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Doña Berta, de Leopoldo Alas, Clarín |
Hoy les invito a viajar literariamente a ese Madrid que Clarín conoció muy bien y que en Doña Berta nos es descrito a través de la mirada de una viejecilla provinciana a la que solo un asunto de vital importancia ha podido sacar de su verde Asturias.
Para quienes aún no hayan leído esta deliciosa novela breve, no estará de más anticiparles un poco de su argumento:
Para quienes aún no hayan leído esta deliciosa novela breve, no estará de más anticiparles un poco de su argumento:
Doña Berta es una anciana hidalga asturiana que vive aislada del mundo en su mermada heredad, acompañada únicamente de una sirvienta, también añosa. Jamás ha salido de la tierra en que naciera, ni concibe hacerlo, orgullosa como está de ese terruño suyo donde nunca llegaron invasiones que atentaran contra la limpieza de sangre de sus antepasados, o en sus palabras , "donde nunca llegaron ni los romanos ni los moros". Lo único nuevo que entró en su casa, allá en su lejana juventud, fueron las novelas románticas que ella creyó a pies juntillas.
Pese a la gustosa monotonía de su vida de anciana, hay un secreto que aún la perturba: de joven la sedujo, al modo romántico, un guapo militar liberal al que los cinco hermanos varones de Berta, fanáticos carlistas, acogieron en su casa y con el que simpatizaron pese a sus diferencias políticas. El joven liberal volvió a la guerra, no sin antes haber prometido a Berta que regresaría a casarse con ella en cuanto ésta acabara, pero nunca volvió. La joven quedó embarazada de esa relación y sus hermanos, temerosos del escándalo y de la mancha contra el honor de la familia, hicieron desaparecer al hijo. La joven, dividida entre su amor y su sentimiento de culpa nada pudo hacer -o quiso hacer- contra la decisión familiar. El tiempo fue diluyendo el recuerdo y con él, la culpa. Sin embargo, el encuentro con un joven pintor en el postigo del huerto de su heredad va a trastornar radicalmente la vida de la anciana... y llevarla a Madrid.
Y ahora veamos cómo era ese Madrid a los ojos de doña Berta.
Madrid de finales del siglo XIX, visto por una vieja provincianaY ahora veamos cómo era ese Madrid a los ojos de doña Berta.
A lo que parece, la estancia de Berta Rondaliego en Madrid sucedió en algún año de finales de la década de los 80 y principios de la de los 90 del siglo XIX, antes de la muerte, en 1897, de Antonio Canóvas _citado en la novela_ Este parece el contexto histórico más probable ya que la protagonista se enamoró de un militar liberal en algún momento de la Segunda Guerra Carlista, transcurrida entre 1846 y 1849 y, en la narración se nos dice que cuando está en Madrid era una septuagenaria. También hay que tener presente que los tranvías que tanto teme Berta no empezaron a funcionar en Madrid hasta 1871 y hacia 1885 la red se había extendido considerablemente.
Puerta del Sol en 1891 |
Este debería ser, por lo tanto, el aspecto que tenía el Madrid por el que anduvo Doña Berta.La primera imagen que nos ofrece Clarín es esta de la Puerta del Sol:
Doña Berta contempla la plaza nevada y observa las maniobras con la mesa de buñuelos desde una esquina de la calle del Carmen. En la iglesia del Carmen, precisamente, es donde doña Berta oirá misa al alba:
Iglesia del Carmen, Madrid |
"Iba a misa del alba. La iglesia era un refugio; solo allí se encontraba algo parecido a lo de allá. Sólo se sentía unida a sus semejantes de la corte por el vínculo religioso. "Al fin, se decía, todos católicos, todos hermanos." Y esta reflexión le quitaba algo del miedo que le inspiraban todos los desconocidos, más que uno a uno, considerados en conjunto, como multitud, como gente".
Las entonces afueras de Madrid le sugerían estos pensamientos a la protagonista:
En su último peregrinaje por la capital, Doña Berta , pasará de la Carrera de San Jerónimo, a la calle de Alcalá, luego a la calle de Montera y a la red de San Luis y acabará en los primeros números de la calle de Fuencarral, frente a la casa de Cánovas:
Por boca de su personaje, Clarín reflexiona sobre la modernidad urbana . Sin embargo, el Madrid que atemorizó a doña Berta a nosotros nos parece hoy un vecindario abarcable, donde todo el mundo sabía quién era quién. Lo que sí puede seguir vigente es el sentimiento de insignificancia del individuo en la multitud que expresa el personaje:
"¡Y qué fugitiva le parecía la existencia de todos los demás, de todos aquellos desconocidos sin historia, tan indiferentes, que entraban y salían en el coche de segunda en el que iba ella, que le pedían billetes, que le ofrecían servicios, que le llevaban en un cochecito a una posada ¡Estaba perdida, perdida en el gran mundo, en el infinito universo, en un universo poblado de fantasmas! Se le figuraba que habiendo tanta gente en la tierra, perdía valor cada cual; y así debían de pensar las demás gentes, a juzgar por la indiferencia con que se veían, se hablaban y se separaban para siempre. Aquel teje maneje de la vida; aquella fusión de las gentes, se le antojaba como los enjambres de mosquitos de que ella huía en el bosque y junto al río en verano."Si algún día van ustedes por Madrid, recuerden a la señora Berta al pisar estos lugares.