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sábado, 24 de agosto de 2019

LA TIERRA INHABITABLE, DE DAVID WALLACE-WELLS


Hace tiempo que me pregunto por qué no ha florecido una literatura distópica que dé cuenta de la complejidad del mundo inhabitable al que parecen abocarnos las múltiples consecuencias del cambio climático. Leí hace unas semanas "Los Mandible: una familia 2029-2047" y me entusiasmó el modo en que plasmaba el  desplome brutal  del sueño americano, de la pesadilla neoliberal  y dibujaba la sociedad caótica, descompuesta y profundamente deprimida  del colapso.El final de la novela,con todo, marca un rumbo de recuperación inverosímil. Además simplificaba los problemas y no atendía a todas sus variantes, en especial, desatendía lo que ya es un clamor científico, que es el que recoge precisamente el ensayo  de David Wallace-Wells. Dejo aquí una traducción del  resumen de esta obra para  entender lo que quiero decir cuando afirmo  que la novela no está a la altura a la hora de dar cuenta de las  profundas angustias que nos atenazan y que tienen un radio infinitamente superior al de nuestro propio ombligo. 


La Tierra Inhabitable” - David Wallace-Wells

“Hambrunas, hundimiento económico, un sol que nos derrita: Lo que el cambio climático podría acarrear, más pronto de lo que se piensa”

APOCALIPSIS   (Mirando más allá de la reticencia científica).

Es peor de lo que  piensa, se lo aseguro. Si su preocupación por el calentamiento global está dominada  por el miedo a las subidas del nivel del mar, apenas está rascando  la superficie de los acontecimientos terribles   que pueden tener lugar a lo largo de la vida de un adolescente de nuestro tiempo. De hecho, esos mares crecientes y  esas ciudades anegadas por ellos   han copado hasta tal punto  nuestro imaginario  sobre el calentamiento global y han  absorbido  tanto nuestra capacidad de  pánico climático, que han cegado  nuestra percepción de otras amenazas mucho más cercanas. Que los océanos inunden las costas  es algo terrible, pero huir de la costa no será suficiente.

En efecto, sin una adaptación significativa del modo de vida de millones de personas, para finales del siglo XXI , partes de la Tierra serán casi inhabitables y otras partes  horriblemente inhóspitas.

Incluso cuando nos  informamos  sobre el cambio climático, no somos capaces de entender su alcance.

Este pasado invierno,  seis  o siete  grados más calentaron durante varios días el Polo Norte y derritieron  el hielo permanente  en la zona de Svalbard, en Noruega,  donde se encontraba  "Apocalipsis", un banco mundial de semillas   creado  para asegurar la supervivencia de nuestra agricultura  ante una catástrofe y que al parecer quedó inundado por las consecuencias del cambio climático  10 años después de haber sido construido.

Quizás ya sepa todo esto por los noticieros;  cada día hay historias alarmantes, como la del  pasado mes, que parecía sugerir que  los datos de los satélites mostraban que el calentamiento global desde 1998 había ido dos veces más rápido de lo calculado  por los científicos (de hecho, la historia subyacente era considerablemente menos alarmante que  los titulares). O las noticias de la Antártida en mayo pasado, cuando una grieta en un casquete de hielo creció 11 millas en seis días y después siguió creciendo;  para que se fracture solo faltan  tres millas , y para cuando usted lea  este artículo puede haber llegado a mar abierto, de modo que  caerá al océano uno de los glaciares de mayores dimensiones  de la historia, un proceso conocido poéticamente como “parto”.

Pero  por bien informado que esté , seguramente no  estará lo suficientemente alarmado todavía. Durante las últimas décadas nuestra cultura se ha vuelto apocalíptica con las películas de zombis y las distopías de Mad Max,  que son quizás el resultado colectivo de una ansiedad climática mal ubicada; no obstante, cuando se trata de  contemplar los peligros del calentamiento en nuestro mundo real padecemos de una increíble falta de imaginación.

Las razones para ello son muchas:

- El tímido lenguaje de los investigaciones científicas, que el climatólogo James Hansen denominó “reticencia científica” en una publicación en la que criticaba a los científicos por publicar sus propias observaciones  tan concienzudamente que erraban en comunicar lo terrible  de la amenaza.
- El hecho de que el país esté dominado por un grupo de tecnócratas que cree que cualquier problema se puede resolver,   y una contracultura que ni siquiera ve el calentamiento como un problema del que merezca la pena ocuparse.
-La manera en que el negacionismo del cambio climático ha hecho que los científicos sean más cautelosos al ofrecer advertencias especulativas.
-La simple velocidad del cambio y también su lentitud, de tal manera que ahora solo estamos viendo los efectos del calentamiento de décadas pasadas.
-Nuestra incertidumbre sobre la incertidumbre, que la autora de temas climáticos Naomi Oreskes  ha sugerido que nos impide prepararnos,  aunque sea posible un desenlace  peor, muy por encima de las previsiones medias.
-La manera en que asumimos  que el cambio climático será grave  en algunos lugares, no en todas partes.
-La pequeñez (2 grados) y la magnitud (1.8 trillones de toneladas) y lo abstracto (400 partes por millón) de los números.
- La incomodidad de considerar un problema que es muy difícil,  cuando no, imposible de resolver.
-La escala totalmente incomprensible de ese problema, que anuncia la perspectiva de nuestra propia  extinción.
-Simplemente miedo, si bien  el rechazo que surge del miedo es también una forma de negación.

Entre la reticencia científica y la ficción científica está la ciencia propiamente dicha. Este artículo es el resultado de docenas de entrevistas e intercambios con climatólogos e investigadores en asuntos afines, y refleja cientos de publicaciones científicas sobre el tema del cambio climático.

Lo que sigue no es una serie de predicciones sobre lo que sucederá: eso estará determinado en gran parte por la mucho menos ciencia cierta de la respuesta humana. Por el contrario, es un retrato con lo mejor que ha dado nuestro entendimiento de  adónde está dirigiendo al planeta  la falta de una  acción contundente por nuestra parte.Es improbable que todos estos escenarios de calentamiento se lleven a efecto plenamente, principalmente porque la devastación que ocurrirá en el camino sacudirá  nuestra complacencia. Pero son esos escenarios y no el clima actual, el punto de partida. De hecho son nuestra hoja de ruta.

La cámara acorazada "Apocalipsis"  está bien por ahora. La estructura ha sido asegurada y las semillas están a salvo. Pero tratar el episodio como una parábola del peligro latente de la inundación,  dejó a un lado la noticia más importante. Hasta hace muy poco los hielos perpetuos no eran un asunto prioritario para los científicos del clima, porque, como el nombre sugiere, era suelo que estaba permanentemente congelado. Pero los hielos perpetuos del Ártico contienen 1.8 trillones de toneladas de carbono, más del doble de lo que actualmente está suspendido en la atmósfera de la Tierra. Cuando se deshiele y se  libere, ese carbono puede evaporarse como metano, que es un gas de efecto invernadero  34 veces más poderoso  que el dióxido de carbono cuando se analiza en la escala de un siglo; cuando se analiza en la escala de dos décadas es 86 veces más poderoso.  En otras palabras, tenemos atrapado en los hielos perpetuos del Ártico el doble de carbono del que está actualmente destruyendo la atmósfera del planeta, todo programado para ser liberado en una fecha que no para de adelantarse.

El tiempo presente del cambio climático –la destrucción que ya hemos incubado a nuestro futuro- es bastante horrible. La mayoría de la gente  habla como si Miami y Bangladesh todavía tuvieran  una oportunidad de sobrevivir; la mayoría de los científicos con los que  he hablado asumen que las perderemos en este siglo,  incluso si dejamos de quemar energías fósiles en la próxima década.

Dos grados de calentamiento solían considerarse el umbral de la catástrofe: decenas de millones de refugiados climáticos  vagando en un mundo desprevenido. Ahora dos  grados es nuestro objetivo, según el Acuerdo de París, y los expertos nos dan solo escasas posibilidades de lograrlo. El Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático publica con frecuencia  informes  llamados  el “patrón oro” de la investigación climática; el más reciente estima que, de no cambiar el curso actual de las cosas, llegaremos a los cuatro grados de calentamiento a principios del próximo siglo.

Pero eso es solo una estimación media. La parte superior de la curva de probabilidades está en ocho grados, y los autores no han resuelto aún cómo tratar ese deshielo de los hielos permanentes. Estos informes no repercuten el efecto albedo (menos hielo significa menos  luz solar  reflejada y más absorbida, por lo tanto más calentamiento); más cubierta de nubes (que atrapa calor); o la extinción paulatina de los bosques y la flora (que extrae carbono de la atmósfera).

Cada uno de estos efectos  previsiblemente  acelerarán  el calentamiento, y la historia del planeta muestra que la temperatura podría cambiar  hasta cinco grados Celsio dentro de 13 años. La última vez que el planeta tuvo cuatro  grados más, señala Peter Brannen en "El final del mundo" (su nuevo artículo sobre acontecimientos importantes de extinción del planeta)  los océanos estaban más elevados que hoy en  cientos de pies.

La Tierra ha experimentado cinco  extinciones masivas antes de la que afrontamos  ahora;  cada una de ellas  fue un reinicio tan completo del nivel evolutivo que funcionó como un restablecimiento del reloj planetario, y muchos científicos del clima le dirán que son la mejor analogía para el futuro ecológico al que nos estamos encaminando. A menos que se sea un adolescente, probablemente  haya leído  en los libros de texto del instituto que estas extinciones fueron el resultado de asteroides.

De hecho, todas,  excepto la que mató a los dinosaurios,  fueron causadas por cambios climáticos producidos por el efecto invernadero. La más notoria fue hace 252 millones de años; comenzó cuando el carbono calentó cinco grados más  el planeta;  se aceleró cuando ese calentamiento provocó la liberación de metano en el Ártico y aniquiló  un 97 por ciento de la vida en la Tierra  Actualmente estamos añadiendo carbono a la atmósfera a una velocidad más rápida; la mayoría de las estimaciones la fijan en 10 veces más rápida. El ritmo se va acelerando.

Esto es lo que Stephen Hawking tenía en mente cuando dijo esta primavera: “nuestra especie necesita colonizar otros planetas el próximo siglo para poder sobrevivir”,  y lo que condujo  a Elon Musk  el mes pasado a desvelar sus planes de construir un hábitat en Marte en un periodo de 40 a 100 años. Ninguno de los dos es  especialistas en la materia, y probablemente se sientan tan inclinados al pánico irracional como usted  y como yo. Pero los muchos científicos eminentes a los que he entrevistado  en los últimos meses – los más acreditados y expertos en la materia, pocos de ellos inclinados al alarmismo y muchos consejeros de la IPCC (grupo intergubernamental de expertos en cambio climático) que, sin embargo, critican su conservadurismo – estos científicos han alcanzado una conclusión apocalíptica también: ningún programa plausible de reducción de emisiones de gases por sí mismo puede prevenir el desastre  climático.


En  las pasadas décadas el término "antropoceno" ha dado un salto  del discurso académico a la imaginación popular. Es un nombre dado a la era geológica en la que vivimos ahora y una forma de señalar que es una nueva era, definida en el gráfico mural de la historia profunda por la intervención humana.  Un problema con el término es que implica una conquista de la naturaleza ( e incluso trae a colación el “dominio” bíblico). Y por muy optimista que se pudiera ser sobre la proposición de que ya hemos devastado el mundo natural, que seguro que lo hemos hecho, otra cosa es considerar la posibilidad de que nosotros solos lo hemos provocado, guiándonos por la ignorancia primero y negando después un sistema climático que nos va a hacer la guerra durante muchos siglos, quizás hasta que nos destruya. Eso es lo que Wallace Smith Broecker , el paternal oceanógrafo que acuñó el término “calentamiento global”, quiere decir cuando llama al planeta una “bestia enfadada”. También se le podría llamar una “máquina de guerra”. Cada día la armamos más.


II  MUERTE POR CALOR   (Nueva York convertido en Bahrein)

En la región de la caña de azúcar de El Salvador, un quinto de la población  padece una  enfermedad renal, resultado de la deshidratación por trabajar los  campos que hace 10 años trabajan sin ese problema.
Los seres humanos, como todos los mamíferos, somos motores de calor; sobrevivir implica tener que refrescarse continuamente,  como perros jadeantes. Para  eso,  la temperatura debe ser  lo bastante baja para que el aire actúe como una especie  de refrigerador, alejando el calor de la piel de forma que el motor pueda seguir bombeando. A siete grados de calentamiento eso sería imposible para las grandes áreas de la zona ecuatorial del planeta y especialmente para los trópicos, donde la humedad se añade al problema; en las selvas de Costa Rica, por ejemplo, donde la humedad alcanza el 90 por ciento, simplemente ir de un lado para otro al aire libre  cuando hace 105 grados Fahrenheit sería letal. Y el efecto sería rápido: en unas pocas horas un cuerpo humano moriría de calor.

Los escépticos del cambio climático señalan que el planeta se ha calentado y enfriado muchas veces antes, pero la ventana climática que ha permitido la vida humana es muy estrecha, incluso para los estándares de la historia planetaria. A 11 o 12 grados de calentamiento, más de la mitad de la población mundial, como está distribuida hoy, moriría de calor. Casi con toda seguridad no hará tanto calor este siglo, aunque los modelos de emisiones continuadas nos llevan a ese escenario finalmente. Este siglo, y especialmente en los trópicos, los puntos álgidos crecerán más  rápidamente,
 por encima incluso de los siete grados.  El factor clave es algo llamado temperatura del bulbo húmedo, que es un término de medida de laboratorio casero: el calor registrado en un termómetro envuelto  en un calcetín húmedo colgado en el aire (ya que la humedad se evapora de un calcetín más rápidamente en aire caliente, este único número refleja ambas cosas calor y humedad). Hoy en día la mayoría de las regiones alcanzan un máximo de bulbo húmedo de 26 o 27 grados Celsio; la verdadera línea roja para la habitabilidad es 35 grados. Lo que se llama estrés por calor aparece mucho antes.

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 Desde 1980 el planeta ha experimentado un aumento de 50%  en el número de lugares que experimentan calor peligroso o extremo;  pronto el porcentaje  volverá a crecer. Los cinco  veranos más calurosos de Europa desde 1500 han ocurrido todos desde 2002 y  la IPCC advierte que pronto   estar al aire libre  en esa época del año será dañino para una gran parte del planeta. Incluso si alcanzamos los objetivos de París de dos  grados de calentamiento , ciudades como Karachi y Calcuta se harán inhabitables ya que padecerán  olas de calor mortal como las que las atacó en 2015. A cuatro  grados,  la ola  mortal  de calor  europea de 2003, que mató a unas 2000 personas al día, será un verano normal.

A seis  grados, según una evaluación enfocada solamente en los efectos dentro de los EEUU por la Administración Atmosférica y Oceánica Nacional, en verano el trabajo de cualquier tipo  se haría imposible en el Valle del bajo Missisipi y todo el mundo en el país, al este de las montañas rocosas, estaría bajo más estrés por calor que nadie en ningún lugar del mundo en la actualidad.

Como Joseph Romm  ha dicho en su libro “Cambio climático. Lo que todo el mundo debe saber”, el estrés por calor en la ciudad de Nueva York excedería el de Bahrein de hoy en día, uno de los lugares más calurosos del planeta, y la temperatura de Bahrein “ induciría la hipertermia incluso en las personas que estuvieran durmiendo”.

Para finales de este siglo, El Banco Mundial ha estimado que los meses más fríos en la América del sur tropical, África y el Pacífico serán probablemente más calurosos que los meses más calurosos del siglo XX. El aire acondicionado puede ayudar, pero terminará  añadiéndose al problema del carbono; además, dejando a un lado los centros comerciales de clima controlado de los Emiratos Árabes, no es ni remotamente plausible vender aire acondicionado a todas las partes del mundo, muchas de ellas las también las más pobres . Y ciertamente, la crisis  será más dramática en el Medio Este y el Golfo Pérsico, donde en 2015 el índice de calor registró temperaturas de hasta  163 grados Fahrenheit.

Dentro de unas cuantas décadas la peregrinación a la Meca será físicamente imposible para los dos millones de musulmanes que realizan la peregrinación cada año. No es solo la peregrinación, ni  la Meca; el calor está matándonos ya. En la región de la caña de azúcar del Salvador, un quinto de la población tiene enfermedad crónica de riñón, incluyendo un cuarto de los hombres, presunto  resultado de la deshidratación por  trabajar los campos que podían trabajar fácilmente hace dos décadas. Con diálisis, que es costoso, aquellos con fallo renal pueden esperar vivir cinco años; sin ella la esperanza de vida es de unas pocas semanas. Por supuesto, el estrés por calor va a golpearnos en otras partes del cuerpo.  Cuando escribo estas líneas, en el desierto de California a  mediados de junio, hace 121 grados en la puerta de mi casa y no es un récord de altas temperaturas.

III  EL FINAL DE LOS ALIMENTOS Rezando para (que haya) campos de maíz en la tundra.

Los climas difieren y las plantas varían, pero la regla básica para las cosechas de cereales en temperatura óptima es que por cada grado de calentamiento, la producción de cosechas descienda un 10 por ciento. Algunas estimaciones llegan al 15 por ciento o incluso un 17 por ciento.  Lo que significa que si el planeta es cinco grados más cálido a finales de siglo, podemos tener un 50 por ciento de personas más que alimentar y un 50 por ciento menos de granos para darles. Y con las proteínas es peor: se necesitan 16 calorías de grano para producir  una simple caloría de carne de hamburguesa, sacada de una vaca que pasó su vida contaminando el clima con ventosidades de metano.

Los fisiólogos de las plantas excesivamente optimistas señalan  que el cálculo del cultivo de cereales se aplica únicamente a aquellas regiones en la cúspide de temperatura creciente, y llevan razón- en teoría, un clima más cálido hará que sea más fácil cultivar maíz en Groenlandia. Pero como el trabajo pionero de Rosamond Naylor y David Bettisti ha mostrado, los trópicos son ya demasiado calurosos para el cultivo eficiente de grano, y aquellos lugares donde se produce el grano hoy ya están en temperatura óptima de crecimiento-lo que significa incluso que un pequeño calentamiento los empujará cuesta abajo en la disminución de productividad. Y no se pueden mover fácilmente las tierras de cosechas unos cientos de millas al norte, porque la producción en lugares como la remota  Canadá  o Rusia está limitada por la calidad de su suelo; el planeta tarda muchos siglos en producir un suelo óptimamente fértil.

Las sequías podrían ser un problema incluso peor que el calor, con algunas de las tierras más cultivables del mundo convertidas rápidamente en desierto. Las precipitaciones son especialmente difíciles de pronosticar;  no obstante,  las predicciones para este  siglo son básicamente unánimes: sequías sin precedentes casi en todos los lugares donde se producen los cultivos hoy. Para 2080, si no hay una reducción drástica de las emisiones, el sur de Europa estará permanentemente en  sequía extrema, mucho peor  que  la registradas en la cuenca de polvo estadounidense. Lo mismo ocurrirá en Irak y Siria y gran parte del Medio Este; algunas de las partes más densamente pobladas de Australia, África y América del Sur,  y las regiones granero de China. Ninguno de estos lugares, que hoy producen gran parte de los alimentos del mundo, serán fuentes fiables de alimentos. Y con respecto a la cuenca de polvo original: un estudio de la NASA de 2015 predijo que las sequías en las llanuras estadounidenses y al suroeste no serían solamente peores  que en la década de los años 30 del siglo XX, sino peores que ninguna sequía en los últimos 1000 años- y eso incluye las sequías que golpearon entre 1100 y 1300, que secaron todos los ríos al Este de las montañas de Sierra Nevada (EEUU) y puede haber sido responsable de la muerte de la civilización Anasazi.

Recuerde que no vivimos en un mundo donde no haya hambre. Lejos de ello, la mayoría de las estimaciones pone la cifra de desnutridos en 800 millones a nivel global. Esta primavera ha traído ya una hambruna cuádruple sin precedentes a África y el Medio Este; las Naciones Unidas han advertido de que episodios de inanición en Somalia, Sudán del sur, Nigeria y Yemen podría matar a 20 millones de personas.

IV  PLAGAS DEL CLIMA  ¿Qué ocurrirá cuando los hielos bubónicos se derritan?

Las rocas, en el lugar adecuado, son  un testimonio de la historia planetaria, eras tan largas como millones de años,  aplastadas por las fuerzas  del tiempo geológico en estratos,  con la anchura de unas pulgadas,  o de solo una pulgada, o incluso menos. El hielo funciona igualmente  como un archivo del clima y como  historia congelada, algunos de cuyos seres   pueden ser reanimado cuando el hielo se descongele. Hoy en día hay, atrapadas en los hielos del Ártico, enfermedades que no han circulado por el aire en millones de años- en algunos casos desde antes de que la raza humana estuviera aquí para enfrentarlas. Lo que significa que nuestro sistema inmunológico no tendría ni idea de cómo luchar contra ellas cuando esas plagas emergieran  del hielo.
El Ártico también almacena organismos aterradores de épocas más recientes. En Alaska,  los investigadores han descubierto  restos de la gripe de 1918 que infectó a 500 millones de personas y mató a 100 millones- alrededor del 5 por ciento de la población mundial y casi 6 veces más de los que habían muerto en la  Gran Guerra, por lo que la pandemia sirvió como una especie de terrible piedra angular. Como la BBC informó en mayo, los científicos sospechan que la viruela y la plaga bubónica están atrapadas en los hielos de Siberia.

Los expertos afirman   que muchos de estos organismos no sobrevivirán al deshielo y  señalan  las condiciones de laboratorio bajo las cuales ya han reanimado a algunos de ellos (la bacteria “extremofile”, de 32.000 años de edad, revivió en 2005, un organismo de hace 8 millones de años fue devuelto a la vida  en 2007, un científico ruso se autoinyectó,  solamente  por curiosidad, un organismo de 3.5 millones de años ),  para sugerir que esas son las condiciones necesarias para el regreso de tales plagas antiguas.  Pero el año pasado  un chico murió y otros 20 quedaron infectados por ántrax, liberada cuando hielo permanente en retroceso dejó al descubierto el esqueleto congelado de un reno muerto por la bacteria, hace al menos 75000 años; 2000 renos actuales fueron infectados también, esparciendo la enfermedad más allá de la tundra.

Lo que preocupa a los epidemiólogos más que las enfermedades antiguas son las plagas existentes reubicadas, reconfiguradas o incluso re-evolucionadas por el calentamiento . El primer efecto es geográfico.  Antes del periodo moderno, cuando los barcos de vela aventureros aceleraban  la mezcla  de personas  y sus gérmenes, la provincialidad humana era un protector contra la pandemia. Hoy, incluso con la globalización y la enorme entremezcla de las poblaciones humanas, nuestros ecosistemas son mayormente estables, y esto funciona como otro límite, pero el calentamiento global mezclará esos ecosistemas y hará que las enfermedades traspasen esos límites tan ciertamente como Cortés los traspasó.  Uno no se preocupa mucho sobre el dengue o la malaria si vive en Maine o Francia. Pero a medida que los trópicos se desplazan  hacia el norte y los mosquitos emigren con ellos, habrá que preocuparse. Tampoco preocupaba el Zika hace un par de años.

El Zika puede ser también un buen modelo del segundo efecto preocupante: la mutación de la enfermedad. Una razón  por la cual no se había oído nada del Zika era, hasta hace poco, que había estado confinado  en Uganda; otra razón es que no parecía causar defectos de nacimiento. Los científicos aún no comprenden  del todo qué ocurrió o qué pasaron por alto. Pero hay cosas que sabemos con seguridad sobre cómo el clima afecta a algunas enfermedades, por ejemplo, la malaria, que  se desarrolla en regiones más cálidas no solo porque los mosquitos que la llevan lo hacen también, sino porque, por  cada grado que aumenta la temperatura, el parásito se reproduce diez veces  más rápidamente.  Esta es una razón por la que el Banco Mundial estima que para el 2050, 5200 millones de personas estarán contagiadas con ella.


V  AIRE IRRESPIRABLE Una niebla mortal circulante que asfixia a millones.

Para finales de siglo, los meses más fríos en la América del Sur  tropical,  África, y el Pacífico, probablemente  van a ser más cálidos que los meses más cálidos al final del siglo XX.

Nuestros pulmones necesitan oxígeno, pero eso es solo una fracción de lo que respiramos. La fracción de dióxido de carbono está aumentando :  ya cruzó 400 partes por millón y las estimaciones en su escala más alta, extrapolando las tendencias actuales, sugieren que llegará a las 1000 partes por millón para 2100. A esa concentración , comparado con el aire que respiramos ahora, la habilidad cognitiva humana desciende en un 21 por ciento.

Otro problema con respecto al aire más caliente es incluso más aterrador:  pequeños aumentos en la contaminación  son capaces de acortar la esperanza de vida en diez años. Cuanto  más caliente se vuelve el planeta, más ozono origina, y para mediados  del siglo, los americanos (de Estados Unidos) probablemente sufrirán un 70 por ciento de aumento de la dañina capa de ozono, según ha predicho el Centro Nacional para la Investigación Atmosférica. Para 2090, 2000 millones de personas en todo el mundo estarán respirando aire contaminado por encima del nivel de seguridad ; el mes pasado una publicación mostró que, entre otros efectos, la exposición de una embarazada al ozono aumenta el riesgo del bebé de padecer autismo hasta diez veces más, combinado con otros factores medioambientales. Lo que hace pensar de nuevo en la epidemia de autismo en Hollywood occidental.

Más de 10.000 personas mueren  cada día a causa de las pequeñas partículas emitidas por la quema de combustibles fósiles; cada año 339.000 mueren por el humo de incendios  forestales, en parte porque el cambio climático ha expandido  la estación de estos fuegos  (en los Estados Unidos ha aumentado en 78 días desde 1970). Para el año 2050, de acuerdo con el servicio forestal de los Estados Unidos, los incendios forestales  serán dos veces más destructivos que en la actualidad; en algunos lugares el área quemada podría crecer 5 veces más.  Más preocupante que esto  es el efecto que tendrá en las emisiones, especialmente cuando los fuegos arrasen los bosques que surgen de la turba. Los incendios de  turberas en Indonesia en 1997, por ejemplo, sumó a la emisión global de CO2 hasta un 40 por ciento y cuantos  más incendios haya,  más calentamiento habrá y más incendios. Se da también la posibilidad aterradora de que los bosques tropicales como el Amazonas, que en 2010 sufrió su “segunda sequía de cien años” en el espacio de 5, podría secarse lo suficiente para volverse vulnerable a   estos tipos de fuegos forestales devastadores- que no solamente expulsaría grandes cantidades de carbono a la atmósfera , sino que también encogería  el tamaño de los bosques.  Eso es especialmente malo porque el Amazonas proporciona  el 20 por ciento de nuestro oxígeno.

Además están las formas más familiares de contaminación. En 2013 el hielo derretido del Ártico remodeló los patrones atmosféricos en Asia, privando a la China industrial  de los sistemas de ventilación natural de los que había llegado a depender,  y cubrió gran parte del norte del país de un humo irrespirable.  Literalmente irrespirable. Un parámetro llamado Índice de Calidad del Aire clasifica por categorías los riesgos y culmina en un margen de 301 a 500, advirtiendo de “serio agravamiento de enfermedades de pulmón y corazón y mortalidad prematura en personas  con enfermedades cardio- pulmonares y los ancianos” y para todos los otros “serios riesgos de efectos respiratorios “; en ese nivel , todo el mundo debería evitar esfuerzos en el exterior. El “aireapocalipsis” chino de 2013 alcanzó lo que habría sido un Índice de calidad del aire de  800. Ese año la niebla tóxica fue responsable de un tercio de todas las muertes del país.

VI LA GUERRA PERPETUA  La violencia provocada por el calor

Los climatólogos son muy cuidadosos al hablar de Siria. Quieren que se sepa que mientras el cambio climático produjo una sequía que contribuyó a la guerra civil, no es exactamente justo decir que el conflicto es el resultado del calentamiento; justo al lado, Líbano sufrió los mismos fallos de cosechas. Pero investigadores como Marshall Burke y Solomon  Hsiang han podido cuantificar algunas de las relaciones no obvias entre la temperatura y la violencia. Por cada medio grado de calentamiento, dicen,  las sociedades verán aumentar  entre un 10 y un 20 por ciento  la probabilidad de conflicto armado. En la ciencia del clima nada es simple, pero la aritmética es desgarradora: un planeta cinco  grados más caliente tendría un 50 por ciento más de  guerras que en la actualidad. En general, los conflictos sociales podrían duplicarse este siglo.

Esta es una razón por la que, como casi  todos los  científicos  del  clima con los que he hablado han señalado, los militares norteamericanos están obsesionados con el cambio climático: la sumersión de todas las bases de la armada americana por la subida del nivel del mar es un problema preocupante , pero ser la policía del mundo es un poco más duro cuando el nivel de delincuencia se duplica. Por supuesto, no es solo Siria donde el clima ha contribuido al conflicto. Algunos especulan que el elevado nivel de lucha por todo el Medio Este durante la pasada generación refleja las presiones  del calentamiento global, una hipótesis bastante cruel teniendo en cuenta que el calentamiento comenzó a acelerarse cuando el mundo industrializado extrajo y después quemó el petróleo de la región.

¿Cuál es  la relación entre el clima y los conflictos? En parte hay un vínculo  con la agricultura y la economía; mucho tiene que ver con las migraciones forzosas, que ya han alcanzado un récord con al menos 65 millones de personas desplazadas vagando por el planeta ahora mismo. Pero también está el simple hecho de la irritabilidad individual. El calor aumenta los índices de delincuencia local y el uso de palabras hirientes en los medios sociales , y la probabilidad de que un lanzador (en béisbol) de primera división, llegando al montículo después de que su compañero de equipo haya sido golpeado en el campo, golpee a su bateador oponente en represalia.  Y la llegada de aire acondicionado al mundo desarrollado, a mitad del siglo pasado, hizo muy poco por resolver  el problema de la ola de delincuencia veraniega.



VII   HUNDIMIENTO ECONÓMICO PERMANENTE Capitalismo sombrío en un mundo más pobre.

El mantra susurrante  del neoliberalismo global que imperó entre el final de la Guerra Fría y el comienzo de la Gran Recesión, es que el crecimiento económico nos salvaría de todo.

Pero en la secuela del colapso de 2008, un gran número de historiadores que estudiaban lo que llamaban “capitalismo fósil” han empezado a sugerir que la historia entera del crecimiento económico rápido, que empezó de alguna manera de repente en el siglo XVIII, no es el resultado de la innovación o del comercio o de la dinámica del capitalismo global , sino simplemente de nuestro descubrimiento de energías fósiles y toda su potencia bruta, una inyección de golpe  de nuevo “valor” dentro de un sistema que se había caracterizado previamente por una vida de subsistencia global.

Antes de los combustibles fósiles, nadie vivía mejor que sus padres o abuelos o antepasados de 500 años atrás, excepto en la secuela inmediata de una gran plaga como la peste Negra, que permitió a los afortunados supervivientes engullir los recursos liberados por las fosas comunes.

Después de que hayamos quemado todos los combustibles fósiles, estos académicos sugieren que quizás regresaremos a una economía global de estado estacionario. Por supuesto, esa inyección de  golpe  tiene un coste devastador a largo plazo: el cambio climático.

La investigación más interesante sobre los efectos económicos del calentamiento también procede de Hsiang y sus homólogos, que no son historiadores del capitalismo procedente de los combustibles fósiles pero que ofrecen un análisis bastante desolador: cada grado Celsio de calentamiento cuesta , por término medio,  1.2 por ciento del PIB (una enorme cantidad , teniendo en cuenta que contamos el crecimiento en los dígitos bajos como “fuerte”). Este es un excelente trabajo en la materia y su proyección media es de un 23 por ciento de pérdida de ganancia per capita a nivel global para finales de este siglo (como resultado de cambios en la agricultura, la delincuencia, las tormentas, la energía, la mortalidad y el trabajo).

Trazar la forma de la curva de probabilidad es incluso más aterrador: hay un 12 por ciento de probabilidad de que el cambio climático reduzca la producción económica mundial en más del 50 por ciento para el 2100, dicen ellos, y una probabilidad del 51 por ciento de que baje el PIB per cápita en  un 20 por ciento o más para entonces, a menos que las emisiones de gases disminuyan. Por comparación, la Gran Recesión, bajó el PIB mundial un 6 por ciento, en una conmoción repentina. Hsiang y sus correligionarios estiman una posibilidad de una entre ocho de un efecto continuo e irreversible para finales de siglo que es 8 veces peor.

La escala de esa devastación económica es difícil de asimilar, pero se puede empezar imaginando cómo sería el mundo  hoy con una economía la mitad de grande , que solo produciría la mitad del valor, generando únicamente la mitad que ofrecer a los trabajadores del mundo.  Convierte a la cancelación de los vuelos por la ola de calor en Phoenix el mes pasado en patatas económicas patéticamente pequeñas. Y, entre otras cosas, convierte la idea de posponer la acción gubernamental para la reducción de emisiones y apoyarse únicamente en el crecimiento y la tecnología para resolver el problema en  un absurdo cálculo de negocios.

Tengamos en cuenta que cada billete de ida y vuelta  de los vuelos de Nueva York a Londres cuesta al Ártico tres metros cuadrados más de hielo.

VIII  OCÉANOS ENVENENADOS  El sulfuro eructa la costa del esqueleto.

Que el mar se convertirá en un asesino es un hecho. Salvo que haya una radical reducción de emisiones, veremos al menos 4 pies de subida de nivel del mar y posiblemente hasta 10  para finales de siglo. Un tercio de las ciudades importantes del mundo están en la costa , y sus centrales energéticas , puertos, bases navales, granjas, centros de pesca, deltas de los ríos, marismas y los imperios de arrozales, e incluso aquellos que están por encima de los 10 pies se inundarán mucho más rápidamente y mucho más regularmente si el agua llega a esa altura. Al menos 600 millones de personas viven dentro de la zona de 10 metros del nivel del mar.

Pero la inundación de estas ciudades y espacios es solo el principio. Actualmente más de un tercio del carbono en el mundo es absorbido por los océanos- gracias a Dios, o tendríamos aún mucho más calentamiento. Pero el resultado es  lo que se llama ”acidificación del océano”, que, por sí mismo, puede añadir medio grado al calentamiento este siglo. Está también ya quemando las cuencas de agua del planeta – se puede recordar éstas como el lugar donde la vida surgió en un primer momento. Probablemente  ha oído hablar de la “decoloración del coral”- es decir, la muerte del coral – lo que es una muy mala noticia, porque los arrecifes de coral sustentan hasta un cuarto de toda la vida marina y proporcionan alimento para mil millones de  personas.

La acidificación de los océanos freirá o cocerá la población de peces directamente, también, aunque los científicos no están  seguros de cómo predecir los efectos   tendrá repercusión en la pesca;  ellos saben que en aguas ácidas las ostras y los mejillones lucharán para hacer crecer sus conchas y que cuando el PH de la sangre humana cae tanto como el PH de los océanos ha caído durante la pasada generación, induce a convulsiones, comas y muerte repentina.

Eso no es todo lo que la acidificación de los océanos puede provocar. La absorción del carbono puede iniciar un bucle de retroalimentación en el que las aguas poco oxigenadas alimenten a diferentes clases de microbios que vuelven las aguas aún más “anóxicas” (sin oxigenar), primero en las zonas muertas de los océanos, después  gradualmente hacia la superficie. Allí el pez pequeño muere, incapaz de respirar, lo que significa que las bacterias comedoras de oxígeno prosperan y el bucle de retroalimentación se duplica. Este proceso, en el que las zonas muertas  crecen como los cánceres, ahogando la vida marina y acabando con la pesca, está ya bastante avanzado en partes del Golfo de México y Namibia, donde el sulfuro de hidrógeno está saliendo del mar a lo largo de una extensión de mil millas de tierra conocida como la “Costa Esqueleto”.

El nombre originalmente se refería al detritus de la industria ballenera, pero hoy el nombre es  más adecuado que nunca. El sulfuro de hidrógeno es tan tóxico que la evolución nos ha entrenado a reconocer las huellas más pequeñas y seguras de este, que es por lo que nuestra nariz está tan exquisitamente entrenada  a registrar la flatulencia. El sulfuro de hidrógeno es lo que hizo que un 97 por ciento de la vida en la tierra desapareciera , una vez que todos los bucles de retroalimentación se habían desencadenado y los chorros que circulaban en un océano calentado se detuvieron: es el gas favorito del planeta para un holocausto natural. Gradualmente, las zonas muertas del océano se expandieron, matando especies marinas que habían dominado los océanos durante cientos de millones de años y el gas que las aguas inertes enviaban a la atmósfera envenenaron todo lo que había en tierra. Las plantas también. Pasaron millones de años antes de que los océanos se recuperaran.

IX   EL GRAN FILTRO  Nuestra actual incredulidad no puede durar.

Así pues, ¿por qué no podemos  verlo? En su reciente publicación “El gran trastorno mental”, el novelista indio Amitav Ghosh se pregunta por qué el calentamiento global y el desastre natural no se han convertido en asuntos de importancia máxima de la ficción contemporánea – por qué no parece que seamos capaces de imaginar catástrofes climáticas, y por qué no hemos tenido todavía una avalancha de novelas del género que él básicamente imagina en  existencia media y denomina “el misterio ambiental”. “Considera, por ejemplo, las historias que se encierran en preguntas como “¿Dónde estabas cuando cayó el Muro de Berlín?” o “¿Dónde estabas el 9 de septiembre?”, dice él. “Será alguna vez posible preguntar de la misma manera “¿Dónde estabas a 400 partes por millón?” o “¿Dónde estabas cuando el estante de hielo Larsen B se rompió?” Su respuesta  es: probablemente no, porque los dilemas y dramas del cambio climático son simplemente incompatibles con  las clases de historias que nos contamos sobre nosotros mismos, especialmente en novelas, que tienden a enfatizar el viaje de una consciencia individual más que el miasma venenoso del destino social.

Seguramente esta ceguera no durará; el mundo que estamos a punto de habitar no lo permitirá. En un mundo 6 grados más cálido, el ecosistema de la Tierra  ebullirá con tantos desastres naturales que empezaremos a llamarles “tiempo atmosférico”: un constante enjambre de tifones, tornados e inundaciones fuera de control, el planeta asaltado regularmente con episodios climatológicos que no hace mucho tiempo destruían civilizaciones completas. Los huracanes más fuertes aparecerán con más frecuencia y tendremos que inventar nuevas categorías con las que describirlos; los tornados crecerán más largos y más anchos y golpearán mucho más frecuentemente, y las rocas de granizo se cuadruplicarán en tamaño.

Los seres humanos solían mirar al tiempo atmosférico para profetizar sobre el futuro; avanzando hacia delante, veremos en su ira la venganza del pasado. Los naturalistas del pasado hablaban con frecuencia sobre “el tiempo profundo”, es decir, la percepción que ellos tenían , contemplando la grandeza de un valle o de una cuenca de roca, de la profunda lentitud de la naturaleza. Lo que nos deparará a nosotros es más parecido a lo que los antropólogos victorianos identificaron como “tiempo de soñar” o “todo cuando”: la experiencia semimítica, descrita por los australianos aborígenes, de encontrar en el momento presente  un pasado fuera del tiempo, cuando los antepasados, héroes y semidioses se hacinaban en una etapa épica. Se puede encontrar ya , observando la distancia en pies de un glacial colapsando en el mar, un sentimiento de la historia sucediendo de repente. Está sucediendo. Mucha gente percibe el cambio climático como un tipo de deuda moral y económica, acumulada desde el principio de la Revolución industrial que se  salda después de algunos siglos. Es  una perspectiva útil, de alguna manera, puesto que son  los procesos de la quema del carbono que empezaron  en la Inglaterra del siglo XVIII,  cuando se  encendió el fusible de todo lo que siguió. Pero más de la mitad del carbono que la humanidad ha enviado a la atmósfera en toda su historia se ha emitido en las tres décadas pasadas; desde el final de la Segunda Guerra Mundial la cifra asciende al 85 por ciento. Esto significa que a lo largo de una única generación, el calentamiento global nos ha llevado al borde de la catástrofe planetaria, y que la historia de la misión Kamikaze del mundo industrial es también la historia de una sola vida.

La de mi padre, por ejemplo, quien  nacido en 1938,  contaba entre sus primeros recuerdos la noticia de Pearl Harbour y la mítica Fuerza Aérea de las películas de propaganda que lo siguieron, películas que se duplicaron con la publicidad a favor del poder de la industria imperial americana; y entre sus últimos recuerdos la cobertura de la firma desesperada de los acuerdos del clima de París, que vio por televisión por cable, diez semanas antes de morir de cáncer de pulmón el pasado mes de julio. O la de mi madre quien nacida en 1945 de judíos alemanes que huían de las chimeneas por las que sus familiares fueron incinerados, ahora disfrutando de su 72 cumpleaños en un paraíso de comodidades americano, un paraíso apoyado por cadenas de hipermercados de un mundo desarrollado industrializado. Lleva fumando  cigarrillos sin filtro durante 57 de esos años.

O la vida de los científicos. Algunos de los hombres que primero identificaron un cambio climático (y dada la generación, los que se hicieron famosos eran hombres) están  todavía vivos; algunos están  trabajando todavía.  Wally Broecker tiene 84 años y cada día  se dirige en coche  al trabajo en el Observatorio de la Tierra en Lamont-Doherty, atravesando el río Hudson en el Upper West Side de Nueva York.  Como la mayoría de aquellos que primero dieron la señal de alarma, él cree que ninguna cantidad de reducción de emisiones por sí  sola puede ayudar a evitar el desastre. Él pone su fe en la captura del carbono- tecnología no testada para extraer dióxido de carbono de la atmósfera, que Broecker estima que costará al menos varios trillones de dólares- y en varias formas de “geoingeniería”, el nombre con el que se designa a una variedad de tecnologías de ensueño tan descabellada que muchos científicos del clima prefieren mirarlas como un sueño, o pesadillas, de ciencia ficción. Él está especialmente centrado en lo que se llama el enfoque del aerosol- dispersar tanto dióxido de azufre a la atmósfera que cuando se convierta en ácido sulfúrico nublará un quinto del horizonte y reflejará un 2 por ciento de los rayos del sol, proporcionando al planeta al menos un pequeño cuarto de maniobras libre de calor. “Por supuesto, eso haría que nuestros atardeceres fueran muy rojos, blanquearía el cielo, generaría más lluvia ácida”, dice él. “Pero hay que mirar a la magnitud del problema. No es admisible decir que el gran problema no debe resolverse porque la solución causa problemas pequeños.” Él no estará allí para verlo, me dijo. “Pero en tu vida…”

Jim Hansen es otro miembro de esta generación de padrinos. Nacido en 1941, se hizo climatólogo en la Universidad de Iowa, desarrolló el  innovador “Modelo Cero” para prever el cambio climático y después se convirtió en jefe de la investigación climatológica en la NASA, solo para marcharse bajo presión cuando, todavía siendo un empleado  federal, presentó una demanda contra el gobierno federal acusándolos de inacción sobre el calentamiento (y fue arrestado unas cuantas veces por protestar). La demanda, que está organizada por un colectivo llamado "La herencia de nuestros hijos" y es descrito con frecuencia  como “los niños contra el cambio climático”, está construida sobre una apelación a la cláusula de igual protección, a saber, que al no realizar ninguna acción sobre el calentamiento, el gobierno está violando la cláusula al imponer costes cuantiosos sobre las futuras generaciones; está programada para que se celebre el próximo invierno en el juzgado del distrito de Oregón. Hansen recientemente ha desistido de resolver el problema del clima con un impuesto sobre el carbono, que había sido su enfoque preferido, y se ha propuesto calcular el coste total de la medida adicional de extraer carbono de la atmósfera.


Hansen comenzó su carrera estudiando Venus, que fue en un principio un planeta muy parecido a la Tierra, con cantidad de agua como soporte vital, antes de que el cambio climático fuera de control lo transformó rápidamente en una esfera inhabitable y árida envuelta en un gas irrespirable; cuando tenía 30 años decidió estudiar nuestro planeta, preguntándose por qué tenía que marearse estudiando el sistema solar para explorar los rápidos cambios medioambientales, cuando lo podía ver a su alrededor en el planeta en el que vivía. “Cuando escribimos nuestro primer trabajo sobre esto en 1981”, me dijo, “recuerdo haberle dicho a uno de los coautores: Esto va a ser muy interesante. En  algún momento durante nuestras carreras vamos a ver que estas cosas empiezan a suceder”.

Algunos de los científicos con los que hablé propuso el calentamiento global como la solución a la famosa paradoja de fermi, que pregunta, si el universo es tan grande, entonces ¿por qué no hemos encontrado ninguna otra vida inteligente en ella? La respuesta, sugirieron, es que el periodo de vida de una civilización puede ser solo de algunos miles de años y el periodo de vida de una civilización industrial quizás solo de unos cientos. En un universo que tiene miles de millones de años, con sistemas de estrellas separadas por el tiempo y por el espacio, las civilizaciones podrían emerger y desarrollarse y desaparecer simplemente demasiado rápidamente para que se lleguen a encontrar unas a otras. Peter Ward, un paleontólogo carismático entre aquellos responsables por haber descubierto que las extinciones en masa del planeta fueron causadas por el gas del efecto invernadero, llama a esto el “Gran Filtro”: “Las civilizaciones aumentan, pero hay un filtro medioambiental que hace que mueran y desaparezcan rápidamente”,  me dijo. “Si miras el planeta Tierra, el filtrado que hemos tenido en el pasado han sido estas extinciones masivas. La extinción masiva que estamos ahora viviendo solo acaba de empezar; así está por llegar mucha más muerte.

Y, no obstante, Ward es un optimista. Igualmente lo son Broecker y Hansen y muchos de los otros científicos con los que hablé. No hemos desarrollado una religiosidad acerca del cambio climático que pudiera confortarnos o darnos un propósito, frente a una posible aniquilación. Pero los científicos del clima tienen una extraña clase de fe: encontraremos una manera de prevenir el calentamiento radical, dicen, porque debemos hacerlo.

No es fácil   sentirse tranquilos ante la certeza sombría y hasta qué punto  hay que preguntarse si es otra forma de engaño; para que el calentamiento global funcione como parábola alguien necesita sobrevivir para que cuente la historia. Los científicos saben que para cumplir los objetivos  de París, para el 2050, las emisiones de carbono procedentes de la energía y de la industria, que aún siguen subiendo, tendrán que disminuir a la mitad cada década; las emisiones procedentes del uso de la tierra (deforestación, gases de las vacas, etc.) tendrán que desaparecer; y necesitaremos haber inventado tecnologías para extraer anualmente dos veces más carbono de la atmósfera de lo que lo hacen las plantas de todo el planeta.
 No obstante, en general, los científicos tienen una enorme confianza en el ingenio de los seres humanos – una confianza quizás reforzada por su apreciación del cambio climático, que es después de todo, una invención humana, también.  Ellos señalan al proyecto Apolo como  el causante del agujero en la capa de ozono que parcheamos en la década de los 80, el paso del miedo a la destrucción mutua asegurada. Ahora hemos encontrado una manera de diseñar nuestra propia destrucción y sin duda encontraremos una manera de diseñar cómo  salir de ella, de una forma o de otra. El planeta no está acostumbrado a ser provocado  así y los sistemas del clima diseñados para  dar respuesta sobre los siglos y milenios nos previenen- incluso aquellos que pueden estar observando cercanamente -  de imaginar el daño  causado ya al planeta.  Pero cuando verdaderamente veamos el mundo que hemos creado, dicen ellos, también encontraremos una manera de hacerlo vivible. Para ellos, la alternativa es simplemente inimaginable.







Este artículo aparece el 10 de julio de 2017, en la New York Magazine.