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sábado, 28 de octubre de 2017

EL AMOR DE ERIKA EWALD, DE STEFAN ZWEIG, UN RELATO LLENO DE ESTEREOTIPOS



El título de esta entrada merece una explicación. No es fácil encontrar hoy críticas adversas a este autor cuyas dotes narrativas son indudables. La que me dispongo a hacer lo es. Algunas de las novelas cortas de Zweig descansan sobre unos estereotipos de género que requieren una lectura atenta para no darlos por buenos, arrastrados por la fluidez verbal del autor. Empecemos por recordar con cierto detalle el argumento del relato:

“Erika Ewald es una joven  con escaso conocimiento del mundo y ninguna inquietud por  adquirirlo. Miembro de una familia fría y poco comunicativa, se ha ido convirtiendo en una mujer solitaria y soñadora. De exquisita sensibilidad para todo lo etéreo, ama la música  y se dedica a ella como profesora de piano en el Conservatorio de Viena. En este círculo conoce a  un joven violinista de éxito que, en un principio,  parece compartir con la  muchacha el mundo vaporoso de los sentimientos  indefinidos y   sin aristas. Tras meses de charla culta, de silencios delicados y de éxtasis musicales, el joven le declara su deseo sexual. Con el deseo declarado llega el conflicto.  Erika, después de una  aceptación  que entiende como un  sacrificio romántico de entrega,  retrocede  espantada en la escalera que conduce al cuarto del  joven; huye despavorida   de la experiencia sexual que considera algo sucio. Tras este episodio de rechazo, el joven no se pone en contacto con ella y es ella  la que, pasado un tiempo  quiere verlo de nuevo,  bien porque  presienta  que ha malogrado la única relación amorosa que la vida iba a ofrecerle, bien  porque sus deseos se hayan despertado superando la contención a la que los tenía sometidos.  La ocasión  de volver a ver al joven se le presenta en un concierto.  Al final de este , el violinista ejecuta una canción amorosa que es la misma que recreó para Erika  en sus días felices.  La joven deduce que el joven la sigue amando. Amparada por la oscuridad, lo  espera al final de la escalera de la salida de la sala . Sin embargo, el exitoso violinista va  acompañado de otra joven en actitud que no deja lugar a dudas sobre  la naturaleza de su relación. El  joven  acaba percibiéndola  y,  sin saludarla, se aleja de ella con una sonrisa burlona. Esto desencadena en la joven  una crisis, un deseo de venganza que se concreta en el intento de arrojarse, borracha, a los brazos de un desconocido. Tampoco la relación se consuma  por los escrúpulos del improvisado amante. Recuperada del desengaño,  Erika pasará el resto de sus días tranquilos , resignados y monótonos  como soltera virgen , entregada a la música, dedicada a dar clases de piano a niños y lamentando solamente  no haber sido madre.”

El amor de Erika Ewald fue recibida clamorosamente por los lectores burgueses de su época, lo cual testimonia, más que ninguna otra cosa,  que  estos no  vieron en ella   nada amenazante para su moral, sus  gustos  y sus intereses. En efecto, en esta novela breve se entrelazan y refuerzan tres concepciones sexuales con más puntos en común de lo que puede parecer a primera vista: la moral judeocristiana, el idealismo romántico y la visión freudiana. Véamoslos por partes:

Recordemos que para la moralidad judeocristiana el  deseo  sexual  es una fuente de pecado. Ante él solo caben tres posturas: la renuncia, el matrimonio o la expiación de la culpa. Pese a que  esta moral se predica para hombres y mujeres,  es a ellas   a quienes  se les exige  su cumplimiento con rigor  punitivo. En la novela de Zweig es inconfundible  ese tufillo pecaminoso. La protagonista es una mujer puritana que  se representa el acto sexual como algo sucio y se echa atrás espantada cuando está a punto de entrar en el cuarto del joven al que desea. Luego, dispuesta a " caer" con un desconocido necesita emborracharse -perder su conciencia moral puritana- . Alguna mano divina parece salvarla, porque en  ambos casos se detiene o la detienen en el borde del “precipicio".  El autor eligió un final en  el que Erika Ewald, aún joven y virgen, renuncia felizmente  a la sexualidad y parece entregarse a un nuevo noviciado espiritual, la música.

En el  idealismo romántico,  por su parte,  el amor es una sublimación erótico-emotiva. Esta idealización  aboca la relación al desastre, tanto si no hay relación sexual como si la hay. En todo caso, el fracaso del amor ideal  corre a cuenta de la mujer,  bien porque niega “la  prueba suprema del amor” y conduce al  ardiente enamorado  a la desesperación, incluso al suicidio; bien porque sí  concede el  “favor” y el amor   se  “real-iza”  y  se materializa es decir,  se “corrompe”. Erika se recrea en la etapa de idealización y sublimación erótica, imposible de mantener indefinidamente, a no ser que se renuncie   por completo a las relaciones adultas. Precisamente es esto último lo que hace la protagonista  cuando el amor se redirige a objetos no sexuales , sus alumnos infantiles y  la música.

Por último,  para el psicoanálisis freudiano, una novedad que Zweig conoció enseguida y admiró enormemente,  la pulsión sexual es una   fuerza inconsciente, irracional y destructiva  que hay  que reprimir a favor de la civilización,  pese a los  enormes costes que acarrea dicha  represión. Indudablemente, quien tiene que reprimir su sexualidad  con más fuerza es la mujer, puesto que su papel en la familia  es una clave esencial en el mantenimiento del orden social y la prosperidad de la civilización; por ello, el deseo sexual femenino será tratado como una patología cuando no se conforme con ese   orden social.  Que Erika, una muchacha joven, se avenga a vivir toda su  vida sin sexualidad y ello no le provoque, además,  ninguna "histeria",  que asuma esa vida sin reproches, con resignación  era un final creíble y tranquilizador para los lectores de su época.

Tampoco los valores literarios de la novela la colocan entre las mejores de Zweig y mucho menos, entre la mejores de su época. Para empezar, el ritmo  de la narración es lento, tedioso y cargante.  En parte esto se debe a la forma de catálogo  que adoptan  los tópicos  románticos de  atardeceres,  sueños y timideces adolescentes, soledades en habitación iluminada por la luna, comunión musical de  dos almas gemelas, paseos por sendas primaverales ; hay, además, demasiado déjà vu en todo ello. Se dice del estilo de Zweig, no sin razón, que es elegante y fluido . Sin embargo,  en esta novela abusa de la vacuidad florida de los adjetivos,  como si la protagonista le hubiera contagiado de su ñoñez .

Además, en nombre de la elegancia y el decoro burgués,  el análisis psicológico, presuntamente profundo, se queda en la superficie como la hojarasca; no va a la raíz. Está claro que en cuestiones sexuales para el autor había  un universo léxico y mental que le estaba prohibido. Envuelve los hechos con palabras como un algodón envuelve las piedras puntiagudas: todo queda amortiguado y blando. En el mismo sentido, el final feliz es una deplorable concesión al gusto del público. Los finales felices tal vez se den en la vida, cosa dudosa vista en su conjunto; en la literatura, los finales sin resolución feliz  no son obligatorios, claro,  pero son más verosímiles si partimos del hecho de que la literatura está para plantear los conflictos humanos y es una traición a su misión darle una solución facilona y casi siempre falsa. Sorprende que Zweig admirara tanto a Balzac y no hubiera aprendido nada de Eugenia Grandet, por poner un ejemplo.

En conlusión, El amor de Erika Ewald es una novelita menor de Zweig cuya reedición por la editorial Acantilado entra en su lógica de aprovechar el tirón de ventas que siempre tuvo este autor sin hacer una selección en su extensa e irregular obra.




viernes, 1 de septiembre de 2017

HISTORIA DE UN OCASO, DE STEFAN ZWEIG

Este volumen que lleva el título de Amok, contiene otros relatos, entre ellos Historia de un ocaso

Historia de un ocaso  es  un título de connotaciones un poco  épico-apocalípticas; es leerlo  y pensar en la decadencia de un imperio, de una civilización o, cuanto menos, de algún césar. No tanto, no tanto, pero tampoco es  la caída de un personaje de tres al cuarto. Stefan Zweig  se sintió atraído por  la historia  de una joven  aristócrata  de cierta relevancia en la corte de Luis XV,  Madame de Prie,  la favorita durante dos años de este rey de Francia.  El narrador no nos va a  introducir en  el mundillo de intrigas palaciegas  o en las  cuestiones de Estado que cambiaron la suerte y la vida  de esta dama, sino que, con gran acierto,  nos la presenta  prácticamente haciendo las maletas- es un decir-  tras recibir un billet  perfumado  en que el Rey la invita, no muy  cortésmente, a cuidar su salud en  la verde y lejana Normandía. Allí pasará unas semanas (desde su llegada en el verano de 1727 hasta el  7 de octubre) en que dos imposibilidades - la de  vivir en el destierro  y la de volver a la  situación anterior a él-  producirán  su derrumbe psicológico.

Porque esta novela, además de histórica, es una magistral novela psicológica. Así, en frío, una, que es plebeya, piensa  que el modo de castigar  que se gastaban los reyes  con nobles y favoritas era bastante benévolo y hasta flojillo : una estancia en un palacio (en el culo del mundo, sí, pero palacio), servidos  ricamente. Pero ahí está Zweig que  nos hace sentir realmente qué significa el poder para los poderosos, qué significa   pasar en un instante de estar  en el  centro del mundo  a estar  en su borde, allí desde donde solo se vislumbra el abismo. El destierro acaba siendo un castigo peor que la muerte.  Madame de Prie  es despojada de su identidad al ser despojada de  sus circunstancias. Ortega y Gasset decía aquello de " yo soy yo y mis circunstancias"; pues bien, Madame de Prie no es nadie sin ellas  y no  puede rehacerse  puesto que no dispone de los recursos espirituales para la empresa. Ella ya no es ella sino un vacío que ocupan  la debilidad, el  miedo, la rabia y la desesperación. Madame de Prie carece de mundo interior, al menos, en el sentido en que  lo entendemos desde la modernidad romántica y posromántica ;  toda ella, bajo sus ropajes de seda y su peluca empolvada, es superficial, frívola, artificial, teatral y cruel. Para esta aristócrata los demás  seres humanos no son sino  juguetes cuyos resortes  manipula  por crueldad, cálculo o, simplemente,  para  matar el aburrimiento.  Su gran tragedia será  descubrir que necesita a esos juguetes  humanos para ser  alguien, que necesita enredar en  sus fibras y, sobre todo, que necesita que  finjan con ella  - ya que sentirlos es imposible- admiración, amistad o amor.

Que la dama acaba mal, ya se lo  han ido barruntando ustedes; lo que no imaginan, ni yo tengo  la capacidad de transmitírselo, es  lo soberbias que son las últimas páginas de la narración. Muchas veces Zweig defrauda con sus finales; no es el caso de este relato.