“Lluvia fina “ es una excelente novela desde su título hasta la última línea, hazaña que los escritores consiguen muy pocas veces. Lo más asombroso es que Landero hace nuevo el viejísimo tema de los rencores familiares enquistados que no dejan nunca de supurar pus infestando el presente y el futuro. Con gran maestría hace de Aurora, un personaje que parece solamente un peón del tablero, la “centralita” por la que pasan todas las voces de los otros personajes: Sonia y Andrea, las hermanas de su marido Gabriel, Sonia,la madre de todos ellos y Horacio, el exmarido de Sonia. Recurre el autor al estilo indirecto libre que modula ágilmente todas las voces y dota a la narración de una cadencia de lluvia fina, de esas que parecen que no calar y, sin embargo, van penetrando insidiosamente hasta los huesos . A Aurora le llega el repiqueteo machacón de las voces que vuelven una y otra vez en cada acontecimiento nimio del presente a sus frustraciones del pasado, a esos momentos de la historia familiar que cada cual recuerda de una manera no solo diferente, sino diametralmente opuesta, como si todos se sintieran víctimas y ninguno aceptara su papel de verdugo. Son seres aferrados a sus desgracias, incapaces de salirse de la narración que se hacen a sí mismos de su pasado; convencidos de que su perspectiva es la única y la verdadera, y condenados a vivir su presente como una secuela ineluctable de lo que los demás le hicieron.
Aurora, con su capacidad de escucha educada y empática, es el recipiente de esos odios cruzados, tanto que parece que no tiene más función en la vida que la escucha pasiva y empática de las desgracias ajenas . Por lo demás, parece que solo ella y Gabriel han alcanzado cierta felicidad en la vida; pero solo lo parece, porque la única historia que Aurora no “escucha” durante mucho tiempo es la propia, la de su matrimonio " modélico con Gabriel, el profesor de filosofía que parece haberse hecho con la piedra filosofal para transmutar todas las desgracias. Por decirlo de alguna manera, Gabriel es el personaje "tapado".
Otro acierto de Landero es condensar en un momento del presente todas las rencillas y odios del pasado. Gabriel propone algo que parece muy inocente: celebrar el cumpleaños de la madre. Tal propuesta para la reconciliación es la que acaba por desatar la guerra total. El final, inesperado y contundente arroja de pronto un relámpago de luz sobre todo lo que ha sabido hasta ese momento el lector. El relámpago ilumina esa lluvia fina que al final se convierte en tormenta.