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sábado, 10 de agosto de 2019

TEA ROOMS, DE LUISA CARNÉS

Luisa Carnés nació en Madrid en 1905, en la calle de Lope de Vega, en lo que hoy se conoce como el barrio de las Letras. Nacida en una humilde familia obrera, tuvo que abandonar la escuela a los 10 años y a los 11 años comenzó a trabajar en un taller de sombreros. Se formará, por lo tanto, de manera autodidacta, con la lectura de prensa o de préstamos de biblioteca. Como ella declaró en una entrevista, leía todo lo que caía en sus manos, malo o bueno, sin orientación. Admirará, sobre todo, a los autores rusos Dostoievski, Tolstoi y Gorki. Con solo 18 años publicó su primera novela, “Peregrinos de Calvario” y con 23, su aclama “Natacha”. Trabajó como mecanógrafa en una editorial, en la que conoció a marido.La editorial quiebró y la pareja emigrará a  Algeciras.  Sin embargo, Carnés regresará a Madrid  muy pronto y trabajará en una salón de té  cercano a la Puerta del Sol. Pese al escaso tiempo que le dejaba este trabajo,  continuará  escribiendo cuentos y colaboraciones periodísticas.  En 1934 saldrá a  la luz “Tea rooms”,  novela basada en su experiencia en el salón de té donde trabajó de camarera.  En el debate crucial  sobre el derecho de voto de las mujeres, Carnés se posicionará junto a  Clara Campoamor como lo harán  Concha Espina, Teresa de León,  Elena Fortún y otras escritoras.   También  participará en las  actividades promovidas por  la República.  Militante del Partido Comunista,  tendrá que exiliarse al final de la Guerra Civil y  formará parte  de  aquella riada de republicanos  derrotados  que salió de España por la frontera catalana con Francia,  entre los que iba Antonio Machado. Ya en México, seguirá con su labor de periodista y novelista. Murió en 1964 en un accidente de tráfico del que salieron ilesos su marido y su hijo.Ignorada durante muchos años, como otros muchos escritores del exilio, se la adscribe a la generación del 27,  y dentro de ella a la novela social de preguerra. Formará parte, además, de las “sinsombrero”, esa nómina de  escritoras  del 27  no hace mucho reivindicadas para nuestra historia literaria.

“Tea rooms” es una peculiar novela- reportaje en la que Luisa Carnés objetiviza su experiencia en el salón de té madrileño en el que trabajó a su vuelta de Algeciras. Puede hablarse de un personaje colectivo, si bien la voz en tercera persona se focaliza en Matilde, un alter ego de la escritora. El hilo conductor de la novela es el trabajo alienante de las empleadas y su lucha diaria  por mantener ese trabajo  por el que cobran un salario de hambre y que realizan en un clima de miedo, de humillaciones y de acoso. Sus  vidas privadas, si se puede hablar de algo que apenas tienen, se limitan o a una vida familiar llena de conflictos y desesperación, donde hace estragos el paro, la violencia, el hambre y un hondo sentimiento de desamparo e impotencia, o  la soledad en un cuartucho, o  el refugio en ilusiones.  El telón de fondo son las calles de Madrid donde se multiplican las huelgas y las protestas reprimidas brutalmente. Estamos en las vísperas del advenimiento de la II República. 

Luisa Carnés plantea numerosos temas que todavía nos atañen: la doble carga para las mujeres de la explotación laboral y doméstica; el matrimonio y la maternidad impuestos; el aborto, la prostitución, la exclusión de la educación; la lucha de clases y el papel que en ella tienen las trabajadoras.

El punto de vista de Carnés está orientado, sin tapujos, por su  conciencia de clase y de género. Toda la novela está dominada por un deseo de mostrar con nitidez un mundo que es invisibilizado o invisible para las clases medias y altas, y a la vez   no es descifrable para las propias afectadas, herederas  de siglos de resignación y de impotencia. Carnés no idealiza en ningún momento; las trabajadoras son mujeres de carne y hueso, con sus debilidades, con sus rencillas, con sus diferencias. La nueva idea de la solidaridad  que recorre Europa las atrae y las espanta, y sobre todo no saben cómo ubicarse en un  movimiento que, aun siendo reivindicativo, tampoco las apela especialmente. Solo en la figura de Matilde expresa Carnés un conciencia reflexiva que observa la realidad sin la mediaciones ideológicas del poder de la élite ni tampoco del patriarcado. 

Con un lenguaje directo y estoico en recursos, la novela sorprende por lo inhabitual. En el  microcosmos del salón de té  las camareras deben moverse como autómatas sonrientes  y obedientes a las órdenes siempre agrias  y amenazantes de la encargada. No hay tiempo  para largos diálogos, ni para  largas ensoñaciones, ni para una introspección minuciosa  al estilo  de Proust o de Woolf. Por eso,  el estilo de Carnés tiende a la oración escueta; la frase es rápida y certera como tienen que serlo los movimientos de las trabajadoras.  La autora huye del estilo dulzón y empalagoso no queriendo servir  un dulce "averiado" como los que se venden disfrazados a los clientes despreciables.  No hay tiempo para hilar con hilo de seda  historias minuciosas en estas vidas rotas por el engranaje del trabajo alienado. En “Tea rooms”,  los señoritos seducen a camareras y a costureras, como cuentan las novelas sentimentales, pero Carnés sabe que en la realidad  estas son historias  expeditivas con finales a los que solo se presta atención un momento y luego caen en el olvido. Las trabajadoras pueden acabar en la prostitución, pero  Carnés, por supuesto, no le encuentra ningún glamour  a lo Dumas  ni tampoco es  motivo para una disquisición moral. La prostitución es presentada como una falsa salida, otra forma de explotación. El matrimonio no es esa institución hecha para los ángeles del hogar, pero Carnés no   cae en el regodeo zolesco  de  mostrar las lacras de las familias obreras.  Solo el trabajo digno y el acceso a la educación podrían liberar a las trabajadoras, pero es un horizonte que ni siquiera  atisban la inmensa mayoría de ellas.

La verdad es que esta  obra me ha impresionado y quizá, por primera vez, he leído una novela escrita por una trabajadora. Es una de esas trabajadoras cuya existencia no registran nuestras miradas y que solo forman parte del decorado de la cafetería donde tranquilamente nos tomamos el café y el cruasán. Carnés, una escritora invisibilizada tantos años, nos muestra a otros seres invisibilizados.  Por eso, leer esta novela es, entre otras cosas, un acto de justicia.








jueves, 1 de noviembre de 2018

El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers


Pocos autores han alumbrado, tan jóvenes, una obra de la calidad de "El corazón es un cazador solitario". Sorprende que una mujer de 23 años alcance tal perfección en el estilo y tanta profundidad en la observación de la vida de los que no tienen voz en el mundo real  y la tienen desfigurada por ideologías redentoras en la ficción.


Es la  década de los cuarenta, una época de fuerte crisis económica en los Estados Unidos. En una ciudad del sur, cuyo nombre no se nos dice, pero que puede ser cualquiera de ellas, varios personajes nos muestran sus miserias diarias, sus sueños irrealizables, su soledad sin remedio, su desorientación y su fracaso indefenso.

Todos llevan en sí algún fuego sagrado que se apagará irremediablemente: la niña Mick Kelly, hija de unos hospederos con varios hijos, siente en ella la música y se afana por aprender su lenguaje. La música se calla en su corazón  definitivamente cuando tiene que ayudar a subsistir a su familia trabajando en una tienda de chucherías por un sueldo miserable.

Jake Blount, lector de Karl Marx, quiere propalar la "Verdad" por el mundo, pero, irascible e incluso violento, es incapaz de hacer de él mismo un hombre nuevo. No solo no es capaz de comunicarse (problema común a todos los personajes) sino que produce un rechazo generalizado. Malvive en una atracción de feria donde van los obreros a gastar unas monedas en una diversión que los aleje por unos minutos de una vida horrible de la que no quieren tomar plena conciencia y que consideran, sobre todo, inamovible.

Por  su parte, la cafetería Nueva York, centro donde confluyen varios de los personajes de la novela, está regentada por Briff Brannon. Su bar está abierto las 24 horas del día los 365 días del año, una autoexplotación que refleja muy bien la vida de la pequeña burguesía en tiempos de crisis. Brannon quiere darle un sentido trascendente a sus ocupaciones: siente inclinación por los débiles, los tullidos y de forma algo turbia, por Mike. Lo que les cobra a veces está por debajo del beneficio que le pueden reportar. Brannon parece querer penetrar el alma humana eludiendo la suya propia en la que no indaga ni aun después de la muerte veloz de Alicia, su esposa. Intenta combatir su soledad con su generosidad, aunque inútilmente.

John Singer, sordomudo, vive al principio de la novela con otro sordomudo, Antonapoulos. La relación entre ellos, que veladamente parece ser de atracción sexual, al menos por parte de Singer, es desconcertante. Viven años aislados del mundo, sin necesidad de otra relación, en una extraña simbiosis cuyo mantenimiento se debe a los esfuerzos de Singer. Antonapoulos, un ser que se relaciona con el mundo a través de un apetito insaciable de comida, es encerrado en un manicomio por primo que no quiere que le dé problemas. Singer sobrevive gracias al recuerdo de su amigo y las escasas visitas que puede hacerle. Lo más curioso es que este personaje, tocado de una debilidad funcional impresionante, se convierte en el baluarte de los demás personajes: cada uno se lo imagina tal y como necesita que sea. Proporciona calma y serenidad a todos los demás personajes con sus silencios atentos en los que parece entender y acoger a todos, aunque resulta que no sea así: ni entiende ni le interesa nadie más que su Antonapoulos, un ser que no sabemos qué puede tener para despertar tal fidelidad y amor en Singer. Seguramente es su forma de huir de la soledad extrema.

El doctor Copeland, por su parte, tiene otra verdad que no es capaz de transmitir a los suyos: la necesidad de luchar contra la esclavitud y el desprecio al que los someten los blancos, incluidos los de las clases más bajas. Como Brannon, parece dedicar las 24 horas del día de los 365 días del año a asistir a los negros enfermos, también a blancos. Su derrumbe empieza cuando su hijo William, preso por una minucia que a un blanco no le costaría ni un multa, acaba con los pies amputados en la cárcel. La enfermedad del cuerpo y la enfermedad del alma acaban consumiéndolo.

Es un mundo al que llegan los ecos del nazismo y que espera una voz que los convoque con fuerza y los escuche y no solo un mudo sin mensaje que parezca comprenderlos, pero que es más débil que todos ellos.