domingo, 30 de junio de 2019

LA PIEDRA ANGULAR, DE EMILIA PARDO BAZÁN: UNA NOVELA INJUSTAMENTE OLVIDADA

¡Qué poca atención se les presta en nuestra blogesfera a nuestros autores decimonónicos! Encontrarán cien veces más citado  a Balzac o  a Jane Austen que a Galdós o Pardo Bazán. Parece un mal congénito de nuestra cultura; una desatención que habla del autodesprecio tantas veces denunciado y... también promovido por los propios escritores españoles y, desde luego, por  muchos lectores. 

En este contexto, me he quedado gratamente sorprendida por la iniciativa de la  tertulia bilbaína Alfa de incluir en su nueva temporada una novela de Pardo Bazán, que - confieso- no había leído hasta este momento: La piedra angular.  La autora me entusiasmó en su día, hace de él muchos años, con sus Pazos de Ulloa  y  La madre naturaleza. Después he leído aquí y allí algunos de sus soberbios cuentos, siempre con admiración y gusto.  Pero como digo, Pardo Bazán parece incluida en esa literatura "vieja" que se desdeña y se arrincona. De hecho, en mi biblioteca municipal de referencia, sus obras completas dormitan hace años en el almacén de libros retirados de las estanterías,  paso previo a su envío a la trituradora de papel.

No puedo transmitir, por todo ello, el placer  e interés con que he leído  La piedra angular. Pardo Bazán era una mujer  intensamente interesada en su época, en lo que entonces se llamaba la Modernidad, una modernidad cuya irrupción presentó en España  unas contradicciones y tensiones superlativas. Y Pardo Bazán, con ese eclecticismo ideológico y vital que tanto irritó a los intelectuales de su época, refleja en sus obras esas tensiones y contradicciones, sin esos posicionamientos en blanco y negro que esperaban desde carlistas a liberales progresistas, con los que sin embargo mantuvo un continuo diálogo y a veces, una extraordinaria amistad.

En La piedra angular trata de  un tema de calado político y social que ocupaba por aquellos años (1890-181)  a los polemistas de la época y apasionaba en todas las clases sociales: la pena de muerte.  El tema había sido caldeado en el imaginario popular por la ejecución de  Higinia Balaguer ( ejecución a la que asistió Pardo Bazán, para escándalo de la burguesía y aristocracia madrileñas) . Aún queda una cierta memoria de este crimen, conocido como  El crimen de la calle de Fuencarral, cuyo juicio seguirá muy de cerca Benito Pérez Galdós; de hecho, sus  crónicas serán luego publicadas, constituyendo casi una novela negra.

Pardo Bazán considera la pena de muerte como una ley atávica incompatible con la modernidad y ajena ( recuérdese que doña Emilia era católica declarada) a la piedad cristiana y su prédica de perdón. Ella, que defendía la creación de un estado moderno que aunara las tradiciones y los nuevos tiempos que corrían por Europa, pensaba  que la pena de muerte no podía ser la piedra angular del edificio del orden social. Es más, que lo fuera constituía una muestra de impotencia de las élites dirigentes a la hora de mantener ese orden social que solo seguía en pie, pero siempre tambaleante, no por convencimiento contagiado a las otras clases, sino por una represión de tintes medievales.

Pese a lo que pueda sugerir lo dicho, la novela no es una novela de tesis, si bien en una escena en el casino de Marineda, las fuerzas vivas del lugar discuten agriamente mostrando los dos argumentarios de la época. De hecho, la novela desplaza el tema  de la pena de muerte  hacia la  situación social de su ejecutor, el verdugo. Como en otras novelas, Pardo Bazán,  trata de esos seres marginados que funcionan socialmente como el chivo expiatorio o cabeza de turco  de una injusticia que la propia sociedad auspicia, defiende, aclama...pero que le repugna  en su materialidad.  El verdugo es para todas las clases sociales, aunque por distintos motivos, el apestado, el monstruo.  La autora crea una novela brillante en que  muestra de manera implacable los mecanismos hipócritas por los  que una sociedad tiene por honrados y reverenciados a los magistrados que firman las sentencias de muerte, a los políticos que dictan las leyes, a los poderes económicos que son protegidos por esas leyes, y margina con inquina y odio al ejecutor, un pobre tipo al que se le supone alguna tara monstruosa para aceptar esa función, cuando la única tara es evitar el hambre. El verdugo apunta a la luna y  todos miran al dedo. Evidentemente el problema no era que hubiera verdugos, sino que hubiera unas leyes que exigían que los hubiera.  Aunque eso sí, Pardo Bazán, ya ve que el tema de la pena de muerte va más allá de que exista un verdugo y no se soluciona sustituyéndolo, como había hecho EEUU con la silla eléctrica.

Juan Rojo, el verdugo, no solo sufre en carnes propias el desprecio y el ostracismo, sufre por la marginación total y agresiva en la que vive su hijo Telmo, personaje este creado con una exquisita sensibilidad literaria por Pardo Bazán.  En escena entra un médico, un librepensador y filántropo que primero tiene que tratar en consulta a Juan Rojo y después, a Telmo.  El doctor Moragas, que tiene un trasunto en un conocido de Pardo Bazán, muestra lo arraigado de los prejuicios sociales. El mismo tiene que someter sus emociones al dictado de su razón para tratar con Juan Rojo y su hijo. También muestra el doctor Moragas las limitaciones del individualismo liberal: piensa el doctor Moragas que el problema de la pena de muerte se resolvería  si el verdugo se negara a obedecer.  Es el individuo, por un cambio moral heroico, el que puede rebelarse contra la sociedad y cambiarla al cambiarse; es esto  un resto del  Romanticismo del que  Pardo Bazán, pese a su fuerte defensa del individualismo, se desprende en esta obra.  La novela muestra que eso es inviable, además de que es mezquino pedirle al eslabón social más débil que tenga una respuesta ética superior al que tienen las élites. 

Les recomiendo vivamente la lectura de esta novela que nos acerca a nuestros propios prejuicios  y nuestras limitaciones individuales y colectivas de cambio.


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