Antes de empezar una novela tendría que recordar aquello que decía el escritor portugués Gonçalo Tavares: quien lee libros malos piensa que es inmortal. Se podrá objetar que uno no sabe si un libro es malo o bueno hasta que lo lee, y que en todo caso, es un asunto subjetivo. Poco que añadir salvo que hay premios literarios, como el Planeta, que nunca han apostado por la buena literatura y sus riesgos, y en su derecho están, que lo suyo es vender y obtener beneficios. Así que leer Terra Alta, de Javier Cercas, era un pecadillo del que era consciente. La novela no ha defraudado mis expectativas: es mala. Cercas tiene derecho a pensar en su bolsillo y escribir una novela para llenarlo. Los lectores tenemos derecho a alguna pataleta.
Toda la novela tiene tufillo a encargo. ¿Qué triunfa ahora?: la novela policiaca. ¿Qué autor es conocido en nuestra geografía? Javier Cercas. ¿Qué premio se consulta para hacer los regalos de Navidad? El premio Planeta. Un buen negocio.
Sin duda, Cercas no necesitaba un manual de “cómo escribir una novela policiaca”, ha debido de leer unas cuantas con aprovechamiento. Ha seguido los tópicos del género a la perfección. Para crear al detective búsquele usted una afición rara para un poli y unas cuantas manías, un pasado tormentoso, un historia de amor que se frustra, una hijo, preferentemente una hija, un secreto, una amor a la justicia muy en lo hondo, una cierta tendencia a tomarse la justicia por su mano… Para la escena del crimen inspírese en Pierre Lemaître si necesita truculencia. Como está usted en España, que algún hilo conecte con la Guerra Civil. Como necesitará darle suspense cuando el truño decaiga, corte una escena en su momento de supuesta tensión, y vuelva 30 páginas después para contar que no ha pasado nada. Recuérdenos de vez en cuando que estamos en Terra Alta y no en Cerdeña, déle color local… La historia pasa dentro de la Historia, pero no se meta usted en profundidades, aunque, por supuesto, el protagonista está siempre en el lado bueno de la Historia.En algunas páginas , la novela toma un poco de vuelo, pero es gallináceo.
Supongo que Cercas tendrá muchas reseñas elogiosas. Lo bueno de escribir en un blog que leen cuatro gatos es que me puedo permitir la sinceridad, que nunca hay que confundir con la verdad.
P.D. Que el nuevo año nos depare otro Planeta mejor .
La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
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domingo, 29 de diciembre de 2019
jueves, 15 de agosto de 2019
LA RED PÚRPURA, DE CARMEN MOLA
Elena Blanco está al frente de la unidad policial de la BAC que lleva tiempo investigado a un red, La red púrpura” que trafica con vídeos de extrema violencia utilizando para ello la “Deep Web”. La Red tiene clientes por todo el mundo, entre ellos adolescentes. Hay clientes que ven las imágenes por internet; otros, los VIP, asisten a las sesiones de tortura en directo, en un lugar de casi imposible localización; como puede suponerse son personas con mucho dinero y con muchos contactos sociales en las altas esferas. Lo que Elena Blanco oculta durante mucho tiempo a sus colaboradores es que su hijo, secuestrado por la Red cuando era un niño, se ha convertido en un ser monstruoso, en un torturador psicópata.
Durante cinco años leí muchas novelas policiacas, género que entonces me gustaba mucho, y al que ahora acudo de tarde en tarde cuando quiero evadirme y reconfortarme con la idea, más bien ficticia, de que los delincuentes, sobre todo los que tienen connivencia con el poder económico, judicial y político, no son siempre los que ganan la partida . La novela de Carmen Mola tiene un planteamiento que hubiera permitido desenmascarar lo que se esconde tras las caras sonrientes y los discursos prefabricados de una parte de esas élites que sabemos corruptas y sin escrúpulos y en cuyas formas de diversión entran la violación de menores, la pedofilia o el sadismo. El tipo de apuestas y divertimentos de los ricos que nos presenta la novela, tan parecidos al de los patricios romanos en sus siglos de decadencia, no tienen nada de inverosímiles. El planteamiento de la novela daba mucha cancha a la autora, pero ha tirado casi todas las pelotas fuera.
Lo peor que le puede pasar a un escritor de novela policiaca es que teja una trama llena de agujeros y de remiendos para tapar torpemente imprevistos. Carmen Mola pierde la verosimilitud en muchos momentos, algunos clamorosos. Elena Ferrante es jefa de una unidad de policía porque la autora nos lo dice así, pero no porque se porte como tal. En un momento nos aclara el narrador que Blanco solo sabía como escapar en la oscuridad por lo que había visto en las películas… Eso en una unidad de élite a la que se le supone preparada para cualquier actuación.
La construcción de lo personajes no es mejor que la de trama. Construir un personaje no es solo darles un estado civil, que tópicamente suele ser el de solteros o divorciados, o darles aficiones llamativas para un policía, pongamos hacer karaoke en un bar de la calle Huertas, o darles algún vicio secreto que los martirice, como la ludopatía de Orduño. Eso son recursos que hay que saber manejar, pero que si no están insertos en una verdadera complejidad del personaje son pegotes. Los personajes de “La red púrpura son esquemáticos, borrosos, intercambiables. Tampoco logra la autora crear una dinámica interesante en las relaciones entre ellos; incluso las relaciones sexuales entre Chasca y Zárate, por poner un ejemplo, son de un topicazo indigerible. Igual de torpe es en la creación del ambiente de la comisaría o de la ciudad por más que la autora nos lleve de aquí a allá por tascas , vinotecas o cafeterías madrileños con los que se podría hacer una ruta turística.
El ritmo de la novela es irregular: hay momentos totalmente intrascendentes que ocupan mucho espacio y otros, fundamentales, que se despachan en pocas líneas. Salvo en contadas ocasiones, Carmen Mora no es capaz de crear suspense, y eso, en una novela policiaca, es un pecado imperdonable. La intriga sobre quién es el jefe supremo de la red desfallece una y otra vez. Por lo demás, la sombra de ese personaje no es alargada, no la presentimos detrás de los acontecimientos, como si no operara, aunque luego se nos diga que lo controlaba todo. Cuando descubrimos quién es, cosa que muchos lectores harán mucho antes del desenlace, la decepción es grande. Sacarse un carta de la manga es propia de jugadores tramposos. Para acabar, las escenas de violencia extrema revuelven el estómago y angustian, pero su razón narrativa se pierde cuando se repiten y se amplifican porque no se sabe hacer narrativamente algo mejor.
Como pueden deducir, no les recomiendo esta novela. La primera que escribió Carmen Mola es, según he leído, mucho mejor que la segunda. Quiero creer que la autora se ha precipitado apremiada a publicar de nuevo tras el éxito de “La novia gitana”. Pese a tanto desperfecto, estoy segura de que la escritora tiene talento suficiente para ofrecernos una narración más inteligentemente tramada que “La red púrpura”.
Durante cinco años leí muchas novelas policiacas, género que entonces me gustaba mucho, y al que ahora acudo de tarde en tarde cuando quiero evadirme y reconfortarme con la idea, más bien ficticia, de que los delincuentes, sobre todo los que tienen connivencia con el poder económico, judicial y político, no son siempre los que ganan la partida . La novela de Carmen Mola tiene un planteamiento que hubiera permitido desenmascarar lo que se esconde tras las caras sonrientes y los discursos prefabricados de una parte de esas élites que sabemos corruptas y sin escrúpulos y en cuyas formas de diversión entran la violación de menores, la pedofilia o el sadismo. El tipo de apuestas y divertimentos de los ricos que nos presenta la novela, tan parecidos al de los patricios romanos en sus siglos de decadencia, no tienen nada de inverosímiles. El planteamiento de la novela daba mucha cancha a la autora, pero ha tirado casi todas las pelotas fuera.
Lo peor que le puede pasar a un escritor de novela policiaca es que teja una trama llena de agujeros y de remiendos para tapar torpemente imprevistos. Carmen Mola pierde la verosimilitud en muchos momentos, algunos clamorosos. Elena Ferrante es jefa de una unidad de policía porque la autora nos lo dice así, pero no porque se porte como tal. En un momento nos aclara el narrador que Blanco solo sabía como escapar en la oscuridad por lo que había visto en las películas… Eso en una unidad de élite a la que se le supone preparada para cualquier actuación.
La construcción de lo personajes no es mejor que la de trama. Construir un personaje no es solo darles un estado civil, que tópicamente suele ser el de solteros o divorciados, o darles aficiones llamativas para un policía, pongamos hacer karaoke en un bar de la calle Huertas, o darles algún vicio secreto que los martirice, como la ludopatía de Orduño. Eso son recursos que hay que saber manejar, pero que si no están insertos en una verdadera complejidad del personaje son pegotes. Los personajes de “La red púrpura son esquemáticos, borrosos, intercambiables. Tampoco logra la autora crear una dinámica interesante en las relaciones entre ellos; incluso las relaciones sexuales entre Chasca y Zárate, por poner un ejemplo, son de un topicazo indigerible. Igual de torpe es en la creación del ambiente de la comisaría o de la ciudad por más que la autora nos lleve de aquí a allá por tascas , vinotecas o cafeterías madrileños con los que se podría hacer una ruta turística.
El ritmo de la novela es irregular: hay momentos totalmente intrascendentes que ocupan mucho espacio y otros, fundamentales, que se despachan en pocas líneas. Salvo en contadas ocasiones, Carmen Mora no es capaz de crear suspense, y eso, en una novela policiaca, es un pecado imperdonable. La intriga sobre quién es el jefe supremo de la red desfallece una y otra vez. Por lo demás, la sombra de ese personaje no es alargada, no la presentimos detrás de los acontecimientos, como si no operara, aunque luego se nos diga que lo controlaba todo. Cuando descubrimos quién es, cosa que muchos lectores harán mucho antes del desenlace, la decepción es grande. Sacarse un carta de la manga es propia de jugadores tramposos. Para acabar, las escenas de violencia extrema revuelven el estómago y angustian, pero su razón narrativa se pierde cuando se repiten y se amplifican porque no se sabe hacer narrativamente algo mejor.
Como pueden deducir, no les recomiendo esta novela. La primera que escribió Carmen Mola es, según he leído, mucho mejor que la segunda. Quiero creer que la autora se ha precipitado apremiada a publicar de nuevo tras el éxito de “La novia gitana”. Pese a tanto desperfecto, estoy segura de que la escritora tiene talento suficiente para ofrecernos una narración más inteligentemente tramada que “La red púrpura”.
lunes, 12 de agosto de 2019
LOS ASQUEROSOS, DE SANTIAGO LORENZO
Siempre me llena de curiosidad que una novela se convierta en un fenómeno sociológico. "Los asquerosos" tenía buenas críticas en periódicos y blogs, pero bueno... ese es un ámbito muy restringido. Lo verdaderamente sorprendente era ver a tantos viajeros de metro volcados en esta obra, que apareciera en conversaciones con amistades no muy lectoras, que se considerara un regalo de cumpleaños para quedar bien, que volara de mano en mano en todas las bibliotecas de Euskadi. Me estaba resultando un poco "asqueroso" encontrarme con esta novela hasta en la sopa. Así que decidí leerla para ver qué había desatado tal pasión. Y mi conclusión es que Santiago Lorenzo ha conseguido que se juntara el hambre con las ganas de comer. En la novela hay mucha rabia por nuestro presente impresentable. Es un presente que conocemos muy bien, pero que nadie había expresado con ese humor mordaz y algo soez con el que el autor nos dibuja una sonrisa en la cara a la vez que nos rompe algún que otro diente con sus ganchos. Recoge muy bien ese anhelo tan extendido de " a ver si me dejen en paz de una puñetera vez, que esto ya es insoportable". Y como no nos van a dejar en paz y vamos a tener que sufrir a todas las sanguijuelas, y como no somos capaces de hacerles frente ni individual ni colectivamente, la única salida, al menos en nuestras ensoñaciones, es hacer un mutis por el foro, evaporarse, poner tierra por medio entre uno y cualquier otro bípedo que no sea un pájaro con alas. Porque ni los más próximos son nuestros aliados, quedando confirmado lo que dijera el bueno de Jean-Paul, eso de que el infierno son los otros.
Si quieren saber un poco del argumento, lo pueden leer en este enlace.
No estoy convencida de que este libro se recuerde de aquí a una década; es una novela, como decía, que ha sido publicada en el momento en que había un público ávido de este humor con el que se nos cuentan nuestros pesares, nuestro malestar asfixiante, pero también nuestras fantasías evasivas. La novela está bien construida, si bien, hacia la mitad, el autor se engolfa tanto en sus juegos verbales que se pone más bien pesado. La novela se atasca y le pasa a Santiago Lorenzo como al amigo chistoso que hace mucha gracia, pero que, no sabiendo cuándo parar, acaba siendo el único que se ríe de sus chistes. Ciertamente, la novela remonta y la amistad perdura. Espero que Lorenzo me vuelva a hacer pasar una buena tarde con una de sus novelas anteriores, "Los huerfanitos" cuyo título promete.
domingo, 9 de junio de 2019
Berta Isla, de Javier Marías
Pese a su título, no es Berta Isla el eje de esta novela sino su marido, Tom Nevison. Este joven posee un extraordinario talento para la imitación de cualquier voz, de cualquier acento, de cualquier matiz, tanto en inglés como en español; además está dotado de una extraordinaria facilidad para aprender idiomas en un muy poco tiempo. Estas cualidades hacen que los servicios de inteligencia británicos se fijen en él y lo recluten, torciendo de manera nada escrupulosa su negativa inicial. De un día para otro, su futuro va a cambiar radicalmente y su vida queda fuera de sus decisiones. Toca aquí Marías dos temas: el poder del estado para utilizarnos en su instrumento si le conviene y el hecho de que algunas cualidad que podrían ser una bendición se convierten en una maldición Nevison se ve viviendo una vida no elegida; la elegida había sido una vida al lado de Isla Berta, una apacible y próspera vida burguesa en que el amor estaba embridado por una decisión racional largamente pensada.La vida de esta pareja se convierte en largas separaciones de las que Nevison vuelve cambiado, nervioso, como ausente y las largas esperas de Berta Isla, a cuya soledad se va acostumbra con muchos costes. Berta Isla se convierte en la voz de la reflexión, la duda, una penélope forzosa que no sabe lo que es mejor no saber y acaba por aceptarlo. Al principio, la angustia de saberlo en peligro envenena su vida, aunque también se va acostumbrando a ello. Acaba por aceptar que en su marido y en el mundo hay zonas oscuras de las que es mejor no saber nada. Para Isla, su marido se va convirtiendo en un desconocido, como dice una cita de Dickens hacia el final del libro “ cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y lae a su lado”.
Marías analiza aquí lo fluctuante de la identidad y de identificación que los otros hacen de nosotros. Indiga en “un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad” . La extrañeza triunfa sobre el reconocimineto. Hay dos obras que son muy del gusto de Javier Marías que hablan de la vuelta del marido al que se creía muerto o del que no se sabía si continuaba vivo: “ El coronel Chabert”, de Balzac, novela del que hará un profundo análisis en “Enamoramientos” y “La mujer de Martin Guerre”, un libro de Janet Lewis, en que un marido de vuelta al hogar causa dudas sobre su identidad a la mujer, sorprendida de un marido mucho mejor que el que se había ido. Resulta un impostor, pero mejor que el original. Cambio, pérdida de la identidad, extrañamiento de los demás, solución que le dan a la situación...todo esto lo encontramos en esa novelas. Las dudas o sospechas sobre la identidad del otro, nos muestra la solidez o la fragilidad de las relaciones y coloca a los personajes ante difíciles dilemas morales. Berta, llena de dudas y angustias, decide la espera indefinida en el tiempo, la espera abierta en la que conserva una especie de lealtad.
Esta novela de Marías tiene la suficiente calidad y genera la suficiente curiosidad para leer sus más de 500 páginas. No discuto que es toda una proeza mantener una novela tan extensa con dos personajes y solo dos voces narrativas: la tercera persona con la que se nos narra la vida de Tom; la primera persona en la narra Berta Isla. Sin embargo, tiene, en mi opinión, los mismos defectos de los que está aquejada toda su obra. Leyéndolo recuerdo siempre el consejo que se daba a sí mismo Henry James “Muéstralo, no lo digas”. El problema del Marías es que dice demasiado, discursea y muestra muy poco. No es que no tenga esa cualidad como escritor, simplemente le gana siempre su tendencia “filosofante” reflexiva, generalizante. Marías extiende sus párrafos en ramificaciones: se le ocurre una idea y enseguida percibe sus derivaciones, sus asociaciones...y no se resiste a escribirlas. Eso recarga considerablemente la narración. Es su tendencia porque sí sabe mostrar: hay momentos en que nos hace ver a los personajes vivos, como ese rato que pasa Berta Isla mirando desde su balcón al banderillero, un amante ocasional al que conoció con 18 años y al que había vuelto a citar después de 20 años en la cafetería Oriente. Esos minutos están magistralmente narrados. En esos momentos, los lectores “estamos allí”.. Las acciones propiamente dichas de Tom como espía no se nos narran, como si Marías reconociera su incapacidad para la novela de acción. Tampoco sabemos mucho de lo que pasa por el interior de Tom porque Marías lo convierte en un personaje sin introspección ni al autoanálisis. Total que se nos dice muchas abstracciones y generalidades sobre este personaje. Se nos viene a decir que vive torturado, pero realmente no se nos muestra esa tortura interior. Además hay páginas cuya inclusión chirría en la historia como toda la información sobre un episodio en el enfrentamiento entre los unionistas y el IRA. Tampoco veo que haya creado un personaje profundo e inolvidable con Berta Isla. A mí me ha irritado es esquema que sigue Marías en la novela: hombre de acción, ausente largas temporadas del hogar, como Ulises; mujer que lo espera años y años ( Penélope) si no fiel sexualmente, con lealtad, al menos. Es muy cansino ver orbitar la vida de una mujer en torno al héroe o al villano. Es aburrido ver otra vez la dicotomía entre el hombre que trabaja para la Historia y la mujer que se queda en la insignificancia de su domesticidad. Cierto que dedicarse a los grandes asuntos de la historia es el relato con el que se consuela Tom Nevison durante un tiempo.
Pese a los grandes elogios que ha merecido esta novela, a mí me resulta un Marías repetitivo y estancado.
Marías analiza aquí lo fluctuante de la identidad y de identificación que los otros hacen de nosotros. Indiga en “un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad” . La extrañeza triunfa sobre el reconocimineto. Hay dos obras que son muy del gusto de Javier Marías que hablan de la vuelta del marido al que se creía muerto o del que no se sabía si continuaba vivo: “ El coronel Chabert”, de Balzac, novela del que hará un profundo análisis en “Enamoramientos” y “La mujer de Martin Guerre”, un libro de Janet Lewis, en que un marido de vuelta al hogar causa dudas sobre su identidad a la mujer, sorprendida de un marido mucho mejor que el que se había ido. Resulta un impostor, pero mejor que el original. Cambio, pérdida de la identidad, extrañamiento de los demás, solución que le dan a la situación...todo esto lo encontramos en esa novelas. Las dudas o sospechas sobre la identidad del otro, nos muestra la solidez o la fragilidad de las relaciones y coloca a los personajes ante difíciles dilemas morales. Berta, llena de dudas y angustias, decide la espera indefinida en el tiempo, la espera abierta en la que conserva una especie de lealtad.
Esta novela de Marías tiene la suficiente calidad y genera la suficiente curiosidad para leer sus más de 500 páginas. No discuto que es toda una proeza mantener una novela tan extensa con dos personajes y solo dos voces narrativas: la tercera persona con la que se nos narra la vida de Tom; la primera persona en la narra Berta Isla. Sin embargo, tiene, en mi opinión, los mismos defectos de los que está aquejada toda su obra. Leyéndolo recuerdo siempre el consejo que se daba a sí mismo Henry James “Muéstralo, no lo digas”. El problema del Marías es que dice demasiado, discursea y muestra muy poco. No es que no tenga esa cualidad como escritor, simplemente le gana siempre su tendencia “filosofante” reflexiva, generalizante. Marías extiende sus párrafos en ramificaciones: se le ocurre una idea y enseguida percibe sus derivaciones, sus asociaciones...y no se resiste a escribirlas. Eso recarga considerablemente la narración. Es su tendencia porque sí sabe mostrar: hay momentos en que nos hace ver a los personajes vivos, como ese rato que pasa Berta Isla mirando desde su balcón al banderillero, un amante ocasional al que conoció con 18 años y al que había vuelto a citar después de 20 años en la cafetería Oriente. Esos minutos están magistralmente narrados. En esos momentos, los lectores “estamos allí”.. Las acciones propiamente dichas de Tom como espía no se nos narran, como si Marías reconociera su incapacidad para la novela de acción. Tampoco sabemos mucho de lo que pasa por el interior de Tom porque Marías lo convierte en un personaje sin introspección ni al autoanálisis. Total que se nos dice muchas abstracciones y generalidades sobre este personaje. Se nos viene a decir que vive torturado, pero realmente no se nos muestra esa tortura interior. Además hay páginas cuya inclusión chirría en la historia como toda la información sobre un episodio en el enfrentamiento entre los unionistas y el IRA. Tampoco veo que haya creado un personaje profundo e inolvidable con Berta Isla. A mí me ha irritado es esquema que sigue Marías en la novela: hombre de acción, ausente largas temporadas del hogar, como Ulises; mujer que lo espera años y años ( Penélope) si no fiel sexualmente, con lealtad, al menos. Es muy cansino ver orbitar la vida de una mujer en torno al héroe o al villano. Es aburrido ver otra vez la dicotomía entre el hombre que trabaja para la Historia y la mujer que se queda en la insignificancia de su domesticidad. Cierto que dedicarse a los grandes asuntos de la historia es el relato con el que se consuela Tom Nevison durante un tiempo.
Pese a los grandes elogios que ha merecido esta novela, a mí me resulta un Marías repetitivo y estancado.
miércoles, 29 de mayo de 2019
LLUVIA FINA, DE LUIS LANDERO
De Luis Landero, he de confesarlo, solamente había leído su obra más conocida “Los juegos de la edad tardía”. Puede que esa lectura la hiciera a una edad demasiado temprana, y anduviera en busca de otros mensajes por entonces. Después de leer “Lluvia fina”, tengo el sentimiento de haber perdido mucho habiéndome privado tantos años de la obra de este autor.
“Lluvia fina “ es una excelente novela desde su título hasta la última línea, hazaña que los escritores consiguen muy pocas veces. Lo más asombroso es que Landero hace nuevo el viejísimo tema de los rencores familiares enquistados que no dejan nunca de supurar pus infestando el presente y el futuro. Con gran maestría hace de Aurora, un personaje que parece solamente un peón del tablero, la “centralita” por la que pasan todas las voces de los otros personajes: Sonia y Andrea, las hermanas de su marido Gabriel, Sonia,la madre de todos ellos y Horacio, el exmarido de Sonia. Recurre el autor al estilo indirecto libre que modula ágilmente todas las voces y dota a la narración de una cadencia de lluvia fina, de esas que parecen que no calar y, sin embargo, van penetrando insidiosamente hasta los huesos . A Aurora le llega el repiqueteo machacón de las voces que vuelven una y otra vez en cada acontecimiento nimio del presente a sus frustraciones del pasado, a esos momentos de la historia familiar que cada cual recuerda de una manera no solo diferente, sino diametralmente opuesta, como si todos se sintieran víctimas y ninguno aceptara su papel de verdugo. Son seres aferrados a sus desgracias, incapaces de salirse de la narración que se hacen a sí mismos de su pasado; convencidos de que su perspectiva es la única y la verdadera, y condenados a vivir su presente como una secuela ineluctable de lo que los demás le hicieron.
Aurora, con su capacidad de escucha educada y empática, es el recipiente de esos odios cruzados, tanto que parece que no tiene más función en la vida que la escucha pasiva y empática de las desgracias ajenas . Por lo demás, parece que solo ella y Gabriel han alcanzado cierta felicidad en la vida; pero solo lo parece, porque la única historia que Aurora no “escucha” durante mucho tiempo es la propia, la de su matrimonio " modélico con Gabriel, el profesor de filosofía que parece haberse hecho con la piedra filosofal para transmutar todas las desgracias. Por decirlo de alguna manera, Gabriel es el personaje "tapado".
Otro acierto de Landero es condensar en un momento del presente todas las rencillas y odios del pasado. Gabriel propone algo que parece muy inocente: celebrar el cumpleaños de la madre. Tal propuesta para la reconciliación es la que acaba por desatar la guerra total. El final, inesperado y contundente arroja de pronto un relámpago de luz sobre todo lo que ha sabido hasta ese momento el lector. El relámpago ilumina esa lluvia fina que al final se convierte en tormenta.
“Lluvia fina “ es una excelente novela desde su título hasta la última línea, hazaña que los escritores consiguen muy pocas veces. Lo más asombroso es que Landero hace nuevo el viejísimo tema de los rencores familiares enquistados que no dejan nunca de supurar pus infestando el presente y el futuro. Con gran maestría hace de Aurora, un personaje que parece solamente un peón del tablero, la “centralita” por la que pasan todas las voces de los otros personajes: Sonia y Andrea, las hermanas de su marido Gabriel, Sonia,la madre de todos ellos y Horacio, el exmarido de Sonia. Recurre el autor al estilo indirecto libre que modula ágilmente todas las voces y dota a la narración de una cadencia de lluvia fina, de esas que parecen que no calar y, sin embargo, van penetrando insidiosamente hasta los huesos . A Aurora le llega el repiqueteo machacón de las voces que vuelven una y otra vez en cada acontecimiento nimio del presente a sus frustraciones del pasado, a esos momentos de la historia familiar que cada cual recuerda de una manera no solo diferente, sino diametralmente opuesta, como si todos se sintieran víctimas y ninguno aceptara su papel de verdugo. Son seres aferrados a sus desgracias, incapaces de salirse de la narración que se hacen a sí mismos de su pasado; convencidos de que su perspectiva es la única y la verdadera, y condenados a vivir su presente como una secuela ineluctable de lo que los demás le hicieron.
Aurora, con su capacidad de escucha educada y empática, es el recipiente de esos odios cruzados, tanto que parece que no tiene más función en la vida que la escucha pasiva y empática de las desgracias ajenas . Por lo demás, parece que solo ella y Gabriel han alcanzado cierta felicidad en la vida; pero solo lo parece, porque la única historia que Aurora no “escucha” durante mucho tiempo es la propia, la de su matrimonio " modélico con Gabriel, el profesor de filosofía que parece haberse hecho con la piedra filosofal para transmutar todas las desgracias. Por decirlo de alguna manera, Gabriel es el personaje "tapado".
Otro acierto de Landero es condensar en un momento del presente todas las rencillas y odios del pasado. Gabriel propone algo que parece muy inocente: celebrar el cumpleaños de la madre. Tal propuesta para la reconciliación es la que acaba por desatar la guerra total. El final, inesperado y contundente arroja de pronto un relámpago de luz sobre todo lo que ha sabido hasta ese momento el lector. El relámpago ilumina esa lluvia fina que al final se convierte en tormenta.
domingo, 12 de mayo de 2019
CAMBIAR DE IDEA, DE AIXA DE LA CRUZ
Los autores que han escrito sus memorias lo han hecho, generalmente, o en su madurez, o en sus últimos años de existencia. Sorprenden, por tanto, estas memorias, en una escritora que anda por los 30 años. Cierto que hay muchos individuos que a sus 30 años poco tienen que contar; no es el caso de Aixa de la Cruz. Treinta años son muchos en función de cómo se viva y la capacidad de análisis e introspección del autor o autora. Sin lugar a dudas, en toda memoria hay una reelaboración de los recuerdos que ya la acercan a la ficción, por no hablar de lo que directamente es ficción, haya sido esta introducida con plena conciencia o no. No se da en la obra, sin embargo, el juego evidente de la autoficción, tan de moda últimamente, y que ya cansa.
El libro es un torrente de ideas y de experiencias, un intento de explicarse a sí misma en ese momento de entrada en la madurez que culturalmente señala esa edad; por ello, tiene también mucho de novela de aprendizaje: la protagonista quiere conocerse a sí misma para poder seguir por el camino de la vida mejor equipada. En su autoanálisis, la autora no es complaciente consigo misma y es crítica con las ideas mismas que en un momento pensó que formaban parte de su identidad.
Aixa de la Cruz es representante, además, de esos jóvenes para quienes los proyectos que tuvieron sus padres para ellos ya no les sirven. Vemos a una generación de deambulantes, sin casa propia, con matrimonios frágiles, con vocaciones indecisas o carentes de ellas; una generación que piensa que lo que uno no haga por sí mismo no lo va a hacer nadie más por él. En las relaciones hombre-mujer, la visión no es de un feminismo fosilizado. El feminismo aparece como un modo de pensar y actuar que debe someterse a sí mismo a una concienzuda autocrítica. También revisa Aixa de la Cruz el concepto literatura masculina canónica occidental como modelo en el que se ha obligado a escribir a las escritoras, haciéndolas eternamente unas imitadoras que no encuentran su propia voz.
En su desarrollo la novela se encuadra entre dos catástrofe: la primera, el accidente que pudo costar la vida a una de las amigas de la protagonista y el último, el juicio por violación a La manada. Entre uno y otro, asistimos a batallas íntimas de la adolescencia, a un matrimonio fracasado que le permitió, sin embargo, descubrir México, y curarse del eurocentrismo, a las contradicciones, ambivalencias y traiciones de las relaciones sexuales, a las relaciones con su madre y, con quien ella llama, “biopadre”, las relaciones con su propio cuerpo…
Las memorias no siguen un orden cronológico: en realidad, se pueden leer como uno de esos paseos que hacía la protagonista por Sevilla sin plan predeterminado: iba por una calle, torcía por un callejón, hacía círculos en una plaza, repetía calle, pasaba otra vez por un pequeño tramo de otra, volvía al punto de partida, cruzaba por tercera vez una calle... Su estructura temporal también tiene esa forma de deambulación, de itinerancia sin orden.
La obra arrastra, se lee de un tirón, como si fuera imposible resistir al empuje que la misma autora experimentó al escribirla.
miércoles, 8 de mayo de 2019
SARA MESA: CICATRIZ (2015)
Hace una semanas acabé la lectura de Cara de Pan, la novela que Sara Mesa publicó en 2018. Me sorprendió su enfoque de un tema del que no es fácil contar sin caer en tópicos o visiones manidas. Pese a algún escamoteo al lector, la obra me pareció bien trazada, con pulso seguro. Así que decidí leer otro título de la autora.
Cicatriz tiene bastantes aspectos en común con Cara de Pan. A Sara Mesa le gustan las distancias cortas en narrativa, y explora los conflictos entablando una intensa dialéctica entre dos personajes, uno femenino; el otro, masculino.
Sonia y Knut se conocen en internet, en un foro literario en el que Sonia participa para matar las horas insípidas y absurdas de oficina. Fuera ya del foro, establecen una intensa relación que podemos llamar epistolar ( vía e-mail, principalmente). Knut resulta un ser extraño, un outsider, que empieza a enviarle a Sonia primero libros que roba, hecho que Sonia sabe y acepta y después productos de lujo: perfumes, ropa interior de marca... Se establece entre ellos una relación que no deja de ser una lucha de poder, de dominación, de manipulación del lenguaje. Él parece saber muy bien quién es ( solo lo parece, claro); Sonia tiene una visión nebulosa de sí misma.
Página a página vemos cómo Knut va tomando el control de la relación ante una Sonia evasiva, insegura, contradictoria, débil y , sobre todo, inhábil en contrarrestar los ataques de la Razón masculina, que el propio Knut define como " directa y recta", frente a las ambigüedades y indirectas de la femenina.
El reto para el lector es comprender qué pueden buscar cada uno de los personajes en esta relación y , desde luego, la respuesta de que buscan "sexo" no es la correcta. Podría decirse que ambos están tan profundamente solos y carentes de vínculos estabilizadores que buscan crear una relación fantasmal que los salve. Como relación fantasmal que es, no llena al fin el vacío y la desesperanza de ninguno, pero al menos al Sonia le irá revelando lo poco que se conoce a sí misma, la superficialidad de su pensamiento, lo recóndito de la motivación de sus actos. En Knut encontramos un desesperado y fracasado intento de dominar la realidad a través del robo, a través de un examen maniático de la comunicación, a través de la imposición de sus ficciones a otra mente.
Sara Mesa consigue mantener en la novela un ambiente turbio de tensión. El lector siempre está alerta, consciente de que los personajes son funambulistas que se pueden precipitar mortalmente del alambre. Pese a que la novela básicamente está construida sobre estos dos personajes, es bien visible a través de ellos una sociedad líquida, de seres desorientados, que no encuentran en sus vínculos el sentido de la vida, pero que tampoco la encuentran en sí mismos por más que indaguen en ella.
Es, en mi opinión, una novela triste y pesimista, que habla de la imposibilidad de comunión y comunicación entre los seres humanos, que están, sin embargo, condenados a buscarse.
Cicatriz tiene bastantes aspectos en común con Cara de Pan. A Sara Mesa le gustan las distancias cortas en narrativa, y explora los conflictos entablando una intensa dialéctica entre dos personajes, uno femenino; el otro, masculino.
Sonia y Knut se conocen en internet, en un foro literario en el que Sonia participa para matar las horas insípidas y absurdas de oficina. Fuera ya del foro, establecen una intensa relación que podemos llamar epistolar ( vía e-mail, principalmente). Knut resulta un ser extraño, un outsider, que empieza a enviarle a Sonia primero libros que roba, hecho que Sonia sabe y acepta y después productos de lujo: perfumes, ropa interior de marca... Se establece entre ellos una relación que no deja de ser una lucha de poder, de dominación, de manipulación del lenguaje. Él parece saber muy bien quién es ( solo lo parece, claro); Sonia tiene una visión nebulosa de sí misma.
Página a página vemos cómo Knut va tomando el control de la relación ante una Sonia evasiva, insegura, contradictoria, débil y , sobre todo, inhábil en contrarrestar los ataques de la Razón masculina, que el propio Knut define como " directa y recta", frente a las ambigüedades y indirectas de la femenina.
El reto para el lector es comprender qué pueden buscar cada uno de los personajes en esta relación y , desde luego, la respuesta de que buscan "sexo" no es la correcta. Podría decirse que ambos están tan profundamente solos y carentes de vínculos estabilizadores que buscan crear una relación fantasmal que los salve. Como relación fantasmal que es, no llena al fin el vacío y la desesperanza de ninguno, pero al menos al Sonia le irá revelando lo poco que se conoce a sí misma, la superficialidad de su pensamiento, lo recóndito de la motivación de sus actos. En Knut encontramos un desesperado y fracasado intento de dominar la realidad a través del robo, a través de un examen maniático de la comunicación, a través de la imposición de sus ficciones a otra mente.
Sara Mesa consigue mantener en la novela un ambiente turbio de tensión. El lector siempre está alerta, consciente de que los personajes son funambulistas que se pueden precipitar mortalmente del alambre. Pese a que la novela básicamente está construida sobre estos dos personajes, es bien visible a través de ellos una sociedad líquida, de seres desorientados, que no encuentran en sus vínculos el sentido de la vida, pero que tampoco la encuentran en sí mismos por más que indaguen en ella.
Es, en mi opinión, una novela triste y pesimista, que habla de la imposibilidad de comunión y comunicación entre los seres humanos, que están, sin embargo, condenados a buscarse.
domingo, 5 de mayo de 2019
EL LUMINOSO REGALO. MANUEL VILAS
Hay pocas novelas que condensen en su título una afirmación, y de manera irónica, su negación. El título, El luminoso regalo, se refiere a un don especial de Víctor DIlan para atraer de manera irresistible a las mujeres, especialmente a las de larga cabellera rubia, altas, lectoras, profesionales todas ellas: periodistas, médicos filólogas,universitarias. Le permite atraer a las mujeres más “cotizadas” en el mercado erótico. Solo que ese luminoso regalo resulta ser también un regalo envenenado, un don que domina a quien lo posee y lo lleva a la destrucción. Siguiendo un viejo tópico occidental, Eros y Tánatos se buscan siempre y acaban encontrándose.
Durante un tiempo la vida donjuanesca de Dilan no hará naufragar su matrimonio con Elena, su centro de gravitación, como dice él: no es que Elena no supiera de esas infidelidades, pero también ella vivía bajo el hechizo de su marido. Todo cambia cuando Dilan conoce a Ester, la Bruja. Con ella aumenta el número de copas que tiene que beberse para borrar la realidad, el número de viagras al que tiene que recurrir para prolongar sus sesiones de sexiboxing y su conciencia de que en la sexualidad habitan las tinieblas del abismo, de la muerte. Significativamente la novela se abre con una larga descripción de la personalidad de Ester: pocas páginas en la historia de la literatura destilan tanto odio a una mujer. Dilan ha dado con eso que, en otras épocas más poéticas, llamaban mujer fatal. Vilan se siente atraído por la personificación del Mal, por la misma amante del diablo, la Bruja. Ester (de nombre bíblico ) es la encarnación de la Maldad: no se enamora de ningún hombre por imposibilidad connatural, los utiliza y los abandona con crueldad , los traiciona con sadismo, los olvida para siempre; pese a ello o por eso, su sexo atrapa a todos los hombres como una droga dura. Mientras a Dilan su adicción al sexo no le impide ser un amado marido, un padre admirado, un cotizado escritor y un buen amigo, a Ester su sexualidad obsesiva de “ninfomana” le atrae el castigo de la naturaleza ( es estéril) y el repudio de la sociedad (es una puta). No puede ser esposa ni madre ni amiga. Ester es el sexo sin amor, sin matrimonio, sin moralidad, sin reproducción. Vilas parece convertir a Ester en el símbolo del sexo como una fuerza primitiva incontrolada por el sujeto y por la sociedad; es una fuerza bruta que destruye y autodestruye y resurge una y otra vez. Dilan es instrumento de esta misma fuerza irremediable, pero tiene conciencia de ella e intenta disfrazarla (por algo es escritor, creador de constructos) de trascendencia universal al hacerla inseparable del amor, de la adoración, porque Dilan cree amar a todas las mujeres, aunque por sus limitaciones humanas solo se pueda follar a unos cuantos cientos de ellas; su deseo, que no es más que un deseo de poder ilimitado, lo pueden resumir muy bien estos versos de Byron:
“Amo el sexo y a veces invertiría aquel deseo
del déspota “ de que los hombres tuvieran
un solo cuello que, con fuerte mandoble,
é l cortaría en dos”.
mi deseo es así de ambicioso, pero más inofensivo
y mucho más tierno, después de todo, que agresivo
( y no solo ahora sino cuando era un muchacho):
que todas las mujeres tuvieran una boca
que yo pudiera besar a la vez.
La obra de Vila es un esfuerzo monumental por ocultar esa desmesurada ansia de posesión y adornarla, como hicieron tantos donjuanes románticos, con el manto de la ternura, la devoción y la literatura.
La novela, claro está, no pretende ser una novela erótica o pornográfica del tipo “sonrisa vertical”. Seguramente Vilas no ha escrito esta novela para alentar los impulsos masturbatorios de sus lectores. Las numerosas escenas de sexo están ahí con la pretensión de enfrentar al lector a un código más complejo: el sexo como metáfora de la vida, de nuestra sociedad, de la búsqueda de sentido, del sentido moral… a saber. Para conseguirlo Vilas no necesitaba acabar aburriendo con la retahíla de encuentros sexuales que parecen fabricados en serie, con sus rubias de pelo largo y ojos claros, el besito del encuentro, las miradas y las citas fulminantes en un hotel cercano donde caen todos los tabúes de los timoratos. A estas alturas a poca gente le puede escandalizar el vocabulario crudo que utilizan los personajes de Vilas y sus prácticas sexuales, que por lo demás parecen el catálogo de una web de citas . Vilas no amplía en nada el vocabulario erótico: recurre a un repertorio poco variado, muy conocido, lleno de clichés; pasadas unas cuantas aventuras su narración produce bostezos como los produce la décima repetición erótico-gimnástica del Marqués de Sade. Parece que a Vilas le cuesta mucho tirar hojas a la papelera, cribar. Cierto que las repeticiones transmiten al principio el carácter obsesivo del protagonista, pero llega un momento en que más que un personaje obsesionado, Dilan resulta un pesado. El protagonista es un donjuán irresistible para sus amantes rubias, pero carece de atractivo para las lectoras, al contrario de otros donjuanes literarios que atraían “fuera” y “dentro” de la novela.
De esa falta de variedad, de esa repetición cansina, no se salva la novela por el hecho de que el autor introduzca distintas voces narrativas. Da igual que Víctor hable en primera persona, o lo haga una narrador en tercera persona; da igual que en algunos momentos ( pocos) oigamos directamente a Ester: la novela está dominada por el punto de vista de Víctor Dilan. Hasta tal punto es así que, cuando oímos la voz de Ester lo hacemos teniendo en cuenta las prevenciones dadas por Dilan: es una mentirosa, una persona que tiene una falsa percepción de sí misma. Dilan domina con su punto de vista; el autor le proporciona una posición de poder.
En algún sitio he leído que en “El luminoso regalo” la experiencia del sexo como una fuerza vital indomeñable es una crítica al capitalismo que domesticaría ese impulso poderoso. Más bien parece lo contrario:la sexualidad de Dilan y Ester es una apoteosis del capitalismo tal y como lo vive o lo fantasea la clase media alta: el sexo es la mercancía fetiche con mayor valor de cambio. El delirio sexual de Dilan y de Ester es el delirio de la acumulación capitalista aumentar el capital sin fin) cuyo único drama actual es saber que, dados los límites del crecimiento, la acumulación ad infinitum es imposible. El sexo es para esa clase media acomodada lo que el capital es para la élite. Por lo demás, los personajes de Vilas parecen vivir en una España que me es totalmente ajena: un país ario, de rubios y altos ejemplares, todos ellos cultos lectores, todos ellos brillantes profesionales, protegidos de la crisis devastadora que sufre la mayoría de la sociedad. Nada se sabe de esa España morena, canosa o calva , golpeada por el paro, la precariedad laboral, las deudas, la falta de horizonte vital, y cuyo problema principal no es precisamente no poder añadir diariamente a su cuenta un nuevo orgasmo cósmico con brujas o diosas.
Durante un tiempo la vida donjuanesca de Dilan no hará naufragar su matrimonio con Elena, su centro de gravitación, como dice él: no es que Elena no supiera de esas infidelidades, pero también ella vivía bajo el hechizo de su marido. Todo cambia cuando Dilan conoce a Ester, la Bruja. Con ella aumenta el número de copas que tiene que beberse para borrar la realidad, el número de viagras al que tiene que recurrir para prolongar sus sesiones de sexiboxing y su conciencia de que en la sexualidad habitan las tinieblas del abismo, de la muerte. Significativamente la novela se abre con una larga descripción de la personalidad de Ester: pocas páginas en la historia de la literatura destilan tanto odio a una mujer. Dilan ha dado con eso que, en otras épocas más poéticas, llamaban mujer fatal. Vilan se siente atraído por la personificación del Mal, por la misma amante del diablo, la Bruja. Ester (de nombre bíblico ) es la encarnación de la Maldad: no se enamora de ningún hombre por imposibilidad connatural, los utiliza y los abandona con crueldad , los traiciona con sadismo, los olvida para siempre; pese a ello o por eso, su sexo atrapa a todos los hombres como una droga dura. Mientras a Dilan su adicción al sexo no le impide ser un amado marido, un padre admirado, un cotizado escritor y un buen amigo, a Ester su sexualidad obsesiva de “ninfomana” le atrae el castigo de la naturaleza ( es estéril) y el repudio de la sociedad (es una puta). No puede ser esposa ni madre ni amiga. Ester es el sexo sin amor, sin matrimonio, sin moralidad, sin reproducción. Vilas parece convertir a Ester en el símbolo del sexo como una fuerza primitiva incontrolada por el sujeto y por la sociedad; es una fuerza bruta que destruye y autodestruye y resurge una y otra vez. Dilan es instrumento de esta misma fuerza irremediable, pero tiene conciencia de ella e intenta disfrazarla (por algo es escritor, creador de constructos) de trascendencia universal al hacerla inseparable del amor, de la adoración, porque Dilan cree amar a todas las mujeres, aunque por sus limitaciones humanas solo se pueda follar a unos cuantos cientos de ellas; su deseo, que no es más que un deseo de poder ilimitado, lo pueden resumir muy bien estos versos de Byron:
“Amo el sexo y a veces invertiría aquel deseo
del déspota “ de que los hombres tuvieran
un solo cuello que, con fuerte mandoble,
é l cortaría en dos”.
mi deseo es así de ambicioso, pero más inofensivo
y mucho más tierno, después de todo, que agresivo
( y no solo ahora sino cuando era un muchacho):
que todas las mujeres tuvieran una boca
que yo pudiera besar a la vez.
La obra de Vila es un esfuerzo monumental por ocultar esa desmesurada ansia de posesión y adornarla, como hicieron tantos donjuanes románticos, con el manto de la ternura, la devoción y la literatura.
La novela, claro está, no pretende ser una novela erótica o pornográfica del tipo “sonrisa vertical”. Seguramente Vilas no ha escrito esta novela para alentar los impulsos masturbatorios de sus lectores. Las numerosas escenas de sexo están ahí con la pretensión de enfrentar al lector a un código más complejo: el sexo como metáfora de la vida, de nuestra sociedad, de la búsqueda de sentido, del sentido moral… a saber. Para conseguirlo Vilas no necesitaba acabar aburriendo con la retahíla de encuentros sexuales que parecen fabricados en serie, con sus rubias de pelo largo y ojos claros, el besito del encuentro, las miradas y las citas fulminantes en un hotel cercano donde caen todos los tabúes de los timoratos. A estas alturas a poca gente le puede escandalizar el vocabulario crudo que utilizan los personajes de Vilas y sus prácticas sexuales, que por lo demás parecen el catálogo de una web de citas . Vilas no amplía en nada el vocabulario erótico: recurre a un repertorio poco variado, muy conocido, lleno de clichés; pasadas unas cuantas aventuras su narración produce bostezos como los produce la décima repetición erótico-gimnástica del Marqués de Sade. Parece que a Vilas le cuesta mucho tirar hojas a la papelera, cribar. Cierto que las repeticiones transmiten al principio el carácter obsesivo del protagonista, pero llega un momento en que más que un personaje obsesionado, Dilan resulta un pesado. El protagonista es un donjuán irresistible para sus amantes rubias, pero carece de atractivo para las lectoras, al contrario de otros donjuanes literarios que atraían “fuera” y “dentro” de la novela.
De esa falta de variedad, de esa repetición cansina, no se salva la novela por el hecho de que el autor introduzca distintas voces narrativas. Da igual que Víctor hable en primera persona, o lo haga una narrador en tercera persona; da igual que en algunos momentos ( pocos) oigamos directamente a Ester: la novela está dominada por el punto de vista de Víctor Dilan. Hasta tal punto es así que, cuando oímos la voz de Ester lo hacemos teniendo en cuenta las prevenciones dadas por Dilan: es una mentirosa, una persona que tiene una falsa percepción de sí misma. Dilan domina con su punto de vista; el autor le proporciona una posición de poder.
En algún sitio he leído que en “El luminoso regalo” la experiencia del sexo como una fuerza vital indomeñable es una crítica al capitalismo que domesticaría ese impulso poderoso. Más bien parece lo contrario:la sexualidad de Dilan y Ester es una apoteosis del capitalismo tal y como lo vive o lo fantasea la clase media alta: el sexo es la mercancía fetiche con mayor valor de cambio. El delirio sexual de Dilan y de Ester es el delirio de la acumulación capitalista aumentar el capital sin fin) cuyo único drama actual es saber que, dados los límites del crecimiento, la acumulación ad infinitum es imposible. El sexo es para esa clase media acomodada lo que el capital es para la élite. Por lo demás, los personajes de Vilas parecen vivir en una España que me es totalmente ajena: un país ario, de rubios y altos ejemplares, todos ellos cultos lectores, todos ellos brillantes profesionales, protegidos de la crisis devastadora que sufre la mayoría de la sociedad. Nada se sabe de esa España morena, canosa o calva , golpeada por el paro, la precariedad laboral, las deudas, la falta de horizonte vital, y cuyo problema principal no es precisamente no poder añadir diariamente a su cuenta un nuevo orgasmo cósmico con brujas o diosas.
miércoles, 24 de abril de 2019
Formas de estar lejos, de Edurne Portela
A veces me sorprenden las casualidades como si tuviera que buscarles un sentido. En cuestión de quince días he leído dos novelas con muchos puntos en común: las protagonistas son profesoras de literatura, trabajan en un centro de alumnos de clase alta en el que ocurren cosas terrible, y viven en un ambiente de miedo, de amenaza y de soledad. La primera de esas novelas es Mandíbula, de la ecuatoriana Mónica Ojeda; la segunda, Formas de estar lejos, de la española Edurne Portela.
Mónica Ojeda prescinde de personajes masculinos como fuente oculta o evidente de terror y violencia puesto que en su novela es en la red de relaciones femeninas donde se teje estos; Edurne Portela, por su parte, intenta plasmar las formas de la violencia masculina en el interior de la pareja, huyendo de esquematismos y procurando desvelar, por una parte, por qué a Alicia, la protagonista, se le hace tan difícil percibir los síntomas que van anunciando desde las primeras etapas de la relación el carácter destructivo de su pareja y por otra, de dónde proceden las pulsiones dominantes, controladoras y violentas de Matty, el marido. En definitiva, indaga en la pregunta sobre qué mecanismo hacen que una mujer inteligente en su vida profesional se deje llevar de manera casi inerme por una relación de dominación en su vida privada y qué hace que un hombre acabe por creer que es amor el deseo de dominación y de sometimiento de su pareja.
La trama se enriquece por el hecho de que Alicia trabaje en los Estados Unidos, se haya casado con un estadounidense y haya sido incapaz de hacerse de una red de relaciones afectivas que amortigüen el alejamiento de su familia y de sus amistades. Y es que bajo la superficie quebradiza de su éxito profesional, el sentimiento de aislamiento y de soledad de Alicia es demoledor. La joven intenta protegerse mediante el trabajo, pero también se aísla y se enajena en él. La literatura ( recordemos que es profesora de literatura española) es para ella otro modo de enajenación que la inhibe de tener que mirar su propia realidad, si bien es la literatura (su conversión en escritora), la que le permitirá, finalmente, enfrentarse a ella.
En mi opinión, es un gran acierto que la autora haya convertido a su protagonista en una extranjera, una "hispana", en Estados Unidos, porque, si bien Portela se centra en la génesis y desarrollo de la relación destructiva de Alicia y Matty, su marido, el lector percibe con nitidez el ambiente de violencia en este país norteamericano, una sociedad marcada por un racismo estructural y por una fuerte división de clases. La propia Universidad aparece como un lugar inhóspito, brillante en la superficie, tenebroso en el fondo, donde estudiantes y profesores de Humanidades muestran todo menos humanidad. La literatura ( su lectura, su interpretación) aparece como un ejercicio laboral o como un adorno individual de pedantes. Es significativo que la protagonista, ávida lectora y laureada intérprete de textos, sea tan incapaz de leer la realidad y esté tan incapacitada para actuar sobre otra cosa que no sea su currículum profesional. Porque Alicia no es solo víctima de un hombre incapaz de controlar sus impulsos violentos de dominación, sino que es a la vez alguien incapaz de posicionarse activamente a favor de otras víctimas de violencias que ella descubre en el campus universitario o fuera de él y para las que no tiene sino una pasajera y huidiza reacción de empatía, cuando la tiene. Una reacción muy semejante, por otra parte, a la que tenía parte de la sociedad vasca ante las víctimas del terrorismo. Porque otro dato que no se puede olvidar para interpretar esta novela es que Alicia es una joven vasca que se va a EEUU en la década de los 90 y que lleva en su equipaje, para abrigarse, una mantilla de su amama ( "abuela"en euskera) en la que aparece el logotipo EAJ/PNV ( Partido Nacionalista Vasco). Este subtema no es un pegote en la novela, se articula bien en ella, aunque para aquellos que no conozcan un poco de la historia del País Vasco en esas décadas pueda pasar algo desapercibido.
Concluyendo, me ha parecido una novela francamente interesante que huye de los estereotipos en un tema espinoso y difícil, si bien la autora se excede en su afán de análisis dejando poco campo al propio análisis del lector. Las tramas secundarias, que no desarrolla y que aparecen y desaparecen un poco injustificadamente, también son un problema de la estructura de la novela.Sin embargo, todo anuncia en esta novela a una gran escritora.
Mónica Ojeda prescinde de personajes masculinos como fuente oculta o evidente de terror y violencia puesto que en su novela es en la red de relaciones femeninas donde se teje estos; Edurne Portela, por su parte, intenta plasmar las formas de la violencia masculina en el interior de la pareja, huyendo de esquematismos y procurando desvelar, por una parte, por qué a Alicia, la protagonista, se le hace tan difícil percibir los síntomas que van anunciando desde las primeras etapas de la relación el carácter destructivo de su pareja y por otra, de dónde proceden las pulsiones dominantes, controladoras y violentas de Matty, el marido. En definitiva, indaga en la pregunta sobre qué mecanismo hacen que una mujer inteligente en su vida profesional se deje llevar de manera casi inerme por una relación de dominación en su vida privada y qué hace que un hombre acabe por creer que es amor el deseo de dominación y de sometimiento de su pareja.
La trama se enriquece por el hecho de que Alicia trabaje en los Estados Unidos, se haya casado con un estadounidense y haya sido incapaz de hacerse de una red de relaciones afectivas que amortigüen el alejamiento de su familia y de sus amistades. Y es que bajo la superficie quebradiza de su éxito profesional, el sentimiento de aislamiento y de soledad de Alicia es demoledor. La joven intenta protegerse mediante el trabajo, pero también se aísla y se enajena en él. La literatura ( recordemos que es profesora de literatura española) es para ella otro modo de enajenación que la inhibe de tener que mirar su propia realidad, si bien es la literatura (su conversión en escritora), la que le permitirá, finalmente, enfrentarse a ella.
En mi opinión, es un gran acierto que la autora haya convertido a su protagonista en una extranjera, una "hispana", en Estados Unidos, porque, si bien Portela se centra en la génesis y desarrollo de la relación destructiva de Alicia y Matty, su marido, el lector percibe con nitidez el ambiente de violencia en este país norteamericano, una sociedad marcada por un racismo estructural y por una fuerte división de clases. La propia Universidad aparece como un lugar inhóspito, brillante en la superficie, tenebroso en el fondo, donde estudiantes y profesores de Humanidades muestran todo menos humanidad. La literatura ( su lectura, su interpretación) aparece como un ejercicio laboral o como un adorno individual de pedantes. Es significativo que la protagonista, ávida lectora y laureada intérprete de textos, sea tan incapaz de leer la realidad y esté tan incapacitada para actuar sobre otra cosa que no sea su currículum profesional. Porque Alicia no es solo víctima de un hombre incapaz de controlar sus impulsos violentos de dominación, sino que es a la vez alguien incapaz de posicionarse activamente a favor de otras víctimas de violencias que ella descubre en el campus universitario o fuera de él y para las que no tiene sino una pasajera y huidiza reacción de empatía, cuando la tiene. Una reacción muy semejante, por otra parte, a la que tenía parte de la sociedad vasca ante las víctimas del terrorismo. Porque otro dato que no se puede olvidar para interpretar esta novela es que Alicia es una joven vasca que se va a EEUU en la década de los 90 y que lleva en su equipaje, para abrigarse, una mantilla de su amama ( "abuela"en euskera) en la que aparece el logotipo EAJ/PNV ( Partido Nacionalista Vasco). Este subtema no es un pegote en la novela, se articula bien en ella, aunque para aquellos que no conozcan un poco de la historia del País Vasco en esas décadas pueda pasar algo desapercibido.
Concluyendo, me ha parecido una novela francamente interesante que huye de los estereotipos en un tema espinoso y difícil, si bien la autora se excede en su afán de análisis dejando poco campo al propio análisis del lector. Las tramas secundarias, que no desarrolla y que aparecen y desaparecen un poco injustificadamente, también son un problema de la estructura de la novela.Sin embargo, todo anuncia en esta novela a una gran escritora.
domingo, 3 de febrero de 2019
Azul serenidad o la muerte de los seres querido de Luis Mateo Díez
Quien ha leído algo de la narrativa de Luis Mateo Díez conoce su escaso gusto por el tono del yo íntimo de la primera persona. Así que al acometer el reto de hablar de algo tan personal e intransferible como el duelo por la pérdida de dos seres queridos, el esfuerzo ha tenido que ser notable. Ese esfuerzo se nota en el estilo de la obra. No me cuesta nada imaginar a Mateo Díez suprimiendo palabras, acortando la oración, sopesando el uso de cada término, como quien teme caer en el sentimentalismo, pero también en la sequedad emocional. El tono es de una contenida emoción que nunca cae en el exhibicionismo ni en el impudor. Este libro, escrito, parece, como búsqueda de un consuelo imposible y de un homenaje posible, busca singularizar ese dolor que se puede parecer al de muchos de los que viven un duelo, pero que es, lógicamente, diferente.
Desde luego, quien busque un libro de autoayuda, que se olvide: en el balance entre el dolor y la aceptación, lo que pesa irremediablemente para siempre es el vacío dejado. Vivir con las ausencias no es un aprendizaje es el resultado de que el tiempo sigue, la rutina debe imponerse, aunque ya nada pueda volver a ser igual.
El empeño en que ha salido victoriosos Mateo Díez es en el de transmitirnos su cariño por esos dos seres que se le fueron: su sobrina Sonia, una joven fotógrafa que puso fin a su vida en una de sus crisis, y su cuñada Charo, a quien arrebata la vida una enfermedad inmisericorde en un mes. Entre la muerte de una y otra transcurren seis meses, sucesión que anonada el ánimo más estoico.
Esas dos muertes le llevan al escritor a la convocatoria de otras sombras del pasado, otros seres queridos (padres y tíos) que se fueron y que solamente en las palabras del escritor pueden mantener algo de lo que fueron en este mundo: Aquí el tono del narrador es más nostálgico que doliente. Esas ausencias son las previstas por el decurso de la vida mientras que las de Sonia y Charo son una traición a lo que la vida creemos que nos tiene casi asegurado. La rebelión contra ese poder tan arbitrario sea quizá el origen de la necesidad de hacer a nuestros seres queridos, como decía Delphine de Vigan, una tumba de papel.
Desde luego, quien busque un libro de autoayuda, que se olvide: en el balance entre el dolor y la aceptación, lo que pesa irremediablemente para siempre es el vacío dejado. Vivir con las ausencias no es un aprendizaje es el resultado de que el tiempo sigue, la rutina debe imponerse, aunque ya nada pueda volver a ser igual.
El empeño en que ha salido victoriosos Mateo Díez es en el de transmitirnos su cariño por esos dos seres que se le fueron: su sobrina Sonia, una joven fotógrafa que puso fin a su vida en una de sus crisis, y su cuñada Charo, a quien arrebata la vida una enfermedad inmisericorde en un mes. Entre la muerte de una y otra transcurren seis meses, sucesión que anonada el ánimo más estoico.
Esas dos muertes le llevan al escritor a la convocatoria de otras sombras del pasado, otros seres queridos (padres y tíos) que se fueron y que solamente en las palabras del escritor pueden mantener algo de lo que fueron en este mundo: Aquí el tono del narrador es más nostálgico que doliente. Esas ausencias son las previstas por el decurso de la vida mientras que las de Sonia y Charo son una traición a lo que la vida creemos que nos tiene casi asegurado. La rebelión contra ese poder tan arbitrario sea quizá el origen de la necesidad de hacer a nuestros seres queridos, como decía Delphine de Vigan, una tumba de papel.
lunes, 28 de enero de 2019
CARA DE PAN, DE SARA MESA: UNA MASA A MEDIO HACER
No hay escaparate de librería en el que falte Cara de Pan, de Sara Mesa. Siempre le cabe a uno la sospecha de que, a más de los méritos de la escritora, hay detrás un potente trabajo de mercadeo, como lo llaman los argentinos. Es precisamente esa sospecha la que me había hecho dudar a la hora de leer esta novela breve. Mi impresiones, tras su lectura, son ambiguas. La novela tiene bastantes fortalezas y algunas debilidades.
Empecemos por las fortalezas: Sara Mesa se atreve con una historia que puede resultar muy espinosa y sale bien parada del atrevimiento. La relación entre una niña y un viejo está vinculada en el imaginario literario a Lolita y a las noticias periodísticas sobre abusos a menores. Mesa juega con esa tensión heredada; sin embargo, la historia está escrita con claves muy diferentes: sus dos personajes, la niña Casi y el Viejo, son dos desarraigados de un mundo donde no encajan, y que se encuentran por casualidad en un rincón "secreto" del parque. La relación toma un rumbo inesperado, aunque su colapso traumático sobrevuela continuamente la narración. ¿En qué consiste esa relación entre Casi y Viejo? La respuesta a eso es el motivo por el merece la pena leer la novela.
Sara Mesa se ha propuesto romper con esquemas preconcebidos y con tópicos, y solo lo ha conseguido a medias. En la creación del personaje del Viejo es brillante: vemos, sentimos, nos creemos a ese personaje; casi esperamos encontrarlo por el parque de nuestra ciudad. La primera debilidad de la novela es la creación del personaje de Casi, que es un poco más estereotipada, más previsible de lo deseable, aunque Mesa haya hecho un gran esfuerzo por salirse de lo trillado. Donde falla estrepitosamente la autora es en los personajes secundarios: topicazos sobre los docentes de Casi, topicazos sobre los psicólogos de Viejo, topicazos sobre los padres de la adolescente.
Se nota en la novela que Sara Mesa ha hecho un gran esfuerzo por encontrar el tono y el ritmo narrativo adecuados. Lo consigue en las 100 primeras páginas: terso y tenso, el tono y el ritmo nos avisan de que nos precipitamos a un conflicto que no crean los personajes sino la mirada exterior que los va a juzgar. El lector sabe que un conflicto grave espera agazapado detrás de algún arbusto. Pero... Sara Mesa le esmotea al lector la parte de más interés: el desarrollo del conflicto. Es como si no hubiera tenido fuerzas para llevarnos a la ciénaga en la que embarrarán a la adolescente y al viejo. Así que hace una gran elipsis para llevarnos al desenlace. A Mesa le faltan tablas para desarrollar esa parte donde sí que explotan los estereotipos y la sociedad se muestra vengadora. Claro, se hubiera perdido el tono ligeramente lírico de la narración... El final es, pues, decepcionante, propio de una autora que aún no tiene maestría para mantener el tipo en los episodios de fuerte conflictividad de la historia.
En resumen, es una novela que me merece la pena ser leída, sobre todo, porque sus aspectos brillantes auguran a una gran escritora.
lunes, 1 de octubre de 2018
LOS CINCO Y YO, DE ANTONIO OREJUDO
Los Cinco y Yo, de Antonio Orejudo |
LOS CINCO Y YO, de Antonio Orejudo, es una novela de aprendizaje de una generación, la de los nacidos en los 60, que se ha visto poco retratada en la literatura. Orejudo, dentro del subgénero de la autoficción, va dibujándola, contorneándola con humor inteligente, entregándonos claves de comprensión inesperadas. Su mayor acierto parte de tomar las lecturas juveniles de los muchachos y muchachas de Baby Boom como referente vertebrador y no grandes obras de la literatura o del pensamiento como hacen otras reconstrucciones generacionales. Esto le da a la novela frescura, originalidad y autenticidad. Pocos escritores reconocen en su autobiografía sentimental esas primeras lecturas adolescentes de la considerada baja cultura y, de creerlos, la mayoría con catorce años ya leían a Scott Fitzgerald o a Dos Passos, como poco.
Quienes pertenecemos a la generación del autor nos encontramos con nuestro propio pasado en el renacimiento de esos personajes de Enid Blyton que acompañaron nuestras horas de siesta o nuestras tardes de invierno desde el final de la infancia al final de la adolescencia. Acierta Ovejero al interpretar la atracción irresistible de esas historias sobre nosotros y su contraste con nuestras vidas de niños de familias recién llegadas del campo a la ciudades en el Tardofranquismo. Entonces, ningún análisis ideológico nos impedía identificarnos con aquellos muchachos felices, de padres acomodados, que se movían siempre hacia una aventura y vivían sin la tutela asfixiante de sus padres, es más, alentados en su libertad de movimientos por ellos. Releer estas novelas juveniles, solo está indicado como lo ha hecho Ovejero, para utilizarlas literariamente. Releerlas buscando recuperar la magia de aquel tiempo, la lectura apasionante, el gozo de entrar en una ficción haciéndola por unas horas nuestra propia existencia, es tarea inútil y destruye unos recuerdos que deberían atesorarse sin dejar que se escapen al volver a abrir las tapas de esos libros. Porque en esas relecturas de adultos no entendemos qué puede haber de emocionante en ver comer a otros pastel de carne o beber cerveza de jengibre; ya no nos pone el corazón palpitante que Dick se cuelge de una cuerda para bajar a un pozo, no entendemos qué pudo encantarnos en el pedaleo de los Cinco subiendo colinas y repechos, acampando entre las hierbas de los campos de Inglaterra.
Como los Cinco son eternamente adolescentes en las páginas de Enid Blyton, Ovejero recurre a dos recursos para que crezcan como lo han hecho sus lectores de los 70. Para ello glosa una novela apócrifa de Rafael Reig en que este sigue las vidas de los personajes de los Cinco hasta la edad que el propio autor tiene en el momento en que escribe, es decir, hasta la cincuentena. Esa vida adulta de los Cinco, pese a estar tratada de manera paródica, ofrece un balance desolador: en su retrato nos muestra como una generación acomodaticia que creyó que consumir drogas era progre y se metió en negocios sucios mostrando una fachada de honradez. Al fin y al cabo, una generación que no se distingue por ninguna conquista especial, que siguió el camino abierto por los hermanos mayores, que no cuestionó al poder y que seguramente se creyó el cuento de la Transición y el "Ya somos europeos" a pies juntillas. Un generación sin relato. La parodia se amplia con los lectores cincuentones de Edit Blyton que han creado un club, hacen visitas fetichistas a los lugares donde trascurren las novelas y pelean acaloradamente sobre la interpretación de la obra.
Puede decirse que la novela es un ajuste de cuentas amable con la generación del baby boom, que solo tiene como característica ser abundante y haber crecido aspirando a la libertad y las meriendas de los niños ricos cuyas aventuras no comportaban realmente ningún riesgo porque siempre encontraban el pasadizo secreto que los salvaba.
lunes, 30 de julio de 2018
EL DOLOR DE LOS DEMÁS, DE MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ
No hay peor sensación al terminar la lectura de un novela que la de haber perdido el tiempo; en realidad, antes de la página 30 ya sabía que la novela era mala y que seguir leyéndola no era sino darle oportunidades inútiles. "El dolor de los demás" de Miguel Ángel Hernández es de la peores novelas que he leído en los últimos años. La novela se inscribe en la autoficción; el protagonista narrador, el propio Miguel Ángel, se propone entender al autor de un crimen real: su amigo de la adolescencia, Nicolás, que había asesinado a su propia hermana, Rosi. La novela cuenta intercaladamente cómo se va haciendo la novela y cómo realiza una investigación que le lleva al autor a los lugares de su infancia y adolescencia; la novela se convierte, por tanto, en una reflexión sobre su pasado y su presente . Solo mencionaré algunos de los defectos de este novelón de 307.
La novela carece por completo del sentido del ritmo y de clímax parciales. El narrador hace numerosas trampas anunciado o prometiendo al lector momentos álgidos, significativos, climáticos, que nunca llegan. En los encuentros que harían avanzar la acción y crear un atmósfera de tensión nos encontramos con conversaciones triviales que repiten los tópicos sobre el crimen que ya estaban presentes en las primera páginas de la novela. La técnica de la repetición, lejos de crear la sensación de la angustia por aquello que sigue oculto, lleva al aburrimiento.
El narrador repite que no sabe si, en el fondo, quiere conocer lo que ocurrió aquella Nochevieja de 1995 y por qué ocurrió ; tan poca curiosidad del narrador exaspera al lector, que acaba no sintiendo tampoco verdadera curiosidad ni por Nicolás, ni por sus motivaciones, ni por la flojera del autor, siempre interrumpido por proyectos profesionales más interesantes que el de escribir esta novela. El narrador no es capaz de plantearse una explicación sobre el crimen alternativa a la oficial, dando por buena la que dio la guardia civil, el juez y la rumorología. Un acatamiento realmente extraño y que solo puede entenderse como un acatamiento a la autoridad sobre la interpretación institucional de la realidad. Es más, pasa de refilón por la explicación de la relación incestuosa entre Nicolás y Rosi . Ningún investigador pasaría por alto este dato, menos un escritor. Al narrador esto parece asustarlo y es incapaz de tirar de ese hilo. No se sí es un autor que ideológicamente no está preparado para tales sordideces pese a que pertenezcan a la realidad. Al final, no es capaz de pasar de una imagen superficial del amigo adolescente.
El narrador plantea en algún momento que quizá este interés por Nicolás sea un modo de volver a su propio pasado, a un época de la que ha querido huir. Tampoco lo consigue: no sabe imprimir a ese pasado ni emoción, ni densidad. Hay pasajes realmente tediosos, como la narración del paso del Miguel Ángel adolescente por una Hermandad.
También fracasa el autor en sus ejercicios introspectivos ante los dilemas a los que le enfrenta ese retorno al pasado y los descubrimientos sobre su propia psicología. Aún menos logrado es su intento de retrartarse en la misma acción de escribir la novela, es decir, en ese viejo truco de escribir el proceso mismo de la escritura de una novela. Se muestra en muchas ocasiones a punto de abandonar su proyecto y el lector se dice que quizá hubiera sido lo mejor. Si su pretensión era mostrar lo dubitativa que es toda creación, lo superficial que es aquello que se puede contar sobre lo real, tampoco lo consigue. Es su incapacidad de escritor y no la imposibilidad epistemológica de aprehender la realidad y el tiempo pasado lo que sentimos una y otra vez.
Hay además muchos momentos narrativamente inmotivados: no se sabe m
En algún momento, el narrador se refiere a la novela de Emmanuel Carrère, autor de "El adversario". No sé muy bien si, con su novela, quería imitar a Carrère o quería rebatirlo. El caso es que la novela de Miguel Ángel Hernández carece de todas las cualidades que hacen de El adversario una novela estupenda. Carrère crea tal ambiente de tensión y sus cargas son de tal envergadura que sumerge al lector de cabeza en la historia. Hernández parece venir a decir que todo eso son fuegos artificiales y que lo que él muestra son, en realidad, las verdaderas miserias con las que se encuentra un escritor y que ir más allá es caer en una retórica desvirtuadora de lo que podemos saber y escribir.
ParEs la primera novela que leo de este autor y será la última .
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