viernes, 2 de noviembre de 2018

Las noches de Flores, de César Aira o la literatura como broma

Lean ustedes "Las noches de Flores" y díganme si han acabado con un0 o varios de estos pensamientos:
  1. Hasta la mitad de la novela, pensaba que era un relato "naïf" de dos maduritos argentinos que se convierten en repartidores de pizzas para sacar un extra. En la segunda mitad de la novela pensé que César Aira se había vuelto loco.
  2. Cuando "descubrí" que Rosa era ciega, volví ingenuamente a páginas anteriores buscando la afirmación inequívoca de que Rosa contemplaba el paisaje. La encontré: Aira juega intencionadamente a las contradicciones y no al modo de Borges, porque piense que en un universo Rosa es ciega y en otro ve.
  3. Que Rosa resultara ser  un hombre con un miembro descomunal me pareció un chiste de mal gusto.
  4. Que ancianitos buenos resultaran ser delicuentes  es la metáfora de que todo lo que parece no es. Pero ya está muy vista.
  5. El final es lo más chusco de la obra y no es muy brillante: no sé si Aira no sabía cómo cerrar su desfiladero de disparates.
  6. Las reflexiones que hacen Ricardo, Zenón y su esposa sobre el arte no están mal.
  7. Nos descubre que para sobrevivir en Argentina la realidad puede convertirse en puro surrealismo.
  8. Ciertas truculencias, como la de la cabeza de Jonathan, el  adolescente secuestrado y descabezado son de una gratuidad extrema. Bueno, Aira juega con la gratuidad, con lo que no viene a cuento y por eso incluye en el cuento.
  9. No sé si volveré a leer una novela de César Aira. Con la mayoría de los autores no tengo esta duda.





jueves, 1 de noviembre de 2018

El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers


Pocos autores han alumbrado, tan jóvenes, una obra de la calidad de "El corazón es un cazador solitario". Sorprende que una mujer de 23 años alcance tal perfección en el estilo y tanta profundidad en la observación de la vida de los que no tienen voz en el mundo real  y la tienen desfigurada por ideologías redentoras en la ficción.


Es la  década de los cuarenta, una época de fuerte crisis económica en los Estados Unidos. En una ciudad del sur, cuyo nombre no se nos dice, pero que puede ser cualquiera de ellas, varios personajes nos muestran sus miserias diarias, sus sueños irrealizables, su soledad sin remedio, su desorientación y su fracaso indefenso.

Todos llevan en sí algún fuego sagrado que se apagará irremediablemente: la niña Mick Kelly, hija de unos hospederos con varios hijos, siente en ella la música y se afana por aprender su lenguaje. La música se calla en su corazón  definitivamente cuando tiene que ayudar a subsistir a su familia trabajando en una tienda de chucherías por un sueldo miserable.

Jake Blount, lector de Karl Marx, quiere propalar la "Verdad" por el mundo, pero, irascible e incluso violento, es incapaz de hacer de él mismo un hombre nuevo. No solo no es capaz de comunicarse (problema común a todos los personajes) sino que produce un rechazo generalizado. Malvive en una atracción de feria donde van los obreros a gastar unas monedas en una diversión que los aleje por unos minutos de una vida horrible de la que no quieren tomar plena conciencia y que consideran, sobre todo, inamovible.

Por  su parte, la cafetería Nueva York, centro donde confluyen varios de los personajes de la novela, está regentada por Briff Brannon. Su bar está abierto las 24 horas del día los 365 días del año, una autoexplotación que refleja muy bien la vida de la pequeña burguesía en tiempos de crisis. Brannon quiere darle un sentido trascendente a sus ocupaciones: siente inclinación por los débiles, los tullidos y de forma algo turbia, por Mike. Lo que les cobra a veces está por debajo del beneficio que le pueden reportar. Brannon parece querer penetrar el alma humana eludiendo la suya propia en la que no indaga ni aun después de la muerte veloz de Alicia, su esposa. Intenta combatir su soledad con su generosidad, aunque inútilmente.

John Singer, sordomudo, vive al principio de la novela con otro sordomudo, Antonapoulos. La relación entre ellos, que veladamente parece ser de atracción sexual, al menos por parte de Singer, es desconcertante. Viven años aislados del mundo, sin necesidad de otra relación, en una extraña simbiosis cuyo mantenimiento se debe a los esfuerzos de Singer. Antonapoulos, un ser que se relaciona con el mundo a través de un apetito insaciable de comida, es encerrado en un manicomio por primo que no quiere que le dé problemas. Singer sobrevive gracias al recuerdo de su amigo y las escasas visitas que puede hacerle. Lo más curioso es que este personaje, tocado de una debilidad funcional impresionante, se convierte en el baluarte de los demás personajes: cada uno se lo imagina tal y como necesita que sea. Proporciona calma y serenidad a todos los demás personajes con sus silencios atentos en los que parece entender y acoger a todos, aunque resulta que no sea así: ni entiende ni le interesa nadie más que su Antonapoulos, un ser que no sabemos qué puede tener para despertar tal fidelidad y amor en Singer. Seguramente es su forma de huir de la soledad extrema.

El doctor Copeland, por su parte, tiene otra verdad que no es capaz de transmitir a los suyos: la necesidad de luchar contra la esclavitud y el desprecio al que los someten los blancos, incluidos los de las clases más bajas. Como Brannon, parece dedicar las 24 horas del día de los 365 días del año a asistir a los negros enfermos, también a blancos. Su derrumbe empieza cuando su hijo William, preso por una minucia que a un blanco no le costaría ni un multa, acaba con los pies amputados en la cárcel. La enfermedad del cuerpo y la enfermedad del alma acaban consumiéndolo.

Es un mundo al que llegan los ecos del nazismo y que espera una voz que los convoque con fuerza y los escuche y no solo un mudo sin mensaje que parezca comprenderlos, pero que es más débil que todos ellos.

domingo, 28 de octubre de 2018

Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley

Cuando Mary Shelley publicó" Frankenstein" su primera novela, era una joven de 20 años  y  lo hizo ocultando su nombre, algo habitual en la época, sobre todo tratándose de escritoras.. Nada hacía presagiar  que aquella novela  primeriza pudiera convertirse en uno de los grandes mitos de la contemporaneidad europea. A finales del siglo XVIII, un estudiante llamado Victor Frankenstein,  un apasionado de las ciencias naturales, concibió la idea de crear un ser humano  aplicando la investigación sobre el origen y el funcionamiento. El ser  que finalmente logró  crear  resultó monstruoso y, al mismo tiempo, estremecedoramente lúcido.
Esta novela es, sin duda, una representación acabada  del Romanticismo del XIX. Veamos cómo en ella se dan las características de ese  movimiento:
  1. El rechazo al racionalismo y el cientifismo dominante ya en las élites tras el triunfo del discurso de la Ilustración      En efecto, en la novela de Shelley aparece de una manera nítida algo que va a ser marca indiscutible del Romanticismo y que acompañará a la Modernidad occidental desde entonces. El monstruo que crea el doctor Frankesntein  es el resultado de optimismo sobre el poder sin consecuencias del desarrollo científico, de su fe ciega en que solo podía ir asociado al bien y al progreso. El Romanticismo creará muchos monstruos, muchas pesadillas, pero es Shelley quien inaugura la ciencia ficción con esta distopía sobre los peligros de tal progreso científico, que se convierte en realidad en una regresión.      
  2.    El origen del mal. Entra Shelley  en uno de los temas fundamentales al que Rousseau dio singular empuje. El enfoque de la autora es que la naturaleza humana, sin haber entrado en contacto con la sociedad, es buena. Las primeras acciones del monstruo sin nombre son bondadosas, desea imitar y aprender luego de los seres humanos que considera mejores. Claramente es el rechazo y el hostigamiento el que le hacen tomar conscientemente la decisión de ser malvado; porque Shelley presenta en último término la maldad como dependiente del libre albedrío, como una decisión a la que, eso sí, pueden empujar las circunstancias sociales adversas.
  3. La soledad. De una manera magistral, la escritora nos hace sentir que todos nacemos solos, dolorosamente solos, y que solo el amor puede atenuar esa herida. El monstruo está condenado a la soledad y le exige a su creador una compañera, que le es primero concendida y luego terminantemente negada. Analizándolo desde una perspectiva histórica, el monstruo representa la soledad alienada en la que ha entrado el individuo en la sociedad burguesa en la que despega el capitalismo.
  4.   La naturaleza bella, sublime y terrorífica.  La naturaleza aparece en la novela una y otra vez: una naturaleza montañosa o marítima, sublime, terrorífica, plena de belleza. Por ella vaga Víctor Frankestein en su viaje de huida, por ella vaga el monstruo en su vagabundeo primero y en la persecución de su creador, después. Terror y belleza, entremezclados.
  5.   El individualismo: glorificación y cuestionamiento: el doctor Víctor Frankenstein  actúa desde el individualismo. Obsesionado durante una época de su juventud por un interés propio ( su creación de una criatura a partir de trozos muertos de otros  humanos) no piensa en ninguna de sus consecuencia para los demás. Solo se hace consciente de su error cuando le afecta a él. Pone en peligro a su familia, a sus amigos, a la sociedad entera, por un deseo individual, por una pasión egoísta. Primero se ve a sí mismo como el científico que con sus solas fuerzas alcanza la gloria por una creación que ningún otro individuo ha alcanzado nunca; después, condena a su propia criatura a un individualismo forzado: sentirse único e irrepetible.
  6. El amor. La fuerza del amor de Beatriz parece ser el único asidero que se le ofrece al Víctor Frankenstein en su desesperación, pero ni este es capaz de salvarlo. El amor no es todopoderoso.
  7. La muerte y el suicidio. La historia está presidida por la muerte: el monstruo está hecho de trozos muertos obtenidos en cementerios y salas de disección, la muerte violenta se cierne sobre Víctor y todos aquellos a quienes quiere. Por fin, el monstruo, consumada su venganza, se  despide anunciando su suicidio.  Se convierte así la muerte, no como un hecho natural, sino como una condena  mítica que se han creído que son dioses, que son Prometeo.
  8. Lo monstruoso, las pesadillas.  En la literatura los monstruos ya existían: Shelley es la primera en hacerlos nacer de las pretensiones científicas. El monstruo, como víctima de los desvaríos racionalistas humanos, tiene por ello una extraña belleza, mueve a la compasión tanto como al terror al lector. Los sueños de la razón engendran monstruos, podría ser el mensaje de Mary Shelley.
  9. El lenguaje como aquello que nos crea. Una de las partes más interesantes de la novela es ver cómo el monstruo se enamora del lenguaje, de las palabras e inicia un aprendizaje con el que espera poder hacerse humano, igual a aquellos que imita. Aquí sin duda se encontró Shelley con un problema no resuelto: la relación entre lenguaje y pensamiento, porque el monstruo parece haber "pensado" antes de poder hablar. 







sábado, 27 de octubre de 2018

Feliz final de Isaac Rosa: una novela más sobre la crisis del modelo de pareja occidental

La pasada semana Isaac Rosa participaba en un coloquio junto  a Luis Sepúlveda en la Biblioteca de Bidebarrieta, en Bilbao. Tenía noticias de él como periodista, no como novelista. Sus intervenciones me parecieron inteligentes y eso que estaba mano a mano con Sepúlveda, un verdadero hechicero de la palabra. Pasada una semana, topé en  una librería de Deusto con su última novela, Feliz Final. Últimamente no soy muy  impulsiva en la compra de libros: mi norma es tener en mi biblioteca aquellos libros que son de reelectura, acompañantes fieles de los años. Sin embargo, contraviniendo mi norma, lo compré. No es un libro que vaya a releer; leerlo ya fue una lucha contra el enfado por haber comprado algo tan mediocre.

La novela apuesta por un tema trillado y manoseado en la literatura occidental: la crisis de un matrimonio  cuyos miembros han llegado a los 40 años después de 13 de  relación. Lo sorprendente hubiera sido  que contara la historia de un pareja que hubiera empezado mal a los 27 y hubiera sabido llenar de vida  su relación, invirtiendo el recorrido biológico. No sé si esa inversión estará novelada, pero también existe en la realidad. La novela, francamente, no ofrece absolutamente nada nuevo. Es interesante leerla siempre y cuando se busque   un compendio de todos los tópicos contemporáneos de hombres y mujeres occidentales enfrentados al sentimiento de decadencia y acabamiento de la relación amorosa iniciada en la entrega romántica de sus tres primeros años. El lector encontrará ahí, sin duda, muchas de sus propias reflexiones, que más que suyas, están en el ambiente de nuestra época. Encontrará rencillas conyugales conocidas, reuniones familiares de navidad conflictivas, tensiones por los hijos enfermos, aburrimiento sexual, gritos y reconciliaciones, incapacidad, en último término, de reconducir la situación, la infidelidad de la  que se culpa al otro...

Isaac Rosa da voz a los dos protagonistas, quienes después de la ruptura se dedican durante más de 300 páginas a escribirse, a excavar en sus vidas  buscando qué les había ocurrido:  se dedican a la reconstrucción del derribo de una relación siguiendo el orden que va desde el final de la  relación hasta su inicio, hasta esa primera mirada ígnea con la que empieza el enamoramiento.  Sin duda, esa alternancia de voces se inscribe en el igualitarismo moderno  de puntos de vista femenino  y masculino. Sin embargo, chirría bastante la convención de  que una pareja que no encontraba tiempo para hablar tranquilamente   en una cotidianidad superestresada lo encuentre después para dedicarse a este epistolario ( supongo que vía email) de largísimas cartas detalladas y con pretensiones de profundidad psicológica. No es nada verosímil esta inversión  de tiempo y de esfuerzo para una relación rota. Al menos a mí no me lo parece. El autor intenta salvar la situación por la profesión de los dos personajes: ella profesora de Historia, él, periodista. Se trata de dos personas realmente habituadas a la lengua escrita, a lo discursivo y habituadas a analizar el porqué de los acontecimientos. Aun así, no resulta del todo convincente que dediquen tanto tiempo a recordarse  mutuamente en su vida común durante 13 años , reinicien discusiones de años atrás en las que hubo malentendidos para aclararlos, se cuente escenas que los dos vivieron y que no necesitan tanta recreación...

Ninguno de los dos personajes, además, consigue romper con el estereotipo de cuarentones  de clase media, cultos y algo idealistas  afectados por la crisis de sus cuarenta  y por la crisis económica iniciada en 2008 . Un lector recordará eternamente a Ana Karenina cuando su relación se desmorona; recordará siempre a Madame Bovary en su largas tardes de tedio con su marido. Esos son personajes realmente únicos, pese a que lleven en ellos experiencias comunes a sus lectores. Los creados por Isaac Rosa  son de manual.


¿Tendrá éxito de ventas esta novela? Probablemente. Este tipo de historias  tienen siempre  su público ya que abundan los lectores que necesitan estos espejos elaborados para darle forma a lo que ellos no pueden dársela. Ya ocurrió con el éxito de La uruguaya,  de Pedro Mairal. Se trata de una literatura escrita por la clase media para la clase media,  que siempre acaba descubriendo que los tiempos no son heroicos allí fuera, pero tampoco en  su refugio de  heroicidad privada ( "mantener el fuego sagrado del amor de juventud"). Lo que nos cuenta Isaac Rosa es otro de tantos fracasos anunciados.

jueves, 4 de octubre de 2018

LAS OLAS, DE VIRGINIA WOOLF

La lectura de Las olas, de Virginia Woolf requiere de un lector  disciplinado y abierto, dispuesto a salirse de los cauces convencionales de la narrativa. Si ustedes son de los que dejan  las líneas de una novela  para irse a buscar un yogur en el frigorífico o de los que alzan cien veces la vista del libro en el metro, piensen que a la vuelta de tan triviales acciones  es difícil subirse otra vez a la ola de la consciencia del personaje que les hablaba en el momento de la interrupción.

Para calibrar la dificultad de esta genial novela, haré una lista de lo que NO van a encontrar en esta novela de Virginia Woolf y a continuación alguna aproximación imprecisa de lo que yo he percibido, que es lógicamente muy poco. Pero empecemos con lo  van a encontrar:


1. En cuanto a los personajes. En la novela oímos las voces de seis personajes, tres  masculinos (Bernard, Louis y Neville) y tres femeninos ( Susan, Jinny y Rhoda). Hay otro personaje sin voz, Percival, cuyo significado en la novela es difícil de determinar.  No tenemos a ningún narrador (sea omnisciente  o testigo)  que nos lleve de la manita para conocerlos con sus descripciones o sus juicios. Tampoco podemos llegar a ellos a través de diálogos: no hay un solo diálogo entre los personajes.  Más difícil todavía: no hay apenas hechos o acontecimientos en  los que, estando implicados los personajes, se vayan definiendo como cobardes, impacientes, cínicos, etc. Virginia Woolf nos ofrece a los personajes como voces de unas conciencias en flujo. El resultado es seguramente el que pretende la autora: no los podemos categorizar ni fijar en unos rasgos relevantes claros y delimitados sin traicinarlos. Todo lo que diga un lector de estos personajes es una reducción pobre y desfiguradora. Por tanto,  el lector percibe desde el principio que no puede reducir  los personajes a unos pocos rasgos claros como acostumbra. Con ello advierto que lo que voy a decir de cada uno de ellos son impresiones parcialísimas de estos y ,desde luego, muy subjetivas.


En mi opinión, los tres personajes femeninos  constituyen  una especie de triangulo: huye así Woolf  de las construcciones binarias propias de la narrativa tradicional.

Susan representaría:


La naturaleza, la firmeza, lo sólido

La determinación, la duración

Jenny representaría:


Lo artificial, lo efímero, la cultura, la civilización


 Rhoda representaría:


La exclusión, la marginalidad,  la situación fuera del tiempo,

lo irresoluto, lo  indefinido. 

Susan manifiesta una convicción granítica sobre su pertenencia a la Naturaleza. Aunque, incluso esta plenitud, no está exenta de problemas. En manos de otro escritor, Susan puede convertirse en el tópico de la mujer  primitiva, ligada a la naturaleza: disfruta entregándose al servicio de los demás,  reivindica la maternidad con una fuerza por encima de la moral humana, prepara galletitas para los vecinos, hornea el pan, madruga con las gallinas, reniega de las frivolidades urbanas. Woolf la dota de una fuerza impresionante como si fuera una ola de impulso irrefrenable. Segura de lo que siente, de lo que piensa, de lo que decide. Se pliega plenamente a  la naturaleza y no necesita la poetización de esta. La naturaleza es la verdad. Sin embargo, cuando está en presencia de  Jinny esconde avergonzada sus manos rudas y rojas, desgastadas por el trabajo. En ella también cabe la duda.


Jinny, por su parte, es la fuerza de la belleza reforzada por todo lo que la civilización ha creado de artificial para remodelarla o resaltarla. Frente a Susan que reivindica su vida como una parte en el todo que es la  naturaleza y se sujeta a sus procesos cíclicos y lineales, Jenny elige el instante: el tiempo es una sucesión de instantes, cada uno diferente al anterior, irrepetible: nada permanece, todo es efímero y vivir es decir  "ven" apasionadamente a cada instante. Su belleza es el imán del tiempo, del instante.


Por último Rodha expresa la carencia, la exclusión, una asimilación temprana del rechazo.  Es incapaz de encontrarle una coherencia a la sucesión de los minutos, de las horas. De hecho, no entiende las matemáticas, esas que son el lenguaje de la naturaleza. En nadie encuentra su modelo: ni puede imitar a Susan ni a Jinny: las envidia y las desprecia. Rhoda representa más que ninguna de las otras dos  el desasosiego por encontrar una respuesta al sentido de la vida  y al de la identidad  que sabe desde el principio que no existe.



Los personajes masculinos también se oponen entre sí en ciertos rasgos:


Louis representa

Ennoblecimiento del destino que desprecia
El comercio, el dinero

Neville represetna

Conocimientos del pasado
El estudio, la disciplina, lo organizados, lo cerrado, lo acabado

Bernard representa

La búsqueda de  relato
El discurso
La necesidad de lo otro para todo discurso
La conciencia de la mutiplicidad de los yoes

Louis tiene en común con Rhoda su sentimiento de ser rechazado, su lucha por encontrar un sitio propio en el mundo sin que llegue realmente a conseguirlo nunca. Le persigue desde niño su sentimiento de ser  despreciado por su acento y por ser hijo de un banquero. Neville, débil de cuerpo, enfermizo, fortalece su inteligencia con el estudio, con los textos de los clásicos; intenta acotar su vida al dominio donde puede controlarla, pero como todos ellos fracasa.                             


2. En cuanto al argumento y la trama. Muchos lectores se quejan de que en las novelas experimentales de Virginia Woolf no pasa nada. En efecto, la autora no pone de relieve ciertos acontecimientos que otros consideran los hechos importantes de toda vida: por ejemplo, apenas dice nada del matrimonio de Bernard, que a todas luces no le libera de su soledad, ni de sus hijos, por los que tiene que aceptar un trabajo. De Jinny, que vive muchas aventuras amorosas no conocemos ni un solo episodio; de Louis, que vive su trabajo comercial como un suplicio no conocemos ninguna crisis relevante. No hay acontecimientos destacados,  como si Woolf nos dijera que aquello que la novela tradicional considera como relevante  y  destacable para que las tramas funcionen no son más que acontecimientos de la conciencia en flujo con otros acontecimientos del mismo valor. Porque Woolf va recogiendo aquello que los demás escritores dejan como  superfluo en sus narraciones porque no tiene interés o no tiene tradición. Por tanto,  en el discurso de la conciencia que se va creando a sí misma con el lenguaje, el discurso es lo importante. Ciertamente sabemos que pasan muchas cosas entre los personajes, pero estas acaban diluyéndose en un fluir fantasmal y poético. Al final el tema de la obra es la captación de la conciencia  multiforme y del tiempo en el fluir del discurso.


3.  En cuanto al espacio. No cabe esperar en esta novela descripciones de lugares.Los espacios tienen un valor sobre todo simbólico: no solo la playa, el mar, las olas, como evidencia el titulo, sino otros lugares como el jardín, Elvidon, donde escribe una dama, el bosque,  el aula, la escuela, el restaurante donde se reúnen los seis amigos, la casa de Susan... Los lugares toman sentido en la conciencia. La perspectiva subjetiva del espacio hace que  parezca perder su solidez y cobrar un aspecto fantasmal, onírico. Los personajes nombran las cosas, muchas veces metafóricamente, en el aquí y en el ahora, como si quisieran fijarlas, salvarlas de su fugacidad en su aparición en la conciencia y de su fugacidad en cuanto sometidas al flujo temporal de la entropía.


4. En cuanto al tiempo. El tiempo no es un mero modo de organización de los sucesos, no es cronología. En realidad el tiempo es el mismo meollo de la novela: su captación por la conciencia como un fluir que no se puede parar y en el que se suceden las ondas de la conciencia que luchan por dar una forma a la identidad, al yo. La obra sigue las etapas de los seis personajes: niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez. Cada parte se abre con una descripción del mar y del nacimiento, la elevación, la decadencia y el ocaso del sol. Una articulación realmente hermosa.


5. En cuanto al lenguaje. Sin duda aquí está una de los rasgos fundamentales de la novela. Virginia Woolf  hace que cada monólogo interior de los personajes sea un largo poema: un lenguaje cargado de símbolos, de metáforas, de asociaciones imprevistas, de frases de oscuro significado. Además, el ritmo es fundamental ( no hay traducción alguna que pueda reproducir el del original). Las oraciones reproducen el vaivén de las olas. El discurso como un flujo no como una fijación.


Para acabar este post me gustaría hablar de otros dos aspectos de la novela: el título y el personaje de Percival.


1.El título es uno de los más acertados de la literatura universal: 


a) se refiere  a las características del lenguaje: su ritmo, su fluidez, su búsqueda  de adoptar lo multiforme de las olas.


b) se refiere a los rasgos de la conciencia y de su expresión en los monólogos interiores: la identidad es un flujo que no puede adoptar una sola forma, que no deja de cambiar en el tiempo, que fluye con otras conciencias y que busca, sin embargo, algo de permanente en ella.


c) se refiere al tiempo como un fluir incontenible que no tiene sentido en sí mismo. La vida  humana en el tiempo no se parece a los ríos con su nacimiento, su recorrido por un cauce bien delimito y su final en el mar: el tiempo no tiene forma lineal, pero tampoco circular. Nada avanza en línea hacia ningún tiempo, nada vuelve a ser lo mismo que fue.


2. El personaje de Percival


a) El nombre remite a un personaje del ciclo artúrico. Percival era uno de los caballeros de la Mesa Redonda.  Es aquel que sale en búsqueda del  Grial.


b) No escuchamos la voz de la conciencia de Percival; sabemos de él por la conciencia de los demás. Es decir, somos también construidos por los otros.


c) Percival  sería el mito, el héroe que unifica, armoniza a los otros personajes:  es admirado y querido unanimemente. Representa, por tanto, un tiempo de la unicidad de la conciencia, de su visión mítica suprasubjetiva.


d) La muerte de Percival, cuando los personajes están en su juventud, simboliza la entrada de estos en la disolución, la pérdida de toda posibilidad de unión. La muerte de Percival es el aviso de la de cada uno de ellos.






                                                                                         

lunes, 1 de octubre de 2018

LOS CINCO Y YO, DE ANTONIO OREJUDO

Los Cinco y Yo, de Antonio Orejudo
     LOS CINCO Y YO, de Antonio Orejudo, es una novela de aprendizaje de una generación,  la de los nacidos en los 60, que se ha visto poco retratada en la literatura. Orejudo, dentro del subgénero de la autoficción, va  dibujándola, contorneándola   con humor  inteligente,  entregándonos claves de comprensión inesperadas. Su mayor acierto  parte de tomar  las lecturas juveniles de los muchachos y muchachas de Baby Boom como referente vertebrador  y no grandes obras de la literatura o del pensamiento como hacen otras reconstrucciones generacionales. Esto le da a la novela  frescura,  originalidad y  autenticidad. Pocos escritores reconocen  en su  autobiografía sentimental esas primeras lecturas  adolescentes de  la considerada  baja cultura y,  de creerlos, la mayoría con catorce años ya leían a Scott Fitzgerald o a Dos Passos, como poco.

     Quienes pertenecemos a  la generación del autor nos encontramos con nuestro propio pasado en el renacimiento de esos personajes  de Enid Blyton que acompañaron nuestras horas de siesta o nuestras tardes de invierno  desde  el final  de  la infancia al final de la adolescencia.  Acierta Ovejero al interpretar la atracción irresistible de esas historias sobre nosotros y su contraste con nuestras vidas de niños de familias recién llegadas del campo a la ciudades en el Tardofranquismo. Entonces, ningún análisis ideológico nos impedía identificarnos con aquellos muchachos felices, de padres acomodados, que se movían siempre hacia una aventura  y vivían sin la tutela asfixiante de sus padres, es más, alentados en su libertad de movimientos por ellos. Releer estas novelas juveniles,  solo está indicado como lo ha hecho Ovejero, para utilizarlas literariamente. Releerlas buscando recuperar la magia de aquel tiempo, la lectura apasionante, el gozo de entrar en  una ficción haciéndola por unas horas nuestra propia existencia, es tarea inútil y destruye unos recuerdos que deberían atesorarse sin dejar que se escapen al volver a abrir las tapas de esos libros. Porque en esas relecturas de adultos no entendemos qué  puede haber de emocionante en ver comer a otros  pastel de carne o  beber cerveza de jengibre; ya no nos pone el corazón palpitante que Dick se cuelge de una cuerda para bajar a un pozo, no entendemos qué pudo encantarnos en el pedaleo de los Cinco subiendo colinas y repechos, acampando entre las hierbas de los campos de Inglaterra.

     Como los Cinco son eternamente adolescentes en las páginas de Enid Blyton, Ovejero recurre  a dos recursos para que crezcan como lo han hecho sus lectores de los 70. Para ello glosa  una novela apócrifa de Rafael Reig en que este sigue las vidas de los personajes de los Cinco hasta la edad que el propio autor tiene en el momento en que escribe, es decir, hasta la cincuentena. Esa vida adulta de los Cinco, pese a estar tratada de manera paródica, ofrece un balance desolador:  en su retrato nos muestra como  una generación acomodaticia que creyó que consumir drogas era progre y se metió en negocios sucios mostrando una fachada de honradez. Al fin  y al  cabo, una generación que no se distingue por ninguna conquista especial, que siguió el camino abierto por los hermanos mayores, que no cuestionó al poder y que seguramente se creyó el cuento de la Transición y el "Ya somos europeos" a pies juntillas. Un generación sin relato. La parodia se amplia con los lectores cincuentones de Edit Blyton que han creado un club, hacen visitas fetichistas a los lugares donde trascurren las novelas y pelean acaloradamente sobre la interpretación de la obra. 

     Puede decirse que la novela es un ajuste de cuentas amable con la generación del baby boom, que solo tiene como característica ser abundante y haber crecido aspirando  a la libertad y las meriendas de los niños ricos cuyas aventuras no comportaban realmente ningún riesgo porque siempre encontraban el pasadizo secreto que los salvaba. 




miércoles, 29 de agosto de 2018

Bajo las ruedas (1906), Herman Hesse

El protagonista es Hans Giebenrath, un adolescente algo solitario, inexperto, sensible y dotado de un enorme  talento para los estudios. El muchacho se deja dirigir dócilmente por sus maestros de aldea, orgullosos de encontrar un recipiente donde volcar su vanidoso saber. Hans lo mismo lee de corrido La Odisea en griego que a Julio César en latín. El precio de su dedicación al estudio  es no vivir su infancia. En un prestigioso y exigente examen estatal logra una plaza en el seminario de Maulbronn. Allí brilla y es querido por su sumisa aplicación hasta que un día todo se tuerce sin que él mismo sepa por qué ni a ningún adulto se le ocurra indagarlo de verdad.  Una congoja sutil se apodera del lector, que sí sabe y que desciende por las aguas de ese río oscuro, que es la historia, presintiendo que también él, en cuanto a adulto, ha contribuido a ensuciarlas. La novela fue publicada en 1906 y, más de un siglo después, la acusación perdura.

martes, 28 de agosto de 2018

Homero: La Odisea ( 700 a.C.)


   
La literatura europea comienza con Homero, un desconocido. Como sucede siempre en estos casos, se acumulan las historias más curiosas sobre el misterioso poeta, autor de La Ilíada y La Odisea. La anécdota más popular es la que afirma que Homero era ciego. El golpe de efecto es potente, ya que, si un invidente había sido capaz de describir el mundo de tal manera que causa asombro siglos después, uno se pregunta: ¿Era aquel ciego un sabio clarividente, profeta. Bardo bendecido por los Dioses que alcanzó la inmortalidad a través de su poesía?

     Es inmortal porque sus epopeyas en verso, La Ilíada y La Odisea, constituyen los primeros poemas escritos de Occidente. Homero se sitúa en el umbral del paso de la cultura europea oral a la escrita. Antes de él, la poesía había tenido que apañárselas sin alfabeto: el poeta o el trovador creaba sus obras en su memoria, no ponía nada por escrito y realizaba sus representaciones oralmente,  de manera que, por lógica, siempre se producían  diferentes versiones. El alfabeto se introdujo en Grecia al tiempo que nacía La Ilíada y La Odisea. Con ello se dispuso del medio para crear literatura, ya que la escritura es necesaria para poder componer y conservar textos complejos.

Desde la alfabetización, el conocimiento y la escritura han estado inseparablemente unidos en Europa. A partir de ese momento, la cuestión de lo que debe y no debe saberse se decide a través de la comparación de textos, calificados como lecturas importantes o prescindibles. Los primeros textos occidentales pertenecientes a esta tradición son La Ilíada y La Odisea,  pero desde el instante en que alguien empezó a escribir las obras de Homero sobre un papiro hasta el momento en el cual alguien coge un libro de la estantería y se sienta en un sillón para leer cómodamente, queda todavía un camino inconcebiblemente largo, ya que entre ambos  episodios se encuentran los inventos técnicos y culturales de dos milenios y medio.

     Se ha llegado a afirmar que la escritura se creó expresamente para las epopeyas homéricas. Aunque esta tesis es insostenible, demuestra en qué elevadísimos  estatus  nos movemos cuando hablamos de Homero:  sus obras son de tal relevancia para la cultura europea que incluso  se ha pensado que la escritura se inventó para ellas. Generaciones posteriores compararon al trovador con el mar que rodea todo el mundo y que fluye hacia dentro de lo  más pequeño. Homero describe el cielo de los dioses, el mundo y el destino de los hombres. Sus epopeyas son, a la vez, mitología, geografía, historia, descripción social y relatos de aventuras.

      Desde que Homero contó las correrías  de Ulises por el Mediterráneo, el mundo occidental conoce dos expresivas metáforas sobre la vida del hombre y su destino en la tierra: el viaje y el mar. Ambos pertenecen al imaginario de la navegación, que es utilizado tanto en la literatura como en el lenguaje cotidiano cuando se desea describir las tormentas o los naufragios de la vida:  uno se aventura  a salir  al mar y vaga en su  inmensidad. Navegamos a baja velocidad, las tempestades nos arrojan de aquí para allá y no en todos los casos encontramos el camino correcto. Somos presa de las olas del destino, sufrimos naufragios, arrojamos planes por la borda o nos quedamos parados, encallados en los escollos que deberíamos evitar, nos hundimos o lanzamos el ancla salvadora justo a tiempo. Hoy vamos a puerto seguro. Es fácil perderse en el mar abierto de las posibilidades infinitas. La vida es una odisea

     La epopeya de Homero relata los viajes de Ulises y su regreso al hogar. El gran poema ordena el mundo turbulento que recrea en una unidad sinóptica de 24 cantos, esto es, capítulos. Los 12 primeros tratan de los viajes plenos de aventuras que llevan a Ulises de regreso a su patria, Ítaca, después de 20 años de ausencia. Los 12 finales contienen el relato de la llegada a su hogar y la reconquista de su esposa, Penélope, y de su reino.

     Hacía más de 19 años que el valeroso y astuto Ulises había partido a la guerra de los griegos contra los troyanos. Allí había tenido la ocasión de probar su inteligencia, cuando mediante un ardid propició  el final de la contienda, que duraba ya 10 años: escondió a unos soldados en un gigantesco caballo de madera y de esta manera los introdujo a escondidas en la disputa da Troya.

     Tras el fin de la guerra de Troya transcurrieron algunos años en los que Ulises hubo de permanecer en la isla de la ninfa divina Calipso. Esta, enamorada del guerrero, lo retuvo junto a ella. Sin embargo, siente nostalgia de su patria y de su esposa Penélope que, por su parte, le ha sido fiel durante todo ese tiempo. Penélope no ha afectado a ninguno de los 88 pretendientes que, en ausencia del dueño, se han acomodado en el palacio y malgastan sus posesiones. Ella había demostrado poseer una astucia comparable a la de su esposo anunciando a sus molestos pretendientes que se decidiría por uno de ellos cuando hubiese acabado de tejer un paño. Durante cada noche a lo largo de 3 años, deshizo el trabajo diario hasta que su engaño fue descubierto.

     Ulises está sentado en la playa de la isla de Calipso y añora a  Penélope, mientras ella comienza a preguntarse si su marido todavía sigue vivo. Entonces, la diosa Atenea intercede en favor del héroe ante la correspondiente Asamblea de Dioses y ruega el padre de los dioses, Zeus, que por fin permita a Ulises retornar a su hogar. Finalmente se ocupa de preparar al hijo del ausente, Telémaco, para la próxima reunión de la familia. La diosa adopta un aspecto masculino para encontrarse con Telémaco y animarlo a  indagar acerca del paradero de su padre. Como suele suceder con las tareas que realizan los hijos ya adultos en relación con sus padres, a Telémaco la búsqueda de su padre le sirve también para encontrar su propia identidad. Telémaco parte en un viaje de iniciación acompañado por  Atenea, que ha adoptado la figura de un amigo de la familia, Mentor. con esta apariencia permanece siempre a su lado, apoyándolo continuamente con consejos y acciones. Por eso en nuestros días, a un consejero bien intencionado se le llama mentor.

      En el quinto capítulo aparece por primera vez Ulises abandonando a Calipso, la ninfa infelizmente enamorada, y navega en una balsa en dirección a su patria, pero la tempestad le arroja las playas del país de los feacios.

     Allí lo encuentra, desnudo y desgreñado, Nausícaa, la hija del rey, que se había acercado a la playa con sus amigas para lavar ropa. Nausícaa conduce al héroe  hasta la corte de su padre, donde es objeto de un caluroso recibimiento y es agasajado generosamente. En este lugar, el propio Ulises   asume el papel del narrador y relata a  la corte  las pasadas aventuras en sus viajes desde que finalizó la guerra hasta su estancia con la enamorada Calipso (cantos 9-12).

      Estas aventuras constituyen la parte más conocida de La Odisea. Se trata de relatos que impresionan. Los hombres de Ulises saquearon las ciudades de los cicones. Arribaron a la región de los lotófagos, los comedores de loto, quienes les ofrecieron este fruto que les convirtió en adictos y provocó que desconocieran cualquier responsabilidad. Ulises y doce  de sus hombres cayeron después en manos del cíclope Polifemo, un gigante con un solo ojo, que devoró a  cuatro miembros de la expedición y bebió, para acompañarlos, leche de oveja y de cabra. Ulises le quemó  su único ojo y logró escapar con el resto de sus camaradas atandolos bajo los vientres de unos carneros que el cíclope sacaba  para pastar. Luego, cuando los navegantes se dirigían a casa, los vientos les hicieron errar una vez más por el mar hasta que arribaron al país de los lestrigones, atroces caníbales. Finalmente llegaron a la isla de la encantadora Circe, que transformó a todos los hombres en cerdos, a excepción de Ulises. Solo el héroe logra resistir el hechizo y le muestra quién es el amo de la porqueriza, ocupándose de que sus compañeros vuelvan, al menos exteriormente, a tener aspecto humano.

    A continuación sigue un descenso al infierno. Allí, en  reino de los muertos, Ulises consulta con el espíritu del ciego Tiresias cómo seguir su camino. Después de lo cual Ulises vivió sus famosas tres últimas aventuras: la primera, el encuentro con las sirenas que pierden a los hombres con sus fascinantes cantos. Para no sucumbir, Ulises tapona los oídos de sus hombres con cera y ordena que a él le aten al mástil del barco. En segundo lugar, deben sortear los peñascos donde habitan las  terribles  Escila y Caribdis. Por último, la matanza prohibida de las vacas de Helios provoca la ira de los dioses que, como castigo, causa una terrible tempestad a la que no sobrevive nadie más que Ulises.

     Los siguientes doce libros tratan de la llegada de Ulises a Ítaca, a donde le condujeron los feacios tras escuchar sus aventuras. Apenas hubo arribado a su isla, el héroe se disfraza de mendigo para poder averiguar de incógnito lo que había sucedido durante su ausencia y, sobre todo para poder estar seguro de la fidelidad de penélope. imaios, el porquerizo entonces comienzan encuentro familiar, puesto que Ulises allá a su hijo Telémaco junto al pastor. padre e hijo deciden poner fin a la actividad de los desplazados pretendientes. al final de la Gran carnicería. todos los huéspedes no deseados tienen que marchar al infierno.

     Finalmente, Ulises se da a conocer también a Penélope.  Y para que la pareja pueda celebrar ampliamente su reencuentro, tras 20 años de separación, la diosa Atenea alarga la noche. La mañana siguiente tiene un amargo despertar:  el pueblo se ha levantado a causa del derramamiento de sangre acaecido en el palacio. Pero Zeus decreta que la venganza de Ulises ha sido justa e impone la paz en Ítaca.

     Desde que los griegos incluyeron a Homero entre las lecturas escolares obligatorias,  La Ilíada y La Odisea forman parte del canon de la cultura occidental.Dante coloca  a Ulises en el infierno, porque considera que el  griego  que vagaba eternamente por un mar de infinitas posibilidades era culpable de la desmesura.  Werhter  leía a Homero y, James Joyce trasladó  la epopeya a la cultura moderna. En el lenguaje cotidiano, odisea equivale literalmente a un viaje difícil, ya sea una odisea para empadronarse en el ayuntamiento o como la película de Stanley Kubrick una odisea del espacio.



Para quienes quiera escuchar su lectura en una voz agradable, aquí tienen este vídeo:




Fuente: Libros,  Christiane Zschirnt
Canal: Carlos Vázquez Martínez

Nicolás Maquiavelo: El príncipe (1513)


   
Por la mañana temprano en Cesena, una ciudad italiana de la región de Emilia- Romagna, la plaza del mercado está tranquila bajo el cálido sol matinal. Pero en el centro de la plaza, un espectáculo terrible se ofrece a los ojos de los ciudadanos. Allí yace muerto el antiguo gobernador Remirro de Orco. Junto a él, un cuchillo ensangrentado con el que han cortado su cuerpo en dos.

      Esta acción  había sido ordenada por el duque de la región de Romagna: César Borgia. Él había nombrado a De Orco como gobernador en un momento en que el ducado resultaba prácticamente ingobernable a causa de los levantamientos populares. De Orco había conseguido restablecer la paz y el orden en muy poco tiempo, si bien de una forma tan brutal como para atraer sobre sí el odio de toda la población. Borgia había advertido, entonces, que el pueblo pronto comenzaría a detestarle  tanto como hizo con  Orco, a menos que lograra deshacerse de él. Y quiso que la acción sirviera de ejemplo:  hizo asesinar a De Orco pública y espantosamente.Esto  Impresionó  a la población, que reaccionó con una mezcla de desagravio y reverencia por Borgia.

      Maquiavelo recoge este episodio como paradigma de la actuación política. Para el autor italiano, Borgia es el modelo de príncipe que sabe cómo mantener su poder e incrementarlo.  Los postulados de Maquiavelo a favor de un ejercicio frío y despiadado del poder le han granjeado mala fama. El florentino es, hasta nuestros días, sinónimo  de la más absoluta falta de moral. Su nombre va unido a conceptos como frialdad en el cálculo, cinismo y conductas despiadadas y carentes del menor escrúpulo.  En los Estados Unidos, los candidatos a entrar en una unidad de élite  tienen que superar una semana sometidos a diversas pruebas de aptitud:  después de arrastrarse por el barro, sin dormir ni comer durante días, sometidos a vejaciones, han de un redactar un informe sobre el sentido de El príncipe de Maquiavelo. La pregunta que se les plantea a estos: “¿qué enseñanzas prácticas puedo extraer para la próxima misión?  En el Teatro Isabelino, un maquiavélico suponía la encarnación suprema de un bellaco cuya maldad era imposible de superar. Sin embargo, se malinterpreta a Maquiavelo cuando se afirma que ensalza la tiranía y el modelo de político desalmado. Hay que reconocer, no obstante, que la teoría política de Maquiavelo se caracteriza sobre todo por su frialdad.

     Para Maquiavelo la política nada tiene que ver con la moral. Un buen soberano debe ser capaz de actuar como una mala persona. La revolución que Maquiavelo provocó en el pensamiento político se debe a su máxima de que los estados precisan soberanos fuertes, que puedan garantizar la paz, la seguridad y el bien del país. Extrajo  esta enseñanza de los años en que estuvo  al servicio del gobierno de la República de Florencia. Allí  tuvo la oportunidad de conocer a los seres más poderosos de Italia. Pudo observar el gobierno de cerca y  los  continuos desórdenes políticos.  Maquiavelo reflexionó sobre la fórmula para mantener un poder estable, y coligió que toda acción política debe estar dirigida a la conquista y a la conservación del poder. Para  este fin, cualquier medio es válido.

     Una de las primeras lecciones que debe aprender un príncipe es que no ha de ser bondadoso si la situación así lo exige. La conclusión de Maquiavelo era pesimista: actuar de manera inmoral es necesario con mucha más frecuencia que lo contrario. Un príncipe, al menos el que acceda por primera vez al poder, no debe proceder de acuerdo con lo que la gente considera correcto porque muchas ocasiones se verá obligado - a fin de asegurar su poder-  a  actuar en contra de la fidelidad, la misericordia, la compasión y la religión-.

     En lugar de las virtudes cardinales que la tradición atribuye a un regente, esto es, sabiduría, equidad, valor y templanza, Maquiavelo propone la “ virtud” del príncipe, concepto con el que se refiere a una mixtura de pragmatismo, cálculo y realismo. Un príncipe no debe preocuparse por su predicamento:  en cualquier caso, es imposible satisfacer a todos. El único crédito que no debe descuidar es el de ser quién sabe mantener el poder. El príncipe no puede pretender ser amado por sus súbditos aunque, de igual manera, tampoco  -como hizo César Borgia-  provocar el odio extremo.

     La principal virtud de un príncipe consiste en dominar el arte del disimulo. En este punto es donde Maquiavelo sobrepasa los límites de lo razonable: si bien el soberano ha de ser capaz de actuar sin escrúpulos cuando la situación así lo requiere, no puede permitir que esto  trascienda. Debe impedir que lo tachen de malvado o abyecto. Lo más deseable no es que personifique todas las cualidades positivas, pero si es especialmente importante que actúe como si las poseyera.

     Aquí se presenta el abismo del mal: el príncipe no solo debe aprender a obrar de manera inmoral, sino que también ha de esconder su vileza bajo una máscara de suavidad, amabilidad y decencia. Era conocido capítulo 18 de El príncipe:  Maquiavelo compara al soberano con un zorro que emplea su astucia, y con un león, que muestra su fuerza. El príncipe debe disimular siempre sus acciones:  es necesario que sea hipócrita y debe saber mentir, negar y no cumplir con su palabra.

      Nada de lo anterior suena precisamente bien. Esperamos otras cualidades de los políticos. Si despojamos de cinismo las ideas de Maquiavelo sobre lo de un político pragmático y las disociamos del contexto de la sociedad renacentista, de la que la crueldad era parte de la vida cotidiana, quedan  varios pensamientos muy modernos: Maquiavelo afirma que un soberano actuar tomando distancia de sí mismo. Es posible que algunas decisiones se  resuelvan de manera diferente o, incluso, no sean adoptadas, de emplearse otros criterios. En la misma situación, se toman  determinaciones diferentes si se actúa desde la posición de un padre o la de un amigo. Sin embargo, como político es necesario someterse a puntos de vista que no deben estar relacionados con preferencias personales.  El príncipe es el primer intento de  demostrar que en el ámbito de la política solo se adoptan resoluciones políticas. Lo único que vale es aquello que permite retener el poder.

      En el marco de la literatura, el ejemplo clásico del político moderno que ha aprendido esta lección  del príncipe es  Enrique, el personaje de Enrique IV, el drama histórico de Shakespeare. Una conocida escena de la obra es la del final de la segunda parte, en la que el príncipe Enrique, una vez coronado como heredero, reniega de su amigo y antiguo compañero de correrías Falstaff. La actitud es inmisericorde pero altamente profesional. El futuro rey no puede permitirse tener como amigo al disoluto Falstaff. En Maquiavelo desaparece la humanidad detrás de lo político, po eso resulta tan fría su teoría política.


      Maquiavelo realizó una importante aportación: mostró  como el príncipe puedes subyugar e  impresionar a sus súbditos utilizando los engaños y disimulo. Puso de manifiesto cómo funciona realmente el poder. Entonces todavía no era moralmente justificable el príncipe fuera un hipócrita, pero, por lo menos,  pudo saberse. El poder se volvió transparente.



Un análisis interesante de la obra la hizo José Porfirio Miranda.






Fuentes: Libros, Christiana Zschirnt
Canal : José Porfirio Miranda

domingo, 12 de agosto de 2018

Cuento: EL HERRERO MISERIA

El herrero Miseria.

     Hace mucho, pero lo que se dice muchísimo tiempo, hubo un herrero que tenía su fragua junto a un camino, en un lugar medio perdido en el campo. El hombre ya era bastante viejo, pero siempre se ponía a trabajar apenas le llegaban clientes, aunque no eran muchos en la zona, donde
pasaba poca gente y vivían unos pocos, aparte de él. Como el hierro para trabajar le salía muy caro y el herrero nunca tenía plata para comprarlo, se la pasaba juntando cualquier pedazo de metal
que encontraba tirado por ahí.
-¡Es por si algún día me sirve! -explicaba.

     Tres o cuatro clavos oxidados, una manija rajada, un cuchillo partido, un martillo sin mango, una argolla torcida, un bollo de alambre enredado, todo le venía bien y todo lo echaba en un montón que tenía en un rincón del taller. Por eso, y porque era tan pobre, los pocos vecinos que tenía le habían puesto un apodo que a él no le molestaba: herrero Miseria.
Una tardecita, cuando caía el Sol, el herrero oyó los pasos de un animal
que se acercaba. Salió a mirar y vio que, derecho para el taller, venía
una mula flaca que traía montados a dos viejitos barbudos: uno, flaco y
de pelo largo; el otro, más bien gordito, bajo y bien pelado.
-¡Buenas tardes, amigo! -lo saludaron.
-Que sean buenas -contestó él. y enseguida, como era un hombre muy
educado, les ofreció:
-Desmonten, nomás, ¿gustan tomar unos mates?
-No, hijo, gracias -dijo el flaquito-. lo que andamos precisando es
ayuda. Porque la mula perdió una herradura y nos han dicho que podés
hacerle una nueva.
-¡Cómo no! -dijo el herrero-. En un momento.
-Pero el problema, hijo -siguió el recién llegado-, es que no tenemos
dinero para pagar.
El herrero los miró, pensó que eran mucho más pobres que él y les contestó:
-Lo importante es que puedan seguir viaje. ya me pagarán alguna vez y si
no, no importa.
Y ahí nomás empezó a rebuscar en el montón de hierro viejo y sacó una
varilla. le dio fuerza al fuego de la fragua echándole aire con el
fuelle, calentó el metal al rojo, lo puso sobre el yunque y empezó a
pegarle con el martillo para darle forma. En un momento, tenía la
herradura lista. le agarró la pata a la mula y se la puso.
-¡Qué bien! -dijo el viejito flaco-. ¡Qué buen trabajo! Pero lo más
importante es que te has puesto a ayudar a dos desconocidos que no te
iban a pagar.
Entonces, habló el peladito:
-Nos presentamos: él es dios y yo, San Pedro, que andamos de recorrida
por el mundo.
-Y por tu generosidad -siguió dios-, te vamos a recompensar con tres
cosas que pidas.
Tres regalos del Señor.
A espaldas de dios, San Pedro empezó a hacer gestos señalando hacia
arriba, para que el herrero pidiera como premio ir al Cielo.
Pero Miseria no le llevaba el apunte. Pensaba y pensaba, y al fin, dijo:
-Lo primero que me gustaría es que el que se siente en esa silla no se
pueda parar sin mi permiso.

-¡Concedido el deseo! -dijo Dios.
San Pedro daba saltitos, apuntando para arriba. Pero el herrero no le
hizo caso y agregó:
-Lo segundo que quiero es que el que se suba a esa planta de nogal, no
se pueda bajar si yo no lo dejo.
-Bueno, si es tu deseo... está bien -contestó dios.
Y San Pedro, por atrás del hombro de dios, le decía con los labios:
“¡Pedí el Cielo!”. Pero el otro quiso ahora:
-Y lo tercero es que el que se meta en esa bolsa que está colgada del
gancho en la pared, no pueda salir si yo no quiero.
-¡Hecho! -dijo dios. y como se dio vuelta y vio que su compañero fruncía
las cejas y ponía mala cara, le dijo:
-Pedro, él tiene derecho a elegir lo que quiera.
Los visitantes se despidieron, montaron en la mula y se fueron al pasito
tranquilo. El hombre se quedó mirando cómo se alejaban y cuando los
perdió de vista al doblar una curva del camino, hizo una prueba. Sentó
en la silla a un perrito que tenía y esperó. al rato, el animal se quiso
tirar al suelo, pero parecía pegado a la madera. lloriqueaba y hacía
fuerza, pero no podía dejar el asiento. El hombre se rió, le dijo que le
daba permiso para bajar y el perro se fue apurado, con la cola entre las
patas. Miseria se reía:
-¡Bueno, mirá vos lo que conseguí a cambio de una herradura!
¡Lindas bromas puedo hacerle ahora a cualquiera!
Pero pensó un poco y al rato dijo:
-La verdad es que he estado hecho un zonzo. ¡Podría haberles pedido ser
rico!
Se puso de muy mal humor y se pasó la semana protestando.
-¡Rico tendría que ser ahora!
¡Cualquier cosa daría por ser rico!
¡Ah, si tuviera de nuevo la oportunidad, no sería tan pavote!
Hasta que una tardecita oyó el paso tranquilo de un animal.
-¡Volvieron! -gritó el herrero.
Pero no eran ellos. ahora, montado en un caballo renegrido y con ojos de
loco, venía un hombre de barbita puntiaguda, con sombrero negro, botas
negras y poncho negro. Saludó, desmontó y en ese momento Miseria vio que
por abajo del poncho le salía una cola larga.
-¡El diablo! -se le escapó, y retrocedió asustado.
-El mismo, para servirte -contestó el otro, sacándose el sombrero y
dejando ver unos cuernitos-. Para servirte y hacer negocios.
-Yo... yo no vendo nada... Soy un pobre herrero nomás -dijo Miseria, con
la boca seca por el miedo y temblando.
-Pero mi amigo, siempre hay algo para vender -se rió el diablo-. ¿no
andás hace días diciendo que darías cualquier cosa por ser rico? Mirá lo
que te ofrezco: un baúl lleno de oro y un año entero para gastarlo.
-¿Y después?
-Después, te paso la cuenta: tu alma. En un año justo, mando a uno de
mis empleados para buscarte y te venís para siempre conmigo. no hay
mucho que pensar: ¡todo un año para disfrutar tanta riqueza!
-No me convence -dijo Miseria.
-Mirá, vamos a hacer una cosa: te doy dos baúles llenos de oro.
-Tres.
-Bueno, tres.
-Y tres años para gastarlos.
-Dos o nada.
-Acepto -dijo el herrero.
-Muy bien, entonces, acá está el oro.
Miseria se dio vuelta y vio que en el lugar de la pila de hierro viejo
había tres baúles abiertos, llenos de oro tan brillante que iluminaba
todo el taller.
-Y ahora, vamos a hacer el contrato. lo traje preparado -dijo
el diablo. de la manga, sacó un rollo de papel, y de un bolsillo, una
pluma y un tintero. Se los alcanzó al hombre.
-Firmá acá, por favor -dijo.
Apenas Miseria firmó, el visitante desapareció en el aire, con caballo y
todo, y él se quedó solo con su riqueza.
Al día siguiente ya estaba gastando. Se dio todos los gustos, comió de
lo mejor, se vistió como un príncipe y se hizo construir una casa lujosa.
Claro, a medida que pasaban los dos años, se iba poniendo tristón. ¡ni
quería mirar el almanaque! ¿Qué iba a hacer cuando el diablo mandara a
buscarlo?, se rompía la cabeza pensando. y al fin llegó el día. Se
oyeron unos golpes en la puerta y Miseria se hizo el zonzo. no abrió.
Pero de afuera le gritaron:
-¡Salí, ya sé que estás adentro!
No tuvo más remedio que abrir. Había un diablo parecido al otro, pero
más jovencito, con el contrato en la mano.
-Me manda el patrón a buscarte. Este papel dice que tenés que venir.
-Ya sé -contestó el herrero-. Bueno, ¡qué vamos a hacer! Voy a buscar el
poncho para el viaje. Sentate un momento, mientras me esperás -y le
ofreció la silla vieja que antes tenía en el taller.
El diablo joven se sentó y enseguida volvió Miseria, emponchado y con el
sombrero puesto.
-Bueno, vamos -dijo.
Pero cuando el otro se quiso parar, no pudo. Estaba pegado al asiento.
Forcejeó y se sacudió y bufó, pero no había caso.
-¿No podés pararte? Bueno, pero ojo que entonces no es culpa mía si no
vamos con tu jefe. y ¿sabés una cosa? yo tengo el poder de liberarte.
Pero negociemos. Firmá que el contrato sigue por tres años más y dame
otros cuatro baúles de oro.
El diablo joven no contestó y se pasó dos horas tironeando para zafarse
de la silla. al fin dijo, de mala gana:
-Está bien -y firmó.
Miseria estaba muy aliviado y siguió viviendo como un rey, con tanta
riqueza nueva. Pero el tiempo pasó más rápido de lo que esperaba y un
mal día sintió que golpeaban la puerta.
Abrió y era el primer diablo.
-Vine yo mismo para que no te aproveches de la falta de experiencia de
mis muchachos -le explicó.
-De acuerdo, ya vamos. ¿no querés sentarte mientras me preparo? -le
propuso Miseria.
-No gracias, estoy muy bien así.
-Bueno, entonces ya vengo. Mientras, si te gustan las nueces, sacá
algunas del nogal para comer en el viaje y llevarles a los tuyos.
-Esa no es mala idea, ¿ves? -contestó el diablo, que era muy goloso, y
se subió al árbol. las nueces estaban buenísimas. Comió ahí mismo unas
cuantas y después se llenó los bolsillos.
-Listo, vamos -le dijo Miseria. Pero cuando el otro quiso bajar, no
pudo. Estaba pegado a las ramas.
-¿Qué es esto? -protestó el diablo-. ¿Qué pasa?
-¡Ah!, ese árbol es muy mañoso -se rió el herrero-. agarra y no suelta.
Sólo me obedece a mí.
-¡Hacé que me largue! -gritó el otro.
-¡Como no! Si nos ponemos de acuerdo. Favor por favor. te suelta si
renovamos el contrato por cinco años y me das diez baúles de oro.
El diablo estaba indignado.
-¡Esto es una estafa! ¡Esto no es serio!
-¡Esto es un negocio! -contestó Miseria.
El demonio estaba emperrado y no quería aflojar, pero el herrero, muy
tranquilo, lo dejó en las ramas del nogal y se fue a dormir. a los dos
días, harto de hacer vida de pájaro que no puede volar, el otro tuvo que
aceptar. Firmó el agregado al contrato y se fue renegando.

Cincuenta diablos más uno.
El herrero siguió dándose la gran vida. Pero todo pasa, y los cinco años
también. una mañana, Miseria sintió voces afuera de la casa y cuando
salió encontró al diablo, que esta vez había traído a cincuenta
ayudantes, por las dudas.
-Te vengo a buscar y te aviso que ni estamos cansados como para
sentarnos, ni tenemos ganas de comer nueces.
-Bueno, me cambio y vamos.
-Nada de cambiarse, ¡basta de vueltas! Venís así como estás.
-Bueno, está bien, ¡qué malos modales! ni que fueras tan poderoso.
-Yo hago lo que quiero -contestó el otro, que era muy orgulloso.
-No creo -lo provocó Miseria.
-Es así.
-¿Ah, sí? a mí, por ejemplo, no me parece que puedan hacerse chiquitos
como para meterse todos juntos ahí adentro -dijo mostrando la bolsa vieja.
-Claro que podemos.
-Estás macaneando. ¡Qué van a caber!
-¡Ahora vas a ver, atrevido, y después me voy a desquitar con vos en el
Infierno por esta insolencia! -y pegando un chiflido, ordenó-:
¡Muchachos, muéstrenle a este viejo lo que podemos hacer!
Pegó un salto y en el aire se hizo finito, finito, como una lombriz
larga, y se metió de cabeza en la bolsa. después lo siguió la fila de
diablos, uno a uno. todos se metieron y entonces se oyó la voz del demonio:
-¿Y? ¿Podíamos o no podíamos? ¡y si quiero, entramos más todavía!
-Tenías razón -dijo Miseria-.
Entrar, entraron... ahora, salir, lo veo difícil...
Ahí mismo empezó a revolverse la bolsa, que rodaba por el piso y daba
brincos. de adentro salían gruñidos como de quien hace esfuerzos,
resoplidos y voces que decían:
-¡Imposible!
-Probá vos.
-A ver, dejame a mí.
-No se puede.
-Empujá con el pie.
-Todos juntos, ¡ahora! Pero la bolsa no se abría.
Al fin, se oyó al diablo principal, que decía:
-¡Dejanos salir!
-Bueno, pero a cambio, quiero que rompamos el contrato.
-¡Ni loco! yo nunca me echo atrás.
-Habrá que ablandarte -contestó Miseria. agarró la bolsa, la puso sobre
el yunque que siempre había guardado, buscó el martillo más pesado que
tenía y empezó a golpear a los diablos encerrados con toda la fuerza.
dicen que los chillidos que daban se sentían como a diez cuadras. Cuando
le pareció que había hecho bastante, preguntó:
-¿Y? ¿Estamos de acuerdo?
-¡No! -porfió el diablo, con voz dolorida. Entonces Miseria siguió con
el martillo hasta cansarse y después volvió a preguntar:
-¿Qué hacemos? ¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¡Miren que yo tengo
mucha experiencia en martillar!
No le contestaron nada, pero de adentro salió un bollo de papel
aplastado. Era el contrato. Miseria prendió un fósforo y lo quemó.
después dijo:
-Bueno, cuando quieran, váyanse nomás.
Los diablos salieron volando, entre quejidos, con los pelos revueltos,
la ropa arrugada y llenos de chichones. no los volvió a ver nunca más.

Entre el Cielo y el Infierno.
Pasaron los años, el herrero se hizo viejísimo y un día se murió.
Entonces fue al Cielo. llamó a la puerta y le abrió San Pedro.
-Me parecés cara conocida -comentó-. ¡ah, sí! Vos sos Miseria. ¿Ves? Si
me hubieras hecho caso, ya estarías acá hace mucho tiempo, tranquilo.
Pero no, el señor quiso no sé qué pavadas... ¡Bué!, vamos a ver en el
libro de las almas qué pasa con la tuya.
El santo abrió un libraco gordo, se mojó el dedo y empezó a pasar las hojas.
-¡Mmm...! Miseria, Miseria... ¡acá está! ¡ah!, pero m'hijito, acá dice
que has vendido el alma al diablo. lo lamento mucho, pero entonces no
podés entrar. Y cerró la puerta, meneando la cabeza, muy triste.
El herrero se fue, bien compungido, al Infierno. llamó, un diablo
entreabrió el portón y asomó un ojo.
-¿Quién es?
-Miseria.
El demonio abrió grande la boca y gritó, asustadísimo:
-¡Jefe, muchachos! ¡Es el herrero!
Le dieron con la puerta en la cara. adentro hubo alaridos de terror y
enseguida dieron dos vueltas de llave en la cerradura y pusieron una
tranca de hierro.
-¡Fuera, fuera! -le dijeron-. no tenemos ninguna obligación de dejarte
entrar.
Así fue como Miseria volvió a la tierra. y dicen que por eso, desde
entonces, la miseria anda suelta por el mundo.