Los Cinco y Yo, de Antonio Orejudo |
LOS CINCO Y YO, de Antonio Orejudo, es una novela de aprendizaje de una generación, la de los nacidos en los 60, que se ha visto poco retratada en la literatura. Orejudo, dentro del subgénero de la autoficción, va dibujándola, contorneándola con humor inteligente, entregándonos claves de comprensión inesperadas. Su mayor acierto parte de tomar las lecturas juveniles de los muchachos y muchachas de Baby Boom como referente vertebrador y no grandes obras de la literatura o del pensamiento como hacen otras reconstrucciones generacionales. Esto le da a la novela frescura, originalidad y autenticidad. Pocos escritores reconocen en su autobiografía sentimental esas primeras lecturas adolescentes de la considerada baja cultura y, de creerlos, la mayoría con catorce años ya leían a Scott Fitzgerald o a Dos Passos, como poco.
Quienes pertenecemos a la generación del autor nos encontramos con nuestro propio pasado en el renacimiento de esos personajes de Enid Blyton que acompañaron nuestras horas de siesta o nuestras tardes de invierno desde el final de la infancia al final de la adolescencia. Acierta Ovejero al interpretar la atracción irresistible de esas historias sobre nosotros y su contraste con nuestras vidas de niños de familias recién llegadas del campo a la ciudades en el Tardofranquismo. Entonces, ningún análisis ideológico nos impedía identificarnos con aquellos muchachos felices, de padres acomodados, que se movían siempre hacia una aventura y vivían sin la tutela asfixiante de sus padres, es más, alentados en su libertad de movimientos por ellos. Releer estas novelas juveniles, solo está indicado como lo ha hecho Ovejero, para utilizarlas literariamente. Releerlas buscando recuperar la magia de aquel tiempo, la lectura apasionante, el gozo de entrar en una ficción haciéndola por unas horas nuestra propia existencia, es tarea inútil y destruye unos recuerdos que deberían atesorarse sin dejar que se escapen al volver a abrir las tapas de esos libros. Porque en esas relecturas de adultos no entendemos qué puede haber de emocionante en ver comer a otros pastel de carne o beber cerveza de jengibre; ya no nos pone el corazón palpitante que Dick se cuelge de una cuerda para bajar a un pozo, no entendemos qué pudo encantarnos en el pedaleo de los Cinco subiendo colinas y repechos, acampando entre las hierbas de los campos de Inglaterra.
Como los Cinco son eternamente adolescentes en las páginas de Enid Blyton, Ovejero recurre a dos recursos para que crezcan como lo han hecho sus lectores de los 70. Para ello glosa una novela apócrifa de Rafael Reig en que este sigue las vidas de los personajes de los Cinco hasta la edad que el propio autor tiene en el momento en que escribe, es decir, hasta la cincuentena. Esa vida adulta de los Cinco, pese a estar tratada de manera paródica, ofrece un balance desolador: en su retrato nos muestra como una generación acomodaticia que creyó que consumir drogas era progre y se metió en negocios sucios mostrando una fachada de honradez. Al fin y al cabo, una generación que no se distingue por ninguna conquista especial, que siguió el camino abierto por los hermanos mayores, que no cuestionó al poder y que seguramente se creyó el cuento de la Transición y el "Ya somos europeos" a pies juntillas. Un generación sin relato. La parodia se amplia con los lectores cincuentones de Edit Blyton que han creado un club, hacen visitas fetichistas a los lugares donde trascurren las novelas y pelean acaloradamente sobre la interpretación de la obra.
Puede decirse que la novela es un ajuste de cuentas amable con la generación del baby boom, que solo tiene como característica ser abundante y haber crecido aspirando a la libertad y las meriendas de los niños ricos cuyas aventuras no comportaban realmente ningún riesgo porque siempre encontraban el pasadizo secreto que los salvaba.