Era una noche fría de enero de 1820. Una noche llena de niebla y de lluvia incesante; una noche peligrosa a la vez que atractiva para salir. El peligro no frenó a nadie para acudir al gran baile que se celebraba en el pueblo de Aberdeen. Era este un baile muy importante que reunía a los habitantes del valle y para el que todos se ponían sus mejores galas. Allí se conocieron Fred y Jeanne. Fred era un chico muy simple, pero rebelde; siempre intentaba ser diferente a los demás, siempre luchaba por los ideales e intentaba conocerse a sí mismo. Al igual que Jeanne era muy independiente y creía en el amor verdadero. Los jóvenes acudieron solos al baile. Fred, tan pronto como vio a Jeanne, pensó que era la chica más bonita de todo el baile. Pasaron las horas juntos, comiendo, bebiendo y bailando. Sobre las doce, Jeanne le pidió a Fred que la llevara a casa ya que, camino del baile, a causa de un despiste, había sufrido un accidente y el coche había quedado empotrado contra un árbol No podía volver andando con ese tiempo. Él aceptó con la excusa de que también tenía que volver a casa.
Después de un largo camino por Brady Road, una terrible tormenta se les echó encima y decidieron detener el coche y refugiarse en el primer lugar que encontraran. Entre la niebla vieron un cementerio en el que se situaba una pequeña iglesia a la que hacía siglos que nadie entraba. Carecía de cristales en las ventanas, pero todavía había partes del techo y muros intactos. Decidieron pasar la noche allí. Pero antes él le tendió una guirnalda que había cogido del baile y ella la aceptó colocándosela en la melena.
Al entrar, como estaba oscuro como boca de lobo, anduvieron a tientas hasta que encontraron un banco en el que sentarse en el piso de abajo: la iglesia estaba formada por dos pisos. Era un lugar seco y polvoriento en el que ,al menos podrían estar a salvo del diluvio que iba a caer del cielo. Estiraron las piernas, se arrebujaron en las mantas que habían traído sacado del maletero y se pusieron cómodos con el propósito de dormir.
Pero ninguno iba a poder conciliar el sueño Sería la una cuando oyeron pasos en el piso de arriba. Parecía que hubiera varias personas corriendo de acá para allá. Cuando Fred gritó “¿Quién está ahí?”, los pasos cesaron. Entonces escucharon un grito de mujer. El grito se transformó en un gemido y dejó de oírse. Por las grietas del techo de la nave donde Fred y Jeanne se acurrucaban empezó a manar una sustancia pegajosa y dulzona: era sangre. En el piso de arriba la puerta se cerró de un portazo y la mujer volvió a gritar “¡A mí no!”, parecía que estuviera huyendo del diablo. Desde abajo se oía el golpeteo de sus altos tacones. “¡Te agarré!”, vociferó un hombre, y el techo vibró como si la hubiera atrapado haciéndola caer sobre el suelo de madera carcomida. Los dos, intrigados a la par que aterrorizados se mantuvieron quietos y en silencio. No se oyó ningún ruido hasta que el hombre que había gritado comenzó a reírse. La iglesia se llenó de prolongadas y espantosas carcajadas que continuaron y continuaron hasta que los dos pensaron que iban a volverse locos.
Cuando por fin cesaron las risas, Fred y Jeanne oyeron a alguien bajar por una escalera; arrastraba algo pesado que golpeaba en cada escalón. Le oyeron llevarlo por el pasillo y sacarlo por la puerta de entrada. La puerta se abrió y después se cerró con gran estrépito. De nuevo, silencio. Varios rayos repentinos inundaron la iglesia de un gran resplandor. Y entonces, un rostro horroroso apareció en el pasillo y se quedó contemplando a Fred fijamente. En ese momento se dio cuenta de que Jeanne había desaparecido. En seguida, varios rayos y truenos hicieron que retumbara el edificio y alumbraron de nuevo la nave . Fred se dio cuenta, paralizado por el el pánico, de que no estaba solo: había siluetas sentadas en casi todos los bancos. Tenían las cabezas inclinadas como si rezaran y todos vestían de blanco. “Deben ser fantasmas cubiertos con sus mortajas; han debido de venir del cementerio.” pensó presa de un escalofrío Fred salió corriendo por el pasillo tan rápido como pudo, tropezándose con aquel hombre que lo contemplaba.
Consiguió huir con la imagen de Jeanne clavada en su cerebro: ¿Dónde estaría, dónde? Pese a la tormenta, llegó al coche y arrancó de inmediato. Decidió seguir la carretera de Brady Road. Condujo tan rápido como le permitía el viento que bamboleaba el coche y la lluvia que hacía patinar sus ruedas. Fue dejando a un lado y otro bosques impenetrables azotados por la lluvia y el viento. La soledad era absoluta por aquellos caminos. Ni rastro de Jeanne. Al girar en una curva vio que, un poco más adelante, había habido un accidente de automóvil. Un coche había chocado contra un árbol Cuando Fred llegó al coche pudo ver a una persona atrapada en su interior, incrustada contra la barra de dirección. Era Jeanne y en su cabello llevaba la guirnalda que él le acababa de regalar.
L.U.
L.U.
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