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viernes, 2 de agosto de 2019

LAS MORAS AGRACES, DE CARMEN JODRA DAVÓ

El pasado 24 de julio saltaba a la prensa una noticia que me dejó todo el día meditabunda  y pesarosa: había muerto la poeta Carmen Jodra Davó. Tenía 39 años. Había publicado dos obras, la primera "Las moras agraces" con la que obtuvo el Premio  Hiperión en 1999; la segunda, "Rincones sucios", publicada en 2004. Parece poca obra para una poeta que se dio a conocer con tanta fuerza a los 18 años; sin embargo, por lo que dicen quienes mejor la conocían, nunca dejó de escribir, aunque escribía  sobre todo porque ello  la hacía feliz, sin ningún afán por publicar. 

Desde, probablemente, la aparición de "Las flores del mal" (1857), ningún poemario ha conmocionado a la sociedad, al menos a su parte letrada.  "Las moras agraces" sin llegar a tanto, fue un acontecimiento muy reseñable en el pequeño mundo de la poesía española. Aun hoy,  quien lea los poemas de Jodra no podrá salir del asombro de que  una adolescente  de 16 años escribiera  con tanto dominio técnico y, sobre todo, con una belleza tan depurada. Los poemas tienen poco del pathos adolescente; sobre ellos sobrevuela una angustia emparentada indiscutiblemente con la de los poetas que nutrieron su literatura: Quevedo, Rimbaud o Baudelaire.   Una poeta, además, que se plantea desde el principio la inutilidad de escribir, quizá por eso,  publicó tan poco: hay tanto ya escrito y tan genial... Dirigiéndose a Baudelaire en un poema titulado "VAMOS A VER",  se plantea la imposibilidad de hacer algo nuevo en poesía:

Pero, señor,  si ya se ha hecho todo:
cada ocurrencia que pueda tener
ya la han tenido otros mil antes que yo,
ya la han escrito,
y,  si una vez lo hubo,
ahora ya sí que no hay nada nuevo
bajo el sol.

Así que Jodra no solo es consciente de que está sometida a una tradición que la posmodernidad dice agotada, sino que exhibe, en cierto modo, esas influencias. En la primera parte de las tres en que se divide la obra, la titulada significativamente APUNTES DE  LA BIBLIOTECA,  utiliza  estrofas clásicas  como el soneto, la silva, la lira o el sexteto;  recurre a motivos mitológicos ( Aquiles y Patroclo, Zeus y Leda, Amor y Psique) o a escenarios bohemios franceses;  hace suyos los estilos de diferentes poetas, desde  el de los petrarquistas españoles hasta el de los poetas malditos, especialmente Rimbaud, pasando un instante por los experimentos de Huidobro. Sirvan como muestra estos versos de  "Retrato gongorino"  donde hace una descripción barroca de   la belleza de un joven que va a  despertar con los primeros rayos del sol junto a un arroyo,  y que recuerdan, claro está, a la Soledad Primera de Góngora:

Al hilo dignifica la hermosura,
dulcemente inmadura,
del tendido durmiente,
porque en dieciséis  años
no ha habido tiempo aún para los daños
de tiempo cruel o práctica natura,
 que sacrifica el arte a la simiente;

O estos  dos sextetos  en que se dirige a Rimbaud y que tanto recuerdan  el cuadro de "Los bebedores de absenta" de Degas:

La náusea baja      desde la cabeza, 
muerta y corrupta,      fétida tristeza, 
mientras declina      un sol ya sin sangre. 

 Ahora, ahí  fuera     la gente trabaja, 
 y hay,  más o menos,     dinero en la caja,
y anzuelos nuevos    cuelgan del palangre.

Tú,  y yo contigo,      mi pobre maldito, 
en un burdel           no muy exquisito,   
 has vaciado           la botella verde, 

mientras la gente      que tiene tus años 
sueña con notas     y con  cumpleaños… 
Arthur Rimbaud          va-t-en à la merde! 

La  segunda parte, titulada "ÉPOCA NEGRA", se abre  con un poema  también gongorino en que reniega del poder del amor ( sería una réplica al "Déjame en paz, amor tirano"); su parte central es  lo que llama un ciclo  satánico, compuesto de seis sonetos, que son un homenaje espléndido a Baudelaire. Los sonetos son seis etapas que van desde la tentación del diablo para atraerla al vicio  hasta el descubrimiento final de la insatisfacción  que produce "el pecado", abocando al sujeto al vacío existencial, al Spleen.

Entre ellos destaca el tercero, el de la visita del demonio para tentarla, para cerrar el pacto:

Hoy viene a verme. Él, él en persona.
 No intento resistirme,  por supuesto.
 Irónico y burlón,  llega dispuesto
a “salvarme de lo que me obsesiona”:

tal  dice. Su  belleza desentona
con el eterno universal denuesto
del que le han hecho objeto; aparte de esto,
me ofrece lo que nunca se perdona.

Tendiendo, en fin, el ominoso pliego,
me ha mirado con ansia tan humana
que chispean sus ojos como el fuego.

¡Un alto precio por una manzana!
 Temblando igual que Él, respiro y niego,
 pero no sé lo que diré mañana.

Les siguen a los sonetos una plegaria, el OREMUS  también muy a lo Baudelaire, que acaba con este ruego:

Líbranos de la suerte y la desgracia,
 líbranos del odio y del amor,
de muerte y vida líbranos, Señor.

Esta parte incluye también el poema más desesperanzado del libro, y eso que tiene muchos. Es el poema en que aparecen las moras agraces que dan título a la obra:

¡Estériles! ¿Para qué lloras?
Si nunca podrás tener nada.
Si a demoras siguen demoras,
y la explicación huye alada,
y amargan tu lengua las moras
aún en agraz.
¿Y pides un poco de paz?

El drama es mil veces más viejo
que tú. Piensa en Grecia y en Roma,
y aún más atrás. No me quejo:
de siempre hubo cuervo y paloma
y la lucha atroz. ¿Un consejo?
Déjate estar.
La muerte te vendrá a buscar.

Porque nunca llega el verano
que endulce las moras agraces.
Amor ni divino ni humano,
ni salmos ni bromas procaces,
ni artista ni amigo ni hermano
te saciarán.
Ni vino ni agua ni pan.

Ni esto, ni eso, ni aquello.
Puedes probar cada camino:
acaban en nada. El destello
que un tiempo llamaste «divino»
no es luz, y apenas si es bello.
Es frío y cruel.
¿A qué preocuparse por él?

¿A qué tanta lucha, si luego
el fin es a todos igual?
¿A qué este jugar con el fuego,
si juegues bien o juegues mal
la muerte es el premio del juego?
¿O es el castigo?

¡Estériles…! Llora conmigo.

Hacia el final de esta segunda parte, introduce Jodra poemas de poca extensión  con rimas asonantes.  Se hizo muy conocido el titulado "Hastío", quizá por formar parte de una antología de mucho éxito, "Los lunes, poesía":

El bello mundo me produce asco.
Si pudiera, lo haría
saltar en pedacitos por los aires,
y con él a mí misma.
Yo no pedí vivir; si Tú me hiciste,
es tu culpa, no la mía.
Atrévete a juzgarme si tu pobre
criatura se suicida.


La tercera parte, titulada, LA VIDA REAL Y OTROS POEMAS,  es formalmente muy variada. No abandona las formas clásicas, especialmente el soneto, si bien  lo utiliza, sobre todo,  en clave burlesca; recurre al verso asonante  con mayor frecuencia e incluso al verso libre.  Se abren paso además metáforas que ya no tienen el sabor clásico  de la primera parte y Jodra busca un lenguaje de registro más directo y coloquial. El tono se ha ensombrecido, ya no solo no  sostienen el mundo las columnas del soneto petrarquista ni el imaginario mitológico, tampoco  el diablo puede cargar con él.
 Especialmente tétrica es esta reunión  de jóvenes... viejos  de la que habla  el  poema que cierra el libro, con el título  POST MORTEM: 

Una ocasión de reencontrar
          a los que se quedaron
en el camino, o se marcharon
lejos...

Una ocasión de recordar
           lo  que pasamos juntos,
y saludar a los amigos
viejos...


Será, creo yo, como una fiesta gay
Sin más preocupación de allí adelante,
sin leyes, porque no hay ladrón sin ley,
y aquella chica rubia de ahí afuera
con la cara, ¿recuerdas?, de mi amante,
aquella que murió en la carretera...


Una oportunidad de ver 
          el mal que nos hicimos,
pero ahora  ya sin el menor
reproche...
Que todo está pasado ya..
         Y andar por el paseo
que lleva al mar, charlando, por
la noche...


Será, creo yo, como una fiesta gay.
Sin más preocupación en adelante,
sin leyes, porque no hay ladrón sin ley...
...¿Quién es la chica rubia de ahí afuera?
con la carita misma de mi amante,
de Aida, la que murió en la carretera...?


Esperemos que  a Carmen Jodra  se la recuerde más a menudo de esa forma en que todo poeta quiere ser recordado, leyendo su poesía.