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jueves, 30 de julio de 2020

LAS DOS MUERTES DE SÓCRATES, DE IGNACIO GARCÍA-VALIÑO


La novela de Ignacio García-Valiño no acaba de encontrar un buena simbiosis entre los dos subgéneros que maneja. Todo apunta a que el deseo del autor era escribir una novela histórica y que lo policiaco no es  más que un vehículo para mantener el interés de un cierto público. En definitiva,  es en lo histórico (sean hechos  reales o posibles) donde radica el interés de esta novela.

Es un verdadero placer deambular por la Atenas clásica y encontrar “vivos” a  Alcibíades, a Pericles, a Sócrates, a Platón, a Aristófanes, a Protágoras y sobre todo, a Aspasia. Es Aspasia el eje de la novela y su mirada sobre los grandes personajes con los que convivió más o menos íntimamente releva nuevos aspecto sobre ellos. La hetaira se sobrepone a las divisiones y rencillas  excluyentes establecidas por los hombres y es capaz de apreciar a Sócrates, pero también a los denostados sofistas, especialmente a Protágoras. Por tanto, no se conforma García- Valiño con la visión de estos personajes  transmitida por la tradición: así  arroja una sombra de duda sobre la buena fama de Sócrates transmitida por Platón, su gran apologista. Protágoras recupera en la novela una dignidad de la que también le despojó  Platón. Por otra parte el novelista atiende a una reinvindicaciones de las mujeres tratadas marginalmente por los historiadores. Aspasia va a  intentar utilizar toda su influencia para que la democracia  con el tipo a las mujeres.  

Hay momentos para los que García-Vadillo se ha documentado a fondo;  es el caso del juicio contra Sócrates. Pone en duda que la única interpretación sobre la decisión de Sócrates de tomar la cicuta esté basada en la virtud de este.  Revisa,  por tanto,  la imagen de santo laico que nos ha llegado del filósofo que recorría las calles de Atenas haciendo preguntas a todo aquel con el que se cruzaba. Se sugiere que Sócrates  tuvo bastante influencia en la educación de aquellos que hicieron caer la democracia ateniense, régimen político con el que no simpatizaba, como tampoco lo hacía el aristocrático Platón.

 

Con todo, el personaje más rico en su recreación es Aristófanes. Es el cliente más asiduo del burdel de Aspasia. De forma atrevida, García-Valiño atribuye a la hetaira  el encargo de la escritura de la más conocida de las comedias de Aristófanes: “Lisístrata”, una comedia tremendamente transgresora con los valores patriarcales atenienses que cuadra poco con las posiciones conservadoras y misóginas atribuidas del comediógrafo. También aparece como una obra de encargo “La asamblea de mujeres”.

Si algo  queda claro en la novela es que son los hombres los que mandan, pero son las mujeres las que tienen más  inteligencia para hacerlo de una manera más igualitaria; las hetairas son mujeres inteligentes, públicas en los dos sentidos de la palabra, por prostitutas, pero también por ser las únicas que podían tener influencia en los asuntos de la polis, aunque fuera desde la posición a la que las condenaban los hombres. Aspasia intenta crear una escuela de mujeres en el burdel; incapaz de poder formar  a otras mujeres en literatura, ciencia, filosofía en una escuela formal,  se propone formar a las hetairas cuyo éxito  vendrá de ese plus intelectual  en relación a las otras prostitutas. Hoy nos cuesta entender que este fuera el único camino para que los hombres permitieran expresarse en público a las mujeres y no las castigaran por su inteligencia y buen discernimiento.  En el cristianismo esa misma función la ha cumplido el convento durante siglos; era este el único lugar donde una mujer podía cultivarse sin despertar las furias masculinas, y eso no siempre.

 

En cuanto a la trama detectivesca,   el autor comete varios errores, el más grave el  que los griegos llamaban “deus ex machina”. Consigue despertar la curiosidad del lector, pero la  resolución del caso es retorcida, artificial y sobre todo, inverosímil. Este defecto no impide, sin embargo, disfrutar de la estupenda ambientación histórica que consigue el novelista.  Si pueden, léanla.



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