viernes, 30 de noviembre de 2018

EL PESO DE LA IRA, DE ADRIÁN MARTÍN CEREGIDO



A estas alturas es difícil sorprender- incluso entretener- con una novela policiaca. Parece todo inventado y cada nueva publicación no parece sino el retorcimiento o recombinación  de lo  ya hecho por otros en el género. Una de las tendencias  para romper  con lo previsible  es la de hacer una novela policiaca cada vez más local que se garantiza el interés de los lectores más próximos sin renunciar, por supuesto, a captar lectores  más allá de su geografía.  Esa variante no garantiza el éxito, pero sí abre nuevas expectativas.

El peso de la ira, de Adrián Martín Ceregido, es una buena novela policiaca. Empieza bien desde el título:  la ira funciona, en efecto,  como un gas  que va aumentando su densidad hasta que detona. Por lo demás, el título se connota con otros que le vienen a la mente al lector: el peso de la culpa, el peso de la justicia, el peso del pecado...

Asimismo, la tensión de la trama está inteligentemente distribuida: la tensión se intensifica en algunos pasajes, pero no decae en ninguno. Siempre hay tensión aunque sea en  estado difuso, amenazante, como una atmósfera. El fluir temporal de la historia se siente perfectamente, más allá de que el propio novelista nos proporcione las fechas exactas de muchos acontecimientos.

A los personajes quizá les falte un poco más de cocina  y se queden en buenos esquemas que presentan alguna que otra incoherencia; sin embargo, la creación de la detective promete mucho para futuras novelas. La elección de una mujer joven, formada universitariamente y con un  marcado criterio propio  ofrece muchas posibilidades. Como todo detective, tiene el rasgo clásico de buscar la verdad, pero ese rasgo no solo lo va a practicar en su faceta profesional, sino que va a ser clave en su búsqueda de valores personales en una sociedad marcada, por un lado, por la crisis generalizada de  valores y por otro,  por el empoderamiento femenino. La relación con su "partenaire" queda todavía un poco difusa: estaría bien que el joven ertzaina fuera un alumno no solo de los métodos  de investigación de su jefa sino del cambio de valores masculinos que requiere nuestra sociedad. En cuanto a los candidatos a ser el asesino, hay  que decir que el novelista maneja muy bien una difícil ecuación: los candidatos son pocos y, sin embargo,  el lector no lo tiene fácil para resolver el enigma. Algo que me ha sorprendido  es que la víctima no suscite ninguna simpatía al lector, al menos a mí no me la ha suscitado. Frente a otras novelas policiacas que se abren con el descubrimiento del cadáver,  Adrián Martín posterga ese momento hasta bien avanzada la trama. La víctima se convierte, por decirlo así, en una doble víctima, primero de su padre y después de X y, sin embargo, hay algo en ella que resulta repulsivo. Me parece un punto sobre el que meditar.

El espacio, como decía al principio, es aquel que le es familiar a su propia autor: el asesinato se produce en la costa  vizcaína y los personajes trasiegan por Bilbao. La ciudad se siente  pero sin alcanzar el  punto de lo inconfundible. A mí me hubiera gustado una serie de hábitos de los personajes, sobre todo de la detective, que fueran convirtiendo  ciertos espacios en "míticos". Claro está, es únicamente una preferencia de una lectora, sin más.

El mayor elogio que se puede hacer a esta novela es que espero que sea la primera de un larga serie. 






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