Llegué a la nueva biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por la historiadora Isabel Burdiel, por una entrevista que se le hizo en la Fundación Juan March. Me dije: "Si la obra es tan extraordinaria como la entrevista, es un libro de ineludible lectura". Acabo de leer la biografía y efectivamente, es un texto extraordinario.
Isabel Burdiel sale con sobresaliente de todos los retos que plantea la escritura de una biografía: la documentación es rica, variada y contrastada, pero lejos de ahogar al lector en un maremagnum de referencias y citas, la narración fluye amena y atrayente, dando al lector la posibilidad de interpretar el material citado con detenimiento. También consigue que, pese a que el centro de atención sea la biografiada (como es lógico), el contexto histórico cobre un relieve complejo, vivo, significativo. Durante muchas páginas el lector se mete en la España anterior a la Restauración y sobre todo, en la España de la Restauración. Nunca había leído una biografía donde el biografiado se entienda a la vez como ser único y como ser histórico y que ambos aspectos se hagan inseparables. Otro mérito indiscutible es el cuidado de la autora en no sobreinterpretar, en no dejarse llevar por la imaginación, en dejar claros los propios límites que se impone para poder afirmar algo.
En las página de esta biografía, Pardo Bazán cobra vida, la llegamos a aprehender a sabiendas de que la complejidad de cualquier ser humano es en el fondo inaprehensible incluso para sí mismo. Fijar lo cambiante, he ahí un reto impresionante. La percepción más perseverante sobre Pardo Bazán es el de una mujer que no se dejó encasillar pese a las presiones gigantescan que lo intentaron y en cierto modo, lo consiguieron. Pardo Bazán luchó contra condicionantes inmensos; que superara muchos no se puede explicar únicamente porque tenía una fortuna propia que le permitió emanciparse donde a otras mujeres les fue imposible. Había más; había una energía combativa y una clarividencia sobre el terreno de juego que se le imponía poco común. Intentó ser una igual entre sus amigos intelectuales, la mayoría hombres; no lo consiguió plenamente, pero en esa lucha puso de manifiesto las limitaciones de la masculinidad de la época. Se declaró feminista radical cuando las feministas en España eran muy pocas y sobre todo cuidaban su vida privada para conservar la honorabilidad femenina según la entendían los hombres. Pardo Bazán se atrevió a vivir su vida según sus propios criterios, se atrevió a hablar de tú a tú a hombres que la consideraban una anomalía de la naturaleza, un marimacho; desmintió uno a uno todos los supuestos límites del cerebro femenino. Se interesó intensamente por la política y la literatura, y no solo participó en todas las polémicas de su época sino que fue una verdadera agitadora, tanto o más que lo fuera Unamuno, con el que, por cierto, tuvo una gran amistad. Atacada por su físico, atacada por llevar una vida independiente pese a ser madres de tres hijos, separada extraoficialmente de su marido, nunca se acobardó. Nacionalista y cosmopolita, católica en ideas pero fuertemente individualista y liberal en sus comportamiento, fue una escritora con un fuerte sentido profesional de su tarea. Consciente de que el escritor y cualquier ser público, ha de crearse una imagen y tiene que promocionar sus productos, defendió sin complejos la literatura como una actividad económica. Sabedora de que para ser alguien en el mundo cultural de su tiempo, tenía que tejer una vasta red de complicidades, lo hizo con tesón y sin descanso. Busco, como mujer, una relación amorosa con un hombre que fuera un igual; creía en el amor-amistad, frente al amor románticos, pero también frente a todo amor que presupusiera sumisión de la mujer al hombre. Fue con Benito Pérez Galdós con quien estuvo más cerca de esa relación inter pares. Pese a lo mucho que criticaron sus viajes en solitario, especialmente a París, nadie pudo acusarla de abandonar a sus hijos, seguramente porque contó con la complicidad de su madre, que apoyó plenamente su carrera y la ayudó a criar a sus hijos. Tuvo muchos enemigos ( algunos que empezaron siendo amigos), entre ellos a Leopoldo Alas Clarín, que pareció ver en ella el tipo de mujer que más íntimamente ponía en peligro sus seguridades masculinas. Aun así, Clarín nunca negó el talento y la maestría de Pardo Bazán, a la que está claro que admiraba como escritora.
La pregunta que como lectora me ha asaltado una y otra vez es ¿de dónde sacaba tiempo Pardo Bazán para todo lo que hizo en la vida?: escribió miles de artículos, cientos de cuentos, impartió cientos de conferencias, escribió novelas y miles de cartas... fundó una revista en la que ella lo escribía todo, tuvo una vida social y familiar intensa, realizó numerosos viajes, vivió dos historias amorosas por lo menos, tuvo muchos amigos cuya amistad cuidó , atendió a sus hijos, hizo frente a pleitos, fue catedrática de Literatura... No cabe duda de que Pardo Bazán vivió intensamente. Cuando Isabel Buriel llega a los momentos anteriores a la muerte de doña Emilia, nos dice, basándose en testigos del momentos, que no se fue con alegre resignación. Seguro que le costó abandonar una vida y un ser del que disfrutó profundamente.
La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
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lunes, 1 de julio de 2019
miércoles, 3 de abril de 2019
La lucha contra el demonio (Hölderlin. Kleist. Nietzsche), de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio (Hölderlin. Kleist. Nietzsche) (1921) no es una sucesión de biografías noveladas, sino más bien un ensayo sobre la psicología común de estos tres genios alemanes . Dicho de otra manera, Stefan Zweig selecciona, entre los aspectos de la vida y obra de Hölderlin, Kleist y Nietzsche, aquellos que iluminan su tesis sobre las fuerzas psicológicas que llevan a la autodestrucción, pero también a la genialidad. Los tres autores se ven impelidos por una impulso creativo de tales proporciones que parece escapárseles de las manos y que los lanza al caos; o tal vez sea el caos lo que los lanza a la creación literaria. Zweig insiste en la incapacidad de los tres de relacionarse con los demás, una incapacidad patológica que ellos atribuyen a su propia pureza y excepcionalidad. Se sienten radicalmente diferentes de cualquier otro ser humano e imbuidos de una misión que tiene mucho de mística. Hölderlin sueña con un mundo puro, divino, donde triunfa el espíritu tal y como triunfó en Grecia; Kleist, incapaz de asentarse en sitio alguno como un alma en pena, busca mundos que lo alejen de lo cotidiano; Nietzsche abraza con euforia su enfermedad y su soledad para derribar con su fuerza los pilares de barro de la civilización occidental.
Esta obra de Zweig tiene más intensidad que profundidad. Su gran acierto es mostrarnos a los personajes con un viveza extraordinaria; sin embargo, hay demasiadas repeticiones, demasiada retórica y, desde luego, una selección e interpretación de acontecimientos que acaba dando una imagen muy sesgada de Hölderlin, Kleist y Nietzsche. No quiere decir esto que no merezca la pena leer La lucha contra el demonio, sino que conviene completar el conocimientos de estos tres genios alemanes recurriendo a otras fuentes y, sobre todo, conviene leer sus propios escritos.
jueves, 21 de marzo de 2019
Fouché. Retrato de un hombre político, de Stefan Zweig
Fue Stefan Zweig un escritor de grandes aciertos en todos los géneros en que escribió: la novela corta (Novela de ajedrez, Amok, Veinticuatro horas en la vida de una mujer), la novela (La impaciencia del corazón), las memorias ( El mundo de ayer), el ensayo ( Momentos estelares de la humanidad) y en las biografías. En estas últimas nos desvela tanto a grandes personajes de la cultura ( Nietzsche, Hölderlin, Balzac, Dostoievski…) como de la historia política. A este último grupo pertenece Fouché. Zweig prefería no centrarse en el héroe o figura central de un periodo, sino dar a conocer el periodo de manera que podríamos llamar más “lateral”. En vez de centrarse en Luis XVI, elige a su esposa María Antonieta; en lugar de Lutero, a Erasmo de Róterdam; en lugar de Robespierre o Napoleón, a Fouché.
En el estudio de Fouché, Zweig retrata al hombre político por excelencia; el animal político cuyo patrimonio es la información, la sangre fría, la falta de escrúpulos, la paciencia incombustible y el instinto para olfatear los cambios de ciclo y empujarlos, protegiéndose siempre hasta que se decanta la victoria hacia un lado. Fouché encarna por ello mismo todos los periodos de la Revolución francesa: forma parte de la Asamblea Constituyente y Legislativa, atraviesa la Convención basculando del poder de los girondinos a los jacobinos, olfatea el final de Robespierre y lo organiza en la sombra, se hace imprescindible para el Barrás del Directorio, se convierte en imprescindible para Napoleón tanto en el Consulado como en Imperio y, por último, facilita el retorno de los Borbones, si bien la fortuna de Fouché se eclipsa con ellos.
Zweig, con mano magistral, retrata las pasiones que están en juego sin faltar al rigor histórico, y consigue un retrato vivo de Fouché sin que este llegue a resultar monstruoso al lector, siempre sorprendido por la falta de ideología de este personaje cuyo único instinto era estar al lado del vencedor y servirlo siempre en una medida que no perjudicara su inevitable cambio de bando y su propia supervivencia. Así vemos las metamorfosis de Fouché: oscuro profesor en un seminario, moderado con los girondinos, terrorífico con los jacobinos, más astuto que el astuto Napoleón… La verdadera pasión de Fouché era la intriga en la sombra para la cual desplegó una inteligencia quizá solo igualada por su contrincante en las bambalinas del poder, Talleyrand.
En el estudio de Fouché, Zweig retrata al hombre político por excelencia; el animal político cuyo patrimonio es la información, la sangre fría, la falta de escrúpulos, la paciencia incombustible y el instinto para olfatear los cambios de ciclo y empujarlos, protegiéndose siempre hasta que se decanta la victoria hacia un lado. Fouché encarna por ello mismo todos los periodos de la Revolución francesa: forma parte de la Asamblea Constituyente y Legislativa, atraviesa la Convención basculando del poder de los girondinos a los jacobinos, olfatea el final de Robespierre y lo organiza en la sombra, se hace imprescindible para el Barrás del Directorio, se convierte en imprescindible para Napoleón tanto en el Consulado como en Imperio y, por último, facilita el retorno de los Borbones, si bien la fortuna de Fouché se eclipsa con ellos.
Zweig, con mano magistral, retrata las pasiones que están en juego sin faltar al rigor histórico, y consigue un retrato vivo de Fouché sin que este llegue a resultar monstruoso al lector, siempre sorprendido por la falta de ideología de este personaje cuyo único instinto era estar al lado del vencedor y servirlo siempre en una medida que no perjudicara su inevitable cambio de bando y su propia supervivencia. Así vemos las metamorfosis de Fouché: oscuro profesor en un seminario, moderado con los girondinos, terrorífico con los jacobinos, más astuto que el astuto Napoleón… La verdadera pasión de Fouché era la intriga en la sombra para la cual desplegó una inteligencia quizá solo igualada por su contrincante en las bambalinas del poder, Talleyrand.
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