lunes, 30 de julio de 2018

EL DOLOR DE LOS DEMÁS, DE MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ



No hay peor sensación al terminar la lectura de un novela  que la de haber perdido el tiempo;  en realidad, antes de la página 30 ya sabía que la novela era mala y que seguir leyéndola no era sino darle oportunidades inútiles. "El dolor de los demás" de Miguel Ángel Hernández es de la peores novelas que he leído en los últimos años. La novela se inscribe en la autoficción; el protagonista narrador, el propio Miguel Ángel,   se propone entender al autor de un  crimen real:  su amigo de la adolescencia, Nicolás, que había asesinado a su propia hermana, Rosi. La novela cuenta  intercaladamente  cómo se va haciendo la novela y cómo realiza   una investigación que le lleva al autor a los lugares de su   infancia y adolescencia; la novela se convierte, por tanto,  en una reflexión sobre su pasado y su presente . Solo mencionaré algunos de los defectos de este novelón de 307.

La novela carece por completo del sentido del ritmo y de clímax parciales.  El narrador hace numerosas trampas anunciado o prometiendo al lector  momentos álgidos, significativos, climáticos, que nunca llegan. En los encuentros que harían avanzar la acción  y crear  un atmósfera de tensión  nos encontramos con conversaciones triviales  que  repiten los tópicos sobre el crimen que ya estaban presentes  en las primera páginas de la novela. La técnica de la repetición, lejos de crear la sensación de la angustia por aquello que sigue oculto, lleva al aburrimiento.

El narrador repite que no sabe si,  en el fondo, quiere conocer  lo que ocurrió aquella Nochevieja de 1995 y por qué ocurrió ; tan poca curiosidad del narrador exaspera al lector, que acaba  no sintiendo  tampoco verdadera curiosidad ni por Nicolás, ni por sus motivaciones, ni por la flojera del autor,  siempre interrumpido por proyectos profesionales más interesantes que el de escribir esta novela.  El narrador no  es capaz  de plantearse   una explicación sobre el crimen alternativa a la oficial,   dando por buena la que dio la guardia civil, el juez y la rumorología.  Un acatamiento realmente extraño y que solo puede entenderse como un acatamiento a la autoridad sobre la interpretación institucional de la realidad. Es más, pasa de refilón por  la explicación de la relación incestuosa entre Nicolás y  Rosi . Ningún investigador pasaría por alto  este dato, menos un escritor. Al narrador esto parece asustarlo y es incapaz de tirar de ese hilo. No se sí es un autor que ideológicamente no está  preparado para tales sordideces pese a que pertenezcan a la realidad. Al final, no es capaz de pasar de  una imagen superficial del amigo adolescente.

El narrador plantea en algún momento que quizá este interés por Nicolás sea un modo de volver a su propio pasado, a un época de la que ha querido huir. Tampoco lo consigue: no sabe imprimir a ese pasado ni emoción, ni densidad. Hay pasajes realmente tediosos, como la narración del paso del Miguel Ángel adolescente por una Hermandad.

También fracasa el autor en sus ejercicios introspectivos ante los dilemas a los que le enfrenta ese retorno al pasado y los descubrimientos sobre su propia psicología. Aún menos logrado  es su intento de  retrartarse en la misma acción de escribir la novela, es decir, en ese viejo truco de  escribir el proceso mismo de  la escritura de  una novela.  Se muestra en muchas ocasiones a punto de abandonar  su proyecto y el lector se dice que quizá hubiera sido lo mejor. Si su pretensión era mostrar lo dubitativa que es toda creación, lo superficial que es aquello que se puede contar sobre lo real, tampoco lo consigue. Es su incapacidad de escritor y no  la imposibilidad epistemológica de aprehender la realidad y el tiempo pasado lo que sentimos una y otra vez.

Hay además muchos momentos narrativamente  inmotivados: no se sabe m
uy bien qué pinta su viaje con su mujer a un balneario de Aragón. No se sabe muy bien a qué viene esa paradita para ver la ciudad de Belchite. Más bien parece un guiño ideológico.

En algún momento, el narrador se refiere a la novela de Emmanuel Carrère, autor de "El adversario". No sé muy bien si, con su  novela,  quería imitar a Carrère o quería rebatirlo. El caso es que la novela de Miguel Ángel Hernández carece de todas las cualidades  que hacen de El adversario una novela estupenda. Carrère crea tal ambiente de tensión y sus cargas son de tal envergadura que sumerge al lector de cabeza en la historia. Hernández parece venir a decir que todo eso son fuegos artificiales y que lo que él muestra son, en realidad, las verdaderas miserias con las que se encuentra un escritor y  que ir más allá es caer en una retórica desvirtuadora de lo que podemos saber y escribir.

ParEs la primera novela que leo de este autor y será la última .





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