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sábado, 27 de abril de 2019

TIEMPOS DE HIELO. FRED VARGAS

En 2015,  Fred Vargas seudónimo de  la parisina Frédéric Audoin-Rouzeau) publicó  Tiempos de Hielo, (Temps glaciaires) una novela fantástico-policiaca donde rescata al original equipo de investigación de sus novelas anteriores:  un policía de extraña cabellera bicolor que le da aspecto de leopardo, un enfermo de narcolepsia que va durmiéndose  por las esquinas, un gato con ciertas dotes detectivesca, una teniente tipo fuerza de la naturaleza, el jefe, Adamsberg,  perdido con frecuencia en una nebulosa soñadora de la que salen “renacuajos” y el comandante, Danglard, un erudito racionalista, de memoria prodigiosa, que siempre tiene una cita a punto en la investigación.

Vargas recurre a la técnica de los asesinatos en cadena que recuerda inmediatamente Los diez negritos de Agatha Christie: en  un grupo de personas con algún  nexo común  van sucediéndose los asesinatos mientras se instaura entre los supervivientes el pánico. 
En la novela de Fred Vargas, el asesino deja “su firma”, el dibujo de algo que parece una guillotina. Se han producido cuatro asesinatos en París o sus cercanías, y a  los investigadores se le abre en primer lugar una línea de investigación que les lleva a Islandia: allí un grupo de  12 franceses, atrapados por la niebla en una pequeña isla de leyenda, se enfrentaron  durante quince días al frío y al hambre: dos de ellos son asesinados, los  otros diez sobreviven. La segunda línea de investigación los lleva a un club privado  robespierrista en que unas 700 personas representan las sesiones parlamentarias de la Revolución Francesa, desde la Asamblea Constituyente hasta el final de la Convención. El nexo común es que los cuatro asesinados formaron parte del grupo de turistas en Islandia y pertenecían  al Club robespierrista. El enredo de la trama está en la relación, difícil de ver, entre ambas líneas de investigación, que parecen más bien divergir que converger.

La autora juega con lo fantástico  sobre todo  en la presentación de la isla islandesa en que, según los lugareños, habita un afturganga, un genio nebuloso  que mata a quien viola su suelo o lo  convoca  para indicarle un camino. También en clave fantástica tenemos al jabalí Marc, guardián  fabuloso de la cabaña donde vive Céleste.  Vargas tiene la habilidad suficiente para que estas incursiones fantásticas no chirríen en la trama; incluso acabamos pensando que las dotes detectivescas de Adamsberg tienen tanto que ver con la fantasía como con el análisis racional de pistas.

La novela es amena, si bien hay en ella mucho de precocinado, de automático. La vinculación de las dos tramas resulta por momentos algo rocambolesca. Los personajes, pese a que se hacen inconfundibles enseguida, ofrecen una falsa profundidad psicológica. La autora se excede a veces con las referencias históricas a las figuras políticas de la Convención.
Sin duda, Fred Vargas conoce su oficio de escritora de best-sellers y estas críticas solo surgen después de cerrar el libro; mientras se lee, es fácil dejarse llevar por la curiosidad y la intriga.




HIMNOS A LA NOCHE. NOVALIS

En el siglo XVIII los ilustrados se entregaron  con denuedo a la tarea de combatir  las supersticiones  y las creencias metafísicas (religiosas o filosóficas) anunciando el reinado de la Razón y del Progreso. La luz de la Razón iba a revelar el mundo, es decir, quitar de él los velos nebulosos  que dificultaban el verdadero conocimiento. Todo aquello que no entraba en el campo de la Razón kantiana  se volvía  una aproximación sospechosa de la realidad o una huida  de esta; era,  sobre todo, una pérdida de tiempo que la emergente sociedad burguesa no  podía permitirse. Para alcanzar la verdad había que ser desapasionado porque la realidad estaba ahí para analizarla, diseccionarla, clasificarla, pesarla, medirla... siempre guiados por el principio de  utilidad. La naturaleza va a convertirse en el objeto de un conocimiento científico que no es sino la premisa necesaria para explotarla económicamente de una manera sistemática y uniforme. La naturaleza quedará dividida en campos de estudio científico ( las especialidades, la división del trabajo dentro de la ciencia)  que facilitarán la tarea de convertirla,  toda ella, en mercancías, valores de cambio.

El Romanticismo es, entre otras cosas, una fuerte reacción contra esa visión de la razón y sobre esa visión de la naturaleza, incluida la del ser humano. No se trata, como en   otras reacciones a la época precedente - recuérdese el caso del Renacimiento contra la Edad Media-,  de una reacción tranquila, sosegada. Uno de los rasgos de esta reacción es que está impregnada de angustia.

En este contexto se inscriben los  Himnos a la noche de Novalis.  Como bien se puede suponer la luz iba a ser el gran símbolo de la Ilustración. La luz era la razón que penetra los objetos para conocerlos e instrumentalizarlos; la luz es además el día , el momento del trabajo, de la vida reglada y pública, expuesta a la mirada de los demás. Por el contrario, la ausencia de luz, la noche era  para el buen burgués el momento del descanso  que nos repara para el trabajo. Aquellos que pululaban entre las sombras nocturnas eran  los antisociales: ladrones, prostitutas, bandidos, espías, tahúres, brujas, alquimistas...  La noche era el ámbito de las malas costumbres, de la desobediencia a las normas y  a las leyes. Era también el tiempo en que se hace lo que debe ser pudorosamente escondido a la sociedad. La noche, dicho de otra manera, es el momento de la marginalidad. Por ello mismo, la noche va a ser el  símbolo  por excelencia del romántico. Por una parte, porque reivindicará todo lo que tiene de antisocial para el burgués, es decir, convertirá en héroes a aquellos que para los bienpensantes son marginados peligrosos o simplemente despreciables. Entre ellos se sitúa el propio poeta, quien presiente desde muy pronto que su producto ( la poesía) es una mercancía que no encontrará sitio en el nuevo mercado, y que pronto será tachada de ejercicio inútil.  Por otra parte, la noche será el momento de la intimidad, de la introspección: en vez de mirar el mundo exterior para dominarlo y cosificarlo, el poeta entra en sí mismo y se ensimisma en la naturaleza.  La noche también es el símbolo con el que se le dice a los diurnos, a los racionalistas,  que habrá siempre misterios infranqueables para la Razón o que esta no eliminará nunca las preguntas de la metafísica  por que no sepa ni pueda ni quiera enfrentarse a sus abismos.

Novalis es quizá el poeta romántico que ha significado de manera más honda y compleja el símbolo  de la noche. En  Himnos a la noche  esta  adquiere dimensiones  místicas.

  El primero de sus  seis cantos se abre con una aparente alabanza a la luz; en ella recoge poéticamente las "razones" que llevan erróneamente a preferirla a la noche para seguir con  un quiebro inesperado "Pero hacia allá me vuelvo/ a la feliz, inexpresable/ Noche, toda misterio..."  La noche es sobre todo la que hace desaparecer la materia, sus multiplicidad abigarrada "Qué pobre y pueril/ se me aparece la luz/ con sus pintarrajeadas cosas;/ qué gozosa y bendita/ la ausencia del día." El día es el momento de la fragmentación, de la separación, de la multiplicación; por el contrario la noche, la oscuridad es el símbolo del  Uno, de la reintegración a la unidad. La materia está rota en pedazos y ha roto también el espíritu, el yo: la tarea del poeta en la noche es retornar al Uno, al Todo  ( Yo y Universo son lo mismo). El  Uno resulta ser la muerte. En ella  se funden el espíritu, dios y el amor. Por eso el camino que emprende Novalis en sus cantos es un camino descendente, al origen, a la eternidad sin tiempo, al espíritu sin materia, al amor sin pérdida, al yo  sin escisiones. Paradójicamente, la muerte es la resurrección, la muerte es la verdadera vida. 

La luz misma es materia  ( contrariamente a lo que vemos en la poesía de Hölderlin, que la asimila al espíritu)  por lo que también ella acabará muriendo y , por lo tanto, reintegrándose  en el Uno.  Así le dice a la luz:

"Algún día indicará tu reloj
el fin del tiempo;
entonces tú llegarás a ser
como uno de nosotros,
y, llena de añoranza,
te extinguirás y morirás."

La religiosidad de Novalis, nada convencional, integra la figura de Jesucristo en ese proceso, de modo que el camino que sigue el Yo en su total espiritualización  es el mismo que siguió Cristo. Cristo no murió para resucitarnos a una nueva vida material, sino para hacernos saber que es la misma muerte el lugar de la salvación  y plenitud del espíritu. 

"Ahora sé cuándo vendrá la última mañana; cuando la luz no ahuyente  la noche y el amor;  cuando haya un dormir eterno, y solo un inacabable sueño. Celestial fatiga no me abandona nunca. Largo y penoso fue  el camino hasta la sagrada tumba , y la cruz era pesada."

Breve biografía de Novalis

Friedrich Leopold von Hardenberg (conocido como Novalis, palabra que significa “tierra virgen cultivable”) nació el 2 de mayo  de 1772 en el condado de Mansfeld ( Alta Sajonia), en la finca paterna de Oberwiederstedt. Su padre, perteneciente a la aristocracia alemana culta,  inculcó a la familia su religiosidad pietista. Pese a su estatus social, la familia Handerberg no disfrutaba de una situación económica holgada que le permitiera vivir en su castillo señorial. Cuando Novalis tiene seis años, la familia se traslada a Weissenfels donde el padre  ha sido nombrado director de salinas.

Debido a la enfermedad mental y física de su madre, la familia envía  a Friedrich Leopold a la casa de un tío paterno, a Lucklum. Con trece años ingresa en el Gimnasio ( colegio) de Eisleben, con 18  en la universidad de Jena para  cursar derecho (1790). Esta ciudad, uno de los centros culturales más activos de Alemania, entusiamará al joven Novalis. Allí tendrá por profesor a Friedrich Schiller, a quien se sentirá unido por una profunda amistad. Más tarde completará sus estudios en otra ciudad de gran influencia intelectual, Leipzig

Allí hará amistad con los hombres que conformarán el Romanticismo temprano: Tieck, los hermanos Schlegel, Fichte…  con quienes colaboró más adelante en algunos proyectos, como la revista Athenaeum, una de las primeras manifestaciones del Romanticismo.   Acabados sus estudios universitarios, estudia minería en Freiberg para poder aspirar al cargo de director de salinas de Sajonia.

En 1794  tendrá lugar un hecho trascendental para su vida y su obra: conoce a una muchacha de 12 años de la que se enamora inmediatamente. Es Sophie von Kühn.Tras dos años de relaciones y un compromiso matrimonial secreto,  la joven muere. Unos dos meses después muere también uno de sus hermanos. Estos dos muertes marcarán profundamente a Novalis.   En su diario contará un fenómeno extraordinario que vivió en el cementerio de Grüningen: “ Me sobrecogieron relámpagos de entusiasmo. La tumba se desvanecía ante mí como una polvareda. Los siglos eran como instante. Su presencia era sensible y yo creía, a cada momento, que ella iba a aparecer”.

Acabados sus estudios profesionales en Wittenberg e iniciado su trabajo en la administración de Turingia, Novalis siente la necesidad de fundar un hogar propio:  el recuerdo de Sophie y su anhelo de muerte parece ir alejándose. Se compromete con Julie von Charpentier y en 1800 se traslada a Dresde donde aspira a una plaza de jefe de administración. Sin embargo, su tuberculosis ha empeorado y, velado por  su amigo Schlegel,  muere el 15 de marzo de 1801. Tenía tan solo 29 años.

De sus obras, destacan sus Himnos a la noche y  su novela inacabada Enrique de Ofterdingen.





miércoles, 24 de abril de 2019

Formas de estar lejos, de Edurne Portela

A veces  me sorprenden las casualidades como si tuviera que buscarles un sentido. En cuestión de quince días he leído dos novelas con muchos puntos en común: las  protagonistas  son  profesoras de literatura, trabajan  en un centro de alumnos de clase alta en el que ocurren cosas terrible, y   viven en un ambiente de miedo, de amenaza y de soledad. La primera de esas novelas es Mandíbula, de la ecuatoriana Mónica Ojeda; la segunda, Formas de estar lejos, de la española Edurne Portela.

Mónica Ojeda prescinde de personajes masculinos como fuente oculta o evidente de terror y violencia puesto que en su novela es en la red de relaciones femeninas donde se teje estos; Edurne Portela, por su parte, intenta plasmar las formas  de la violencia masculina en el interior de la pareja, huyendo de  esquematismos y procurando desvelar, por una parte,  por qué a Alicia, la protagonista, se le hace tan difícil percibir los síntomas que van anunciando desde las primeras etapas de la relación el carácter destructivo de su pareja y por otra, de dónde proceden las pulsiones dominantes, controladoras y violentas de Matty, el marido. En definitiva, indaga en la pregunta sobre  qué mecanismo hacen que  una mujer inteligente en su vida profesional se deje llevar de manera casi inerme por una relación de dominación en su vida privada y qué hace que un hombre acabe por creer que  es amor el deseo de dominación y de sometimiento de su pareja.

 La trama se enriquece por el hecho de que Alicia trabaje en los Estados Unidos, se haya casado con un estadounidense y haya sido incapaz de hacerse de una red de relaciones afectivas que amortigüen el alejamiento de su familia y de sus amistades. Y es que bajo la superficie  quebradiza de su  éxito profesional, el sentimiento de aislamiento y de soledad  de Alicia es demoledor. La joven  intenta protegerse  mediante  el trabajo, pero también se aísla  y se  enajena  en él.  La literatura ( recordemos que es profesora de literatura española)  es para ella  otro modo de enajenación que  la inhibe  de tener que mirar su propia  realidad, si bien es  la literatura (su conversión en escritora), la que le permitirá, finalmente,  enfrentarse a ella. 

En mi opinión, es un gran acierto que  la autora  haya convertido a su protagonista en una extranjera, una "hispana", en Estados Unidos, porque,  si bien Portela se centra en la génesis y desarrollo de la relación destructiva de Alicia y Matty, su marido, el lector percibe con nitidez el ambiente de violencia  en este país norteamericano, una sociedad marcada por un  racismo estructural  y por una fuerte división de clases. La propia Universidad aparece como un lugar inhóspito, brillante en la superficie, tenebroso en el fondo,  donde estudiantes y profesores de Humanidades muestran todo menos humanidad. La literatura ( su lectura, su interpretación)  aparece como un ejercicio laboral  o como un adorno individual de pedantes. Es significativo que la protagonista, ávida lectora y laureada intérprete de textos, sea tan incapaz de leer la realidad y esté tan incapacitada  para actuar sobre otra cosa que no sea  su currículum profesional. Porque Alicia no es solo víctima de un hombre incapaz de controlar sus impulsos violentos de dominación, sino que  es  a la vez  alguien incapaz de posicionarse  activamente a favor de otras víctimas de violencias  que ella descubre en el campus universitario o fuera de él  y para las  que no tiene sino una pasajera y huidiza reacción de empatía, cuando la tiene. Una reacción muy semejante, por otra parte, a la que tenía parte de la sociedad vasca ante las víctimas del terrorismo. Porque otro dato que no se puede olvidar para interpretar esta novela es que Alicia es una joven vasca que se va a EEUU en la década de los 90 y que lleva en su equipaje, para abrigarse,   una mantilla de su amama ( "abuela"en euskera) en la que aparece el logotipo  EAJ/PNV ( Partido Nacionalista Vasco).  Este subtema no es un pegote en la novela, se articula bien en ella, aunque para aquellos que no conozcan un poco de la historia del País Vasco en esas décadas  pueda pasar algo desapercibido.

Concluyendo, me ha parecido una novela francamente interesante que huye de los estereotipos en un tema espinoso y difícil, si bien la autora se excede en su afán de análisis  dejando poco campo al propio análisis del lector. Las tramas secundarias, que  no desarrolla y que aparecen y desaparecen un poco injustificadamente, también son un problema de la estructura de la novela.Sin embargo, todo anuncia en esta novela a una gran escritora.

miércoles, 17 de abril de 2019

MANDÍBULA, DE MÓNICA OJEDA

Decía Laura Freixas en una conferencia que la literatura, patriarcal desde que existe, no había explorado las relaciones entre mujeres sin que estas cobraran  significado con el vértice más importante: un hombre. Entre la temática esquinada por los autores hombres señalaba el de la relación madre-hija. La misma Freixas colaboraría con la recopilación de textos de escritoras que habían abordado este tema en Madres e hijas. En esa importante exploración puede inscribirse la novela de Mónica Ojeda, Mandíbula.  También aborda otro ámbito de luchas femeninas poco frecuentado por escritores varones: la relación maestra-alumnas.

Lo sorprendente de la novela es que aborda esta relaciones con las claves de la novela de terror psicológico sin caer en tópico alguno.  Toda novela es en el fondo la búsqueda de una mirada nueva sobre la realidad que  desprovea a esta del velo de Maya que nos la oculta. Sin embargo, para todo lector veterano, esa operación la ha visto realizada tantas veces que la realidad que se le desvela ha perdido la capacidad de sorprenderle. Por eso, la novela de Mónica Ojeda  me ha sorprendido tanto, porque su mirada ha ido más lejos, más hondo. 

Los mimbres del argumento son sencillos: una joven profesora, obsesionada por parecerse en todo a su madre, abandona su primer trabajo tras un penoso episodio con unas alumnas. Cargada de todas sus angustias, pasará  a formar parte de un nuevo claustro en un prestigioso centro educativo del Opus Dei al que acuden hijas de la élite ecuatoriana. A ese colegio acuden dos alumnas que están viviendo una adolescencia "difícil" y que han formado una especie de Club. Ojeda desmonta todas nuestras mistificaciones sobre la Educación y sobre la sororidad creando un ambiente de tal perturbación que por momentos puede resultar insoportable. En esa red de luchas monstruosas nada remite a un hombre. Suprimido este de la ecuación, vemos surgir el terror de la humanidad misma de lo femenino con toda su capacidad destructiva  y autodestructiva. El mismo estilo de Ojeda muchas veces  se aleja de las imágenes habituales en el género de terror y crea unas poderosísimas metáforas, una profundas analogías que hacen pausar la lectura para inclinarse ante su profundidad, ante el precipicio que abren en nuestra mente.

Lean este libro, y nunca más entrarán en un aula o asistirán a una escena materno-filial con una mirada inocente.



martes, 16 de abril de 2019

Manfred, de Lord Byron

En 1816 Lord Byron acababa de componer Manfredo muy poco después de aquella tertulia en la Villa Diodati   en la que participaron el propio Byron,  Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley y William  Polidori . En aquella fría y tormentosa  noche de verano, después de haber leído cuentos de fantasma, Byron propuso  que cada uno escribiera alguna historia sobrenatural. De ese reto  nacieron  el Frankenstein de Mary Shelley y el Vampiro de Polidori.  El caso es que Manfredo también presenta lo sobrenatural como uno de sus componentes esenciales. Por otra parte, pudo ser  que Byron quedara influido por El monje, de Matthew Lewis, que lo visitó ese año ya mítico en al historia de la literatura.. Otra influencia que se ha apuntado a menudo es  la del  Fausto, de Goethe, cuya primera parte se había publicado en 1808. Desde luego, el ansia  siempre insatisfecha de conocimiento y la tortura por no alcanzar una meta que siempre se aleja a medida que se cree más cerca  es común al personaje de Byron y al de Goethe, si bien, en el caso de Manfredo no hay ningún trato con el Diablo.

Manfredo, como otros héroes byronianos, es un ser torturado que arrastra un pasado maldito, un hecho criminal. Busca el aislamiento, el apartamiento del resto de los mortales, sintiéndose profundamente ajeno y diferente a ellos.  Esa soledad  tiene por escenario la torre en que la desesperación le lleva al estudio  y los  escenarios grandiosos  y sublimes  por los que deambula desesperado: los Alpes con  su torrentes violentos, su gigantescas rocas, sus  abismos de vértigo ,su  ventisqueros y  sus  cimas inmensas cubiertas de nieve  En su deseo de encontrar respuestas al sentido último de la vida así como en su ansia de escapar a la tortura  a la que le somete la sombra horrenda de su pasado, ha agotado todos los saberes de la filosofía y de la ciencia, ha soñado con una vida sencilla, natural,  pastoril en la que recuperar su inocencia; se ha adentrado en saberes esotérico,  mágicos, sobrenaturales. Sus poderes  le permiten convocar a los espíritus primordiales del agua, de la tierra, del fuego, del aire. Sin embargo, nada pueden hacer por él, porque lo que les pide es el olvido. Dicho de otra manera, lo que les pide es que cambien el pasado, que lo hagan desaparecer  y eso no está en manos  ni de Dios ni del Diablo.  Solo son capaces de  convocar  el fantasma  de su amada Astarté, que venida del reino de los muertos, tampoco puede absolverlo de su crimen, tampoco puede cambiar el pasado, el crimen ominoso. Por tanto nada lo salva, ni la ciencia, ni la filosofía, ni la magia, ni la naturaleza pura, ni el amor. Solo queda el suicidio, solo queda la muerte.

Los héroes de Byron llevan ese destino desde los primeros acordes de las obras: van de la soledad de su  atormentado tránsito por la vida  a la soledad definitiva, que no es sino la única liberación posible de la primera.



lunes, 8 de abril de 2019

El corsario, de Lord Byron

Lord Byron compuso El corsario entre el 18 de diciembre y el 17 de enero de 1814, durante una estancia en la casa de su hermanastra, Augusta Leign. En febrero, ya había vendido, según su editor, más de 25.000 ejemplares. Este largo poema narrativo parece haber conectado con el espíritu de la época. Los lectores veían en el héroe de la obra no solo al propio Byron sino sus propios sueños y emociones, su propia sensibilidad.
El personaje del corsario o del pirata ( El pirata de Walter Scott, La canción del pirata, de Espronceda) va a entrar en la nómina de los  personajes románticos  marginados, misteriosos, rebeldes y  dotados  de una capacidad de sentir  emociones más profunda que las  el resto de los mortales. Conrado, el corsario de Byron, es un ser solitario, de pasado oscuro en los dos sentidos de la palabra, torturado psicológicamente, introvertido. Distante siempre de sus hombres, despierta en ellos un sentimiento casi religioso de respeto, temor y admiración; a él estos tributos no parecen llenarle el inmenso vacío de su existencia, vacío del que únicamente lo rescata el amor por Medora. Solo ella y los lectores comprenden su verdadera alma, donde pese a sus crímenes pasados, dominan los sentimientos puros de amor y honor.

Las dos personajes femeninos de la obra, Medora y Gulnara,son los medios por los que llegamos a ese fondo desconocido del protagonista. Ambas mujeres, unidas por el amor a Conrado, se complementan: una mata por él, otra muere por él. Porque el amor romántico está irremediable unido a la muerte, que es la única que puede darle, paradójicamente, la perfección.. El Pachá  no pasa de ser el enemigo arquetípico que por su tiranía se opone a la libertad del protagonista. Conrado lo ataca para defenderse de los planes del turco..

Por lo demás,  los ambientes propios del protagonista  son la isla y  el mar.  La isla simboliza el apartamiento de la sociedad, de la que el personaje, por sus crímenes o por la injusticia de esta contra él,  es un prófugo, un excluido; el mar es el símbolo de la libertad, allí donde el individuo se impone  sin más leyes ni valores que los suyos propios. No es cualquier mar, sino el de las costas griegas y turcas, el de  ese mundo oriental tan distinto y ajeno a la sociedad burguesa de la que huye Byron en su peregrinaje de dos años ( 1809-1810)  por España y Portugal,  Albania, Grecia y Turquía. 

Pese a que el lector puede tener ya plagado el imaginario de imágenes del cine sobre piratas e islas de piratas, banquetes orientales, mujeres con puñal y  mujeres languidecientes, lo cierto es que la obra de Byron conserva un poder de seducción y de evocación originales: sus descripciones son bellísimas, el ritmo de la acción y la dramatización,  perfectos;  los personajes, cercanos en su lejanía. 

Para aquellos que quieran conocer a grandes rasgos el contenido del poema, les dejo un resumen:

Canto I

Conrado, un corsario griego, surca el Mediterráneo extendiendo por éll su fama de hombre valiente y despiadado. Su hombres los respetan y lo temen . Su carácter introvertido, distante, impasible oculta la verdadera alma de Conrado, que se expresa sobre todo en su amor, profundo e inquebrantable,por  Medora, quien le corresponde con igual profundidad de pasión. 
Informado de la intención del Pachá  turco Seyr de lanzar un expedición para apoderarse de su refugio, decide  tomar la iniciativa, y atacarlo  antes. La despedida de los amantes es desgarradora.

Canto II

El Pachá está reunido con sus hombre en un banquete en el que celebran la próxima expedición. Conrad aparece y los ataca. Aprovechando el efectos sorpresa y el vapor que les causa a los turcos ver sus barcos y el palacio en llamas, Conrad parece salir victorioso del envite. Antes de partir, Conrada prohíbe a sus hombres hacer daño a las mujeres del harem, a las que salvan de las llamas. Sin embargo, el Pachá, repuesto de su sorpresa y viendo que los atacantes son un pequeño grupo pasa a la ofensiva y consigue capturar a Conrado. Su ejecución debe cumplirse al amanecer. En su mazmorra, ya dormido, recibe la visita de Gulnara ( Flor de granado) que le da las gracias por su salvación y la de sus compañeras, le expresa su intención de liberarlo mediando ante el Pachá.

 Canto III

Medora, sola  en lo alto de la isla, se inquieta por su amante. Supervivientes de la expedición le informan de que Conrado puede estar aún con vida y discuten el modo de rescatarlo. Gulnara intenta convencer al Pachá de que pida un rescate por Conrado en vez de matarlo. No consigue su propósito sino que despierta los celos y la furia de Seyr. En un segundo encuentro con Conrado le declara a este su amor y le propone asesinar al Pachá y huir juntos. Conrado se niega prefiriendo su suplicio y muerte a quedar deshonrado por haber matado al Pachá mientras este dormía. Sin embargo, sigue fuera de su mazmorra a  Gulnara y descubre lleno de espanto que la esclava ha dado muerte al Pachá como atestigua la sangre que hay en sus manos. Huyen en una barca. Gulnara está destrozada por la frialdad del trato de Conrado e intenta inútilmente que la perdone. Se cruzan con los hombres de Conrado, que precisamente acudían a su rescate.  Al final, Conrado se compadece de Gulnara y le manifiesta su agradecimiento. Impaciente por llegar a la isla, Conrado se lanza al mar para alcanzar la costa a nada más rápidamente. Ya en la casa de Medora, descubre que Medora se ha suicidado. Loco de dolor, huye del lugar, en el mar y desaparece para siempre sin que nunca más vuelva a saberse de él.





sábado, 6 de abril de 2019

Ferragus, jefe de los Devorantes

El título Historia de los Trece  reúne un trilogía de novelas de Honorato de Balzac: Ferragus, jefe de los Devorantes, La duquesa de Langeais, La muchacha de los ojos de oro.

Con ese número “Trece” se refiere el autor  a una fratria secreta  compuesta de hombres de diferentes estratos sociales que se han conjurado para  para lograr los fines de cada uno de ellos poniendo en marcha todos sus recursos comunes. Son, por lo  tanto,  individuos que muestran, en algunos casos,  una cara pública  convencional  y que comparten terribles secretos. Carentes de moral más allá de la solidaridad incondicional que los une,  no se detienen ante ningún crimen, ante ninguna dificultad. Son un poder por encima de todos los otros poderes y se muestran omnipotentes, demoníacos.

En la primera de la novela, Ferragus, jefe de los Devorantes   va a ser el alma secreta de los acontecimientos  si bien quien los pone en marcha inopinadamente es  Augusto de Maulincourt. Este joven, militar al servicio de los Borbones en 1819,  se enamora platónicamente de una mujer casada, virtuosa y bella. Incrédulo, un día la sorprende en una calle de mala fama en la que no solo reina la miseria más profunda sino el aliento de todos los pecados y crímenes imaginables. Encendida su curiosidad y sus celos, el aristócrata no parará hasta descubrir el secreto que guarda la señora Jules. Ferragus intervendrá para aniquilar la injerencia de este individuo en la vida de la señora Jules, mujer que goza de un matrimonio feliz con un agente de bolsa, amor sin mancha en cuyo horizonte no parecía haber  ninguna nube hasta que se cruza con ellos Augusto de Maulincourt.

Balzac dota a la novela de una fuerza  tal que hace olvidar casi siempre lo forzado de algunas situaciones y lo increíble de algunas psicologías. De forma magistral nos muestra un París de fiestas y de agentes de Bolsa donde no parece que haya cabida a grandes pasiones; sin embargo, bajo esa superficie burguesa y anodina, late el deseo de poder, la acción de fuerzas desconocidas sobre el destino y el sueño del amor perfecto.


14 de julio, de Éric Vuillard

La Revolución francesa vuelve a interesar a escritores y cineastas franceses. Estos días se estrena en España Un pueblo y su rey, de Pierre Schoeller; Tusquets editores acaba de publicar 14 de julio, de Éric Vuillard, quien en 2017 recibió en Francia por esta obra el premio Goncourt. 
El título ya nos sugiere que no se va a tratar de una crónica de la Revolución francesa, sino que se va a centrar en esa fecha y el acontecimiento, la toma de la Bastilla, que se considera un acto fundacional y altamente simbólico. La novedad es que Eric Vuillard prescinde de los grandes nombres de  la Historia  y responde al reto de narrar los hechos mostrando al pueblo de París, a las gentes anónimas, como los verdaderos protagonistas de esos acontecimientos. Algo que consigue, en mi opinión, con un éxito relativo. 

La novela o docuficción, sin embargo, no se abre con los acontecimientos del 14 de julio, sino con  la jornada del 23 de abril de 1789. Todo un acierto, porque a partir de ahí podrá ir creando un in crescendo apasionante.  Los ánimos del pueblo estaban caldeados por muchos motivos: la hambruna subsiguiente a malas cosechas, el encarecimiento y la especulación, con el pan, la deuda nacional que se hacía recaer sobre sus hombros, las noticias de la desfachatez del lujo y las fiestas en Versalles, la asfixia de los impuestos... ; en estas a Jean-Baptiste Réveillon, fabricante de papeles pintados, no se le ocurre otra que anunciar que bajará el sueldo a sus trescientos empleados, dado que, según él, les sobraba salario y se lo gastaban en vinazo. Una muchedumbre enfurecida asalta y destruye su palacete, una folie, como dicen los franceses, en que se reunía  lo más caprichoso, exquisito y exclusivo  que podía proporcionar el dinero a un rico para el que el dinero es una forma de luchar contra el tedio. Eric Vuillon dota a esta escena de  un dinamismo extraordinario, esforzándose en que no veamos una muchedumbre sino a individuos  enardecidos que ven cómo su ira, sumándose, forma un oleaje imparable. La represión ordenada por el rey  dejará muchos cadáveres y de nuevo, Vuillard se esfuerza en sacarlos de su anonimato.

Pasan los días y la tensión va en aumento, la calles de París, sus tabernas, sus comercios, sus casas oscuras están en ebullición, y el lector, por momentos,  parece estar asistiendo en primera persona a estas manifestaciones llenas de vida, de rabia y de determinación.  Vuillard se delecta escribiendo los nombres, los oficios, los orígenes de esas gentes, hombres, mujeres y niños. Al principio lo hará sin avasallar con listados. Y en esto llega la noche del 13 al 14 de julio en la que París no duerme,  dominada por el miedo y la determinación de actuar si las tropas reales atacan la ciudad. Es la noche más larga y otra vez el lector siente que forma parte de esos círculos que se forman en las callejas, en las puertas de las tabernas, en los portales, de ventana a ventana… Éric Vuillard reconstruye la atmósfera con la ventaja de que él sabe, frente a quienes la vivieron, que era la víspera de una gran acontecimiento histórico.  Hecha la luz, llegado el 14 de julio, los parisinos se comportan como un flujo y reflujo que acude y abandona los alrededores de la Bastilla, después de haber asaltado  el Hôtel des Invalides, museos y  teatros  para conseguir armas y haber convertido en armas patas de sillas, palos, cuchillos de cocina… Es  cuando llega el asalto a la Bastilla el momento en que  la novela empieza a hacer aguas: Éric Vuillard se empeña tanto en ofrecer los nombres de los participantes en el asalto, en anotar su momento de gloria individual, que las enumeraciones rompen el dinamismo de la acción, la dispersan, la  reducen a la insipidez de los catálogos. Tanto se empeña en narrar en una línea cada una de esas  pequeñas acciones  individuales que contribuyeron a que cayera la Bastilla que la escena se convierte en un galimatías. El autor fracasa en su intento de mostrarnos la acción colectiva como la articulación caótica y azarosa de acciones individuales. Estas páginas son tediosas con sus enumeraciones, con sus cambios de foco de un individuo a otro. Pese a todo ninguno de esos individuos  no se nos vuelve concreto  por el hecho de que el autor  les ponga un nombre y apellido, y se  diga su oficio o un par de rasgos físicos.  Es una pena esa parte emborronada de hilos revueltos porque,  hasta la toma de la Bastilla, precisamente,   la novela hacía esperar un final glorioso… en el sentido literario. Otra vez será.






miércoles, 3 de abril de 2019

La lucha contra el demonio (Hölderlin. Kleist. Nietzsche), de Stefan Zweig


La lucha contra el demonio (Hölderlin. Kleist. Nietzsche) (1921) no es una sucesión de biografías noveladas,  sino  más bien un ensayo sobre la psicología común de estos tres genios alemanes . Dicho de otra manera, Stefan Zweig selecciona, entre los aspectos de la vida y obra  de Hölderlin, Kleist y Nietzsche, aquellos que iluminan su tesis sobre  las fuerzas psicológicas que llevan a la autodestrucción, pero también a la genialidad. Los tres autores se ven impelidos por una impulso creativo de tales proporciones que parece escapárseles de las manos y que los lanza al caos; o tal vez sea el caos lo que los lanza a la creación literaria. Zweig insiste en la incapacidad de los tres de relacionarse con los demás,  una incapacidad  patológica que ellos atribuyen a su propia pureza y excepcionalidad. Se sienten radicalmente diferentes de cualquier otro ser humano e imbuidos de una misión que tiene mucho de mística. Hölderlin sueña con un mundo puro, divino, donde triunfa el espíritu tal y como triunfó en Grecia; Kleist, incapaz de asentarse en sitio alguno como un alma en pena,  busca mundos que lo alejen de lo cotidiano; Nietzsche abraza con euforia su enfermedad y  su soledad para derribar con su fuerza los  pilares de barro de la civilización occidental.

Esta obra de Zweig tiene más intensidad que profundidad. Su gran acierto es  mostrarnos a  los personajes con un viveza extraordinaria; sin embargo, hay demasiadas repeticiones, demasiada retórica y, desde luego, una selección e interpretación de acontecimientos que acaba dando una imagen muy sesgada de Hölderlin, Kleist y Nietzsche. No quiere decir esto que  no merezca la pena  leer  La lucha contra el demonio, sino que  conviene completar el conocimientos de estos tres genios alemanes recurriendo a otras fuentes y, sobre todo, conviene leer sus propios escritos.