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sábado, 18 de mayo de 2019

LAS CIEGAS HORMIGAS, DE RAMIRO PINILLA: UNA JOYA LITERARIA

Si alguien me preguntara cuál es la mejor novela española  que he leído en los últimos diez años contestaría sin dudarlo " Las ciegas hormigas", de Ramiro Pinilla. No es una obra reciente, escupida en la vorágine editorial de esta nuestra postmodernidad: recibió el premio Nadal en 1960 , por méritos indiscutibles. Es una joya de nuestra literatura que, por lo visto, no merece la publicidad ni el aliento de las editoriales de libros de textos escolares donde  Cela, por ejemplo, ocupa tanto espacio en la literatura de posguerra.

La acción transcurre en unos pocos días de un año del siglo XX que no se precisa. Una enorme tormenta   ha hecho encallar en la Galea (costa vizcaína) un carguero inglés que transportaba toneladas de carbón para los Altos Hornos. Cientos de toneladas quedan  vertidas sobre las rocas y peñas, frente a Algorta. Una "romería"  de lugareños de Algorta y sus alrededores se ponen en marcha con burros y carros, amparados por la noche, para hacerse con todo el carbón que les sea posible.A partir de ahí, empieza una lucha que en el caso del protagonista, Sebas Jáuregui, recuerda el mito de los 12 trabajos de Hércules, solo que los de este campesino no son doce sino infinitos, la misión no se acaba nunca.

No está claro en qué época histórica están inmersos los personajes, si bien se ha sugerido muchas veces que es la posguerra franquista, nunca nombrada, pero reconocible en  el orden social descrito. Sin embargo, hay en el capítulo IX unas palabras que se prestan a interpretación. Hablando de unos pinares que en un momento dado cruzan los personajes dice Ismael, el hijo menor de Sabas: " Al abandonar la carretera e introducirnos entre los primeros árboles, por el primitivo sendero que los  cruzaba (utilizado por lo que iban hasta allí a recoger ramas y piñas para el fuego: gentes de los pueblos vecinos de Guecho, Algorta, Berango, que llevaban sus burros y sus sacos (...) y los cargaban y llenaban con esos desperdicios del bosque; y que DURANTE LA GUERRA, AÑOS DESPUÉS,no fueron solamente los nativos quienes recogieron esas donaciones de los dueños ) No queda claro si al pasar por esa carretera el personaje está recordando dos momentos ya pasados ( uso de los pinares por los lugareños y uso de los pinares por los "refugiados" de la guerra, o un momento que corresponde a su presente y otro que conocerá en el futuro.


Sea como sea, el orden social rebela un férreo  control de los poderes económicos  y políticos sobre  un campesinado  que a duras penas consigue sobrevivir sumando al trabajo del campo el trabajo en las fábricas. Esos poderes  económicos tan vinculados a la industrialización de Euskadi (el carbón inglés es todo un símbolo)  y esos poderes políticos que no consienten que unas migajas de riqueza de los ricos (la carbonilla) vaya a parar a los miserables. Estos poderes se comportan con perversión: dejan que los campesinos hagan el rudo trabajo de recuperar saco a saco el carbón vertido para luego confiscarlo  ahorrándose así  el pago de las durísimas labores de recogida. Objetivamente, un saco de más o un saco de menos, poco podría importar al propietario de la carga o a los seguros, pero tienen que dejarles claro a los miserables quién es quien manda y qué lugar ocupan ellos en ese orden. En ese orden social además "los de abajo" son seres fuertemente individualista, o si se quieres familiares ( la familia es el grupo de fuerza) que muestran más envidia y traiciones entre ellos que sentimientos de solidaridad.
Pinilla va a crear un personaje inolvidable en Sabas Jáuregui, el patriarca de un viejo caserío en que se reúnen , la mujer de Sebas, Josefa y los hijos de ambos: Fermín, Cosme, Bruno, Ismael y Nerea y la abuela de todos ellos  La familia se completa con el tío Pedro, el hermano de Josefa, y Berta, la mujer de Pedro.

Sebas representa la voluntad indomeñable, la obsesión por acabar lo que empieza, por mostrarse imperturbable a la furia de la naturaleza , a la furia que la te en el corazón de los suyos y de los ajenos. Falta de creencias religiosas, ha hecho del trabajo bien hecho, acabado su dogma en el que sin embargo no hay salvación posible. Lo más que consigue es que pueda seguir para adelante, no pararse a pensar. Sabas aparece como un luchador antiguo; su tiranía familiar no la ejerce ni a gritos ni a golpes ni por desamor; la ejerce por una voluntad férrea que sabe que al menor desfallecimiento el edificio entero se derrumba. Es Sísifo levantando la piedra con fe aunque sepa que al día siguiente tendrá que volverla a elevar. Sebas intenta que pensamiento y acción vayan juntos, o mejor que la acción le arranque del suplicio de pensar en otros asuntos: cuando no actúa está planeando la siguiente jugada.

Sabas ejerce sobre sus parientes un magnetismo que anula la voluntad de rebelión y disentimiento de estos. Guiado por un imperativo radical de supervivencia y una obsesión sin fisuras por el trabajo  a Sebas no le frenará ni la muerte de su propio hijo,ni  la turba de campesinos que quieren lincharlo en la creencia de que habían sido traicionados.  Ni siquiera se rendirá cuando su mujer, hundida por  tanta desgracia, confiese al cura  que  Fermín está muerto e insepulto desde  la noche de la recogida del carbón. Sebas no se sentirá culpable en ningún momento de sus acciones no por falta de moral, sino porque él tiene la propia. Durante toda la novela sospechamos que Sebas tiene una dimensión interna, un mundo lleno de dudas que ha estrangulado. No es que no sea capaz de sentir, es que considera que ciertos sentimientos, dada su situación, son un lujo que no se pueden permitir. Sebas es el hombre de hierro, el hombre forjado por el martillo de la penuria diaria, un hombre bueno cuya bondad se ha tenido que hacer de piedra, insensible.

Aunque Sabas es el eje de la novela, los demás personajes de la familia también son trazados magistralmente: Fermín, el joven que descubrió que era un don nadie irremisiblemente, un hombre sin hombría, un pelele. Cosme quiere su tiempo propio, el de unas horas de libertad cazando...tampoco le serán permitidas; la madre, sumida en apariencia al padre y amándolo a su manera, es incapaz de torcer el camino que marca Sabas y que ella presiente que lleva al desastre. La abuela  es el egoísmo del final de la vida: da por buena la muerte de su nieto a cambio del carbón que la protegerá del frío los pocos inviernos que le quedan de vida.  Bruno es el joven atractivo, de tanta fuerza física como el padre, pero de voluntad blanda como la plastilina, arrastrado por  unos impulsos sexuales incontrolables que lo perjudicarán a él  y, en parte, a su familia. Nerea es una muchacha que no quiere convertirse en mujer: se tapa los oídos, cierra los ojos, no quiere saber lo que ocurre en su familia. Ismael , una de las voces que más se escucha en la novela, es el hijo predilecto de Sabas. El adolescente admira a su padre y lo adora, colabora con él para que ninguno de los planes del padre fracasen. Con él Sabas muestra ese lado tierno, dulce, comprensivo, que solo en una ocasión vemos aparecer en el trato con su mujer.

La relación de Sabas con los vecinos de Algorta es prácticamente inexistente: desprecia su ocio, su locuacidad, su afición al vino y las borracheras, su curiosidad malsana por la vida de los otros. Cuando lo apalean no es solo porque piensen que Sabas tiene un pacto con el teniente García para quedarse con cientos de kilos de carbón, sino por este desprecio de Sabas hacia ellos, un desprecio silente, por lo demás. Ante los poderosos, ni muestra miedo ni sentimiento de inferioridad:  intentará vencerlos hasta su último aliento, porque el trabajo de Sabas es también la muestra de que él, que se lo debe todo a su trabajo, tiene que soportar un poder antiguo, inderrocable, parásito, hostigador. Ese poder en nada ayuda a Sebas;  más bien,  como la tormenta es una fuerza contra la que tiene que luchar sin pensar si la vencerá o no, pero tiene que luchar.

Es conocida la gran admiración que sentía Ramiro Pinilla por Faulkner  y en esta novela se deja sentir el influjo de "Mientras agonizo". Se la ha reprochado a Pinilla, sin embargo, el uso que hace del monólogo interior de los personajes. Ciertamente no es  un flujo de conciencia en el que aparezcan los registros lingüísticos de cada personaje, su forma de hablar diferente.  No creo que sea un defecto de "Las ciegas hormigas". Pinilla no ha querido diferenciarlos por registros lingüísticos, ni ha tratado de reproducir el desorden del monólogo interior, su errabunda sintaxis, su pobreza léxica, su vulgaridad.  Todo hablante sabe que con su lenguaje directo se queda muy lejos de expresar lo que realmente siente, lo que realmente piensa, lo que realmente observa. Todos sentimos que nos faltan palabras para dar a conocer de verdad nuestro mundo interior. Lo que hace Pinilla es "traducir" a un lenguaje literario rico, profundo, verosímil esas profundidades que no suelen asomar en las conversaciones reales, ni en nuestros discurseos mentales. En mi opinión, es un acierto. Esta novela de Pinilla me ha llegado más hondo que "Mientras agonizo" de Faulkner. No dudo  de que sea una innovación técnica estupenda. Sin embargo, por mucho monólogo interior de personajes  el dueño y señor de las palabras sigue siendo Faulkner. Aparentemente nos acerca sin mediación de un narrador por encima del personaje  al mundo interior de este, pero no deja de ser otro constructo literario, otra convención

Les recomiendo apasionadamente la lectura de "Las ciegas hormigas" y se introducirán en una literatura en que las palabras pesan, importan, tiene la solidez de las piedras, de los riscos, de los guijarros. Sabas es un personaje que sufre , no por malestares difusos de la modernidad, sino porque no quieren sucumbir a ella, caer en su vacío. Sabas es un Hércules, ya lo he dicho, para el que, sin embargo, no hay dioses que lo asciendan a Olimpo.