Mostrando entradas con la etiqueta Martzeli P.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Martzeli P.. Mostrar todas las entradas

viernes, 30 de marzo de 2018

Venus y Adonis o el triunfo de Marte, de M.P.

Sala central del Museo del Prado. Noviembre de 1936. Las bombas caen sobre Madrid y el resplandor de una luna pálida y cadavérica  ilumina el cuadro de Tiziano, de nombre Venus y Adonis. Sus cuerpos se desvanecen en el cuadro y toma vida humana a los pies del marco



Venus.(Despierta aturdida y habla como quien continúa una súplica suspendida en el tiempo en la pintura)_ Escúchame, amado mío. Por los Dioses, ¡no debes acudir a esa cacería! ¿Adonis? ¿Dónde te encuentras? ¿Dónde nos hallamos?

Adonis. _!Oh, Venus, querida! Me siento desconcertado ¿Qué es este lugar? ¿Es esto obra de Marte?


Venus.(Con espanto) _¿Escuchas ese estruendo? Abrázame, Adonis.

Adonis._No te alejes de mí.

Venus._Nunca había estado en este templo, esta completamente vacío. Esta tan desolado que hiela mis lágrimas...

Adonis.(Cae una bomba en algún lugar del Museo)_ ¡La ira de Marte nos ha descubierto! ¡Está lanzando flechas cubiertas de furiosas llamas! ¡Por Zeus! ¡Intenta acabar con nosotros!

Venus._¡No hay Dios que pueda parar el horror de este ataque! Debemos combatir permaneciendo unidos.

Adonis._!Nuestra sed de amor ahogará su ira, mi Venus!

Venus.(Vuelve a caer una bomba, esta vez a pocos metros de los personajes)_¿Adonis? ¿Dónde estás, amor mío? No logro distinguir nada.

Adonis:¿Venus, mi Venus? ¿Me escuchas?

Venus._¡POR LOS DIOSES! (Grita desesperada) ¡TE HAN HERIDO, ADONIS! ¡Roja sangre brota de tu cuerpo!

Adonis._Me ha alcanzado con sus flechas, siento como una dentellada animal en mi costado. Pero tranquila, querida, me siento completamente sereno...

Venus._¿Qué hemos hecho? ¿Por qué no podemos, simplemente, ser felices?

Adonis._Escúchame, Venus. (Con un hilo de voz) Debes saber que es posible perder aun teniendo razón. Los Dioses no conciben la justicia desde una perspectiva mortal.  Pero recuerda, algún día... los fugaces despertarán y... se lib...er...

Venus._¿Adonis? ¿!Adonis, mi Adonis!?

Adonis._Huye, querída... (Cierra los ojos)

Venus. ¡No, Adonis! !Despierta, amado mío! !Escúchame, por favor! ¿Adonis? (Llora, lentamente se tumba junto al cuerpo de su amado y permanece desfallecida mientras las bombas siguen cayendo.)

(Llega el "Fusilado del 3 de Mayo", recoge a Venus del suelo y la deja descansar sobre la cama de "Danae", que se encuentra vacía porque esta también ha huido)









sábado, 24 de febrero de 2018

Un minuto: todo, nada... de M.P.



Tuve un sueño, que no era del todo un sueño
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
se congelaron en una plegaria egoísta por la luz

( Lord Byron)


Recuerdo que era jueves y que era invierno. Esa noche tuve un sueño que no era del todo un sueño. Como despierta un picotazo, así me despertó a mí un escalofrío súbito que me recorrió fulminante la espalda. Instintivamente me tapé la cabeza  con las mantas procurando que  ningún poro de mi piel quedase en contacto con el aire gélido de la habitación; de inmediato volví a cerrar los ojos con fuerza a ver si el calor de las sábanas me devolvía el sueño perdido. Llevaba un tiempo con dificultades para dormir más de cuatro horas y, una vez más, el insomnio se había aliado con el nihilismo más autodestructivo para hacer insoportable la última hora de la noche.

Observé de cerca el reloj de la mesilla. Las luces de LED indicaban las 6. 20. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me incorporé sobre los almohadones. Tras un tiempo de cavilaciones, decidí que era mejor salir de la cama pese al frío. Pulsé el interruptor de la luz una, dos, diez veces, pero no funcionaba.

Entonces me dirigí a tientas hacia la ventana; buscaba ,entre las tinieblas, la luz de las farolas que a aquellas horas de la noche deberían estar aún encendidas en la calle a la que daba mi cuarto. Durante el trayecto tropecé con algo que no conseguí distinguir. Al fin, llegué a la ventana o, mejor dicho, al lugar en que debería haber una ventana.


El miedo intentaba disuadirme de un pensamiento que cobraba fuerza en mi mente: no me encontraba en mi habitación. Sentí náuseas. Mis ojos intentaban adaptarse a aquella oscuridad, cuando, de pronto, escuché un sonido metálico. Una banda de luz cruzó la habitación. Provenía de una gran mirilla en forma de ojo sin párpado.


Me sentí totalmente desorientada. La puerta se abrió en medio del silencio y la mirada brillante y fría de un ojo me inmovilizó durante unos segundos, hasta que su dueña, si es que la tenía, la volvió a cerrar sin ruido alguno. La luz se esfumó dejándome otra vez sumida en la oscuridad de un cuarto que -ya estaba segura- no era el mío. Aquel ojo no me había mirado ni con odio ni con ningún otro sentimiento reconocible y eso era precisamente lo que me aterraba.


Permanecí paralizada durante algún tiempo hasta que conseguí reaccionar y comencé a golpear la puerta con furia. No sé cuánto tiempo arremetieron mi puños contra ella, pero sentía que mis nudillos ardían mientras el olor a sangre, a mi propia sangre, me invadía los sentidos en oleadas nauseabundas.


Comencé a aspirar con ansiedad el aire, como si alguien se lo estuviera llevando de la habitación. Me ahogaba, me ahogaba como un pez al que le han vaciado de agua la pecera. Movida por la desesperación, rodeé la habitación palpando las paredes con mis manos ensangrentadas, buscando una rendija, una grieta por donde respirar; buscando alguna manera de salir de aquel cuarto que- ya estaba segura de ello- no era mi cuarto. Escuché pasos y corrí hacia ellos, hacia la puerta, pero la oscuridad no me permitía distinguir nada; tropecé golpeándome la cabeza.


Desperté tumbada en una cama y cubierta de sudor. En aquel lugar ajeno, descubrí  una ventana. A mi izquierda, sobre una mesilla, brillaban las velas de un candelabro dorado  y barroco que iluminaba la habitación con luz vacilante. ¡Luz y aire! Por unos instantes sentí cómo el entusiasmo subía por mi garganta y acababa en un grito de júbilo como si mi plegaria por la luz y el aire  sí hubiera sido escuchada. Tras forcejear un rato, conseguí retirar el postigo  herrumbroso de la contraventana. Entonces descubrí con horror que tras aquel resguardo metálico no se encontraba ningún parque, ninguna calle, ninguna realidad, sino un boceto inacabado de  un paisaje de invierno.

No era posible. La negra quietud de aquellas ramas fantasmagóricas me aterrorizaba. La saliva me sabía a metal y a bilis. Podía escuchar cómo silbaba el aire tratando de entrar en mi pecho. Las luces de las velas eran cada vez más débiles  hasta que una a una acabaron extinguiéndose. De nuevo, la oscuridad.



En ese mismo instante, con los restos de humo aún huyendo de la velas, se abrió la puerta. Una figura difusa comenzó a acercarse. El horror paralizaba mis músculos. En aquella vaga silueta distinguí una enorme sonrisa que me permitía ver todos y cada uno de sus dientes. Tras aquella boca se encontraba la más absoluta oscuridad. A medida que se acercaba me parecía cada vez más inmensa. Podía notar cómo aquella oscuridad me borraba del mundo. Y entonces: la nada. La más aterradora nada. Miré a mi alrededor, pero solo encontré ausencia. Un lejano eco comenzó a sonar acercándose.Retumbaba cada vez más fuerte en mi cabeza. Era un sonido repetitivo y artificial: Pi-pi, pi-pi, pi-pi… Llegó a sonar con tal intensidad que comencé a retorcerme en el suelo mientras apretaba mis manos contra los oídos En mitad de aquel tormento, abrí los ojos. Me encontraba en mi habitación. Estaba jadeando. Una gota de sudor recorría mi cuello. Dirigí la mirada hacia el reloj de la mesilla… las 6,19. Recuerdo que era jueves y que era invierno. Probablemente me volví a quedar dormida hasta que me despertó un escalofrío súbito que me recorrió fulminante la espalda como un picotazo. Instintivamente me tapé la cabeza  con las mantas procurando que  ningún poro de mi piel quedase en contacto con el aire gélido de la habitación.




                                                                                                        M.P.

martes, 19 de diciembre de 2017

Oda a mis orígenes, de M.P.





¡Desdichado quien, como Eneas,
tuvo que emprender un viaje sin retorno
no como aquel que tras vencer a Polifemo
regresa en plena gloria a su amada patria!

¿Cuándo  avivaré  el recuerdo de aquel azahar
que al marcharme comenzaba a  echar raíces ?
¿Cuándo dejaré de caminar sobre el hormigón
que ahoga  todo sueño y toda lucha?

¿Amo más lo artificioso de la luces de neón
que la cálida lumbre de los astros?
¿Más que la blanda niebla  amo la negra humareda?

¿Más el duro asfalto que la espesa hierba?
¿Amo más la mentalidad geométrica de la urbe
que la sinuosa naturalidad de mi tierra?









                             

viernes, 24 de noviembre de 2017

Odio, de M.P.



Odio

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con ese día
que se está muriendo
mientras tú lo contemplas
impasible desde el sofá.


El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con ese reloj
que te juzga
a las 7,09 de la mañana.


El odio es lo que
te gustaría hacer
con el personaje
de Attila Mellanchini
mientras ves Novecento
un domingo por la tarde,
a pesar de que deberías estar
preparándote 
para tu examen
de formulación.


El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con esas personas
que nunca hablan de odiar;
 el deber de tener una vida
odiosamente absurda.


El odio es lo que
te gustaría hacer
con la bala número 44
que financiada por el tío Sam
atravesó el cuerpo de Jara.


El odio es
lo que te gustaría hacer
con el zumbido de la mosca
que te come el cerebro
un martes a las 3 de la mañana...
y un miércoles...
y un viernes...

                                                                   M.P