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domingo, 19 de enero de 2020

INSOLACIÓN, DE EMILIA PARDO BAZÁN

Atrevida, la novela se abre con la protagonista de la novela bajo los efectos de una terrible resaca etílica que ella se empeña en atribuir a una insolación.
¡Qué escándalo, una mujer que ha vuelto a casa borracha y que ha tenido una aventura con un hombre al que apenas conocía! Además en una feria popular, rodeada de vinazos y murgas populares. El caso es que ha perdido la honra; como no se acuerda de todo lo ocurrido, el lector también se queda a dos velas sin saber a qué atenerse sobre el alcance de la aventura.


Esa noche de  resaca Pardo Bazán pone en marcha la artillería con  que las mujeres intentan mentirse a sí mismas sobre sus actos.  Lo curioso es que la moralina que la marquesa de Andrade se aplica   no la convence , no se la cree, y ese es otro acierto de la narrativa de la escritora gallega. No sé si ese era el propósito de Pardo Bazán, pero realmente  no se aprecia ( o, al menos, yo no aprecio) sentido verdadero de culpa; más bien ocurre que Asís no confunde el deseo y el amor, y contra las convenciones de la época, se da cuenta de que lo suyo es deseo sexual, aunque luego nazca el amor. En ese orden no estaba permitido para las mujeres, mejor dicho, no estaba admitido el deseo sexual femenino nunca.

A partir de esa noche de resaca, toda la novela gira en torno a las rehuidas y a las “caídas” de la marquesa, cercada por Pacheco, el galán gaditano que incita a la dama a dar paseos por la periferia madrileña, la ladera de San Isidro o las Ventas del Espíritu Santo. Pacheco es de un derroche galante que hoy consideraríamos propio de un pesado. En su intento de reproducir el habla gaditana, Pacheco queda un pelín estereotipado. Pardo Bazán podría estar parodiando un poquito  a alguno de sus amantes ¿Quizá a Galdós? 


Adentrarse en esta novela es, sobre todo, volver al lenguaje amoroso  de la época. Visto desde nuestra perspectiva, no se entiende que se utilizaran tantísimas palabras, tanto circunloquio y  tanto pleonasmo para un asunto que hoy abreviamos en un guasap, nosotros que ya no tenemos novelas de galanteo sino de rupturas amorosas. También es verdad que  era la de Pardo Bazán una época en la que la burguesía tenía entre sus diversiones la conversación. Desde luego, a Pardo Bazán palabras no le faltaban. Sea como sea, a mí me  encantan esos largos paseos por el Prado y Recoletos en que los personajes no callan. 


Por lo demás, con Pardo Bazán sentimos el Madrid arrabalero de finales del siglo XIX, su bullicio, su miseria, su vitalidad. No tiene aún ese aire oscuro y delicuescente que presentará Pios Baroja en La busca.


En definitiva, esta novela está entre mis máquinas del tiempo, el único recurso para visitar el pasado.

miércoles, 7 de agosto de 2019

LOS PAZOS DE ULLOA, DE EMILIA PARDO BAZÁN

"Los pazos de Ulloa" tiene uno de esos principios contundentes inolvidables  de la literatura ; dos mazazos  que avisan al lector de que se adentra en un mundo selvático, donde los instintos no tienen ni una leve capa de cultura. La primera de las escenas es el encuentro del cura Don Julián, que a petición del tío de este, don Manuel de Pardo de Lage, va a intentar “evangelizar “ al burdo y brutal Marqués de Ulloa, Pedro Moscoso,  que utiliza, por ciento, un título que no le corresponde. El  encuentro se produce en un  cruce de caminos donde se alza un destartalado crucero al que ha ido a dar un siniestro  grupo de cazadores, que parecen bandidos, y que no son otros que Pedro Moscoso, Primitivo y el Abad. Ya tenemos en ese primer diálogo los indicios del carácter de cada personaje:  el burdo, brutal y soez Marqués de Ulloa;  Primitivo,  el  ladino y  astuto criado del Marqués,  siempre lacónico y acechante; y  el Abad, representante de ese clero  barrigudo, desvergonzado, servil y descreído. La religión en sí no significa nada para esta gente, de ahí la simbología de que el encuentro se produzca  junto al crucero.

 La segunda escena se desarrolla durante la comida en el pazo, cuando  vicioso y brutal el grupo de cazadores  emborracha  a Perucho, el hijo bastardo del Marqués y de la criada Sabel,  hija de Primitivo. El crío cae desplomado, inconsciente, víctima de un coma  etílico entre las risotadas bestiales de la concurrencia , la indiferencia de la madre y el sufrimiento atónito del recién llegado. 

Don Julián procurará poner orden moral en la casa  y aclarar la administración de los bienes de Moscoso; sin embargo, su misión es imposible; allí existe un poder contra el que nada puede hacer el espiritual, bondadoso, inocente y algo bobalicón sacerdote.  Consigue, eso sí, que el marqués piense en la conveniencia de casarse y darle un heredero legítimo a los pazos. Nucha, la recién casada, llega con mucha voluntad de poner orden en la casa, pero tras el nacimiento de su hija se debilita y el descubrimiento del amancebamiento de su marido con Sabel y la bastardía de Perucho,  sus fuerzas se van minando van. Es como una flor de invernadero sometida a las inclemencias del los vientos fríos y del hielo.

 La vida en los pazos se agita  tras la revolución de 1868; las pugnas de los caciques por ganar las elecciones muestran a dos bandos igualmente repulsivos para quienes lo único que cuentan son los intereses más ruines  de dominación y de extorsión de cada uno de los caciques en pugna. El Marqués de Ulloa,  representante de los conservadores y los carlistas, aclamado por el clero local, es llevado a esta pugna por vanidad, y acaba perdiendo la partida . El verdadero triunfador es  quien maneja los hilos en la oscuridad, es decir, Primitivo. Todo anuncia el final que sufrirán don Julián y Nucha.

"Los pazos de Ulloa"  es considerada la novela más naturalista de la literatura española del siglo XIX. No solo por la crudeza de algunas de sus escenas, sino sobre todo porque plantea el gran debate entre instintos y cultura, entre civilización y barbarie, entre libertad y determinismo. La cultura parece un elemento impotente en esa Galicia rural donde vencen los más bajos instintos, no solo los sexuales, sino también los sociales; donde la religión o se ha corrompido con un clero acomodaticio e ignorante o es arrinconada por viejas supersticiones.  Sabel es el triunfo del instinto sexual y su  instinto  maternal  no  va más allá que el de una gata.  Primitivo, su padre, es el egoísmo primario, el cálculo del animal de caza frío y terrible. Saca la sangre a los campesinos con el dinero que supuestamente tendría que ir a los arcones de Pedro Moscoso. El marqués no es realmente marqués, sino un hidalgo ignorante, brutal e inepto  cuya vida estúpida la llena con su afición a matar  animales, con borracheras extenuantes y con derecho de pernada señorial.  Las criadas están dominadas por supersticiones antiguas, el clero por la gula y la avaricia.  Esa naturaleza exuberante, que tanto apasionó a los románticos, y que cantara Rosalía de Castro en sus “Cantares Gallegos” o en “Follas novas”, es en” Los pazos de Ulloa”  una naturaleza de la que proceden  los peores impulsos humanos; es una naturaleza que representa el propio desorden social y humano de los personajes.  La cultura, la civilización la representen don Julián y Nucha, dos seres puros, blandos, pero   incapaces de modificar ni un ápice el pequeño mundo en que quedan aprisionados.


Pardo Bazán, inclasificable políticamente, pese a su autodefinición como conservadora y católica, muestra con crudeza que los dos bandos que se disputaban el poder, conservadores y liberales eran igualmente criticables: los conservadores, incluidos los carlistas, vivían de reivindicar privilegios pasados a los que su comportamiento presente no los hacía acreedores: vagos, ineptos, falsamente heroicos, embrutecidos, no podían darle al país ninguna respuesta civilizatoria. Su parte sana, representada aquí por don Julián o Nucha, era minoritaria; en modo alguno representaban el camino torcido  que seguía la clase social que tenían por suya. Los liberales, representados por Primitivo, no eran más que cazadores despiadados intentando hacerse con las presas del contrario. Para Bazán el ascenso de la burguesía se está haciendo del mismo modo en que asciende Primitivo: es el inversor del capital de la nobleza, que utiliza sobre todo para hacer la usura y controlar las voluntades de los endeudados campesinos. No hay nada del liberal con que soñaba Larra, el hombre innovador, que pone en marcha negocios e industrias, y está guiado por los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. En la lucha entre la nobleza decadente, incapaz ya de dirigir el país y proponer una renovación de la cultura cristiana, y la burguesía usurera, ansiosa de hacerse rentista, sin más visión del país que la que afecta a sus insaciables bolsillos, gane quien gane, será negativo para España. Pardo Bazán abogaba por una élite cultivada, tolerante, activa, que, conservando lo mejor de la España cristiana, aprendiera  lo mejor que  la burguesía había producido en otros países
especialmene  en Francia. Será un debate que ocupará a los escritores españoles durante décadas. 

Es recomendable la lectura de esta novela, siempre teniendo en cuenta el contexto en que se produjo. El lenguaje de tan rico y variado puede exasperar a más de un lector. Mi consejo es dejarse llevar por la novela sin prisas. Contrariamente a los personajes de la obra, Pardo Bazán, como  sus muchas amistades intelectuales, era aficionada  a largas conversaciones y mantenía copiosa correspondencia con otros escritores. Vivió con pasión ese espíritu comunicativo  y discutidor de Ateneo, de las tertulias  y cafés urbanos. Leer “Los pazos de Ulloa” requiere entrar en ese espíritu del XIX  de párrafos largos y minuciosidad verbal.