pero mejor que el original. Cambio, pérdida de la identidad, extrañamiento de los demás, solución que le dan a la situación...todo esto lo encontramos en esa novelas. Las dudas o sospechas sobre la identidad del otro, nos muestra la solidez o la fragilidad de las relaciones y coloca a los personajes ante difíciles dilemas morales. Berta, llena de dudas y angustias, decide la espera indefinida en el tiempo, la espera abierta en la que conserva una especie de lealtad.
Esta novela de Marías tiene la suficiente calidad y genera la suficiente curiosidad para leer sus más de 500 páginas. No discuto que es toda una proeza mantener una novela tan extensa con dos personajes y solo dos voces narrativas: la tercera persona con la que se nos narra la vida de Tom; la primera persona en la narra Berta Isla. Sin embargo, tiene, en mi opinión, los mismos defectos de los que está aquejada toda su obra. Leyéndolo recuerdo siempre el consejo que se daba a sí mismo Henry James “Muéstralo, no lo digas”. El problema del Marías es que dice demasiado, discursea y muestra muy poco. No es que no tenga esa cualidad como escritor, simplemente le gana siempre su tendencia “filosofante” reflexiva, generalizante. Marías extiende sus párrafos en ramificaciones: se le ocurre una idea y enseguida percibe sus derivaciones, sus asociaciones...y no se resiste a escribirlas. Eso recarga considerablemente la narración. Es su tendencia porque sí sabe mostrar: hay momentos en que nos hace ver a los personajes vivos, como ese rato que pasa Berta Isla mirando desde su balcón al banderillero, un amante ocasional al que conoció con 18 años y al que había vuelto a citar después de 20 años en la cafetería Oriente. Esos minutos están magistralmente narrados. En esos momentos, los lectores “estamos allí”.. Las acciones propiamente dichas de Tom como espía no se nos narran, como si Marías reconociera su incapacidad para la novela de acción. Tampoco sabemos mucho de lo que pasa por el interior de Tom porque Marías lo convierte en un personaje sin introspección ni al autoanálisis. Total que se nos dice muchas abstracciones y generalidades sobre este personaje. Se nos viene a decir que vive torturado, pero realmente no se nos muestra esa tortura interior. Además hay páginas cuya inclusión chirría en la historia como toda la información sobre un episodio en el enfrentamiento entre los unionistas y el IRA. Tampoco veo que haya creado un personaje profundo e inolvidable con Berta Isla. A mí me ha irritado es esquema que sigue Marías en la novela: hombre de acción, ausente largas temporadas del hogar, como Ulises; mujer que lo espera años y años ( Penélope) si no fiel sexualmente, con lealtad, al menos. Es muy cansino ver orbitar la vida de una mujer en torno al héroe o al villano. Es aburrido ver otra vez la dicotomía entre el hombre que trabaja para la Historia y la mujer que se queda en la insignificancia de su domesticidad. Cierto que dedicarse a los grandes asuntos de la historia es el relato con el que se consuela Tom Nevison durante un tiempo.
Pese a los grandes elogios que ha merecido esta novela, a mí me resulta un Marías repetitivo y estancado.
Marías analiza aquí lo fluctuante de la identidad y de identificación que los otros hacen de nosotros. Indiga en “un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad” . La extrañeza triunfa sobre el reconocimineto. Hay dos obras que son muy del gusto de Javier Marías que hablan de la vuelta del marido al que se creía muerto o del que no se sabía si continuaba vivo: “ El coronel Chabert”, de Balzac, novela del que hará un profundo análisis en “Enamoramientos” y “La mujer de Martin Guerre”, un libro de Janet Lewis, en que un marido de vuelta al hogar causa dudas sobre su identidad a la mujer, sorprendida de un marido mucho mejor que el que se había ido. Resulta un impostor, pero mejor que el original. Cambio, pérdida de la identidad, extrañamiento de los demás, solución que le dan a la situación...todo esto lo encontramos en esa novelas. Las dudas o sospechas sobre la identidad del otro, nos muestra la solidez o la fragilidad de las relaciones y coloca a los personajes ante difíciles dilemas morales. Berta, llena de dudas y angustias, decide la espera indefinida en el tiempo, la espera abierta en la que conserva una especie de lealtad.
Esta novela de Marías tiene la suficiente calidad y genera la suficiente curiosidad para leer sus más de 500 páginas. No discuto que es toda una proeza mantener una novela tan extensa con dos personajes y solo dos voces narrativas: la tercera persona con la que se nos narra la vida de Tom; la primera persona en la narra Berta Isla. Sin embargo, tiene, en mi opinión, los mismos defectos de los que está aquejada toda su obra. Leyéndolo recuerdo siempre el consejo que se daba a sí mismo Henry James “Muéstralo, no lo digas”. El problema del Marías es que dice demasiado, discursea y muestra muy poco. No es que no tenga esa cualidad como escritor, simplemente le gana siempre su tendencia “filosofante” reflexiva, generalizante. Marías extiende sus párrafos en ramificaciones: se le ocurre una idea y enseguida percibe sus derivaciones, sus asociaciones...y no se resiste a escribirlas. Eso recarga considerablemente la narración. Es su tendencia porque sí sabe mostrar: hay momentos en que nos hace ver a los personajes vivos, como ese rato que pasa Berta Isla mirando desde su balcón al banderillero, un amante ocasional al que conoció con 18 años y al que había vuelto a citar después de 20 años en la cafetería Oriente. Esos minutos están magistralmente narrados. En esos momentos, los lectores “estamos allí”.. Las acciones propiamente dichas de Tom como espía no se nos narran, como si Marías reconociera su incapacidad para la novela de acción. Tampoco sabemos mucho de lo que pasa por el interior de Tom porque Marías lo convierte en un personaje sin introspección ni al autoanálisis. Total que se nos dice muchas abstracciones y generalidades sobre este personaje. Se nos viene a decir que vive torturado, pero realmente no se nos muestra esa tortura interior. Además hay páginas cuya inclusión chirría en la historia como toda la información sobre un episodio en el enfrentamiento entre los unionistas y el IRA. Tampoco veo que haya creado un personaje profundo e inolvidable con Berta Isla. A mí me ha irritado es esquema que sigue Marías en la novela: hombre de acción, ausente largas temporadas del hogar, como Ulises; mujer que lo espera años y años ( Penélope) si no fiel sexualmente, con lealtad, al menos. Es muy cansino ver orbitar la vida de una mujer en torno al héroe o al villano. Es aburrido ver otra vez la dicotomía entre el hombre que trabaja para la Historia y la mujer que se queda en la insignificancia de su domesticidad. Cierto que dedicarse a los grandes asuntos de la historia es el relato con el que se consuela Tom Nevison durante un tiempo.
Pese a los grandes elogios que ha merecido esta novela, a mí me resulta un Marías repetitivo y estancado.
viernes, 7 de junio de 2019
COMENTARIO DE ALGUNOS ASPECTOS DE " EL MAR, EL MAR", DE IRIS MURDOCH
Los nueve años prodigiosos: de “El sueño de Bruno” / 1969) a “El mar, el mar” (1978)
“El mar el mar” ( 1978), de Iris Murdoch es la culminación de nueve años de intensa labor novelística, desarrollada entre 1959 y 1978, en los que la autora escribió sus mejores novelas : El sueño de Bruno (1969), Un hombre accidental (197o), Una derrota bastante honorable (1971), El príncipe negro (1973), La sagrada y profana máquina del amor (1974), El hijo de las palabras (1975), Henry y Cato (1976).
“El mar el mar” recibió el prestigiosa premio Booker y es considera hoy en día como una de las mejores novelas del siglo XX, si bien todavía se le escatima la entrada en el canon literario.
El título
Es esta una novela plagada de innumerables referencias literarias, que empiezan por el título mismo, que remite, por lo menos, a tres obras: la primera, la Anábasis, de Jenofonte, en la que los miembros de la expedición de los Diez Mil gritaron ¡ El mar, el mar!” cuando divisaron el Mar Negro y se sintieron a salvo.La referencia a la Anábasis le llega a Murdoch a través de uno de los versos de “Cementerio marino”de Paul Valéry en cuya última estrofa hay un verso que cita a los griegos gritando “La mer, la mer, toujours recommencée! ( “El mar, el mar, siempre recomenzando”, La tercera referencia es a “La Tempestad” de Shakespeare, obra que funciona a modo de plantilla de esta obra de Murdoch. Recordemos que en “ la Tempestad” la acción transcurre en el mar mismo y en una isla; la reduplicación aparece además en una cancioncilla de Esteban, quien botella en mano canta” ¡No me veréis ir al mar, al mar;! Aquí quiero morir en la riberas”
El mar es no solo un escenario, sino una metáfora dotada de una rica polisemia a lo largo de la novela: refugio, salvación, muerte, amenaza, totalidad o realidad inabarcable, realidad insondable, dios (Poseidón) que da y arrebata la vida, eternidad y fugacidad, cambio y permanencia...
Como en otras novelas anteriores ( “El sueño de Bruno”, “El príncipe negro”) Murdoch utiliza como intertexto una obra de Shakespeare, el ya citado de La Tempestad”.El mar, el mar tiene mucho de relectura de esta última obra de Shakespeare.
La trama
Charles Arrowby decide retirarse del mundo del teatro, donde ha tenido una exitosa carrera de director, abandonar Londres e instalarse en una destartalada torre solitaria, perteneciente a una pequeña aldea de la costa inglesa . En la primer parte de la novela (Prehistoria) cuenta, en forma de diario, sus actividades cotidianas, la preparación de sus comidas, sus zambullidas en el mar, las reflexiones sobre por qué se ha retirado allí y sobre sus relaciones amorosas fracasadas. El objetivo de su retiro es librarse de su egoísmo y “convertirse en un hombre bueno”. Su tranquilidad se ve alterada cuando descubre que allí cerca vive Hartley, una mujer de su edad, con la que vivió en la infancia y adolescencia una historia de amor.Una historia de amor, que es también una historia de abandono puesto que Harley deja sin explicación alguna a Charles. Este descubre que la Harley reencontrada está casada con un militar retirado, Fitch, del cual se lleva una pésima impresión.En Arrowby se despierta una obsesión enfermiza por ella, idealiza su relación adolescente y decide convencerla de que huya con él para vivir felices sus últimos años. Arrowby incluye en el término “convencer” el acoso y el uso de la fuerza. La situación se complica cuando aparece Titus, cuya relación son los Fitch, sus padres adoptivos, era tan insoportable que había huido de casa. Firch tiene la sospecha de que Arrowby es el verdadero padre de Titus y parece ser una obsesión que ha envenenado la vida de la familia durante años, desde el momento mismo en que Harley le habló de su antigua relación con Charles por miedo a que su marido la descubriera por su cuenta. Una nueva obsesión se suma a la primera y Charles, cuando aparece por su Torre el muchacho, decide hacer de él su hijo. Como Harley no “entra en razón” decide raptarla utilizando para ello de cebo a Titus. Poco después del rapto, la casa empieza a llenarse de visitantes: James, el primo de Charles; Gilbert, un actor cómico, y Peregrine, otro actor. Estos le convencen a Arrowby de que entregue a Harley a su marido. Charles la devuelve, pero su obsesión por Harley y su creencia de que tarde o temprano ella irá a su encuentro va en aumento. Poco después se entera de que el matrimonio Fitch ha abandonado la aldea y se ha mudado definitivamente a Australia. Ahí se acaban sus esperanzas, aunque todavía tiene alguna fantasía de perseguirlos. La novela se cierra con el despertar de Charles de su ilusión, con su reconocimiento de que había idealizado su amor por Harley y de que lo único que tenía idealizado era, en realidad, su propia juventud, de imposible recuperación. En el fondo lo que late en él es el miedo al envejecimiento y a la muerte.
Personajes
Hablando de la obra de Iris Murdoch, afirmaba el autor del “Canon occidental”, Harold Bloom, que la no inclusión de esta autora en dicho canon se debía al hecho de que, siendo un gran escritora, no había introducido en la literatura ningún personaje memorable, no tenía ninguna obra que pudiera considerarse cumbre, y utilizaba un lenguaje y unas técnicas novelísticas anacrónicas, cercanas al realismo de Tolstoi o Henry James y totalmente alejadas de la revolución de Joyce, Faulkner o Samuel Beckett.
Es cierto que Iris Murdoch parece repetir de unas novelas a otras ciertos personajes que se podría identificar con el mago, el santo, el duende, la bruja, el adolescente desorientado, etc. Eso no quiere decir que carezcan de riqueza, sino que con ellos Iris Murdoch intentaba conectar con tipos tradicionales tanto de las obras de su admirado William Shakespeare, como de los cuentos populares.
Cabe preguntarse sobre qué plantilla está creado cada uno de los personajes de “El mar, el mar”. Véamos.
Charles Arrowby
Es el protagonista y narrador de la novela. Su referente es el mago demoníaco, el hechicero maligno, detentador de un poder fascinante sobre los demás. En cierta medida, Murdoch lo identifica también con los malos artistas, con aquellos que no hacen un bien moral con sus obras. Sería la contrafigura del propio Shakespeare, autor, director y autor teatral, pero de los buenos. Y es que, en efecto, Arrowby es un artista retirado de teatro donde ha sido director, dramaturgo y también autor. Arrowby ve el mundo como veía el escenario, un lugar donde él es un dios, donde tiránicamente reparte papeles y modifica la interpretación de los actores, donde marca cuando tiene que entrar y salir cada uno del escenario. Es el dios adorado, obedecido, temido para quien el resto son simples mortales vulgares, intercambiable, prescindibles. Como mago del teatro, sabe los trucos más efectistas, los trampantojos más originales. Histriónico, se siente feliz por el mal y el daño que causa; su racionalizaciones son tan grotescas que enseguida se convierte en un narrador sospechoso, no fiable. Así quiere dirigir también su propia vida, imponiendo a los demás su voluntad como sea, incluida la violencia, el acoso. Su ego es enorme, tanto que piensa que el mundo no es sino una elongación de su yo . En un momento dice “ en realidad, “...pensándolo bien, casi todo lo que hay en el mundo tiene que ver con mi situación”. Narra su historia en primera persona, pero para el lector se convierte enseguida en un narrador no fiable. Todo queda sometido a la deformación de sus deseos, de sus ilusiones, de sus mentiras. Incapaz de ver al otro, encerrado en su egocentrismo, no podrá salir nunca de él. No soportando la felicidad en los otros, ha dedicado su vida a romper la relación de parejas felices. Envidioso y con complejo de inferioridad hacia James, su primo, es incapaz de percibir el amor de este. Se fue a la torre, junto al mar, a escribir sus memorias y a convertirse en un hombre bueno; evidentemente, no lo consigue. Su vida acaba siendo, hasta a sus propios ojos, una obra estruendosamente fracasada ; y como un actor despedido de todos los teatros, como un director en sus últimas horas, desfasado y descatalogado, no sabe vivir porque resulta que se ha quedado sin guión, ese guión en el que él era un mago poderoso, un dios, un hacedor caprichoso. En sus últimos días, desposeído de papel, fuera de la función, verá pasar las horas en la desesperación. Tampoco entonces se hará bueno. Dicen que Murdoch se inspiró en uno de sus amantes, Elias Canetti, para la construcción de este personaje, y de todos los personajes tiránicos de sus obras. Ella experimentó por Cannetti ese tipo de fascinación al que parece sometida Lizzie o Rosanna, una fascinación por el poder. Como le dice Rosanna a Arrowby: “...esas mujeres llamaron por tu poder, por tu magia, porque has sido un brujo. Y ahora, se acabó. Soy la única que te ha amado por ti mismo y no por tu aureola de invencible.”
Tampoco hay que olvidar las numerosas coincidencias con el protagonista de “La Tempestad”, Próspero.
Mary Hartley Fitch
Harley viene a ser la princesa cautiva, al menos bajo el punto de vista de Arrowby.En ese sentido, Arrowby se siente como el príncipe llamado a despertarla, como a la bella durmiente. Sin embargo, Harley, que parece pasiva, tiene un férrea voluntad, que al final vence a Arwowby. Es más, consigue deshacerse de este como fantasma del pasado, como sueño de una posibilidad, que conservaba la fascinación de lo irrecuperable.
Titus
Titus representa al doncel, al adolescente desorientado que está a punto de iniciarse en la vida y sobre el que cae el rayo de la desdicha prematuramente. Un hijo del mar ( no sabe quiénes son sus verdaderos padre), muerto en el mar. Es también el clásico joven que emprende un viaje en busca de sus orígenes. La elección del nombre no es causal, por supuesto. Murdoch hace referencia a los cuadros de Rembrand, en los que pintó a su hijo Titus. El nacimiento de este hijo de Rembrand vino acompañado por la desgracia, ya que su madre murió a consecuencia del parto, y para dolor inmenso del padre, Titus morirá muy joven y repentinamente.
Titus buscaba, como todos los personajes, el amor. En ese sentido, para Titus, sus padres adoptivos eran seres maléfico, si hemos de creer algo de lo que nos cuenta Charles Arrowby, quien quería convertirse en su padre espiritual, en su mentor, cosa para la que, en realidad, le faltaba bondad y generosidad.Al final, Titus no fue sino un arma más en manos de Charles, que habría propiciado su muerte en el reparto.
James Arrowby
El primo de Charles podría representar el mago bueno, el hombre bueno, quizá el santo, dada esa muerte beatífica con la que se fue voluntariamente del mundo. Su vida estaba marcada por su fracaso al no lograr salvarle la vida al hombre del que estaba enamorado, una impotencia del amor que lo desequilibra. Es quien salvará de las guarras de la muerte, de manera sobrenatural, a Charles, cuando este caiga en una poza marina. La envidia de Charles a su primo provenía de que nunca había podido dominarlo ni manipularlo y de que lo sabía moralmente superior a él, en cierta medida sabía que representaba al hombre bueno que él no podrá ser nunca.
Benjamin Fitch
Es hombre, con un configuración física que recuerda la de un toro. Para la mirada de Charles Arrowby, es el ogro que tiene prisionera a la princesa. Bajo otro punto de vista, puede verse como el dragón que la guarda de los príncipes farsantes. Para Arrowby represente el mal supremo, el carcelero, el ser de instintos animales y asesinos, el tirano. Sin darse cuenta, al describir a Fritch nos descubre, en realidad, como es él.
Gilbert Opian
Gilbert Opian es el esclavo dócil. Actor cómico, representa la máxima plasticidad en manos del director de teatro, la ausencia de queja, de rebelión. Es el bufón o el duende. Es el gran adorador de Charles, adoptará para él la forma que desee.
Peregrine
Peregrine tiene algo de Hamlet, es el vengador, si bien como él duda sobre la venganza que debe ejecutar sobre Charles y le muestra una sumisión falsa. Como Hamlet habla más que hace, hasta que es capaz de liberarse y reconquistar su lugar. En este caso, es la recuperación de su matrimonio con Rosina, que Charles había roto concienzudamente, por placer, por ejercer el poder, por gobernar la vida de los otros.
Rosina
Bajo la perspectiva de Charles Arowby, Rosina es la bruja, representa la maldad, el deseo de dominación, la venganza, la amenaza. Escapa al control de Charles; es como Morgana, un hada que acabó siendo una bruja malvada. Al final de la novela se convierte se vuelve a enamorar de Peregrine, su exmarido, del que había sido separada por la fascinación de Charles.
Lizzie
Lizzie es otro duende, es el Ariel de la Tempestad; tiene como él la capacidad de la transformación, del cambio de apariencia. Atada a Charles por una especie de sentimiento de culpa, de necesidad de agradecimiento, en el fondo, lucha por deshacerse de ese compromiso. Durante toda la obra hay un tira y afloja , un movimiento de vaivén, hasta que al final, Lizzie se convierte en una protectora voluntaria y ocasional de Arrowby.
Temas
El amor y el bien
El tema principal de esta novela, como el de la mayoría de ellas, es el amor y su relación con el bien. No ha de entenderse este término en el sentido dado por la novela sentimental, con la que tantas veces se ha emparentado la obra de Murdoch. Hemos de recordar que Iris Murdoch era una filósofa y que en la literatura encontró las herramientas para indagar sobre temas de la filosofía moral. Iris Murdoch será uno de los versos sueltos de esa época en que dicha rama de la filosofía estaba muy desprestigiada. Y es que su concepción del amor parte de su concepción ética, muy influida por Platón. Recordemos que para el filósofo griego el amor era la fuerza que mantenía cohesionado el universo, la mediadora entre hombres y dioses; amar era una aspiración a la belleza y al bien; amar era un movimiento del alma hacia el conocimiento de la idea suprema del bien. Para Irish Murdoch, el amor es el sentimiento que hace que salgamos de nuestro solipsismo, del egocentrismo. Ante todo amar es ver al otro, contemplarlo con atención, percibir la alteridad. Para llegar a ello el yo tiene que despojarse de sus ilusiones, de sus deseos, de sus fantasías, de sus manipulaciones y autojustificaciones, en definitiva, de las sombras de la caverna que le impiden conocer verdaderamente. Con Charles Arrowby, Iris Murdoch nos muestra precisamente a un individuo incapaz de salir de la cueva platónica. Tan pagado de sí mismo, tan ególatra, tan tiránico que no ve el mundo sino como una extensión de su yo, de su dominio en los dos sentidos de la palabra. Llega a decir “en realidad, pensándolo bien, casi todo lo que hay en el mundo tiene que ver con mi situación.” página 165 Así pues, Harley es él mismo, una parte de sí mismo, la más pura; por lo tanto, Harley no puede negarse a amarlo, solo tiene que re-conocer que lo ama, despertar a lo que ya es. Su aspiración al bien que declara al principio de la novela se vehicula a través de su pretendido amor por esa anciana que un día fue su amor adolescente. Esta incapacidad de ver al otro, su alteridad es lo que le conduce inevitablemente al fracaso más rotundo. Por otra parte, el amor que inspira en las mujeres, en Lizzie, en Rosana está hecho de fascinación y rechazo. Ellas lo ven tal y como es; su problema es que no son capaces durante años de salir de su influencia maléfica. Solo cuando salen de la sumisión pueden amar a otros, como es el caso de Rosana, que vuelve con su exmarido. Del amor entre Hartley y Ben no podemos saber su índole porque sus actos siempre están sometidos a la interpretación de Charles o de Titus. Al final, sin embargo, parece que ellos también escapan de las influencias malignas y acaban siendo un matrimonio feliz.
El arte
El arte va a ser otro tema que ocupe mucho tiempo en las reflexiones de Iris Murdoch. En uno de sus ensayos filosóficos “ El fuego y el sol” trata de salvar el arte y a los artistas que, como es bien sabido, son expulsados de la República de Platón. Para Platón los artistas no eran sino copiadores de copias, unos engañadores. Murdoch va a introducir la diferencia entre los malos artistas y los buenos artistas. Efectivamente, los malos artistas son los que nos conducen al engaño; los buenos, por el contrario, nos guían en el conocimiento y en el camino del bien; lo hacen sobre todo develándonos, precisamente, los engaños que nos impiden ese camino.
Para Iris Murdoch, el modelo de buen artista es Shakespeare cuya obra, si bien no nos indica el camino de la salvación, nos indica los caminos por los que nos desviamos. En “El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas” (1977) la autora nos lo dice así:“El gran artista, al mismo tiempo que nos muestra lo que no se salva, implícitamente nos enseña lo que significa la salvación” Charles , al igual que Shakespeare, se retira del teatro donde ha sido dramaturgo, director y actor. Pese a su prestigio, parece que al final toda su influencia se disuelve rápidamente en poco tiempo; no ha sido más que un mago que con sus trucos ha encandilado (engañado) por un tiempo al público, a críticos, a actores…, pero no ha sembrado nada. Arrowby es el mismo farsante en su vida que en su teatro; o dicho de otra manera, todo es una representación en la que él cree tener el poder de creación y de ejecución. El colmo es que pretende retener esa vida en sus memorias, en su diario. No es que la dedicación al arte haya vaciado su vida y quiera recuperarla después, llenarla con el amor a Hartley: su arte era un arte vacío, una falsificación, un mal arte, todo en él eran malas artes igual que su vida En palabras de W:H.Auden "Únicamente el arte muy grande infunde vigor sin consolar y hace fracasar nuestros intentos de utilizarlo como algo mágico"
El poder
Decíamos que Arrowby no consigue ni ser bueno,ni ama realmente a Harley. Su motor interno es la voluntad de poder sobre los otros; el individuo que quiere el poder se pone siempre por encima de los demás, se siente superior a ellos y con el derecho de despreciarlos. Sin embargo, esa convicción de los poderosos sobre lo merecido de su poder ejerce una fascinación durante un tiempo en los otros. Así, muchas mujeres se “enamoran” de Arrowby guiadas por esa fascinación, que ellas también confunden con el amor. Por eso, cuando Arrowby va perdiendo poder, pierde su magnetismo y permite a algunas mujeres comprender que lo que ellas creían amor no era sino subyugación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)