viernes, 31 de julio de 2020

LA FIN DE L' AMOUR, DE EVA ILLOUZ


Afortunadamente, el tema del amor hace tiene que dejó de ser un asunto exclusivo  de poetas, de novelistas, películas o revistas del corazón. E
n su  obra  "La fin de l`amour", la socióloga  Eva Illouz  analiza una emoción que está ligada a cambios históricos, es más, es un producto histórico.
Que no sea un tema por el que se inclinan muchos sociólogos  es también un indicativo social: el amor se ha considerado, y se sigue considerando en muchos sentidos,   algo exclusivo del ámbito íntimo y, por tanto, excluido de los estudios centrados en lo objetivo, en  "lo verdaderamente importante".

Eva Illouz demuestra que eso es un prejuicio y hay vínculo  entre "el amor" y  las categorizaciones económicas y sociales  creadas por la evolución capitalista.  Es decir, el  contrato amoroso y sexual  va a  adquirir las características económicas  que va imponiendo el capitalismo en cada una de sus etapas. 
El amor moderno  (el alentado por el Romanticismo) surge vinculado a las ideas políticas y económicas del liberalismo del  siglo XIX.  Se trata de un contrato que se defiende como  un acto libre, llevado a cabo por dos individuos independientes que basan  su pacto en sus deseos y sentimientos y  no en los intereses racionales de la familia. Tiene, pues, las características del mercado liberal: dos individuos libres  e iguales en el acto de la compraventa llegan a intercambios basados en los deseos libres de cada parte. Es la defensa del libre comercio, del deseo individual  como motor del intercambio. Los derechos económicos individuales son también los derechos amorosos.

El liberalismo todavía mantenía unas formas rituales en los contratos: en sus inicios sus  participantes eran gentes que se conocían y la confianza en la lealtad  mutua era un valor básico. En un principio, el matrimonio libre por amor  o el amor libre también presentaban el principio de confianza y de lealtad. Entre los participantes el contrato se hacía con la voluntad de duración; en todo caso, se sabía qué pasos había que dar  para iniciarlo y qué pasos  para rescindirlo. Se actuaba dentro de un marco de referencias claro. Las reivindicaciones del amor libre (es decir libertad emocional)  pronto se iban a  acompañar de las reivindicaciones de libertad sexual. El individuo como propietario único de su cuerpo y, por tanto, como único con derecho a decidir sobre su uso iba  a extenderse por el mundo capitalista. Las mujeres en sus luchas por la libertad sexual no hacían sino llevar a sus últimas consecuencias las propias bases ideológicas del liberalismo y del neoliberalismo. Eva Illouz no niega en ningún momento la necesidad histórica de esa lucha feminista, pero recuerda una y otra vez ese origen y las consecuencias que entraña. 

Con brillantez, muestra que la desregularización económica del neoliberalismo global está detrás de los enormes cambios que  se han dado en las relaciones sexuales y amorosas en las última décadas. Analiza las relaciones que se estabablecen  en las redes sociales, en concreto, en Tinder. Estas relaciones  ( que ella llama " no relaciones ) tienen las mismas características que  los productos financieros: los implicados en el intercambio no tienen por qué conocerse ( es muy habitual en las relaciones surgidas en Tinder que los participantes no sepan ni el nombre de la persona con la que se acuestan), el contrato implica que cada uno busca su propio interés y que si lo ve en peligro, es libre de retirarse de la relación sin explicar los motivos al otro. Son relaciones pensadas como efímeras, sin compromiso y acumulativas: son una acumulación de capital personal que sin embargo siempre hay que estar invirtiendo para que no pierda valor y lo incremente.  Los que participan en el mercado sexual piensan, como los que participan del mercado financiero, que con un solo clic  pueden colocar su capital en otro sitio donde les dé más beneficio.  Todos los individuos entran en un sistema de competencia global.

Por lo demás, el esquema de estas relaciones efímeras sigue siendo patriarcal: los hombres continúan con la  vieja visión  que separa la sexualidad del amor.  Históricamente las mujeres han sido  las encargadas del cuidado emocional del hombre y es frecuente que la libertad sexual y su condicionamiento social choquen entre sí. Por eso, la libertad sexual es, según Eva Illouz, un logro ambiguo para las mujeres: en la sexualidad no encuentran su reafirmación social y en el sexo Tinder no encuentran la realización de sus roles de cuidado emocional. Mientras la oferta sexual es clara y está definida por el intercambio de placer, la emocional se queda sin marco referencial. Los participantes precisan  contrato sexual, pero el emocional queda en la ambigüedad, en el devenir, en la indefinición. La emoción amorosa, emancipada de las obligaciones sociales, familiares y sexuales  se muestra insuficiente para dar por sí misma estabilidad  y consistencia a las relaciones. Se queda sin marcos de referencia y sin rituales. El sexo también emancipado de lo social, lo familiar, lo emocional se convierte en una mercancía. Hombre y mujer, pero especialmente la mujer, es a la vez objeto de consumo y consumidora.

En último término, triunfa  la mercantilización del sexo según la cual cada parte lo ofrece  para obtener del otro un placer que  no compromete a nada emocional, que no está ligado ni al pasado ni a un futuro común. Es la misma relación efímera de usar y tirar que se tiene con cualquier otra mercancía obsolescente.

Eva Illouz  señala el malestar, el sentimiento de soledad, la angustia que generan estas relaciones sin marcos de referencia estables  en las que cada actor se cree libre. Los sujetos  no entienden por qué esa libertad les hace felices tan poco tiempo, por qué para volver a ser felices  otro rato tienen que volver a consumir a otra persona y así en una sucesión que no parece tener fin. No entienden, en definitiva,  que toda su vida emocional está guiada por el fetichismo de las mercancías.




jueves, 30 de julio de 2020

LAS DOS MUERTES DE SÓCRATES, DE IGNACIO GARCÍA-VALIÑO


La novela de Ignacio García-Valiño no acaba de encontrar un buena simbiosis entre los dos subgéneros que maneja. Todo apunta a que el deseo del autor era escribir una novela histórica y que lo policiaco no es  más que un vehículo para mantener el interés de un cierto público. En definitiva,  es en lo histórico (sean hechos  reales o posibles) donde radica el interés de esta novela.

Es un verdadero placer deambular por la Atenas clásica y encontrar “vivos” a  Alcibíades, a Pericles, a Sócrates, a Platón, a Aristófanes, a Protágoras y sobre todo, a Aspasia. Es Aspasia el eje de la novela y su mirada sobre los grandes personajes con los que convivió más o menos íntimamente releva nuevos aspecto sobre ellos. La hetaira se sobrepone a las divisiones y rencillas  excluyentes establecidas por los hombres y es capaz de apreciar a Sócrates, pero también a los denostados sofistas, especialmente a Protágoras. Por tanto, no se conforma García- Valiño con la visión de estos personajes  transmitida por la tradición: así  arroja una sombra de duda sobre la buena fama de Sócrates transmitida por Platón, su gran apologista. Protágoras recupera en la novela una dignidad de la que también le despojó  Platón. Por otra parte el novelista atiende a una reinvindicaciones de las mujeres tratadas marginalmente por los historiadores. Aspasia va a  intentar utilizar toda su influencia para que la democracia  con el tipo a las mujeres.  

Hay momentos para los que García-Vadillo se ha documentado a fondo;  es el caso del juicio contra Sócrates. Pone en duda que la única interpretación sobre la decisión de Sócrates de tomar la cicuta esté basada en la virtud de este.  Revisa,  por tanto,  la imagen de santo laico que nos ha llegado del filósofo que recorría las calles de Atenas haciendo preguntas a todo aquel con el que se cruzaba. Se sugiere que Sócrates  tuvo bastante influencia en la educación de aquellos que hicieron caer la democracia ateniense, régimen político con el que no simpatizaba, como tampoco lo hacía el aristocrático Platón.

 

Con todo, el personaje más rico en su recreación es Aristófanes. Es el cliente más asiduo del burdel de Aspasia. De forma atrevida, García-Valiño atribuye a la hetaira  el encargo de la escritura de la más conocida de las comedias de Aristófanes: “Lisístrata”, una comedia tremendamente transgresora con los valores patriarcales atenienses que cuadra poco con las posiciones conservadoras y misóginas atribuidas del comediógrafo. También aparece como una obra de encargo “La asamblea de mujeres”.

Si algo  queda claro en la novela es que son los hombres los que mandan, pero son las mujeres las que tienen más  inteligencia para hacerlo de una manera más igualitaria; las hetairas son mujeres inteligentes, públicas en los dos sentidos de la palabra, por prostitutas, pero también por ser las únicas que podían tener influencia en los asuntos de la polis, aunque fuera desde la posición a la que las condenaban los hombres. Aspasia intenta crear una escuela de mujeres en el burdel; incapaz de poder formar  a otras mujeres en literatura, ciencia, filosofía en una escuela formal,  se propone formar a las hetairas cuyo éxito  vendrá de ese plus intelectual  en relación a las otras prostitutas. Hoy nos cuesta entender que este fuera el único camino para que los hombres permitieran expresarse en público a las mujeres y no las castigaran por su inteligencia y buen discernimiento.  En el cristianismo esa misma función la ha cumplido el convento durante siglos; era este el único lugar donde una mujer podía cultivarse sin despertar las furias masculinas, y eso no siempre.

 

En cuanto a la trama detectivesca,   el autor comete varios errores, el más grave el  que los griegos llamaban “deus ex machina”. Consigue despertar la curiosidad del lector, pero la  resolución del caso es retorcida, artificial y sobre todo, inverosímil. Este defecto no impide, sin embargo, disfrutar de la estupenda ambientación histórica que consigue el novelista.  Si pueden, léanla.



miércoles, 29 de julio de 2020

LOS MILLONES, DE SANTIAGO LORENZO



“Los asquerosos” dio a conocer a Santiago Lorenzo a miles de lectores que no tenían noticia alguna de la existencia de este autor vizcaíno. El éxito de su corrosiva novela ha tenido el efecto de que muchos nos hayamos puesto a buscar otras novelas del autor con la esperanza de divertirnos de nuevo con su prosa delirante e incisiva. “Los millones” es un buen título: una mención a nuestra pasión por el dinero que no se anda con rodeos. Uno presiente, con razón, que no le van a hablar de finanzas, ni de ricos a los que les sale el dinero por las orejas, sino de esa gente para quien recibirlos es un milagro. Esa forma milagrosa es un premio en un juego de azar, esa esperanza tan española... Santiago Lorenzo tiene una idea brillante y jocosa: los millones le tocan a alguien que nunca antes había jugado a la loto y que se halla en situación de no poder cobrar el pastizal por vivir en la clandestinidad como miembro del GRAPO. La novela es una sátira divertida y ácida sobre la militancia en ese grupúsculo chapucero donde el protagonista es un verdadero don nadie en perpetua espera de un acción con repercusión. Es una parodia de la pretendida heroicidad revolucionaria no exenta de compasión por ese cordero solitario, desgraciado y miserable que se cree un lobo a punto de cambiar la trayectoria de la historia de España con la explosión de un artefacto casero, cuya metralla son los irrisorios utensilios de cocina de los que dispone. No menos divertida es la parodia sobre el golpe de suerte que puede cambiarle la vida a cualquiera menos a él. Parte de la novela será una lucha contra el reloj que marca el final del plazo en que puede cobrar el décimo, es decir, transformar su vida. Una metáfora hilarante sobre la ventana de oportunidad de la que hablaban los teóricos de la Revolución. Es esta la primera novela de Santiago Lorenzo , y para quien haya leído “Los asquerosos” salta a la vista que el autor está haciéndose todavía con las claves de la parodia. No siempre acierta con el tono ni con el ritmo. No siempre acierta con la frase rotunda y efectista que provoca una sonrisa a la vez que hace un rasguño en la moral complaciente del lector. Los episodios son demasiado repetitivos y previsibles; la historia amorosa entre la periodista y el miembro del GRAPO oscila entre lo cursi y lo sentimental, no solo porque los talluditos personajes parezcan torpes adolescentes sin experiencia sino porque el autor se muestra indeciso en el punto de vista del narrador. Muestran, eso sí, el gusto de Santiago Lorenzo por los personajes marginados, incapaces de integrarse en una sociedad en la que, por lo demás, integrarse significa sumarse al rebaño de imbéciles que la componen/componemos. El final es de un optimismo que nada hacía presagiar. Quizá sea irónico, no lo sé. Pese a sus defectos, es una novela entretenida, apropiada para reírnos de nuestros rancios defectos nacionales sin que nos duelan demasiado.

martes, 28 de julio de 2020

MONTAIGNE : NO EXISTEN VERDADES ABSOLUTAS O DURADERAS, SOLO OPINIONES



Conservo, pese a todo, un moderado  optimismo sobre la influencia a largo plazo de los profesores  sobre sus alumnos. A veces nos desesperamos porque no vemos frutos inmediatos, como si  no fuera importante dejar puertas abiertas para que los jóvenes pueden pasar por ellas el día en que personalmente quieran o lo necesiten. Viene esto a cuento de una lectura que tenía aplazada desde hace 16 años. Una profesora de la UPV comentó en una clase  que su lectura preferida  para el verano eran los ensayos de Montaigne. Son tres hermosos tomos, así que le habrán dado para muchos agostos. Cuando atisbamos con curiosidad qué lee el vecino de toalla, no solemos encontrarnos con los ensayos de este filósofo. Fue  esta anécdota la que fijó ese momento en mi memoria y el propósito de acercarme a esa obra que hacía sonreír tantas veces a mi seria profesora de Literatura francesa.

De eso, como decía, han pasado 16 años. Este extraño verano de movilidad temerosa he pasado una semana en Madrid. Nunca antes había sido tan dichosa en esta ciudad cuyo ritmo se ha vuelto  provinciano y reflexivo.  Había mucho negocio cerrado, desde luego, pero quioscos y librerías estaban  abiertos y por lo que vi, hay entre los lectores una bulimia de lecturas, una necesidad táctil, sensitiva de volver al  ritual de las librerías. 

Fue precisamente en el quiosco de la calle Atocha donde me sorprendió  un librito  sobre Montaigne: era de una colección de divulgación filosófica, apropiado para hacer una aproximación antes de entrar en la obra monumental del filósofo.

Cerrado el libro, mi primera conclusión ha sido   que hay  que leer a Montaigne para entender la formación del pensamiento de la Modernidad, incluso el  de la Posmodernidad en la que dicen que estamos hoy, que no es otra cosa  que  la agudización y la desintegración de los pilares de la primera.

La obra de Montaigne es una reivindicación continua del yo  como  el mejor objeto para el análisis: el sujeto toma un cierto distanciamiento de sí mismo para observarse continuamente y dar cuenta de todo lo que pasa por su conciencia sin discriminar lo que  pertenece a los altos pensamientos de la filosofía o a las meditaciones menudas de la cotidianidad: el hecho de  pertenecer a la existencia del sujeto lo convierte en tema pertinente :  todo es interesante en cuanto que  el yo habla del yo. Los ensayos de este filósofo son el cumplimiento exhaustivo del axioma que décadas más tarde marcaría el rumbo de la filosofía occidental "Pienso luego, existo". La existencia  queda garantizada por el acto de pensar y el acto de pensarse. En nuestra época de individualismo exacerbado, quizá está idea nos parezca trillada; en su época supuso una verdadera revolución. Poner al yo en el centro del mundo suponía desplazar de él no solo a Dios sino al mundo objetivo exterior al sujeto. El yo se convierte en la fuente de certezas provisionales  al precio de  ir descubriendo la inestablilidad del propio yo.

En efecto, en su autoanálisis, Montaigne  descubre que el yo es una entidad cambiante, contradictoria, que está siempre en proceso de hacerse y de deshacerse: es un fluido, no un sólido. La idea de una identidad fija, estática, conformada de una vez para siempre  o incluso conformada en el nacimiento,   no es más que una ilusión del yo. Por consiguiente, si el yo es cambiante, contradictorio, difícilmente puede creer que la sociedad no lo sea también. Y es aquí donde Montaigne  siente vértigo. No se le escapa que dicha concepción individualista  abre una concepción inestable para los estados y otras instituciones; es desde este vértigo desde donde hay que entender el conservadurismo de Montaigne, que excluye al Catolicismo y a la Monarquía del libre examen del individuo. Él puede pueda vivir sin grandes sistemas de creencias; él  puede ejercer la libertad de pensamiento, pero es evidente que no cree deseable que los fieles  y los súbditos lo hagan. Cuestionarlo todo es un privilegio del yo interior, todavía no es un derecho democrático. Montaigne, como escéptico que es, no creía que existiesen verdades absolutas y duraderas, pero  como tantos otros pensadores posteriores, creyó conveniente que la masa sí creyera en ellas, que conservara rituales colectivos, que se sintiera anclada  en normas y usos que le dieran sentido a la vida. Montagine encontró el sentido de su vida en observarla, en alcanzar un alto grado de conciencia de ella y plasmarla por escrito.No parece que esa solución pueda convertirse en  un modo general de darle sentido a la vida. En el siglo XVI parece que Montaigne ya temía esa situación que tan bien describe Byung-Chul Han en su ensayo más reciente "El abandono de los rituales":  la ausencia de rituales colectivos, de creencias comunitarias sume al individuo en la angustia existencial. El mercado necesita esa angustia para que los individuos intenten llenar el vacío con mercancías, es decir, con relaciones fetichistas.

A Montaigne, la fluidez del yo, su condición inacabada, cambiante, contradictoria no lo sumirá  ni en la perplejidad ni en la angustia; todo lo contrario, lo mismo que declarará incansablemente su goce por la variedad del mundo, de las culturas, de los individuos, gozará de su yo cambiante y estará atento a la percepción de esos cambios. El placer de la vida consistía para él en estar plenamente consciente el mayor tiempo posible; en ese sentido lamentaba el sueño que le privaba de la atención consciente a su mente. Dicho de otro modo, la autoobservación iba unida a un tópico querido del Renacimiento, el "carpe diem".

No me cabe duda que la lectura de los "Ensayos" será  para muchos un encuentro sorprendente con  "un contemporáneo"; también será imposible no leer sus experiencias desde el desencanto de nuestra Posmodernidad.