viernes, 30 de noviembre de 2018

EL PESO DE LA IRA, DE ADRIÁN MARTÍN CEREGIDO



A estas alturas es difícil sorprender- incluso entretener- con una novela policiaca. Parece todo inventado y cada nueva publicación no parece sino el retorcimiento o recombinación  de lo  ya hecho por otros en el género. Una de las tendencias  para romper  con lo previsible  es la de hacer una novela policiaca cada vez más local que se garantiza el interés de los lectores más próximos sin renunciar, por supuesto, a captar lectores  más allá de su geografía.  Esa variante no garantiza el éxito, pero sí abre nuevas expectativas.

El peso de la ira, de Adrián Martín Ceregido, es una buena novela policiaca. Empieza bien desde el título:  la ira funciona, en efecto,  como un gas  que va aumentando su densidad hasta que detona. Por lo demás, el título se connota con otros que le vienen a la mente al lector: el peso de la culpa, el peso de la justicia, el peso del pecado...

Asimismo, la tensión de la trama está inteligentemente distribuida: la tensión se intensifica en algunos pasajes, pero no decae en ninguno. Siempre hay tensión aunque sea en  estado difuso, amenazante, como una atmósfera. El fluir temporal de la historia se siente perfectamente, más allá de que el propio novelista nos proporcione las fechas exactas de muchos acontecimientos.

A los personajes quizá les falte un poco más de cocina  y se queden en buenos esquemas que presentan alguna que otra incoherencia; sin embargo, la creación de la detective promete mucho para futuras novelas. La elección de una mujer joven, formada universitariamente y con un  marcado criterio propio  ofrece muchas posibilidades. Como todo detective, tiene el rasgo clásico de buscar la verdad, pero ese rasgo no solo lo va a practicar en su faceta profesional, sino que va a ser clave en su búsqueda de valores personales en una sociedad marcada, por un lado, por la crisis generalizada de  valores y por otro,  por el empoderamiento femenino. La relación con su "partenaire" queda todavía un poco difusa: estaría bien que el joven ertzaina fuera un alumno no solo de los métodos  de investigación de su jefa sino del cambio de valores masculinos que requiere nuestra sociedad. En cuanto a los candidatos a ser el asesino, hay  que decir que el novelista maneja muy bien una difícil ecuación: los candidatos son pocos y, sin embargo,  el lector no lo tiene fácil para resolver el enigma. Algo que me ha sorprendido  es que la víctima no suscite ninguna simpatía al lector, al menos a mí no me la ha suscitado. Frente a otras novelas policiacas que se abren con el descubrimiento del cadáver,  Adrián Martín posterga ese momento hasta bien avanzada la trama. La víctima se convierte, por decirlo así, en una doble víctima, primero de su padre y después de X y, sin embargo, hay algo en ella que resulta repulsivo. Me parece un punto sobre el que meditar.

El espacio, como decía al principio, es aquel que le es familiar a su propia autor: el asesinato se produce en la costa  vizcaína y los personajes trasiegan por Bilbao. La ciudad se siente  pero sin alcanzar el  punto de lo inconfundible. A mí me hubiera gustado una serie de hábitos de los personajes, sobre todo de la detective, que fueran convirtiendo  ciertos espacios en "míticos". Claro está, es únicamente una preferencia de una lectora, sin más.

El mayor elogio que se puede hacer a esta novela es que espero que sea la primera de un larga serie. 






domingo, 25 de noviembre de 2018

EL PROBLEMA DE SPINOZA, IRVIN D. YALOM



No sé si es una impresión subjetiva, desligada de los datos, pero me parece que llevamos una década, desde el estallido de la crisis en 2008, en que se ha reactivado  el interés por la filosofía. En Youtube surgen youtubers que de manera más o menos brillante  explican las teorías de los filósofos fundamentales de nuestra historia occidental; muchos programas de radio sobre filosofía se suben a la Red, se multiplican las conferencias y las publicaciones...

Cuando uno entra en el “modo interés” se lía gozosamente en  una red en que un libro le lleva a otro, una recomendación de Youtube a la siguiente.Todo se llena de referencias. Eso me pasó cuando escuché por primera vez una conferencia  de Diego Tatián sobre Spinoza:




Quedé cautivada por el filósofo holandés. Seguí escuchando y escuchando como quien ha encontrado una mina, y así topé con uno de los canales más didácticos que hay en Youtube, Adictos a la filosofía.




Fue gracias  a la conferencia de Diego Tatián que caí sobre un libro de Matthew Steward, “ El hereje y el cortesano”, una obra  en que se contraponen las figuras y las filosofías de los dos más grandes filósofos del siglo XVII, ambos  discípulos de Descartes. Un libro estupendamente documentado en que filosofía, biografía, psicología e historia se articulan de manera maravillosa. A continuación, di con  EL problema de Spinoza. Ya no se trata de un ensayo histórico sino de una novela histórica. Spinoza toma vida en sus páginas y el autor de la novela, Irvin D. Yalom, construye la trama de la novela con exquisito cuidado para no traicionar los datos biográficos que tenemos del autor (aunque, claro está, debe permitirse algunas licencias coherentes con lo que sabemos de él)  y aún menos, el contenido de su filosofía. Con nitidez vemos las calles de Amsterdam y la vida de la comunidad judía en ella. Asistimos a la formación del pensamiento de Spinoza, su aprendizaje del latín, su relación con el círculo de intelectuales que lo protege, la vivencia de la excomunión, su relación con sus hermanos... En contrapunto, se nos cuenta cómo se fue formando  un monstruo del nazismo: Alfred Rosenberg.  Alfred Rosenberg  vivió obsesionado por Spinoza (su admiración por el filósofo judío entraba en conflicto con su sentimiento de supremacía aria)  y llegó a robar del museo holandés, donde se conservaba, la biblioteca de Spinoza, compuesta de unos 159 volúmenes. Yalom  narra, pues,  dos momentos históricos (el de la  Holanda del siglo XVII y el de las décadas de auge y de poder nazi del siglo XX) creando paralelismo  entre el hostigamiento que sufrió Spinoza dentro  y fuera de la comunidad judía  y el antisemitismo de la sociedad alemana que la llevó a una operación de exterminio judío nunca antes visto. 

En la novela  vemos a Spinoza como “ser vivo” y  a Spinoza como filósofo con el que el psiquiatra que atiende a Alfred  Rosenberg intenta que triunfe la Razón. Fracasa en su intento ya que, como bien decía Spinoza, una emoción no se embrida con la razón, sino con otra  emoción. Para Spinoza, claro está, esa otra pasión era la pasión por la Razón, pero eso no está al alcance de la mayoría. El psiquiatra fracasa con Rosenberg y  muestra  una análisis inquietante de la imposibilidad de la razón para destruir esos monstruos.

Es cierto que a veces las situaciones parecen algo forzadas para que Spinoza aparezca en las conversaciones del psiquiatra y  Rosenberg: esos diálogos resultan algo artificiales, pero, aun así, esta novela merece la pena; con ella ustedes se harán adictos a Spinoza.












domingo, 11 de noviembre de 2018

COMENTARIO DE TEXTO: EL DON JUAN, DE BENITO PÉREZ GALDÓS

El don Juan
Benito Pérez Galdós

«Esta no se me escapa: no se me escapa, aunque se opongan a mi triunfo todas las potencias infernales», dije yo siguiéndola a algunos pasos de distancia, sin apartar de ella los ojos, sin cuidarme de su acompañante, sin pensar en los peligros que aquella aventura ofrecía.

¡Cuánto me acuerdo de ella! Era alta, rubia, esbelta, de grandes y expresivos ojos, de majestuoso y agraciado andar, de celestial y picaresca sonrisa. Su nariz, terminada en una hermosa línea levemente encorvada, daba a su rostro una expresión de desdeñosa altivez, capaz de esclavizar medio mundo. Su respiración era ardiente y fatigada, marcando con acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas el movimiento de la máquina sentimental, que andaba con una fuerza de caballos de buena raza inglesa. Su mirada no era definible; de sus ojos, medio cerrados por el sopor normal que la irradiación calurosa de su propia tez le producía, salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma. Pero mi alma quería quemarse, y no cesaba de revolotear como imprudente mariposa en torno a aquella luz. Sus labios eran coral finísimo; su cuello, primoroso alabastro; sus manos, mármol delicado y flexible; sus cabellos, doradas hebras que las del mesmo sol escurecían. En el hemisferio meridional de su rostro, a algunos grados del meridiano de su nariz y casi a la misma latitud que la boca, tenía un lunar, adornado de algunos sedosos cabellos que, agitados por el viento, se mecían como frondoso cañaveral. Su pie era tan bello, que los adoquines parecían convertirse en flores cuando ella pasaba; de los movimientos de sus brazos, de las oscilaciones de su busto, del encantador vaivén de su cabeza, ¿qué puedo decir? Su cuerpo era el centro de una infinidad de irradiaciones eléctricas, suficientes para dar alimento para un año al cable submarino.
No había oído su voz; de repente la oí. ¡Qué voz, Santo Dios!, parecía que hablaban todos los ángeles del cielo por boca de su boca. Parecía que vibraba con sonora melodía el lunar, corchea escrita en el pentagrama de su cara. Yo devoré aquella nota; y digo que la devoré, porque me hubiera comido aquel lunar, y hubiera dado por aquella lenteja mi derecho de primogenitura sobre todos los don Juanes de la tierra.

Su voz había pronunciado estas palabras, que no puedo olvidar:

-Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.

-Angel mío -dijo su marido, que era el que la acompañaba-: aquí tenemos el café del Siglo, entra y tomaremos jamón en dulce.

Entraron, entré; se sentaron, me senté (enfrente); comieron, comí (ellos jamón, yo… no me acuerdo de lo que comí; pero lo cierto es que comí).

Él no me quitaba los ojos de encima. Era un hombre que parecía hecho por un artífice de Alcorcón, expresamente para hacer resaltar la belleza de aquella mujer gallega, pero modelada en mármol de Paros por Benvenuto Cellini. Era un hombre bajo y regordete, de rostro apergaminado y amarillo como el forro de un libro viejo: sus cejas angulosas y las líneas de su nariz y de su boca tenían algo de inscripción. Se le hubiera podido comparar a un viejo libro de 700 páginas, voluminoso, ilegible y apolillado. Este hombre estaba encuadernado en un enorme gabán pardo con cantos de lanilla azul.

Después supe que era un bibliómano.

Yo empecé a deletrear la cara de mi bella galleguita.

Soy fuerte en la paleontología amorosa. Al momento entendí la inscripción, y era favorable para mí.

-Victoria -dije, y me preparé a apuntar a mi nueva víctima en mi catálogo. Era el número 1.003.

Comieron, y se hartaron, y se fueron.

Ella me miró dulcemente al salir. Él me lanzó una mirada terrible, expresando que no las tenía todas consigo; de cada renglón de su cara parecía salir una chispa de fuego indicándome que yo había herido la página más oculta y delicada de su corazón, la página o fibra de los celos.

Salieron, salí.

Entonces era yo el don Juan más célebre del mundo, era el terror de la humanidad casada y soltera. Relataros la serie de mis triunfos sería cosa de no acabar. Todos querían imitarme; imitaban mis ademanes, mis vestidos. Venían de lejanas tierras sólo para verme. El día en que pasó la aventura que os refiero era un día de verano, yo llevaba un chaleco blanco y unos guantes de color de fila, que estaban diciendo comedme.

Se pararon, me paré; entraron, esperé; subieron, pasé a la acera de enfrente.

En el balcón del quinto piso apareció una sombra: ¡es ella!, dije yo, muy ducho en tales lances.

Acerqueme, mire a lo alto, extendí una mano, abrí la boca para hablar, cuando de repente, ¡cielos misericordiosos! ¡cae sobre mí un diluvio!… ¿de qué? No quiero que este pastel quede, si tal cosa nombro, como quedaron mi chaleco y mis guantes.

Lleneme de ira: me habían puesto perdido. En un acceso de cólera, entro y subo rápidamente la escalera.

Al llegar al tercer piso, sentí que abrían la puerta del quinto. El marido apareció y descargó sobre mí con todas sus fuerzas un objeto que me descalabró: era un libro que pesaba sesenta libras. Después otro del mismo tamaño, después otro y otro; quise defenderme, hasta que al fin una Compilatio decretalium me remató: caí al suelo sin sentido.

Cuando volví en mí, me encontré en el carro de la basura.

Levanteme de aquel lecho de rosas, y me alejé como pude. Miré a la ventana: allí estaba mi verdugo en traje de mañana, vestido a la holandesa; sonrió maliciosamente y me hizo un saludo que me llenó de ira.

Mi aventura 1.003 había fracasado. Aquélla era la primera derrota que había sufrido en toda mi vida. Yo, el don Juan por excelencia, ¡el hombre ante cuya belleza, donaire, desenfado y osadía se habían rendido las más meticulosas divinidades de la tierra!… Era preciso tomar la revancha en la primera ocasión. La fortuna no tardó en presentármela.

Entonces, ¡ay!, yo vagaba alegremente por el mundo, visitaba los paseos, los teatros, las reuniones y también las iglesias.

Una noche, el azar, que era siempre mi guía, me había llevado a una novena: no quiero citar la iglesia, por no dar origen a sospechas peligrosas. Yo estaba oculto en una capilla, desde donde sin ser visto dominaba la concurrencia. Apoyada en una columna vi una sombra, una figura, una mujer. No pude ver su rostro, ni su cuerpo, ni su ademán, ni su talle, porque la cubrían unas grandes vestiduras negras desde la coronilla hasta las puntas de los pies. Yo colegí que era hermosísima, por esa facultad de adivinación que tenemos los don Juanes.

Concluyó el rezo; salió, salí; un joven la acompañaba, «¡su esposo!», dije para mí, algún matrimonio en la luna de miel.

Entraron, me paré y me puse a mirar los cangrejos y langostas que en un restaurante cercano se veían expuestos al público. Miré hacia arriba, ¡oh felicidad! Una mujer salía del balcón, alargaba la mano, me hacía señas… Cercioreme de que no tenía en la mano ningún ánfora de alcoba, como el maldito bibliómano, y me acerqué. Un papel bajó revoloteando como una mariposa hasta posarse en mi hombro. Leí: era una cita. ¡Oh fortuna!, ¡era preciso escalar un jardín, saltar tapias!, eso era lo que a mí me gustaba. Llegó la siguiente noche y acudí puntual. Salté la tapia y me hallé en el jardín.

Un tibio y azulado rayo de luna, penetrando por entre las ramas de los árboles, daba melancólica claridad al recinto y marcaba pinceladas y borrones de luz sobre todos los objetos.

Por entre las ramas vi venir una sombra blanca, vaporosa: sus pasos no se sentían, avanzaba de un modo misterioso, como si una suave brisa la empujara. Acercose a mí y me tomó de una mano; yo proferí las palabras más dulces de mi diccionario, y la seguí; entramos juntos en la casa. Ella andaba con lentitud y un poco encorvada hacia adelante. Así deben andar las dulces sombras que vagan por el Elíseo, así debía andar Dido cuando se presentó a los ojos de Eneas el Pío.

Entramos en una habitación oscura. Ella dio un suspiro que así de pronto me pareció un ronquido, articulado por unas fauces llenas de rapé. Sin embargo, aquel sonido debía salir de un seno inflamado con la más viva llama del amor. Yo me postré de rodillas, extendí mis brazos hacia ella… cuando de pronto un ruido espantoso de risas resonó detrás de mí; abriéronse puertas y entraron más de veinte personas, que empezaron a darme de palos y a reír como una cuadrilla de demonios burlones. El velo que cubría mi sombra cayó, y vi, ¡Dios de los cielos!, era una vieja de más de noventa años, una arpía arrugada, retorcida, seca como una momia, vestigio secular de una mujer antediluviana, de voz semejante al gruñido de un perro constipado; su nariz era un cuerno, su boca era una cueva de ladrones, sus ojos, dos grietas sin mirada y sin luz. Ella también se reía, ¡la maldita!, se reía como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera hecho el amor.

Los golpes de aquella gente me derribaron; entre mis azotadores estaban el bibliómano y su mujer, que parecían ser los autores de aquella trama.

Entre puntapiés, pellizcos, bastonazos y pescozones, me pusieron en la calle, en medio del arroyo, donde caí sin sentido, hasta que las matutinas escobas municipales me hicieron levantar. Tal fue la singular aventura del don Juan más célebre del universo. Siguieron otras por el estilo; y siempre tuve tan mala suerte, que constantemente paraba en los carros que recogen por las mañanas la inmundicia acumulada durante la noche. Un día me trajeron a este sitio, donde me tienen encerrado, diciendo que estoy loco. La sociedad ha tenido que aherrojarme como a una fiera asoladora; y en verdad, a dejarme suelto, yo la hubiera destruido.

Comentario de texto

 Contextualización

El texto que vamos a comentar, titulado  Don Juan, fue escrito por  Benito Pérez Galdós ( Gran Canaria 1843- Madrid 1921),  autor perteneciente al Realismo.Este movimiento literario, surgido en Francia, se desarrolló  en la segunda mitad del siglo XIX. En España  está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la revolución de 1868 y especialmente a  los 25 primeros años  de la Restauración borbónica ( 1874-1925) . 

El Realismo y el Naturalismo mantuvieron como principio fundamental de sus prácticas literarias   la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

 Autor y obras

Benito Pérez Galdós(Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) nació en el seno de una familia de la clase media, hijo de un militar. Recibió una educación rígida y religiosa, pero entró en contacto  muy joven  con el liberalismo, doctrina que guió los primeros pasos de su carrera política.
En 1867 se trasladó a Madrid para estudiar derecho, carrera que abandonó para dedicarse a la labor literaria. En 1870 apareció su primera novela, La sombra, de factura romántica, a la que siguió ese mismo año La fontana de oro.

Dos años más tarde,  Benito Pérez Galdós emprendió la redacción de los Episodios Nacionales. El éxito inmediato de la primera serie, que se inicia con la batalla de Trafalgar, lo empujó a continuar con la segunda, que acabó en 1879 con Un faccioso más y algunos frailes menos. En total, veinte novelas enlazadas por las aventuras folletinescas de su protagonista.

Durante este período también escribió novelas como Doña Perfecta (1876) o La familia de León Roch (1878), obra que cierra una etapa literaria señalada por el mismo autor, quien dividió su obra novelada entre «Novelas del primer período» y «Novelas contemporáneas». Este segundo grupo se inicia en 1881, con la publicación de La desheredada. Según confesión del propio escritor, con la lectura de La taberna, de Zola, descubrió el naturalismo, lo cual cambió la manière de sus novelas, que incorporarán a partir de entonces métodos propios del naturalismo, como es la observación científica de la realidad a través, sobre todo, del análisis psicológico, aunque matizado siempre por el sentido del humor.
Bajo esta nueva manière escribió alguna de sus obras más importantes, como Fortunata y Jacinta (1886-1887), Miau (1888) y Tristana (1892). Todas ellas forman un conjunto homogéneo en cuanto a identidad de personajes y recreación de un determinado ambiente: el Madrid de Isabel II y la Restauración.

En 1886, a petición del presidente del partido liberal, Sagasta, Benito Pérez Galdós fue nombrado diputado de Puerto Rico hasta 1890. También fue éste el momento en que se rompió su relación secreta con Emilia Pardo Bazán e inició una vida en común con una joven de condición modesta, con la que tuvo una hija.

Un año después, coincidiendo con la publicación de  Ángel Guerra, ingresó  en la Real Academia Española. Durante este período escribió algunas novelas más experimentales, en las que, en un intento extremo de realismo, utilizó íntegramente el diálogo, como Realidad (1892), La loca de la casa (1892) y El abuelo (1897), algunas de las cuales adaptó también para la escena. El éxito teatral más importante, sin embargo, lo obtuvo con la representación de Electra (1901), obra polémica que provocó numerosas manifestaciones y protestas por su contenido anticlerical.

Durante los últimos años de su vida se dedicó a la política; en la convocatoria electoral de 1907 fue elegido por la coalición republicano-socialista, cargo que le impidió, debido a la fuerte oposición de los sectores conservadores, obtener el Premio Nobel. Paralelamente a sus actividades políticas, problemas económicos le obligaron a partir de 1898 a continuar los Episodios Nacionales, de los que llegó a escribir tres series más.Murió en Madrid en 1921 ciego y arruinado, pero muy querido por el pueblo.



Argumento y trama del cuento

En este cuento se narran  dos aventuras amorosas de un tipo que se considera un don Juan. Para su correcta comprensión hay que tener en cuenta el tono paródico de todo el texto.

El protagonista se irá  describiendo a sí mismo con   los rasgos del  don Juan arquetípico: aventurero, amante del peligro, irresistible, conquistador de  hermosas mujeres, sacrílego, irreverente, rompedor des la normas sociales,  mundialmente famoso, envidia de todos los hombres... .En su aventura 1003  persigue a una mujer de perfecta belleza romántica,  que va  acompañada de su feo y tosco marido .Creyendo que a ésta  le interesa, la sigue a su casa. Debajo del balcón de la dama,  recibe el contenido escatológico de una jofaina  y después,  numerosos golpes con los libros que le arroja el marido bibliómano en la escalera. Acaba en el carro de la basura. En la siguiente aventura, en una iglesia,  percibe desde una capilla a una dama totalmente cubierta que él supone un hermosa mujer recién casada  Recibe de esta misteriosa mujer  un billete que resulta ser una cita nocturna. Acude a una casa con tapia y jardín y allí, en medio de la oscuridad, es conducido por la dama a una oscura habitación . Cuando está a punto de alcanzarla , se retira ésta los velos y descubre el don Juan  a una horripilante vieja al mismo tiempo que veinte bromistas irrumpen en la habitación y lo apalean. La  broma parece haberla organizado  el bibliómano y su mujer. A partir de ahí, va de fracaso en fracaso y de carro de basura en carro de basura. Al fin, lo encierran en un manicomio para evitar, dice él, que acabe destruyendo la sociedad con sus conquistas.


Estructura

La estructura del cuento sigue la estructura sumativa propia de obras teatrales com el Burlador  o el don Juan de Zorrilla. Se trata de una estructura itinerante de aventura en aventura  hasta que estas cesan en un desenlace. En el cuento, dada su poca extensión se nos narran dos, si bien se habla de 1003. 

a) Aventura primera:  

Descripción hiperbólica de la dama
Encuentro-  diálogo entre dama y marido
Descripción del marido
Persecución  de la pareja hasta su casa
Desenlace injurioso
Búsqueda de revancha en otra aventura

 b) Aventura  segunda

Escenario:  una iglesia
Objeto de  “caza”· Dama encubierta
Seguimiento de la dama encubierta y su marido
Cita misteriosa lanzada en un papelito desde el balcón
Llegada a la cita y recorrido desde el jardín hasta la habitación
Aparición de la vieja grotesca  y apaleamiento del don Juan por un grupo de gentes
Recogida  del donjuán  por el carromato de basura

c) Sucesión de aventuras no contadas.

d) Término del personaje en un manicomio.


Temas 

Este cuento de Galdós es una parodia o ridiculización de un personaje querido por el Romanticismo: el don Juan. El Realismo se dedicó a derribar los mitos creados por los románticos y no hay modo más demoledor que la parodia. Se trata de poner en evidencia la invalidez de los mitos románticos para la moderna sociedad de la segunda mitad del XIX.El donjuán no deja de ser un tipo chusco, desequilibrado, innecesario. Muestra el cuento también el rechazo de la sociedad burguesa a este tipo de seductor y todos sus presupuestos. Para la burguesía racional y acomodada este tipo novelesco no deja de ser un ser desclasado, un ser inferior, un loco, un pelele.  Pertenecen ya a la basura social y que solo sirven para una broma bufa o carnavalesca.


Narrador y personajes

El don Juan  está narrado en primera persona por el personaje- protagonista. El autor utiliza  un tono  paródico que contribuye al descrédito del narrador personaje. El narrador mismo de autodestruye con su estilo trasnochado y chusco. Recordemos que el tema fundamentalmente es la invalidez de los modelos literarios y sociales del  Romanticismo, su inadecuación a la realidad,  la subjetividad deformante de los románticos, La inutilidad y sinsentido de muchos ideales románticos. Ya no había lugar para este tipo de individuos en la sociedad urbana burguesa  de la Restauración.

El personaje se describe a sí mismo con los rasgos tópicos del don Juan: amante del riesgo, cuestionador de  las normas sociales, seductor infatigable e imbatible  de mujeres, buscador de pendencias, sacrílego e irreverente. Recordemos que una obra romántica  de inmenso éxito en España fue el Don Juan Tenorio de Zorrilla,  publicado en 1844. Este  es el  modelo atacado humorísticamente  por Galdós. El narrador personaje hace su autorretrato romántico, pero por medio del tono paródico el lector se va formando la descripción inversa:  el personaje narrador  es un tipo que acosa e incordia a las mujeres, un tipo del que se  burlan  mujeres y hombres,  un pobre tipo  que acaba siempre apaleado, un pelele insignificante  que se cree el centro del  mundo, un tipo inútil arrojado al cubo de basura y un loco muy chusco.

Los realistas llevaron a cabo una desmitificación de muchos de los personajes del Romanticismo. La figura del Don Juan fue desmitificada, por ejemplo, por Leopoldo Alas Clarín en La Regenta, en el personaje de Don Álvaro, el don Juan de Vetusta. La  mujer soñadora del Romanticismo se convierte en Madame Bovary,  una pequeña burguesa que se cree que los hombres de las novelas románticas existen fuera de ellas, hasta que aprende cómo es la cruda realidad.  Recordemos a Matilde, la protagonista  de El  Collar de Guy de Maupassant, también una romántica que debe  reconocer al final la  realidad y deshacerse completamente de sus ilusiones románticas.

Los  personajes secundarios son la dama gallega, que el narrador había descrito con todos los tópico románticos:
¡Cuánto me acuerdo de ella! Era alta, rubia, esbelta, de grandes y expresivos ojos, de majestuoso y agraciado andar, de celestial y picaresca sonrisa. Su nariz, terminada en una hermosa línea levemente encorvada, daba a su rostro una expresión de desdeñosa altivez, capaz de esclavizar medio mundo.(...). Su mirada no era definible; de sus ojos,(...) salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma.(...). Sus labios eran coral finísimo; su cuello, primoroso alabastro; sus manos, mármol delicado y flexible; sus cabellos, doradas hebras que las del mesmo sol escurecían. (...)

A esa descripción  que reúne todos los tópicos románticos , de pronto, la desmitifica con la parodia:

"Su pie era tan bello, que los adoquines parecían convertirse en flores cuando ella pasaba; (...)Su cuerpo era el centro de una infinidad de irradiaciones eléctricas, suficientes para dar alimento para un año al cable submarino.
La dama  ideal se hace de pronto real cuando abre la boca y dice con acento dialectal y  desea algo tan vulgar como un bocadito:
·-Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.”

Esa técnica de descripción de personajes la utiliza una y otra vez Galdós. También aparecen caracterizados por sus actos: aquí el protagonista y los personajes secundarios ( la dama gallega, su marido bibliómano, la vieja, los veinte  bromistas ) actúan con movimientos de guiñol, de actores de una farsa, de una pieza cómica. Las aventuras del don Juan no son sino bromas organizadas por burgueses que se divierten con escenas de empujones y apaleamientos a un pobre diablo.

“Entre puntapiés, pellizcos, bastonazos y pescozones, me pusieron en la calle, en medio del arroyo, donde caí sin sentido, hasta que las matutinas escobas municipales me hicieron levantar. Tal fue la singular aventura del don Juan más célebre del universo. “
“abriéronse puertas y entraron más de veinte personas, que empezaron a darme de palos y a reír como una cuadrilla de demonios burlones. El velo que cubría mi sombra cayó, y vi, ¡Dios de los cielos!, era una vieja de más de noventa años, una arpía arrugada, retorcida, seca como una momia, vestigio secular de una mujer antediluviana, de voz semejante al gruñido de un perro constipado; su nariz era un cuerno, su boca era una cueva de ladrones, sus ojos, dos grietas sin mirada y sin luz. Ella también se reía, ¡la maldita!, se reía como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera hecho el amor.”
Son personajes, lógicamente planos, representan tipos:  el  pobre tipo que se cree un seductor, la dama bromista, la vieja momificada etc.

Espacio y tiempo

La acción se desarrolla en espacios urbanos: las calles de Madrid en donde encuentra a su desconocida dama; el café del Siglo donde la dama quiere tomar "un bocau"; la casa  y el balcón  del quinto piso de la dama;  las escaleras del edificio; el carro de la basura;  una iglesia, una capilla; restaurante, un balcón, un jardín, una habitación oscura; el manicomio.

Los escenarios son los propios de la narrativa y la dramaturgia del  Romanticismo,  especialmente la casa con tapia que hay que saltar, el balcón, la iglesia y  la capilla: no hay aventura donjuanesca en que estén ausentes. El contraste lo introduce Galdós con el café del Siglo donde va a oír la voz de la idolatrada dama:  lo que expresa es un apetito del estómago y su voz más que de las regiones etéreas es marcadamente gallega. 
En cuanto al tiempo, transcurren unos dos días del verano. La segunda de las aventuras, como es canónico en el  Romanticismo, se desarrolla  en noche oscura donde nada es lo que parece y abundan las sorpresas; solo que aquí las sorpresas no son sobrenaturales ni sublimes sino burlescas.

El estilo

Galdós utiliza un lenguaje plagado de palabras tópicas de los románticos que quedan destruidas por otras de la vida  vulgar y corriente. Hará hablar al personaje con tiradas de adjetivos grandilocuentes, de comparaciones o metáforas hiperbólica, de exclamaciones, de toda la artillería de los poetas retóricos románticos:

"Su respiración era ardiente y fatigada, marcando con acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas el movimiento de la máquina sentimental, que andaba con una fuerza de caballos de buena raza inglesa. Su mirada no era definible; de sus ojos, medio cerrados por el sopor normal que la irradiación calurosa de su propia tez le producía, salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma..."

"No había oído su voz; de repente la oí. ¡Qué voz, Santo Dios!, parecía que hablaban todos los ángeles del cielo por boca de su boca. Parecía que vibraba con sonora melodía el lunar, corchea escrita en el pentagrama de su cara. "

Y frente a tanta sublimidad, la dama abre la boca y dije 

"Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.
-Angel mío -dijo su marido, que era el que la acompañaba-: aquí tenemos el café del Siglo, entra y tomaremos jamón en dulce."

En definitiva, un cuento que por su temática y su forma representa las característica de ese Realismo que se propuso derribar el anquilosamiento del estilo y los temas románticos.

jueves, 8 de noviembre de 2018

54 NOVELAS CORTAS



A veces las  energías y el tiempo  para la lectura no son tantos  que usted  quiera embarcarse en una novela de 500 páginas. Sin embargo, hay tardes en que se siente  con aliento y ganas para una novela corta. Aquí tiene algunos títulos:

  1. Cara de Pan Sara Mesa (144 páginas)
  2. Un padre y su hija Emmanuel Bove  (92 páginas)
  3.  La duquesa de Vaneuse Gustave Amiot (160 páginas)
  4. Las soldadesas, de Ugo Pirro (164 páginas)
  5. Las noches de Flores, César Aira (140 páginas)
  6. El nacimiento, Aléxei Varlámov (150 páginas)
  7. Prins, César Aira ( 144 páginas)
  8. Duelo, Eduardo Halfon (106 páginas)
  9. Signor Hoffman, Eduardo Halfon (144 páginas)
  10. Monasterio, Eduardo  Halfon (122 páginas)
  11. Mi enemigo mortal, por Willa Carter (124 páginas)
  12. Hojas, Andreu Navarra (122 páginas)
  13. Cartucho, por Nellie Campobello (172 páginas)
  14. Nuestros comienzos en la vida, Patrick Modiano (112 páginas)
  15. El cielo según Google, Marta Carnicero (140 páginas)
  16. Un domingo en el campo, Pierre Bost (88 páginas)
  17. La luz negra, María Gainza ( 168 páginas)
  18. Los adioses, Juan Carlos Onetti, (123 páginas)
  19. Desayuno en Tiffanys, Truman Capote  ( 1o5 páginas)
  20. Las batallas  en el desierto, José Emilio Pacheco ( 80 páginas)
  21. La uruguaya, Pedro Mairal ( 144 páginas)
  22. Capri, Alberto Savinio ( 87 páginas)
  23. Verde agua, Marisa Madieri ( 183 páginas)
  24. Morir, Arthur Schnitzler (152 páginas)
  25. Mendel el de los libros, Stefan Zweig ( 64 páginas)
  26. Kanada, Juan Gómez Bárcena (196 páginas)
  27. Permafrost, Eva Baltasar ( 144 páginas)
  28. El mago, César Aira ( 144 páginas)
  29. Tiempo para callar, Patrick Leigh Fermor ( 142 páginas)
  30. Sostiene Pereira, Antonio Tabucchi ( 184 páginas)
  31. El orden del día, Eric Vuillard ( 144 páginas)
  32. El honor perdido de Katharina Blum, Heinrich Boll (160 páginas)
  33. Los ojos azules pelo negro, Margerite Duras ( 144 páginas)
  34. En el café de la juventud perdida, Patrick Modiano (136 páginas)
  35. El parque, Marguerite Duras (128 páginas)
  36. La familia Alvareda, Fernán Caballero (140 páginas)
  37. El mono en el remolino, Selva Almada ( 98 páginas)
  38. La nieta del señor Linh, Philippe Claudel ( 128 páginas)
  39. Un dios salvaje, Jasmina Reza, ( 110 páginas)
  40. El festín de Babette, Isak Dinesen (100 páginas)
  41. Invierno, Elvira Valgañón (136 páginas)
  42. La mucama de Omicunlé, Rita Indiana (184 páginas)
  43. La perra, Pilar Quintana (110 páginas)
  44. Un invierno en Sokcho, Élisa Shua Dusapin ( 128 páginas)
  45. Muerte de un silencio, Clemence Boulouque (136 páginas)
  46. El reino de las mujeres, Anton Chéjov (91 páginas)
  47. Los sueños de Einstein, Alan Ligtman (148 páginas)
  48. No, mamá, no, Verity Bargate (170 páginas)
  49. Aquí no, ahora no, Erri de Luca (112 páginas)
  50. Proleterka, Fleur Jaeggy (136 páginas)
  51. Cosas vivas, Munir Hachemi (160 páginas)
  52. Le llamé corbata, Milena Michico Flasar (128 páginas)
  53. Carmilla, Joseph Thomas Sheridan le Fanu (198 páginas)
  54. Para Isabel, Antonio Tabucchi, (160 páginas)




miércoles, 7 de noviembre de 2018

Apegos feroces, de Vivian Gornick

     La traducción de Apegos feroces de Vivian Gornick llegó a las librerías española 30 años después de su publicación en inglés , algo completamente inexplicable. Sin embargo, su acogida ha sido estupenda en nuestro país, señal de que quizá conecte con una sensibilidad nueva, pendiente de los conflictos de la mujer en la creación de su identidad.


    Gornick hace  materia literaria de su propia vida  dentro del género memorialista: es una profunda indagación a la pregunta no solo de cómo soy sino de cómo he llegado a ser como me percibo ahora, teniendo en cuenta que la percepción del yo es inestable, mudable, de perfiles nebulosos. 


     Con extraordinaria habilidad utiliza el paseo como elemento vertebrador de la narración. Son paseos que hace con su madre en diferentes épocas por Nueva York. En estos paseos  y en sus conversaciones con su madre se disparan los recuerdos en continuos flash-back  que se prolongan en la escritura.

     
     En una conferencia espléndida sobre Virginia Woolf hay un momento en que Laura  Freixas denunciaba que en la literatura escrita por hombres, las relaciones de las mujeres siempre pivotan en torno a un conflicto masculino: las mujeres aparecen como amantes, esposas, hijas...pero no se analizan realmente relaciones entre mujeres. Pues bien, Gornick nos ofrece  una narración en la que indaga sobre las relaciones madre-hija, una relación que podríamos  denominar en muchos casos de “espejo roto”.  De lo que no cabe duda es de que la identidad de la hija se construye en muchas interacciones con la madre, interacciones  marcadas por el rechazo y la necesidad de diferenciación, pero también por una necesidad emocional casi animal de ese vínculo.También es sobresaliente el retrato de la relaciones vecinales femeninas: una solidaridad lastrada por cotilleos, celos, odios, indiferencias y transitoriedad. Menos lograda me parece la narración de la relación de la protagonista con los hombres: ahí es mucho menos profunda. Lo mismo puede decirse del análisis de la relación de la autora con su trabajo intelectual: es un análisis pobre y poco original. 

     Para acabar, la novela es altamente recomendable: es imposible no pensar en la influencia que sobre  cada una de nosotras han tenido las relaciones materno-filiales.





viernes, 2 de noviembre de 2018

Las noches de Flores, de César Aira o la literatura como broma

Lean ustedes "Las noches de Flores" y díganme si han acabado con un0 o varios de estos pensamientos:
  1. Hasta la mitad de la novela, pensaba que era un relato "naïf" de dos maduritos argentinos que se convierten en repartidores de pizzas para sacar un extra. En la segunda mitad de la novela pensé que César Aira se había vuelto loco.
  2. Cuando "descubrí" que Rosa era ciega, volví ingenuamente a páginas anteriores buscando la afirmación inequívoca de que Rosa contemplaba el paisaje. La encontré: Aira juega intencionadamente a las contradicciones y no al modo de Borges, porque piense que en un universo Rosa es ciega y en otro ve.
  3. Que Rosa resultara ser  un hombre con un miembro descomunal me pareció un chiste de mal gusto.
  4. Que ancianitos buenos resultaran ser delicuentes  es la metáfora de que todo lo que parece no es. Pero ya está muy vista.
  5. El final es lo más chusco de la obra y no es muy brillante: no sé si Aira no sabía cómo cerrar su desfiladero de disparates.
  6. Las reflexiones que hacen Ricardo, Zenón y su esposa sobre el arte no están mal.
  7. Nos descubre que para sobrevivir en Argentina la realidad puede convertirse en puro surrealismo.
  8. Ciertas truculencias, como la de la cabeza de Jonathan, el  adolescente secuestrado y descabezado son de una gratuidad extrema. Bueno, Aira juega con la gratuidad, con lo que no viene a cuento y por eso incluye en el cuento.
  9. No sé si volveré a leer una novela de César Aira. Con la mayoría de los autores no tengo esta duda.





jueves, 1 de noviembre de 2018

El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers


Pocos autores han alumbrado, tan jóvenes, una obra de la calidad de "El corazón es un cazador solitario". Sorprende que una mujer de 23 años alcance tal perfección en el estilo y tanta profundidad en la observación de la vida de los que no tienen voz en el mundo real  y la tienen desfigurada por ideologías redentoras en la ficción.


Es la  década de los cuarenta, una época de fuerte crisis económica en los Estados Unidos. En una ciudad del sur, cuyo nombre no se nos dice, pero que puede ser cualquiera de ellas, varios personajes nos muestran sus miserias diarias, sus sueños irrealizables, su soledad sin remedio, su desorientación y su fracaso indefenso.

Todos llevan en sí algún fuego sagrado que se apagará irremediablemente: la niña Mick Kelly, hija de unos hospederos con varios hijos, siente en ella la música y se afana por aprender su lenguaje. La música se calla en su corazón  definitivamente cuando tiene que ayudar a subsistir a su familia trabajando en una tienda de chucherías por un sueldo miserable.

Jake Blount, lector de Karl Marx, quiere propalar la "Verdad" por el mundo, pero, irascible e incluso violento, es incapaz de hacer de él mismo un hombre nuevo. No solo no es capaz de comunicarse (problema común a todos los personajes) sino que produce un rechazo generalizado. Malvive en una atracción de feria donde van los obreros a gastar unas monedas en una diversión que los aleje por unos minutos de una vida horrible de la que no quieren tomar plena conciencia y que consideran, sobre todo, inamovible.

Por  su parte, la cafetería Nueva York, centro donde confluyen varios de los personajes de la novela, está regentada por Briff Brannon. Su bar está abierto las 24 horas del día los 365 días del año, una autoexplotación que refleja muy bien la vida de la pequeña burguesía en tiempos de crisis. Brannon quiere darle un sentido trascendente a sus ocupaciones: siente inclinación por los débiles, los tullidos y de forma algo turbia, por Mike. Lo que les cobra a veces está por debajo del beneficio que le pueden reportar. Brannon parece querer penetrar el alma humana eludiendo la suya propia en la que no indaga ni aun después de la muerte veloz de Alicia, su esposa. Intenta combatir su soledad con su generosidad, aunque inútilmente.

John Singer, sordomudo, vive al principio de la novela con otro sordomudo, Antonapoulos. La relación entre ellos, que veladamente parece ser de atracción sexual, al menos por parte de Singer, es desconcertante. Viven años aislados del mundo, sin necesidad de otra relación, en una extraña simbiosis cuyo mantenimiento se debe a los esfuerzos de Singer. Antonapoulos, un ser que se relaciona con el mundo a través de un apetito insaciable de comida, es encerrado en un manicomio por primo que no quiere que le dé problemas. Singer sobrevive gracias al recuerdo de su amigo y las escasas visitas que puede hacerle. Lo más curioso es que este personaje, tocado de una debilidad funcional impresionante, se convierte en el baluarte de los demás personajes: cada uno se lo imagina tal y como necesita que sea. Proporciona calma y serenidad a todos los demás personajes con sus silencios atentos en los que parece entender y acoger a todos, aunque resulta que no sea así: ni entiende ni le interesa nadie más que su Antonapoulos, un ser que no sabemos qué puede tener para despertar tal fidelidad y amor en Singer. Seguramente es su forma de huir de la soledad extrema.

El doctor Copeland, por su parte, tiene otra verdad que no es capaz de transmitir a los suyos: la necesidad de luchar contra la esclavitud y el desprecio al que los someten los blancos, incluidos los de las clases más bajas. Como Brannon, parece dedicar las 24 horas del día de los 365 días del año a asistir a los negros enfermos, también a blancos. Su derrumbe empieza cuando su hijo William, preso por una minucia que a un blanco no le costaría ni un multa, acaba con los pies amputados en la cárcel. La enfermedad del cuerpo y la enfermedad del alma acaban consumiéndolo.

Es un mundo al que llegan los ecos del nazismo y que espera una voz que los convoque con fuerza y los escuche y no solo un mudo sin mensaje que parezca comprenderlos, pero que es más débil que todos ellos.

domingo, 28 de octubre de 2018

Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley

Cuando Mary Shelley publicó" Frankenstein" su primera novela, era una joven de 20 años  y  lo hizo ocultando su nombre, algo habitual en la época, sobre todo tratándose de escritoras.. Nada hacía presagiar  que aquella novela  primeriza pudiera convertirse en uno de los grandes mitos de la contemporaneidad europea. A finales del siglo XVIII, un estudiante llamado Victor Frankenstein,  un apasionado de las ciencias naturales, concibió la idea de crear un ser humano  aplicando la investigación sobre el origen y el funcionamiento. El ser  que finalmente logró  crear  resultó monstruoso y, al mismo tiempo, estremecedoramente lúcido.
Esta novela es, sin duda, una representación acabada  del Romanticismo del XIX. Veamos cómo en ella se dan las características de ese  movimiento:
  1. El rechazo al racionalismo y el cientifismo dominante ya en las élites tras el triunfo del discurso de la Ilustración      En efecto, en la novela de Shelley aparece de una manera nítida algo que va a ser marca indiscutible del Romanticismo y que acompañará a la Modernidad occidental desde entonces. El monstruo que crea el doctor Frankesntein  es el resultado de optimismo sobre el poder sin consecuencias del desarrollo científico, de su fe ciega en que solo podía ir asociado al bien y al progreso. El Romanticismo creará muchos monstruos, muchas pesadillas, pero es Shelley quien inaugura la ciencia ficción con esta distopía sobre los peligros de tal progreso científico, que se convierte en realidad en una regresión.      
  2.    El origen del mal. Entra Shelley  en uno de los temas fundamentales al que Rousseau dio singular empuje. El enfoque de la autora es que la naturaleza humana, sin haber entrado en contacto con la sociedad, es buena. Las primeras acciones del monstruo sin nombre son bondadosas, desea imitar y aprender luego de los seres humanos que considera mejores. Claramente es el rechazo y el hostigamiento el que le hacen tomar conscientemente la decisión de ser malvado; porque Shelley presenta en último término la maldad como dependiente del libre albedrío, como una decisión a la que, eso sí, pueden empujar las circunstancias sociales adversas.
  3. La soledad. De una manera magistral, la escritora nos hace sentir que todos nacemos solos, dolorosamente solos, y que solo el amor puede atenuar esa herida. El monstruo está condenado a la soledad y le exige a su creador una compañera, que le es primero concendida y luego terminantemente negada. Analizándolo desde una perspectiva histórica, el monstruo representa la soledad alienada en la que ha entrado el individuo en la sociedad burguesa en la que despega el capitalismo.
  4.   La naturaleza bella, sublime y terrorífica.  La naturaleza aparece en la novela una y otra vez: una naturaleza montañosa o marítima, sublime, terrorífica, plena de belleza. Por ella vaga Víctor Frankestein en su viaje de huida, por ella vaga el monstruo en su vagabundeo primero y en la persecución de su creador, después. Terror y belleza, entremezclados.
  5.   El individualismo: glorificación y cuestionamiento: el doctor Víctor Frankenstein  actúa desde el individualismo. Obsesionado durante una época de su juventud por un interés propio ( su creación de una criatura a partir de trozos muertos de otros  humanos) no piensa en ninguna de sus consecuencia para los demás. Solo se hace consciente de su error cuando le afecta a él. Pone en peligro a su familia, a sus amigos, a la sociedad entera, por un deseo individual, por una pasión egoísta. Primero se ve a sí mismo como el científico que con sus solas fuerzas alcanza la gloria por una creación que ningún otro individuo ha alcanzado nunca; después, condena a su propia criatura a un individualismo forzado: sentirse único e irrepetible.
  6. El amor. La fuerza del amor de Beatriz parece ser el único asidero que se le ofrece al Víctor Frankenstein en su desesperación, pero ni este es capaz de salvarlo. El amor no es todopoderoso.
  7. La muerte y el suicidio. La historia está presidida por la muerte: el monstruo está hecho de trozos muertos obtenidos en cementerios y salas de disección, la muerte violenta se cierne sobre Víctor y todos aquellos a quienes quiere. Por fin, el monstruo, consumada su venganza, se  despide anunciando su suicidio.  Se convierte así la muerte, no como un hecho natural, sino como una condena  mítica que se han creído que son dioses, que son Prometeo.
  8. Lo monstruoso, las pesadillas.  En la literatura los monstruos ya existían: Shelley es la primera en hacerlos nacer de las pretensiones científicas. El monstruo, como víctima de los desvaríos racionalistas humanos, tiene por ello una extraña belleza, mueve a la compasión tanto como al terror al lector. Los sueños de la razón engendran monstruos, podría ser el mensaje de Mary Shelley.
  9. El lenguaje como aquello que nos crea. Una de las partes más interesantes de la novela es ver cómo el monstruo se enamora del lenguaje, de las palabras e inicia un aprendizaje con el que espera poder hacerse humano, igual a aquellos que imita. Aquí sin duda se encontró Shelley con un problema no resuelto: la relación entre lenguaje y pensamiento, porque el monstruo parece haber "pensado" antes de poder hablar. 







sábado, 27 de octubre de 2018

Feliz final de Isaac Rosa: una novela más sobre la crisis del modelo de pareja occidental

La pasada semana Isaac Rosa participaba en un coloquio junto  a Luis Sepúlveda en la Biblioteca de Bidebarrieta, en Bilbao. Tenía noticias de él como periodista, no como novelista. Sus intervenciones me parecieron inteligentes y eso que estaba mano a mano con Sepúlveda, un verdadero hechicero de la palabra. Pasada una semana, topé en  una librería de Deusto con su última novela, Feliz Final. Últimamente no soy muy  impulsiva en la compra de libros: mi norma es tener en mi biblioteca aquellos libros que son de reelectura, acompañantes fieles de los años. Sin embargo, contraviniendo mi norma, lo compré. No es un libro que vaya a releer; leerlo ya fue una lucha contra el enfado por haber comprado algo tan mediocre.

La novela apuesta por un tema trillado y manoseado en la literatura occidental: la crisis de un matrimonio  cuyos miembros han llegado a los 40 años después de 13 de  relación. Lo sorprendente hubiera sido  que contara la historia de un pareja que hubiera empezado mal a los 27 y hubiera sabido llenar de vida  su relación, invirtiendo el recorrido biológico. No sé si esa inversión estará novelada, pero también existe en la realidad. La novela, francamente, no ofrece absolutamente nada nuevo. Es interesante leerla siempre y cuando se busque   un compendio de todos los tópicos contemporáneos de hombres y mujeres occidentales enfrentados al sentimiento de decadencia y acabamiento de la relación amorosa iniciada en la entrega romántica de sus tres primeros años. El lector encontrará ahí, sin duda, muchas de sus propias reflexiones, que más que suyas, están en el ambiente de nuestra época. Encontrará rencillas conyugales conocidas, reuniones familiares de navidad conflictivas, tensiones por los hijos enfermos, aburrimiento sexual, gritos y reconciliaciones, incapacidad, en último término, de reconducir la situación, la infidelidad de la  que se culpa al otro...

Isaac Rosa da voz a los dos protagonistas, quienes después de la ruptura se dedican durante más de 300 páginas a escribirse, a excavar en sus vidas  buscando qué les había ocurrido:  se dedican a la reconstrucción del derribo de una relación siguiendo el orden que va desde el final de la  relación hasta su inicio, hasta esa primera mirada ígnea con la que empieza el enamoramiento.  Sin duda, esa alternancia de voces se inscribe en el igualitarismo moderno  de puntos de vista femenino  y masculino. Sin embargo, chirría bastante la convención de  que una pareja que no encontraba tiempo para hablar tranquilamente   en una cotidianidad superestresada lo encuentre después para dedicarse a este epistolario ( supongo que vía email) de largísimas cartas detalladas y con pretensiones de profundidad psicológica. No es nada verosímil esta inversión  de tiempo y de esfuerzo para una relación rota. Al menos a mí no me lo parece. El autor intenta salvar la situación por la profesión de los dos personajes: ella profesora de Historia, él, periodista. Se trata de dos personas realmente habituadas a la lengua escrita, a lo discursivo y habituadas a analizar el porqué de los acontecimientos. Aun así, no resulta del todo convincente que dediquen tanto tiempo a recordarse  mutuamente en su vida común durante 13 años , reinicien discusiones de años atrás en las que hubo malentendidos para aclararlos, se cuente escenas que los dos vivieron y que no necesitan tanta recreación...

Ninguno de los dos personajes, además, consigue romper con el estereotipo de cuarentones  de clase media, cultos y algo idealistas  afectados por la crisis de sus cuarenta  y por la crisis económica iniciada en 2008 . Un lector recordará eternamente a Ana Karenina cuando su relación se desmorona; recordará siempre a Madame Bovary en su largas tardes de tedio con su marido. Esos son personajes realmente únicos, pese a que lleven en ellos experiencias comunes a sus lectores. Los creados por Isaac Rosa  son de manual.


¿Tendrá éxito de ventas esta novela? Probablemente. Este tipo de historias  tienen siempre  su público ya que abundan los lectores que necesitan estos espejos elaborados para darle forma a lo que ellos no pueden dársela. Ya ocurrió con el éxito de La uruguaya,  de Pedro Mairal. Se trata de una literatura escrita por la clase media para la clase media,  que siempre acaba descubriendo que los tiempos no son heroicos allí fuera, pero tampoco en  su refugio de  heroicidad privada ( "mantener el fuego sagrado del amor de juventud"). Lo que nos cuenta Isaac Rosa es otro de tantos fracasos anunciados.

jueves, 4 de octubre de 2018

LAS OLAS, DE VIRGINIA WOOLF

La lectura de Las olas, de Virginia Woolf requiere de un lector  disciplinado y abierto, dispuesto a salirse de los cauces convencionales de la narrativa. Si ustedes son de los que dejan  las líneas de una novela  para irse a buscar un yogur en el frigorífico o de los que alzan cien veces la vista del libro en el metro, piensen que a la vuelta de tan triviales acciones  es difícil subirse otra vez a la ola de la consciencia del personaje que les hablaba en el momento de la interrupción.

Para calibrar la dificultad de esta genial novela, haré una lista de lo que NO van a encontrar en esta novela de Virginia Woolf y a continuación alguna aproximación imprecisa de lo que yo he percibido, que es lógicamente muy poco. Pero empecemos con lo  van a encontrar:


1. En cuanto a los personajes. En la novela oímos las voces de seis personajes, tres  masculinos (Bernard, Louis y Neville) y tres femeninos ( Susan, Jinny y Rhoda). Hay otro personaje sin voz, Percival, cuyo significado en la novela es difícil de determinar.  No tenemos a ningún narrador (sea omnisciente  o testigo)  que nos lleve de la manita para conocerlos con sus descripciones o sus juicios. Tampoco podemos llegar a ellos a través de diálogos: no hay un solo diálogo entre los personajes.  Más difícil todavía: no hay apenas hechos o acontecimientos en  los que, estando implicados los personajes, se vayan definiendo como cobardes, impacientes, cínicos, etc. Virginia Woolf nos ofrece a los personajes como voces de unas conciencias en flujo. El resultado es seguramente el que pretende la autora: no los podemos categorizar ni fijar en unos rasgos relevantes claros y delimitados sin traicinarlos. Todo lo que diga un lector de estos personajes es una reducción pobre y desfiguradora. Por tanto,  el lector percibe desde el principio que no puede reducir  los personajes a unos pocos rasgos claros como acostumbra. Con ello advierto que lo que voy a decir de cada uno de ellos son impresiones parcialísimas de estos y ,desde luego, muy subjetivas.


En mi opinión, los tres personajes femeninos  constituyen  una especie de triangulo: huye así Woolf  de las construcciones binarias propias de la narrativa tradicional.

Susan representaría:


La naturaleza, la firmeza, lo sólido

La determinación, la duración

Jenny representaría:


Lo artificial, lo efímero, la cultura, la civilización


 Rhoda representaría:


La exclusión, la marginalidad,  la situación fuera del tiempo,

lo irresoluto, lo  indefinido. 

Susan manifiesta una convicción granítica sobre su pertenencia a la Naturaleza. Aunque, incluso esta plenitud, no está exenta de problemas. En manos de otro escritor, Susan puede convertirse en el tópico de la mujer  primitiva, ligada a la naturaleza: disfruta entregándose al servicio de los demás,  reivindica la maternidad con una fuerza por encima de la moral humana, prepara galletitas para los vecinos, hornea el pan, madruga con las gallinas, reniega de las frivolidades urbanas. Woolf la dota de una fuerza impresionante como si fuera una ola de impulso irrefrenable. Segura de lo que siente, de lo que piensa, de lo que decide. Se pliega plenamente a  la naturaleza y no necesita la poetización de esta. La naturaleza es la verdad. Sin embargo, cuando está en presencia de  Jinny esconde avergonzada sus manos rudas y rojas, desgastadas por el trabajo. En ella también cabe la duda.


Jinny, por su parte, es la fuerza de la belleza reforzada por todo lo que la civilización ha creado de artificial para remodelarla o resaltarla. Frente a Susan que reivindica su vida como una parte en el todo que es la  naturaleza y se sujeta a sus procesos cíclicos y lineales, Jenny elige el instante: el tiempo es una sucesión de instantes, cada uno diferente al anterior, irrepetible: nada permanece, todo es efímero y vivir es decir  "ven" apasionadamente a cada instante. Su belleza es el imán del tiempo, del instante.


Por último Rodha expresa la carencia, la exclusión, una asimilación temprana del rechazo.  Es incapaz de encontrarle una coherencia a la sucesión de los minutos, de las horas. De hecho, no entiende las matemáticas, esas que son el lenguaje de la naturaleza. En nadie encuentra su modelo: ni puede imitar a Susan ni a Jinny: las envidia y las desprecia. Rhoda representa más que ninguna de las otras dos  el desasosiego por encontrar una respuesta al sentido de la vida  y al de la identidad  que sabe desde el principio que no existe.



Los personajes masculinos también se oponen entre sí en ciertos rasgos:


Louis representa

Ennoblecimiento del destino que desprecia
El comercio, el dinero

Neville represetna

Conocimientos del pasado
El estudio, la disciplina, lo organizados, lo cerrado, lo acabado

Bernard representa

La búsqueda de  relato
El discurso
La necesidad de lo otro para todo discurso
La conciencia de la mutiplicidad de los yoes

Louis tiene en común con Rhoda su sentimiento de ser rechazado, su lucha por encontrar un sitio propio en el mundo sin que llegue realmente a conseguirlo nunca. Le persigue desde niño su sentimiento de ser  despreciado por su acento y por ser hijo de un banquero. Neville, débil de cuerpo, enfermizo, fortalece su inteligencia con el estudio, con los textos de los clásicos; intenta acotar su vida al dominio donde puede controlarla, pero como todos ellos fracasa.                             


2. En cuanto al argumento y la trama. Muchos lectores se quejan de que en las novelas experimentales de Virginia Woolf no pasa nada. En efecto, la autora no pone de relieve ciertos acontecimientos que otros consideran los hechos importantes de toda vida: por ejemplo, apenas dice nada del matrimonio de Bernard, que a todas luces no le libera de su soledad, ni de sus hijos, por los que tiene que aceptar un trabajo. De Jinny, que vive muchas aventuras amorosas no conocemos ni un solo episodio; de Louis, que vive su trabajo comercial como un suplicio no conocemos ninguna crisis relevante. No hay acontecimientos destacados,  como si Woolf nos dijera que aquello que la novela tradicional considera como relevante  y  destacable para que las tramas funcionen no son más que acontecimientos de la conciencia en flujo con otros acontecimientos del mismo valor. Porque Woolf va recogiendo aquello que los demás escritores dejan como  superfluo en sus narraciones porque no tiene interés o no tiene tradición. Por tanto,  en el discurso de la conciencia que se va creando a sí misma con el lenguaje, el discurso es lo importante. Ciertamente sabemos que pasan muchas cosas entre los personajes, pero estas acaban diluyéndose en un fluir fantasmal y poético. Al final el tema de la obra es la captación de la conciencia  multiforme y del tiempo en el fluir del discurso.


3.  En cuanto al espacio. No cabe esperar en esta novela descripciones de lugares.Los espacios tienen un valor sobre todo simbólico: no solo la playa, el mar, las olas, como evidencia el titulo, sino otros lugares como el jardín, Elvidon, donde escribe una dama, el bosque,  el aula, la escuela, el restaurante donde se reúnen los seis amigos, la casa de Susan... Los lugares toman sentido en la conciencia. La perspectiva subjetiva del espacio hace que  parezca perder su solidez y cobrar un aspecto fantasmal, onírico. Los personajes nombran las cosas, muchas veces metafóricamente, en el aquí y en el ahora, como si quisieran fijarlas, salvarlas de su fugacidad en su aparición en la conciencia y de su fugacidad en cuanto sometidas al flujo temporal de la entropía.


4. En cuanto al tiempo. El tiempo no es un mero modo de organización de los sucesos, no es cronología. En realidad el tiempo es el mismo meollo de la novela: su captación por la conciencia como un fluir que no se puede parar y en el que se suceden las ondas de la conciencia que luchan por dar una forma a la identidad, al yo. La obra sigue las etapas de los seis personajes: niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez. Cada parte se abre con una descripción del mar y del nacimiento, la elevación, la decadencia y el ocaso del sol. Una articulación realmente hermosa.


5. En cuanto al lenguaje. Sin duda aquí está una de los rasgos fundamentales de la novela. Virginia Woolf  hace que cada monólogo interior de los personajes sea un largo poema: un lenguaje cargado de símbolos, de metáforas, de asociaciones imprevistas, de frases de oscuro significado. Además, el ritmo es fundamental ( no hay traducción alguna que pueda reproducir el del original). Las oraciones reproducen el vaivén de las olas. El discurso como un flujo no como una fijación.


Para acabar este post me gustaría hablar de otros dos aspectos de la novela: el título y el personaje de Percival.


1.El título es uno de los más acertados de la literatura universal: 


a) se refiere  a las características del lenguaje: su ritmo, su fluidez, su búsqueda  de adoptar lo multiforme de las olas.


b) se refiere a los rasgos de la conciencia y de su expresión en los monólogos interiores: la identidad es un flujo que no puede adoptar una sola forma, que no deja de cambiar en el tiempo, que fluye con otras conciencias y que busca, sin embargo, algo de permanente en ella.


c) se refiere al tiempo como un fluir incontenible que no tiene sentido en sí mismo. La vida  humana en el tiempo no se parece a los ríos con su nacimiento, su recorrido por un cauce bien delimito y su final en el mar: el tiempo no tiene forma lineal, pero tampoco circular. Nada avanza en línea hacia ningún tiempo, nada vuelve a ser lo mismo que fue.


2. El personaje de Percival


a) El nombre remite a un personaje del ciclo artúrico. Percival era uno de los caballeros de la Mesa Redonda.  Es aquel que sale en búsqueda del  Grial.


b) No escuchamos la voz de la conciencia de Percival; sabemos de él por la conciencia de los demás. Es decir, somos también construidos por los otros.


c) Percival  sería el mito, el héroe que unifica, armoniza a los otros personajes:  es admirado y querido unanimemente. Representa, por tanto, un tiempo de la unicidad de la conciencia, de su visión mítica suprasubjetiva.


d) La muerte de Percival, cuando los personajes están en su juventud, simboliza la entrada de estos en la disolución, la pérdida de toda posibilidad de unión. La muerte de Percival es el aviso de la de cada uno de ellos.