jueves, 31 de agosto de 2017

PARIS ERA UNA FIESTA...EN LA QUE CADA LECTOR PARTICIPA



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Te animo, lector curioso, a que viajes a París con este libro en la maleta y lo disfrutes despacio, con fruición, como merece; con él acompañarás, a Hemingway en sus mañanas de trabajo. Se sentará invisible a tu lado, en una butaca del café donde, tras colgar su gabardina húmeda, sacará una libreta y un lápiz y escribirá un cuento tomando de vez en cuando un sorbo de ron St. James. Seguirás sus pasos por las escaleras que llevan al cuartucho donde se alimentaba de mandarinas y castañas recordando que en ese mismo edificio había vivido el desdichado Verlaine. Si estás atento, aprenderás mucho de las observaciones que va haciendo sobre su formación literaria y la importancia que tuvo en él la contemplación casi diaria de las obras de Cézanne, que tú también irás a contemplar en cuanto puedas.

De  mano  del autor,  te encaminarás al número 27 de la calle Fleurus,  a una sala llena de valiosos  cuadros, más valiosos ahora que entonces. Atravesado el túnel del tiempo, conocerás a  la anfitriona de la casa, esa misma a la que pintó Picasso cuando aún eran tan amigos. En una de las conversaciones entre Hemingway y Stein  tendrás noticia de la anécdota que dio nombre a la generación de jóvenes escritores americanos que se asentó en el París de entreguerras: La Generación Perdida.

Con sorpresa te encontrarás con grandes escritores en una cotidianidad que la escritura hace que parezca suceder eternamente. Verás a James Joyce sentado con su familia en un famoso restaurante parisino y  lo recordarás para siempre en ese momento fugaz en que acercaba sus gafas de grueso cristal al menú. No olvidarás tampoco el momento en que Hemingway  enseñaba a Ezra  los movimientos elementales del boxeo. Ya, de paso, puede que te preguntes si realmente Pound era tan santo santísimo como lo pinta Hemingway.

Si eres admirador incondicional de Fitzgerald  pondrás en duda  que   el autor del Gran Gatsby y su esposa Zelda fueran tal y como los describe Hemingway:   dos borrachuzos que no saben lo que es tener reseca porque no les da tiempo de tenerla. Es de esperar que Hemingway esté exagerando un poco, te dirás . Quizá te  plantees hasta qué punto  fue  verdad que las borracheras de Scott y sus dificultades para ponerse a escribir se debieran a la rubia Zelda.

Paris era una fiesta es uno de los mejores cantos a esta ciudad, ni grandilocuente ni poético. De los pocos libros donde París ha quedado atrapada como la fugaz mariposa en la resina transparente. Un hermoso libro para viajar leyendo y leer viajando. Un gran clásico.


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