En " El hombre de los círculos azules" falla casi todo, empezando por la creación del detective. Adamsberg es borroso por expresa voluntad de su autora: no es lógico, ni deductivo, ni inductivo; sería de la familia de los investigadores intuitivos sino no fuera porque la intuición de Adamsberg sobrepasa lo verosímil y tiene el sospechoso don de la infalibilidad. El detective de Vargas conoce el alma de todos aquellos que entran en contacto con él; la conoce como si el Mal emitiera unos efluvios que solo el filtro de este hombre pudiera absorba como una tela la humedad ambiente. Va por el mundo como si fuera un campo magnético invisible que imanta a los culpables irresistiblemente. Adamsberg no razona, recibe confusas intuiciones cuando se libera del deber de pensar. Esto hace que muchas de las escenas de la novela sean francamente ridículas. Más que de detective Adamsberg parece actuar de médium.
En el intento de proporcionarle una personalidad, Vargas no va más allá de dotarlo de manías. Hace todo en él nebuloso con la esperanza de que lo creamos profundo.
Los demás personajes no están mejor trazados. Vargas recurre a lo inhabitual y lo extravagante para interesarnos por ellos; sin embargo, el resultado es extremadamente artificial y torpe. El inspector Danglard, razonador, lógico y culto resulta que se ocupa él solo de cinco hijos pequeños, a los que casi siempre atiende en cierto estado de embriaguez. Mathilde, una científica de renombre, que acaba implicada en la trama , es una mujer de conversaciones absurdas que se pretenden inteligentes. Difícil entender por qué Vargas ha decidido que tenga la manía de salir a la calle con la intención expresa de elegir a algún desconocido o desconocida para perseguirlo, hacer anotaciones y volverse a su casa. Charles Reyer, sin ninguna función creíble en la trama, es un ciego guapísimo y cabreado por su ceguera. Camille, una joven que viaja por el mundo para evitar a Adamsberg, del que está enamorada...
En la trama comete la autora errores de principiante: la aparición misteriosa de círculos azules pintados con tiza en diferente calles de París no despierta mucha curiosidad, menos curiosidad aún la los asesinatos que vienen a continuación. Al fin, nada importa quién pinta los círculos ni quien asesina a seres anodinos del París nocturno; menos importa si el pintor de círculos y el asesino son o no son la misma persona. Una novela policiaca no puede descuidar ese punto: la intriga es el motor de la lectura, la que hace pasar páginas. Cuando descubrimos al asesino y su móvil todo resulta una fantasmada.
Fred Vargas es incapaz de esconder los trucos con los que intenta retener al lector; es todavía como ese mago cuyo público acaba viendo que se saca las cartas de la manga.
Mi conclusión es que ,de leer otra novela policiaca de Fred Vargas, escogeré alguna de las escritas muchos años después de esta, cuando ya maneja con maestría las herramientas del bestseller policiaco.