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martes, 16 de julio de 2019

LA CIUDAD DORMIDA, DE GABRIEL INSAUSTI

En una obra en que el autor visita cementerios parisinos, permítanme que yo también empiece por el final: este peculiar libro, mezcla de ensayo y de guía de viaje, me ha entusiasmado tanto que lo tengo en esa lista, no muy larga, de "libros que tengo que releer". 

Seguramente la intención última de Gabriel Insausti sea darnos unas estupendas  clases de literatura, sobre todo francesa, pero utilizando un vehículo inusitado: un itinerario de cementerio en cementerio parisino donde reposan los huesos de escritores, casi todos  de enorme significación en la literatura occidental. El autor nos va a dar cuenta del drama de la modernidad y de  su crisis siguiendo la última huella humana (las tumbas ) de  Baudelaire, Gautier, A. Villiers de l`Île- Adam, Maupassant,  Huysmans,  Wilde, Proust, Apollinaire, Joseph Roth, Max Jacob, Sartre, Beauvoir, Tzara, Ball , Beckett y Cioran.

La mayoría de estos autores ejemplifican el desgarro de lo que a finales del XIX Nietzsche llamará "la muerte de Dios". Dirá el filósofo alemán  que sus contemporáneos no habían entendido en profundidad lo que esta suponía. Como luego dirán los posmodernos, la muerte de Dios es el final de los grandes relatos, no solo del relato religioso, sino también del de la  Ilustración  con su fe en el progreso y, después,  del  marxismo, con su fe en la misión redentora del proletariado.  Desde luego, Baudelaire es el poeta que con más fuerza y originalidad sintió el cataclismo antes de que Nietzsche le pusiera nombre. Aferrándose al demonio, al mal, al vicio,   Baudelaire  no hacía sino afirmar a dios: no se puede exaltar el pecado si no hay un código moral dentro del cual este opere. De una manera u otra, la literatura posterior sigue los pasos de este poeta al que Verlaine instituyó en padre de los "poetas malditos".

 Gabriel Insausti nos muestra a estos escritores poseídos de la aguda conciencia de seres caídos  cual albatros o expulsados del  paraíso, paraíso para el cual no existen, en realidad, sustitutos artificiales por más que los buscaran afanosamente.  El pasado reviste  las formas de la nostalgia o del resentimiento;  el futuro la forma de la desesperanza  y la desesperación.  Muchos de estos escritores acabarán buscando el sentido de la vida en una especie de monaquismo laico, sobre todo,  cuando el refugio del arte y del esteticismo se muestre también insuficiente o inviable, y los deje en la intemperie. 

El tema de ese  malestar,  de esa angustia de hombres modernos es el  fondo que unifica los distintos capítulos de la obra de Insausti; pero hay otros elementos que le dan unidad y fluidez , y esos elementos son sobre todo narrativos. De forma bastante original, hay un desdoblamiento del autor en dos personajes que llama  "el narrador" y "el viajero", más  una voz narrativa en tercera persona. Con humor y  con fina  ironía nos cuenta las vicisitudes por las que pasa el dúo narrador-viajero para llegar a los cementerios y localizar las tumbas; nos  describe  estas estableciendo siempre una especie de simbología  entre esos monumentos  y la vida y la obra  y sobre todo, el final de los escritores allí enterrados. Porque Insausti se complace en hablarnos del tramo final de la vida de los escritores, de sus enfermedades, de los amigos que los rodearon o abandonaron, de las últimas palabras proferidas, de los momentos posteriores a su muerte, de los funerales, de la despedida ante la tumba abierta... También  recoge pequeñas anécdotas  vinculadas a otros visitantes anónimos de los cementerios o las conversaciones con amigos o conocidos de paso por París; especialmente sustanciosas son las opiniones de la mujer del narrador-viajero que pasa un fin de semana con él y es arrastrada por su marido a hacer ese turismo tan peculiar.

No me queda sino añadir que en mi próximo viaje a París  utilizaré de guía este libro, porque si bien es cierto que la única manera de acercarse a un escritor es leer su obra, no es menos cierto que estamos muy necesitados de rituales, como bien sabían todos esos muertos.






lunes, 1 de julio de 2019

Tumbas y mistificaciones literarias

A menudo me han dicho que es un gusto de turista morboso ese de ir a visitar cementerios para dar con las tumbas de  mis escritores admirados. Hay en ello algo de búsqueda del tiempo perdido, un intento inútil, como todos, de tenderle una trampa a la muerte justo en el lugar donde muestra su triunfo. Pero si  algo nos permite Internet es comprobar que nunca estamos solos en nuestras aficiones, por denostadas que estén en nuestro círculo más reducido. Eso pensaba cuando leía la excelente reseña en Devaneos sobre "En la ciudad dormida" de Gabriel Insausti. Luego de leer la reseña y anotar la obra,  he continuado con el libro que me traía entre manos, "Lo que no tiene nombre"de Piedad Bonnett, un libro en el que me vuelvo a encontrar - las casualidades  son otra ilusión de un orden secreto de las cosas- con esa extraña afición que tiene mucho de mitomanía. Bonnett capta muy bien la diferencia entre la mistificación literaria  de esas visitas y la realidad cuando nos toca desnuda y nos desarma. Les dejo el fragmento: