Las últimas cartas de Jacopo Ortis de Ugo Foscolo (1778-1827) revela las influencias de dos grandes obras del Romanticismo europeo: la Nueva Eloísa de Rousseau ( de hecho, de él tomará Foscolo el nombre de su protagonista) y Las penas del joven Werther de Goethe. De esta última toma, entre otros muchos aspectos, el modo epistolar: Jacopo ("alter ego" del propio Foscolo) se dirige a su amigo Lorenzo, que se convierte así en el modelo del lector universal que busca el autor romántico: un lector comprensivo, empático, colaborador.
La novela de Foscolo funde algunas de sus experiencias vitales (políticas y amorosas) con la cosmovisión romántica de la época. El tono de toda la obra es el de la angustia de un joven investido de los ideales de la libertad y del amor puro y espiritual... ideales que, en última instancia, son irrealizables. Foscolo/ Jacopo cae en el mismo desengaño que tantos otros románticos: en cuanto el ideal entra en contacto con la realidad, se degrada, se pervierte, se vuelve su contrario. Hay un pesimismo histórico que recuerda una y otra vez a Hobbes: los que un día fueron esclavos y se convierten, tras la lucha, en señores, vuelven a esclavizar a otros seres humanos. Foscolo, admirador de los héroes del pasado glorioso de Roma, admite, sin embargo, que estos fueron también tiranos que invadieron a pueblos y les robaron su libertad. Esas transmutaciones las vivió Foscolo intensamente con la figura de Napoleón, a quien en un primer momento vio como un libertador y, después, como un tirano. No obstante, la necesidad de luchar por la unidad de Italia fue para él, hasta su muerte, un ideal irrenunciable cuya realización obstaculizaban, sobre todo, los propios italianos.
El ideal del amor sigue un esquema muy parecido al que le dio Goethe en Las penas del joven Werther: el amor puro se vuelve irrealizable porque entre los enamorados se erigen los intereses materiales y sociales que no pueden vencer: el personaje del futuro marido, sin embargo, no se representa como alguien repulsivo, sino como parte de un engranaje social que le favorece, pero que él no ha puesto en marcha. Por lo tanto, no hay un odio personal contra el marido, que tampoco tiene una actitud de hostilidad hacia el amante, al que más bien compadece. Se rompe así el típico triángulo amoroso de las historias de marido, mujer y amante en que el tema era la venganza del marido por el honor ultrajado por la mera intención del amante.
En la novela de Foscolo volvemos a encontrar a la naturaleza como refugio para los enamorados, en alguna ocasión, pero, sobre todo, como refugio contra la angustia vital del personaje. La naturaleza, sin embargo, no alcanza en la obra del italiano, la belleza casi mística con que la retrata Höldelin. La naturaleza es, eso sí, el todo al que se reintegra el cuerpo del poeta, pero en Foscolo, esa naturaleza también es la nada, el vacío, la ausencia perpetua. No hay consuelo panteísta. La desaparición última, el olvido total, no es un aspiración de Jacopo Ortis: su existencia de alguna manera, piensa, quedará asegurada mientras alguien mire su tumba, llore sobre ella. La tumba se convierte así en un monumento a la memoria sentimental. Al final, Ortis, deseará que esa tumba no esté en el camposanto cristiano, sino bajo unos pinos, en la naturaleza, fuera de la comunidad de los muertos que respetaron el mandamiento de no quitarse la vida. El suicidio, para el romántico, se convierte en el acto supremo de su libertad cuando no la encuentra en este mundo tal y como cree que debe ser. Ni siquiera el amor está por encima de este acto, que es a la vez rendición y victoria.
A los lectores actuales el estilo de Foscolo, exaltado, emocional, retórico puede resultarles algo pasado de moda, artificial. Pienso, por el contrario, que en una época de crisis tan tremenda como la nuestra, estos románticos tienen muchos que decirnos. Yo disfruto de este lenguaje arrebatado, emocional, sin complejos y sin vergüenza.
La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
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1 comentario:
Excelente reseña, y concuerdo con usted en las últimas líneas: este lenguaje es el habla del alma en su esencia, hoy se echa de menos. Un saludo
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