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sábado, 28 de diciembre de 2019

CANCIÓN DULCE, DE LEILA SLIMANI




Historia aterradora escrita con un estilo sencillo, elegante, sin estridencias. Leila Slimani se atreve  en “Canción dulce “con una estructura circular que es una apuesta arriesgada. Sabemos  el final de la novela  desde el principio, es  decir, nos sirve como primer plato el espeluznante asesinato de dos niños, y a su culpable, la niñera. Es la misma estructura que utilizó Pierre Carrère en El adversario  o Ruth Rundell en La mujer de piedra, con la que tiene muchas concomitancias. Seguramente la última novela de Katixa Agirre Las madres, no, está influida por la novela de Slimani, aunque la autora vasca no consigue mantener la tensión a la que esta estructura obliga si se quiere mantener el interés del lector.



El argumento en sí es también de los trillados, lo que requiere unas dosis de originalidad mayor  en el estilo y la atmósfera narrativa que envuelve al lector: una familia de clase media formada por un joven matrimonio (Myriam y Paul) y sus dos niños ( Mila y Adam) pasa por una crisis. Myriam, una brillante licenciada en   Derecho, se había quedado al cuidado de los niños mientras Adam estaba inmerso en una carrera profesional brillante. Myriam, pese a las reticencias de su marido,  decide iniciar su carrera profesional en el gabinete de un compañero de carrera. Esto crea la necesidad de contratar a una niñera. Cuando contratan a Louise creen haber encontrado a la niñera perfecta. La dedicación plena de Louise y su buen hacer como niñera y como ama de casa, liberan a  Myriam y a Paul de cargas y de preocupaciones; les permite centrarse en sus carrera y recuperar tiempo de ocio y relaciones sociales.Todo parece ir bien, por lo tanto. Louise es adorada por los dos niños y admirada por los padres. Sería el paraíso en la tierra si no fuera porque Louise se aferra a ese trabajo para huir de la soledad, de la desesperación, de la exclusión social brutal, de la depresión y de una desequilibrio mental cuya primera manifestación es su obsesión por el control de lo doméstico, su obsesión por la limpieza y el orden. Louise no tiene vida propia, ni un solo vínculo que la una a la tierra, ni una sola oportunidad de integración social para no acabar en la calle.

El talento de Leila Slimani consiste en que la necesidad de saber del lector va en aumento, obliga a este a una observación minuciosa del comportamiento de la niñera y a percibir las señales del desastre en pequeñas cosas que suelen pasar desapercibidas. La tensión aumenta porque el lector siempre tiene más información, más perspectiva que Myriam y Paul, y que los niños, por supuesto. Vemos cómo se va gestando la amenaza y como, sin quererlo, la pareja la precipita.
Otro reto que supera bien Slimani es el de no presentarnos a la niñera como un monstruo. Ciertamente la niñera acaba dando miedo, pero también da miedo que nuestras sociedades lancen a la nada social absoluta a este ser dispuesto a una entrega total para evitar el infierno de su exclusión, de su soledad y finalmente de la locura.
Les recomiendo vivamente la lectura de esta novela. Nada de lo que se diga en una reseña puede “spoilearla”, solo leyéndola se puede entrar en esa atmósfera enrarecida e inquietante que la autora crea con un estilo impecable.



miércoles, 31 de julio de 2019

LA DELICADEZA, DE DAVID FOENKINOS

 
 A "La delicadeza" de David Foenkinos le llovieron en su día varios premios, algunos gordos y otros de pedrea, hasta cambiarle el título por "la novela de los diez premios". A estas alturas tantos premios no son indicadores más que de dos cosas: una, que  la industria editorial tiene en los premios una de sus palancas de promoción; dos, que la crítica se pone del lado de los libros con los que las editoriales hacen caja. 

     La novela es un producto típicamente francés, una de esas "delicatessen" que se exportan al mundo haciéndolas pasar por productos de calidad cuando no son sino un sucedáneo.  El argumento de la novela no es sencillo, sino simplón, porque la verdadera sencillez requiere de  un esfuerzo  y de  un talento muy superiores a los mostrados por Foenkinos. Se trata  de  las dos historias de amor- separadas por un duelo-  que vive   Nathalie, bella y francesa,  una ejecutiva exitosa en un empresa sueca.  Un día aparece  el amor de su vida en un encuentro casual en una cafetería parisina; un milagro de la cotidianidad que solo puede cobrar todo su encanto en París. Con François vive siete años de matrimonio perfecto, sin desgaste; pero  los amores felices, como dijo Tólstoi, son todos iguales ,que es como decir que no dan para una historia, así que  algo tiene que pasar para que Foenkinos pueda seguir escribiendo su novela. Aquí la muerte accidental es un maravilloso recurso que nos evita visitas a los hospitales. François  es atropellado por una vendedora de flores el día en que  esta iba a entregar un ramo de flores a una novia. ¡Qué fatalidad más literaria! Nathalie va a vivir unos años de duelo; lo sabemos porque nos lo dice el narrador y hemos de creerle bajo palabra. En la empresa en la que trabaja, como es previsible,  despierta el deseo de muchos compañeros y el amor de, por lo menos, dos.  De la plantilla masculina,  Foenkinos elige al jefe, Charles, y al pringado, Markus, para que se disputen el amor de la dama.  En una novela  sentimental francesa "comme il faut"  el jefe no tiene ninguna posibilidad; el jefe encarna al tipo  con un poder solo aparente y, por supuesto, malcasado,  que en el fondo es un desgraciado y un cretino.  Markus, por el contrario, es el desgraciado que esconde la ternura y la delicadeza bajo sus formas  toscas y su físico poco agraciado. Es, por supuesto, quien conquista a la bella Nathalie. Parece un remake  de la Bella y la Bestia y, quizá sea esa su fuente de inspiración.

     David Foenkinos, como otros escritores, sabe muy bien lo necesitados que andamos los adultos de cuentos para niños grandes. Hay un nicho de mercado importante y  es lógico que alguien lo aproveche.  Andamos mohínos y desesperanzados; nos hemos vuelto todos, "à contrecoeur".  unos posmodernos que sospechan del optimismo, de los buenos sentimientos, de las historias bonitas y no digamos de los finales felices.  Queremos que la vida nos dé segundas oportunidades o terceras, o las que sean;  queremos  epifanías delante de un café o un zumo de melocotón; anhelamos  poder darnos  el gusto de dejar el trabajo, así a las bravas, porque el jefe es un  baboso;  queremos que ese mundo del que nos hablan los escritores aguafiestas sea más amable y tenga un sentido, si se lo da el amor, miel sobre hojuelas; queremos que nos orienten y sobre todo, queremos que no nos digan que al final de todo camino está el fracaso y el abismo. La novela de Foenkinos es muy bonita, solo que no consigue que esa belleza que, como decía John Keats, es la verdad.

lunes, 13 de mayo de 2019

DE VIDAS AJENAS, DE EMMANUEL CARRÈRE

Emmanuel Carrère se han convertido en un verdadero maestro de la novela testimonio o novela de  no ficción. Constreñido por lo que "realmente" les sucedió a unos individuos y a él mismo en su contacto con ellos, es capaz de  "ficcionalizarlo" como si partiera de la imaginación. Esa es la magia: si el lector lee el libro sin haber sido advertido de que es una "historia real" y que esos seres existieron o existen, lo leerá como una ficción que cumple con todos los requisitos novelescos.  Da la impresión de que Carrère es capaz de darle forma al caos de la vida de cualquiera, la de usted o la mía.

Con "De vidas ajenas" se atreve Carrère con un tema difícil y doloroso: la enfermedad y la muerte, es decir, nuestra extrema vulnerabilidad. Siguiendo una larga tradición, esta novela testimonio se alza como el único muro de contención contra el olvido, contra el triunfo definitivo de la muerte, que es, al fin y al cabo, el tema  último  de la literatura.  

El escritor acepta el encargo de escribir dos historias de sufrimiento y de muerte. Una  joven pareja de turistas  pierde en Sri Lanka  a su pequeña hija Juliette. La arrastró   el tsunami que asoló las costas del sureste asiático en 2004, cuando  Carrère estaba  pasando en Sri Lanka  unas tediosas vacaciones que parecían el preludio de su separación de Hélène, su mujer. En estas mismas fechas, Hélène recibe la noticia del ingreso hospitalario de su hermana Juliette. De regreso a Francia, comienza el doloroso calvario de esta hacia su muerte.

Carrère traza con mano  firme la historia, sin caer en sentimentalismos, más bien bajo la indisoluble sombra de que la historia que está contando, con alguna variación, será la suya propia, la de todos nosotros. La variante más importante es la del amor: Juliette lo conoció hasta el final; Patrice, su marido, la  protegió hasta donde es humanamente posible. Por eso,  la  sombra  amenazante que recorre toda la narración no es solo la muerte, sino la del pavor de vivir y morir sin el amor de otros, como si el verdadero trío apocalíptico fueran enfermedad, soledad y muerte. 

Pese a la indudable calidad de la narración, hay dos aspectos que reprocharía al autor:   a pesar de haber  narrado con tanta brillantez la relación de Patrice y Juliette, ha sido muy  torpe narrando su propia relación con Hélène; además, no están justificadas muchas de las páginas que dedica a un compañero de trabajo de Juliette , un juez de nombre Etienne. Su presencia durante tantas páginas resta tensión a la historia principal, que es la de Juliette y tienen mucho de relleno. Etienne es un personaje interesante que nos permite entender mejor a Juliette, pero no deja de ser colateral. Quizá se mereciera otro libro.

No recomiendo esta novela para quienes estén pasando un enfermedad o un duelo.  Carrère muestra magistralmente  el sufrimiento y el miedo ante la enfermedad y la muerte, pero no aporta ni un solo gramo de consuelo.







sábado, 11 de mayo de 2019

EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES, DE FRED VARGAS

Había acabado hace algo más de una semana la lectura de Tiempos helados, de Fred Vargas, con la convicción de que sus novelas me servirían de entretenimiento cuando no quisiera que  ningún autor esperaba mucho de mí como lectora. Hay días que me gana la pereza y el desaliento, hay días que si puedo evito las complicaciones incluso en la lectura. En esas estaba el jueves, Así que me acerqué a la biblioteca en busca de lectura fácil, relajante y entretenida. El título "El hombre de los círculos azules" me pareció prometedor para mis intenciones. Sin embargo, contra todo pronóstico me ha entretenido solo a ratos porque mientras lo leías me preguntaba cómo una autora de prestigio universal en la escritura de best-seller ejecutaba este con tamaña torpeza. Luego me di cuenta de que la novela fue publicada en 2004 y que desde luego una década después ha ganado pericia.

En " El hombre de los círculos azules" falla casi todo, empezando por la creación del detective. Adamsberg es borroso por expresa voluntad de su autora: no es lógico, ni deductivo, ni inductivo; sería de la familia de los investigadores intuitivos  sino no fuera porque la intuición de Adamsberg sobrepasa lo verosímil y tiene el sospechoso don de la infalibilidad. El detective de Vargas conoce el alma de todos aquellos  que entran en contacto con él;  la conoce como si el Mal  emitiera  unos efluvios que solo el filtro de este hombre pudiera  absorba como una tela la humedad ambiente. Va por el mundo como si  fuera un campo magnético invisible  que imanta  a los culpables irresistiblemente. Adamsberg no razona, recibe confusas intuiciones  cuando se libera del deber de pensar. Esto hace que muchas de las escenas de la novela sean francamente ridículas. Más que de detective Adamsberg parece actuar de médium.
En el intento de proporcionarle  una  personalidad, Vargas no va más allá de dotarlo de manías. Hace todo en él nebuloso con la esperanza de que lo creamos profundo.

Los demás personajes no están mejor trazados. Vargas recurre a lo inhabitual y lo extravagante para interesarnos por ellos; sin embargo, el resultado es extremadamente artificial y torpe. El inspector Danglard, razonador, lógico y culto resulta que se ocupa él solo de cinco hijos pequeños, a los que casi siempre atiende en cierto estado de embriaguez. Mathilde, una científica de renombre, que acaba implicada en la trama , es una mujer de conversaciones absurdas que se pretenden inteligentes. Difícil entender por qué Vargas ha decidido que tenga la manía de salir a la calle con la intención expresa de elegir a algún desconocido o desconocida para perseguirlo, hacer anotaciones y volverse a su casa. Charles Reyer, sin ninguna función creíble en la trama, es un ciego guapísimo y cabreado por su ceguera.  Camille, una joven que viaja por el mundo para evitar a Adamsberg, del que está enamorada...

En la trama comete la autora errores de principiante: la aparición misteriosa de círculos azules pintados con tiza en diferente calles de París no despierta mucha curiosidad, menos curiosidad aún  la los  asesinatos que vienen a continuación. Al fin, nada importa  quién pinta los círculos ni quien asesina a seres anodinos del París nocturno; menos  importa si el pintor de círculos y el asesino son o no son la misma persona. Una novela policiaca no puede descuidar ese punto: la intriga es el motor de la lectura, la que hace pasar páginas. Cuando descubrimos al asesino y su móvil todo  resulta una fantasmada.

Fred Vargas es incapaz de esconder los trucos con los que intenta retener al lector; es todavía como ese mago cuyo público acaba viendo que se saca las cartas de la manga. 

Mi conclusión es que ,de leer otra novela policiaca de Fred Vargas, escogeré alguna de las escritas muchos años después de esta, cuando ya maneja con maestría  las herramientas del bestseller policiaco.


sábado, 27 de abril de 2019

TIEMPOS DE HIELO. FRED VARGAS

En 2015,  Fred Vargas seudónimo de  la parisina Frédéric Audoin-Rouzeau) publicó  Tiempos de Hielo, (Temps glaciaires) una novela fantástico-policiaca donde rescata al original equipo de investigación de sus novelas anteriores:  un policía de extraña cabellera bicolor que le da aspecto de leopardo, un enfermo de narcolepsia que va durmiéndose  por las esquinas, un gato con ciertas dotes detectivesca, una teniente tipo fuerza de la naturaleza, el jefe, Adamsberg,  perdido con frecuencia en una nebulosa soñadora de la que salen “renacuajos” y el comandante, Danglard, un erudito racionalista, de memoria prodigiosa, que siempre tiene una cita a punto en la investigación.

Vargas recurre a la técnica de los asesinatos en cadena que recuerda inmediatamente Los diez negritos de Agatha Christie: en  un grupo de personas con algún  nexo común  van sucediéndose los asesinatos mientras se instaura entre los supervivientes el pánico. 
En la novela de Fred Vargas, el asesino deja “su firma”, el dibujo de algo que parece una guillotina. Se han producido cuatro asesinatos en París o sus cercanías, y a  los investigadores se le abre en primer lugar una línea de investigación que les lleva a Islandia: allí un grupo de  12 franceses, atrapados por la niebla en una pequeña isla de leyenda, se enfrentaron  durante quince días al frío y al hambre: dos de ellos son asesinados, los  otros diez sobreviven. La segunda línea de investigación los lleva a un club privado  robespierrista en que unas 700 personas representan las sesiones parlamentarias de la Revolución Francesa, desde la Asamblea Constituyente hasta el final de la Convención. El nexo común es que los cuatro asesinados formaron parte del grupo de turistas en Islandia y pertenecían  al Club robespierrista. El enredo de la trama está en la relación, difícil de ver, entre ambas líneas de investigación, que parecen más bien divergir que converger.

La autora juega con lo fantástico  sobre todo  en la presentación de la isla islandesa en que, según los lugareños, habita un afturganga, un genio nebuloso  que mata a quien viola su suelo o lo  convoca  para indicarle un camino. También en clave fantástica tenemos al jabalí Marc, guardián  fabuloso de la cabaña donde vive Céleste.  Vargas tiene la habilidad suficiente para que estas incursiones fantásticas no chirríen en la trama; incluso acabamos pensando que las dotes detectivescas de Adamsberg tienen tanto que ver con la fantasía como con el análisis racional de pistas.

La novela es amena, si bien hay en ella mucho de precocinado, de automático. La vinculación de las dos tramas resulta por momentos algo rocambolesca. Los personajes, pese a que se hacen inconfundibles enseguida, ofrecen una falsa profundidad psicológica. La autora se excede a veces con las referencias históricas a las figuras políticas de la Convención.
Sin duda, Fred Vargas conoce su oficio de escritora de best-sellers y estas críticas solo surgen después de cerrar el libro; mientras se lee, es fácil dejarse llevar por la curiosidad y la intriga.




sábado, 6 de abril de 2019

Ferragus, jefe de los Devorantes

El título Historia de los Trece  reúne un trilogía de novelas de Honorato de Balzac: Ferragus, jefe de los Devorantes, La duquesa de Langeais, La muchacha de los ojos de oro.

Con ese número “Trece” se refiere el autor  a una fratria secreta  compuesta de hombres de diferentes estratos sociales que se han conjurado para  para lograr los fines de cada uno de ellos poniendo en marcha todos sus recursos comunes. Son, por lo  tanto,  individuos que muestran, en algunos casos,  una cara pública  convencional  y que comparten terribles secretos. Carentes de moral más allá de la solidaridad incondicional que los une,  no se detienen ante ningún crimen, ante ninguna dificultad. Son un poder por encima de todos los otros poderes y se muestran omnipotentes, demoníacos.

En la primera de la novela, Ferragus, jefe de los Devorantes   va a ser el alma secreta de los acontecimientos  si bien quien los pone en marcha inopinadamente es  Augusto de Maulincourt. Este joven, militar al servicio de los Borbones en 1819,  se enamora platónicamente de una mujer casada, virtuosa y bella. Incrédulo, un día la sorprende en una calle de mala fama en la que no solo reina la miseria más profunda sino el aliento de todos los pecados y crímenes imaginables. Encendida su curiosidad y sus celos, el aristócrata no parará hasta descubrir el secreto que guarda la señora Jules. Ferragus intervendrá para aniquilar la injerencia de este individuo en la vida de la señora Jules, mujer que goza de un matrimonio feliz con un agente de bolsa, amor sin mancha en cuyo horizonte no parecía haber  ninguna nube hasta que se cruza con ellos Augusto de Maulincourt.

Balzac dota a la novela de una fuerza  tal que hace olvidar casi siempre lo forzado de algunas situaciones y lo increíble de algunas psicologías. De forma magistral nos muestra un París de fiestas y de agentes de Bolsa donde no parece que haya cabida a grandes pasiones; sin embargo, bajo esa superficie burguesa y anodina, late el deseo de poder, la acción de fuerzas desconocidas sobre el destino y el sueño del amor perfecto.


14 de julio, de Éric Vuillard

La Revolución francesa vuelve a interesar a escritores y cineastas franceses. Estos días se estrena en España Un pueblo y su rey, de Pierre Schoeller; Tusquets editores acaba de publicar 14 de julio, de Éric Vuillard, quien en 2017 recibió en Francia por esta obra el premio Goncourt. 
El título ya nos sugiere que no se va a tratar de una crónica de la Revolución francesa, sino que se va a centrar en esa fecha y el acontecimiento, la toma de la Bastilla, que se considera un acto fundacional y altamente simbólico. La novedad es que Eric Vuillard prescinde de los grandes nombres de  la Historia  y responde al reto de narrar los hechos mostrando al pueblo de París, a las gentes anónimas, como los verdaderos protagonistas de esos acontecimientos. Algo que consigue, en mi opinión, con un éxito relativo. 

La novela o docuficción, sin embargo, no se abre con los acontecimientos del 14 de julio, sino con  la jornada del 23 de abril de 1789. Todo un acierto, porque a partir de ahí podrá ir creando un in crescendo apasionante.  Los ánimos del pueblo estaban caldeados por muchos motivos: la hambruna subsiguiente a malas cosechas, el encarecimiento y la especulación, con el pan, la deuda nacional que se hacía recaer sobre sus hombros, las noticias de la desfachatez del lujo y las fiestas en Versalles, la asfixia de los impuestos... ; en estas a Jean-Baptiste Réveillon, fabricante de papeles pintados, no se le ocurre otra que anunciar que bajará el sueldo a sus trescientos empleados, dado que, según él, les sobraba salario y se lo gastaban en vinazo. Una muchedumbre enfurecida asalta y destruye su palacete, una folie, como dicen los franceses, en que se reunía  lo más caprichoso, exquisito y exclusivo  que podía proporcionar el dinero a un rico para el que el dinero es una forma de luchar contra el tedio. Eric Vuillon dota a esta escena de  un dinamismo extraordinario, esforzándose en que no veamos una muchedumbre sino a individuos  enardecidos que ven cómo su ira, sumándose, forma un oleaje imparable. La represión ordenada por el rey  dejará muchos cadáveres y de nuevo, Vuillard se esfuerza en sacarlos de su anonimato.

Pasan los días y la tensión va en aumento, la calles de París, sus tabernas, sus comercios, sus casas oscuras están en ebullición, y el lector, por momentos,  parece estar asistiendo en primera persona a estas manifestaciones llenas de vida, de rabia y de determinación.  Vuillard se delecta escribiendo los nombres, los oficios, los orígenes de esas gentes, hombres, mujeres y niños. Al principio lo hará sin avasallar con listados. Y en esto llega la noche del 13 al 14 de julio en la que París no duerme,  dominada por el miedo y la determinación de actuar si las tropas reales atacan la ciudad. Es la noche más larga y otra vez el lector siente que forma parte de esos círculos que se forman en las callejas, en las puertas de las tabernas, en los portales, de ventana a ventana… Éric Vuillard reconstruye la atmósfera con la ventaja de que él sabe, frente a quienes la vivieron, que era la víspera de una gran acontecimiento histórico.  Hecha la luz, llegado el 14 de julio, los parisinos se comportan como un flujo y reflujo que acude y abandona los alrededores de la Bastilla, después de haber asaltado  el Hôtel des Invalides, museos y  teatros  para conseguir armas y haber convertido en armas patas de sillas, palos, cuchillos de cocina… Es  cuando llega el asalto a la Bastilla el momento en que  la novela empieza a hacer aguas: Éric Vuillard se empeña tanto en ofrecer los nombres de los participantes en el asalto, en anotar su momento de gloria individual, que las enumeraciones rompen el dinamismo de la acción, la dispersan, la  reducen a la insipidez de los catálogos. Tanto se empeña en narrar en una línea cada una de esas  pequeñas acciones  individuales que contribuyeron a que cayera la Bastilla que la escena se convierte en un galimatías. El autor fracasa en su intento de mostrarnos la acción colectiva como la articulación caótica y azarosa de acciones individuales. Estas páginas son tediosas con sus enumeraciones, con sus cambios de foco de un individuo a otro. Pese a todo ninguno de esos individuos  no se nos vuelve concreto  por el hecho de que el autor  les ponga un nombre y apellido, y se  diga su oficio o un par de rasgos físicos.  Es una pena esa parte emborronada de hilos revueltos porque,  hasta la toma de la Bastilla, precisamente,   la novela hacía esperar un final glorioso… en el sentido literario. Otra vez será.






domingo, 27 de enero de 2019

Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan

Delphine de Vigan encuentra a su madre muerta de una muerte que no parece natural. Ese es el detonante de su deseo de reconstruir la vida de su familia con el propósito prácticamente irrealizable del entender el desenlace.

En la investigación de la vida de los suyos utilizará varios materiales: sus propios recuerdos, las versiones de los hechos de  sus tíos, las grabaciones de caste de su abuelo, las cintas de vídeo tomadas en las vacaciones…

La obra también es una reflexión sobre el hecho mismo de escribir, de transformar palabras y hechos del pasado en literatura,  de las limitaciones del recuerdo, de su falta de certeza absoluta, de la incapacidad del lenguaje de desvelar el hecho puro o dar con  la explicación inequívoca.

En su indagación familiar, la narradora se enfrenta a secretos de difícil manejo narrativo y de difícil interpretación. Es en el desvelo de esos secretos donde la narración alcanza su clímax narrativo; otros momentos de la novela son una acumulación  a modo de torrente de anécdotas y descripciones que pueden llegar a cansar al lector. Se comporta Delphine de Vigan como esos buscadores de oro que para encontrar una pepita tienen que remover toneladas de tierra. Sin embargo, a veces se le va la mano a la autora con ese remover de  territorios del recuerdo: hay terrenos que son estériles. Todo narrador sabe que en el proceso de escribir es importante el acto de desechar. Delphine de Vigan abusa indagando hasta el detalle nimio a ver si en él encuentra la clave de la vida de su madre, de su familia. Al final, le ocurre como al personaje de Peer Gynt, de Ibsen: buscando el meollo de su personalidad, su yo auténtico, va examinándola capa tras capa como si fuera una cebolla, pero encuentra que el meollo no es sino una capa más.Nunca se llega al fondo de nada ni a la explicación última ni a la causa primera.

La novela me ha parecido como esas cajas rebosantes de fotografías con las que hay que hacer un álbum que recorra  una historia; pues bien, a la novela de Delphine le sobran muchas fotos que poco añaden a su comprensión; le sobran muchas páginas.







lunes, 16 de abril de 2018

Marcel Proust: En busca del tiempo perdido (1913-1927)

 En busca del tiempo perdido. Las siguientes críticas fueron mucho menos irrespetuosas. En busca del tiempo perdido es una de las obras mayores de la modernidad. A pesar de ello, muchos lectores desanimados han coincidido, en su fuero interno, con aquel enervado editor francés.
“Puede que yo sea obtuso, pero no logro comprender por qué un señor necesita treinta páginas para describir cómo da vueltas en la cama antes de quedarse dormido”.  Estas palabras fueron escritas por el editor al que Proust ofreció el primer volumen de los siete que componen su novela

      La novela de Proust integra la lista de libros que más abandonan los lectores. Este hecho no se debe a que este público fallido sea  “obtuso” sino a que la lectura de Proust es cualquier cosa menos fácil. Los desafíos que plantea son notables: uno tiene que enfrentarse a una pieza novelística que abarca 4000 intimidantes páginas. Tampoco el complicado estilo, con sus frases de renombrada complejidad y refinada elegancia, constituye un plato ligero de digerir. La novela describe cómo se busca una conciencia a sí misma. En consecuencia, todo lo que procede del mundo exterior es filtrado por la perspectiva del mundo interior del narrador en primera persona. No se lee demasiado deprisa y, de vez en cuando, genera una confusión considerable.

     Pero En busca del tiempo perdido es una obra superlativa no solo por las dificultades que ofrece su lectura, sino también por el placer que proporciona. No existe nada comparable a Proust  en la literatura europea. Cuando el narrador en primera persona Marcel despliega su conciencia con una lentitud impresionante, esta exposición se asemeja al milagro del despliegue paulatino de una flor de papel en el agua. Vivencias e impresiones, rescatadas página a página de las profundidades de la conciencia como valiosos tesoros, se exhiben en imágenes de arrebatadora poesía. El que se ha abierto camino a través de las primeras 200 páginas, se convierte fácilmente en adicto.
 En busca del tiempo perdido es una novela sobre el tiempo:  sobre el olvido y el recuerdo, y sobre la cuestión de cómo evadirse del imparable desvanecimiento del tiempo y con ello, de la transitoriedad y de la costumbre. La respuesta es: a través de la memoria.

      El  concepto de recuerdo de Proust  nada tiene que ver con esa actitud de nuestra memoria que precisamos en nuestra vida cotidiana y a cuyo rendimiento contribuimos con notitas escritas en un post-it. El recuerdo no es para Proust un proceso voluntario de la conciencia, sino algo que sucede casualmente, que aparece de repente sin que sea posible saberlo de antemano. Lo provoca una estimulación de los sentidos:  el sabor de un pastelito o el olor de las lilas. La percepción pone en marcha una cadena de asociaciones y abre horizontes insospechados en el interior. El que lo vive se deja transportar al éxtasis. Es una cualidad  que resplandece en escasos momentos. Significa felicidad, belleza e inspiración artística.

     Para idear el  concepto de tiempo, Proust se inspiró en la teoría de la percepción subjetiva del tiempo que había formulado el filósofo Henri Bergson en la misma época: Bergson distinguía entre la percepción subjetiva y no lineal del tiempo y la cronología continúa, inmensurable. Consideraba que el tiempo propio de la conciencia era una percepción que no admitía ser fraccionada y lo llamó durée  “duración pura”. En esta “pura duración” el pasado no desaparece simplemente, perdiéndose como ocurre con el tiempo cronológico, sino que se derrama incesantemente en el presente para enriquecerlo.
 También en Proust  el pasado alcanza el presente. Pero lo que Bergson se asemeja a un río cuya corriente penetra pausadamente, en Proust  adquiere la calidad de una catarata que aparece por sorpresa. La manifestación de uno de los denominados  “recuerdos involuntarios” es, en el autor, dramática:  irrumpe espontáneamente en la conciencia y resulta avasalladora por la cantidad de rememoraciones que libera de improviso.

      A este tipo de  recuerdo  le debe la literatura europea su pieza de bollería más celebré:  la magdalena. El episodio es muy conocido, lo cual se debe, entre otras cosas, a que se narra en las 100 primeras páginas:  cuando un día de invierno la madre del narrador  (ya adulto)  le sirve una magdalena y una tila, el sabor del bollo mojado en la infusión libera el recuerdo de toda la infancia que se creía perdida. Mientras se despliega el gusto de la tisana y del dulce en la boca, para Marcel emerge de la nada un mundo hundido: recuerdos largamente olvidados del pueblecito de Combray,  en el que la familia pasaba sus vacaciones, se convierten en un caleidoscopio del pasado. En esos momentos de recuerdo _en los que se revive por segunda vez algo muy lejano y el pasado y el presente se unen durante un breve instante_ es posible _ desde un punto de vista subjetivo__ apartarse del río del tiempo cronológico. La comprensión conduce finalmente a que el narrador en primera persona decida conservar este tiempo recobrado a través de la rememoración. Lo hará en forma de una novela sobre el recuerdo.

     Si resumir el argumento de una resulta siempre difícil, dado que un texto literario es más que la suma de todo lo que le acontece, sintetizar a Proust  genera una especie de coronación del problema. Por ello  a continuación solo  se ofrece un hilo conductor de las siete partes de la novela.

      El primer volumen, titulado Por el camino de Swann, comienza con rememoraciones de la infancia de Marcel:  las vacaciones de verano que disfrutaba anualmente junto a sus padres en Combray. Al principio, el único recuerdo de ese tiempo es  el drama del beso de buenas noches denegado. Siempre que venía de visita  por las noches  el señor Swann, el niño, que contaba con 10 años por aquel entonces, era enviado a la cama, sin ni siquiera recibir el anhelado beso de buenas noches de su madre. La reiterada privación de la atención maternal le provoca un trauma que dura toda su vida y que se pone de manifiesto en las futuras relaciones de Marcel con las mujeres, en forma de miedo a la pérdida y ataques de celos. Aunque el episodio del beso de buenas noches constituye al principio el único recuerdo de la niñez, la degustación de la célebre magdalena conduce a que repentinamente reviva toda la infancia con las personas y los lugares que participaron en ella:  la querida abuela, la obstinada criada Françoise, la hipocondriaca tía Léonie, el seto de espino blanco la iglesia de Combray…

     La segunda parte de este primer volumen lleva el título Un amor de Swann. Narra la historia de amor entre Swann, un entendido en arte, y la bella Odette de Crécy, una mujer de reputación extremadamente dudosa. Ambos se han conocido en el salón de Madame Verdurin , un  lugar de reunión de la alta burguesía que, junto al aristocrático salón de Guermantes, representa uno de los dos centros sociales de la novela. Swan sospecha que Odette le engaña y sufre unos terribles ataques de celos. Cuando el amor ya se ha enfriado, se casa con ella. Un amor de Swann es quizá el fragmento más apropiado para realizar una lectura selectiva de Proust:  es una historia cerrada en sí misma que acontece antes del nacimiento del narrador. Es la parte de  de la novela que se acerca más a las expectativas de los lectores convencionales.

     El segundo volumen se titula A la sombra de las muchachas en flor. El púber Marcel vive  sus primeras experiencias eróticas y se enamora imperecederamente de la hija de Swann, la alocada Gilberte, con la que juega en los Campos Elíseos. A los 17 años el protagonista, que padece asma (como el propio Proust) , viaja con su abuela a Balbec, en la costa de Normandía. Allí traba  amistad  con Robert de  Saint Loup, un hombre arrebatadoramente atractivo, que se casará más adelante con Gilberte,  pese a sus tendencias homosexuales. Trata también al tío de Robert, el Barón de Charlus, cuya homosexualidad tendrá consecuencias fatales. Pero, sobre todo, el protagonista conoce en Balbec a su gran amor, Albertine. La ve por primera vez en el paseo marítimo y se queda maravillado ante la bella, deportiva y moderna joven.

      En el tercer volumen, El mundo de Guermantes, Marcel  se ha mudado a París con sus padres. La familia habita en una vivienda del Palacio que los Guermantes poseen en la ciudad. Marcel se enamora platónicamente ( como es habitual) de la duquesa de Guermantes. Cuando por fin se produce el encuentro, el narrador se decepciona ( como también es habitual). El núcleo de la vida social y constante tema de conversación en el Salón de los Guermantes, gira en torno al asunto del capitán judío Dreyfus, deportado a la Isla del Diablo por alta traición en 1894 y cuyo destino originó una crisis política interna en Francia durante los años 90.

      El tema principal del cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, es la homosexualidad. Al comienzo del mismo, Marcel averigua casualmente el secreto del barón de Charlus, el cual camina poco a poco hacia su destrucción por una aventura amorosa. El narrador sospecha que Albertine , a la que entre tanto ha reencontrado, es lesbiana.

     En el quinto volumen, La prisionera, Marcel ha llevado a Albertine  consigo a su casa en París. Cada vez que Albertine  sale, el narrador preso de celos, hace que la vigilen. A la vista de la posesiva actitud de Marcel, Albertine  se escapa una mañana de casa.

 En el penúltimo volumen, La fugitiva, Marcel encarga a su amigo Robert que haga averiguaciones sobre el paradero de Albertine  para traerla de vuelta. Finalmente, recibe la noticia de que Albertine  ha fallecido víctima de un accidente de equitación.

     En el séptimo y último volumen, El tiempo recobrado, ha estallado la Primera Guerra Mundial. Al final de la contienda,  Marcel acude a una matiné en casa del príncipe de Guermantes. En la biblioteca de la vivienda comprende, de repente,  que el recuerdo puede detener la fugacidad del tiempo. Marcel quiere que ese conocimiento sea duradero y decide escribir una novela. De este modo, la obra de Proust cierra finalmente el círculo: Marcel escribirá  la novela cuya lectura está a punto de finalizar el lector.








Fuente: Libros, de Christiane Zschirnt

viernes, 19 de enero de 2018

EL COLLAR, DE GUY DE MAUPASSANT - COMENTARIO DE TEXTO





El collar

Guy de Maupassant

Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.
No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras.
Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación.
La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.
No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!
Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación.
Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre.
-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
“El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio.”
En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!… Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?
No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució:
-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito…
Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.
El hombre murmuró:
-¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede?
Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas:
-Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.
Él estaba desolado, y dijo:
-Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito?
Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo.
Respondió, al fin, titubeando:
-No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.
El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos.
Dijo, no obstante:
-Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio.
El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
-¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días.
Y ella respondió:
-Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile.
-Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.
Ella no quería convencerse.
-No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas.
Pero su marido exclamó:
-¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad.
La mujer dejó escapar un grito de alegría.
-Tienes razón, no había pensado en ello.
Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro.
La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:
-Escoge, querida.
Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar:
-¿No tienes ninguna otra?
-Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría.
De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado.
Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen.
Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:
-¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya.
-Sí, mujer.
Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro.
Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura.
Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer.
Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho.
Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.
Loisel la retuvo diciendo:
-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche.
Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.
Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos.
Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día.
Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.
La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito.
Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó:
-¿Qué tienes?
Ella se volvió hacia él, acongojada.
-Tengo…, tengo… -balbució – que no encuentro el collar de la señora de Forestier.
Él se irguió, sobrecogido:
-¿Eh?… ¿cómo? ¡No es posible!
Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron.
Él preguntaba:
-¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile?
-Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio.
-Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer.
-Debe estar en el coche.
-Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía?
-No. Y tú, ¿no lo miraste?
-No.
Se contemplaron aterrados. Loisel se vistió por fin.
-Voy -dijo- a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro.
Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida.
Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada.
Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza.
Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre.
Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada.
-Es menester -dijo- que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo.
Ella escribió lo que su marido le decía.
Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza.
Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó:
-Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante.
Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior.
El comerciante, después de consultar sus libros, respondió:
-Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente.
Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos.
Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil.
Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero.
Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto.
Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos.
Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente:
-Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado.
No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?
La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían… Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla.
Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo.
Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo.
El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja.
Y vivieron así diez años.
Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias.
La señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada.
¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse!
Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano.
Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha.
Se puso frente a ella y dijo:
-Buenos días, Juana.
La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució:
-Pero…, ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de confundirse…
-No. Soy Matilde Loisel.
Su amiga lanzó un grito de sorpresa.
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás! …
-¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias…. todo por ti…
-¿Por mí? ¿Cómo es eso?
-¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
-¡Sí, pero…
-Pues bien: lo perdí…
-¡Cómo! ¡Si me lo devolviste!
-Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.
La señora de Forestier se había detenido.
-¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío?
-Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos.
Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, le cogió ambas manos:
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!… ¡Valía quinientos francos a lo sumo!…
FIN

“La parure”, 1884



COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS  

EL COLLAR
 GUY DE MAUPASSANT

Contextualización

    El texto que vamos a comentar, titulado El collar, fue escrito por Guy de Maupassant, autor francés perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Este movimiento literario se desarrolló en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la revolución de 1848 en Francia. El Realismo y el Naturalismo  mantuvieron como principio fundamental   la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

    Guy de Maupassant nació en Dieppe en 1850. Hijo de pequeños aristócratas,  estudió Derecho, pero se dedicó sobre todo al periodismo. Fue amigo y protegido del gran escritor realista Gustave Flaubert, por consejo del cual abandonó su trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública para dedicarse a la literatura. Murió en París en 1893.

    Aunque escribió seis novelas (la más notable Bel ami)  e hizo incursiones en otros géneros          (poesía, teatro, libros de viajes)  destaca en la historia de la literatura por la calidad de sus cuentos  ((más de 300) muchos de ellos basados en noticias periodísticas. Sobresalen  el primero que publicó, Bola de sebo”,   La Casa Tellier,  Mademoiselle Fifi,  El Horla   y  El collar,  que es precisamente el que vamos a analizar.

Argumento y estructura

    La narración  de El collar se centra  en Matilde  una joven hermosa, de clase media baja, que siempre había  soñado y seguía soñando  con  pertenecer a  la alta sociedad,  pero  tuvo que casarse con un modesto empleado público. Un día su marido es invitado a una fiesta en el Ministerio,  fiesta  a la que acude con un vestido  que  éste le  regala generosamente y un  collar valioso que le ha prestado una amiga rica. Matilde pierde el collar  y la pareja se  endeuda  onerosamente para  comprar uno idéntico. Tras diez años de durísimos trabajos y privaciones saldan sus deudas. Poco después, Matilde, en un encuentro fortuito con su amiga rica, descubre que el collar que ésta  le prestó era falso.

Narrador

    El relato  está narrado en tercera persona, por un narrador externo, omnisciente pues su conocimiento de los acontecimientos, de los pensamientos y  de los sentimientos de los personajes es total : “Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.” El narrador omnisciente es el más utilizado  por los escritores realistas. Esta preferencia  se basa en una visión optimista  sobre el conocimiento humano, visión que comparte con la ciencia del momento : el hombre puede llegar a conocer toda la realidad y representarla tal y como es.
Maupassant mantiene un narrador  externo,  objetivo y omnisciente  en la mayor parte del relato, solo en  una ocasión se permite una digresión “filosófica”: “porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia.”
La voz del narrador se intercala, en ocasiones, con la voz del personaje, técnica explorada por Gustave Flaubert con maestría  y que recibe el nombre de estilo indirecto libre. Véamos un ejemplo en este cuento: “No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?” .

Temática

     El tema principal del cuento se nos descubre en su final: el fracaso no solo de las aspiración al ascenso social y material sino el fracaso de los principios morales que hipócritamente defendía la alta burguesía:  el trabajo, el esfuerzo, la honradez, la verdad. La protagonista sufre un  doble espejismo, el segundo más duro aún que el primero : de nada le sirve fingir que es rica por una horas, de nada le sirve ser trabajadora y honrada por 10 años.
Se dan en el cuento numerosos temas secundarios: la identidad por el trabajo , presente  en el marido de Matilde,  la búsqueda del éxito individual , común a los tres personajes,  las desigualdades sociales y los sentimientos que estas provocan( la envidia de Matilde hacia su amiga), la crítica al romanticismo (  muy presente en esa escena en que el marido disfruta de la sopa y Matilde fantasea con  un gran banquete aristocrático y exótico). En definitiva ,  los temas, incluso los psicológicos, ( envidia, sueños, tristeza, alegría) , están ligados a lo social y a lo económico, simplificando mucho, al dinero. Es este un rasgo  recurrente en la narrativa realista.

Personajes

    Siendo el cuento una subgénero narrativo de poca extensión,  es lógico que no presente una numerosa galería de personajes. En este hay una protagonista, Matilde,  y  dos personajes secundarios: el marido, y la amiga rica ( casi antagonista). Los demás personajes son fugaces o episódicos la criada,  el ministro, el joyero, los asistentes al baile...  Los personajes episódico o fugaces crean el ambiente social del cuento además de tener funciones que permiten los sucesos determinantes ( el ministro da una invitación al marido).
La protagonista,  pese a la brevedad del cuento, evoluciona, se transforma en la narración: es un personaje redondo. Mediante las descripciones, pero, especialmente,  mediante los diálogos, la protagonista se nos presenta como un personaje construyéndose:  egoísta, superficial, hermosa, convencional  y romántica se va haciendo  vieja, fea,  responsable ,  orgullosa, luchadora,  realista y  al fin, un ser decepcionado y humillado. El marido persiste  en los mismo valores que presentaba al principio, es un personaje plano. De la amiga rica sabemos por las palabras y pensamientos de Matilde, pero especialmente por el descubrimiento del final del cuento. Este personaje  es muy sugerente.
Como se ve, Matilde y su marido son personajes tomados del mundo cotidiano y contemporáneo del autor: empleados de clase media baja. Su vida vulgar se compone de preocupaciones vulgares ( la casa, el trabajo, el vestido, la cena,  la invitación a una fiesta, los ahorros, los deseos de mejorar socialmente, el pago de deudas). Nada de las grandes pasiones y escenarios, de los grandes ideales del periodo romántico.

Espacio y tiempo

    Los personajes están situados en un espacio urbano, que forma parte de su vida cotidiana y es descrito con mucho detalle, haciendo referencia a los objetos que hay en él ( la casa de Matilde) . En contraposición a  la casa real , está la casa imaginada,  la de los sueños de Matilde ( lugar romántico, rico y exótico) Aparecen también las calles de París, el paseo al lado del Sena, el parque, el Ministerio, las joyerías…

    La acción transcurre en un tiempo histórico más o menos contemporáneo al escritor: el París de finales del siglo XIX. Situar la acción en su propia época era propio del Realismo.
Hay tres tramos temporales en el cuento: los días que transcurren desde la invitación hasta  la pérdida del collar y la restitución por otro comprado; los 10 años estupendamente resumidos en los que la pareja trabaja duramente para pagar sus deudas y, por último, el momento del encuentro entre Matilda y su amiga rica.

Estilo

    En cuanto al lenguaje y el estilo, este cuento de Maupassant se atiene con rigor  a los postulados realistas: sencillez, sobriedad, reproducción del lenguaje propio de cada personaje según su clase social, su psicología, y el contexto en el que habla. Esto se ve bien en los ágiles diálogos entre marido y mujer:



“-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?”
    Como ya hemos visto ,el narrador nos da también  descripciones detalladas de lugares  , con un vocabulario seleccionado con precisión:
“pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.”
    Se puede concluir que el  texto de Maupassant es una brillante  muestra del Realismo  en todos los elementos narrativos: temas, personajes, tiempo, lugar , estilo… Por ello,  no es de extrañar su éxito en la época de  Guy De Maupassant  y su pervivencia en la nuestra.