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sábado, 1 de febrero de 2020

MAL DE PIEDRAS, DE MILENA AGUS




Ah, el amor, el amor, ese don que parece que se le otorga a quien no lo busca. Abuela lo buscaba, se entregaba en alma a sus pretendientes, que huían despavoridos. El amor tampoco le llegó con el matrimonio, pese a ser él un buen hombre; quizá le llegaría allí donde no lo buscaba, quizá.

La historia  está narrada en tercera persona por la nieta, quien reconstruye la historia de su abuela paterna con material variado: las narraciones de la propia abuela y de otros miembros de la familia  y otras fuentes escritas. Es toda una tarea de investigación, hecha desde la empatía. Abuela es la principal fuente, pero lógicamente oculta lo que le resultó más doloroso; el punto de vista de la nieta, desde luego, es diferente al de otros miembros de la familia. Acierta la autora con la voz narradora: una nieta que quiere a su abuela y que está al lado de ella contra los prejuicios patriarcales de la época.


La abuela, nacida  a finales del XIX en Cerdeña, tenía una afición a la escritura que ocultó y  vivió clandestinamente. Hubo oscuros episodios amorosos en su vida y no se casó hasta los 30, considerada ya una solterona. Fue un matrimonio sin amor, pero no desgraciado en el uso tradicional del término. El verdadero amor, la otra cara de su matrimonio, lo encontrará  en un balneario al que acudirá a tratar su mal de piedra. Allí encuentra al hombre de su vida: sensible, atento, buen conocedor de la música y de la literatura, estupendo amante, y de una extraordinaria belleza física a pesar de haber perdido una pierna en la guerra, o quizá por haberla perdido. 


Es la nieta con su último descubrimiento, oculto en la paredes de la casa familiar que está restaurando, quien nos dará  una nueva clave para interpretar a la abuela. La novela , con tantas fuentes y voces, cumple con su misión de no ofrecer una sola verdad sobre la protagonista , y queda abierta a la interpretación del lector.

La prosa de Milena Agnus es de una ternura que nunca llega a la cursilería, de una aparente sencillez, que, sin embargo, va acumulando finas capas de realidad, mostrando que la Realidad no se deja atrapar en fórmulas comunes , y que es más rica y polifónica de lo que quieren los guardianes de lo correcto y de lo normativo.



domingo, 3 de febrero de 2019

Las últimas cartas de Jacopo Ortis de Ugo Foscolo: el romántico que hay en nosotros

Las últimas cartas de Jacopo Ortis de  Ugo Foscolo (1778-1827) revela las influencias de dos grandes obras del Romanticismo europeo:  la Nueva Eloísa de  Rousseau ( de hecho, de él  tomará Foscolo el nombre de su protagonista) y  Las penas del joven Werther de Goethe. De esta última  toma, entre otros muchos aspectos, el modo epistolar: Jacopo ("alter ego" del propio Foscolo) se dirige a su amigo Lorenzo, que se convierte así en el modelo del lector universal que busca el autor romántico: un lector comprensivo, empático, colaborador. 

La novela de Foscolo funde algunas de sus experiencias vitales (políticas y amorosas) con la cosmovisión romántica de la época. El tono de toda la obra es el  de la angustia de un joven investido de los ideales de la libertad y del amor puro y espiritual... ideales que, en última instancia, son irrealizables.  Foscolo/ Jacopo  cae en el mismo desengaño que tantos otros románticos: en cuanto el ideal entra en contacto con la realidad, se degrada, se pervierte, se vuelve su contrario. Hay un pesimismo histórico  que recuerda una y otra vez a Hobbes: los que un día fueron esclavos y se convierten, tras la lucha, en señores, vuelven a esclavizar a  otros seres humanos. Foscolo, admirador de los héroes del pasado glorioso de Roma, admite, sin embargo, que estos fueron también tiranos que invadieron a pueblos y les robaron su libertad. Esas transmutaciones las vivió Foscolo intensamente con la figura de Napoleón, a quien en un primer momento vio como un libertador y, después, como un tirano. No obstante, la necesidad de luchar por la unidad de Italia fue para él, hasta su muerte, un ideal irrenunciable cuya realización obstaculizaban, sobre todo, los propios italianos. 

El ideal del amor sigue un esquema muy parecido al que le dio Goethe en Las penas del joven Werther: el amor puro se vuelve irrealizable porque entre los enamorados se erigen los intereses materiales y sociales que no pueden vencer: el personaje del futuro marido, sin embargo,  no se representa como alguien repulsivo, sino como parte de un engranaje social que le favorece, pero que él no ha puesto en marcha.  Por lo tanto, no hay un odio personal contra el marido, que tampoco tiene una actitud de hostilidad hacia el amante, al que más bien compadece. Se rompe así  el típico triángulo amoroso de las historias de marido, mujer y amante en que el tema era la venganza del marido por el honor ultrajado por la mera intención del amante.

En  la novela de Foscolo volvemos a encontrar a la naturaleza como refugio para los enamorados, en alguna ocasión, pero, sobre todo, como refugio contra la angustia vital del personaje. La naturaleza, sin embargo, no alcanza en la obra del italiano, la belleza casi mística con que la retrata Höldelin. La naturaleza es, eso sí, el todo al que se reintegra el cuerpo del poeta, pero en Foscolo, esa naturaleza también es la nada, el vacío, la ausencia perpetua. No hay consuelo panteísta. La desaparición última, el olvido total, no es un aspiración  de Jacopo Ortis: su existencia de alguna manera, piensa, quedará asegurada mientras alguien mire su tumba, llore sobre ella. La tumba se convierte así en un monumento a la memoria sentimental.  Al final, Ortis, deseará que esa tumba no esté en el camposanto cristiano, sino bajo unos pinos, en la naturaleza, fuera de la comunidad de los muertos que respetaron el mandamiento de no quitarse la vida. El suicidio, para el romántico, se convierte en el acto supremo de su libertad cuando no  la encuentra  en este mundo tal y como cree que debe ser. Ni siquiera el amor  está por encima de este acto, que es a la vez rendición y victoria.

A los lectores actuales  el estilo de Foscolo, exaltado, emocional, retórico puede resultarles algo pasado de moda, artificial. Pienso, por el contrario, que en una  época de crisis tan tremenda  como la nuestra, estos románticos tienen muchos que decirnos. Yo disfruto de este lenguaje arrebatado, emocional, sin complejos y sin vergüenza.




viernes, 27 de julio de 2018

LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS, Erri De Luca

Erri De  Luca  en Los peces no cierran los ojos consigue una atmósfera emocional de una originalidad y autenticidad poco frecuentes. La narración está impregnada de un lirismo contenido, un dominio de la palabra justa, rica en sugestiones, en epifanías inesperadas para el lector. No hay ni un solo tópico en esta novela de Erri de Luca.
Un hombre maduro, de 60 años, un trasunto del propio escritor, va rememorando a ese  muchacho que fue a los  diez años, sobre todo, los días de  verano en una isla de pescadores, próxima a Nápoles.  El niño tiene una cosmovisión que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra infancia; también sobre la relación que tenemos con nuestros propio recuerdos . Interesantísima  la relación del muchacho con la lectura, con la justicia, con su propio cuerpo, con sus padres. De vez en cuando el narrador  hace cuñas  e introduce impresiones y fragmentos de  su juventud, su madurez  insinuándonos con ellos  otra novela no contada. Pero sin duda, donde el autor  alcanza una belleza deslumbrante  es en la narración de ese primer amor con una muchacha de la que no recuerda el nombre. Conseguir  originalidad  en la narración de un primer amor solo está al alcance de una pluma como la de Erri de Luca.