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domingo, 31 de marzo de 2019

Las peregrinaciones de Childe Harold, de Lord Byron


Entre 1812 y 1818 Lord Byron  publicó una de sus más exitosas obras: La peregrinaciones de Childe Harold. Se trata de un largo poema narrativo dividido en cuatro partes.El quinto canto, iniciado en su viaje a Italia, quedó  inacabado. Este poema romántico alterna la descripción de lugares y acontecimientos históricos con  numerosas reflexiones de un joven que busca dar sentido a su vida tras haber caído en la desilusión y la sensación de vacío tras unos años entregado a los placeres mundanos. Es el tema del hastío vital y la huida a los lugares donde se cree que puede volver a sentirse la intensidad de la emoción. La gran acogida de esta obra se debe, seguramente, a que expresa poéticamente la melancolía, la depresión, la desilusión  propias de la generación posterior a la de la Revolución Francesas y las Guerras Napoleónicas.

La obra contiene numerosos elementos autobiográficos, sobre todo de sus expreriencia durante viajes por España, Portugal,  Italia y el mar Egeo entre 1809 y 1811. Había tanto de él en estos cantos, que Byron dudó en publicarlos, si bien lo hizo animado por sus amigos poetas. Como hemos dicho conectó de inmediato  con el  estado de ánimo en sus jóvenes contemporáneos.

Los dos primeros cantos se centran en el vagabundear de Childe Harold por Portugal, España, Albania y Grecia, en ese momento bajo el yugo turco. En el tercer canto encontramos a harold en Bélgica, nada menos que en la víspera de la batalla de Waterloo y después, seguimos sus pasos por Renania, el Jura y los Alpes suizos; el cuarto y último los acompañamos por Venecia y Roma.

Con esta obra, Byron da a la literatura el primer modelo de héroe romántico, dotado de rasgos  bien diferenciados. El héroe románticos tiene una gran inteligencia, una capacidad de percepción agudizada, tendencia al riesgo y al cambio, deseo de expatriación y de desclasamiento, adaptabilidad a cualquier situación en su viaje. Su comportamiento muestra su cosmopolitismo, su educación exquisita y sofisticada. Su ansia de libertad y su extremo individualismo le hace chocar con cualquier figura o forma de autoridad que intente recortar su voluntad y sus deseos, de modo que el héroe romántico tiene a estar fuera de la ley y de las normas sociales convencionales.

Childe Harold, llevado por un indisimulable sentimiento de superioridad, se muestra a menudo orgulloso, arrogante, perdonavidas y cínico. Es consciente de que su comportamiento es autodestructivo, pero no tiene ningún deseo de frenar esa deriva. Seduce a hombres y mujeres, pero solo es atraído fugaz y transitoriamente por ellos. Rodeado de misterio, escarba en sí mismo  buscando las emociones intensas que provoca en los demás y para su desesperación solo encuentra una nuez hueca. 

Este primer héroe romántico será el modelo inspirador de otros muchos héroes, sobre todo de Caín y de Don Juan. En ellos se basarán otros personajes de la literatura europea, el Eugenio Onieguin de Pushkin o  el don Felix de Espronceda.

Antología poética de William Wordsworth



La publicación de las Baladas líricas (1798), obra de William  Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) marca un hito en la historia literaria inglesa: con esta obra se da por iniciado el  Romanticismo inglés cuyos rasgos  había aparecido aquí y allá, de manera  vaga y dispersa, en algunos poemas de  autores del XVIII. 

Los poemas van precedidos de un prólogo que puede considerarse un manifiesto.  Desde luego, es una reacción contra la literatura neoclásica y su lenguaje ampuloso, perifrástico que se  retroalimentaba siempre en la misma fuente y se alejaba del lenguaje común. Frente a las construcciones intelectuales y racionalistas del XVIII, Wordsworth y Coleridge situararán el sentimiento como la verdadera fuente de la poesía y, por ende, de la naturaleza humana, contraviniendo todo un siglo de racionalismo. El poema surgirá de una emoción subjetiva  que se intentará compartir con el lector.  El lenguaje que utilizará el sentimiento es el lenguaje común, el de las palabras cercanas a la vida cotidiana: no hay palabras poéticas y palabras no poéticas puesto que es el poeta el que las hace ser poesía. Si bien en el prólogo a las Baladas líricas, se sostiene que las situaciones también tienen que ser propias de la vida cotidiana, vistas, esos sí, con una mirada especial, Coleridge, más adelante, defenderá la poesía de lo sobrenatural, de los fantástico, de lo inusual.  Por lo demás, Wordsworth va a incidir especialmente en la relación del poeta con la Naturaleza, el lugar propio del hombre; el  alejamiento de esta  es la fuente del mal; arremete contra la Ciencia y el Arte  y toda la cultura libresca como mediadores de la relación del hombre con la naturaleza; él cree en el conocimiento que procede de la contemplación pasiva del paisaje.  La naturaleza proporciona al poeta  paz, emoción intensa,    sentido a la vida. Esta no sería sino “un desbordamiento de sentimientos poderosos, recordados en la tranquilidad”. Es más, el recuerdo de su contemplación es una reserva de consuelo para el poeta y su única arma para vencer la angustia por la irreversibilidad del tiempo. 

En la antología  editada por  Ediciones Júcar y  prologada por Paul  de Reul se hace una selección de la obra de Wordsworth que incluye algunos de los poemas de Baladas líricas. Sorprendentemente en ella  faltan dos poemas que se consideran sin duda los mejores de la producción de este poeta: La abadía de Tintern,  Preludio, Indicios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia.

Como muestra aquí tienen algunos poemas de la antología.

Líneas escritas en primavera temprana

Oí mil notas mezcladas,
mientras en una arboleda me sentaba reclinado,
en ese dulce ánimo en que los pensamientos placenteros
traen ideas de tristeza al pensamiento.
A sus bellas obras la naturaleza unió
el alma humana que por mí fluía;
y mi corazón se angustiaba mucho al pensar
lo que el hombre ha hecho del hombre.
A través de matas de prímulas, en aquella dulce enramada,
tejía la pervinca sus guirnaldas;
y doy fe que cada flor
se deleita en el aire que respira.
Los pájaros a mi alrededor saltaban y jugaban,
no puedo yo medir sus pensamientos,
pero el menor de sus revuelos,
parecía un placer estremecido.
Las ramas que retoñan extienden su abanico,
para capturar el aire de la brisa;
y debo pensar, y hago cuanto puedo,
que había placer en aquel lugar.
Si no puedo evitar tales pensamientos,
si tal fuese la intención de mis creencias,
¿no tengo acaso razón para lamentar
lo que el hombre ha hecho del hombre?

Reconvención y respuesta

“¿Por qué, William,  sobre esa piedra gris
 tanto tiempo como la mitad de un día,
 por qué,  William,  te sientas solo,  así,
 y pasas las horas soñando?

 ¿Dónde están tus libros? ¡ Esa luz legada
 a Seres  que, si no, estaría remotos y ciegos
¡Arriba!, ¡Arriba!, y bébete ese espíritu insuflado
 por los muertos a su especie.

 Miras alrededor a tu Madre Tierra,
 como si sin motivo te hubiera parido;
 como si fueras su primer parto,
 y nadie, antes que tú coma hubiera sido!”

 Así, una mañana,  junto al lago  Esthwaite,
 cuando mi vida era dulce, y no sabía por qué,
 me habló mi buen amigo Matthew;
 y así yo le respondí:

“ El ojo no puede elegir sino ver;
 no podemos ordenar qué oído esté quedo;
 nuestros cuerpos sienten, estén donde estén,
 contra, o a nuestra voluntad.

 No menos creo yo que hay Poderes
 que por sí mismos impresionan nuestras mentes;
 que podemos alimentar esta alma nuestra
 en una sabia pasividad.

 ¿Piensas, entre toda esta suma portentosa
 de cosas que hablan sin  cesar,
 que nada proviene de sí mismo,
 sino que aún debemos seguir buscando?

 Entonces no preguntes por qué, aquí, solo,
 conversando como pueda,
 me siento en esta piedra gris y vieja
 y paso las horas soñando.”

Las mesas se volcaron

¡Arriba!, ¡arriba!, amigo mío, y deja tus libros;
 seguro que  crecerás el doble:
 ¡arriba!,¡ arriba!, amigo mío, y aclara tu mirada,
¿por qué todo este afán y estos problemas?

 El sol, sobre la cabeza de la montaña,
 un lustre refrescante y maduro,
 a través de todos los campos largos y verdes ha extendido
 su primer dulce rayo amarillo de la tarde.

 ¡Libros!  Es una lucha aburrida y sin fin :
 ver, escucha al verderón del bosque:
¡ cuán dulce su música! , por mi vida
 que hay más sabiduría en él.

¡ Y escucha! ¡ Cuán alegre canta el tordo!
 Tampoco es mal predicador:
 ven hacia la luz de las cosas
 deja a la Naturaleza ser tu profesor.

 Tiene un mundo de presta riqueza,
 nuestras almas y corazones para bendecir,
 sabiduría espontánea respirada con salud,
 verdad respira da con alegría.

 Un impulso de un bosque vernal
 quizás te enseñe más del hombre, 
 del mal y el bien, de la moral,
 que cuanto todos los sabios pueden.

 Dulce es el sabor que trae la naturaleza;
 nuestro retorcido intelecto
 desfigura las formas bellas de las cosas:
 asesinamos para disecar.

 Basta de Ciencia y Arte;
 cierra esas hojas yermas;
 ven, y tráete un corazón
 que vigile y reciba.


Lucía Gray; o la soledad

A menudo he oído hablar de Lucía Gray;
 y, cuando cruzaba el páramo,
 vi al azar al romper el día
 a la niña solitaria.

Ni  camarada mi compañero conoció Lucía;
 moraba en un ancho páramo.
 ¡La cosa más dulce que jamás creció
 junto a una puerta humana!

 Se puede espiar al cervatillo jugando,
 a la liebre sobre el verde;
 pero la dulce cara de Lucía Gray
 nunca más será vista.

“ Esta noche será una noche tempestuosa,
 tú, a la ciudad has de ir;
 y coge una linterna, Niña, para alumbrar
 a tu madre a través de la nieve.”

“Eso, Padre, lo haré con gusto:
 apenas comienza la tarde,
 el reloj de la iglesia ha dado las dos,
¡ y la luna está a lo lejos!”

 Ante esto, El padre  levantó  el gancho
 y partió un haz de leña;
 Acabó  su trabajo; __ y Lucía cogió
 la linterna en su mano.

 No es más alegre el corzo de la montaña:
 con muchos brincos juguetones
 sus pies dispersan en la nieve en polvo,
 que se levanta como humo.

 La tormenta llegó antes de tiempo:
 pero ella arriba y abajo;
 y muchas colinas escaló  Lucía:
 pero nunca alcanzó el poblado.

 Los desdichados padres, toda aquella noche
 fueron gritando a lo largo y a lo ancho;
 pero no hubo sonido ni vista
 que les sirviera de guía.

 Al romper el día de pie en una colina estaban
 que contemplaba el páramo;
 y desde allí vieron el puente de madera,
 a un estadio de su puerta.

 Lloraron, y de vuelta a casa, gimieron:
“ En el cielo todos nos reuniremos”,
 cuando la nieve la madre vio
 la huella de los pies de Lucía.

 Entonces, bajando desde el borde la empinada colina
 siguieron las pequeñas pisadas;
 y a través de la cerca rota de espinos,
 y por la larga pared de piedra.

Y  luego cruzaron un campo abierto:
 las huellas aún eran las mismas.
 las  las siguieron adelante, sin perderlas nunca;
 y llegaron junto al puente.

 Siguieron desde la orilla nevada
 aquellos pasos, uno a uno,
 hasta en medio del  tablaje.
¡ Y más allá no había más!

 Pero algunos sostienen que hasta hoy mismo
la niña continúa estando viva;
 que  se puede ver a la dulce Lucía Gray
 en el yermo solitario.

 Por montes y llanuras viaja,
 y nunca mira atrás;
 y canta una canción solitaria
 que silba en el viento. 


El verderón

Bajo estas ramas frutales que extienden
 sus flores blancas como nieve sobre mi cabeza, 
 con la más brillante luz del sol a mi derredor esparcida
 por el tiempo despejado de la primavera,
 en este remoto rincón,  ¡cuán  dulce
 sentarme en el asiento de mi huerto!
 Y a pájaros y flores de nuevo saludar,
 del año postrero mis amigos juntos.

 Uno es señalado, el más alegre huésped
 de todo este refugio de los bienaventurados:
¡ te saludo a ti, más alto que el resto,
 en la alegría de voz y de alas!
 Tú, verderón,  en  en tu verde traje,
 espíritu que gobierna hoy aquí,
 que encabeza las fiestas de mayo:
 este es tu dominio.

 Mientras pájaros, mariposas y flores
 hacen todos una banda de amantes,
 tú, recorriendo, arriba y abajo, arboledas,
 estás solo en tu contento:
 una vida, una presencia como aire,
 esparciendo tu alegría sin cuidado,
 demasiada buena ventura para que nadie se compare:
 tú eres tu propio recreo.

 Allá, entre la mancha de avellanos
 que se mueven con la ráfaga de brisa,
  contempladle  posado en éxtasis,
 y aún parece que planea;
¡ allí!, donde el aleteo de sus alas
 sobre su espalda y cuerpo arroja
 sombras y destellos de sol
 que le cubren por completo.

A mi deslumbrada  vista engaña a menudo
 ese hermano de las hojas que bailan;
 entonces, revolotea, y desde los aleros de la casa
 lanza su canción en torrentes,
 como si con esa canción exultante
 se burla se tratara con desdén
 a la forma sin voz que eligió fingir
 mientras aletea en los arbustos.

Un adiós

Adiós, a ti, pequeño rincón de tierra de montaña,
Aquí, rocosa esquina en el más bajo  escalón
 de ese magnífico templo que limita
 un costado de nuestro valle entero con raro esplendor;
 dulce jardín, huerto, sumamente bello,
 el más querido lugar que el hombre haya encontrado.
¡Adiós!, te abandonamos a los tranquilos cuidados del
 Cielo
 a ti, y a la quinta que rodeas.

 Nuestra barca está segura, anclada junto a la orilla,
 y allí, segura cabalgará cuando nos hayamos ido;
 los arbustos en flor que engalanan nuestra humilde puerta
prosperarán, aunque sin atenciones y solos;
 campos, bienes y lejanos  objetos no tenemos:
 estos estrechos límites encierran nuestra privada despensa
 de las cosas que da la tierra, y sobre las que luce el sol;
 aquí están a nuestra vista, no tenemos nada más.

¡Sol y lluvia estén con vosotros, capullo y campanilla!
 Por dos  meses ya en vano seremos buscados. 
 Os dejamos aquí, en soledad vivir
 con estos nuestros últimos regalos de cariñoso recuerdo;
 tú, como la mañana, con tu capa de azafrán,
 brillante margarita, y caléndula, ¡adiós!
a quienes de las riberas del lago trajimos
 y plantamos juntas cerca del pozo de roca.

 Nos vamos con Una  a quien seríais gratas;
 ella apreciaría está enramada, este cobertizo indio,
 de nuestro propio artificio, ¡edificio sin par!
 Una gentil doncella, cuyo corazón es de baja cuna,
 cuyos  placeres están en campo salvajes reunidos,
 con alegría, y con un reflexivo entusiasmo,
 vendrá a vosotros, y con vosotros casará;
 y  amará  la vida bendita que aquí llevamos.

 ¡Querido rincón!, que hemos contemplado con cariñoso
 cuidado,
 trayendote plantas elegidas y flores marchitas
 de las  distantes montañas, flor y yerba,
 que has tomado para ti como propias,
 haciendo toda bondad escrita y conocida;
 tú, en nuestra atención, más en verdad hija de la Naturaleza
hermosa por ti misma, y bella en  solitario,
 has aceptado regalos que poco necesitabas.

 Y, oh el más constante y a la vez más caprichoso lugar,
 que tienes humores volubles, como muestras
 a quienes no miran a diario tu rostro;
 quién, siendo amado, en el amor no conoce límites,
 y dices, cuando te abandonamos: “ ¡que se vayan!”
Tú,  cosa de sencillo corazón,  con tu raza salvaje
 de hierbas y flores, hasta que volvamos detente,
 y viaja con el año, a paso quedo.

Ayúdanos a contarle cuentos de años pasados,
 y esta dulce primavera, la más querida y mejor
 la alegría será lanzada en su condición mortal;
 algo debe perdurar para contarnos el resto.
 Aquí, atestado de primaveras, el escarpado pecho de la roca
 brilló  en la tarde como un cielo estrellado;
 y en este arbusto, nuestro gorrión hizo su nido,
 del que canté una canción que no morirá.

¡Oh,  Jardín feliz, cuya seducción profunda
 ha sido tan amable a las horas laboriosas;
 y a dulces sueños, que apaciblemente elevaron
 nuestros espíritus, llevando con ellos sueños de flores,
 y notas salvajes gorjeadas entre enramadas frondosas;
 dos ardientes meses deja saltar el verano,
 y volviendo con Aquella que será nuestra,
 en tu regazo de nuevo nos deslizaremos.

Algunos vídeos sobre la poesía de Wordsworth









jueves, 21 de marzo de 2019

A orillas del Sar, de Rosalía de Castro. Un libro extraordinario para recordar este 21 de marzo

Rosalía de Castro (1837-1885) ocupó desde la publicación de Cantares gallegos (1863)  un lugar de inequívoca importancia en la literatura gallega, tanto que es considerado el libro fundacional de esta. Una segunda obra Follas novas  (1880) no hizo sino afianzar la grandeza de su poesía.
 Algo pasó, sin embargo en la vida de Rosalía de Castro que le hizo renunciar al gallego en su siguiente obra: se habla del  dolor por los ataques recibidos por un mundillo cultural gallego que no le perdonó un artículo en que hablaba de ancestrales costumbres sexuales gallegas, las cuales iban contra la moral burguesa del momento. Sea como fuera, en sus últimos años de vida Rosalía escribirá poesía en castellano. En 1884 aparecen recogidas bajo el título de  A orillas del Sar.  La relevancia de este libro para nuestro Romanticismo tardará mucho en ser entendida. Solo las valoraciones de autores como Azorín o Cernuda permitieron que semejante injusticia se redujera, aunque nunca ha dejado de tratarse a Rosalía  como una segundona en comparación con su contemporáneo Gustavo Adolfo Bécquer. 

Sin embargo, Rosalía de Castro trata con extraordinaria profundidad y belleza los temas del Romanticismo, llevando estos a una expresión más cercana a la angustia existencial que dominará el siglo XX.  Repasemos alguno de esos temas en los que la expresión de Rosalía cobra más intensidad y originalidad.

La exaltación de la naturaleza.

La naturaleza en la obra de Rosalía está  vitalmente unida a sus vivencias; es la de Galicia. Ya había cantado la magia de esos bosques de robles poblados de hadas y de leyendas; también el vínculo de sus alegrías  y tristezas con esos lugares concretos. A la naturaleza volverá una y otra vez intentando que esta apacigüe su angustia, sus pesares, si bien en vano. Ha pasado un siglo desde aquel primer Romanticismo de Wordsworth, cuando la naturaleza tenía el poder apaciguador contra  las angustias del sujeto; aquel tiempo en que  incluso el recuerdo de un paisaje contemplado procuraba al poeta y sosiego, aunque estuviera teñido este de  melancolía. Rosalía lleva el subjetivismo a su extremo: la belleza de la naturaleza no existe per se, su capacidad “curativa” no está en ella: la naturaleza no es sino una proyección del yo, de sus estados de ánimo y nada puede  esta por si sola contra la tristeza.

"Puro el aire, la luz sonrosada,
        ¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso,
        visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
        de la fe sobre sus ojos…
(...)

Ese sol es el mismo, mas ellas
        no acuden a mi conjuro;
y a través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las busco".

….

“Frío y calor, otoño o primavera,
¿dónde..., dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana
no hay estación risueña ni propicia”.

….

"No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo".

….

La subjetividad y la fragilidad final del yo 

El  Romanticismo es la afirmación  rotunda del yo, no solo como punto de vista sobre la realidad, sino como la verdadera realidad: existe aquello en cuanto es una mirada, un sentimiento, una emoción del yo. Sin embargo, de tanta introspección, de tanto mirar lo de fuera como algo que no es sino  lo de dentro, al yo romántico le empezó   a pasar como aquel que busca el núcleo de un cebolla y solo encuentra capas o,  más exactamente, descubre que es inconsistente, cambiante y efímero  como una nube. Después de haber desautorizado las verdades de la razón que hablaban de un mundo sólido y las de la religión, que hablaba de un mundo garantizado por Dios,  el romántico tenía que acabar topando con este problema. Así dice Rosalía desesperada:

“Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal,
mas, si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!”

El ansia de infinito y de eternidad

En el  mundo del que, como decía Schiller,  habían sido expulsados los dioses, todo se vuelve sombras, todo está desencantado. La obsesión por lo infinito o por la eternidad de los románticos no es sino esa añoranza de un tiempo sin consciencia humana de su finitud. Para intentar recuperarlo el romántico se vuelve a la naturaleza, al cosmos como garante de esa eternidad.  Así lo vemos en la Oda a un ruiseñor de Keats o en Canto nocturno de un pastor errante en Asia, de Leopardi.  Rosalía de Castro da un paso más: lo efímero, lo limitado, lo caduco es común al ser humano y a la naturaleza toda, incluida, la luna, sí, la luna amada del poeta. También a ella le espera la muerte, el final. No sin rabia y amargura dice la poeta:

“Muda la luna y como siempre pálida,
mientras recorre la azulada esfera
seguida de su séquito
de nubes y de estrellas,
rencorosa despierta en mi memoria
yo no sé qué fantasmas y quimeras.

Y con sus dulces misteriosos rayos
derrama en mis entrañas tanta hiel,
que pienso con placer que ella, la eterna,
ha de pasar también”.

El sinsentido de la vida, la orfandad absoluta del ser humano

En pocos poetas románticos  llega a ser tan doloroso  el grito  por ese mundo que ha perdido el  sentido, por esa vida sin asideros trascendentes, por la soledad irremediable del hombre. ¡Cómo recuerda este grito al que darían después autores como Unamuno o como Blas de Otero!:

“¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llanto
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan solo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que los ves? Señor, entonces,
        piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
        huérfano y sin arrimo,
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío".

La poesía, el poder de la palabra poética

El Romanticismo no solo pondrá en el centro de la poesía el  yo sino al poeta y a la poesía. Para el poeta romántico la poesía es la depositaria de la verdad, su desveladora y no la ciencia o la razón. En el poeta habita esa poesía sin palabras, porque el poeta lo es  antes de escribir, incluso sin escribir. El problema está en que las palabras, como decía Bécquer, son “un mezquino idioma” un frágil continente para un extraordinario contenido: está la Poesía y están los poemas. Los poemas intentan llegar a ser Poesía y esa es la lucha del poeta, infundir la chispa divina a la palabra. Como decía Höldelin en las Parcas, le bastaría haberlo conseguido una sola vez para morir contento: “...si logro plasmar lo más querido y sagrado, el poema, ¡bienvenidos seáis, silencios de las sombras!”.

Así lo dice Rosalía de Castro, en versos que tanto recuerdan a otros de Bécquer:

“Recuerda el trinar del ave
y el chasquido de los besos;
los rumores de la selva,
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,
y la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo
de muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como en bordón que se rompe
dentro de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,
tan horrible y tan supremo,
que jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos".



domingo, 3 de febrero de 2019

Las últimas cartas de Jacopo Ortis de Ugo Foscolo: el romántico que hay en nosotros

Las últimas cartas de Jacopo Ortis de  Ugo Foscolo (1778-1827) revela las influencias de dos grandes obras del Romanticismo europeo:  la Nueva Eloísa de  Rousseau ( de hecho, de él  tomará Foscolo el nombre de su protagonista) y  Las penas del joven Werther de Goethe. De esta última  toma, entre otros muchos aspectos, el modo epistolar: Jacopo ("alter ego" del propio Foscolo) se dirige a su amigo Lorenzo, que se convierte así en el modelo del lector universal que busca el autor romántico: un lector comprensivo, empático, colaborador. 

La novela de Foscolo funde algunas de sus experiencias vitales (políticas y amorosas) con la cosmovisión romántica de la época. El tono de toda la obra es el  de la angustia de un joven investido de los ideales de la libertad y del amor puro y espiritual... ideales que, en última instancia, son irrealizables.  Foscolo/ Jacopo  cae en el mismo desengaño que tantos otros románticos: en cuanto el ideal entra en contacto con la realidad, se degrada, se pervierte, se vuelve su contrario. Hay un pesimismo histórico  que recuerda una y otra vez a Hobbes: los que un día fueron esclavos y se convierten, tras la lucha, en señores, vuelven a esclavizar a  otros seres humanos. Foscolo, admirador de los héroes del pasado glorioso de Roma, admite, sin embargo, que estos fueron también tiranos que invadieron a pueblos y les robaron su libertad. Esas transmutaciones las vivió Foscolo intensamente con la figura de Napoleón, a quien en un primer momento vio como un libertador y, después, como un tirano. No obstante, la necesidad de luchar por la unidad de Italia fue para él, hasta su muerte, un ideal irrenunciable cuya realización obstaculizaban, sobre todo, los propios italianos. 

El ideal del amor sigue un esquema muy parecido al que le dio Goethe en Las penas del joven Werther: el amor puro se vuelve irrealizable porque entre los enamorados se erigen los intereses materiales y sociales que no pueden vencer: el personaje del futuro marido, sin embargo,  no se representa como alguien repulsivo, sino como parte de un engranaje social que le favorece, pero que él no ha puesto en marcha.  Por lo tanto, no hay un odio personal contra el marido, que tampoco tiene una actitud de hostilidad hacia el amante, al que más bien compadece. Se rompe así  el típico triángulo amoroso de las historias de marido, mujer y amante en que el tema era la venganza del marido por el honor ultrajado por la mera intención del amante.

En  la novela de Foscolo volvemos a encontrar a la naturaleza como refugio para los enamorados, en alguna ocasión, pero, sobre todo, como refugio contra la angustia vital del personaje. La naturaleza, sin embargo, no alcanza en la obra del italiano, la belleza casi mística con que la retrata Höldelin. La naturaleza es, eso sí, el todo al que se reintegra el cuerpo del poeta, pero en Foscolo, esa naturaleza también es la nada, el vacío, la ausencia perpetua. No hay consuelo panteísta. La desaparición última, el olvido total, no es un aspiración  de Jacopo Ortis: su existencia de alguna manera, piensa, quedará asegurada mientras alguien mire su tumba, llore sobre ella. La tumba se convierte así en un monumento a la memoria sentimental.  Al final, Ortis, deseará que esa tumba no esté en el camposanto cristiano, sino bajo unos pinos, en la naturaleza, fuera de la comunidad de los muertos que respetaron el mandamiento de no quitarse la vida. El suicidio, para el romántico, se convierte en el acto supremo de su libertad cuando no  la encuentra  en este mundo tal y como cree que debe ser. Ni siquiera el amor  está por encima de este acto, que es a la vez rendición y victoria.

A los lectores actuales  el estilo de Foscolo, exaltado, emocional, retórico puede resultarles algo pasado de moda, artificial. Pienso, por el contrario, que en una  época de crisis tan tremenda  como la nuestra, estos románticos tienen muchos que decirnos. Yo disfruto de este lenguaje arrebatado, emocional, sin complejos y sin vergüenza.




domingo, 20 de enero de 2019

Hiperión, de Hölderlin o la desazón romántica

Hiperión, de Hölderlin es una de las joyas del Romanticismo. No muy leída en España, se ha quedado como una reliquia para estudiosos, o esa es mi impresión.  Al lector contemporáneo, a quien  ni siquiera el realismo sucio le parece sucio, obras como la de Hölderlin le suelen  de un idealismo desmesurado. Sin embargo, Hölderlin recoge en esta obra muchos de  los síntomas de la gran crisis de la Modernidad. El Capitalismo iniciaba su paso triunfal armado de la ciencia y la razón, que enseguida puso al servicio de la técnica, que tendría que estar al servicio de la creación de beneficios económicos de una élite. Quienes no entraran en esa dinámica, sobraban; los poetas fueron expulsados de la república, no porque  hicieran copias de copias, como decía Platón, sino por todo lo contrario: porque de sus obras no se vendían suficientes. Viendo cómo la naturaleza se convierte en fuente de recursos económicos y se la explota sin misericordia; viendo cómo el ser humano no es más que mano de obra, y se lo explota sin misericordia; viendo como el arte no es más que una mercancía más que ha de someterse a las leyes de mercado...los poetas presentan los primeros el mal de siglo que luego se extenderá por todas las capas hasta llegarnos al tuétano. 
Estos son esos rasgos del Romanticismo que, en mi opinión, pueden encontrar en Hiperión  y que todavía nos dicen muchos de nosotros.

1.El rechazo al racionalismo     Como tantos otros románticos, en Hiperión, Hölderlin  advierte de que la razón no lo puede todo, que la inteligencia no hace siempre el mundo inteligible. El poeta accede a otra comprensión que nos es más  necesaria que la que da la razón.  Habla ya desde el presentimiento de que la razón instrumental, puesta al servicio del economicismo arrumbará la voz del poeta, lqa situarán en los márgenes de la sociedad, la desprestigiará como inútil, o como aperitivo y ornamento de las  fiestas burguesas. Se convertirá en el mendigo de esa sociedad: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”

2.La soledad. El tema de la soledad era prácticamente inexistente como problema vital antes del Romanticismo. Cierto que el malestar con la vida urbana  y las épocas conflictivas había dado ya en la Antigüedad el tópico de la vida retirada, de la huida al campo, de la bucólica contemplativa. Sin embargo, es con los románticos con quienes la soledad es un sentimiento de escisión. Con ellos, el tema de la soledad es el síntoma de una sociedad que va a hacer de la alienación ( de sí mismo y de los demás) un tema recurrente. La soledad, por un lado, se exalta como el momento más profundo de la introspección subjetiva y de comunión con la naturaleza,convertida en nueva divinidad. Höldelin, en Hiperión, a su vuelta a Alemania habla de la soledad del hombre que no encuentra comunidad entre otros hombres ; al final,  presenta la  soledad humana que se consuela en el panteísmo, en el sentimiento de que  el uno y el todo son lo mismo y, por lo tanto, vivos y muertos, presentes y ausentes forman parte indestructible de la Naturaleza, del Universo.

3.La naturaleza bella, sublime, fuerza del alma, compañera del enamorado, fuente de inspiración, refugio contra la angustia. Muchos de nuestros sentimientos y nuestra visión sobre la naturaleza los hemos heredado de los románticos. Hölderlin es uno de esos poetas que la diviniza con tal sinceridad que conmociona. Hay momentos en Hiperión que recuerdan a Keats, ese magnífico poeta inglés que hizo de la contemplación de una arbusto un momento religioso.

 4.El individualismo y el deseo de comunión social. El Romanticismo es el reinado del YO. El punto de vista desde el que todo se filtra. Ese subjetivismo ha quedado en nuestra cultura y para colmo la ciencia  hasta  antes de la física cuántica tan objetiva afirma que no se puede separar sujeto de objeto en la investigación científica. En Hiperión tenemos a un individuo en busca de su plena realización humana ( que para Höldelin es lo mismo que decir divina) a través de cinco  valores fundamentales indisolubles: el amor ( Diótima), la lucha por la libertad ( Grecia), la comunión con la naturaleza, el amor a la belleza ( en sus varias expresiones, entre ellas, la propia poesía), la comunión con la humanidad. El Romanticismo pondrá de relieve una y otra vez la difícil dialéctica entre individuo y sociedad. Hiperión acaba desencantado de la comunidad de hombres libres que luchaban en Grecia y se refugia en la naturaleza.

5.El amor y la muerte Como queda dicho, uno de los ejes temáticos de Hiperión es el amor. Diótima es el amor espiritual y puro; su sino es trágico pese a la voluntad de los amantes. En el Romanticismo cuando no es es alguna norma o ley autoritarias es la muerte la que se alza como el gran obstáculo. Claro que la muerte, dado el panteísmo romántico de Höldelin, no es el final. Los amantes quedarán otra vez reunidos porque cada ser  es parte de un todo eterno: “Todo lo que se separa vuelve a unirse”.

6.La lucha por la libertad de los pueblos oprimidos.   Recordemos a Byron; recordemos a Ugo Foscolo. Muchos románticos se entusiasmaron con luchas que hoy llamaríamos de liberación: las de Grecia, las de Italia...  En esas  luchas contra la tiranía, no pocos acabaron como Hiperión: espantados de que quienes luchaban  por la libertad acabasen  con el mismo comportamiento de aquellos contra los que luchaban.  Ocurrió como ya le pronosticó Diótima: después de conquistar la libertad muchos olvidan para qué la conquistaron. Hiperión pierde la fe en la comunidad de seres humanos libres;  el desengaño depresivo forma parte de las reacciones emocionales de muchos románticos y de sus personajes. Fueron los primeros en advertirnos de que tuviéramos cuidado con el idealismo revolucionario, que utiliza los mejores corazones y las mejores mentes para aupar, en muchos casos, a la escoria oportunista. Aun peor, quienes empiezan con ideales nobles pueden acabar con comportamientos inmundos.

7.El mundo griego   Pese al innegable amor que Höldelin muestra en muchos de sus poemas hacia Alemania, es indudable que su mundo ideal estaba en la Grecia antigua, la de los héroes homéricos, la de los artistas sublimes; un mundo al que la belleza le era connatural. Alemania es el reino de la mediocridad, del utilitarismo ramplón, de la mentalidad cobarde… 

Lean Hiperión con calma, con delectación. Piensen que quizá el dolor y la angustia  que  se respira en  la obra lo hayamos vulgarizado,  nos parezca retórico, como tantas otras cosas del Romanticismo, pero que,  por debajo de nuestro escepticismo,  laten muchas de esas  aspiraciones y desengaños.  Toda crisis, y no cabe duda de que  en nuestros días estamos viviendo una tremenda, nos devuelve a la desazón romántica del desencantado Hiperión.









domingo, 28 de octubre de 2018

Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley

Cuando Mary Shelley publicó" Frankenstein" su primera novela, era una joven de 20 años  y  lo hizo ocultando su nombre, algo habitual en la época, sobre todo tratándose de escritoras.. Nada hacía presagiar  que aquella novela  primeriza pudiera convertirse en uno de los grandes mitos de la contemporaneidad europea. A finales del siglo XVIII, un estudiante llamado Victor Frankenstein,  un apasionado de las ciencias naturales, concibió la idea de crear un ser humano  aplicando la investigación sobre el origen y el funcionamiento. El ser  que finalmente logró  crear  resultó monstruoso y, al mismo tiempo, estremecedoramente lúcido.
Esta novela es, sin duda, una representación acabada  del Romanticismo del XIX. Veamos cómo en ella se dan las características de ese  movimiento:
  1. El rechazo al racionalismo y el cientifismo dominante ya en las élites tras el triunfo del discurso de la Ilustración      En efecto, en la novela de Shelley aparece de una manera nítida algo que va a ser marca indiscutible del Romanticismo y que acompañará a la Modernidad occidental desde entonces. El monstruo que crea el doctor Frankesntein  es el resultado de optimismo sobre el poder sin consecuencias del desarrollo científico, de su fe ciega en que solo podía ir asociado al bien y al progreso. El Romanticismo creará muchos monstruos, muchas pesadillas, pero es Shelley quien inaugura la ciencia ficción con esta distopía sobre los peligros de tal progreso científico, que se convierte en realidad en una regresión.      
  2.    El origen del mal. Entra Shelley  en uno de los temas fundamentales al que Rousseau dio singular empuje. El enfoque de la autora es que la naturaleza humana, sin haber entrado en contacto con la sociedad, es buena. Las primeras acciones del monstruo sin nombre son bondadosas, desea imitar y aprender luego de los seres humanos que considera mejores. Claramente es el rechazo y el hostigamiento el que le hacen tomar conscientemente la decisión de ser malvado; porque Shelley presenta en último término la maldad como dependiente del libre albedrío, como una decisión a la que, eso sí, pueden empujar las circunstancias sociales adversas.
  3. La soledad. De una manera magistral, la escritora nos hace sentir que todos nacemos solos, dolorosamente solos, y que solo el amor puede atenuar esa herida. El monstruo está condenado a la soledad y le exige a su creador una compañera, que le es primero concendida y luego terminantemente negada. Analizándolo desde una perspectiva histórica, el monstruo representa la soledad alienada en la que ha entrado el individuo en la sociedad burguesa en la que despega el capitalismo.
  4.   La naturaleza bella, sublime y terrorífica.  La naturaleza aparece en la novela una y otra vez: una naturaleza montañosa o marítima, sublime, terrorífica, plena de belleza. Por ella vaga Víctor Frankestein en su viaje de huida, por ella vaga el monstruo en su vagabundeo primero y en la persecución de su creador, después. Terror y belleza, entremezclados.
  5.   El individualismo: glorificación y cuestionamiento: el doctor Víctor Frankenstein  actúa desde el individualismo. Obsesionado durante una época de su juventud por un interés propio ( su creación de una criatura a partir de trozos muertos de otros  humanos) no piensa en ninguna de sus consecuencia para los demás. Solo se hace consciente de su error cuando le afecta a él. Pone en peligro a su familia, a sus amigos, a la sociedad entera, por un deseo individual, por una pasión egoísta. Primero se ve a sí mismo como el científico que con sus solas fuerzas alcanza la gloria por una creación que ningún otro individuo ha alcanzado nunca; después, condena a su propia criatura a un individualismo forzado: sentirse único e irrepetible.
  6. El amor. La fuerza del amor de Beatriz parece ser el único asidero que se le ofrece al Víctor Frankenstein en su desesperación, pero ni este es capaz de salvarlo. El amor no es todopoderoso.
  7. La muerte y el suicidio. La historia está presidida por la muerte: el monstruo está hecho de trozos muertos obtenidos en cementerios y salas de disección, la muerte violenta se cierne sobre Víctor y todos aquellos a quienes quiere. Por fin, el monstruo, consumada su venganza, se  despide anunciando su suicidio.  Se convierte así la muerte, no como un hecho natural, sino como una condena  mítica que se han creído que son dioses, que son Prometeo.
  8. Lo monstruoso, las pesadillas.  En la literatura los monstruos ya existían: Shelley es la primera en hacerlos nacer de las pretensiones científicas. El monstruo, como víctima de los desvaríos racionalistas humanos, tiene por ello una extraña belleza, mueve a la compasión tanto como al terror al lector. Los sueños de la razón engendran monstruos, podría ser el mensaje de Mary Shelley.
  9. El lenguaje como aquello que nos crea. Una de las partes más interesantes de la novela es ver cómo el monstruo se enamora del lenguaje, de las palabras e inicia un aprendizaje con el que espera poder hacerse humano, igual a aquellos que imita. Aquí sin duda se encontró Shelley con un problema no resuelto: la relación entre lenguaje y pensamiento, porque el monstruo parece haber "pensado" antes de poder hablar.