La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
domingo, 27 de mayo de 2018
Preguntas de un obrero que lee, de Bertolt Brecht
¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
sábado, 26 de mayo de 2018
COMENTARIO DE TEXTO: EL ENCAJE ROTO. EMILIA PARDO BAZÁN
TEXTO
Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.
No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.
Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...
Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... «
Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue logogrifo. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.
Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el «sí» no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia engalanada, minutos antes del escandalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran éstos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente.
A los tres años -cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie.
-Fue la cosa más tonta... De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las «pequeñeces» más pequeñas... Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó: y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; solo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús.
Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha.
Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alençón auténtico, de una tercia de ancho -una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.
En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.
Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás... Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel «no» brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia.... ¡para que lo oyesen todos!
-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?
-Lo repito: por su misma sencillez... No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...
«El Liberal», 19 septiembre 1897.
COMENTARIO DE TEXTO
Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.
No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.
Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...
Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... «
Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue logogrifo. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.
Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el «sí» no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia engalanada, minutos antes del escandalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran éstos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente.
A los tres años -cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie.
-Fue la cosa más tonta... De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las «pequeñeces» más pequeñas... Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó: y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; solo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús.
Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha.
Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alençón auténtico, de una tercia de ancho -una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.
En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.
Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás... Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel «no» brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia.... ¡para que lo oyesen todos!
-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?
-Lo repito: por su misma sencillez... No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...
«El Liberal», 19 septiembre 1897.
COMENTARIO DE TEXTO
El encaje roto, de Emilia Pardo Bazán
Contextualización
El texto que vamos a comentar, El encaje roto, fue escrito por Emilia Pardo Bazán, autora española perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Realismo y Naturalismo se desarrollaron en España en las últimas décadas del siglo XIX por influencia especialmente de la literatura francesa. Históricamente su triunfo está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la Revolución de 1868. Este movimiento literario burgués tomó la búsqueda de la objetividad en la reproducción de la realidad como fundamento de la actividad literaria. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.
La autora de El encaje roto es junto a Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas Clarín una de las principales representantes del Realismo y el Naturalismo en España. Nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. Proveniente de una familia de la aristocracia gallega, su padre le proporcionó una magnífica educación -cosa poco común entre las mujeres de la época- y fomentó en ella el amor por la literatura. Pardo Bazán fue una extraordinaria lectora desde su infancia. También intervino desde muy joven en la vida literaria española. Además de su intensa labor literaria (novelas, cuentos, teatro, crítica literaria, ensayos), publicó regularmente artículos en los periódicos, participó en tertulias y dio numerosas conferencias. Por una serie de artículos sobre el naturalismo francés, recopilados bajo el título de La cuestión palpitante se la considera la introductora de este movimiento en España. También es considerada una de las primeras escritoras españolas que luchó por los derechos de las mujeres. Entre sus novelas destacan La tribuna (1883) y Los pazos de Ulloa (1886). En los últimos años se han puesto en valor su faceta de cuentista por su calidad y por abordar de una manera muy moderna asuntos sociales sobre las mujeres, uno de los cuentos más comentados ha sido El encaje roto.
Argumento y estructura
Su cuento, El encaje roto, se centra en lo sucedido durante la boda de Micaela Aránguiz con Bernardo de Meneses. La novia dio en el altar un no rotundo a su prometido ante el desconcierto de éste y de los invitados. Al plantón le siguieron toda clase de murmuraciones sobre los motivos de Micaela. Pasados tres años, una amiga encontró a la novia en un balneario y esta le confesó la verdadera razón de su no: Meneses la había mirado con un menosprecio y una ira aterradores cuando a Micaela se le había rasgado el encaje que portaba, una prenda que había pertenecido a la familia Meneses y que este le había regalado a su prometida. En ese gesto se le había revelado a Micaela el carácter oculto de su futuro marido, el de un ser dominante y violento con el que no quería compartir el resto de su vida.
En la estructura de este cuento se distinguen dos partes: la primera, la de la boda misma que no se consuma por el no de la novia; y la segunda, la del encuentro de Micaela con la amiga en el que se revela el motivo de la ruptura.
Temas
El tema fundamental es la necesidad vital de conocer la realidad para decidir libremente, la necesidad de saber cómo son realmente los individuos y actuar en función de ello. Micaela Aránguiz había intentado conocer a su prometido antes de la boda. Para ella el misterio no constituía ningún aliciente, sino un inconveniente. Se había conducido en su noviazgo con un espíritu realista: “se documentó”, experimentó ( lo sometió a varias pruebas) y lo observó en la medida de lo posible, pero las convenciones sociales, las limitaciones impuestas a las mujeres, la hipocresía propia del noviazgo le habían impedido llegar a la verdad. Para el realista, la tarea de los individuos es buscar la verdad que se esconde bajo la superficie, bajo el barniz público y que solo un buen observador de los detalles significativos puede descubrir . Dice Micaela: “Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha “. No se trata aquí de una ruptura con las normas al modo romántico: son la razón y el conocimiento los que llevan a Micaela a tomar esa decisión tan poco convencional. Es decir, a su sentimiento (estaba enamorada de Meneses) se impone su razonamiento. Podrían haber pesado en el ánimo de la protagonista los intereses materiales y familiares que estaban en la base de su matrimonio burgués, pero Micaela antepone otro tipo de bienestar.
Intencionalidad
Asimismo, en la acción de Micaela se está proponiendo un nuevo modelo de relación hombre-mujer más sincera, más abierta, más realista. No olvidemos que muchos escritores del Realismo eran socialmente reformistas: reflejaban la realidad como era, pero también deseaban que algunos aspectos de esa realidad fuese cambiando. En el caso de Pardo Bazán , recordemos su defensa de la valía e independencia intelectual de las mujeres.
Personajes y tipo de narrador
En cuanto a los personajes, como se desprende de lo ya dicho, pertenecen a la alta burguesía, tal vez a la aristocracia. La minuciosa descripción de los invitados no deja lugar a dudas sobre la riqueza de los contrayentes así como la información que se nos da sobre el valor del encaje o la herencia que recibirá Micaelita de un tío riquísimo de Valencia. La pareja parecía reunir todos las características que la burguesía de la época tenía por requisitos: riqueza material, buena posición social y enamoramiento al menos formal. Se sugiere que Bernardo era de familia de viejo abolengo y Micaelita pone más dinero.
La protagonista, Micaela Aránguiz, se nos muestra como una novia ilusionada, enamorada, radiante, pero siempre con la razón alerta. No es la muchacha crédula y confiada de la novela romántica, sus sentimientos son comedidos y revisables. Su rasgo fundamental es su independencia de juicio, su valor ante las críticas , su capacidad de observación, la confianza en su propia razón, la claridad con que sabe lo que busca en la vida. El cuento es muy breve, pero podemos hablar de personaje redondo, que evoluciona. A Micaela la conocemos por las descripciones que hace de ella la narradora testigo y por el diálogo que mantiene en la segunda parte con su amiga.
La imagen de Bernardo de Meneses se la va haciendo el lector a partir de la información dada por la narradora testigo , por las palabras de Micaela Aránguiz y por la opiniones que está recabó de otros ( decían algunos que era violento). Obsérvese que no contamos con el punto de vista de Bernardo de Meneses. De lo dicho por la narradora y por la protagonista deducimos que es un hombre orgulloso de sus antepasados y de su clase social y que bajo una apariencia de educación exquisita esconde un carácter violento y dominante .
El tercer personaje es la propia narradora testigo en primera `persona , es decir, una narradora que apenas tiene influencia en los hechos y que sabe solo de estos por su observación y su indagación. A este personaje narrador lo caracterizan su ironía, su curiosidad, su capacidad de observación y su deseo de conocer las verdaderas motivaciones de las acciones de los demás. Comparte rasgos con la protagonista y seguramente con la autora de la narración. Los invitados o el obispo que describe la narradora son personajes episódicos necesarios para crear el ambiente social y el contraste entre lo que se espera que suceda y lo que sucede.
Marco: espacio y tiempo
La acción se desarrolla en dos espacios: el salón de la casa de Micaela Aránguiz donde están los invitados y a cuyo fondo hay un oratorio, y el balneario en el que la narradora se encuentra con la protagonista. Este último es un lugar de ocio o vacaciones que se puso de moda en la segunda mitad del siglo XIX. Uno y otro espacio son microcosmos de la alta burguesía. En cuanto al tiempo histórico, la acción está situada en la misma época en que vivió la autora y en que escribió el cuento: finales del siglo XIX.
El tiempo interno se distribuye en tres partes: el tiempo previo a la ceremonia y la ceremonia misma que se nos dan como un ejercicio de imaginación de la narradora testigo. Se trata de unos largos minutos. Tras el no de Micaela transcurren tres años en los que se han ido apagando las murmuraciones. El encuentro entre Micaela y su amiga también se desarrolla en unos minutos.
Estilo
Por último, el estilo de la narración tiene todas las características propias de los textos realistas. Sencillez, sobriedad, búsqueda de la exactitud y adecuación de la forma de hablar de los personajes a la clase social a la que pertenecen y a la situación comunicativa en la que se encuentran( por ejemplo la conversación íntima de Micaelita y la narradora según las normas sociales de la época). Pese a su poca extensión son destacables las minuciosas descripciones que hace la narradora de los invitados o de la novia:
“Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería…”
Conclusión
En conclusión, este cuento reúne las características generales del movimiento realista; en el trazo de los personajes y en la elección de los rasgos de la protagonista es indudable la novedad que ofrece esta narración en España, ya que lleva explícita una defensa de la inteligencia, de la razón y de la libertad de las mujeres.
Etiquetas: Comentario de textos literarios
Contextualización
El texto que vamos a comentar, El encaje roto, fue escrito por Emilia Pardo Bazán, autora española perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Realismo y Naturalismo se desarrollaron en España en las últimas décadas del siglo XIX por influencia especialmente de la literatura francesa. Históricamente su triunfo está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la Revolución de 1868. Este movimiento literario burgués tomó la búsqueda de la objetividad en la reproducción de la realidad como fundamento de la actividad literaria. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.
La autora de El encaje roto es junto a Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas Clarín una de las principales representantes del Realismo y el Naturalismo en España. Nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. Proveniente de una familia de la aristocracia gallega, su padre le proporcionó una magnífica educación -cosa poco común entre las mujeres de la época- y fomentó en ella el amor por la literatura. Pardo Bazán fue una extraordinaria lectora desde su infancia. También intervino desde muy joven en la vida literaria española. Además de su intensa labor literaria (novelas, cuentos, teatro, crítica literaria, ensayos), publicó regularmente artículos en los periódicos, participó en tertulias y dio numerosas conferencias. Por una serie de artículos sobre el naturalismo francés, recopilados bajo el título de La cuestión palpitante se la considera la introductora de este movimiento en España. También es considerada una de las primeras escritoras españolas que luchó por los derechos de las mujeres. Entre sus novelas destacan La tribuna (1883) y Los pazos de Ulloa (1886). En los últimos años se han puesto en valor su faceta de cuentista por su calidad y por abordar de una manera muy moderna asuntos sociales sobre las mujeres, uno de los cuentos más comentados ha sido El encaje roto.
Argumento y estructura
Su cuento, El encaje roto, se centra en lo sucedido durante la boda de Micaela Aránguiz con Bernardo de Meneses. La novia dio en el altar un no rotundo a su prometido ante el desconcierto de éste y de los invitados. Al plantón le siguieron toda clase de murmuraciones sobre los motivos de Micaela. Pasados tres años, una amiga encontró a la novia en un balneario y esta le confesó la verdadera razón de su no: Meneses la había mirado con un menosprecio y una ira aterradores cuando a Micaela se le había rasgado el encaje que portaba, una prenda que había pertenecido a la familia Meneses y que este le había regalado a su prometida. En ese gesto se le había revelado a Micaela el carácter oculto de su futuro marido, el de un ser dominante y violento con el que no quería compartir el resto de su vida.
En la estructura de este cuento se distinguen dos partes: la primera, la de la boda misma que no se consuma por el no de la novia; y la segunda, la del encuentro de Micaela con la amiga en el que se revela el motivo de la ruptura.
Temas
El tema fundamental es la necesidad vital de conocer la realidad para decidir libremente, la necesidad de saber cómo son realmente los individuos y actuar en función de ello. Micaela Aránguiz había intentado conocer a su prometido antes de la boda. Para ella el misterio no constituía ningún aliciente, sino un inconveniente. Se había conducido en su noviazgo con un espíritu realista: “se documentó”, experimentó ( lo sometió a varias pruebas) y lo observó en la medida de lo posible, pero las convenciones sociales, las limitaciones impuestas a las mujeres, la hipocresía propia del noviazgo le habían impedido llegar a la verdad. Para el realista, la tarea de los individuos es buscar la verdad que se esconde bajo la superficie, bajo el barniz público y que solo un buen observador de los detalles significativos puede descubrir . Dice Micaela: “Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha “. No se trata aquí de una ruptura con las normas al modo romántico: son la razón y el conocimiento los que llevan a Micaela a tomar esa decisión tan poco convencional. Es decir, a su sentimiento (estaba enamorada de Meneses) se impone su razonamiento. Podrían haber pesado en el ánimo de la protagonista los intereses materiales y familiares que estaban en la base de su matrimonio burgués, pero Micaela antepone otro tipo de bienestar.
Intencionalidad
Asimismo, en la acción de Micaela se está proponiendo un nuevo modelo de relación hombre-mujer más sincera, más abierta, más realista. No olvidemos que muchos escritores del Realismo eran socialmente reformistas: reflejaban la realidad como era, pero también deseaban que algunos aspectos de esa realidad fuese cambiando. En el caso de Pardo Bazán , recordemos su defensa de la valía e independencia intelectual de las mujeres.
Personajes y tipo de narrador
En cuanto a los personajes, como se desprende de lo ya dicho, pertenecen a la alta burguesía, tal vez a la aristocracia. La minuciosa descripción de los invitados no deja lugar a dudas sobre la riqueza de los contrayentes así como la información que se nos da sobre el valor del encaje o la herencia que recibirá Micaelita de un tío riquísimo de Valencia. La pareja parecía reunir todos las características que la burguesía de la época tenía por requisitos: riqueza material, buena posición social y enamoramiento al menos formal. Se sugiere que Bernardo era de familia de viejo abolengo y Micaelita pone más dinero.
La protagonista, Micaela Aránguiz, se nos muestra como una novia ilusionada, enamorada, radiante, pero siempre con la razón alerta. No es la muchacha crédula y confiada de la novela romántica, sus sentimientos son comedidos y revisables. Su rasgo fundamental es su independencia de juicio, su valor ante las críticas , su capacidad de observación, la confianza en su propia razón, la claridad con que sabe lo que busca en la vida. El cuento es muy breve, pero podemos hablar de personaje redondo, que evoluciona. A Micaela la conocemos por las descripciones que hace de ella la narradora testigo y por el diálogo que mantiene en la segunda parte con su amiga.
La imagen de Bernardo de Meneses se la va haciendo el lector a partir de la información dada por la narradora testigo , por las palabras de Micaela Aránguiz y por la opiniones que está recabó de otros ( decían algunos que era violento). Obsérvese que no contamos con el punto de vista de Bernardo de Meneses. De lo dicho por la narradora y por la protagonista deducimos que es un hombre orgulloso de sus antepasados y de su clase social y que bajo una apariencia de educación exquisita esconde un carácter violento y dominante .
El tercer personaje es la propia narradora testigo en primera `persona , es decir, una narradora que apenas tiene influencia en los hechos y que sabe solo de estos por su observación y su indagación. A este personaje narrador lo caracterizan su ironía, su curiosidad, su capacidad de observación y su deseo de conocer las verdaderas motivaciones de las acciones de los demás. Comparte rasgos con la protagonista y seguramente con la autora de la narración. Los invitados o el obispo que describe la narradora son personajes episódicos necesarios para crear el ambiente social y el contraste entre lo que se espera que suceda y lo que sucede.
Marco: espacio y tiempo
La acción se desarrolla en dos espacios: el salón de la casa de Micaela Aránguiz donde están los invitados y a cuyo fondo hay un oratorio, y el balneario en el que la narradora se encuentra con la protagonista. Este último es un lugar de ocio o vacaciones que se puso de moda en la segunda mitad del siglo XIX. Uno y otro espacio son microcosmos de la alta burguesía. En cuanto al tiempo histórico, la acción está situada en la misma época en que vivió la autora y en que escribió el cuento: finales del siglo XIX.
El tiempo interno se distribuye en tres partes: el tiempo previo a la ceremonia y la ceremonia misma que se nos dan como un ejercicio de imaginación de la narradora testigo. Se trata de unos largos minutos. Tras el no de Micaela transcurren tres años en los que se han ido apagando las murmuraciones. El encuentro entre Micaela y su amiga también se desarrolla en unos minutos.
Estilo
Por último, el estilo de la narración tiene todas las características propias de los textos realistas. Sencillez, sobriedad, búsqueda de la exactitud y adecuación de la forma de hablar de los personajes a la clase social a la que pertenecen y a la situación comunicativa en la que se encuentran( por ejemplo la conversación íntima de Micaelita y la narradora según las normas sociales de la época). Pese a su poca extensión son destacables las minuciosas descripciones que hace la narradora de los invitados o de la novia:
“Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería…”
Conclusión
En conclusión, este cuento reúne las características generales del movimiento realista; en el trazo de los personajes y en la elección de los rasgos de la protagonista es indudable la novedad que ofrece esta narración en España, ya que lleva explícita una defensa de la inteligencia, de la razón y de la libertad de las mujeres.
Etiquetas: Comentario de textos literarios
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