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domingo, 31 de marzo de 2019

Antología poética de William Wordsworth



La publicación de las Baladas líricas (1798), obra de William  Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) marca un hito en la historia literaria inglesa: con esta obra se da por iniciado el  Romanticismo inglés cuyos rasgos  había aparecido aquí y allá, de manera  vaga y dispersa, en algunos poemas de  autores del XVIII. 

Los poemas van precedidos de un prólogo que puede considerarse un manifiesto.  Desde luego, es una reacción contra la literatura neoclásica y su lenguaje ampuloso, perifrástico que se  retroalimentaba siempre en la misma fuente y se alejaba del lenguaje común. Frente a las construcciones intelectuales y racionalistas del XVIII, Wordsworth y Coleridge situararán el sentimiento como la verdadera fuente de la poesía y, por ende, de la naturaleza humana, contraviniendo todo un siglo de racionalismo. El poema surgirá de una emoción subjetiva  que se intentará compartir con el lector.  El lenguaje que utilizará el sentimiento es el lenguaje común, el de las palabras cercanas a la vida cotidiana: no hay palabras poéticas y palabras no poéticas puesto que es el poeta el que las hace ser poesía. Si bien en el prólogo a las Baladas líricas, se sostiene que las situaciones también tienen que ser propias de la vida cotidiana, vistas, esos sí, con una mirada especial, Coleridge, más adelante, defenderá la poesía de lo sobrenatural, de los fantástico, de lo inusual.  Por lo demás, Wordsworth va a incidir especialmente en la relación del poeta con la Naturaleza, el lugar propio del hombre; el  alejamiento de esta  es la fuente del mal; arremete contra la Ciencia y el Arte  y toda la cultura libresca como mediadores de la relación del hombre con la naturaleza; él cree en el conocimiento que procede de la contemplación pasiva del paisaje.  La naturaleza proporciona al poeta  paz, emoción intensa,    sentido a la vida. Esta no sería sino “un desbordamiento de sentimientos poderosos, recordados en la tranquilidad”. Es más, el recuerdo de su contemplación es una reserva de consuelo para el poeta y su única arma para vencer la angustia por la irreversibilidad del tiempo. 

En la antología  editada por  Ediciones Júcar y  prologada por Paul  de Reul se hace una selección de la obra de Wordsworth que incluye algunos de los poemas de Baladas líricas. Sorprendentemente en ella  faltan dos poemas que se consideran sin duda los mejores de la producción de este poeta: La abadía de Tintern,  Preludio, Indicios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia.

Como muestra aquí tienen algunos poemas de la antología.

Líneas escritas en primavera temprana

Oí mil notas mezcladas,
mientras en una arboleda me sentaba reclinado,
en ese dulce ánimo en que los pensamientos placenteros
traen ideas de tristeza al pensamiento.
A sus bellas obras la naturaleza unió
el alma humana que por mí fluía;
y mi corazón se angustiaba mucho al pensar
lo que el hombre ha hecho del hombre.
A través de matas de prímulas, en aquella dulce enramada,
tejía la pervinca sus guirnaldas;
y doy fe que cada flor
se deleita en el aire que respira.
Los pájaros a mi alrededor saltaban y jugaban,
no puedo yo medir sus pensamientos,
pero el menor de sus revuelos,
parecía un placer estremecido.
Las ramas que retoñan extienden su abanico,
para capturar el aire de la brisa;
y debo pensar, y hago cuanto puedo,
que había placer en aquel lugar.
Si no puedo evitar tales pensamientos,
si tal fuese la intención de mis creencias,
¿no tengo acaso razón para lamentar
lo que el hombre ha hecho del hombre?

Reconvención y respuesta

“¿Por qué, William,  sobre esa piedra gris
 tanto tiempo como la mitad de un día,
 por qué,  William,  te sientas solo,  así,
 y pasas las horas soñando?

 ¿Dónde están tus libros? ¡ Esa luz legada
 a Seres  que, si no, estaría remotos y ciegos
¡Arriba!, ¡Arriba!, y bébete ese espíritu insuflado
 por los muertos a su especie.

 Miras alrededor a tu Madre Tierra,
 como si sin motivo te hubiera parido;
 como si fueras su primer parto,
 y nadie, antes que tú coma hubiera sido!”

 Así, una mañana,  junto al lago  Esthwaite,
 cuando mi vida era dulce, y no sabía por qué,
 me habló mi buen amigo Matthew;
 y así yo le respondí:

“ El ojo no puede elegir sino ver;
 no podemos ordenar qué oído esté quedo;
 nuestros cuerpos sienten, estén donde estén,
 contra, o a nuestra voluntad.

 No menos creo yo que hay Poderes
 que por sí mismos impresionan nuestras mentes;
 que podemos alimentar esta alma nuestra
 en una sabia pasividad.

 ¿Piensas, entre toda esta suma portentosa
 de cosas que hablan sin  cesar,
 que nada proviene de sí mismo,
 sino que aún debemos seguir buscando?

 Entonces no preguntes por qué, aquí, solo,
 conversando como pueda,
 me siento en esta piedra gris y vieja
 y paso las horas soñando.”

Las mesas se volcaron

¡Arriba!, ¡arriba!, amigo mío, y deja tus libros;
 seguro que  crecerás el doble:
 ¡arriba!,¡ arriba!, amigo mío, y aclara tu mirada,
¿por qué todo este afán y estos problemas?

 El sol, sobre la cabeza de la montaña,
 un lustre refrescante y maduro,
 a través de todos los campos largos y verdes ha extendido
 su primer dulce rayo amarillo de la tarde.

 ¡Libros!  Es una lucha aburrida y sin fin :
 ver, escucha al verderón del bosque:
¡ cuán dulce su música! , por mi vida
 que hay más sabiduría en él.

¡ Y escucha! ¡ Cuán alegre canta el tordo!
 Tampoco es mal predicador:
 ven hacia la luz de las cosas
 deja a la Naturaleza ser tu profesor.

 Tiene un mundo de presta riqueza,
 nuestras almas y corazones para bendecir,
 sabiduría espontánea respirada con salud,
 verdad respira da con alegría.

 Un impulso de un bosque vernal
 quizás te enseñe más del hombre, 
 del mal y el bien, de la moral,
 que cuanto todos los sabios pueden.

 Dulce es el sabor que trae la naturaleza;
 nuestro retorcido intelecto
 desfigura las formas bellas de las cosas:
 asesinamos para disecar.

 Basta de Ciencia y Arte;
 cierra esas hojas yermas;
 ven, y tráete un corazón
 que vigile y reciba.


Lucía Gray; o la soledad

A menudo he oído hablar de Lucía Gray;
 y, cuando cruzaba el páramo,
 vi al azar al romper el día
 a la niña solitaria.

Ni  camarada mi compañero conoció Lucía;
 moraba en un ancho páramo.
 ¡La cosa más dulce que jamás creció
 junto a una puerta humana!

 Se puede espiar al cervatillo jugando,
 a la liebre sobre el verde;
 pero la dulce cara de Lucía Gray
 nunca más será vista.

“ Esta noche será una noche tempestuosa,
 tú, a la ciudad has de ir;
 y coge una linterna, Niña, para alumbrar
 a tu madre a través de la nieve.”

“Eso, Padre, lo haré con gusto:
 apenas comienza la tarde,
 el reloj de la iglesia ha dado las dos,
¡ y la luna está a lo lejos!”

 Ante esto, El padre  levantó  el gancho
 y partió un haz de leña;
 Acabó  su trabajo; __ y Lucía cogió
 la linterna en su mano.

 No es más alegre el corzo de la montaña:
 con muchos brincos juguetones
 sus pies dispersan en la nieve en polvo,
 que se levanta como humo.

 La tormenta llegó antes de tiempo:
 pero ella arriba y abajo;
 y muchas colinas escaló  Lucía:
 pero nunca alcanzó el poblado.

 Los desdichados padres, toda aquella noche
 fueron gritando a lo largo y a lo ancho;
 pero no hubo sonido ni vista
 que les sirviera de guía.

 Al romper el día de pie en una colina estaban
 que contemplaba el páramo;
 y desde allí vieron el puente de madera,
 a un estadio de su puerta.

 Lloraron, y de vuelta a casa, gimieron:
“ En el cielo todos nos reuniremos”,
 cuando la nieve la madre vio
 la huella de los pies de Lucía.

 Entonces, bajando desde el borde la empinada colina
 siguieron las pequeñas pisadas;
 y a través de la cerca rota de espinos,
 y por la larga pared de piedra.

Y  luego cruzaron un campo abierto:
 las huellas aún eran las mismas.
 las  las siguieron adelante, sin perderlas nunca;
 y llegaron junto al puente.

 Siguieron desde la orilla nevada
 aquellos pasos, uno a uno,
 hasta en medio del  tablaje.
¡ Y más allá no había más!

 Pero algunos sostienen que hasta hoy mismo
la niña continúa estando viva;
 que  se puede ver a la dulce Lucía Gray
 en el yermo solitario.

 Por montes y llanuras viaja,
 y nunca mira atrás;
 y canta una canción solitaria
 que silba en el viento. 


El verderón

Bajo estas ramas frutales que extienden
 sus flores blancas como nieve sobre mi cabeza, 
 con la más brillante luz del sol a mi derredor esparcida
 por el tiempo despejado de la primavera,
 en este remoto rincón,  ¡cuán  dulce
 sentarme en el asiento de mi huerto!
 Y a pájaros y flores de nuevo saludar,
 del año postrero mis amigos juntos.

 Uno es señalado, el más alegre huésped
 de todo este refugio de los bienaventurados:
¡ te saludo a ti, más alto que el resto,
 en la alegría de voz y de alas!
 Tú, verderón,  en  en tu verde traje,
 espíritu que gobierna hoy aquí,
 que encabeza las fiestas de mayo:
 este es tu dominio.

 Mientras pájaros, mariposas y flores
 hacen todos una banda de amantes,
 tú, recorriendo, arriba y abajo, arboledas,
 estás solo en tu contento:
 una vida, una presencia como aire,
 esparciendo tu alegría sin cuidado,
 demasiada buena ventura para que nadie se compare:
 tú eres tu propio recreo.

 Allá, entre la mancha de avellanos
 que se mueven con la ráfaga de brisa,
  contempladle  posado en éxtasis,
 y aún parece que planea;
¡ allí!, donde el aleteo de sus alas
 sobre su espalda y cuerpo arroja
 sombras y destellos de sol
 que le cubren por completo.

A mi deslumbrada  vista engaña a menudo
 ese hermano de las hojas que bailan;
 entonces, revolotea, y desde los aleros de la casa
 lanza su canción en torrentes,
 como si con esa canción exultante
 se burla se tratara con desdén
 a la forma sin voz que eligió fingir
 mientras aletea en los arbustos.

Un adiós

Adiós, a ti, pequeño rincón de tierra de montaña,
Aquí, rocosa esquina en el más bajo  escalón
 de ese magnífico templo que limita
 un costado de nuestro valle entero con raro esplendor;
 dulce jardín, huerto, sumamente bello,
 el más querido lugar que el hombre haya encontrado.
¡Adiós!, te abandonamos a los tranquilos cuidados del
 Cielo
 a ti, y a la quinta que rodeas.

 Nuestra barca está segura, anclada junto a la orilla,
 y allí, segura cabalgará cuando nos hayamos ido;
 los arbustos en flor que engalanan nuestra humilde puerta
prosperarán, aunque sin atenciones y solos;
 campos, bienes y lejanos  objetos no tenemos:
 estos estrechos límites encierran nuestra privada despensa
 de las cosas que da la tierra, y sobre las que luce el sol;
 aquí están a nuestra vista, no tenemos nada más.

¡Sol y lluvia estén con vosotros, capullo y campanilla!
 Por dos  meses ya en vano seremos buscados. 
 Os dejamos aquí, en soledad vivir
 con estos nuestros últimos regalos de cariñoso recuerdo;
 tú, como la mañana, con tu capa de azafrán,
 brillante margarita, y caléndula, ¡adiós!
a quienes de las riberas del lago trajimos
 y plantamos juntas cerca del pozo de roca.

 Nos vamos con Una  a quien seríais gratas;
 ella apreciaría está enramada, este cobertizo indio,
 de nuestro propio artificio, ¡edificio sin par!
 Una gentil doncella, cuyo corazón es de baja cuna,
 cuyos  placeres están en campo salvajes reunidos,
 con alegría, y con un reflexivo entusiasmo,
 vendrá a vosotros, y con vosotros casará;
 y  amará  la vida bendita que aquí llevamos.

 ¡Querido rincón!, que hemos contemplado con cariñoso
 cuidado,
 trayendote plantas elegidas y flores marchitas
 de las  distantes montañas, flor y yerba,
 que has tomado para ti como propias,
 haciendo toda bondad escrita y conocida;
 tú, en nuestra atención, más en verdad hija de la Naturaleza
hermosa por ti misma, y bella en  solitario,
 has aceptado regalos que poco necesitabas.

 Y, oh el más constante y a la vez más caprichoso lugar,
 que tienes humores volubles, como muestras
 a quienes no miran a diario tu rostro;
 quién, siendo amado, en el amor no conoce límites,
 y dices, cuando te abandonamos: “ ¡que se vayan!”
Tú,  cosa de sencillo corazón,  con tu raza salvaje
 de hierbas y flores, hasta que volvamos detente,
 y viaja con el año, a paso quedo.

Ayúdanos a contarle cuentos de años pasados,
 y esta dulce primavera, la más querida y mejor
 la alegría será lanzada en su condición mortal;
 algo debe perdurar para contarnos el resto.
 Aquí, atestado de primaveras, el escarpado pecho de la roca
 brilló  en la tarde como un cielo estrellado;
 y en este arbusto, nuestro gorrión hizo su nido,
 del que canté una canción que no morirá.

¡Oh,  Jardín feliz, cuya seducción profunda
 ha sido tan amable a las horas laboriosas;
 y a dulces sueños, que apaciblemente elevaron
 nuestros espíritus, llevando con ellos sueños de flores,
 y notas salvajes gorjeadas entre enramadas frondosas;
 dos ardientes meses deja saltar el verano,
 y volviendo con Aquella que será nuestra,
 en tu regazo de nuevo nos deslizaremos.

Algunos vídeos sobre la poesía de Wordsworth