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viernes, 1 de noviembre de 2019

FUERZAS ESPECIALES, DE DIAMELA ELTIT



En poco menos de doscientas páginas, Diamela  Eltit describe la desintegración y destrucción   de las vidas de  unos individuos  encerrados en  los bloques  de un barrio marginal, sometidos a las incesantes agresiones policiales de la fuerzas especiales.  La narradora es una joven que gana unos pesos  prostituyéndose  en el cíber del edificio y permite disminuir el hambre  a su menguante familia que, enferma y destrozada anímicamente, no tiene fuerza ni para levantarse de la cama.  Las únicas personas con las que intercambia algunas palabras  son Omar, otro joven que se prostituye en el Cíber,  el dueño de este, Lucho,, y el vendedor de fricas.

La novela no tiene un argumento en el sentido clásico; Eltit parte de una situación de acoso y violencia que va aumentando en  intensidad desde ese punto inicial ya muy elevado. Dicho con una metáfora, la autora sube y sube los grados  a un caldo  amargo que estaba desde el principio a altísima  temperatura. 

Esos bloques  vigilados y  acosados violentamente  por la policía podrían estar en cualquier parte del mundo industrial,  si bien la forma de hablar de los personajes y algunas referencias los sitúan en Chile. Seguramente la  falta de  localización precisa es algo intencionado. Parece haber una tendencia en la literatura latinoamericana a prescindir de ubicaciones reales, concretas. Hace poco leía una novela de Mario Bellatin, Salón de Belleza, que también recurre  a un espacio cerrado y en cierta medida alegórico, que recuerda las novelas de Kafka.

Como en otras novelas,  también en esta a Diamela Eltit le interesa explorar  el tema del poder y la violencia en unos términos que muestran el gran influjo de  dos pensadores franceses:  el filósofo Michel Foucault   y el sociólogo Pierre Bourdieu. 

 Según Foucault el poder es obicuo, está presente en los intersticios del todo el entramado social. La violencia es  ejercida por  unos   policías  ocultos  tras sus cascos  que a su vez obedecen las órdenes de instancias superiores cuyo rostro queda absolutamente velado. Sin embargo, el pesimismo que se respira en la novela no procede de esa violencia, sino del descubrimiento de que las relaciones entre estos seres acosados son también relaciones de poder y de violencia : lo son las relaciones  entre vecinos que se espían, se insultan o  se esquivan, se agreden y se explotan sexualmente;  lo son las  del padre  que desprecia a las tres mujeres con las que convive, lo son las de Lucho, el dueño del Cíber que actúa de proxeneta con sus antiguos amigos.

 Por otra parte, contrariamente a lo que afirmaba  Foucault no todo poder genera resistencia. El poder y la violencia  sobre la familia y el barrio se han ejercido con tanta  profundidad que se han roto sus resistencias históricas, sin que se atisbe ninguna reacción posible.  Los individuos se aferran en un principio  a la familia por un instinto básico  de supervivencia,  pero acaban por descubrir que solo se tienen a sí mismos, o mejor dicho,  que no se tienen ni a sí mismos.

 Como en otras de sus novelas, en Fuerzas especiales la autora constata la atomización y disgregación  de los grupos humanos, sea la familia, el barrio, la clase social. Los antiguos grupos humanos de resistencia han sido invadidos por el imaginario dominante; han perdido su propio imaginario colectivo, y han quedado inertes contra su opresores, reproduciendo además entre ellos  las mismas reglas de dominación. 

Por otra parte, que Diamela  Eltit haya elegido como narradora a una mujer joven es también significativo: la protagonista es el epicentro de todos los círculos de violencia: sufre la violencia de su familia, la violencia policial, la violencia de sus “amigos”, la violencia sexual, y la que  Pierre Bourdieu llamaba violencia simbólica;  incluso cuando ella quiere “liberarse” con las imágenes del ordenador no hace sino ser cómplice involuntaria de su cosificación.

 Eltit recurre a un estilo directo y crudo; el lenguaje, como decía Bourdieu, es otra de las formas de la violencia simbólica, y así lo vemos utilizado entre los personajes. En una entrevista, manifestaba la autora el problema de la autenticidad de la voces,  la imposibilidad de hablar en nombre de otro, consciente de que como escritora puede ejercer también violencia simbólica a través de estereotipos de los que no sea consciente.  Pese a que no pretenda recrear la realidad y menos crear una hiperrealidad, Diamela Eltit ha tenido en cuenta continuamente las posibilidades expresivas de la protagonista, una joven de un barrio marginal, aunque no haya conseguido en todo momento la verosimilitud.

 No me cabe duda de que esta novela es espléndida, si bien no tengo claro si es fruto del pesimismo rampante de nuestra época o colabora con él. Como dicen algunos críticos, puede que haya mucha denuncia social en la novela , pero su efecto es más bien desesperanzador y paralizante.




domingo, 30 de junio de 2019

LA PIEDRA ANGULAR, DE EMILIA PARDO BAZÁN: UNA NOVELA INJUSTAMENTE OLVIDADA

¡Qué poca atención se les presta en nuestra blogesfera a nuestros autores decimonónicos! Encontrarán cien veces más citado  a Balzac o  a Jane Austen que a Galdós o Pardo Bazán. Parece un mal congénito de nuestra cultura; una desatención que habla del autodesprecio tantas veces denunciado y... también promovido por los propios escritores españoles y, desde luego, por  muchos lectores. 

En este contexto, me he quedado gratamente sorprendida por la iniciativa de la  tertulia bilbaína Alfa de incluir en su nueva temporada una novela de Pardo Bazán, que - confieso- no había leído hasta este momento: La piedra angular.  La autora me entusiasmó en su día, hace de él muchos años, con sus Pazos de Ulloa  y  La madre naturaleza. Después he leído aquí y allí algunos de sus soberbios cuentos, siempre con admiración y gusto.  Pero como digo, Pardo Bazán parece incluida en esa literatura "vieja" que se desdeña y se arrincona. De hecho, en mi biblioteca municipal de referencia, sus obras completas dormitan hace años en el almacén de libros retirados de las estanterías,  paso previo a su envío a la trituradora de papel.

No puedo transmitir, por todo ello, el placer  e interés con que he leído  La piedra angular. Pardo Bazán era una mujer  intensamente interesada en su época, en lo que entonces se llamaba la Modernidad, una modernidad cuya irrupción presentó en España  unas contradicciones y tensiones superlativas. Y Pardo Bazán, con ese eclecticismo ideológico y vital que tanto irritó a los intelectuales de su época, refleja en sus obras esas tensiones y contradicciones, sin esos posicionamientos en blanco y negro que esperaban desde carlistas a liberales progresistas, con los que sin embargo mantuvo un continuo diálogo y a veces, una extraordinaria amistad.

En La piedra angular trata de  un tema de calado político y social que ocupaba por aquellos años (1890-181)  a los polemistas de la época y apasionaba en todas las clases sociales: la pena de muerte.  El tema había sido caldeado en el imaginario popular por la ejecución de  Higinia Balaguer ( ejecución a la que asistió Pardo Bazán, para escándalo de la burguesía y aristocracia madrileñas) . Aún queda una cierta memoria de este crimen, conocido como  El crimen de la calle de Fuencarral, cuyo juicio seguirá muy de cerca Benito Pérez Galdós; de hecho, sus  crónicas serán luego publicadas, constituyendo casi una novela negra.

Pardo Bazán considera la pena de muerte como una ley atávica incompatible con la modernidad y ajena ( recuérdese que doña Emilia era católica declarada) a la piedad cristiana y su prédica de perdón. Ella, que defendía la creación de un estado moderno que aunara las tradiciones y los nuevos tiempos que corrían por Europa, pensaba  que la pena de muerte no podía ser la piedra angular del edificio del orden social. Es más, que lo fuera constituía una muestra de impotencia de las élites dirigentes a la hora de mantener ese orden social que solo seguía en pie, pero siempre tambaleante, no por convencimiento contagiado a las otras clases, sino por una represión de tintes medievales.

Pese a lo que pueda sugerir lo dicho, la novela no es una novela de tesis, si bien en una escena en el casino de Marineda, las fuerzas vivas del lugar discuten agriamente mostrando los dos argumentarios de la época. De hecho, la novela desplaza el tema  de la pena de muerte  hacia la  situación social de su ejecutor, el verdugo. Como en otras novelas, Pardo Bazán,  trata de esos seres marginados que funcionan socialmente como el chivo expiatorio o cabeza de turco  de una injusticia que la propia sociedad auspicia, defiende, aclama...pero que le repugna  en su materialidad.  El verdugo es para todas las clases sociales, aunque por distintos motivos, el apestado, el monstruo.  La autora crea una novela brillante en que  muestra de manera implacable los mecanismos hipócritas por los  que una sociedad tiene por honrados y reverenciados a los magistrados que firman las sentencias de muerte, a los políticos que dictan las leyes, a los poderes económicos que son protegidos por esas leyes, y margina con inquina y odio al ejecutor, un pobre tipo al que se le supone alguna tara monstruosa para aceptar esa función, cuando la única tara es evitar el hambre. El verdugo apunta a la luna y  todos miran al dedo. Evidentemente el problema no era que hubiera verdugos, sino que hubiera unas leyes que exigían que los hubiera.  Aunque eso sí, Pardo Bazán, ya ve que el tema de la pena de muerte va más allá de que exista un verdugo y no se soluciona sustituyéndolo, como había hecho EEUU con la silla eléctrica.

Juan Rojo, el verdugo, no solo sufre en carnes propias el desprecio y el ostracismo, sufre por la marginación total y agresiva en la que vive su hijo Telmo, personaje este creado con una exquisita sensibilidad literaria por Pardo Bazán.  En escena entra un médico, un librepensador y filántropo que primero tiene que tratar en consulta a Juan Rojo y después, a Telmo.  El doctor Moragas, que tiene un trasunto en un conocido de Pardo Bazán, muestra lo arraigado de los prejuicios sociales. El mismo tiene que someter sus emociones al dictado de su razón para tratar con Juan Rojo y su hijo. También muestra el doctor Moragas las limitaciones del individualismo liberal: piensa el doctor Moragas que el problema de la pena de muerte se resolvería  si el verdugo se negara a obedecer.  Es el individuo, por un cambio moral heroico, el que puede rebelarse contra la sociedad y cambiarla al cambiarse; es esto  un resto del  Romanticismo del que  Pardo Bazán, pese a su fuerte defensa del individualismo, se desprende en esta obra.  La novela muestra que eso es inviable, además de que es mezquino pedirle al eslabón social más débil que tenga una respuesta ética superior al que tienen las élites. 

Les recomiendo vivamente la lectura de esta novela que nos acerca a nuestros propios prejuicios  y nuestras limitaciones individuales y colectivas de cambio.