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domingo, 11 de noviembre de 2018

COMENTARIO DE TEXTO: EL DON JUAN, DE BENITO PÉREZ GALDÓS

El don Juan
Benito Pérez Galdós

«Esta no se me escapa: no se me escapa, aunque se opongan a mi triunfo todas las potencias infernales», dije yo siguiéndola a algunos pasos de distancia, sin apartar de ella los ojos, sin cuidarme de su acompañante, sin pensar en los peligros que aquella aventura ofrecía.

¡Cuánto me acuerdo de ella! Era alta, rubia, esbelta, de grandes y expresivos ojos, de majestuoso y agraciado andar, de celestial y picaresca sonrisa. Su nariz, terminada en una hermosa línea levemente encorvada, daba a su rostro una expresión de desdeñosa altivez, capaz de esclavizar medio mundo. Su respiración era ardiente y fatigada, marcando con acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas el movimiento de la máquina sentimental, que andaba con una fuerza de caballos de buena raza inglesa. Su mirada no era definible; de sus ojos, medio cerrados por el sopor normal que la irradiación calurosa de su propia tez le producía, salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma. Pero mi alma quería quemarse, y no cesaba de revolotear como imprudente mariposa en torno a aquella luz. Sus labios eran coral finísimo; su cuello, primoroso alabastro; sus manos, mármol delicado y flexible; sus cabellos, doradas hebras que las del mesmo sol escurecían. En el hemisferio meridional de su rostro, a algunos grados del meridiano de su nariz y casi a la misma latitud que la boca, tenía un lunar, adornado de algunos sedosos cabellos que, agitados por el viento, se mecían como frondoso cañaveral. Su pie era tan bello, que los adoquines parecían convertirse en flores cuando ella pasaba; de los movimientos de sus brazos, de las oscilaciones de su busto, del encantador vaivén de su cabeza, ¿qué puedo decir? Su cuerpo era el centro de una infinidad de irradiaciones eléctricas, suficientes para dar alimento para un año al cable submarino.
No había oído su voz; de repente la oí. ¡Qué voz, Santo Dios!, parecía que hablaban todos los ángeles del cielo por boca de su boca. Parecía que vibraba con sonora melodía el lunar, corchea escrita en el pentagrama de su cara. Yo devoré aquella nota; y digo que la devoré, porque me hubiera comido aquel lunar, y hubiera dado por aquella lenteja mi derecho de primogenitura sobre todos los don Juanes de la tierra.

Su voz había pronunciado estas palabras, que no puedo olvidar:

-Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.

-Angel mío -dijo su marido, que era el que la acompañaba-: aquí tenemos el café del Siglo, entra y tomaremos jamón en dulce.

Entraron, entré; se sentaron, me senté (enfrente); comieron, comí (ellos jamón, yo… no me acuerdo de lo que comí; pero lo cierto es que comí).

Él no me quitaba los ojos de encima. Era un hombre que parecía hecho por un artífice de Alcorcón, expresamente para hacer resaltar la belleza de aquella mujer gallega, pero modelada en mármol de Paros por Benvenuto Cellini. Era un hombre bajo y regordete, de rostro apergaminado y amarillo como el forro de un libro viejo: sus cejas angulosas y las líneas de su nariz y de su boca tenían algo de inscripción. Se le hubiera podido comparar a un viejo libro de 700 páginas, voluminoso, ilegible y apolillado. Este hombre estaba encuadernado en un enorme gabán pardo con cantos de lanilla azul.

Después supe que era un bibliómano.

Yo empecé a deletrear la cara de mi bella galleguita.

Soy fuerte en la paleontología amorosa. Al momento entendí la inscripción, y era favorable para mí.

-Victoria -dije, y me preparé a apuntar a mi nueva víctima en mi catálogo. Era el número 1.003.

Comieron, y se hartaron, y se fueron.

Ella me miró dulcemente al salir. Él me lanzó una mirada terrible, expresando que no las tenía todas consigo; de cada renglón de su cara parecía salir una chispa de fuego indicándome que yo había herido la página más oculta y delicada de su corazón, la página o fibra de los celos.

Salieron, salí.

Entonces era yo el don Juan más célebre del mundo, era el terror de la humanidad casada y soltera. Relataros la serie de mis triunfos sería cosa de no acabar. Todos querían imitarme; imitaban mis ademanes, mis vestidos. Venían de lejanas tierras sólo para verme. El día en que pasó la aventura que os refiero era un día de verano, yo llevaba un chaleco blanco y unos guantes de color de fila, que estaban diciendo comedme.

Se pararon, me paré; entraron, esperé; subieron, pasé a la acera de enfrente.

En el balcón del quinto piso apareció una sombra: ¡es ella!, dije yo, muy ducho en tales lances.

Acerqueme, mire a lo alto, extendí una mano, abrí la boca para hablar, cuando de repente, ¡cielos misericordiosos! ¡cae sobre mí un diluvio!… ¿de qué? No quiero que este pastel quede, si tal cosa nombro, como quedaron mi chaleco y mis guantes.

Lleneme de ira: me habían puesto perdido. En un acceso de cólera, entro y subo rápidamente la escalera.

Al llegar al tercer piso, sentí que abrían la puerta del quinto. El marido apareció y descargó sobre mí con todas sus fuerzas un objeto que me descalabró: era un libro que pesaba sesenta libras. Después otro del mismo tamaño, después otro y otro; quise defenderme, hasta que al fin una Compilatio decretalium me remató: caí al suelo sin sentido.

Cuando volví en mí, me encontré en el carro de la basura.

Levanteme de aquel lecho de rosas, y me alejé como pude. Miré a la ventana: allí estaba mi verdugo en traje de mañana, vestido a la holandesa; sonrió maliciosamente y me hizo un saludo que me llenó de ira.

Mi aventura 1.003 había fracasado. Aquélla era la primera derrota que había sufrido en toda mi vida. Yo, el don Juan por excelencia, ¡el hombre ante cuya belleza, donaire, desenfado y osadía se habían rendido las más meticulosas divinidades de la tierra!… Era preciso tomar la revancha en la primera ocasión. La fortuna no tardó en presentármela.

Entonces, ¡ay!, yo vagaba alegremente por el mundo, visitaba los paseos, los teatros, las reuniones y también las iglesias.

Una noche, el azar, que era siempre mi guía, me había llevado a una novena: no quiero citar la iglesia, por no dar origen a sospechas peligrosas. Yo estaba oculto en una capilla, desde donde sin ser visto dominaba la concurrencia. Apoyada en una columna vi una sombra, una figura, una mujer. No pude ver su rostro, ni su cuerpo, ni su ademán, ni su talle, porque la cubrían unas grandes vestiduras negras desde la coronilla hasta las puntas de los pies. Yo colegí que era hermosísima, por esa facultad de adivinación que tenemos los don Juanes.

Concluyó el rezo; salió, salí; un joven la acompañaba, «¡su esposo!», dije para mí, algún matrimonio en la luna de miel.

Entraron, me paré y me puse a mirar los cangrejos y langostas que en un restaurante cercano se veían expuestos al público. Miré hacia arriba, ¡oh felicidad! Una mujer salía del balcón, alargaba la mano, me hacía señas… Cercioreme de que no tenía en la mano ningún ánfora de alcoba, como el maldito bibliómano, y me acerqué. Un papel bajó revoloteando como una mariposa hasta posarse en mi hombro. Leí: era una cita. ¡Oh fortuna!, ¡era preciso escalar un jardín, saltar tapias!, eso era lo que a mí me gustaba. Llegó la siguiente noche y acudí puntual. Salté la tapia y me hallé en el jardín.

Un tibio y azulado rayo de luna, penetrando por entre las ramas de los árboles, daba melancólica claridad al recinto y marcaba pinceladas y borrones de luz sobre todos los objetos.

Por entre las ramas vi venir una sombra blanca, vaporosa: sus pasos no se sentían, avanzaba de un modo misterioso, como si una suave brisa la empujara. Acercose a mí y me tomó de una mano; yo proferí las palabras más dulces de mi diccionario, y la seguí; entramos juntos en la casa. Ella andaba con lentitud y un poco encorvada hacia adelante. Así deben andar las dulces sombras que vagan por el Elíseo, así debía andar Dido cuando se presentó a los ojos de Eneas el Pío.

Entramos en una habitación oscura. Ella dio un suspiro que así de pronto me pareció un ronquido, articulado por unas fauces llenas de rapé. Sin embargo, aquel sonido debía salir de un seno inflamado con la más viva llama del amor. Yo me postré de rodillas, extendí mis brazos hacia ella… cuando de pronto un ruido espantoso de risas resonó detrás de mí; abriéronse puertas y entraron más de veinte personas, que empezaron a darme de palos y a reír como una cuadrilla de demonios burlones. El velo que cubría mi sombra cayó, y vi, ¡Dios de los cielos!, era una vieja de más de noventa años, una arpía arrugada, retorcida, seca como una momia, vestigio secular de una mujer antediluviana, de voz semejante al gruñido de un perro constipado; su nariz era un cuerno, su boca era una cueva de ladrones, sus ojos, dos grietas sin mirada y sin luz. Ella también se reía, ¡la maldita!, se reía como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera hecho el amor.

Los golpes de aquella gente me derribaron; entre mis azotadores estaban el bibliómano y su mujer, que parecían ser los autores de aquella trama.

Entre puntapiés, pellizcos, bastonazos y pescozones, me pusieron en la calle, en medio del arroyo, donde caí sin sentido, hasta que las matutinas escobas municipales me hicieron levantar. Tal fue la singular aventura del don Juan más célebre del universo. Siguieron otras por el estilo; y siempre tuve tan mala suerte, que constantemente paraba en los carros que recogen por las mañanas la inmundicia acumulada durante la noche. Un día me trajeron a este sitio, donde me tienen encerrado, diciendo que estoy loco. La sociedad ha tenido que aherrojarme como a una fiera asoladora; y en verdad, a dejarme suelto, yo la hubiera destruido.

Comentario de texto

 Contextualización

El texto que vamos a comentar, titulado  Don Juan, fue escrito por  Benito Pérez Galdós ( Gran Canaria 1843- Madrid 1921),  autor perteneciente al Realismo.Este movimiento literario, surgido en Francia, se desarrolló  en la segunda mitad del siglo XIX. En España  está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la revolución de 1868 y especialmente a  los 25 primeros años  de la Restauración borbónica ( 1874-1925) . 

El Realismo y el Naturalismo mantuvieron como principio fundamental de sus prácticas literarias   la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

 Autor y obras

Benito Pérez Galdós(Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) nació en el seno de una familia de la clase media, hijo de un militar. Recibió una educación rígida y religiosa, pero entró en contacto  muy joven  con el liberalismo, doctrina que guió los primeros pasos de su carrera política.
En 1867 se trasladó a Madrid para estudiar derecho, carrera que abandonó para dedicarse a la labor literaria. En 1870 apareció su primera novela, La sombra, de factura romántica, a la que siguió ese mismo año La fontana de oro.

Dos años más tarde,  Benito Pérez Galdós emprendió la redacción de los Episodios Nacionales. El éxito inmediato de la primera serie, que se inicia con la batalla de Trafalgar, lo empujó a continuar con la segunda, que acabó en 1879 con Un faccioso más y algunos frailes menos. En total, veinte novelas enlazadas por las aventuras folletinescas de su protagonista.

Durante este período también escribió novelas como Doña Perfecta (1876) o La familia de León Roch (1878), obra que cierra una etapa literaria señalada por el mismo autor, quien dividió su obra novelada entre «Novelas del primer período» y «Novelas contemporáneas». Este segundo grupo se inicia en 1881, con la publicación de La desheredada. Según confesión del propio escritor, con la lectura de La taberna, de Zola, descubrió el naturalismo, lo cual cambió la manière de sus novelas, que incorporarán a partir de entonces métodos propios del naturalismo, como es la observación científica de la realidad a través, sobre todo, del análisis psicológico, aunque matizado siempre por el sentido del humor.
Bajo esta nueva manière escribió alguna de sus obras más importantes, como Fortunata y Jacinta (1886-1887), Miau (1888) y Tristana (1892). Todas ellas forman un conjunto homogéneo en cuanto a identidad de personajes y recreación de un determinado ambiente: el Madrid de Isabel II y la Restauración.

En 1886, a petición del presidente del partido liberal, Sagasta, Benito Pérez Galdós fue nombrado diputado de Puerto Rico hasta 1890. También fue éste el momento en que se rompió su relación secreta con Emilia Pardo Bazán e inició una vida en común con una joven de condición modesta, con la que tuvo una hija.

Un año después, coincidiendo con la publicación de  Ángel Guerra, ingresó  en la Real Academia Española. Durante este período escribió algunas novelas más experimentales, en las que, en un intento extremo de realismo, utilizó íntegramente el diálogo, como Realidad (1892), La loca de la casa (1892) y El abuelo (1897), algunas de las cuales adaptó también para la escena. El éxito teatral más importante, sin embargo, lo obtuvo con la representación de Electra (1901), obra polémica que provocó numerosas manifestaciones y protestas por su contenido anticlerical.

Durante los últimos años de su vida se dedicó a la política; en la convocatoria electoral de 1907 fue elegido por la coalición republicano-socialista, cargo que le impidió, debido a la fuerte oposición de los sectores conservadores, obtener el Premio Nobel. Paralelamente a sus actividades políticas, problemas económicos le obligaron a partir de 1898 a continuar los Episodios Nacionales, de los que llegó a escribir tres series más.Murió en Madrid en 1921 ciego y arruinado, pero muy querido por el pueblo.



Argumento y trama del cuento

En este cuento se narran  dos aventuras amorosas de un tipo que se considera un don Juan. Para su correcta comprensión hay que tener en cuenta el tono paródico de todo el texto.

El protagonista se irá  describiendo a sí mismo con   los rasgos del  don Juan arquetípico: aventurero, amante del peligro, irresistible, conquistador de  hermosas mujeres, sacrílego, irreverente, rompedor des la normas sociales,  mundialmente famoso, envidia de todos los hombres... .En su aventura 1003  persigue a una mujer de perfecta belleza romántica,  que va  acompañada de su feo y tosco marido .Creyendo que a ésta  le interesa, la sigue a su casa. Debajo del balcón de la dama,  recibe el contenido escatológico de una jofaina  y después,  numerosos golpes con los libros que le arroja el marido bibliómano en la escalera. Acaba en el carro de la basura. En la siguiente aventura, en una iglesia,  percibe desde una capilla a una dama totalmente cubierta que él supone un hermosa mujer recién casada  Recibe de esta misteriosa mujer  un billete que resulta ser una cita nocturna. Acude a una casa con tapia y jardín y allí, en medio de la oscuridad, es conducido por la dama a una oscura habitación . Cuando está a punto de alcanzarla , se retira ésta los velos y descubre el don Juan  a una horripilante vieja al mismo tiempo que veinte bromistas irrumpen en la habitación y lo apalean. La  broma parece haberla organizado  el bibliómano y su mujer. A partir de ahí, va de fracaso en fracaso y de carro de basura en carro de basura. Al fin, lo encierran en un manicomio para evitar, dice él, que acabe destruyendo la sociedad con sus conquistas.


Estructura

La estructura del cuento sigue la estructura sumativa propia de obras teatrales com el Burlador  o el don Juan de Zorrilla. Se trata de una estructura itinerante de aventura en aventura  hasta que estas cesan en un desenlace. En el cuento, dada su poca extensión se nos narran dos, si bien se habla de 1003. 

a) Aventura primera:  

Descripción hiperbólica de la dama
Encuentro-  diálogo entre dama y marido
Descripción del marido
Persecución  de la pareja hasta su casa
Desenlace injurioso
Búsqueda de revancha en otra aventura

 b) Aventura  segunda

Escenario:  una iglesia
Objeto de  “caza”· Dama encubierta
Seguimiento de la dama encubierta y su marido
Cita misteriosa lanzada en un papelito desde el balcón
Llegada a la cita y recorrido desde el jardín hasta la habitación
Aparición de la vieja grotesca  y apaleamiento del don Juan por un grupo de gentes
Recogida  del donjuán  por el carromato de basura

c) Sucesión de aventuras no contadas.

d) Término del personaje en un manicomio.


Temas 

Este cuento de Galdós es una parodia o ridiculización de un personaje querido por el Romanticismo: el don Juan. El Realismo se dedicó a derribar los mitos creados por los románticos y no hay modo más demoledor que la parodia. Se trata de poner en evidencia la invalidez de los mitos románticos para la moderna sociedad de la segunda mitad del XIX.El donjuán no deja de ser un tipo chusco, desequilibrado, innecesario. Muestra el cuento también el rechazo de la sociedad burguesa a este tipo de seductor y todos sus presupuestos. Para la burguesía racional y acomodada este tipo novelesco no deja de ser un ser desclasado, un ser inferior, un loco, un pelele.  Pertenecen ya a la basura social y que solo sirven para una broma bufa o carnavalesca.


Narrador y personajes

El don Juan  está narrado en primera persona por el personaje- protagonista. El autor utiliza  un tono  paródico que contribuye al descrédito del narrador personaje. El narrador mismo de autodestruye con su estilo trasnochado y chusco. Recordemos que el tema fundamentalmente es la invalidez de los modelos literarios y sociales del  Romanticismo, su inadecuación a la realidad,  la subjetividad deformante de los románticos, La inutilidad y sinsentido de muchos ideales románticos. Ya no había lugar para este tipo de individuos en la sociedad urbana burguesa  de la Restauración.

El personaje se describe a sí mismo con los rasgos tópicos del don Juan: amante del riesgo, cuestionador de  las normas sociales, seductor infatigable e imbatible  de mujeres, buscador de pendencias, sacrílego e irreverente. Recordemos que una obra romántica  de inmenso éxito en España fue el Don Juan Tenorio de Zorrilla,  publicado en 1844. Este  es el  modelo atacado humorísticamente  por Galdós. El narrador personaje hace su autorretrato romántico, pero por medio del tono paródico el lector se va formando la descripción inversa:  el personaje narrador  es un tipo que acosa e incordia a las mujeres, un tipo del que se  burlan  mujeres y hombres,  un pobre tipo  que acaba siempre apaleado, un pelele insignificante  que se cree el centro del  mundo, un tipo inútil arrojado al cubo de basura y un loco muy chusco.

Los realistas llevaron a cabo una desmitificación de muchos de los personajes del Romanticismo. La figura del Don Juan fue desmitificada, por ejemplo, por Leopoldo Alas Clarín en La Regenta, en el personaje de Don Álvaro, el don Juan de Vetusta. La  mujer soñadora del Romanticismo se convierte en Madame Bovary,  una pequeña burguesa que se cree que los hombres de las novelas románticas existen fuera de ellas, hasta que aprende cómo es la cruda realidad.  Recordemos a Matilde, la protagonista  de El  Collar de Guy de Maupassant, también una romántica que debe  reconocer al final la  realidad y deshacerse completamente de sus ilusiones románticas.

Los  personajes secundarios son la dama gallega, que el narrador había descrito con todos los tópico románticos:
¡Cuánto me acuerdo de ella! Era alta, rubia, esbelta, de grandes y expresivos ojos, de majestuoso y agraciado andar, de celestial y picaresca sonrisa. Su nariz, terminada en una hermosa línea levemente encorvada, daba a su rostro una expresión de desdeñosa altivez, capaz de esclavizar medio mundo.(...). Su mirada no era definible; de sus ojos,(...) salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma.(...). Sus labios eran coral finísimo; su cuello, primoroso alabastro; sus manos, mármol delicado y flexible; sus cabellos, doradas hebras que las del mesmo sol escurecían. (...)

A esa descripción  que reúne todos los tópicos románticos , de pronto, la desmitifica con la parodia:

"Su pie era tan bello, que los adoquines parecían convertirse en flores cuando ella pasaba; (...)Su cuerpo era el centro de una infinidad de irradiaciones eléctricas, suficientes para dar alimento para un año al cable submarino.
La dama  ideal se hace de pronto real cuando abre la boca y dice con acento dialectal y  desea algo tan vulgar como un bocadito:
·-Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.”

Esa técnica de descripción de personajes la utiliza una y otra vez Galdós. También aparecen caracterizados por sus actos: aquí el protagonista y los personajes secundarios ( la dama gallega, su marido bibliómano, la vieja, los veinte  bromistas ) actúan con movimientos de guiñol, de actores de una farsa, de una pieza cómica. Las aventuras del don Juan no son sino bromas organizadas por burgueses que se divierten con escenas de empujones y apaleamientos a un pobre diablo.

“Entre puntapiés, pellizcos, bastonazos y pescozones, me pusieron en la calle, en medio del arroyo, donde caí sin sentido, hasta que las matutinas escobas municipales me hicieron levantar. Tal fue la singular aventura del don Juan más célebre del universo. “
“abriéronse puertas y entraron más de veinte personas, que empezaron a darme de palos y a reír como una cuadrilla de demonios burlones. El velo que cubría mi sombra cayó, y vi, ¡Dios de los cielos!, era una vieja de más de noventa años, una arpía arrugada, retorcida, seca como una momia, vestigio secular de una mujer antediluviana, de voz semejante al gruñido de un perro constipado; su nariz era un cuerno, su boca era una cueva de ladrones, sus ojos, dos grietas sin mirada y sin luz. Ella también se reía, ¡la maldita!, se reía como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera hecho el amor.”
Son personajes, lógicamente planos, representan tipos:  el  pobre tipo que se cree un seductor, la dama bromista, la vieja momificada etc.

Espacio y tiempo

La acción se desarrolla en espacios urbanos: las calles de Madrid en donde encuentra a su desconocida dama; el café del Siglo donde la dama quiere tomar "un bocau"; la casa  y el balcón  del quinto piso de la dama;  las escaleras del edificio; el carro de la basura;  una iglesia, una capilla; restaurante, un balcón, un jardín, una habitación oscura; el manicomio.

Los escenarios son los propios de la narrativa y la dramaturgia del  Romanticismo,  especialmente la casa con tapia que hay que saltar, el balcón, la iglesia y  la capilla: no hay aventura donjuanesca en que estén ausentes. El contraste lo introduce Galdós con el café del Siglo donde va a oír la voz de la idolatrada dama:  lo que expresa es un apetito del estómago y su voz más que de las regiones etéreas es marcadamente gallega. 
En cuanto al tiempo, transcurren unos dos días del verano. La segunda de las aventuras, como es canónico en el  Romanticismo, se desarrolla  en noche oscura donde nada es lo que parece y abundan las sorpresas; solo que aquí las sorpresas no son sobrenaturales ni sublimes sino burlescas.

El estilo

Galdós utiliza un lenguaje plagado de palabras tópicas de los románticos que quedan destruidas por otras de la vida  vulgar y corriente. Hará hablar al personaje con tiradas de adjetivos grandilocuentes, de comparaciones o metáforas hiperbólica, de exclamaciones, de toda la artillería de los poetas retóricos románticos:

"Su respiración era ardiente y fatigada, marcando con acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas el movimiento de la máquina sentimental, que andaba con una fuerza de caballos de buena raza inglesa. Su mirada no era definible; de sus ojos, medio cerrados por el sopor normal que la irradiación calurosa de su propia tez le producía, salían furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma..."

"No había oído su voz; de repente la oí. ¡Qué voz, Santo Dios!, parecía que hablaban todos los ángeles del cielo por boca de su boca. Parecía que vibraba con sonora melodía el lunar, corchea escrita en el pentagrama de su cara. "

Y frente a tanta sublimidad, la dama abre la boca y dije 

"Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.
-Angel mío -dijo su marido, que era el que la acompañaba-: aquí tenemos el café del Siglo, entra y tomaremos jamón en dulce."

En definitiva, un cuento que por su temática y su forma representa las característica de ese Realismo que se propuso derribar el anquilosamiento del estilo y los temas románticos.

sábado, 26 de mayo de 2018

COMENTARIO DE TEXTO: EL ENCAJE ROTO. EMILIA PARDO BAZÁN

TEXTO

Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.

No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.

Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...

Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... «

Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue logogrifo. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.

Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el «sí» no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia engalanada, minutos antes del escandalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran éstos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente.

A los tres años -cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie.

-Fue la cosa más tonta... De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las «pequeñeces» más pequeñas... Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó: y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; solo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús.

Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha.

Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alençón auténtico, de una tercia de ancho -una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.

En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.

Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás... Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel «no» brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia.... ¡para que lo oyesen todos!

-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?

-Lo repito: por su misma sencillez... No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...

«El Liberal», 19 septiembre 1897.



COMENTARIO DE TEXTO 
El encaje roto, de Emilia Pardo Bazán

 Contextualización

El texto que vamos a comentar,  El encaje roto, fue escrito por  Emilia Pardo Bazán, autora española perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Realismo  y  Naturalismo  se desarrollaron en España  en las últimas décadas del siglo XIX por  influencia especialmente  de la literatura francesa. Históricamente su triunfo  está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la Revolución de 1868. Este movimiento literario burgués  tomó la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad como fundamento de la actividad literaria.  Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

 La autora de  El encaje roto es  junto a  Benito Pérez  Galdós y Leopoldo Alas Clarín  una de las principales representantes del  Realismo y el Naturalismo en España.  Nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. Proveniente de una familia de la aristocracia gallega, su padre le proporcionó  una magnífica educación -cosa poco común entre las mujeres de la época- y  fomentó  en ella  el amor por la literatura. Pardo Bazán fue una extraordinaria lectora desde su infancia. También intervino desde muy joven en la vida literaria española. Además de su intensa  labor literaria (novelas, cuentos, teatro, crítica literaria, ensayos), publicó regularmente  artículos en los periódicos, participó en tertulias  y dio  numerosas conferencias. Por  una serie de artículos sobre el naturalismo francés, recopilados bajo el título de La  cuestión palpitante  se la considera la introductora de este movimiento en España. También es considerada  una de las primeras escritoras españolas que  luchó por los derechos de las mujeres. Entre sus novelas destacan La tribuna  (1883) y Los pazos de Ulloa  (1886). En los últimos años se han puesto en valor su faceta de cuentista por su calidad y por abordar de una manera muy moderna asuntos sociales sobre las mujeres, uno de los cuentos más comentados ha sido El encaje roto.

Argumento y estructura

Su cuento, El encaje roto, se centra en lo sucedido durante la  boda de Micaela Aránguiz  con  Bernardo de Meneses. La novia  dio en el altar un  no  rotundo a su prometido ante el desconcierto de éste y de los invitados.  Al plantón le siguieron   toda clase de murmuraciones sobre los motivos de Micaela. Pasados tres años,  una amiga  encontró  a la novia en un balneario y esta le confesó  la verdadera razón de su  no:  Meneses la había mirado con un   menosprecio y una ira  aterradores  cuando a Micaela se le había rasgado  el  encaje que portaba, una  prenda que había pertenecido a la   familia Meneses y que este  le había regalado a su prometida. En ese gesto se le había revelado a Micaela el carácter oculto de su futuro marido,  el de un ser dominante y violento  con el que no quería compartir el resto de su vida.

 En la estructura de este cuento se distinguen dos partes: la primera, la de la boda misma que no se consuma por el no de la novia;  y la segunda,  la del encuentro de Micaela  con la amiga en el que se revela el motivo de la ruptura.

 Temas

El tema fundamental  es la  necesidad vital  de conocer  la realidad  para decidir libremente,  la necesidad de saber  cómo son realmente los individuos y actuar en función de ello. Micaela Aránguiz había  intentado conocer a su prometido antes de la boda. Para ella el misterio no constituía ningún aliciente, sino un inconveniente. Se había  conducido  en su noviazgo con un espíritu  realista:  “se documentó”, experimentó ( lo sometió a varias pruebas) y lo observó en la medida de lo posible, pero las convenciones sociales, las limitaciones impuestas a las mujeres, la hipocresía propia del noviazgo le habían impedido llegar a la verdad. Para el realista, la tarea de los individuos es buscar la verdad que se esconde bajo la superficie, bajo el barniz público y que solo un buen observador de los detalles significativos puede descubrir .  Dice Micaela: “Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter;  algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha “. No se trata aquí de una ruptura con las normas  al modo romántico: son  la razón y el conocimiento  los que llevan a Micaela a tomar esa decisión tan poco convencional. Es decir, a su sentimiento (estaba enamorada de Meneses) se impone  su razonamiento. Podrían haber pesado en el ánimo de la protagonista  los intereses materiales  y familiares que estaban en  la base  de su matrimonio burgués, pero Micaela antepone  otro tipo de bienestar.

 Intencionalidad

 Asimismo,  en la acción de Micaela  se está proponiendo un nuevo modelo de relación hombre-mujer más sincera,  más abierta, más realista. No olvidemos que muchos escritores del Realismo eran  socialmente reformistas: reflejaban la realidad como era, pero también deseaban que algunos aspectos de esa realidad fuese cambiando. En el caso de Pardo Bazán , recordemos  su defensa de la  valía e independencia  intelectual de las mujeres.

 Personajes  y tipo de narrador

 En cuanto a los personajes, como se desprende de lo ya dicho, pertenecen a la alta burguesía, tal  vez  a la  aristocracia.  La minuciosa descripción de  los invitados  no deja lugar a dudas sobre la riqueza de los contrayentes así como la información que se nos da sobre el valor del encaje o la herencia que recibirá Micaelita de un tío riquísimo de Valencia. La pareja parecía reunir todos las características que la burguesía de la época tenía por requisitos: riqueza material, buena posición  social  y enamoramiento al menos formal.  Se sugiere que Bernardo era de familia de  viejo abolengo y Micaelita pone más dinero.
  La protagonista, Micaela Aránguiz, se nos muestra como una novia ilusionada, enamorada, radiante, pero siempre con la razón alerta. No es la muchacha crédula y confiada de la novela romántica, sus sentimientos son comedidos y revisables. Su rasgo fundamental es su independencia de juicio,  su valor ante las críticas , su capacidad de observación, la confianza en su propia razón, la claridad con que sabe lo que busca en la vida. El cuento es muy breve, pero podemos hablar de personaje redondo, que evoluciona. A Micaela la conocemos por las descripciones que hace de ella la narradora testigo y por  el diálogo que mantiene en la segunda parte con su amiga.
La imagen de Bernardo de Meneses se la va haciendo el lector a partir de la información dada por la narradora testigo , por las palabras de Micaela Aránguiz y  por la opiniones que está recabó   de otros ( decían algunos que era violento). Obsérvese que no contamos con el punto de vista de Bernardo de Meneses. De lo dicho por  la narradora y  por la protagonista deducimos que es un  hombre orgulloso de sus antepasados y de su clase social  y que bajo una apariencia de educación exquisita esconde un carácter violento y dominante .
El tercer personaje es la propia narradora testigo en primera `persona  , es decir, una narradora que apenas tiene influencia en los hechos  y que sabe solo de estos  por su observación y su indagación. A este personaje narrador lo caracterizan su ironía,  su curiosidad,  su capacidad de observación y  su deseo de conocer las verdaderas motivaciones de las acciones de los demás. Comparte rasgos con la protagonista y seguramente con la autora de la narración. Los invitados  o el obispo que describe la narradora son personajes  episódicos necesarios para crear el ambiente social  y el contraste  entre lo que se espera que suceda y lo que sucede.

Marco: espacio y tiempo

 La acción se desarrolla en dos espacios: el salón de la casa de Micaela Aránguiz donde están los invitados  y a cuyo fondo hay un oratorio,  y el balneario en el que la narradora se encuentra con la protagonista. Este último es un lugar de ocio o vacaciones  que se puso de moda  en la segunda mitad del siglo XIX. Uno y otro espacio son microcosmos  de la  alta burguesía. En cuanto al tiempo histórico, la acción está situada en la misma época en que vivió la autora y en  que escribió el cuento: finales del siglo XIX.
El tiempo interno se distribuye en tres partes: el tiempo previo a la ceremonia y la ceremonia misma que se nos dan  como un ejercicio de imaginación de la narradora testigo. Se trata de unos largos  minutos. Tras el  no de Micaela transcurren tres años en los que se han ido apagando las murmuraciones. El encuentro entre Micaela y su amiga también se desarrolla en unos minutos.

 Estilo

 Por último, el estilo de la narración tiene todas las características propias de los textos realistas. Sencillez, sobriedad, búsqueda de la exactitud  y adecuación de la forma de hablar de los personajes a la clase social a la que pertenecen y a la situación comunicativa en la que se encuentran( por ejemplo la  conversación íntima de Micaelita y la narradora según las normas sociales de la época). Pese a su poca extensión son destacables las minuciosas descripciones que hace la narradora de los invitados o de la novia:

 “Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería…”

 Conclusión

En conclusión, este cuento reúne las características generales del movimiento realista; en el trazo de los personajes y en la elección de los rasgos de la protagonista es indudable la novedad que ofrece esta narración  en España, ya que lleva explícita una defensa de la inteligencia, de la razón y de la libertad de las mujeres.



Etiquetas: Comentario de textos literarios

domingo, 1 de abril de 2018

DE INVIERNO, DE RUBÉN DARÍO, COMENTARIO DE TEXTO COMPLETO





                  
 DE INVIERNO

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos, mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

                                                                                      (Azul  de Rubén Darío.)






CONTEXTUALIZACIÓN AMPLIA

     El  poema que vamos a comentar, del nicaragüense  Rubén Darío (1867-1916), se inscribe en el Modernismo, un movimiento  cuya manifestación literaria en castellano, fundamentalmente lírica, se originó en Hispanoamérica por influencia de la cultura francesa. Es un movimiento finisecular que se enmarca, para la literatura en castellano, entre 1888, año de publicación de “Azul”  y 1916, año de la muerte  de Darío. Hay críticos  que proponen la  Segunda Guerra Mundial como punto final del Modernismo a nivel europeo.

     Este  arte supone una respuesta evasiva y esteticista a su contexto histórico, marcado en Europa por  el  desarrollo acelerado  de la sociedad capitalista  con  sus numerosas  crisis  económicas, sociales y políticas. Citemos como referentes  de la época, La  Exposición Universal de París en 1900 ,- verdadera exhibición del  poder tecnológico  y económico   del Capitalismo-  y la  Gran Guerra de 1914, fruto de sus terribles contradicciones.

     En España, las crisis se enmarcan en la Restauración borbónica,  especialmente  en el reinado de Alfonso XIII,  (1885-1931) cuando  se presentan las tensiones  de una industrialización  parcial y tardía en un país de estructuras agrarias paupérrimas, dominado por el caciquismo y  que además ha perdido sus últimas colonias ( Cuba, Puerto  Rico, Filipinas) .Este último  acontecimiento dio nombre, precisamente, a  la Generación del 98 ,contemporánea en España  a la de los modernistas y con la que tiene algunos puntos en común.

      En Hispanoamerica, donde la industrialización apenas había  comenzado, se inicia un periodo en que  sus países se convierten  en  exportadores  de materias primas .Las élites hispanoamericanas, enriquecidas por este comercio, se convierten en importadoras  de manufacturas de lujo  europeas, norteamericanas o de otras partes del mundos. Rubén Darío  sentía una verdadera fascinación por estas mercancías  de lujo (recuérdese el “ Art Nouveau”)  obviando  que la estructura socioeconómica que permitía su producción y  consumo  era  la misma que producía los objetos vulgares, mediocres, repetidos,  que detestaba .

Al rechazo  de la burguesía por parte de los modernistas   se une  el rechazo a su correlato literario: el realismo y el naturalismo. Los modernistas rechazan ambos, burguesía y realismo, por su vulgaridad y su mediocridad   Ya no creen los  artistas  que la razón y  la ciencia burguesas  sirvan de  base al  arte. Rechazan que  en sus obras puedan  o deban reflejar el mundo vulgar  en el que  les ha tocado vivir. Por lo demás, los poetas sufrirán especialmente la marginación en una sociedad  donde lo que no rinde beneficios económicos se ve  depreciado/despreciado   por el Capitalismo. Los poetas se rebelan y se refugian  en el concepto de · “El arte por el arte”, en tu torre de marfil , en el aristocratismo artístico ( rechazan tanto al burgués como al proletario)  en la bohemia como forma de vida superior. En todo caso, coquetearán con el llamado lumpemproletariado.

    El rechazo del realismo burgués ya se había iniciado en Francia con dos movimientos literarios, el Parnasianismo ( Teófilo de Gautier, Leconte de Lisle )  y el Simbolismo (Rimbaud, Verlaine y Mallarmé). En esta tendencia fue indiscutible el magisterio de Charles Baudelaire y su obra “ Las flores del mal”. Rubén Darío, que  como diplomático y periodista vivió varios años en Europa ( París y Madrid)  está fuertemente influidos por estos poetas. Panarsianismo y simbolismo conectan, por lo demás, con  la literatura romántica, lo cual no es extraño si tenemos en cuenta que    el Romanticismo también acabaría siendo  un movimiento de evasión de la realidad  después de que la burguesía triunfante de la Revolución Francesa, y de la Revolución de 1830 ,abandonara sus exaltados ideales políticos y sentimentales por una exhibición  descarnada de sus verdaderos intereses económicos y sociales.

     Con “Azul”, libro al que pertenece el poema que comentaremos,  inició Darío, como ya hemos dicho,  el Modernismo en la literatura en castellano. Su segunda obra,  en la que lo perfecciona, “Prosas profanas” apareció en 1896. Sin embargo, en “Cantos de vida y esperanza” de 1905, Darío dio un nuevo giro a su poesía, abandonando el preciosismo formal anterior y dando  paso a una poesía más reflexiva, de preocupaciones existenciales . Su magisterio fue grande en la literatura española del momento. Recuérdese su influencia en Juan Ramón Jiménez ( “Ninfeas” y “ Almas de violeta”), en Antonio Machado (“ Soledades, galerías y otros poemas”), en Manuel Machado ( “Alma”) o en Ramón del Valle-inclán ( “Sonatas”  “Aromas de leyenda”).


Pasemos ya al texto.

 RESUMEN  Y TEMÁTICA

     El contenido de este texto del género lírico puede resumirse así:
En invierno, Carolina se protege del frío con un abrigo de  marta y el fuego de una chimenea, mientras se arrebuja en un sillón. En ese ambiente, todo es refinado y caro: la ropa de Carolina, el gato, los jarrones, etc. Mientras que ella se adormece, llega su amante, que la despierta con un beso. Fuera, nieva en París.
                                   
    Este soneto de Rubén Darío concentra muchos de los temas del modernismo que evidentemente se interrelacionan entre sí:

EL erotismo,  la sensualidad o  el placer en ambientes  refinados  y exóticos
La languidez, el sueño, la ensoñación
La pasividad y la belleza de la mujer como objeto erótico a contemplar (Cosificación de la mujer que es  el objeto más bello entre los objetos bellos)
La belleza y el refinamiento materiales como símbolo de la belleza y refinamiento interiores
El anhelo de huida de la realidad gris, dolorosa y mediocre hacia un mundo ideal
Rechazo del utilitarismo burgués
El gusto por lo aristocrático y elitista
La creación de paraísos donde no existen las preocupaciones vulgares
El cosmopolitismo

Véamos cómo se interrelacionan estos temas . El tema  que engloba  a todos los demás es la descripción del ambiente cálido y lujoso en que una mujer de gustos refinados  aguarda a su amante.

El texto muestra , por tanto,  uno de los temas preferidos del Modernismo. Una mujer, hermosa (“su rostro rosado... como una rosa roja que fuera flor de lis”) y ajena a las preocupaciones de la vida ( evasión  de la realidad), dispuesta a recibir con alegría a su amante (“su rostro... halagüeño”,  “su mirar risueño”), espera en un ambiente donde todo está consagrado al placer( ( sensualismo).  Los objetos que hay en el salón son ornamentales (“jarras”, “biombo”) ;si tienen alguna utilidad, esa utilidad queda oculta por la belleza, (el arte por el arte) de modo que del abrigo se destaca su calidad (“de marta cibelina”), del fuego, su luz y no su calor (“del fuego que brilla”) y de la falda, su origen (“de Alençón”). La belleza se acrecienta por la rareza de esos mismos objetos( lujo y exotismo). En cada elemento, se resaltan varios rasgos que por sí mismo ya lo convertirían en algo extraordinario ( Rechazo de la mediocridad). Los objetos son hermosos no sólo por ser decorativos, además lo son por su composición (“porcelana”, “seda”) y su procedencia (“China”, “Japón”). No basta que el gato sea de angora, también ha de ser “fino” y “blanco”. Hay un interés en destacar, con esta acumulación de rasgos, que la exquisitez del ambiente es única, la mayor que se puede alcanzar.

¿Por qué esta necesidad de crear un escenario tan poco común?  Porque el poeta no aspira simplemente a describir un espacio. El salón es el reflejo de la mujer ( la  mujer como objeto bello ,  aristocrático, exótico -cosificación ); la delicadeza del gato reposando en la falda es la de Carolina poseída por un “dulce sueño”; el brillo del fuego es el del rostro “rosado”; el exotismo de las jarras y el biombo es tan poco vulgar como la aristocracia del rostro de Carolina (“que fuera flor de lis”: la flor de lis es el símbolo de la casa real de Francia). En la mujer y en el salón, el poeta está recreando un mundo de ensueño, de perfección. La misma actitud de la mujer produce esa sensación de hallarse en un paraíso alejado de las necesidades comunes: “descansa”, mientras la “invade un dulce sueño”, “apelotonada” y “envuelta” como si se recogiera sobre sí misma para que nada perturbe su paz. La primera persona del poema (“entro”, “dejo mi abrigo”) muestra al poeta entrando en un mundo ideal, donde la realidad, simbolizada por la nieve que cae fuera, no tiene cabida.
Al dejar el abrigo, el poeta se está desprendiendo del vínculo con   la realidad: ya no lo necesita en ese mundo ajeno al dolor, representado por el frío de la calle. El poema refleja ese anhelo de huir de la realidad que los modernistas tomaron de los parnasianos; aquí están los medios para llevar a cabo esa huida: el erotismo (Carolina y su lánguida espera), el lujo (el abrigo “de marta cibelina”, “el fino angora blanco”, “las jarras de porcelana”, “el biombo de seda”), el exotismo (“China”, “Japón”) y el cosmopolitismo (la referencia a París, patria espiritual de los modernistas).


 ESTRUCTURA. INTERNA

El texto se puede dividir en dos partes:

La primera está constituida por los dos serventesios (versos 1-8): esta parte se inicia con la fijación del tiempo en que transcurre la escena del poema, “en invernales horas”, y la invitación del  yo poético  a lector interno ( receptor ficticio) a contemplarla, “mirad”.  El yo poético  utiliza ese verbo porque esta primera parte es la descripción  de un salón y de la mujer que en él está; su intención es mostrar el refugio que ofrece ese ambiente acogedor contra las “invernales horas” del exterior.

La  segunda parte la constituyen los dos tercetos encadenados (versos 9-14): en ella se narra la llegada del amante; el verbo “entro” sugiere que lo descrito en la primera parte es lo que él contemplaba desde la puerta del salón, y la acción de “dejo mi abrigo” indica que viene de la calle. Él es quien aprecia ese contraste entre el tiempo helado de París y el calor del salón.

ESTRUCTURA EXTERNA

     El poema de Rubén Darío constituye una de las composiciones habituales del Modernismo: un soneto  en versos alejandrinos, imitando el metro francés en lugar de utilizar el endecasílabo clásico español, y con dos serventesios, estrofas menos habituales en el soneto que los cuartetos.
     Los modernistas buscan  con esta innovación obtener un ritmo más majestuoso, que permita reforzar la musicalidad del verso: un ejemplo es la armonía constante del acento en las sílabas 6ª, 8ª y 13ª de  cada verso y el empleo de la rima aguda, más sonora que la llana, en la mitad de los versos del poema.

LENGUAJE Y ESTILO

     Rubén Darío consigue transmitir el  goce de  los sentidos ( vista, oído, tacto), el realce de la belleza   femenina y la construcción de un refugio contra la mediocre y dura realidad con un uso  genial de los recursos retóricos.
Como en otros poemas de este autor,  el gusto por la musicalidad se revela en la aliteración. Esta figura se emplea sobre todo en los versos dedicados a Carolina: en el primero, la aliteración de la “r simple” (“En invernales horas, mirad a Carolina”) concentra la atención en el nombre de la protagonista; en los versos 11º y 12º, la aliteración de la “r” hace sobresalir la belleza de la cara (“voy a besar su rostro, rosado y halagüeño/ como una rosa roja que fuera flor de lis”); en el 13º, la aliteración de la “m” y de la “r”(“mírame con su mirar risueño”, unida al políptoton  (“mírame...mirar”), muestra la suavidad del despertar, como si se insinuara que ni la nueva presencia puede romper, con una sorpresa brusca o una alegría repentina, la armonía de la habitación.

     Las calidades de los ambientes, el exterior y el interior, se destacan mediante los hipérbatos: en el primer verso y en el último, se adelanta el complemento circunstancial de tiempo (“en invernales horas”, “y en tanto”) y se marca la simultaneidad de las dos ambientes opuestos, el frío del exterior y el cálido del interior; en el verso 2º y en el 9º (“Medio apelotonada, descansa en el sillón”, “Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño”), el complemento circunstancial de modo muestra, antes que ninguna otra cosa, la placidez que rodea a Carolina.

En esa placidez se insiste con  un sema común  de adjetivos (“fino”, “blanco”, “sutiles”, “dulce”, “gris”, “rosado”, “risueño”), verbos (“descansa”, “se reclina”, “rozando”) y de los  sustantivos (“porcelana”, “seda”, “filtros”, “sueño”, “flor de lis”), puesto que todos ellos llevan implícita la idea de delicadeza. Es lógico que el amante entre “sin hacer ruido”.  En realidad la red de campos semánticos y de campos asociativos está muy bien trabada:  los objetos  de lujo  (“la porcelana  de China”, el angora”,” la marta cibelina”, “el biombo de seda “) apelan tanto al placer visual como al táctil .El angora y la marta cibelina, además, al calor frente al frío exterior, como lo hace “ el fuego  que brilla  en el salón”. La blancura del gato y la blancura ( flor de lis) de Carolina, ambos símbolo de pureza, de sensualidad y aristocratismo entran en antítesis con el color “ sucio” del gris: el color del abrigo  burgués del amante, que va allí a quitárselo.


Este relajamiento gozoso  y  la atmósfera sensual y aristocrática  también se enfatiza con:

-el paralelismo entre los versos 3º - 4º y 6º - 7º (“envuelta con su abrigo de marta cibelina/ y no lejos del fuego que brilla en el salón” y “rozando con su hocico la falda de Alençón,/no lejos de las jarras de porcelana china”: la estructura de los versos 3º y 6º es verbo + complemento + complemento; la de los versos 4º y 7º es complemento c. de lugar + complemento del adverbio + adyacente o complemento del nombre);
-la enumeración de acciones pasivas con que se describe la actitud de Carolina (“Medio apelotonada, (...)/envuelta con su abrigo de marta cibelina/ y no lejos del fuego que brilla en el salón”) y del gato (“... junto a ella se reclina, rozando con su hocico la falda de Alençón,/no lejos de las jarras de porcelana china”);
-la anteposición de adjetivos: “sutiles filtros”, “dulces sueños”.
-la metáfora (“con sutiles filtros”: los filtros son bebidas destinadas a generar encantamientos) y la personificación (“la invade un dulce sueño”) con que se representa el adormecimiento de Carolina.
La belleza de Carolina se describe mediante un símil (“como una rosa roja”) que a su vez encierra una metáfora (“que fuera flor de lis”), con esa insistencia constante en el poema por recrear un mundo donde la belleza se da en toda su pureza.
El pleonasmo del último verso (“cae la nieve del cielo”) parece mostrar la vastedad del frío exterior (del dolor, si interpretamos el poema desde una perspectiva simbólica), en contraste con el pequeño (se repite dos veces “no lejos”) y cálido refugio del salón.

En conclusión, es este soneto de Darío, una muestra logradísima de los postulados del Modernismo y del genio del poeta.





viernes, 19 de enero de 2018

EL COLLAR, DE GUY DE MAUPASSANT - COMENTARIO DE TEXTO





El collar

Guy de Maupassant

Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.
No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras.
Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación.
La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.
No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!
Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación.
Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre.
-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
“El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio.”
En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!… Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?
No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució:
-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito…
Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.
El hombre murmuró:
-¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede?
Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas:
-Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.
Él estaba desolado, y dijo:
-Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito?
Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo.
Respondió, al fin, titubeando:
-No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.
El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos.
Dijo, no obstante:
-Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio.
El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
-¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días.
Y ella respondió:
-Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile.
-Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.
Ella no quería convencerse.
-No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas.
Pero su marido exclamó:
-¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad.
La mujer dejó escapar un grito de alegría.
-Tienes razón, no había pensado en ello.
Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro.
La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:
-Escoge, querida.
Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar:
-¿No tienes ninguna otra?
-Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría.
De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado.
Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen.
Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:
-¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya.
-Sí, mujer.
Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro.
Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura.
Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer.
Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho.
Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.
Loisel la retuvo diciendo:
-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche.
Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.
Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos.
Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día.
Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.
La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito.
Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó:
-¿Qué tienes?
Ella se volvió hacia él, acongojada.
-Tengo…, tengo… -balbució – que no encuentro el collar de la señora de Forestier.
Él se irguió, sobrecogido:
-¿Eh?… ¿cómo? ¡No es posible!
Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron.
Él preguntaba:
-¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile?
-Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio.
-Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer.
-Debe estar en el coche.
-Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía?
-No. Y tú, ¿no lo miraste?
-No.
Se contemplaron aterrados. Loisel se vistió por fin.
-Voy -dijo- a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro.
Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida.
Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada.
Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza.
Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre.
Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada.
-Es menester -dijo- que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo.
Ella escribió lo que su marido le decía.
Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza.
Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó:
-Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante.
Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior.
El comerciante, después de consultar sus libros, respondió:
-Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente.
Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos.
Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil.
Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero.
Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto.
Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos.
Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente:
-Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado.
No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?
La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían… Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla.
Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo.
Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo.
El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja.
Y vivieron así diez años.
Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias.
La señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada.
¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse!
Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano.
Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha.
Se puso frente a ella y dijo:
-Buenos días, Juana.
La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució:
-Pero…, ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de confundirse…
-No. Soy Matilde Loisel.
Su amiga lanzó un grito de sorpresa.
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás! …
-¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias…. todo por ti…
-¿Por mí? ¿Cómo es eso?
-¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
-¡Sí, pero…
-Pues bien: lo perdí…
-¡Cómo! ¡Si me lo devolviste!
-Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.
La señora de Forestier se había detenido.
-¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío?
-Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos.
Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, le cogió ambas manos:
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!… ¡Valía quinientos francos a lo sumo!…
FIN

“La parure”, 1884



COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS  

EL COLLAR
 GUY DE MAUPASSANT

Contextualización

    El texto que vamos a comentar, titulado El collar, fue escrito por Guy de Maupassant, autor francés perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Este movimiento literario se desarrolló en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la revolución de 1848 en Francia. El Realismo y el Naturalismo  mantuvieron como principio fundamental   la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

    Guy de Maupassant nació en Dieppe en 1850. Hijo de pequeños aristócratas,  estudió Derecho, pero se dedicó sobre todo al periodismo. Fue amigo y protegido del gran escritor realista Gustave Flaubert, por consejo del cual abandonó su trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública para dedicarse a la literatura. Murió en París en 1893.

    Aunque escribió seis novelas (la más notable Bel ami)  e hizo incursiones en otros géneros          (poesía, teatro, libros de viajes)  destaca en la historia de la literatura por la calidad de sus cuentos  ((más de 300) muchos de ellos basados en noticias periodísticas. Sobresalen  el primero que publicó, Bola de sebo”,   La Casa Tellier,  Mademoiselle Fifi,  El Horla   y  El collar,  que es precisamente el que vamos a analizar.

Argumento y estructura

    La narración  de El collar se centra  en Matilde  una joven hermosa, de clase media baja, que siempre había  soñado y seguía soñando  con  pertenecer a  la alta sociedad,  pero  tuvo que casarse con un modesto empleado público. Un día su marido es invitado a una fiesta en el Ministerio,  fiesta  a la que acude con un vestido  que  éste le  regala generosamente y un  collar valioso que le ha prestado una amiga rica. Matilde pierde el collar  y la pareja se  endeuda  onerosamente para  comprar uno idéntico. Tras diez años de durísimos trabajos y privaciones saldan sus deudas. Poco después, Matilde, en un encuentro fortuito con su amiga rica, descubre que el collar que ésta  le prestó era falso.

Narrador

    El relato  está narrado en tercera persona, por un narrador externo, omnisciente pues su conocimiento de los acontecimientos, de los pensamientos y  de los sentimientos de los personajes es total : “Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.” El narrador omnisciente es el más utilizado  por los escritores realistas. Esta preferencia  se basa en una visión optimista  sobre el conocimiento humano, visión que comparte con la ciencia del momento : el hombre puede llegar a conocer toda la realidad y representarla tal y como es.
Maupassant mantiene un narrador  externo,  objetivo y omnisciente  en la mayor parte del relato, solo en  una ocasión se permite una digresión “filosófica”: “porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia.”
La voz del narrador se intercala, en ocasiones, con la voz del personaje, técnica explorada por Gustave Flaubert con maestría  y que recibe el nombre de estilo indirecto libre. Véamos un ejemplo en este cuento: “No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?” .

Temática

     El tema principal del cuento se nos descubre en su final: el fracaso no solo de las aspiración al ascenso social y material sino el fracaso de los principios morales que hipócritamente defendía la alta burguesía:  el trabajo, el esfuerzo, la honradez, la verdad. La protagonista sufre un  doble espejismo, el segundo más duro aún que el primero : de nada le sirve fingir que es rica por una horas, de nada le sirve ser trabajadora y honrada por 10 años.
Se dan en el cuento numerosos temas secundarios: la identidad por el trabajo , presente  en el marido de Matilde,  la búsqueda del éxito individual , común a los tres personajes,  las desigualdades sociales y los sentimientos que estas provocan( la envidia de Matilde hacia su amiga), la crítica al romanticismo (  muy presente en esa escena en que el marido disfruta de la sopa y Matilde fantasea con  un gran banquete aristocrático y exótico). En definitiva ,  los temas, incluso los psicológicos, ( envidia, sueños, tristeza, alegría) , están ligados a lo social y a lo económico, simplificando mucho, al dinero. Es este un rasgo  recurrente en la narrativa realista.

Personajes

    Siendo el cuento una subgénero narrativo de poca extensión,  es lógico que no presente una numerosa galería de personajes. En este hay una protagonista, Matilde,  y  dos personajes secundarios: el marido, y la amiga rica ( casi antagonista). Los demás personajes son fugaces o episódicos la criada,  el ministro, el joyero, los asistentes al baile...  Los personajes episódico o fugaces crean el ambiente social del cuento además de tener funciones que permiten los sucesos determinantes ( el ministro da una invitación al marido).
La protagonista,  pese a la brevedad del cuento, evoluciona, se transforma en la narración: es un personaje redondo. Mediante las descripciones, pero, especialmente,  mediante los diálogos, la protagonista se nos presenta como un personaje construyéndose:  egoísta, superficial, hermosa, convencional  y romántica se va haciendo  vieja, fea,  responsable ,  orgullosa, luchadora,  realista y  al fin, un ser decepcionado y humillado. El marido persiste  en los mismo valores que presentaba al principio, es un personaje plano. De la amiga rica sabemos por las palabras y pensamientos de Matilde, pero especialmente por el descubrimiento del final del cuento. Este personaje  es muy sugerente.
Como se ve, Matilde y su marido son personajes tomados del mundo cotidiano y contemporáneo del autor: empleados de clase media baja. Su vida vulgar se compone de preocupaciones vulgares ( la casa, el trabajo, el vestido, la cena,  la invitación a una fiesta, los ahorros, los deseos de mejorar socialmente, el pago de deudas). Nada de las grandes pasiones y escenarios, de los grandes ideales del periodo romántico.

Espacio y tiempo

    Los personajes están situados en un espacio urbano, que forma parte de su vida cotidiana y es descrito con mucho detalle, haciendo referencia a los objetos que hay en él ( la casa de Matilde) . En contraposición a  la casa real , está la casa imaginada,  la de los sueños de Matilde ( lugar romántico, rico y exótico) Aparecen también las calles de París, el paseo al lado del Sena, el parque, el Ministerio, las joyerías…

    La acción transcurre en un tiempo histórico más o menos contemporáneo al escritor: el París de finales del siglo XIX. Situar la acción en su propia época era propio del Realismo.
Hay tres tramos temporales en el cuento: los días que transcurren desde la invitación hasta  la pérdida del collar y la restitución por otro comprado; los 10 años estupendamente resumidos en los que la pareja trabaja duramente para pagar sus deudas y, por último, el momento del encuentro entre Matilda y su amiga rica.

Estilo

    En cuanto al lenguaje y el estilo, este cuento de Maupassant se atiene con rigor  a los postulados realistas: sencillez, sobriedad, reproducción del lenguaje propio de cada personaje según su clase social, su psicología, y el contexto en el que habla. Esto se ve bien en los ágiles diálogos entre marido y mujer:



“-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?”
    Como ya hemos visto ,el narrador nos da también  descripciones detalladas de lugares  , con un vocabulario seleccionado con precisión:
“pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.”
    Se puede concluir que el  texto de Maupassant es una brillante  muestra del Realismo  en todos los elementos narrativos: temas, personajes, tiempo, lugar , estilo… Por ello,  no es de extrañar su éxito en la época de  Guy De Maupassant  y su pervivencia en la nuestra.