Juan Marsé acotó de manera precisa el espacio y el tiempo en su novela corta “Ronda de Guinardo”: la acción transcurre durante el 8 de mayo de 1945, día en que los periódicos informan que la Alemania nazi se ha rendido a los países aliados y que por tanto está cercano el final de la Segunda Guerra Mundial. En España hace solo seis años que finalizó la Guerra Civil y el país vive los primeros años de la dictadura franquista, marcada por la miseria, la represión política, que en el caso de Cataluña se manifiesta también como represión lingüística.
Siguiendo las técnicas aprendidas en autores como Joyce, la novela es un deambular por la ciudad de dos personajes, un inspector de policía y una muchacha huérfana, Rosita, recogida en “La Casa de Familia”, regentada por la cuñada del primero. El inspector debe conducirla al depósito de cadáveres del hospital para que reconozca el cadáver del hombre que la violó dos años atrás Juntos recorren el distrito de El Guinardó. Rosita, a quien aterra semejante perspectiva, va a ir demorando con mil excusas el momento del reconocimiento del cadáver. En las numerosas paradas por locales, por bares, por los rincones de las calles, delante de verjas de casas… se suceden episodios de una sordidez cotidiana que nos van mostrando el ambiente miserable en que está sumido el pueblo, el miedo de la burguesía catalana y la represión implacable de la policía sobre la población. Rosita, una muchacha de 13 años, llevada a Cataluña después de haber perdido en Andalucía a toda su familia durante la Guerra, es el símbolo de todas las vejaciones y explotaciones: se ve obligada a realizar trabajos no retribuidos en diferentes chalés de la ciudad, tiene que contribuir a las cuentas del orfanato, es prostituida...El inspector, enfermo y envejecido, parece que está viviendo su último día de vida, su particular bajada a los infiernos. Le asaltan los recuerdos de sus pasadas atrocidades y repite algunos de sus gestos de abuso ya casi como un autómata.
La novela se cierra en el depósito de cadáveres, donde el lector hace el último descubrimiento atroz. En este final, como en toda la novela, Marsé consigue crear un clima deprimente no solo por lo que cuenta sino sobre todo por lo que sugiere.