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sábado, 1 de agosto de 2020

MONTAIGNE, DE STEFAN ZWEIG

Stefan Zweig escribió magnificas biografías, la mejor, sin duda la de Fouché. Pero la más estremecedora es la dedicada a Montaigne. Para entender por qué hay que repasar un poquito de historia.

 Cuando Hitler llega al poder en 1933, los libros de Zweig son condenados y luego prohibidos. El fascismo también ganaba terreno en Austria y cuando la policía fue a registrar la casa de Zweig, este la abandonó para no volver jamás. Sin embargo, el Zweig exiliado  no se va a manifestar nunca públicamente  en contra del  nazismo ni en favor de los judíos perseguidos. Esta neutralidad será duramente atacada por intelectuales de la época como Hannah Arent.  Parece ser que su pretensión era seguir su vida sin interferencias en Londres. Aun así,  el sentimiento de que su mundo se había hundido para siempre y que la brutalidad de Hitler se extendería hasta América hizo que ni siquiera se sintiera seguro en Brasil, adonde se dirigió con su segunda esposa. Como es bien sabido, ambos se suicidaron en una habitación de hotel en la ciudad brasileña de Petróplis. En su carta de despedida decía a sus amigos:  "Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí".


La obra que tenía entre manos y que dejó inacabada era la biografía de Michel de Montaigne. Zweig nos dice desde el principio que había leído los "Ensayos" de este autor  en su juventud y que entonces solamente los apreció literariamente; en ese momento las ideas centrales del filósofo (la libertad de pensamiento, la tolerancia y su defensa del individuo frente al poder)  le parecían ya un hecho histórico, una conquista por  la que se le debía estar agradecido, pero que ya no constituían una  preocupación.


Zweig se rencuentra con Montagine cuando siente que está a punto de naufragar; necesita una voz amiga que lo guíe en la profunda depresión  en la que lo ha sumido el hundimiento de su mundo liberal europeo, cosmopolita, culto, libre. "Ese mundo de ayer" irrecuperable frente a un presente y un mundo de mañana que Zweig creo con horror será una extensión mundial de la barbarie nazi.  En esas circunstancias encuentra un paralelismo histórico entre Montaigne y él. También en Europa a una época de esplendor, de humanismo, de esperanzas ( el llamado Renacimiento) le había sucedido un tiempo oscuro de locura colectiva, de guerras despiadadas. Zweig quisiera adoptar la misma postura que Montaigne: un repliegue en el yo interior y una templanza inquebrantable ante un mundo exterior convulso contra el que nada puede hacer un hombre. Hubiera querido Zweig encontrar la ciudadela interior, la torre de Montaigne para poder estar a salvo de los demonios de la Historia. 


Zweig hace por tanto una lectura de los Ensayos muy apegada a sus necesidades psicológicas en esos meses que precedieron a su suicidio. Utilizará al filósofo para descargarse de culpa por su negativa a condenar públicamente el nazismo. Para él,  Montaigne no se dejó llevar por obligaciones impuestas desde fuera que atentaran contra su "esencia", y no obedecía siquiera a deberes autoimpuestos: si un placer se convertía en un deber,  había que abandonarlo. 


Que el mundo, que los demás le pesaban a Zweig en el ánimo se ve claro en la manera admirativa en que narra dos decisiones del filósofo francés : la primera, su apartamiento de la escena pública, política cuando tenía 38 años . Montaigne pasará diez años en su casa señorial y muchas horas en su torre. Su única misión leer y escribir,  observarse a sí mismo viviendo, saber de sí mismo, gozar de sí mismo.  Cuando esto no fue suficiente porque le agobiaba  la vida de familia y las cargas administrativas de su propiedad, decidió  irse de viaje, sin rumbo, sin plan, abierto a la variedad del mundo y de las situaciones de su trashumancia.   Zweig era también una gran viajero, pero no encontró en su deambular  tras 1934  ese sentimiento de libertad del que hablaba Montaigne. Ciertamente Montaigne no era un desterrado, diferencia psicológica fundamental con Zweig.


Montagine publicó sus Ensayos, pero no pensaba que  hubiera nada transferible  en ellos. Su vida era única y escribió para hacérsela consciente a sí mismo. Según él,  cada cual tenía  que hacer sus propia ciudadela interior. Está claro que el ejemplo de Montaigne no  le fue suficiente  a  Zweig para seguir viviendo y esperar con templanza "el amanecer de la larga noche"  de barbarie que  asolaba Europa en 1942.






martes, 10 de julio de 2018

LOS SEIS CIEGOS Y EL ELEFANTE (Cuento popular)

     En la Antigüedad, vivían seis hombres ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era el más sabio. Exponían sus saberes y luego decidían entre todos quién era el más convincente.
     Un día, discutiendo acerca de la forma exacta de un elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Como ninguno de ellos había tocado nunca uno, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y así salir de dudas.
     Puestos en fila, con las manos en los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva. Pronto se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante. Llenos de alegría, los seis sabios ciegos se felicitaron por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema. 

     El más decidido, se abalanzó sobre el elefante con gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron tropezar y caer de bruces  contra  el costado del animal. “El elefante  –exclamó– es como una pared de barro secada al sol”.

     El segundo avanzó con más precaución. Con las manos extendidas fue a dar con los colmillos. “¡Sin duda la forma de este animal es como la de una lanza!”

     Entonces avanzó el tercer ciego justo cuando el elefante se giró hacía él. El ciego agarró la trompa y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma y movimiento. “Escuchad, este elefante es como una larga serpiente”.

     Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos. El sabio agarró la cola y la resiguió con las manos. No tuvo dudas, “Es igual a una vieja cuerda” exclamo.

     El quinto de los sabios se encontró con la oreja y dijo: “Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano”.

     El sexto sabio que era el más viejo, se encaminó hacia el animal con lentitud, encorvado, apoyándose en un bastón. De tan doblado que estaba por la edad, pasó por debajo de la barriga del elefante y tropezó con una de sus gruesas patas. “¡Escuchad! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera”.

     Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa. Sentados de nuevo bajo la palmera que les ofrecía sombra retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante. Todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera y creían que los demás estaban equivocados.