La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
domingo, 4 de marzo de 2018
EL PENCO, CUENTO GOTICÓMICO DE Aitor S.
Corre una gélida y oscura noche de invierno en el noble valle de Aiala. Nos encontramos en Amurrio pueblo en el cual reside nuestro protagonista, Josu Ochoa. Un joven alto y esbelto, de tez morena tanto que casi se confunde en la oscuridad de la noche. Viste con un abrigo color azabache, y unos pantalones rotos por los cuales se cuela el viento de invierno. Sus manos están cubiertas por unos guantes negros y una bufanda le rodea al cuello que no dejan pasar el frío.
Ochoa camina solo por las estrechas y solitarias calles rumbo a su casa. Vive a las afueras del pueblo por lo cual hay una gran distancia entre su casa y la lonja de donde viene después de pasar un agradable rato con sus amigos a consta del cannabis. Recorre un laberinto de calles escoltadas por árboles a sus lados, acompañados siempre de farolas que se alzan imperiales. Tiene la sensación de que se encienden a su paso.
Al cabo de unos minutos de salir de la lonja Ochoa empieza a sentirse incómodo y a sentir que algo raro pasa. Fija su vista en una figura borrosa y de difícil percepción que se encuentra quieta a unos metros él como si de una estatua se tratara. Al de unos segundo siente como que la figura se escabulle. Rápidamente Ochoa se percata de que debía de haber sido una sombra de un árbol, o eso quiere pensar él. De repente todas las farolas se apagan al unísono y se queda totalmente a oscuras en la inmensidad de la noche.
Ochoa no le da demasiada importancia, saca la linterna del móvil y sigue su camino a casa ya más cerca de llegar. Pero al poco siente que alguien le toca por detrás y empieza a correr, y lo hace hasta llegar a la puerta de su casa. Ochoa con el corazón a mil busca las llaves de su casa y para su horror se da cuenta de que en en la carrera se le han caído del bolsillo. Su madre trabaja de noche asique no hay nadie en casa y Ochoa no tiene forma de entrar. Asi pues vuelve sobre sus pasos exhausto por la carrera y con todo el cuerpo tembloroso. Su mente no para de darle vueltas a qué puede haber sido esa figura que ha visto, por qué ese apagón de todas las farolas y por último que está seguro de que algo le ha tocado la espalda. Le horroriza la idea de pensar que ese algo o alguien pudiera seguir rondando a su alrededor. Estos pensamientos se interrumpen cuando ve algo brillante que alumbra la luz de su linterna. Ha encontrado las llaves. Las recoge y vuelve a casa de nuevo. Esta vez un poco más tranquilo porque hace tiempo ya que no pasa nada raro.
Cuando Ochoa está a punto de llegar a casa vuelve a ver la figura aterradora que había visto anteriormente. Esta vez la puede ver mucho mejor es una mujer alta y robusta con el pelo largo y un color castaño oscuro. La mujer vestía con una bata blanca entera que le llega hasta las rodillas. Ochoa vuelve a correr asustado mete las llaves en la cerradura y entra en casa.
Su casa no es excesivamente grande, lo necesario para que viva con su madre y su hermana mayor que se encuentra de Erasmus en Suecia. Tiene un estilo más bien antiguo y no es muy lujosa ya que su madre es cabeza de familia y tiene que ocuparse de sus dos hijos.
Ochoa entra en su casa pone su alarma introduciendo su clave de máxima seguridad, “FKS” y se mete en su cuarto. Asustado se cambia de ropa apaga la luz y se mete en la cama deseando que ese terrible dia pasara de una vez. Pero la pesadilla no había terminado, de repente ve una luz blanca que ilumina tímidamente la habitación. Es el ordenador que se ha encendido por arte de magia. Ochoa mira y ve que empiezan a aparecer trabajos y trabajos de literatura; “Edgar Allan Poe”, “Jane Austin” etc… En ese momento Ochoa se da cuenta que la persona que le perseguía era Ramoni, su profesora de literatura universal, para que hiciera los trabajos.. Horrorizado y muerto del miedo y sin poder quitarse de la cabeza lo que acababa de ver por fin consigue dormirse.
Al día siguiente Ochoa despierta y se da cuenta de que nada de lo vivido es cierto, y que ha tenido una alucinación a causa del cannabis y se había desmayado. Lo único cierto que había de todo era que iba a pencar Literatura.
Existencia mortal, de G.U.
Detrás de esa vieja puerta debía de haber algo. Eris lo sabía y no intentó ni recapacitar después de pasar por aquella verde y vieja puerta. Realmente debía de tener años, ya que el poco color verde que conservaba aún se estaba cayendo a trozos, y un color grisáceo se estaba extendiendo por ella. No tuvo que andar mucho por ese mudo bosque para encontrarse con una señal, la cual o estaba sin letras o iconos , o la neblina hacía imposible de leerlos. La pelinegra siguió caminando con la única preocupación del posible encontronazo con una cobra. La muchacha sería muy valiente, pero cuando un reptil aparecía, su cordura desaparecía. Se estaba haciendo tarde y si ya tenía una visión reducida a causa de la neblina, la desaparición de los rayos de luz no la estaban ayudando en nada.La idea de darse la vuelta para volver a su vergel no le pareció una mala idea, y como si el destino no lo permitiera, un destello de luz se asomó por los arbustos, lo que consiguió que Eris diera unos pasos y se topara con un edificio.
Realmente parecía un hotel desolado, no era muy grande pero para una persona había suficiente. Además no era ese típico hotel totalmente destrozado que te muestran en las películas, sí que tenía una zona destrozada, pero su aspecto revelaba que cuando ese hotel estuvo en funcionamiento, estaba compuesto por dos diferentes zonas, de las que una se mantenía en muy buen estado y otra había sufrido daños.La puerta de entrada era lo único que no estaba pintada de negro; tenía un color azul claro, “una extraña mezcla de colores”, pensó, pero no le dio demasiada importancia. Abrió la puerta y se encontró con una recepción completamente amarilla, en la que el único objeto o mueble que se podía ver era una silla, también amarilla. Lo único que le llamó la atención de esa sala fue lo alumbrada que estaba, algo extraño al recordar que estaba abandonada. Siguió su camino para encontrarse con un pasillo atestado de puertas a ambos lados.
Cada puerta estaba numerada en orden, del 1 al 13, y cada una de ellas con nombres aleatorios como Cok y Astro. A Eris, que era una mujer llena de curiosidad, esto le parecía algo divertido y para nada alarmante.
Observó cada puerta atentamente y se decidió por la puerta número 6, sin intención de seguir el orden de cada puerta. Abrió la puerta y se quedó atónita al encontrarse con una habitación completamente blanca. Se podía ver también una cama blanca a la izquierda y en la pared, un sólo vestido del mismo color, pero con la parte de abajo un poco desgastada. Ésta, amante de probarse ropa que no era de su posesión, se probó el vestido sin descaro alguno y sin pensamiento de deshacerse de él. Se dió la vuelta, miró a la pared y observó la hora: las doce en punto. De repente, la sacaron de sus pensamientos un ruido atronador de varias puertas cerrándose y pasos. La puerta de la habitación en la que se hallaba se abrió, y por mucho que la muchacha deseara darse la vuelta, una fuerza extraña se lo imposibilitaba. Segundos después, podía sentir pasos apresurados acercándose a ella. Un minuto más tarde dejó de sentir esa fuerza que le impedía moverse y se dio la vuelta con inquietud. Se encontró con un vestido marrón tirado en el suelo, con la parte de abajo desgastada, al igual que el vestido que la mujer llevaba puesto.
No pudo encontrar sentido alguno a lo que acababa de pasar, buscó por la cama, pero no encontró nada. Después de un buen rato, se le ocurrió mirar en su vestido, y efectivamente, tenía una pequeña nota pegada en la parte del escote, la arrancó y se puso a leerla, <<Por la puerta a en punto no debes salir, 60 segundos deberás de esperar>>, ¿Por qué no debería salir?, se preguntó en voz alta. Esta vez la curiosidad realmente podía con ella, así que espero a que fueran la una para poder salir y poder entender el por qué no debería salir.
Quedaba solo un minuto para que fueran en punto, así que salió al pasillo y espero ahí un minuto. Llegó la hora y al momento de escuchar otra vez el mismo ruido de antes, miró a su derecha y se encontró con otros 5 vestidos de diferentes colores, morado, negro, rosa, amarillo y verde, los cuales actuaban como si alguien los estuviera utilizando, solo que no los llevaba ningún cuerpo. Cuando al vestido de su derecha le tocó pasar a la habitación en la que ella se estaba alejando, este pareció enfurecerse de repente y apresuró su paso, casi corriendo para llegar a ella.Intentó correr, pero no podía moverse, y con lágrimas en los ojos, esperando a que pasaran los 60 segundos antes de que algo trágico ocurriera, cerró sus ojos, y los cerró para siempre, esperando a esos 60 segundos que nunca llegaron
Realmente parecía un hotel desolado, no era muy grande pero para una persona había suficiente. Además no era ese típico hotel totalmente destrozado que te muestran en las películas, sí que tenía una zona destrozada, pero su aspecto revelaba que cuando ese hotel estuvo en funcionamiento, estaba compuesto por dos diferentes zonas, de las que una se mantenía en muy buen estado y otra había sufrido daños.La puerta de entrada era lo único que no estaba pintada de negro; tenía un color azul claro, “una extraña mezcla de colores”, pensó, pero no le dio demasiada importancia. Abrió la puerta y se encontró con una recepción completamente amarilla, en la que el único objeto o mueble que se podía ver era una silla, también amarilla. Lo único que le llamó la atención de esa sala fue lo alumbrada que estaba, algo extraño al recordar que estaba abandonada. Siguió su camino para encontrarse con un pasillo atestado de puertas a ambos lados.
Cada puerta estaba numerada en orden, del 1 al 13, y cada una de ellas con nombres aleatorios como Cok y Astro. A Eris, que era una mujer llena de curiosidad, esto le parecía algo divertido y para nada alarmante.
Observó cada puerta atentamente y se decidió por la puerta número 6, sin intención de seguir el orden de cada puerta. Abrió la puerta y se quedó atónita al encontrarse con una habitación completamente blanca. Se podía ver también una cama blanca a la izquierda y en la pared, un sólo vestido del mismo color, pero con la parte de abajo un poco desgastada. Ésta, amante de probarse ropa que no era de su posesión, se probó el vestido sin descaro alguno y sin pensamiento de deshacerse de él. Se dió la vuelta, miró a la pared y observó la hora: las doce en punto. De repente, la sacaron de sus pensamientos un ruido atronador de varias puertas cerrándose y pasos. La puerta de la habitación en la que se hallaba se abrió, y por mucho que la muchacha deseara darse la vuelta, una fuerza extraña se lo imposibilitaba. Segundos después, podía sentir pasos apresurados acercándose a ella. Un minuto más tarde dejó de sentir esa fuerza que le impedía moverse y se dio la vuelta con inquietud. Se encontró con un vestido marrón tirado en el suelo, con la parte de abajo desgastada, al igual que el vestido que la mujer llevaba puesto.
No pudo encontrar sentido alguno a lo que acababa de pasar, buscó por la cama, pero no encontró nada. Después de un buen rato, se le ocurrió mirar en su vestido, y efectivamente, tenía una pequeña nota pegada en la parte del escote, la arrancó y se puso a leerla, <<Por la puerta a en punto no debes salir, 60 segundos deberás de esperar>>, ¿Por qué no debería salir?, se preguntó en voz alta. Esta vez la curiosidad realmente podía con ella, así que espero a que fueran la una para poder salir y poder entender el por qué no debería salir.
Quedaba solo un minuto para que fueran en punto, así que salió al pasillo y espero ahí un minuto. Llegó la hora y al momento de escuchar otra vez el mismo ruido de antes, miró a su derecha y se encontró con otros 5 vestidos de diferentes colores, morado, negro, rosa, amarillo y verde, los cuales actuaban como si alguien los estuviera utilizando, solo que no los llevaba ningún cuerpo. Cuando al vestido de su derecha le tocó pasar a la habitación en la que ella se estaba alejando, este pareció enfurecerse de repente y apresuró su paso, casi corriendo para llegar a ella.Intentó correr, pero no podía moverse, y con lágrimas en los ojos, esperando a que pasaran los 60 segundos antes de que algo trágico ocurriera, cerró sus ojos, y los cerró para siempre, esperando a esos 60 segundos que nunca llegaron
VENGANZA DIVINA, DE J.M
Estaba anocheciendo, el viento sonaba con fuerza, no había nadie en la calle; solo se hacía notar la fuente goteando sin cesar en mitad de la plaza. Gota a gota pasaba el tiempo como los segundos en el reloj de la iglesia .
Desde su ventana Samuel observaba la avenida. La presencia de esa casa en ruinas le atraía como un imán; le atraían sus escalones cubiertos de telarañas, sus barandillas rayadas por el tiempo y la madera de sus puertas agujereadas por roedores. Desde su ventana se sentía el espía o el detective de algún suceso terrorífico. Como cada noche, no pudo vencer la atracción y atravesó la avenida hasta llegar a los escalones de caserón.
Esa noche se encontró con el pomo de la puerta arrancado como si alguien hubiese invadido su interior violentamente. Una vez dentro, subiendo las escaleras hacia el lugar donde cada noche se acurrucaba, escuchó unos ruidos tenebrosos y lastimeros que a medida que se acercaba a su escondite se hacían más intensos. A través de la enorme mirilla de la puerta pudo observar la sombra de una figura alargada arrancando los periódicos antiguos que forraban la pared. Atónito con lo que veía y conteniendo la respiración observó que la figura se acercaba a un cuadro que estaba colgado en la pared y que representaba la imagen de una dama; Samuel la saludaba cada noche como si fuese el único testigo de su presencia allí. El extraño visitante extrajo de detrás del cuadro una urna crematoria.
El miedo y la incertidumbre anidaron en el cerebro de Samuel. Nadie del pueblo tenía información alguna sobre la desaparicón de la dama del cuadro; nadie sabía por qué abandonó el lugar.
Quizá lo que a él le atrajera de la casa era ese misterio sin resolver y la esperanza de resolverlo un día.
La figura alargada se fue empequeñeciendo a medida que se acercaba a la claridad de la ventana ; por la mirilla sólo podía percibir sus delgadas y finas manos donde resaltaba el brillo de un sello colocado en el dedo meñique de su mano derecha. Enseguida vino a su mente la imagen de Don Anselmo, el cura del pueblo. Pero, ¿qué contenía la urna que había extraído de detrás del cuadro? ¿Serian cenizas de restos humanos? A Samuel, en ese momento, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo; le entraron ganas de abrir la puerta y descubrir quién era el misterioso personaje y qué estaba escondiendo, pero un golpe seco hizo que el miedo de Samuel se convirtiera en terror. Escondido en el rellano de la escalera esperó con su cuerpo tembloroso a que la figura sin rostro saliese de la habitación. Samuel enseguida se dio cuenta de que el viento había sido culpable de tal ruido. Bajó corriendo las escaleras y salió por el portón. No había recorrido ni cinco metros cuando se dio cuenta de que había dejado su linterna olvidada dentro.
Esa noche Samuel no pudo conciliar el sueño y agarrado a su almohada no paraba de preguntarse si era verdad lo que había visto o era un sueño. A la mañana siguiente, Samuel acudió a la iglesia como un domingo más. Esta vez no solo iba a hablar con Dios, iba a descubrir alguna pista que se relacionara con lo vivido la noche anterior. Cuando Don Anselmo salió de la sacristía y se colocó en el altar para dar su homilía, Samuel descubrió la única pista que le identificaba como el autor de los hechos. Don Anselmo, mientras daba el sermón a sus creyentes, pasó la hoja de la Biblia con aquella mano en la cual brillaba el mismo anillo que Samuel había visto la noche pasada en la habitación de la dama.
Samuel, camino de su casa, se encontró con un anciano Por llevar compañía decidió acercarse a él y en el trayecto hablaron largo rato de la casa abandonada. Habló de la dama del cuadro como ejemplo de mujer hermosa elegante y adinerada que tuvo muchos amantes. Incluso decían que alguno de ellos fue el causante de su desaparición ya que su belleza fue motivo de muchos corazones rotos.
Llegó el joven a su casa satisfecho y preocupado a la vez ya que parecía ser el único conocedor del autor y de las causas de la muerte de la dama. Esa noche volvió a la casa abandonada y nada más entrar una luz cegó sus ojos. No pudo ver el rostro de quien sostenía la linterna, pero sí
escuchó una voz que le decía: “ Sé lo que te atrae de esta casa, como ha atraído a tantos.” La luz se acercó a Samuel y prosiguió “pero la única forma de ver de verdad a la diosa que habitaba la casa es esta”. Y una cuchillada atravesó el corazón de Samuel.
Desde su ventana Samuel observaba la avenida. La presencia de esa casa en ruinas le atraía como un imán; le atraían sus escalones cubiertos de telarañas, sus barandillas rayadas por el tiempo y la madera de sus puertas agujereadas por roedores. Desde su ventana se sentía el espía o el detective de algún suceso terrorífico. Como cada noche, no pudo vencer la atracción y atravesó la avenida hasta llegar a los escalones de caserón.
Esa noche se encontró con el pomo de la puerta arrancado como si alguien hubiese invadido su interior violentamente. Una vez dentro, subiendo las escaleras hacia el lugar donde cada noche se acurrucaba, escuchó unos ruidos tenebrosos y lastimeros que a medida que se acercaba a su escondite se hacían más intensos. A través de la enorme mirilla de la puerta pudo observar la sombra de una figura alargada arrancando los periódicos antiguos que forraban la pared. Atónito con lo que veía y conteniendo la respiración observó que la figura se acercaba a un cuadro que estaba colgado en la pared y que representaba la imagen de una dama; Samuel la saludaba cada noche como si fuese el único testigo de su presencia allí. El extraño visitante extrajo de detrás del cuadro una urna crematoria.
El miedo y la incertidumbre anidaron en el cerebro de Samuel. Nadie del pueblo tenía información alguna sobre la desaparicón de la dama del cuadro; nadie sabía por qué abandonó el lugar.
Quizá lo que a él le atrajera de la casa era ese misterio sin resolver y la esperanza de resolverlo un día.
La figura alargada se fue empequeñeciendo a medida que se acercaba a la claridad de la ventana ; por la mirilla sólo podía percibir sus delgadas y finas manos donde resaltaba el brillo de un sello colocado en el dedo meñique de su mano derecha. Enseguida vino a su mente la imagen de Don Anselmo, el cura del pueblo. Pero, ¿qué contenía la urna que había extraído de detrás del cuadro? ¿Serian cenizas de restos humanos? A Samuel, en ese momento, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo; le entraron ganas de abrir la puerta y descubrir quién era el misterioso personaje y qué estaba escondiendo, pero un golpe seco hizo que el miedo de Samuel se convirtiera en terror. Escondido en el rellano de la escalera esperó con su cuerpo tembloroso a que la figura sin rostro saliese de la habitación. Samuel enseguida se dio cuenta de que el viento había sido culpable de tal ruido. Bajó corriendo las escaleras y salió por el portón. No había recorrido ni cinco metros cuando se dio cuenta de que había dejado su linterna olvidada dentro.
Esa noche Samuel no pudo conciliar el sueño y agarrado a su almohada no paraba de preguntarse si era verdad lo que había visto o era un sueño. A la mañana siguiente, Samuel acudió a la iglesia como un domingo más. Esta vez no solo iba a hablar con Dios, iba a descubrir alguna pista que se relacionara con lo vivido la noche anterior. Cuando Don Anselmo salió de la sacristía y se colocó en el altar para dar su homilía, Samuel descubrió la única pista que le identificaba como el autor de los hechos. Don Anselmo, mientras daba el sermón a sus creyentes, pasó la hoja de la Biblia con aquella mano en la cual brillaba el mismo anillo que Samuel había visto la noche pasada en la habitación de la dama.
Samuel, camino de su casa, se encontró con un anciano Por llevar compañía decidió acercarse a él y en el trayecto hablaron largo rato de la casa abandonada. Habló de la dama del cuadro como ejemplo de mujer hermosa elegante y adinerada que tuvo muchos amantes. Incluso decían que alguno de ellos fue el causante de su desaparición ya que su belleza fue motivo de muchos corazones rotos.
Llegó el joven a su casa satisfecho y preocupado a la vez ya que parecía ser el único conocedor del autor y de las causas de la muerte de la dama. Esa noche volvió a la casa abandonada y nada más entrar una luz cegó sus ojos. No pudo ver el rostro de quien sostenía la linterna, pero sí
escuchó una voz que le decía: “ Sé lo que te atrae de esta casa, como ha atraído a tantos.” La luz se acercó a Samuel y prosiguió “pero la única forma de ver de verdad a la diosa que habitaba la casa es esta”. Y una cuchillada atravesó el corazón de Samuel.
EL ÚLTIMO HOGAR DE LOS BELLENDEN, DE I.P.
Bianca y su hermano mellizo, Lucas, se dirigían en coche al que sería su próximo hogar. Lo único que ocupaba sus jóvenes mentes era el número de veces que habían hecho ese mismo camino. Se sentían abrumados. Era el tercer "familiar cercano" al que visitaban ese mes y como de todos los anteriores solo esperaban que éste también saliera despavorido.
Habían pasado ya dos años desde el misterioso incendio de la villa Bellenden en que fallecieron sus padres y habían empezado su deambular de familia en familia. Sus padres provenían de la nobleza, pero ninguno de sus parientes mostraba los modales caballerescos que se suponía distinguían a esta clase social. Uno a uno fueron negándose a hacerse cargo de los huérfanos.
De nuevo Bianca veía cómo el coche estacionaba frente a una antigua casona de ambiente demasiado lúgubre para su gusto. El temporal tampoco ayudaba: el día gris había reemplazado al soleado cielo bajo el que habían iniciado el viaje y una fuerte lluvia tintineaba sobre el techo del vehículo. En la parte trasera del mismo, Lucas examinaba la casona con mucho detalle: esta constaba de dos pisos y un desván que tenía una pequeña ventana circular bajo el alero. La casa se veía tan desgastada y descuidada como el parque que la rodeaba. Lo que más sorprendía a Lucas eran las ventanas polvorientas y de cristales oscuros que le daban al lugar un aura maligna. Al muchacho le recordaban las casas encantadas de los libros que él tanto amaba leer. La Sra. Perkins, la agente de servicios sociales, desbloqueó el coche para que los niños salieran. Tras llamar al timbre, la vieja puerta de la casona se abrió y apareció a sus ojos un chico de cuerpo larguirucho.
Buenas tardes, mi nombre es Amanda Perkins y trabajo para los servicios sociales. Llamé hace unos días anunciando de mi visita a la señora y el señor Giddens.
-Muy buenas, señora, en efecto los señores la están esperando en el salón.
-Gracias.
Los mellizos y la Sra. Perkins, precedidos por el sirviente, se adentraron en el domicilio, con los ojos maravillados por todo: el exterior no dejaba presagiar el lujo y la ostentación del interior de la mansión. Mientras avanzaban hacia la estancia principal, Bianca registraba con su mirada todos los muebles caros y decoraciones suntuosas que los rodeaban.
Por fin, aparecieron ante ellos dos altas figuras que parecían sacadas de un cuadro de época.El señor y la señora Giddens, con un elegante gesto, indicaron a sus invitados que se sentaran en un sofá tapizado de raso azul.
-Muy buenas- dijo Perkins- soy…
-Sabemos de usted señora Perkins - comentó arrogantemente el señor Giddens- hemos hablado antes por teléfono.
-Estamos encantados de que por fin estéis aquí, niños; teníamos muchas ganas de conoceros- dijo la señora Giddens rápidamente - Disculpad a mi esposo; en ocasiones resulta un tanto brusco, pero no siempre es así.
Este pequeño gesto tranquilizó a los dos jóvenes, que ya temían que sus futuros tutores fueran unos tiranos.
-Bueno… comenzemos. Según tengo entendido ustedes están de acuerdo con que los niños se queden a su cargo.
-Así es, nada nos hará más felices que los mellizos formen parte de nuestra familia. ¿No es cierto, Howard?
-Estás en lo cierto querida, nada nos hará más felices.- de nuevo, dirigió una intensa mirada a los niños, que, temerosos de lo que ese hombre querría de ellos, no formularon ni una sola palabra-.
Tras finalizar el papeleo estipulado para la adopción, los hermanos fueron llevados hasta la que, desde ese momento, sería su nuevo hogar. Fueron avisados unos minutos después para bajar a cenar. Bianca no paraba de temblar por los nervios, Lucas, en cambio, estaba calmado.
La cena fue tranquila a ratos, todos participaron en la charla dando a conocer sus opiniones y gustos. La Sra. Giddens se esforzaba por que los Bellenden se sintieran a gusto. El señor Giddens, en cambio, pasaba de la cordialidad al desprecio sin que hubiera causa aparente para ello.
Los días posteriores a la llegada de los hermanos el comportamiento del Sr. Giddens empezó a ser menos amenazante y terminó ,al igual que su esposa, cayendo rendido a los encantos de los Bellenden.
Los días fueron transcurriendo. Poco a poco los mellizos estrechaban lazos con Marta y Howard Giddens, sintiéndose protegidos y queridos después de estos años de orfandad.Pero no todo era felicidad en la casona Giddens, pues estos se comportaban a veces como quienes guardan un secreto.
Este secreto, sin embargo, sería descubierto. Si algo distiguía a los mellizos era su osadía y su inmensa curiosidad, y en esa casona no faltaban rincones donde escudriñar.
La primera en chismear fue Bianca que no podía resistir la tentación de desvelar un misterio. Desde el primer día, la muchacha se había preguntado qué escondía aquel polvoriento desván. Los señores Giddens lo mantenían bajo llave sin dejar nunca que los hermanos se acercaron a aquella puerta. Lo que iba a suceder sucedió por casualidades del destino y por una cualidad poco común de los dos mellizos, que era abrir cualquier puerta fuera cual fuera su tipo de cerradura. Con la ayuda de unas tenazillas Bianca comenzó a forzar la cerradura herrumbrosa de la puerta del desván y estaba a punto de que esta cediera cuando escuchó unos pasos que provenían de las escaleras. La joven, asustada, se escondió tras una columna y espero lo peor. Aquellos segundos en que recordó la mirada penetrante del señor Giddens cuando les advertía sobre aquel desván, se le hicieron muy largos.
-¿Qué haces ahí escondida?-le preguntó Lucas-.
-¡Dios!, Lucas, pensaba que había llegado mi final. Estaba forzando la puerta del desván. Hay algo en esta casa que me huele mal.
-¿Hablas de “la puerta prohibida”? Nos matarán, Bianca. Pero ya sabes que la curiosidad la llevamos en la sangre, hermana. Vamos, entremos, ¿a que esperas?
-Las niñas, primero, Lucasito.
La mugrosa puerta chirrió y un olor putrefacto llegó a sus fosas nasales nada más entornarla. Sin más escrúpulos, los mellizos comenzaron a husmear entre los distintos objetos del desván: muebles victorianos, cuadros y todo tipo de chismes extraños atestaban el desván. Una densa capa de polvo cubría todo y un olor a humedad, pero lo que más inquietante era aquel olor pútrido del comienzo que no se disipaba. Tras un buen rato de husmeo, Bianca halló en la parte trasera del desvan un cúmulo o de sábanas que tapaban lo que parecía ser un objeto enorme. Sin esperar ni un segundo más, Lucas quitó la sábana de encima de los bultos. Los cadáveres medio descompuestos de los señores Giddens yacían frente a los horrorizados Bellenden. Los dos cuerpos habían sido degollados y golpeados de manera feroz.
-Si los verdaderos señores Giddens están muertos. ¿Quiénes son esos?, preguntó Lucas
Pero ya era demasiado tarde para que encontrar una respuesta que sirviera de algo: la puerta del desván se cerró para siempre y los mellizos encontraron por primera y última vez en sus vidas una cerradura que eran incapaces de abrir.
viernes, 2 de marzo de 2018
ANGUSTIANTE, DE M.C.
Estaba a punto de arrancarme los ojos de las cuencas cuando me di cuenta de que el coche, por un recalentamiento del motor, se había detenido en medio de la nada. Tan grave era mi angustia que le di a la palanca de marcha unas 50 veces seguidas, haciendo de mis dedos una especie de papilla callosa y consiguiendo lo que era predecible, nada. No podía ni pensar en qué hacer: estaba lejos de casa y el reloj marcaba la hora de la cena.Dentro de una hora serían las 10 y para ese momento tendría que haberme cepillado los dientes, haberme puesto el pijama, estar en la cama a las 10,05 y conciliar el sueño a las 10,10. Muchos me llegaron a decir que si hubiera tenido hermanos o algún amigo lo bastante cercano para contarle que dormía con los pies al aire, me hubiera vuelto más sociable y menos rutinario, cosa que dudo, ya que para un paciente con el síndrome de Asperger como yo, eso era totalmente imposible.
Un olor nauseabundo empezó a colarse en el coche a través de los conductos de ventilación. Me dieron arcadas, que intenté disimular por si, por una remota casualidad, alguien que anduviera por ahí me viera hacer un gesto tan desagradable.Finalmente, tomé la decisión. El olor no cesaba y tuve que salir del coche en busca de algún sitio en que refugiarme. Estaba bastante angustiado por esta idea; no me hacía ni un pelo de gracia. Anduve unos 200 metros hasta que hallé ante mí una casa lo suficientemente grande como para ser confundida con un hostal.
Me paré unos segundos, reflexioné y como siempre hacía, pensé, por lo que decidí que lo mejor sería no entrar.Busqué a mi alrededor algún sitio cubierto que no me obligara a ir más allá de los 157 metros y, que estuviera obligatoriamente sin bichos. No podía soportar pensar siquiera en la existencia de algún insecto volando -o lo que fuera que estuviera haciendo ese cuerpo o esqueleto diminuto lleno de pelos -. Para colmo, de repente, empezó a llover. No es por exagerar, pero la lluvia estaba en el cuarto puesto de las cosas que me eran más irritantes y angustiosas: el contacto con el agua me producía arcadas, que tendría que disimular. El tercer puesto, en cambio, lo ocupaban esos seres diminutos que me angustiaban tanto.Me callo el segundo puesto. El primero lo ocuparía la terrible decisión que sin darme cuenta, estaba a punto de tomar.
Tras reflexionar de nuevo, decidí entrar en el caserón pese a que careciera de ventanas por las que penetrara algo de luz. No me costó entrar ya que la puerta estaba abierta. Dentro del edificio empleé la luz de mi teléfono móvil, obviamente sin cobertura, puesto que si hubiera tenido cobertura, habría llamado a alguna grúa para que me llevara a casa. El recibidor y el pasillo no parecían estar en mal estado, ni tampoco encontré insectos ni telarañas, por lo que me aventuré a seguir adelante. Andados unos 30 metros, encontré una habitación con una cama, y a causa de mi condición y un sueño prematuro, decidí coger los periódicos que llevaba en la mochila para así poder tumbarme sobre ellos y descansar. A pesar de que pensar en mi mala suerte me mantuvo despierto una hora, al final el sueño me venció; pero ¡qué rápido se pasa el tiempo cuando uno está dormido!: parecía que habían transcurrido segundos cuando me desperté a las 3.00
Bruscamente abrí los ojos, alterado por la sensación de alguna presencia dentro de la habitación, una presencia muchísimo más grande que la de un bicho. Empecé a sudar e hiperventilar. Mientras miraba las patas de hierro de la cama podía escuchar los latidos del corazón a una velocidad exorbitante, cada vez más fuertes, cada vez más angustiantes.
Esa presencia se hacía más grande, más cercana, más peligrosa. Entonces, como alma que lleva el diablo, me levanté y salí de la habitación dispuesto a huir de aquel lugar. Esa cosa estaba detrás de mí y tampoco me atrevía a mirar hacia atrás. No cometería el mismo error que en primero de la ESO cuando unos de mi clase me llamaron y tan pronto como me paré y miré, me lanzaron una mosca muerta. Empecé la cuenta atrás de los 30 metros que había recorrido para llegar a la habitación; al llegar al metro cero una intensa sensación de sofoco y terrorse apoderó de mí y me quedé paralizado por 34 milésimas de segundo. El recibidor no estaba... la puerta no estaba. Grité. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo, e inmediatamente, pese al irrefrenable miedo que sentía ,seguí adelante, intentando escapar, ser libre.
Para cuando me di cuenta, el estado en el que se encontraba el edificio había cambiado drásticamente. Encontré paredes rotas, grietas, polvo, restos de papel en el suelo e incluso lo que parecían ser restos de uñas, haciendo de mí un ser por el que Dios no mostraba piedad. No veía el final del pasillo, tenía que encontrar el final del pasillo y salir de ese lugar, o de lo contrario, me iba a estallar el corazón: no soportaba, no podía soportar lo que me estaba pasando.La angustia me dominaba.
A los 20 metros de ese largo pasillo contemplé una luz intensamente blanca que eclipsó todos mis sentidos hasta entonces sumergidos en la oscuridad. Me dirigí directamente hacia ella, sin pensarlo, me dirigí, sin pensarlo.
Habían recorrido 24 metros cuando observé que la luz era más grande, seguía hiperventilando y sentía una presencia justamente a mis espaldas.
Con el corazón a cien seguí corriendo hacia la luz, perdida la cuenta de los pasos que inevitablemente contaba siempre que estaba en algún lugar desconocido; seguí adelante.
El pasillo se estrechó, aparté las telarañas y seguí adelante, pasé por encima de un charco que tenía el agua embarrada que se metió en mis zapatos; seguí adelante mientras que los nervios me impulsaban a morderme las uñas, llegando incluso a sangrar por los enormes trozos que me llegué a arrancar.
La luz brillaba, cada vez estaba más cerca, no me lo podía creer, por fin…. ¡POR FÍN! Escuche una risa ahogada, mas no me di cuenta de que había salido de mis propios labios. Pasé de largo una habitación que se encontraba a la izquierda de las destrozadas paredes del corredor, llenas de suciedad. ¡Ah! exclamé. Y así es como me di cuenta cuando me adentré en esa luz que cubrió todo. Solo me di cuenta en ese momento, y pensé que si no hubiera perdido esas 34 milésimas de segundo quizás hubiera seguido con vida, y puede que hubiera llamado a una grúa, y llegado a mi casa, en la cual lo primero que hubiera hecho hubiera sido meterme en la cama y cubrirme con las sábanas, excepto los pies; solo hubieran bastado 34 milésimas de segundo para llegar a la puerta trasera que daba al exterior, en cambio, en esas 34 milésimas a esa cosa le dio tiempo a tomar el control sobre mi, por lo que mi conciencia fue desapareciendo cada vez que me acercaba a la luz que mi propia mente había creado, una luz que reflejaba la distancia del fin de mi ser y el surgimiento de un nuevo ciclo en el que una bestia salvaje con un cuerpo inocente seguiría cometiendo atrocidades hasta el fin de sus días. Aguardaría su padecimiento en esta misma casa y en esa misma habitación donde yo dormí tan despreocupadamente y su espíritu, o cualquier cosa que fuera esa cosa que sentí, volvería a inclinar la balanza de la suerte, haciendo que otro joven, probablemente sin el síndrome de Asperger, cayera otra vez en su telaraña.
lunes, 26 de febrero de 2018
El espejo, de A.G.
Laura era una chica orgullosa, no muy buena amiga; le gustaba hacer bromas de muy mal gusto. Una chica con muy buen aspecto, pero con una extraña fijación con los espejos: no podía parar de mirarse en ellos.
Un día como otro cualquiera, decidió retar a sus amigos y compañeros de instituto. Este reto consistía en visitar una casa que llevaba 43 años abandonada y en la que habían desaparecido varias personas. Como toda casa abandonada, estaba muy deteriorada: la luz estaba cortada, la maleza crecía por doquier, sus muebles estaban empolvados, la madera carcomida, el tejado lleno de goteras...
Esa casa tenía dos plantas y un ático muy amplio, que estaba cerrado desde que se fueron los último inquilinos.El escenario era perfecto para la broma de Laura. Pensaba llegar antes que sus víctimas para poder preparar cada detalle.
Ella llegó una hora antes. Fue colocando todas las trampas por la planta baja, luego siguió con el piso superior: allí estaba cuando, de repente, al final del pasillo escuchó el rechinar de las ventanas golpeadas por el viento. Después vio un fugaz brillo por debajo de la puerta y decidió abrirla muy poco a poco. Según la abría, sintió un ligero cosquilleo en los pies, bajó la vista y de pronto, dos ratas salieron corriendo del cuarto oscuro. Soltó un grito agudo y saltó hacía atrás con pánico. La puerta acabó de abrirse produciendo un sonido terrorífico.
Controlando como pudo sus nervios, decidió entrar despacio en la habitación del fondo y enseguida notó, por la decoración, que era la habitación de una niña: estaba llena de muñecas cubiertas de telarañas; un peluche, negro y carcomido por pequeños mordiscos de ratas, estaba recostado sobre la vieja cama. Al fondo, había un gran espejo luminoso en el que Laura era incapaz de no mirarse.
Dejó todas sus cosas a un lado; solo le faltaba esa habitación por colocar las bromas. Sin pensarlo, se acercó al espejo y empezó a posar frente a él. Repentinamente, empezó a sonar el cuco de un anticuado reloj de pared. Ya eran las 12; entonces Laura se giró hacia la puerta pensando que sus amigos habrían llegado ya.
Al volverse hacia el espejo, tanto Laura como la habitación se quedaron paralizados.Lo que Laura tenía enfrente era el espíritu de la niña que habitó en esa habitación hacía 55 años: estaba muy delgada, tenía el pelo largo y muy oscuro, las uñas desgarradas como si hubiera destrozado algo con ellas antes de morir. Empezó a abrir la boca y a hacer ruidos extraños. Magenizandola con la mirada se apoderó del alma de Laura y la encerró en el espejo.
La niña misteriosa se asomó por la ventana y vio un grupo de amigos, los amigos de Laura que pronto pensaron que la broma consistía en dejarlos plantados y se marcharon. El fantasma de la niña los vio marchar y miró hacia el espejo; con un joyero macizo lo rompió dejando a Laura repartida en pequeños trozos de cristal. Solo si alguien los recomponía como si de un rompecabezas se tratara tendría la muchacha una oportunidad de volver a la vida; quizá alguna vez alguien lo hiciera, pero era poco probable. Unos americanos ricos compraron la mansión y los trozos del cristal dispersos acabaron triturados en un lejano vertedero de Dakota.
sábado, 24 de febrero de 2018
Un minuto: todo, nada... de M.P.
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
se congelaron en una plegaria egoísta por la luz
( Lord Byron)
( Lord Byron)
Recuerdo que era jueves y que era invierno. Esa noche tuve un sueño que no era del todo un sueño. Como despierta un picotazo, así me despertó a mí un escalofrío súbito que me recorrió fulminante la espalda. Instintivamente me tapé la cabeza con las mantas procurando que ningún poro de mi piel quedase en contacto con el aire gélido de la habitación; de inmediato volví a cerrar los ojos con fuerza a ver si el calor de las sábanas me devolvía el sueño perdido. Llevaba un tiempo con dificultades para dormir más de cuatro horas y, una vez más, el insomnio se había aliado con el nihilismo más autodestructivo para hacer insoportable la última hora de la noche.
Observé de cerca el reloj de la mesilla. Las luces de LED indicaban las 6. 20. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me incorporé sobre los almohadones. Tras un tiempo de cavilaciones, decidí que era mejor salir de la cama pese al frío. Pulsé el interruptor de la luz una, dos, diez veces, pero no funcionaba.
Entonces me dirigí a tientas hacia la ventana; buscaba ,entre las tinieblas, la luz de las farolas que a aquellas horas de la noche deberían estar aún encendidas en la calle a la que daba mi cuarto. Durante el trayecto tropecé con algo que no conseguí distinguir. Al fin, llegué a la ventana o, mejor dicho, al lugar en que debería haber una ventana.
El miedo intentaba disuadirme de un pensamiento que cobraba fuerza en mi mente: no me encontraba en mi habitación. Sentí náuseas. Mis ojos intentaban adaptarse a aquella oscuridad, cuando, de pronto, escuché un sonido metálico. Una banda de luz cruzó la habitación. Provenía de una gran mirilla en forma de ojo sin párpado.
Me sentí totalmente desorientada. La puerta se abrió en medio del silencio y la mirada brillante y fría de un ojo me inmovilizó durante unos segundos, hasta que su dueña, si es que la tenía, la volvió a cerrar sin ruido alguno. La luz se esfumó dejándome otra vez sumida en la oscuridad de un cuarto que -ya estaba segura- no era el mío. Aquel ojo no me había mirado ni con odio ni con ningún otro sentimiento reconocible y eso era precisamente lo que me aterraba.
Permanecí paralizada durante algún tiempo hasta que conseguí reaccionar y comencé a golpear la puerta con furia. No sé cuánto tiempo arremetieron mi puños contra ella, pero sentía que mis nudillos ardían mientras el olor a sangre, a mi propia sangre, me invadía los sentidos en oleadas nauseabundas.
Comencé a aspirar con ansiedad el aire, como si alguien se lo estuviera llevando de la habitación. Me ahogaba, me ahogaba como un pez al que le han vaciado de agua la pecera. Movida por la desesperación, rodeé la habitación palpando las paredes con mis manos ensangrentadas, buscando una rendija, una grieta por donde respirar; buscando alguna manera de salir de aquel cuarto que- ya estaba segura de ello- no era mi cuarto. Escuché pasos y corrí hacia ellos, hacia la puerta, pero la oscuridad no me permitía distinguir nada; tropecé golpeándome la cabeza.
Desperté tumbada en una cama y cubierta de sudor. En aquel lugar ajeno, descubrí una ventana. A mi izquierda, sobre una mesilla, brillaban las velas de un candelabro dorado y barroco que iluminaba la habitación con luz vacilante. ¡Luz y aire! Por unos instantes sentí cómo el entusiasmo subía por mi garganta y acababa en un grito de júbilo como si mi plegaria por la luz y el aire sí hubiera sido escuchada. Tras forcejear un rato, conseguí retirar el postigo herrumbroso de la contraventana. Entonces descubrí con horror que tras aquel resguardo metálico no se encontraba ningún parque, ninguna calle, ninguna realidad, sino un boceto inacabado de un paisaje de invierno.
No era posible. La negra quietud de aquellas ramas fantasmagóricas me aterrorizaba. La saliva me sabía a metal y a bilis. Podía escuchar cómo silbaba el aire tratando de entrar en mi pecho. Las luces de las velas eran cada vez más débiles hasta que una a una acabaron extinguiéndose. De nuevo, la oscuridad.
En ese mismo instante, con los restos de humo aún huyendo de la velas, se abrió la puerta. Una figura difusa comenzó a acercarse. El horror paralizaba mis músculos. En aquella vaga silueta distinguí una enorme sonrisa que me permitía ver todos y cada uno de sus dientes. Tras aquella boca se encontraba la más absoluta oscuridad. A medida que se acercaba me parecía cada vez más inmensa. Podía notar cómo aquella oscuridad me borraba del mundo. Y entonces: la nada. La más aterradora nada. Miré a mi alrededor, pero solo encontré ausencia. Un lejano eco comenzó a sonar acercándose.Retumbaba cada vez más fuerte en mi cabeza. Era un sonido repetitivo y artificial: Pi-pi, pi-pi, pi-pi… Llegó a sonar con tal intensidad que comencé a retorcerme en el suelo mientras apretaba mis manos contra los oídos En mitad de aquel tormento, abrí los ojos. Me encontraba en mi habitación. Estaba jadeando. Una gota de sudor recorría mi cuello. Dirigí la mirada hacia el reloj de la mesilla… las 6,19. Recuerdo que era jueves y que era invierno. Probablemente me volví a quedar dormida hasta que me despertó un escalofrío súbito que me recorrió fulminante la espalda como un picotazo. Instintivamente me tapé la cabeza con las mantas procurando que ningún poro de mi piel quedase en contacto con el aire gélido de la habitación.
viernes, 23 de febrero de 2018
La ventana de la eternidad, de M.E.
Cansada de la rutina, había decidido cogerme una semana de vacaciones y hacer un viaje a Francia. Allí conseguiría encontrar la tranquilidad y la soledad que tanta falta me hacían. El pueblo al que me dirigía contenía todo lo que buscaba. Había pasado algunos años de mi fría infancia allí, con mis abuelos, porque mis padres murieron en un extraño accidente, a la salida del pueblo, cuando yo tan solo tenía cuatro años. Mis abuelos intentaron quererme como si fuesen mis padres, pero por algo que había dentro de mí o tal vez dentro de ellos nunca los vi así y eso hizo que me sintiera ajena a la familia. Sin embargo, el pueblo seguía atrayéndome como un imán.
El 23 de febrero fue el día en que me dispuse a realizar el deseado viaje; esperaba no olvidarme de nada porque allí no había más que una tienda. Lo malo era que al estar en plena montaña, no había cobertura; esperaba que no me pasara ninguna historia rara como las que solía leer en las que una persona pasa por el monte y no se la vuelve a ver, al menos, en este mundo.
Me disponía a arrancar el coche cuando alguien dio un golpe en la ventanilla y me asustó. Era mi vecino; ese hombre tenía problemas psicológicos desde que lo conocía. Era un hombre simpático y de apariencia tranquila, pero debió de consumir alguna sustancia que lo trastornó. No le quise dar importancia, no creí que lo hubiera hecho con mala intención. Solo habría querido saludar; sin embargo, la aparición de aquel hombre siempre traía mala suerte y no solamente a mí.
En la carretera todo estaba tranquilo, no había tráfico, lo malo era que había una niebla espesa que me impedía ver claramente, pero si iba despacio no me pasaría nada. Tras horas de conducción por aquella carretera solitaria y llena de curvas, después de una cuesta pronunciada distinguí a la luz de los focos un perro vagando por un lado del camino; decidí parar para ver qué le ocurría al pobre animal. Salí del coche y me aproximé al perro que ni se movió al sentir el haz de luz de mi linterna. Parecía malherido; no había querido tocarle de momento, pero me daba pena porque daba la sensación de que había sido abandonado o maltratado. Lo toqué y él respondió a mis caricias con pequeños lengüetazos; no parecía agresivo. Me decidí a llevármelo; supuse que me haría buena compañía y él agradecería que alguien lo hubiera recogido.
Después de hacer varios kilómetros, tras una breve parada, giré a ver qué tal iba Argos; había decidido ponerle ese nombre porque el perro que tenía en casa de mis abuelos cuando era pequeña, se llamaba así. En realidad, allí todos los perros se llamaban Argos. El perro se encontraba adormilado, con las heridas sangrando todavía; se las iba a curar cuando llegáramos. Había hecho 250 kilómetros y ya faltaba poco para llegar, pero noté que el coche me estaba fallando; todo había ido bien hasta entonces, pese a la niebla y la oscuridad del camino. No sabía qué le había podido pasar a los frenos. No respondían siempre. Menos mal que el pueblo estaba ya a pocos kilómetros. Aparqué junto a una fuente, contra un árbol que recordaba de mi infancia y entré en el pueblo con Argos en brazos . Decidí alojarme en una humilde posada en la que una mujer de apariencia enfermiza me recibió con una felicidad que no había visto nunca antes. Se veía que no solía ir por allí mucha gente. Después de hablar sobre lo ocurrido, me ofreció quedarme a dormir en una de las cabañas de su propiedad donde, dijo, admitían animales. Me dio una gasas y alcohol para curar las heridas de Argos a quien la buena señora no cayó en gracia. Yo, por el contrario, agradecida, le di una propina y me dirigí a la cabaña; ya era tarde y cada vez había más niebla. Me daba miedo el lugar; estaba en medio de un bosque que recordaba vagamente. Menos mal que Argos estaba conmigo. Aunque estuviera malherido me transmitía tranquilidad el estar acompañada. No fue de una gran ayuda, sin embargo, para encontrar la cabaña; en cuanto lo ponía en el suelo para descansar, se negaba a caminar. Tras quince minutos, llegamos a la cabaña, que tenía la puerta abierta, tal y como me había dicho aquella buena mujer.
Decido investigar un poco el interior de la cabaña y me encuentro, sorprendentemente con unos cuadros en los que se pueden ver retratos: uno de la señora que me ha atendido antes en la posada y otros muchos de hombres pálidos como la cera. Alguno, incluso, me recuerda a mi abuelo, pero bueno, en los pueblos pequeños todo el mundo tiene un aire familiar. Hay algo más raro aún en los retratos; noto que cada vez que me muevo parecen seguirme con la mirada; no me asusto, simplemente pienso que es porque estoy cansada. Apago las luces y me meto en la cama, dándole vueltas a lo ocurrido y mirando los retratos cuyos ojos me observan ahora con una mirada que brilla en la oscuridad.
He decidido tumbarme sin quitarme la ropa, abrazada al bolso donde llevo un cuchillo, no por nada, sino porque no me gusta partir la carne con los dedos; al cabo de un momento escucho gemir a Argos y enciendo la luz; en el campanario de la iglesia suena la medianoche; miro a todas partes y me doy cuenta de que en los cuadros ya no hay retratos; se ve el bosque a la luz de sucesivos relámpagos: lo que me parecieron cuadros eran ventanas. Estoy inquieta; aun así decido levantarme e ir a mirar por ellas. Empiezo a escuchar pasos y me encuentro a un grupo de bultos y sombras humanas armadas de un cuchillo y destrozando a Argos que gime débilmente. El corazón se me paraliza. Me ven y no solo ahora: me han estado observando desde que he entrado en la cabaña a través de los retratos, que no eran cuadros sino ventanas en las que ellos estaban inmóviles, al acecho, esperando la medianoche. Quizá me hayan observado desde antes, desde mucho antes. Me rodean. Uno me agarra y ya solo finjo resistir.
Pienso: este es mi destino; creía hacer hecho la primera buena acción de mi vida recogiendo a un perro y en realidad lo he devuelto a los sombras de las que había escapado; ahora voy a morir y a pasar el resto de la eternidad asomada a una ventana esperando a que algún viajero se quede mirándome como si fuera un retrato y suenen las campanas de la medianoche.
martes, 20 de febrero de 2018
LA CABAÑA de N.T.
Yo tenía 14 años y mi hermana 12 cuando mis padres decidieron comprar una cabaña cerca de un bosque a un kilómetro de un hermoso lago, a las afuera de Tijuana. Como habíamos dejado a todos nuestros amigos atrás, olvidados, todo el día lo pasábamos dando vueltas por el campo: fue así como habíamos encontrado esa vieja cabaña que decidimos convertir en nuestra guarida de secretos. El hecho es que con el tiempo empezamos a escuchar ruidos extraños y ajenos cuando entraba la noche; pero no le prestamos atención ni le dimos importancia porque pensamos que era por lo viejo de la casa.
Un día, mi hermana discutió muy fuerte con mis padres por lo que decidió fugarse de casa. Más tarde, mis padres me dijeron que no la encontraban, y me preguntaron si sabía adónde podía haber ido; así que yo les dije que se había refugiado en la cabaña. Dimos ciento de vueltas entre los árboles del bosque, pero no encontramos la cabaña. Tuvimos unos cuantos sustos porque nos intentaron atacar unos lobos; pero afortunadamente, nos pudimos defender y seguir adelante con la búsqueda. Por más que ellos y yo misma buscamos y buscamos nunca dimos con la vieja cabaña adonde habíamos ido tantas veces; al principio pensé que nos habríamos equivocado de camino y de lugar por la oscuridad de la noche o por la niebla que se levantaba del lago; pero el camino y el lugar eran correctos; tuvimos que aceptar que mi hermana y la cabaña habían desaparecido misteriosamente.
Al cabo de muchos días, desesperados, decidimos volver a casa para asimilar la tragedia y dejar el asunto en manos de la policía.
Al cabo de unos meses, decidí viajar por el mundo siempre con la esperanza de que en algún lugar insospechado apareciera mi hermana; fui de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, hasta que una noche escuché una historia que terminó con mi búsqueda: se trataba de una hermosa muchacha que vivía en una vieja cabaña en un extraño bosque.
domingo, 4 de febrero de 2018
EL ACCIDENTE ( CUENTO GÓTICO) DE L.U.
Era una noche fría de enero de 1820. Una noche llena de niebla y de lluvia incesante; una noche peligrosa a la vez que atractiva para salir. El peligro no frenó a nadie para acudir al gran baile que se celebraba en el pueblo de Aberdeen. Era este un baile muy importante que reunía a los habitantes del valle y para el que todos se ponían sus mejores galas. Allí se conocieron Fred y Jeanne. Fred era un chico muy simple, pero rebelde; siempre intentaba ser diferente a los demás, siempre luchaba por los ideales e intentaba conocerse a sí mismo. Al igual que Jeanne era muy independiente y creía en el amor verdadero. Los jóvenes acudieron solos al baile. Fred, tan pronto como vio a Jeanne, pensó que era la chica más bonita de todo el baile. Pasaron las horas juntos, comiendo, bebiendo y bailando. Sobre las doce, Jeanne le pidió a Fred que la llevara a casa ya que, camino del baile, a causa de un despiste, había sufrido un accidente y el coche había quedado empotrado contra un árbol No podía volver andando con ese tiempo. Él aceptó con la excusa de que también tenía que volver a casa.
Después de un largo camino por Brady Road, una terrible tormenta se les echó encima y decidieron detener el coche y refugiarse en el primer lugar que encontraran. Entre la niebla vieron un cementerio en el que se situaba una pequeña iglesia a la que hacía siglos que nadie entraba. Carecía de cristales en las ventanas, pero todavía había partes del techo y muros intactos. Decidieron pasar la noche allí. Pero antes él le tendió una guirnalda que había cogido del baile y ella la aceptó colocándosela en la melena.
Al entrar, como estaba oscuro como boca de lobo, anduvieron a tientas hasta que encontraron un banco en el que sentarse en el piso de abajo: la iglesia estaba formada por dos pisos. Era un lugar seco y polvoriento en el que ,al menos podrían estar a salvo del diluvio que iba a caer del cielo. Estiraron las piernas, se arrebujaron en las mantas que habían traído sacado del maletero y se pusieron cómodos con el propósito de dormir.
Pero ninguno iba a poder conciliar el sueño Sería la una cuando oyeron pasos en el piso de arriba. Parecía que hubiera varias personas corriendo de acá para allá. Cuando Fred gritó “¿Quién está ahí?”, los pasos cesaron. Entonces escucharon un grito de mujer. El grito se transformó en un gemido y dejó de oírse. Por las grietas del techo de la nave donde Fred y Jeanne se acurrucaban empezó a manar una sustancia pegajosa y dulzona: era sangre. En el piso de arriba la puerta se cerró de un portazo y la mujer volvió a gritar “¡A mí no!”, parecía que estuviera huyendo del diablo. Desde abajo se oía el golpeteo de sus altos tacones. “¡Te agarré!”, vociferó un hombre, y el techo vibró como si la hubiera atrapado haciéndola caer sobre el suelo de madera carcomida. Los dos, intrigados a la par que aterrorizados se mantuvieron quietos y en silencio. No se oyó ningún ruido hasta que el hombre que había gritado comenzó a reírse. La iglesia se llenó de prolongadas y espantosas carcajadas que continuaron y continuaron hasta que los dos pensaron que iban a volverse locos.
Cuando por fin cesaron las risas, Fred y Jeanne oyeron a alguien bajar por una escalera; arrastraba algo pesado que golpeaba en cada escalón. Le oyeron llevarlo por el pasillo y sacarlo por la puerta de entrada. La puerta se abrió y después se cerró con gran estrépito. De nuevo, silencio. Varios rayos repentinos inundaron la iglesia de un gran resplandor. Y entonces, un rostro horroroso apareció en el pasillo y se quedó contemplando a Fred fijamente. En ese momento se dio cuenta de que Jeanne había desaparecido. En seguida, varios rayos y truenos hicieron que retumbara el edificio y alumbraron de nuevo la nave . Fred se dio cuenta, paralizado por el el pánico, de que no estaba solo: había siluetas sentadas en casi todos los bancos. Tenían las cabezas inclinadas como si rezaran y todos vestían de blanco. “Deben ser fantasmas cubiertos con sus mortajas; han debido de venir del cementerio.” pensó presa de un escalofrío Fred salió corriendo por el pasillo tan rápido como pudo, tropezándose con aquel hombre que lo contemplaba.
Consiguió huir con la imagen de Jeanne clavada en su cerebro: ¿Dónde estaría, dónde? Pese a la tormenta, llegó al coche y arrancó de inmediato. Decidió seguir la carretera de Brady Road. Condujo tan rápido como le permitía el viento que bamboleaba el coche y la lluvia que hacía patinar sus ruedas. Fue dejando a un lado y otro bosques impenetrables azotados por la lluvia y el viento. La soledad era absoluta por aquellos caminos. Ni rastro de Jeanne. Al girar en una curva vio que, un poco más adelante, había habido un accidente de automóvil. Un coche había chocado contra un árbol Cuando Fred llegó al coche pudo ver a una persona atrapada en su interior, incrustada contra la barra de dirección. Era Jeanne y en su cabello llevaba la guirnalda que él le acababa de regalar.
L.U.
L.U.
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