domingo, 19 de mayo de 2019

IRIS MURDOCH, IN MEMORIAM


VIDA Y OBRA DE IRIS MURDOCH ( 1919-2019)


Entorno familiar

Iris Murdoch nació en Dublín el 15 de julio de 1919. Se cumplirá este año, por lo tanto, el centenario de su nacimiento. Su madre era una mujer jovial, optimista, vital; estaba muy dotada para el canto, si bien abandonó su carrera para casarse. El padre de Iris Murdoch era un humilde funcionario, un funcionario de tercera con escasos ingresos. Cuando Iris era aún una niña, la familia emigró a Londres. El padre tenía una gran afición por los libros y aspiraba a darle a su hija una buena formación académica, para lo cual hizo grandes esfuerzos económicos. Los Murdoch fueron una familia feliz, y fue sin duda en esas vivencias donde la luego filósofa aprendió que el Amor y el Bien existen, aunque no tengamos ninguna certeza avalada por la filosofía o por la ciencia.


Vida académica (Oxford)y reclutamiento para la guerra (39-45), finalización de sus estudios - tesis doctoral 1947-1948 (Cambridge)


En 1938 ingresó en la universidad de Oxford para realizar estudios humanísticos de filología clásica, historia antigua y filosofía. Por estas fechas, muchos intelectuales y académicos alemanes habían huido  de su país por el ascenso del nazismo; algunos de ellos serán profesores de Iris Murdoch. Iris será la alumna predilecta del helenista  Eduard Fraenkel y de Donald M. Mackinnon.  Con Fraenkel, un hombre mucho mayor  que ella, casado, mantendrá una relación que rozará lo erótico y que contiene el esquema de sus futuras relaciones amorosas, basadas, sobre todo, en la admiración intelectual que Iris Murdoch sentía por sus amantes.


 En esta época de estudiante, Iris Murdoch militó en el Partido Comunista, hecho que le va a ocasionar después algún problema: en EEUU se le ofreció un ventajoso contrato para impartir clase; Murdoch no ocultó que había militado en el Partido Comunista, por lo que le fue prohibida la entrada en el país. Nada consiguió una amplia movilización a su favor de numerosos intelectuales, algunos tan sonados como Bertrand Russell. 


Estallido de la Segunda Guerra Mundial 


Iris Murdoch, como la mayoría de las jóvenes de la época, fue reclutada al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Trabajará para un organismo  de Naciones Unidas destinado a atender a refugiados, desplazados y gentes desesperadas por la miseria y el hambre. De este trabajo, sin duda, sacó lecciones inolvidables.


Todavía trabajando para Naciones Unidas, en 1945 y en Bruselas conocerá a Jean-Paul Sartre, quien estaba a punto de convertirse en el filósofo estrella de la posguerra. Iris Murdoch quedó impresionada por  Sartre  y será a él a quien dedique su primer libro en 1953  "Sartre, un romántico racionalista".


Reincorporación a la universidad: finalización de sus estudios y trabajo docente. Primera novela, relación don John Bayley.

Acabada la guerra, se reincorpora a la universidad ( a Cambridge) para acabar sus estudios. El mismo año de su reincorporación se había retirado de ella Wittgenstein. Sin embargo, en la universidad quedó un círculo de alumnos y profesores que trató asiduamente Iris Murdoch, por lo que sin duda conocerá perfectamente sus teorías sobre el lenguaje. Murdoch, en más de una ocasión recordó los años estudiantiles como los de una juventud llena de movimiento, acrobacias y muchos lances sexuales, con hombres y también, con mujeres.

Entre 1948 y 1963 va a ejercer la docencia como profesora de filosofía en Oxford. En 1954, cuando tenía 35 años, Murdoch publica su primera novela, "Bajo la red". Por esa misma época conoce a John Bayley, un estudiante universitario, varios años menor que ella, con el que se casaría dos años después de conocerlo. Bayley se convertirá posteriormente en un excelente crítico literario.



En 1963, Murdoch abandona la universidad alegando que quiere dedicarse a la literatura. Sin embargo, el motivo real parece ser que se descubrió su relación amorosa con una colega, hecho que fue un enorme escándalo. Para calmarlo, se propuso la salida de Iris de la universidad.

Desde 1969 y en toda la década de los 70, Iris Murdoch se va a entregar a un vendaval creativo. Son las novelas de su plenitud como escritora:



  • El sueño de Bruno (1969)
  • Un hombre accidental (197o)
  • Una derrota bastante honorable (1971)
  • El príncipe negro (1973)
  • La sagrada y profana máquina del amor (1974)
  • El hijo de las palabras (1975)
  • Henry y Cato (1976)
  • El mar, el mar (1978)

Enfermedad

En 1995,  Iris Murdoch estaba dando una conferencia en Jerusalén. En el coloquio con el público, alguien le hizo una pregunta; Iris se quedó muda, balbuceante: no había entendido lo que le preguntaban y fue incapaz de articular palabras. Episodios de este tipo se irán repitiendo llenando de preocupación a marido  y amigos. En 1997 le diagnosticaron Alzhéimer . Su marido la cuidará hasta que su mujer muere en 1999. John Bayley publicará ese mismo año  unas memorias que había empezado a escribir durante la enfermedad  de Iris en las que además de contarnos esos años de asistencia  a su mujer, irá más atrás en el tiempo. El título que les dio fue "Elegía a Iris", y constituyeron un enorme éxito.

La vida amorosa de Iris Murdoch 

Iris Murdoch vivió numerosos enredos, líos o historias amorosas ya desde sus años de estudiante en Oxford. Estos no disminuyeron al iniciarse su relación con John Bayley ni tampoco tras  su matrimonio que fue un matrimonio feliz, según sus propios testimonios y los de su entorno.  Para entender la novela de Iris Murdoch es interesante conocer su concepción de estas relaciones. El propio marido, en su obra "Elegía a Iris" dice :

"...yo sabía que Iris tenía varios amantes con los que jugaba  al mismo tiempo. También intuí - no se muy bien cómo, pero acerté- que ella concedía sus favores por admiración o respeto, en virtud , más de los atributos divinos que de los físicos de los hombres que la solicitaba. A los hombres que eran dioses para ella, ella también los consideraba eróticos, pero el sexo le parecía un elemento marginal, no un fin en sí mismo" ( Elegía a Iris, pág. 55)

La promiscuidad de Iris era una forma de relacionarse con la gente a la que admiraba, hombres o mujeres. Una de esas personas fue Elías Canetti, con quien tuvo una larguísima relación. Canetti, sin embargo, escribirá una páginas repugnantes, insultantes, mezquinas sobre Iris. Aun así hay en el capítulo que le dedica en sus memorias unos párrafos que coinciden con la percepción que el propio Bayley tenía de la promiscuidad amorosa de Iris . Así dice en "Fiesta bajo las bombas":

"Era insaciable en su impulso de enredarse en relaciones difíciles y complicadas; pronto supe cuando un hombre era importante para ella. En realidad, todo eran aventuras; su sed de conocimiento era grande. Los amigos que tenía en Oxford eran, por lo general, especialistas en alguna materia, algunos realmente brillantes, de los que ella aprendía cuanto cabe aprender en el curso de una relación amorosa; nunca renunciaba a uno por otro, y así se metía en los mayores líos; le resultaba imposible renunciar a nada. Es justo añadir que,a su manera, Iris se sentía muy agradecida hacia aquellos a quienes había robado el espíritu, y que en el transcurso de los años no olvidó a nadie que alguna vez le hubiera hecho bien. (...) En sus sentimientos hacia todos Iris era una poeta; nunca olvidó a quienes había comprendido." ("Fiesta bajo las bombas. Los años ingleses")

En otro lugar de "Elegía a Iris", John Bayley completa esa visión de la vida amorosa multiforme de Iris:

" Cuando nuestra relación se hizo más seria, y nos dimos cuenta de que nos encaminábamos inevitablemente o bien a una separación  o bien hacia una solución que por entonces todavía no podíamos prever, Iris mencionó una o dos veces el mito de Proteo. Fue una respuesta a mi desesperado comentario de que no la entendía o que no entendía en la mujer en la que se transformaba  para las numerosas personas con las que se relacionaba. "Acuérdate de Proteo", solía decirme, "tú no me sueltes y todo irá bien."

Proteo es un personaje de la mitología griega que tenía el poder de cambiar de forma a voluntad: en león, en serpiente, en monstruo, en pez...hasta que, un día, Hércules lo agarró y lo obligó a tomar su forma humana.

Iris Murdoch y la filosofía

Iris Murdoch, pese a su dedicación a la novela, no dejó nunca de estudiar y escribir filosofía. Su formación, de hecho, es filosófica. Sus dos obras fundamentales son "el fuego y el sol" y  "La soberanía del bien".

En  "El fuego y el sol", basado en las conferencias que dictó en Roma en 1976, Iris Murdoch examina la visión de Platón sobre el arte y, en particular, las razones de la manifiesta hostilidad del filósofo hacia él. Para ello la autora, al tiempo que realiza un sintético recorrido por los elementos que fundamentan las teorías platónicas sobre la Belleza, busca una explicación al hecho de que el pensador griego atribuyera tanta importancia en su obra al papel que desempeña la Belleza, pero, paradójicamente, denigrara a los artistas. Apoyándose en el contraste entre las engañosas sombras del fuego de la Caverna y la luz del sol, iluminadora de la Verdad, Murdoch pone de relieve la labor primordial que desempeñan los creadores en la revelación de lo trascendente.Su certero examen se ve además enriquecido con las ideas sobre esta inagotable y apasionante cuestión de figuras tan destacadas como Kant, Kierkegaard, Freud, Tolstói o Jane Austen.


 La soberanía del bien.Especialista en Platón, relacionada con la escuela de Wittgenstein, pero siempre radicalmente independiente, Murdoch reunió en "La soberanía del bien" (1970) tres conferencias que resumen lo que había sido su investigación filosófica desde la década de 1950.A diferencia de la mayoría de sus colegas en Oxford y Cambridge, Murdoch estaba interesada sobre todo en la vida moral y en las posibilidades reales que el ser humano tiene de hacerse mejor persona. La idea del Bien en un mundo sin Dios fue siempre su principal preocupación y a ella le dedica estos tres ensayos combativos y edificantes.


El contexto en el que escribe Iris Murdoch es el de una Europa filosófica exhausta, una Europa  física y espiritualmente  en ruinas. Hannah  Arendt  vio la raíz del malestar en que la filosofía occidental que se había apoyado desde Plantón en los conceptos, había llegado a una completa desconfianza de ellos .De la mano de Wittgenstein se había llegado también  a la  desconfianza en el  lenguaje. Martín Heidegger, por su parte,  había desmantelado los últimos restos de la metafísica occidental sin ser capaz de proponer nada en su sustitución. El sujeto había desaparecido de las consideraciones filosóficas.  

Las corrientes que dominaban en la época en que Iris Murdoch escribe son la filosofía analítica, el existencialismo francés, el marxismo y el psicoanálisis. Con ninguna de ellas se identifica Iris Murdoch. Va a elegir una rama de la filosofía, la filosofía  moral, totalmente desprestigiada en los círculos filosóficos, que nunca se había recuperado del golpe asestado por Kant en "La crítica de la razón práctica" ni del golpe de  Nietzsche en su "Genealogía de la moral". Wittgenstein y  Bertrand Russell, entre otros,  afirmaban que los juicios  morales no son fácticos, ni comprobables y, por lo tanto, quedan fuera del campo de la filosofía. Solo podemos hablar de los actos morales. Las motivaciones, las razones morales quedaban fuera del campo de la filosofía por darse en ese lugar tan dudoso  que se llamaba  el yo o mundo interior.

Las ideas filosóficas de Iris Murdoch van a contracorriente. Ella defiende no solo la necesidad de la filosofía moral, sino también que la vida moral interior existe aunque no sea visible en actos externos. Defiende la idea del Bien como lo Real y lo Verdadero en la línea de su admirado Platón. Acceder al Bien, es decir, a lo real, es un proceso que parte de destruir las ilusiones que nos impiden verlo, sobre todo, las ilusiones construidas por el yo. El Bien es para Iris Murdoch una idea casi innata de la naturaleza humana y hay una tendencia natural hacia él. El filósofo, y por ende, cualquier ser humano tiene que hacer un esfuerzo para ver el No-yo, rasgar su conciencia egoísta y unirse al mundo tal cual este es. Se trata de mirar el mundo con atención, prestarle atención. Esta noción de "atención" a lo que está fuera de nosotros, la toma Murdoch de la filosofía de Simone Weil. El prototipo de hombre atento al mundo, que sale de sí mismo, es el artista, y  más en concreto, el pintor, quien pone toda su atención en la realidad, se olvida de sí mismo y nos ofrece una nueva mirada sobre las cosas. La gran tarea del ser humano es llegar a ser mejor a ser "real", a ser "verdadero". Ese  interés por el hombre bueno, moralmente bueno, late tanto en la filosofía como en la literatura de la autora irlandesa.

La literatura de Iris Murdoch. 

Como hemos dicho, la carrera novelística de Murdoch  empieza con la publicación en 1954 de "Bajo la red". A lo largo de su vida escribirá 26 novelas,  seis obras de teatro y  libros de poemas.
Sus novelas no son novelas filosóficas en el sentido de que incorpore a ellas discurso y terminología de la filosofía; sin embargo, la novela es para ella un modo de indagación de lo que también le preocupaba como filósofa: la moral.Sus novelas indagan en la moral a través de innumerables situaciones. Pensaba Iris Murdoch que la novela tenía unas herramientas para indagar en la moral de las que carecía la filosofía.

No es de extrañar que le gustaran tanto a Iris Murdoch las novelas que más habían indagado en la dimensión moral íntima de los personajes: la novela decimonónica de Henry James, de Tolstoi o post-realista de Proust.



Contrariamente  a sus amigos filósofos, ella tenía  una total confianza en la palabra como representación de lo real, en el lenguaje como instrumento de la conciencia moral. En una época en que la imagen de lo humano estaba copada por las ciencias ( utilitario y conductista) ella reivindicaba al  hombre como un agente moral más que como un ser científico.

Esta búsqueda del ser moral hace que todas sus novelas se parezcan bastante. Harold Bloom, el autor de "El canon occidental", le decía que su problema para no entrar en el canon estaba en que no había escrito una novela cumbre, sino que su calidad se encontraba repartida entre varias de  ellas. Tampoco había creado un personaje inolvidable, un nuevo tipo literario. De hecho, en todas sus novelas vamos a encontrar tipos que representan al mago, al ser intelectualmente poderoso, el adolescente que aún desconoce el mundo, el hombre bueno, el santo, el ángel, el duende...

Para que sus personajes se enfrenten a situaciones y dilemas morales siempre escoge el tablero del amor, en el que según ella misma era toda una experta. 



Muchas veces sus novelas se asimilan a las novelas sentimentales, sobre todo por los enredos amorosos; sin embargo, de donde bebe Iris Murdoch es  de las comedias de enredos de la primera época de Shakespeare, autor  al que admiraba infinitamente. Son esas comedias como "Las alegres comadres de Windsor", "La comedia de las equivocaciones", "Noche de Reyes", "Como gustéis", "La fierecilla domada"... en las que aparecen confusiones, encuentros sorprendentes,  casualidades inverosímiles, mujeres que se disfrazan de hombres, emparejamientos imposibles, enamoramientos súbitos... De hecho algunas novelas tienen como plantilla una obra de Shakespeare: "El sueño de Bruno" a "Sueño de una noche de  verano"; "El príncipe negro" a "Hamlet, príncipe de Dinamarca"; "El mar, el mar" a  "La tempestad".



El tema fundamental es el amor, el enredo amoroso. Iris Murdoch diferenciaba el enamoramiento del amor: el enamoramiento se debe al azar, es inevitable, nos sorprende, nos asalta y hace que fijemos nuestra atención en el exterior, fuera de nosotros;   el amor es una construcción épica  del sentimiento surgido en el enamoramiento.

El amor  conduce al bien, una idea platónica muy querida a Murdoch; pero a veces también nos conduce a la obnubilación, al egoísmo, al desvarío, al mal . Es decir, el amor nos pone en una bifurcación moral, aunque su tendencia es llevarnos al bien. El enamoramiento desata comportamientos y situaciones imprevistas para el sujeto, disparatadas a veces, divertidas, cómicas. 



Iris Murdoch no estuvo nunca interesada por la innovación formal de las vanguardias; sus novelas pueden parecer convencionales, si bien en muchos momentos llevan al lector al límite de la verosimilitud. Por lo demás, Iris Murdoch está lejos de ese lenguaje abroncado, seco, angustiado, distante que adoptó mucha de la novelística de su época.  Es una literatura escrita con alegría, con optimismo, con vena cómica e incluso absurda. Porque para Iris Murdoch el ser humano no es un ser trágico sino cómico, burlesco, aunque ella misma había visto en la guerra que la tragedia también es parte de la vida. No ha de pensarse que este gusto por el enredo implica complejidad; Murdoch alababa la claridad, la nitidez tanto en el pensamiento como en el lenguaje, claridad que no quiere decir simplicidad. 



En un entrevista le preguntaron a Iris Murdoch sobre cuál era para ella el lector ideal. Contestó que aquel que se viera arrebatado por el placer de  la lectura, que disfrutara de la trama , y que reflexionara sobre problemas morales. Sin duda, buscaba un lector con las mismas emociones  que a ella le suscitaba escribir novelas.














sábado, 18 de mayo de 2019

LAS CIEGAS HORMIGAS, DE RAMIRO PINILLA: UNA JOYA LITERARIA

Si alguien me preguntara cuál es la mejor novela española  que he leído en los últimos diez años contestaría sin dudarlo " Las ciegas hormigas", de Ramiro Pinilla. No es una obra reciente, escupida en la vorágine editorial de esta nuestra postmodernidad: recibió el premio Nadal en 1960 , por méritos indiscutibles. Es una joya de nuestra literatura que, por lo visto, no merece la publicidad ni el aliento de las editoriales de libros de textos escolares donde  Cela, por ejemplo, ocupa tanto espacio en la literatura de posguerra.

La acción transcurre en unos pocos días de un año del siglo XX que no se precisa. Una enorme tormenta   ha hecho encallar en la Galea (costa vizcaína) un carguero inglés que transportaba toneladas de carbón para los Altos Hornos. Cientos de toneladas quedan  vertidas sobre las rocas y peñas, frente a Algorta. Una "romería"  de lugareños de Algorta y sus alrededores se ponen en marcha con burros y carros, amparados por la noche, para hacerse con todo el carbón que les sea posible.A partir de ahí, empieza una lucha que en el caso del protagonista, Sebas Jáuregui, recuerda el mito de los 12 trabajos de Hércules, solo que los de este campesino no son doce sino infinitos, la misión no se acaba nunca.

No está claro en qué época histórica están inmersos los personajes, si bien se ha sugerido muchas veces que es la posguerra franquista, nunca nombrada, pero reconocible en  el orden social descrito. Sin embargo, hay en el capítulo IX unas palabras que se prestan a interpretación. Hablando de unos pinares que en un momento dado cruzan los personajes dice Ismael, el hijo menor de Sabas: " Al abandonar la carretera e introducirnos entre los primeros árboles, por el primitivo sendero que los  cruzaba (utilizado por lo que iban hasta allí a recoger ramas y piñas para el fuego: gentes de los pueblos vecinos de Guecho, Algorta, Berango, que llevaban sus burros y sus sacos (...) y los cargaban y llenaban con esos desperdicios del bosque; y que DURANTE LA GUERRA, AÑOS DESPUÉS,no fueron solamente los nativos quienes recogieron esas donaciones de los dueños ) No queda claro si al pasar por esa carretera el personaje está recordando dos momentos ya pasados ( uso de los pinares por los lugareños y uso de los pinares por los "refugiados" de la guerra, o un momento que corresponde a su presente y otro que conocerá en el futuro.


Sea como sea, el orden social rebela un férreo  control de los poderes económicos  y políticos sobre  un campesinado  que a duras penas consigue sobrevivir sumando al trabajo del campo el trabajo en las fábricas. Esos poderes  económicos tan vinculados a la industrialización de Euskadi (el carbón inglés es todo un símbolo)  y esos poderes políticos que no consienten que unas migajas de riqueza de los ricos (la carbonilla) vaya a parar a los miserables. Estos poderes se comportan con perversión: dejan que los campesinos hagan el rudo trabajo de recuperar saco a saco el carbón vertido para luego confiscarlo  ahorrándose así  el pago de las durísimas labores de recogida. Objetivamente, un saco de más o un saco de menos, poco podría importar al propietario de la carga o a los seguros, pero tienen que dejarles claro a los miserables quién es quien manda y qué lugar ocupan ellos en ese orden. En ese orden social además "los de abajo" son seres fuertemente individualista, o si se quieres familiares ( la familia es el grupo de fuerza) que muestran más envidia y traiciones entre ellos que sentimientos de solidaridad.
Pinilla va a crear un personaje inolvidable en Sabas Jáuregui, el patriarca de un viejo caserío en que se reúnen , la mujer de Sebas, Josefa y los hijos de ambos: Fermín, Cosme, Bruno, Ismael y Nerea y la abuela de todos ellos  La familia se completa con el tío Pedro, el hermano de Josefa, y Berta, la mujer de Pedro.

Sebas representa la voluntad indomeñable, la obsesión por acabar lo que empieza, por mostrarse imperturbable a la furia de la naturaleza , a la furia que la te en el corazón de los suyos y de los ajenos. Falta de creencias religiosas, ha hecho del trabajo bien hecho, acabado su dogma en el que sin embargo no hay salvación posible. Lo más que consigue es que pueda seguir para adelante, no pararse a pensar. Sabas aparece como un luchador antiguo; su tiranía familiar no la ejerce ni a gritos ni a golpes ni por desamor; la ejerce por una voluntad férrea que sabe que al menor desfallecimiento el edificio entero se derrumba. Es Sísifo levantando la piedra con fe aunque sepa que al día siguiente tendrá que volverla a elevar. Sebas intenta que pensamiento y acción vayan juntos, o mejor que la acción le arranque del suplicio de pensar en otros asuntos: cuando no actúa está planeando la siguiente jugada.

Sabas ejerce sobre sus parientes un magnetismo que anula la voluntad de rebelión y disentimiento de estos. Guiado por un imperativo radical de supervivencia y una obsesión sin fisuras por el trabajo  a Sebas no le frenará ni la muerte de su propio hijo,ni  la turba de campesinos que quieren lincharlo en la creencia de que habían sido traicionados.  Ni siquiera se rendirá cuando su mujer, hundida por  tanta desgracia, confiese al cura  que  Fermín está muerto e insepulto desde  la noche de la recogida del carbón. Sebas no se sentirá culpable en ningún momento de sus acciones no por falta de moral, sino porque él tiene la propia. Durante toda la novela sospechamos que Sebas tiene una dimensión interna, un mundo lleno de dudas que ha estrangulado. No es que no sea capaz de sentir, es que considera que ciertos sentimientos, dada su situación, son un lujo que no se pueden permitir. Sebas es el hombre de hierro, el hombre forjado por el martillo de la penuria diaria, un hombre bueno cuya bondad se ha tenido que hacer de piedra, insensible.

Aunque Sabas es el eje de la novela, los demás personajes de la familia también son trazados magistralmente: Fermín, el joven que descubrió que era un don nadie irremisiblemente, un hombre sin hombría, un pelele. Cosme quiere su tiempo propio, el de unas horas de libertad cazando...tampoco le serán permitidas; la madre, sumida en apariencia al padre y amándolo a su manera, es incapaz de torcer el camino que marca Sabas y que ella presiente que lleva al desastre. La abuela  es el egoísmo del final de la vida: da por buena la muerte de su nieto a cambio del carbón que la protegerá del frío los pocos inviernos que le quedan de vida.  Bruno es el joven atractivo, de tanta fuerza física como el padre, pero de voluntad blanda como la plastilina, arrastrado por  unos impulsos sexuales incontrolables que lo perjudicarán a él  y, en parte, a su familia. Nerea es una muchacha que no quiere convertirse en mujer: se tapa los oídos, cierra los ojos, no quiere saber lo que ocurre en su familia. Ismael , una de las voces que más se escucha en la novela, es el hijo predilecto de Sabas. El adolescente admira a su padre y lo adora, colabora con él para que ninguno de los planes del padre fracasen. Con él Sabas muestra ese lado tierno, dulce, comprensivo, que solo en una ocasión vemos aparecer en el trato con su mujer.

La relación de Sabas con los vecinos de Algorta es prácticamente inexistente: desprecia su ocio, su locuacidad, su afición al vino y las borracheras, su curiosidad malsana por la vida de los otros. Cuando lo apalean no es solo porque piensen que Sabas tiene un pacto con el teniente García para quedarse con cientos de kilos de carbón, sino por este desprecio de Sabas hacia ellos, un desprecio silente, por lo demás. Ante los poderosos, ni muestra miedo ni sentimiento de inferioridad:  intentará vencerlos hasta su último aliento, porque el trabajo de Sabas es también la muestra de que él, que se lo debe todo a su trabajo, tiene que soportar un poder antiguo, inderrocable, parásito, hostigador. Ese poder en nada ayuda a Sebas;  más bien,  como la tormenta es una fuerza contra la que tiene que luchar sin pensar si la vencerá o no, pero tiene que luchar.

Es conocida la gran admiración que sentía Ramiro Pinilla por Faulkner  y en esta novela se deja sentir el influjo de "Mientras agonizo". Se la ha reprochado a Pinilla, sin embargo, el uso que hace del monólogo interior de los personajes. Ciertamente no es  un flujo de conciencia en el que aparezcan los registros lingüísticos de cada personaje, su forma de hablar diferente.  No creo que sea un defecto de "Las ciegas hormigas". Pinilla no ha querido diferenciarlos por registros lingüísticos, ni ha tratado de reproducir el desorden del monólogo interior, su errabunda sintaxis, su pobreza léxica, su vulgaridad.  Todo hablante sabe que con su lenguaje directo se queda muy lejos de expresar lo que realmente siente, lo que realmente piensa, lo que realmente observa. Todos sentimos que nos faltan palabras para dar a conocer de verdad nuestro mundo interior. Lo que hace Pinilla es "traducir" a un lenguaje literario rico, profundo, verosímil esas profundidades que no suelen asomar en las conversaciones reales, ni en nuestros discurseos mentales. En mi opinión, es un acierto. Esta novela de Pinilla me ha llegado más hondo que "Mientras agonizo" de Faulkner. No dudo  de que sea una innovación técnica estupenda. Sin embargo, por mucho monólogo interior de personajes  el dueño y señor de las palabras sigue siendo Faulkner. Aparentemente nos acerca sin mediación de un narrador por encima del personaje  al mundo interior de este, pero no deja de ser otro constructo literario, otra convención

Les recomiendo apasionadamente la lectura de "Las ciegas hormigas" y se introducirán en una literatura en que las palabras pesan, importan, tiene la solidez de las piedras, de los riscos, de los guijarros. Sabas es un personaje que sufre , no por malestares difusos de la modernidad, sino porque no quieren sucumbir a ella, caer en su vacío. Sabas es un Hércules, ya lo he dicho, para el que, sin embargo, no hay dioses que lo asciendan a Olimpo. 



lunes, 13 de mayo de 2019

DE VIDAS AJENAS, DE EMMANUEL CARRÈRE

Emmanuel Carrère se han convertido en un verdadero maestro de la novela testimonio o novela de  no ficción. Constreñido por lo que "realmente" les sucedió a unos individuos y a él mismo en su contacto con ellos, es capaz de  "ficcionalizarlo" como si partiera de la imaginación. Esa es la magia: si el lector lee el libro sin haber sido advertido de que es una "historia real" y que esos seres existieron o existen, lo leerá como una ficción que cumple con todos los requisitos novelescos.  Da la impresión de que Carrère es capaz de darle forma al caos de la vida de cualquiera, la de usted o la mía.

Con "De vidas ajenas" se atreve Carrère con un tema difícil y doloroso: la enfermedad y la muerte, es decir, nuestra extrema vulnerabilidad. Siguiendo una larga tradición, esta novela testimonio se alza como el único muro de contención contra el olvido, contra el triunfo definitivo de la muerte, que es, al fin y al cabo, el tema  último  de la literatura.  

El escritor acepta el encargo de escribir dos historias de sufrimiento y de muerte. Una  joven pareja de turistas  pierde en Sri Lanka  a su pequeña hija Juliette. La arrastró   el tsunami que asoló las costas del sureste asiático en 2004, cuando  Carrère estaba  pasando en Sri Lanka  unas tediosas vacaciones que parecían el preludio de su separación de Hélène, su mujer. En estas mismas fechas, Hélène recibe la noticia del ingreso hospitalario de su hermana Juliette. De regreso a Francia, comienza el doloroso calvario de esta hacia su muerte.

Carrère traza con mano  firme la historia, sin caer en sentimentalismos, más bien bajo la indisoluble sombra de que la historia que está contando, con alguna variación, será la suya propia, la de todos nosotros. La variante más importante es la del amor: Juliette lo conoció hasta el final; Patrice, su marido, la  protegió hasta donde es humanamente posible. Por eso,  la  sombra  amenazante que recorre toda la narración no es solo la muerte, sino la del pavor de vivir y morir sin el amor de otros, como si el verdadero trío apocalíptico fueran enfermedad, soledad y muerte. 

Pese a la indudable calidad de la narración, hay dos aspectos que reprocharía al autor:   a pesar de haber  narrado con tanta brillantez la relación de Patrice y Juliette, ha sido muy  torpe narrando su propia relación con Hélène; además, no están justificadas muchas de las páginas que dedica a un compañero de trabajo de Juliette , un juez de nombre Etienne. Su presencia durante tantas páginas resta tensión a la historia principal, que es la de Juliette y tienen mucho de relleno. Etienne es un personaje interesante que nos permite entender mejor a Juliette, pero no deja de ser colateral. Quizá se mereciera otro libro.

No recomiendo esta novela para quienes estén pasando un enfermedad o un duelo.  Carrère muestra magistralmente  el sufrimiento y el miedo ante la enfermedad y la muerte, pero no aporta ni un solo gramo de consuelo.







domingo, 12 de mayo de 2019

CAMBIAR DE IDEA, DE AIXA DE LA CRUZ




Los autores  que han escrito sus memorias lo han hecho, generalmente, o  en su madurez, o en sus últimos años de existencia. Sorprenden, por tanto, estas memorias, en una escritora que anda por los 30 años. Cierto que hay muchos individuos que a sus 30 años poco tienen que contar; no es el caso de Aixa de la Cruz. Treinta años son muchos en función de cómo se viva y la capacidad de análisis e introspección del autor o autora.  Sin lugar a dudas, en toda memoria hay una reelaboración de los recuerdos que ya la acercan a la ficción, por no hablar de lo que directamente es ficción, haya sido esta introducida con plena conciencia o no. No se da en la obra, sin embargo, el juego evidente de la autoficción, tan de moda últimamente, y que ya cansa.

El libro es un torrente de ideas y de experiencias, un intento de explicarse a sí misma  en ese momento de entrada en la madurez que culturalmente señala esa edad; por ello, tiene también mucho de novela de aprendizaje: la protagonista quiere conocerse a sí misma para poder seguir por el camino de la vida mejor equipada. En su autoanálisis, la autora no es complaciente consigo  misma y es crítica con las ideas mismas que en un momento pensó que formaban parte de su identidad.


Aixa de la Cruz es representante, además, de esos jóvenes  para quienes los proyectos que tuvieron sus padres para ellos ya no les sirven. Vemos a una generación de deambulantes, sin casa propia, con matrimonios frágiles, con vocaciones indecisas o carentes de ellas; una generación que piensa que lo que uno no haga por sí mismo no lo va a hacer nadie más por él. En las relaciones hombre-mujer, la visión no es de un feminismo fosilizado. El feminismo aparece como un modo de pensar y actuar que debe someterse a sí mismo a una concienzuda autocrítica. También revisa Aixa de la Cruz el concepto literatura masculina canónica occidental  como modelo en el que se ha obligado a escribir a las escritoras, haciéndolas eternamente unas imitadoras que no encuentran su propia voz.

En su desarrollo la novela se encuadra entre dos catástrofe: la primera, el accidente que pudo costar la vida a una de las amigas de la protagonista y el último, el juicio por violación a La manada. Entre uno y otro, asistimos a batallas íntimas de la adolescencia, a un matrimonio fracasado que le permitió, sin embargo, descubrir México, y curarse del eurocentrismo, a las contradicciones, ambivalencias y traiciones de las relaciones sexuales, a las relaciones con su madre y, con quien ella llama, “biopadre”, las relaciones con su propio cuerpo…

Las memorias no siguen un orden cronológico: en realidad, se pueden leer como uno de esos paseos que hacía la protagonista por Sevilla sin plan predeterminado: iba por una calle, torcía por un callejón, hacía círculos en una plaza, repetía calle, pasaba otra vez por un pequeño tramo de otra, volvía al punto de partida, cruzaba por tercera vez una calle... Su estructura temporal  también tiene esa forma de deambulación, de itinerancia sin orden.

La obra arrastra, se lee de un tirón, como si fuera  imposible resistir al empuje que la misma autora experimentó al escribirla.



sábado, 11 de mayo de 2019

EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES, DE FRED VARGAS

Había acabado hace algo más de una semana la lectura de Tiempos helados, de Fred Vargas, con la convicción de que sus novelas me servirían de entretenimiento cuando no quisiera que  ningún autor esperaba mucho de mí como lectora. Hay días que me gana la pereza y el desaliento, hay días que si puedo evito las complicaciones incluso en la lectura. En esas estaba el jueves, Así que me acerqué a la biblioteca en busca de lectura fácil, relajante y entretenida. El título "El hombre de los círculos azules" me pareció prometedor para mis intenciones. Sin embargo, contra todo pronóstico me ha entretenido solo a ratos porque mientras lo leías me preguntaba cómo una autora de prestigio universal en la escritura de best-seller ejecutaba este con tamaña torpeza. Luego me di cuenta de que la novela fue publicada en 2004 y que desde luego una década después ha ganado pericia.

En " El hombre de los círculos azules" falla casi todo, empezando por la creación del detective. Adamsberg es borroso por expresa voluntad de su autora: no es lógico, ni deductivo, ni inductivo; sería de la familia de los investigadores intuitivos  sino no fuera porque la intuición de Adamsberg sobrepasa lo verosímil y tiene el sospechoso don de la infalibilidad. El detective de Vargas conoce el alma de todos aquellos  que entran en contacto con él;  la conoce como si el Mal  emitiera  unos efluvios que solo el filtro de este hombre pudiera  absorba como una tela la humedad ambiente. Va por el mundo como si  fuera un campo magnético invisible  que imanta  a los culpables irresistiblemente. Adamsberg no razona, recibe confusas intuiciones  cuando se libera del deber de pensar. Esto hace que muchas de las escenas de la novela sean francamente ridículas. Más que de detective Adamsberg parece actuar de médium.
En el intento de proporcionarle  una  personalidad, Vargas no va más allá de dotarlo de manías. Hace todo en él nebuloso con la esperanza de que lo creamos profundo.

Los demás personajes no están mejor trazados. Vargas recurre a lo inhabitual y lo extravagante para interesarnos por ellos; sin embargo, el resultado es extremadamente artificial y torpe. El inspector Danglard, razonador, lógico y culto resulta que se ocupa él solo de cinco hijos pequeños, a los que casi siempre atiende en cierto estado de embriaguez. Mathilde, una científica de renombre, que acaba implicada en la trama , es una mujer de conversaciones absurdas que se pretenden inteligentes. Difícil entender por qué Vargas ha decidido que tenga la manía de salir a la calle con la intención expresa de elegir a algún desconocido o desconocida para perseguirlo, hacer anotaciones y volverse a su casa. Charles Reyer, sin ninguna función creíble en la trama, es un ciego guapísimo y cabreado por su ceguera.  Camille, una joven que viaja por el mundo para evitar a Adamsberg, del que está enamorada...

En la trama comete la autora errores de principiante: la aparición misteriosa de círculos azules pintados con tiza en diferente calles de París no despierta mucha curiosidad, menos curiosidad aún  la los  asesinatos que vienen a continuación. Al fin, nada importa  quién pinta los círculos ni quien asesina a seres anodinos del París nocturno; menos  importa si el pintor de círculos y el asesino son o no son la misma persona. Una novela policiaca no puede descuidar ese punto: la intriga es el motor de la lectura, la que hace pasar páginas. Cuando descubrimos al asesino y su móvil todo  resulta una fantasmada.

Fred Vargas es incapaz de esconder los trucos con los que intenta retener al lector; es todavía como ese mago cuyo público acaba viendo que se saca las cartas de la manga. 

Mi conclusión es que ,de leer otra novela policiaca de Fred Vargas, escogeré alguna de las escritas muchos años después de esta, cuando ya maneja con maestría  las herramientas del bestseller policiaco.


miércoles, 8 de mayo de 2019

SARA MESA: CICATRIZ (2015)

Hace una semanas acabé la lectura de Cara de Pan, la novela que Sara Mesa publicó en 2018. Me sorprendió su enfoque de un tema del que no es fácil  contar  sin caer en tópicos o visiones manidas.  Pese a algún escamoteo al lector, la obra me pareció bien trazada, con pulso seguro. Así que decidí leer otro título de la autora.
Cicatriz tiene bastantes aspectos en común con Cara de Pan. A Sara Mesa le gustan las distancias cortas en narrativa,  y explora los conflictos entablando una intensa dialéctica entre dos personajes, uno femenino; el otro, masculino. 

Sonia y Knut se conocen en internet, en un foro literario en el que Sonia participa para matar las horas insípidas y absurdas de oficina. Fuera ya del foro, establecen una intensa relación que podemos llamar epistolar ( vía e-mail, principalmente). Knut resulta un ser extraño, un outsider, que empieza a enviarle a Sonia primero libros que roba, hecho que Sonia sabe y acepta y después productos de lujo: perfumes, ropa interior de marca...  Se establece entre ellos  una relación que no deja de ser una lucha de poder, de dominación, de manipulación del lenguaje. Él parece saber muy bien quién es ( solo lo parece, claro); Sonia tiene una visión nebulosa de sí misma.

Página a página vemos cómo Knut va tomando el control de la relación ante una Sonia evasiva, insegura, contradictoria, débil y , sobre todo, inhábil en contrarrestar los ataques de la Razón masculina, que el propio Knut define como " directa y recta", frente a las ambigüedades y indirectas de la femenina. 

El reto para el lector es comprender qué pueden buscar cada uno de los personajes en esta relación y , desde luego,  la respuesta de que buscan "sexo" no es la correcta. Podría decirse que ambos están tan profundamente solos y carentes de vínculos estabilizadores  que buscan crear una relación fantasmal que los salve. Como  relación fantasmal que es, no llena al fin el vacío y la desesperanza de ninguno,  pero al menos al Sonia le irá revelando lo poco que se conoce a sí misma, la superficialidad de su pensamiento, lo recóndito de la motivación de sus actos. En Knut encontramos un desesperado  y fracasado intento  de dominar la realidad a través del robo, a través de un examen maniático de la comunicación, a través de la imposición de sus ficciones a otra mente.  

Sara Mesa consigue mantener en la novela un ambiente turbio de tensión. El lector siempre está alerta,  consciente  de que los personajes son funambulistas que se pueden precipitar mortalmente del alambre. Pese a que la novela básicamente está construida sobre estos dos personajes, es bien visible a través de ellos una sociedad líquida, de seres desorientados, que no encuentran en sus vínculos el sentido de la vida, pero que tampoco la encuentran en sí mismos por más que indaguen en ella.

Es, en mi opinión, una novela triste y pesimista, que habla de la imposibilidad de comunión y comunicación  entre los seres humanos, que están, sin embargo, condenados a buscarse.


domingo, 5 de mayo de 2019

EL LUMINOSO REGALO. MANUEL VILAS

Hay pocas novelas que condensen en su título  una afirmación, y  de manera irónica, su negación.  El título, El luminoso regalo, se refiere a un don especial  de Víctor DIlan  para atraer de manera irresistible a las mujeres, especialmente a las de larga cabellera rubia, altas, lectoras, profesionales todas ellas: periodistas, médicos filólogas,universitarias. Le permite atraer a las mujeres más “cotizadas” en el mercado erótico.  Solo que ese luminoso regalo resulta ser también un regalo envenenado, un don que domina a quien lo posee y lo lleva a la destrucción. Siguiendo un viejo tópico occidental, Eros y Tánatos se buscan siempre y acaban encontrándose.

Durante un tiempo la vida donjuanesca de Dilan no hará  naufragar su matrimonio con Elena, su centro de gravitación, como dice él: no es que Elena no supiera de esas infidelidades, pero también ella vivía bajo el hechizo  de su marido. Todo cambia cuando Dilan conoce a Ester, la Bruja. Con ella aumenta el número de copas que tiene que beberse para borrar la realidad, el número de viagras al que tiene que recurrir para prolongar sus sesiones de sexiboxing  y su conciencia de que en la sexualidad habitan  las tinieblas del abismo, de la muerte.  Significativamente la novela se abre con una larga descripción de la personalidad de Ester: pocas páginas en la historia de la literatura destilan tanto odio a una mujer. Dilan ha dado con eso que, en otras épocas más poéticas, llamaban mujer fatal. Vilan  se siente atraído por la personificación del  Mal, por la misma amante del diablo, la Bruja. Ester (de nombre bíblico )  es  la encarnación de la Maldad:  no se enamora de ningún hombre por imposibilidad connatural, los utiliza y los abandona con crueldad , los traiciona con sadismo, los olvida para siempre; pese a ello o por eso,  su sexo atrapa a todos los hombres  como una droga dura. Mientras a Dilan  su adicción al sexo  no le impide ser un amado marido, un  padre admirado, un cotizado escritor y un buen amigo,   a Ester su sexualidad obsesiva de “ninfomana” le atrae el castigo de la naturaleza ( es estéril) y el repudio de la sociedad (es una puta).  No puede ser esposa ni madre ni amiga.  Ester es el sexo sin amor, sin matrimonio, sin moralidad, sin reproducción. Vilas  parece convertir a Ester en el símbolo del sexo como una fuerza primitiva  incontrolada por   el sujeto y por la sociedad; es una fuerza bruta que  destruye y autodestruye y  resurge una y otra vez. Dilan es instrumento de esta misma fuerza irremediable, pero tiene conciencia de ella e intenta disfrazarla (por algo es escritor, creador de constructos)  de trascendencia universal al hacerla inseparable del amor, de la adoración, porque Dilan cree amar a todas las mujeres, aunque  por sus limitaciones humanas solo se pueda follar a unos cuantos cientos de ellas; su deseo, que no es más que un deseo de poder ilimitado, lo pueden resumir muy bien estos  versos de Byron:

“Amo el sexo y a veces invertiría aquel deseo
del déspota “ de que los hombres tuvieran
un solo cuello que, con fuerte mandoble,
é l cortaría en dos”.
mi deseo es así de ambicioso, pero más inofensivo

y mucho más tierno, después de todo, que agresivo
( y no solo ahora sino cuando era un muchacho):
que todas las mujeres tuvieran una boca
que yo pudiera besar a la vez.

La obra de Vila es un esfuerzo monumental por ocultar esa desmesurada  ansia  de posesión y adornarla, como hicieron tantos donjuanes románticos, con el manto de la ternura, la devoción y la literatura.

La novela, claro está, no pretende ser una novela erótica o pornográfica del tipo “sonrisa vertical”.  Seguramente Vilas no ha escrito esta novela  para alentar los impulsos masturbatorios de sus lectores. Las numerosas escenas de sexo están  ahí con la pretensión de enfrentar al lector a un código más complejo: el sexo como metáfora de la vida, de nuestra sociedad, de la búsqueda de sentido, del sentido moral… a saber. Para conseguirlo  Vilas no necesitaba  acabar  aburriendo con la retahíla  de  encuentros sexuales que  parecen fabricados en serie, con sus rubias de pelo largo y ojos claros, el  besito del encuentro, las miradas y las citas fulminantes en un hotel cercano donde caen todos los tabúes de los timoratos.  A estas alturas a poca gente le puede escandalizar el vocabulario crudo  que utilizan los personajes de Vilas y sus prácticas sexuales, que por lo demás parecen el catálogo de una web de citas .  Vilas no amplía en nada el vocabulario erótico: recurre a un repertorio poco variado, muy conocido, lleno de clichés;  pasadas unas cuantas aventuras su narración produce bostezos como los produce  la décima  repetición  erótico-gimnástica del Marqués de Sade.  Parece que a Vilas le cuesta mucho tirar hojas a la papelera, cribar.  Cierto que las repeticiones transmiten al principio  el carácter obsesivo del protagonista, pero llega un momento en que más que un personaje obsesionado, Dilan resulta un pesado. El protagonista  es un donjuán irresistible para sus amantes rubias, pero carece de atractivo para las lectoras, al contrario de otros donjuanes literarios que atraían “fuera” y “dentro” de la novela.

De esa falta de variedad, de esa repetición cansina, no se salva la novela  por el hecho de que el autor  introduzca distintas voces narrativas. Da igual que Víctor  hable  en primera persona, o lo haga una narrador en tercera persona; da igual que en algunos momentos ( pocos) oigamos directamente a Ester: la novela está dominada por el punto de vista de Víctor Dilan. Hasta tal punto es así que, cuando oímos la voz de Ester lo hacemos teniendo en cuenta las prevenciones  dadas por Dilan: es una mentirosa, una persona que tiene una falsa percepción de sí misma. Dilan domina con su punto de vista; el autor le proporciona una posición de poder.

En algún sitio he leído  que  en “El luminoso regalo”  la experiencia del sexo  como una fuerza vital  indomeñable  es una crítica al capitalismo que domesticaría  ese impulso poderoso. Más bien parece  lo contrario:la  sexualidad de  Dilan  y Ester es una apoteosis  del capitalismo tal y como lo vive  o lo fantasea  la clase media alta: el sexo es la mercancía fetiche con mayor valor de cambio. El delirio sexual  de Dilan y de Ester es  el delirio de  la acumulación capitalista  aumentar el capital sin fin) cuyo único drama actual es saber que, dados los límites del crecimiento,  la acumulación ad infinitum es imposible. El sexo es para esa clase  media acomodada   lo que el capital es para la élite. Por lo demás,  los personajes de Vilas parecen vivir en  una España que me es totalmente ajena:  un país ario, de rubios y altos ejemplares, todos ellos cultos lectores, todos ellos brillantes profesionales, protegidos de la  crisis devastadora que sufre la mayoría de la sociedad. Nada se sabe de esa España morena, canosa o calva , golpeada por el paro, la precariedad laboral, las deudas, la falta de horizonte vital,  y cuyo problema principal no es precisamente no poder añadir diariamente a su cuenta un nuevo orgasmo cósmico con brujas o diosas.



jueves, 2 de mayo de 2019

LA FLOR AZUL. PENELOPE FITZGERALD

La novela histórica siempre me ha parecido, entre los subgéneros narrativos, el de más difícil ejecución. No solo requiere de una buena documentación, que también, sino  de la capacidad de captar el espíritu de una época, su vibración. En cierto modo, la novela histórica es un conjuro al tiempo y a la muerte.

Después de leer Himnos a la noche de Novalis  y Enrique de Ofterdingen  andaba yo queriendo saber más de este autor un poco esquinado en los estudios del Romanticismo alemán en nuestro país. No obstante no me apetecía leer una biografía llena de datos organizados con  peor o mejor acierto, escrita en tono académico. Era fácil llegar, vía Google, a La flor azul  de Penelope Fitzgerald.

La novela publicada en  1995 , ganó el National Critics Award y fue declarado Libro del Año en el Reino Unido Y el fervor del público,pero con toda seguridad no pasará a la historia de la literatura como una obra maestra. La flor azul es una novela de grata lectura, y en mi caso ha cumplido con la finalidad con la que me acerqué a ella: darme a conocer de una manera amena la vida de  Friedrich von Hardenberg.

Es cierto que la novela no tiene “nervio narrativo” pero hace entrar al lector en el ambiente provinciano y patriarcal de la Sajonia de finales del siglo XVIII, de esos mismos años en que Francia hacía temblar a Europa de miedo o de esperanza con su Revolución. Los von Hardenberg eran una familia noble cuyas  propiedades se caían a pedazos mientras la familia no paraba de aumentar. Dominados por el humor sombrío de un padre de rígido Pietismo, había amor en aquella familia pero también  una contención emocional constante. Fitzgerald nos da una imagen de la aristocracia  muy diferente a la que nos formaríamos  según los prejuicios o los tópicos actuales. Claro que se trata de la baja nobleza.En la casa de los Hardenberg no abunda la comida, se pasa frío, se hace la colada una vez al año y todos los hijos crecen enfermizos. Novalis pareció llevar bien esta penuria económica siempre refugiado en su riqueza espiritual. Ese es uno de los rasgos que resalta la autora: la capacidad que tiene el poeta de extraviarse en sus ensoñaciones y de espiritualizar y poetizar la existencia. Cierto que estudiará con ahínco para convertirse en ingeniero de minas, pero esto nada desdice de su tendencias espirituales, idealistas porque un poeta lo es “haga lo que haga”.

La parte que esperaba con más interés era la época universitaria de Novalis  en Jena  y  Leipzig Es entonces ( 1790-1793)) cuando traba su amistad con Schiller, que fue su profesor de Historia, los hermanos Schlegel, Fichte… Una vez acabados sus estudios mantendrá contacto con ellos. El círculo de Jena aparece en la novela a través de  breves conversaciones, alguna anécdota y algunas de sus ideas filosófica. El cuadro queda pobre y no alcanza a dar idea de la importancia intelectual de este grupo y de su influencia den Novalis. Goethe, por su parte, aparecerá solo de refilón en la novela.
El episodio que más ha trabajado Fitzgerald ha sido la historia de amor entre Novalis y la jovencísima Sophie von Kühn. Es brillante la presentación de la vida de familia de esta muchacha. Se trata también de una familia numerosa, en mejores condiciones económicas y perteneciente a la clase media. Tanto su comportamiento como sus principios morales son muy diferentes a los de la familia de Hardenberg.  En ella reina la espontaneidad, la alegría, la hospitalidad y el optimismo. Representan el estado de ánimo de la burguesía confiada. La autora presenta a Sophie  bajo distintas perspectivas. Está clara que la mirada de Novalis es muy diferente a la del resto: la mayoría no ven en ella más que una niña a la que le es imposible seguir la conversación  de Novalis y que tampoco presenta signos de una gran inteligencia. Para el poeta Sophie es su flor azul: la unión de amor, poesía y filosofía.  La novela acaba cuando la muchacha muere de tuberculosis a los 15 años. Luego, en un epílogo conocemos la suerte de cada uno de los hermanos de Novalis, sus tempranas muertes y la muerte del propio poeta en 1801.