domingo, 21 de enero de 2018

Quédate este día y esta noche conmigo, de Belén Gopegui - La novela que no pudo ser

Belén Gopegui
Mateo y Olga son dos personajes alejados, en principio, por muchas circunstancias: la edad (él tiene 22  y ella más de  60), la clase social  (clase baja, él; clase media, ella)  y desde luego, expectativas. Los unirán preocupaciones filosóficas que son para ellos   existenciales  y que formulan de un modo muy elaborado. Se conocen en una biblioteca y empiezan a pasar las tardes en un bar de la periferia madrileña.  Deciden presentar juntos una  inusual  solicitud de trabajo a Google que  incluye la crítica a esta multinacional, la denuncia de  su poder y la necesidad de combatirlo así como el descubrimiento de sus limitaciones. Es esa solicitud la que da soporte o encuadre a las conversaciones entre los dos personajes, además de una breves reflexiones de la evaluadora de la solicitud.

Como se ve es  un planteamiento ambicioso que, desgraciadamente, sucumbe al peso de sus pretensiones. La novela hace aguas por muchos motivos, pero todos ellos confluyen en  su falta de verosimilitud, principio inapelable de la ficción. Los mecanismos puestos en marcha por la autora no se articulan bien y quedan a la vista del lector como piezas obligadas a encajar por una voluntad externa. No se trata de que Gopegui  rompa con los límites de los géneros, sino más bien lo contrario:  toma de cada uno de ellos unas características que no sabe integrar en un todo. Domina la impresión de que la  autora ha querido escribir un ensayo  en que intervenga  la dialéctica del diálogo y  ha creado dos personajes como soporte de sus reflexiones. La relación afectiva entre Mateo y Olga no es convincente, los atisbos de su  vida familiar y de  sus  problemas sociales  son solo pretextos para justificar sus puntos de vista. La misma solicitud de trabajo a Google es  un truco torpe   para poder hablar de los temas prefigurados antes de empezar la novela: la inteligencia artificial, el poder de Google, la indefensión y colaboración inconsciente de los usuarios, el viejo tema del determinismo y  el libre albedrío, los aportes de la mecánica cuántica y la neurociencia en estos temas,  la responsabilidad individual o colectiva,  la capacidad  o incapacidad  de inducir cambios sociales, la eutanasia… Por momentos se hace insufrible el tono de la conversación de Mateo y Olga, entre lírico y erudito. Si Gopequi pretendía decirnos que en una bar del extrarradio madrileño se puede hablar con esa altura filosófica  y un lenguaje tan alejado de lo coloquial no lo ha conseguido. Sin embargo, cuando faltan pocas páginas para el final, se barrunta que lo peor de la novela está por llegar. La autora se saca de la manga… ¡oh sorpresa!  la muerte y el amor  para acabar con sus personajes.

En definitiva, si quieren disfrutar de esta novela, léanla   como un ensayo lleno de reflexiones interesantes e inquietantes condimentado por una trama novelesca que desmerece de ese nombre, pero que ayuda en su digestión.


viernes, 19 de enero de 2018

EL COLLAR, DE GUY DE MAUPASSANT - COMENTARIO DE TEXTO





El collar

Guy de Maupassant

Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.
No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras.
Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación.
La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.
No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!
Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación.
Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre.
-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
“El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio.”
En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!… Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?
No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució:
-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito…
Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.
El hombre murmuró:
-¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede?
Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas:
-Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.
Él estaba desolado, y dijo:
-Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito?
Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo.
Respondió, al fin, titubeando:
-No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.
El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos.
Dijo, no obstante:
-Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio.
El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
-¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días.
Y ella respondió:
-Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile.
-Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.
Ella no quería convencerse.
-No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas.
Pero su marido exclamó:
-¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad.
La mujer dejó escapar un grito de alegría.
-Tienes razón, no había pensado en ello.
Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro.
La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:
-Escoge, querida.
Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar:
-¿No tienes ninguna otra?
-Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría.
De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado.
Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen.
Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:
-¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya.
-Sí, mujer.
Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro.
Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura.
Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer.
Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho.
Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.
Loisel la retuvo diciendo:
-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche.
Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.
Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos.
Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día.
Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.
La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito.
Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó:
-¿Qué tienes?
Ella se volvió hacia él, acongojada.
-Tengo…, tengo… -balbució – que no encuentro el collar de la señora de Forestier.
Él se irguió, sobrecogido:
-¿Eh?… ¿cómo? ¡No es posible!
Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron.
Él preguntaba:
-¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile?
-Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio.
-Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer.
-Debe estar en el coche.
-Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía?
-No. Y tú, ¿no lo miraste?
-No.
Se contemplaron aterrados. Loisel se vistió por fin.
-Voy -dijo- a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro.
Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida.
Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada.
Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza.
Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre.
Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada.
-Es menester -dijo- que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo.
Ella escribió lo que su marido le decía.
Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza.
Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó:
-Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante.
Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior.
El comerciante, después de consultar sus libros, respondió:
-Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente.
Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos.
Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil.
Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero.
Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto.
Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos.
Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente:
-Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado.
No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?
La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían… Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla.
Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo.
Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo.
El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja.
Y vivieron así diez años.
Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias.
La señora Loisel parecía entonces una vieja. Se había transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, se sentaba junto a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada.
¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse!
Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano.
Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha.
Se puso frente a ella y dijo:
-Buenos días, Juana.
La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució:
-Pero…, ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de confundirse…
-No. Soy Matilde Loisel.
Su amiga lanzó un grito de sorpresa.
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás! …
-¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias…. todo por ti…
-¿Por mí? ¿Cómo es eso?
-¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
-¡Sí, pero…
-Pues bien: lo perdí…
-¡Cómo! ¡Si me lo devolviste!
-Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.
La señora de Forestier se había detenido.
-¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío?
-Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos.
Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, le cogió ambas manos:
-¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!… ¡Valía quinientos francos a lo sumo!…
FIN

“La parure”, 1884



COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS  

EL COLLAR
 GUY DE MAUPASSANT

Contextualización

    El texto que vamos a comentar, titulado El collar, fue escrito por Guy de Maupassant, autor francés perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Este movimiento literario se desarrolló en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la revolución de 1848 en Francia. El Realismo y el Naturalismo  mantuvieron como principio fundamental   la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad. Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

    Guy de Maupassant nació en Dieppe en 1850. Hijo de pequeños aristócratas,  estudió Derecho, pero se dedicó sobre todo al periodismo. Fue amigo y protegido del gran escritor realista Gustave Flaubert, por consejo del cual abandonó su trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública para dedicarse a la literatura. Murió en París en 1893.

    Aunque escribió seis novelas (la más notable Bel ami)  e hizo incursiones en otros géneros          (poesía, teatro, libros de viajes)  destaca en la historia de la literatura por la calidad de sus cuentos  ((más de 300) muchos de ellos basados en noticias periodísticas. Sobresalen  el primero que publicó, Bola de sebo”,   La Casa Tellier,  Mademoiselle Fifi,  El Horla   y  El collar,  que es precisamente el que vamos a analizar.

Argumento y estructura

    La narración  de El collar se centra  en Matilde  una joven hermosa, de clase media baja, que siempre había  soñado y seguía soñando  con  pertenecer a  la alta sociedad,  pero  tuvo que casarse con un modesto empleado público. Un día su marido es invitado a una fiesta en el Ministerio,  fiesta  a la que acude con un vestido  que  éste le  regala generosamente y un  collar valioso que le ha prestado una amiga rica. Matilde pierde el collar  y la pareja se  endeuda  onerosamente para  comprar uno idéntico. Tras diez años de durísimos trabajos y privaciones saldan sus deudas. Poco después, Matilde, en un encuentro fortuito con su amiga rica, descubre que el collar que ésta  le prestó era falso.

Narrador

    El relato  está narrado en tercera persona, por un narrador externo, omnisciente pues su conocimiento de los acontecimientos, de los pensamientos y  de los sentimientos de los personajes es total : “Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.” El narrador omnisciente es el más utilizado  por los escritores realistas. Esta preferencia  se basa en una visión optimista  sobre el conocimiento humano, visión que comparte con la ciencia del momento : el hombre puede llegar a conocer toda la realidad y representarla tal y como es.
Maupassant mantiene un narrador  externo,  objetivo y omnisciente  en la mayor parte del relato, solo en  una ocasión se permite una digresión “filosófica”: “porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia.”
La voz del narrador se intercala, en ocasiones, con la voz del personaje, técnica explorada por Gustave Flaubert con maestría  y que recibe el nombre de estilo indirecto libre. Véamos un ejemplo en este cuento: “No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?” .

Temática

     El tema principal del cuento se nos descubre en su final: el fracaso no solo de las aspiración al ascenso social y material sino el fracaso de los principios morales que hipócritamente defendía la alta burguesía:  el trabajo, el esfuerzo, la honradez, la verdad. La protagonista sufre un  doble espejismo, el segundo más duro aún que el primero : de nada le sirve fingir que es rica por una horas, de nada le sirve ser trabajadora y honrada por 10 años.
Se dan en el cuento numerosos temas secundarios: la identidad por el trabajo , presente  en el marido de Matilde,  la búsqueda del éxito individual , común a los tres personajes,  las desigualdades sociales y los sentimientos que estas provocan( la envidia de Matilde hacia su amiga), la crítica al romanticismo (  muy presente en esa escena en que el marido disfruta de la sopa y Matilde fantasea con  un gran banquete aristocrático y exótico). En definitiva ,  los temas, incluso los psicológicos, ( envidia, sueños, tristeza, alegría) , están ligados a lo social y a lo económico, simplificando mucho, al dinero. Es este un rasgo  recurrente en la narrativa realista.

Personajes

    Siendo el cuento una subgénero narrativo de poca extensión,  es lógico que no presente una numerosa galería de personajes. En este hay una protagonista, Matilde,  y  dos personajes secundarios: el marido, y la amiga rica ( casi antagonista). Los demás personajes son fugaces o episódicos la criada,  el ministro, el joyero, los asistentes al baile...  Los personajes episódico o fugaces crean el ambiente social del cuento además de tener funciones que permiten los sucesos determinantes ( el ministro da una invitación al marido).
La protagonista,  pese a la brevedad del cuento, evoluciona, se transforma en la narración: es un personaje redondo. Mediante las descripciones, pero, especialmente,  mediante los diálogos, la protagonista se nos presenta como un personaje construyéndose:  egoísta, superficial, hermosa, convencional  y romántica se va haciendo  vieja, fea,  responsable ,  orgullosa, luchadora,  realista y  al fin, un ser decepcionado y humillado. El marido persiste  en los mismo valores que presentaba al principio, es un personaje plano. De la amiga rica sabemos por las palabras y pensamientos de Matilde, pero especialmente por el descubrimiento del final del cuento. Este personaje  es muy sugerente.
Como se ve, Matilde y su marido son personajes tomados del mundo cotidiano y contemporáneo del autor: empleados de clase media baja. Su vida vulgar se compone de preocupaciones vulgares ( la casa, el trabajo, el vestido, la cena,  la invitación a una fiesta, los ahorros, los deseos de mejorar socialmente, el pago de deudas). Nada de las grandes pasiones y escenarios, de los grandes ideales del periodo romántico.

Espacio y tiempo

    Los personajes están situados en un espacio urbano, que forma parte de su vida cotidiana y es descrito con mucho detalle, haciendo referencia a los objetos que hay en él ( la casa de Matilde) . En contraposición a  la casa real , está la casa imaginada,  la de los sueños de Matilde ( lugar romántico, rico y exótico) Aparecen también las calles de París, el paseo al lado del Sena, el parque, el Ministerio, las joyerías…

    La acción transcurre en un tiempo histórico más o menos contemporáneo al escritor: el París de finales del siglo XIX. Situar la acción en su propia época era propio del Realismo.
Hay tres tramos temporales en el cuento: los días que transcurren desde la invitación hasta  la pérdida del collar y la restitución por otro comprado; los 10 años estupendamente resumidos en los que la pareja trabaja duramente para pagar sus deudas y, por último, el momento del encuentro entre Matilda y su amiga rica.

Estilo

    En cuanto al lenguaje y el estilo, este cuento de Maupassant se atiene con rigor  a los postulados realistas: sencillez, sobriedad, reproducción del lenguaje propio de cada personaje según su clase social, su psicología, y el contexto en el que habla. Esto se ve bien en los ágiles diálogos entre marido y mujer:



“-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.
Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:
-¿Qué haré yo con eso?
-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?”
    Como ya hemos visto ,el narrador nos da también  descripciones detalladas de lugares  , con un vocabulario seleccionado con precisión:
“pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.”
    Se puede concluir que el  texto de Maupassant es una brillante  muestra del Realismo  en todos los elementos narrativos: temas, personajes, tiempo, lugar , estilo… Por ello,  no es de extrañar su éxito en la época de  Guy De Maupassant  y su pervivencia en la nuestra.













martes, 16 de enero de 2018

FELIZ, QUIEN COMO ULISES , de M.C


¡Feliz quien, como Ulises, ha navegado días enteros,
dentro de un barco lleno de leales marineros!
¡Feliz quien, como Ulises, ha arribado a su patria añorada
después de vencer al Cíclope y  la furia de viejo Poseidón!

¿Cuando volveré  yo a  ver  los nobles árboles
que crecían al borde de la acera  y los rincones estrechos
de la pequeña casa donde jugaba inocentemente al escondite?
¿Cuando escucharé  otra vez el sonido tintineante
de las campanas de la iglesia?

Amo más estar entre  mis paredes de blanco  gotelé
que entre  las paredes lujosas de esta mansión.
Amo más los sonidos nocturnos
de mi casa, que el silencio de esta otra
que me envuelve  y que me asfixia.


M.C

viernes, 12 de enero de 2018

Soneto XXXI. de G.U.



¡Feliz quien, como Ulises, ha sobrevivido a las sirenas
y a las trampas del grandioso Poseidón,
y ha regresado luego, sin perder la esperanza
de recuperar a su amada y estrecharla entre sus brazos!

¿Cuándo volveré a ver, ay, de mi pequeño pueblo
la flores desaparecer en aquel río?
y ¿qué será de aquel banco que  guarda nuestros
último recuerdos  de una noche plena, que no se deben olvidar?

Extraño más aquella lluvia que mojaba mis pies
que este falso sol que alumbra lo que quiere;
más la música llena de recuerdos
que la amargura de esa melodía llena de falsas esperanzas.

Más ese frágil  caserío hecho pedazos
que esas casas construidas hasta el mínimo detalle
y sin significado.


                                             G.U.





sábado, 6 de enero de 2018

UNA TORMENTA, DE INMA MONSÓ

Una tormenta, de Inma Monsó
Nada sabía de Inma Monsó hasta que una buena amiga, autora del estupendo blog     https://leocuantopuedo.wordpress.com/    me recomendó  vivamente  las novelas de esta escritora catalana. Ayer leía con verdadero deleite "La tormenta" (2009).

Inma Solé concentra con acierto todo la acción en un día de verano, marcando con inquietante  precisión el paso del tiempo para cada uno de los tres personajes centrales (la acción se desarrolla desde las doce de la mañana hasta las diez y media de la noche). La protagonista, la autora de la novela  Sobresalto, Sara Surp sale de Barcelona para participar en una tertulia en un pequeño pueblo cercano a Sort, en la comarca pirenaica del Pallars Sibirá. Durante el trayecto la acompaña un joven, un Desconocido, con quien ha iniciado por debilidad  una relación no deseada y de quien se separa poco después de llegar a su destino.

Camino  de Malmercat,  lugar de la conferencia, se encuentra en la carretera, ya en plena tormenta,  con una ambulancia que transporta a un joven que ha sufrido un accidente mortal en el bosque. Los únicos indicios para averiguar su identidad son un móvil y  el último mensaje en  la pantalla , que  Sara Surp  consigue leer . La escritora descubre que quien escribió el mensaje al joven ya muerto  probablemente acudirá a la conferencia y  tal vez recibirá durante el transcurso de esta la noticia de la muerte de su ser querido. Este hecho despierta en ella un miedo relacionado con la muerte de su propio hermano hace tres años   e intentará retrasar lo más posible el conocimiento de la noticia mientras intenta averiguar durante la tertulia el destinatario de la desoladora nueva.

Aunque  Una tormenta   es una novela de intriga, sus  elementos tradicionales están hábilmente  alterados:  todos los indicios, página a página,  nos llevan al "ayayaqueselavaacargar" y "ayayaqueelmóvilvaasonar",  pero la autora desvía hábilmente esas expectativas,  juega con nuestros miedos. Al fin y al cabo, toda la novela tiene el miedo, no solo como estructurador de la acción, sino como tema  medular y como argamasa de los tres personajes fundamentales. Los tres,  la escritora, Hugo y el parapentista han metabolizado el miedo a los demás como miedo a sí mismos y a la inversa  En definitiva unos personajes con unos problemas de relación que caracterizan el miedo en esta sociedad nuestra que Zygmund Bauman, llamó, con acierto, líquida y desde luego, tormentosa.

sábado, 30 de diciembre de 2017

1 de enero de 1818: el nacimiento de un mito: "Frankenstein o el moderno Prometeo"



El 25 de abril de 1816, a sus 28 años,  Lord Byron abandonó  definitivamente Inglaterra. Con él partieron  su sirviente, Fletcher,  y su médico,  el Dr John William Polidori. A fines de mayo,  tras viajar por Bélgica y visitar el campo de batalla de Waterloo,  llegó  a Ginebra,  y ya en el mes de junio alquiló  allí la Villa Diodati,  a orillas del lago Leman.

    Dos años antes, en 1814, Percy Bysse Shelley, había huido a su vez de Inglaterra,  y también de su mujer, Harriet Westbrook. Lo acompañaban su amante Mary Godwin (que se convirtió oficialmente en Mary Shelley, es decir, en su esposa en otoño de 1816 tras la muerte de Harriet, y que añadió a su firma el apellido de su madre, Wollstonecraft)y la hermanastra de esta, la quinceañera Jane Clermont, llamada Claire.Viajaron un tiempo por Francia, Suiza y Alemania antes de regresar a Londres, donde prosiguieron su compleja relación triangular, que duraría hasta la muerte de  Shelley. En la capital inglesa, a principios de abril de 1816, Claire se convirtió en amante de Lord Byron.

     No debió de ser del todo casual, por lo tanto,  que aquel verano, cuando Lord Byron se estableció en Ginebra,  se encontrará allí a Shelley Mary y Claire, que muy pronto ocuparon otra villa cercana. Shelley y Byron, los dos poetas,  no tardaron en intimar y emprendieron juntos la vuelta al lago. Los lazos entre aquella pequeña colonia inglesa se estrecharon a diario con visitas, excursiones y paseos en barca. Parece que solo empañaban la vida del grupo la tristeza de Claire,  embarazada y desdeñada por Byron y las tiranteces entre este y su médico. El verano era frío y lluvioso,  y a menudo se veían todos confinados dentro de la villa durante días;  conversaban y discutían al calor de un buen fuego de leña, y a veces se distraían con la lectura compartida de ciertos relatos de fantasmas traducido del alemán al francés que habían caído en sus manos. Una anotación  que Polidori hizo en su diario,  la que corresponde al 18 de junio, revela claramente hasta qué punto les interesaba e impresionaba esa clase de literatura fantástica.

“Después del té, a las doce en punto,  empezamos en serioa  hablar de fantasmas. Lord Byron recitó  unos versos de “Christabel” de Coleridge, sobre el pecho de la bruja. Cuando  se hizo el silencio, Shelley,  gritando de repente,  se llevó las manos a la cabeza y salió corriendo de la sala con una vela. Le  echamos agua en la cara y luego le dimos éter. Miraba a  la señora Shelley  y,  de repente pensó en una mujer de la que había oído hablar, que tenía ojos en lugar de pezones, lo cual, al apoderarse de su mente lo horrorizó.”

    Según el testimonio de Mary Shelley,  fue Byron quien propuso que escribieran cada uno un relato de fantasmas como los leían; tanto los Shelley  como Polidori aceptaron el reto. Los tres hombres se pusieron de inmediato a la tarea. Byron esbozó su historia  -la de dos viajeros, uno de los cuales resulta ser un vampiro que, al morir,hace jurar a su amigo que cumplirá una extraña petición- pero escribió solo un fragmento que publicó  al final de su poema Mazeppa (1819) con el título de “El entierro”. Shelley  empezó un relato basado en experiencias de la primera etapa de su vida, pero enseguida desistió de terminarlo (los  ilustres poetas,al decir de Mary Shelley, se sentían “incómodos con la trivialidad de la prosa “) Polidori dio  con la idea de una dama que espiaba por el ojo de una cerradura y recibía como castigo la conversión de su cabeza en calavera, pero tampoco llegó a completar su cuento. Mary, por su parte, fue quien tardó más en encontrar el punto de arranque de su historia. Mientras los demás ya trabajaban en sus respectivos relatos, ella sentía “esa vacía incapacidad de invención que es la mayor desdicha del autor”,hasta que una noche,tras asistir a una discusión filosófica sobre la naturaleza del principio vital entre Byron y Shelley, su imaginación le procuró por fin el nudo argumental que deseaba:” Vi - con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental-  vi  al estudiante de artes impías,  de rodillas junto al ser que había ensamblado. Vi el horrendo fantasma de un hombre que estaba tendido, y luego, por obra  de algún ingenio poderoso,  manifestaba signos de vida y se agitaba con movimiento torpe y semivital.  A la mañana siguiente, Mary refirió el sueño a los demás y empezó a escribir el relato. Según contó ella misma, Shelley  insistió en que desarrollara su idea más allá de las pocas páginas del breve cuento que había previsto en principio. Le  hizo caso y al cabo de un año, en septiembre de 1817, dio por terminada la obra por la que más es recordada, la novela “Frankenstein o el Prometeo moderno” ( 1818) Ese fue, a la postre,  el fruto más destacado de las reuniones ginebrinas de aquel lluvioso mes de junio.

    Hubo otro, sin embargo;  el que introdujo por primera vez al vampiro. la legendaria criatura nocturna succionadora de sangre en la literatura inglesa. Antes de que terminara el verano de 1816, Byron despidió a Polidori  “(lo exasperaban los constantes desatinos, la vacuidad, el mal humor y la vanidad de ese joven)  y el médico regresó a Inglaterra. Allí,tras un breve periodo de ejercicio de su profesión, trató de hacerse famoso en el campo de las letras, pero sus ensayos y sus poesías cayeron de inmediato en  el olvido: fracasado como escritor y endeudado por el juego, Polidori se suicidó en agosto de 1821. Antes tuvo un fugaz atisbo de la celebridad que anhelaba cuando la New Monthly Magazine,  en 1819, publicó  el relato “El vampiro”,  atribuyéndolo a Lord Byron. Este protestó enérgicamente ante el editor  (“No soy el autor y jamás había oído hablar de la obra en cuestión hasta ahora”); también lo hizo Polidori quien consiguió que se reconociera que era él quien había escrito el vampiro, aunque basándose en “ El entierro”, el relato inacabado de Byron. Con el tiempo, la narración de Polidori se convirtió en piedra de toque para la elaboración literaria de la figura del vampiro, y su protagonista, dio  forma al arquetipo del héroe maligno de esa clase de relatos.


martes, 19 de diciembre de 2017

Oda a mis orígenes, de M.P.





¡Desdichado quien, como Eneas,
tuvo que emprender un viaje sin retorno
no como aquel que tras vencer a Polifemo
regresa en plena gloria a su amada patria!

¿Cuándo  avivaré  el recuerdo de aquel azahar
que al marcharme comenzaba a  echar raíces ?
¿Cuándo dejaré de caminar sobre el hormigón
que ahoga  todo sueño y toda lucha?

¿Amo más lo artificioso de la luces de neón
que la cálida lumbre de los astros?
¿Más que la blanda niebla  amo la negra humareda?

¿Más el duro asfalto que la espesa hierba?
¿Amo más la mentalidad geométrica de la urbe
que la sinuosa naturalidad de mi tierra?