Desde, probablemente, la aparición de "Las flores del mal" (1857), ningún poemario ha conmocionado a la sociedad, al menos a su parte letrada. "Las moras agraces" sin llegar a tanto, fue un acontecimiento muy reseñable en el pequeño mundo de la poesía española. Aun hoy, quien lea los poemas de Jodra no podrá salir del asombro de que una adolescente de 16 años escribiera con tanto dominio técnico y, sobre todo, con una belleza tan depurada. Los poemas tienen poco del pathos adolescente; sobre ellos sobrevuela una angustia emparentada indiscutiblemente con la de los poetas que nutrieron su literatura: Quevedo, Rimbaud o Baudelaire. Una poeta, además, que se plantea desde el principio la inutilidad de escribir, quizá por eso, publicó tan poco: hay tanto ya escrito y tan genial... Dirigiéndose a Baudelaire en un poema titulado "VAMOS A VER", se plantea la imposibilidad de hacer algo nuevo en poesía:
Pero, señor, si ya se ha hecho todo:
cada ocurrencia que pueda tener
ya la han tenido otros mil antes que yo,
ya la han escrito,
y, si una vez lo hubo,
ahora ya sí que no hay nada nuevo
bajo el sol.
Así que Jodra no solo es consciente de que está sometida a una tradición que la posmodernidad dice agotada, sino que exhibe, en cierto modo, esas influencias. En la primera parte de las tres en que se divide la obra, la titulada significativamente APUNTES DE LA BIBLIOTECA, utiliza estrofas clásicas como el soneto, la silva, la lira o el sexteto; recurre a motivos mitológicos ( Aquiles y Patroclo, Zeus y Leda, Amor y Psique) o a escenarios bohemios franceses; hace suyos los estilos de diferentes poetas, desde el de los petrarquistas españoles hasta el de los poetas malditos, especialmente Rimbaud, pasando un instante por los experimentos de Huidobro. Sirvan como muestra estos versos de "Retrato gongorino" donde hace una descripción barroca de la belleza de un joven que va a despertar con los primeros rayos del sol junto a un arroyo, y que recuerdan, claro está, a la Soledad Primera de Góngora:
Al hilo dignifica la hermosura,
dulcemente inmadura,
del tendido durmiente,
porque en dieciséis años
no ha habido tiempo aún para los daños
de tiempo cruel o práctica natura,
que sacrifica el arte a la simiente;
O estos dos sextetos en que se dirige a Rimbaud y que tanto recuerdan el cuadro de "Los bebedores de absenta" de Degas:
La náusea baja desde la cabeza,
muerta y corrupta, fétida tristeza,
mientras declina un sol ya sin sangre.
Ahora, ahí fuera la gente trabaja,
y hay, más o menos, dinero en la caja,
y anzuelos nuevos cuelgan del palangre.
Tú, y yo contigo, mi pobre maldito,
en un burdel no muy exquisito,
has vaciado la botella verde,
mientras la gente que tiene tus años
sueña con notas y con cumpleaños…
Arthur Rimbaud va-t-en à la merde!
La segunda parte, titulada "ÉPOCA NEGRA", se abre con un poema también gongorino en que reniega del poder del amor ( sería una réplica al "Déjame en paz, amor tirano"); su parte central es lo que llama un ciclo satánico, compuesto de seis sonetos, que son un homenaje espléndido a Baudelaire. Los sonetos son seis etapas que van desde la tentación del diablo para atraerla al vicio hasta el descubrimiento final de la insatisfacción que produce "el pecado", abocando al sujeto al vacío existencial, al Spleen.
Entre ellos destaca el tercero, el de la visita del demonio para tentarla, para cerrar el pacto:
Hoy viene a verme. Él, él en persona.
No intento resistirme, por supuesto.
Irónico y burlón, llega dispuesto
a “salvarme de lo que me obsesiona”:
tal dice. Su belleza desentona
con el eterno universal denuesto
del que le han hecho objeto; aparte de esto,
me ofrece lo que nunca se perdona.
Tendiendo, en fin, el ominoso pliego,
me ha mirado con ansia tan humana
que chispean sus ojos como el fuego.
¡Un alto precio por una manzana!
Temblando igual que Él, respiro y niego,
pero no sé lo que diré mañana.
Les siguen a los sonetos una plegaria, el OREMUS también muy a lo Baudelaire, que acaba con este ruego:
Líbranos de la suerte y la desgracia,
líbranos del odio y del amor,
de muerte y vida líbranos, Señor.
Esta parte incluye también el poema más desesperanzado del libro, y eso que tiene muchos. Es el poema en que aparecen las moras agraces que dan título a la obra:
¡Estériles! ¿Para qué lloras?
Si nunca podrás tener nada.
Si a demoras siguen demoras,
y la explicación huye alada,
y amargan tu lengua las moras
aún en agraz.
¿Y pides un poco de paz?
El drama es mil veces más viejo
que tú. Piensa en Grecia y en Roma,
y aún más atrás. No me quejo:
de siempre hubo cuervo y paloma
y la lucha atroz. ¿Un consejo?
Déjate estar.
La muerte te vendrá a buscar.
Porque nunca llega el verano
que endulce las moras agraces.
Amor ni divino ni humano,
ni salmos ni bromas procaces,
ni artista ni amigo ni hermano
te saciarán.
Ni vino ni agua ni pan.
Ni esto, ni eso, ni aquello.
Puedes probar cada camino:
acaban en nada. El destello
que un tiempo llamaste «divino»
no es luz, y apenas si es bello.
Es frío y cruel.
¿A qué preocuparse por él?
¿A qué tanta lucha, si luego
el fin es a todos igual?
¿A qué este jugar con el fuego,
si juegues bien o juegues mal
la muerte es el premio del juego?
¿O es el castigo?
¡Estériles…! Llora conmigo.
Hacia el final de esta segunda parte, introduce Jodra poemas de poca extensión con rimas asonantes. Se hizo muy conocido el titulado "Hastío", quizá por formar parte de una antología de mucho éxito, "Los lunes, poesía":
El bello mundo me produce asco.
Si pudiera, lo haría
saltar en pedacitos por los aires,
y con él a mí misma.
Yo no pedí vivir; si Tú me hiciste,
es tu culpa, no la mía.
Atrévete a juzgarme si tu pobre
criatura se suicida.
La tercera parte, titulada, LA VIDA REAL Y OTROS POEMAS, es formalmente muy variada. No abandona las formas clásicas, especialmente el soneto, si bien lo utiliza, sobre todo, en clave burlesca; recurre al verso asonante con mayor frecuencia e incluso al verso libre. Se abren paso además metáforas que ya no tienen el sabor clásico de la primera parte y Jodra busca un lenguaje de registro más directo y coloquial. El tono se ha ensombrecido, ya no solo no sostienen el mundo las columnas del soneto petrarquista ni el imaginario mitológico, tampoco el diablo puede cargar con él.
Especialmente tétrica es esta reunión de jóvenes... viejos de la que habla el poema que cierra el libro, con el título POST MORTEM:
Una ocasión de reencontrar
a los que se quedaron
en el camino, o se marcharon
lejos...
Una ocasión de recordar
lo que pasamos juntos,
y saludar a los amigos
viejos...
Será, creo yo, como una fiesta gay
Sin más preocupación de allí adelante,
sin leyes, porque no hay ladrón sin ley,
y aquella chica rubia de ahí afuera
con la cara, ¿recuerdas?, de mi amante,
aquella que murió en la carretera...
Una oportunidad de ver
el mal que nos hicimos,
pero ahora ya sin el menor
reproche...
Que todo está pasado ya..
Y andar por el paseo
que lleva al mar, charlando, por
la noche...
Será, creo yo, como una fiesta gay.
Sin más preocupación en adelante,
sin leyes, porque no hay ladrón sin ley...
...¿Quién es la chica rubia de ahí afuera?
con la carita misma de mi amante,
de Aida, la que murió en la carretera...?
Esperemos que a Carmen Jodra se la recuerde más a menudo de esa forma en que todo poeta quiere ser recordado, leyendo su poesía.
Espléndida y extensa entrada que me proporciona conocimientos que yo no tenía antes. Lo injusto de mis límites de comprensión hicieron en su día que leyera a Jodra sin más, muy superficialmente, sin explorar más a fondo sus significados. Pero la lectura de un poeta se puede compensar. La muerte, no. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Fackel. Quizás su muerte prematura haga que sus versos adquieran un nuevo significado. Me sorprendió que con 16 años ya escribiera un poema de mucha fuerza con el tópico del Ubi sunt? Emocionan más sabiendo cuán corta iba a ser su vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sólo una apreciación: su apellido es Jodra Davó. Y digo"es" porque siempre será presente en este corazón que tanto la quiere.
ResponderEliminarGracias Pilar por su llamada de atención. Ya lo he rectificado. Un abrazo
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