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sábado, 10 de agosto de 2019

PRIMAVERA CON UNA ESQUINA ROTA, DE MARIO BENEDETTI

Santiago está preso  en una de las cárceles uruguayas  que la dictadura ha llenado de activistas de izquierdas tras el golpe de estado de 1973.  Sus compañeros de liza y amigos  han sido asesinados o están en el exilio en Europa o en algún país latinoamericano.  Entre esos exiliados en  un país latinoamericano  está Graciela, la mujer de Santiago, que se ha llevado con ella a la hija de ambos, la pequeña Beatriz, y el padre de Santiago, Don Rafael. A ese pequeño núcleo se añade, Ronaldo, el mejor amigo del preso , y el único confidente de Graciela. Mientras Santiago escribe cartas desde su celda en las que se aferra a sus recuerdos y a su amor por Graciela, Graciela, que se siente desarraigada en el país de acogida, vive una contradicción que se la hace cada vez más dura: sigue apreciando a Santiago, pero el amor y el deseo han desaparecido, hecho que la hace sentirse culpable. Pide consejo a su suegro y a Ronaldo, con quien acaba manteniendo una relación amorosa. Ignorante de lo que ocurre, Santiago anuncia que va a ser puesto en libertad…

Benedetti recurre a una polifonía de voces, que hablando en primera persona, hacen que el lector se sitúe  en la perspectiva de cada uno de los personajes, y los perciba a todos en perspectivas cruzadas. Ese es el propósito, pero la verdad es que la técnica le funciona mal al escritor. Las cartas que le escribe Santiago a su mujer en vez de acercarnos al personajes y a las penosas circunstancias en  que vive  lo idealizan en exceso y  nos lo alejan del ámbito en que las escribe. Cierto que está limitado por la censura , pero el lirismo de sus recuerdos y de su reiterada profesión de amor por su mujer,  rebaja la realidad como el agua echada a un  vino fuerte. Aquí se hubiera agradecido un narrador en tercera persona que pusiera en perspectiva adecuada la resistencia  psicológica del prisionero a través de su correspondencia. Por lo demás, las otras voces, la de  don Rafael y la de Graciela no ayudan a conocer mejor a Santiago ya que reproducen la imagen que él da de sí mismo.  Graciela tampoco es un personaje  logrado:  está trazado con tres o cuatro tópicos, el del exiliado que no acaba de adaptarse y siente el desgarro de la separación de su patria,  el de la esposa que siente culpa por dejar de amar a su marido, al que sigue apreciando y admirando,  el de la mujer que se enamora de otro, que resulta ser el mejor amigo de su marido. Don Rafael aporta poco al cuadro. Con  Beatriz, la hija de Graciela y Santiago, Benedetti intenta ofrecernos la mirada infantil de una niña llena de imaginación, muy inteligente y observadora. No niego que su desparpajo y su  lógica “alocada”  le dé ternura  y unos toques de  humor tragricómico a la narración,  pero la dosis es demasiado alta y el artificio pierde su gracia.  En cuanto al amigo íntimo,  Rolando, no deja de ser otro elemento estereotipado para que por fin ocurra algo que altere el doliente vivir de los personajes y tengamos la sensación de que hay trama. Sin embargo este hecho ocurre demasiado tarde, cuando ya llevamos entre pecho y espalda muchas cartas con más de lo mismo. Paradójicamente, el personaje más interesante de la novela es el propio Benedetti, quien en letra cursiva  y también en primera persona nos cuenta sus andanzas por aquellos años de destierro.

En conclusión, este acercamiento al drama de la dictadura uruguaya, al coste emocional para sus víctimas, me ha parecido blando y superficial, y  el lirismo del autor, bastante pegajosos en su poesía, fuera de lugar.