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domingo, 22 de septiembre de 2019

SALÓN DE BELLEZA, DE MARIO BELLATIN

Salón de Belleza, de Mario Bellatin, es una historia lacerante, enclaustrada  en  un pequeño  espacio, tanto en lo referente al libro ( una novela breve) como al espacio interior narrativo: un antiguo salón de belleza reconvertido en la  última morada de moribundos aquejados de una extraña peste. Ese moridero lo regenta un peluquero travesti y aficionado a los peces. Como si se tratara de un lazareto medieval,   el peluquero sin nombre impone sus reglas: solo admite a hombres, tienen que estar en la última fase de la enfermedad; no reciben atención de médicos ni de asociaciones filantrópicas;  no pueden ser visitados  por nadie, incluidos sus amantes y familiares; tienen derecho a un plato de sopa al día y no deben esperar ni compasión, ni empatía, ni ningún otra emoción consoladora. Si el peluquero siente simpatía por alguno de sus moribundo es para aprovecharse sexualmente de él.  Este individuo  ha pasado de un negocio que  le iba muy bien a otro que  le da beneficios y el poder absoluto sobre las normas.   Los enfermos reciben el mismo trato que  los peces de las peceras que un día adornaron el salón de belleza:  les da  de comer aunque puede que se le olvide hacerlo de vez en cuando ,  los limpia si se acuerda, les ve morir con indiferencia y los saca de la pecera-salón-moridero para arrojarlos  a la basura o a una fosa común.  Al final, el propio peluquero será víctima de la enfermedad y aceptará su destino sin ningún aspaviento.

La novela parece una terrible alegoría, una nueva danza en que la muerte  llega en figura apocalíptica, pero sin que haya una lección de Dios que los moribundos deban aprender antes de abandonar el mundo camino del infierno o del cielo. Solo existe el infierno, y está aquí. Y si no existe consolación del más allá  con sus promesas celestiales, tampoco existe consolación del más acá en forma de amor, empatía, cuidados paliativos, filantropía o  solidaridad. Bellatin presenta un mundo en el que no solo  Dios ha muerto , sino todas las creencias humanísticas.  El peluquero se ríe de las oenegés, de las hermanitas de la caridad, de las ayudas estatales y del sursuncorda. 

La muerte de un ser humano no se diferencia en nada de la de un pez, y por eso Bellatin hace un continuo narrativo en que va de peces a hombres sin transición alguna. Tan imperturbable  se queda el peluquero ante la crueldad de los peces que se devoran entre sí, como por  la crueldad de los hombres, que ni siquiera en las puertas de la muerte abandonan sus malas costumbres. Otra muestra de  esa crueldad es lo que ocurre en los baños de vapor adonde acude el peluquero de vez en cuando  o las calles donde ejerce la prostitución: allí la violencia es tan connatural como en una pecera. Al ser cruel, el peluquero sabe que está dentro de la lógica social, y que no tiene nada que reprocharse ni de lo que arrepentirse.


Podría ser que Ballatin esté refiriéndose aquí al sistema sanitario mexicano, incluso al sistema mexicano sin más. También puede leerse la obra  como una alegoría de nuestras sociedades capitalistas terminales cuyos “salones de belleza”, lugares ilusorios donde se lucha contra la decadencia y se adora lo superfluo,  se han convertido en morideros  sin fe y sin esperanza. En ellos, los guardianes de la pecera global, siguiendo su lógica de que todo es negocio, arrancan sus últimos beneficios a un mundo a punto de acabarse. Ellos, los últimos supervivientes, morirán de su propia peste cuando ya no quede ni un solo peluquero para  darles la sopa y limpiarles el culo.