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sábado, 16 de noviembre de 2019

JAMÁS EL FUEGO NUNCA, DE DIAMELA ELTIT





Soberbia novela  de Diamela Eltit. No es un texto para buscadores de literatura de evasión, de lectura rápida, de argumentos llenos de peripecias y de pasiones distinguibles y digeribles. La escritora chilena, gran admiradora de Samuel Beckett,  nos ofrece un texto duro, de lenguaje seco y antirretórico, cuyo argumento se puede reducir a unas líneas: una pareja de militantes comunistas durante la dictadura de Pinochet viven en algún momento de principios del  siglo XXI  encerrados en una diminuta habitación; allí luchan entre sí por imponerse el  discurso político de un pasado fracasado y asisten a la inexorable decadencia de sus cuerpos y de su antigua relación amorosa.

Desde luego la novela puede entenderse como el certificado de un doble fracaso: el  fracaso de la lucha  política de la izquierda chilena desde la dictadura de Pinochet hasta los primeros años del siglo XXI ,  y el  fracaso del  feminismo que quería cambiar las relaciones de pareja con un discurso enraizado en  mayo del 68.  Y es que el poder y la dominación son dos temas que interesan especialmente  a Diamela Eltit. Es más, sus novelas se iluminan extraordinariamente si tenemos en cuenta la influencia que sobre la autora han tenido dos pensadores franceses, Michel Foucault y Pierre Bourdieu.

Michel Foucault disintió del esquema  binario marxista  del poder según el cual una clase dominante (la burguesía) oprime  a una clase dominada (el proletariado). Para Foucault, sin negar la existencia de dicha dominación, el poder se ejerce en la sociedad de una manera capilar, o dicho de otra manera, todas las relaciones son relaciones de poder: las que se dan en la familia,  en la pareja,  en la escuela, en el  hospital,  en un taller,  en un partido político, en un sindicato,  en un grupo de amigos, en un equipo deportivo... En todas ellas hay un lucha por hacerse con la significación de las palabras. En ese sentido, el lenguaje  es siempre una herramienta de poder. Para explicar cómo se ejerce el poder, Foucault  utilizó, en su obra Vigilar y castigar, la imagen del panóptico de Bentham. En el XVIII se proyectó crear  en las cárceles una torre central con cristales espejados desde la que se pudieran vigilar todas las celdas. Los individuos, al no saber si los estaban vigilando o no, se comportaban  siempre con el miedo de serlo e interiorizaran la disciplina. Este modelo es, según Foucault, común a todos los sistemas de control y vigilancia. Por supuesto, ningún poder renuncia a dominar por medios físicos directos cuando lo cree necesario.

Por su parte, Pierre Bourdieu, que compartía muchas ideas de Foucault, va a hacer mucho hincapié en la dominación simbólica, mucho más difícil de detectar por los dominados;  es más, la dominación simbólica funciona porque los dominados colaboran con ella voluntariamente, que no es lo mismo que decir libremente. Por lo tanto los dominados defienden  el imaginario colectivo que los oprime. En ese proceso de simbolización el lenguaje ocupa un lugar central.

En  Jamás el fuego nunca  Diamela Eltit disecciona  la dominación teniendo en cuenta lo aprendido de esos dos pensadores:

1. El poder de la dictadura. Indudablemente el poder de la dictadura se expresa en todas sus formas: vigilancia, persecución, brutalidad física, violaciones.

2. El poder dentro de la pareja: la protagonista lucha por no asumir el papel subordinado tradicional, pero fracasa.

3. El poder dentro de la célula revolucionaria. En las células revolucionarias clandestinas, la manipulación y la lucha por los roles es continua.

4. El poder sobre los espacios.  El espacio es además de real, simbólico. La minúscula habitación que ocupan los dos personajes  es un verdadero campo de batalla por la  apropiación de cada metro. La protagonista  ha de encogerse en la cama para dejarle a él mayor espacio y es relegada a un rincón para hacer sus cuentas. Su lugar es la minúscula cocina, obedeciendo en ello al imaginario colectivo. 

5.El poder en las relaciones laborales. Una vez a la semana la protagonista  asiste a un anciana inválida a la que su familia no asea.  Lo que no hace la familia por asco, ha de hacerlo la protagonista por una miseria que solo le da para llevar a casa arroz, pan, y cigarros para su marido. De ese sueldo además ha de sacar dinero para hacerse con los productos del aseo de la anciana.

6. El poder del lenguaje. Por una parte, los grupos revolucionarios no consiguieron que su lenguaje fuera aceptado e interiorizado por la sociedad como parte de un nuevo imaginario colectivo;  por otra, el mismo relato de ese pasado es motivo de pugna entre los dos personajes. Es el marido el que más veces pronuncia  "cállate" a su pareja. También se impone él con su silencio al negarse a aclarar acontecimientos fundamentales del pasado de su relación. 

7.El poder sobre los cuerpos. Los cuerpos se deterioran rápidamente pese a la resistencia que oponen a ello los sujetos. No es solo la naturaleza la que se impone sino también  la carencia de instrumentos para que no se acelere y no cause tanto sufrimiento. Los protagonistas no pueden acudir a los hospitales, no tienen  dinero para medicinas. El hospital es otro lugar de poder que los amenaza como ocurriera cuando no llevaron a su hijo enfermo sabiendo que harían caer y morir a toda la célula.

Una gran novela que bien merece una relectura.



viernes, 1 de noviembre de 2019

FUERZAS ESPECIALES, DE DIAMELA ELTIT



En poco menos de doscientas páginas, Diamela  Eltit describe la desintegración y destrucción   de las vidas de  unos individuos  encerrados en  los bloques  de un barrio marginal, sometidos a las incesantes agresiones policiales de la fuerzas especiales.  La narradora es una joven que gana unos pesos  prostituyéndose  en el cíber del edificio y permite disminuir el hambre  a su menguante familia que, enferma y destrozada anímicamente, no tiene fuerza ni para levantarse de la cama.  Las únicas personas con las que intercambia algunas palabras  son Omar, otro joven que se prostituye en el Cíber,  el dueño de este, Lucho,, y el vendedor de fricas.

La novela no tiene un argumento en el sentido clásico; Eltit parte de una situación de acoso y violencia que va aumentando en  intensidad desde ese punto inicial ya muy elevado. Dicho con una metáfora, la autora sube y sube los grados  a un caldo  amargo que estaba desde el principio a altísima  temperatura. 

Esos bloques  vigilados y  acosados violentamente  por la policía podrían estar en cualquier parte del mundo industrial,  si bien la forma de hablar de los personajes y algunas referencias los sitúan en Chile. Seguramente la  falta de  localización precisa es algo intencionado. Parece haber una tendencia en la literatura latinoamericana a prescindir de ubicaciones reales, concretas. Hace poco leía una novela de Mario Bellatin, Salón de Belleza, que también recurre  a un espacio cerrado y en cierta medida alegórico, que recuerda las novelas de Kafka.

Como en otras novelas,  también en esta a Diamela Eltit le interesa explorar  el tema del poder y la violencia en unos términos que muestran el gran influjo de  dos pensadores franceses:  el filósofo Michel Foucault   y el sociólogo Pierre Bourdieu. 

 Según Foucault el poder es obicuo, está presente en los intersticios del todo el entramado social. La violencia es  ejercida por  unos   policías  ocultos  tras sus cascos  que a su vez obedecen las órdenes de instancias superiores cuyo rostro queda absolutamente velado. Sin embargo, el pesimismo que se respira en la novela no procede de esa violencia, sino del descubrimiento de que las relaciones entre estos seres acosados son también relaciones de poder y de violencia : lo son las relaciones  entre vecinos que se espían, se insultan o  se esquivan, se agreden y se explotan sexualmente;  lo son las  del padre  que desprecia a las tres mujeres con las que convive, lo son las de Lucho, el dueño del Cíber que actúa de proxeneta con sus antiguos amigos.

 Por otra parte, contrariamente a lo que afirmaba  Foucault no todo poder genera resistencia. El poder y la violencia  sobre la familia y el barrio se han ejercido con tanta  profundidad que se han roto sus resistencias históricas, sin que se atisbe ninguna reacción posible.  Los individuos se aferran en un principio  a la familia por un instinto básico  de supervivencia,  pero acaban por descubrir que solo se tienen a sí mismos, o mejor dicho,  que no se tienen ni a sí mismos.

 Como en otras de sus novelas, en Fuerzas especiales la autora constata la atomización y disgregación  de los grupos humanos, sea la familia, el barrio, la clase social. Los antiguos grupos humanos de resistencia han sido invadidos por el imaginario dominante; han perdido su propio imaginario colectivo, y han quedado inertes contra su opresores, reproduciendo además entre ellos  las mismas reglas de dominación. 

Por otra parte, que Diamela  Eltit haya elegido como narradora a una mujer joven es también significativo: la protagonista es el epicentro de todos los círculos de violencia: sufre la violencia de su familia, la violencia policial, la violencia de sus “amigos”, la violencia sexual, y la que  Pierre Bourdieu llamaba violencia simbólica;  incluso cuando ella quiere “liberarse” con las imágenes del ordenador no hace sino ser cómplice involuntaria de su cosificación.

 Eltit recurre a un estilo directo y crudo; el lenguaje, como decía Bourdieu, es otra de las formas de la violencia simbólica, y así lo vemos utilizado entre los personajes. En una entrevista, manifestaba la autora el problema de la autenticidad de la voces,  la imposibilidad de hablar en nombre de otro, consciente de que como escritora puede ejercer también violencia simbólica a través de estereotipos de los que no sea consciente.  Pese a que no pretenda recrear la realidad y menos crear una hiperrealidad, Diamela Eltit ha tenido en cuenta continuamente las posibilidades expresivas de la protagonista, una joven de un barrio marginal, aunque no haya conseguido en todo momento la verosimilitud.

 No me cabe duda de que esta novela es espléndida, si bien no tengo claro si es fruto del pesimismo rampante de nuestra época o colabora con él. Como dicen algunos críticos, puede que haya mucha denuncia social en la novela , pero su efecto es más bien desesperanzador y paralizante.