Estaba a punto de arrancarme los ojos de las cuencas cuando me di cuenta de que el coche, por un recalentamiento del motor, se había detenido en medio de la nada. Tan grave era mi angustia que le di a la palanca de marcha unas 50 veces seguidas, haciendo de mis dedos una especie de papilla callosa y consiguiendo lo que era predecible, nada. No podía ni pensar en qué hacer: estaba lejos de casa y el reloj marcaba la hora de la cena.Dentro de una hora serían las 10 y para ese momento tendría que haberme cepillado los dientes, haberme puesto el pijama, estar en la cama a las 10,05 y conciliar el sueño a las 10,10. Muchos me llegaron a decir que si hubiera tenido hermanos o algún amigo lo bastante cercano para contarle que dormía con los pies al aire, me hubiera vuelto más sociable y menos rutinario, cosa que dudo, ya que para un paciente con el síndrome de Asperger como yo, eso era totalmente imposible.
Un olor nauseabundo empezó a colarse en el coche a través de los conductos de ventilación. Me dieron arcadas, que intenté disimular por si, por una remota casualidad, alguien que anduviera por ahí me viera hacer un gesto tan desagradable.Finalmente, tomé la decisión. El olor no cesaba y tuve que salir del coche en busca de algún sitio en que refugiarme. Estaba bastante angustiado por esta idea; no me hacía ni un pelo de gracia. Anduve unos 200 metros hasta que hallé ante mí una casa lo suficientemente grande como para ser confundida con un hostal.
Me paré unos segundos, reflexioné y como siempre hacía, pensé, por lo que decidí que lo mejor sería no entrar.Busqué a mi alrededor algún sitio cubierto que no me obligara a ir más allá de los 157 metros y, que estuviera obligatoriamente sin bichos. No podía soportar pensar siquiera en la existencia de algún insecto volando -o lo que fuera que estuviera haciendo ese cuerpo o esqueleto diminuto lleno de pelos -. Para colmo, de repente, empezó a llover. No es por exagerar, pero la lluvia estaba en el cuarto puesto de las cosas que me eran más irritantes y angustiosas: el contacto con el agua me producía arcadas, que tendría que disimular. El tercer puesto, en cambio, lo ocupaban esos seres diminutos que me angustiaban tanto.Me callo el segundo puesto. El primero lo ocuparía la terrible decisión que sin darme cuenta, estaba a punto de tomar.
Tras reflexionar de nuevo, decidí entrar en el caserón pese a que careciera de ventanas por las que penetrara algo de luz. No me costó entrar ya que la puerta estaba abierta. Dentro del edificio empleé la luz de mi teléfono móvil, obviamente sin cobertura, puesto que si hubiera tenido cobertura, habría llamado a alguna grúa para que me llevara a casa. El recibidor y el pasillo no parecían estar en mal estado, ni tampoco encontré insectos ni telarañas, por lo que me aventuré a seguir adelante. Andados unos 30 metros, encontré una habitación con una cama, y a causa de mi condición y un sueño prematuro, decidí coger los periódicos que llevaba en la mochila para así poder tumbarme sobre ellos y descansar. A pesar de que pensar en mi mala suerte me mantuvo despierto una hora, al final el sueño me venció; pero ¡qué rápido se pasa el tiempo cuando uno está dormido!: parecía que habían transcurrido segundos cuando me desperté a las 3.00
Bruscamente abrí los ojos, alterado por la sensación de alguna presencia dentro de la habitación, una presencia muchísimo más grande que la de un bicho. Empecé a sudar e hiperventilar. Mientras miraba las patas de hierro de la cama podía escuchar los latidos del corazón a una velocidad exorbitante, cada vez más fuertes, cada vez más angustiantes.
Esa presencia se hacía más grande, más cercana, más peligrosa. Entonces, como alma que lleva el diablo, me levanté y salí de la habitación dispuesto a huir de aquel lugar. Esa cosa estaba detrás de mí y tampoco me atrevía a mirar hacia atrás. No cometería el mismo error que en primero de la ESO cuando unos de mi clase me llamaron y tan pronto como me paré y miré, me lanzaron una mosca muerta. Empecé la cuenta atrás de los 30 metros que había recorrido para llegar a la habitación; al llegar al metro cero una intensa sensación de sofoco y terrorse apoderó de mí y me quedé paralizado por 34 milésimas de segundo. El recibidor no estaba... la puerta no estaba. Grité. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo, e inmediatamente, pese al irrefrenable miedo que sentía ,seguí adelante, intentando escapar, ser libre.
Para cuando me di cuenta, el estado en el que se encontraba el edificio había cambiado drásticamente. Encontré paredes rotas, grietas, polvo, restos de papel en el suelo e incluso lo que parecían ser restos de uñas, haciendo de mí un ser por el que Dios no mostraba piedad. No veía el final del pasillo, tenía que encontrar el final del pasillo y salir de ese lugar, o de lo contrario, me iba a estallar el corazón: no soportaba, no podía soportar lo que me estaba pasando.La angustia me dominaba.
A los 20 metros de ese largo pasillo contemplé una luz intensamente blanca que eclipsó todos mis sentidos hasta entonces sumergidos en la oscuridad. Me dirigí directamente hacia ella, sin pensarlo, me dirigí, sin pensarlo.
Habían recorrido 24 metros cuando observé que la luz era más grande, seguía hiperventilando y sentía una presencia justamente a mis espaldas.
Con el corazón a cien seguí corriendo hacia la luz, perdida la cuenta de los pasos que inevitablemente contaba siempre que estaba en algún lugar desconocido; seguí adelante.
El pasillo se estrechó, aparté las telarañas y seguí adelante, pasé por encima de un charco que tenía el agua embarrada que se metió en mis zapatos; seguí adelante mientras que los nervios me impulsaban a morderme las uñas, llegando incluso a sangrar por los enormes trozos que me llegué a arrancar.
La luz brillaba, cada vez estaba más cerca, no me lo podía creer, por fin…. ¡POR FÍN! Escuche una risa ahogada, mas no me di cuenta de que había salido de mis propios labios. Pasé de largo una habitación que se encontraba a la izquierda de las destrozadas paredes del corredor, llenas de suciedad. ¡Ah! exclamé. Y así es como me di cuenta cuando me adentré en esa luz que cubrió todo. Solo me di cuenta en ese momento, y pensé que si no hubiera perdido esas 34 milésimas de segundo quizás hubiera seguido con vida, y puede que hubiera llamado a una grúa, y llegado a mi casa, en la cual lo primero que hubiera hecho hubiera sido meterme en la cama y cubrirme con las sábanas, excepto los pies; solo hubieran bastado 34 milésimas de segundo para llegar a la puerta trasera que daba al exterior, en cambio, en esas 34 milésimas a esa cosa le dio tiempo a tomar el control sobre mi, por lo que mi conciencia fue desapareciendo cada vez que me acercaba a la luz que mi propia mente había creado, una luz que reflejaba la distancia del fin de mi ser y el surgimiento de un nuevo ciclo en el que una bestia salvaje con un cuerpo inocente seguiría cometiendo atrocidades hasta el fin de sus días. Aguardaría su padecimiento en esta misma casa y en esa misma habitación donde yo dormí tan despreocupadamente y su espíritu, o cualquier cosa que fuera esa cosa que sentí, volvería a inclinar la balanza de la suerte, haciendo que otro joven, probablemente sin el síndrome de Asperger, cayera otra vez en su telaraña.