La ilusión más temible de la escritura es la que consiste en hacerte creer que puede abolir el espacio, y también el tiempo, volver a hacer presente lo que no está, o alcanzable lo que se ha perdido para siempre. Creo que cedí a esa tentación.TEODOR CERIC "Jardines en tiempos de guerra". Crear un blog literario es algo más humilde, pero tiene las mismas pretensiones imposibles.
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miércoles, 31 de julio de 2019
LA DELICADEZA, DE DAVID FOENKINOS
A "La delicadeza" de David Foenkinos le llovieron en su día varios premios, algunos gordos y otros de pedrea, hasta cambiarle el título por "la novela de los diez premios". A estas alturas tantos premios no son indicadores más que de dos cosas: una, que la industria editorial tiene en los premios una de sus palancas de promoción; dos, que la crítica se pone del lado de los libros con los que las editoriales hacen caja.
La novela es un producto típicamente francés, una de esas "delicatessen" que se exportan al mundo haciéndolas pasar por productos de calidad cuando no son sino un sucedáneo. El argumento de la novela no es sencillo, sino simplón, porque la verdadera sencillez requiere de un esfuerzo y de un talento muy superiores a los mostrados por Foenkinos. Se trata de las dos historias de amor- separadas por un duelo- que vive Nathalie, bella y francesa, una ejecutiva exitosa en un empresa sueca. Un día aparece el amor de su vida en un encuentro casual en una cafetería parisina; un milagro de la cotidianidad que solo puede cobrar todo su encanto en París. Con François vive siete años de matrimonio perfecto, sin desgaste; pero los amores felices, como dijo Tólstoi, son todos iguales ,que es como decir que no dan para una historia, así que algo tiene que pasar para que Foenkinos pueda seguir escribiendo su novela. Aquí la muerte accidental es un maravilloso recurso que nos evita visitas a los hospitales. François es atropellado por una vendedora de flores el día en que esta iba a entregar un ramo de flores a una novia. ¡Qué fatalidad más literaria! Nathalie va a vivir unos años de duelo; lo sabemos porque nos lo dice el narrador y hemos de creerle bajo palabra. En la empresa en la que trabaja, como es previsible, despierta el deseo de muchos compañeros y el amor de, por lo menos, dos. De la plantilla masculina, Foenkinos elige al jefe, Charles, y al pringado, Markus, para que se disputen el amor de la dama. En una novela sentimental francesa "comme il faut" el jefe no tiene ninguna posibilidad; el jefe encarna al tipo con un poder solo aparente y, por supuesto, malcasado, que en el fondo es un desgraciado y un cretino. Markus, por el contrario, es el desgraciado que esconde la ternura y la delicadeza bajo sus formas toscas y su físico poco agraciado. Es, por supuesto, quien conquista a la bella Nathalie. Parece un remake de la Bella y la Bestia y, quizá sea esa su fuente de inspiración.
David Foenkinos, como otros escritores, sabe muy bien lo necesitados que andamos los adultos de cuentos para niños grandes. Hay un nicho de mercado importante y es lógico que alguien lo aproveche. Andamos mohínos y desesperanzados; nos hemos vuelto todos, "à contrecoeur". unos posmodernos que sospechan del optimismo, de los buenos sentimientos, de las historias bonitas y no digamos de los finales felices. Queremos que la vida nos dé segundas oportunidades o terceras, o las que sean; queremos epifanías delante de un café o un zumo de melocotón; anhelamos poder darnos el gusto de dejar el trabajo, así a las bravas, porque el jefe es un baboso; queremos que ese mundo del que nos hablan los escritores aguafiestas sea más amable y tenga un sentido, si se lo da el amor, miel sobre hojuelas; queremos que nos orienten y sobre todo, queremos que no nos digan que al final de todo camino está el fracaso y el abismo. La novela de Foenkinos es muy bonita, solo que no consigue que esa belleza que, como decía John Keats, es la verdad.
martes, 30 de julio de 2019
STONER, DE JOHN WILLIAMS: UNA NOVELA IMPRESIONANTE
El título de la novela avisa con certeza de que toda ella va a girar en torno a su protagonista Stoner. Williams Stoner, nacido en 1891, crece en una granja de Missouri, entregado estoicamente a las duras labores del campo. En 1910 ingresa en la Universidad de Columbia para estudiar Agricultura y poder mejorar las prácticas agrícolas paternas. De forma inesperada, su destino, que parecía fijado inexorablemente, hace un quiebro y lo lleva en una dirección inesperada: un profesor de literatura inglesa lee el soneto 73 de Shakespeare, y Stoner tiene una epifanía, un deslumbramiento, un enamoramiento súbito de la literatura que le hará abandonar la azada y quedarse como profesor durante el resto de sus días en la universidad, su refugio irrenunciable en que lo arropan “ las grandes almas que la muerte ausenta”. Por allí pasará la Histora dejando sus huellas o sus ecos: La Primera Guerra Mundial en la que muere uno de sus dos únicos amigos, el Crac del 29 que lleva a la ruina la granja de sus padres y al negocio de su suegro, la Segunda Guerra Mundial, que destroza por dentro a sus supervivientes. Todos esos terroríficos fracasos dejan un desaliento perpetuo en la memoria, aunque, después de ellos, haya que seguir viviendo la vida con sus rutinas, sus rencillas, sus mezquinas aspiraciones. A esos fracasos colectivos suma Stoner sus fracasos privados en todas las facetas que para el individuo común vertebran la vida: la integración en una comunidad, su matrimonio, su paternidad, su labor profesional… Todo ello es fuente de un dolor que Stoner afronta con el estoicismo antiguo de los viejos campesinos hechos a no preguntar a los elementos adversos de la naturaleza por qué suceden y menos aún, por qué les suceden.
La historia de fracasos de un ser gris que caerá en el olvido poco tiempo después de su muerte ha sido contada miles de veces, pero pocas con la humildad, sencillez y veracidad con que lo hace John Williams. La trama escrita sin subrayados climáticos, sin una palabra más alta que la otra, sin ningún juego pirotécnico, discurre en un ambiente opresivo de tristeza difusa y agarra al lector a la silla, no lo suelta, lo mantiene en vilo como nos mantienen en vilo los presagios que tienen la mala costumbre de cumplirse. Pese a su grisura, Stoner destaca por encima de todos los otros personajes en que no se rinde a la destructividad moral de la época. Él se aferra a la dignidad de su trabajo, a la dignidad de sus ancestros, al principio de no hacer daño a los demás aunque no acierte a hacerles el bien; se aferra a la belleza de los libros que hablan un lenguaje olvidado cuyo latido es casi imposible de recuperar.
Lean esta novela y, si les ha gustado, recomiéndenla allá donde estén y adónde vayan. Más de uno de sus amigos puede vivir una epifanía con John Williams.
sábado, 27 de julio de 2019
De Madrid al cielo, de Ismael Grasa
En “De Madrid al cielo” su protagonista, Cayetano Zenón, excantante y guitarrista callejero primero, tratante de muebles y libros usados después, nos narra en primera persona los avatares de su vida en unos días de otoño de 1993. Es la narración de un declive, por utilizar las palabras del protagonista, que se niega a vincularse a la situación histórica de crisis que vive el país, aunque evidentemente estén vinculados.
Los horizontes de Zenón no son otros que encontrar qué comer ese día y dónde y cómo conseguir el dinero para pagar el alquiler. Para hacerlo, prescinde de principios morales incómodos. Sus amistades o meros conocidos son desechos de un desguace social: amistades perdidas de su época de comunista, un expresidiario, caseros inmisericordes, vecinos espías, jubilados que pasan sus días jugando al ajedrez en el Retiro, libreros graciosillos de la calle Moyano, taberneros que de vez en cuando le fían un vaso de alcohol, drogadictos que se arrastran por la plaza de Santa Ana o Tirso de Molina...
Zenón nos narra los vaivenes de sus días con una ironía distanciadora impostada, como el pobre que no quiere ni compasión ni siquiera comprensión de su situación. Su narración es salpimentada por citas tomadas de aquí y allá en esos libros que primero roba y luego malvende en las librería de viejo. Su declive no parece sino la rutina de la miseria que lo llevará cuesta abajo a una muerte insignificante. Esa monotonía la rompe repentinamente el asesinato de una joven que atrae a Zenón, y de la que, como tantos otros, se aprovecha. La joven Paula, que se prostituye para pagar sus dosis de heroína, aparece brutalmente asesinada en la cama de Zenón. Libre de las sospechas de la policía, el protagonista se dedicará a buscar al culpable de esa muerte. Cuando lo descubra, se romperán las pocas costuras que unen a Zenón a la sociedad.
Durante la lectura de la novela, hay algo que se hace familiar al lector, aunque sea esta la primera novela que se lea de Grasa; y es que Zenón es un personaje creado siguiendo la estela de novelas como "El laberinto de las aceitunas" o "El misterio de la cripta embrujada", de Eduardo Mendoza. El humor desacredita al propio narrador ( un narrador no confiable), incluyéndolo en la crítica de lo que critica. Zenón se vende tan fácilmente como cualquier otro. Sus citas librescas se mezclan en su cerebro como unas páginas rotas en un cubo de basura. Otra influencia detectable, a mi entender, es la de Pío Baroja: los personajes episódicos son descritos con nervio, en pocas palabras y como estereotipos fácilmente reconocibles. Son personajillos oscuros, mediocres, pequeños guijarros del pavimento pisoteado de Madrid.
La novela hace pruebas con algunos recursos del género policiaco o negro, pero como cabos sueltos que no trenzan una verdadera investigación o un cuadro de los bajos fondos según esos subgéneros. La impresión es, valga la redundancia, algo impresionista. Quizá dar la sensación de historia deshilachada esté entre las intenciones del autor. A pesar de todo, es una novela que se deja leer con facilidad y despierta cierto interés. Para mí ha sido un reencuentro con una España, la de 1993 o 1994, que nos recuerda que en este país las cosas nunca fueron tan bien como a veces pensamos con nostalgia, ahora que estamos sumidos en una crisis insondable en que el humor desmitificador de Grasa es un juguetito que ha perdido parte de su gracia.
viernes, 19 de julio de 2019
Nadie nos oye, de Nando López
Un adolescente de diecisiete años aparece muerto a causa de una feroz paliza. El hecho causa estupor y terror entre los compañeros del joven y entre algunos adultos del Zayas, colegio que destaca por su equipo de waterpolo, del que formaba parte el asesinado.
Ni un solo testigo, ni una sola prueba que señale al culpable. Los primeras investigaciones y las primeras iras se desatan contra el colegio Távora, donde es numeroso el alumnado inmigrante: hay reciente episodios que revelan la hostilidad existen entre el Zayas y el Távora. Dos personas del Távora intentarán desentrañar lo sucedido: Emma, una psicóloga contratada por su vieja amigo Víctor para que intente mejorar la moral del equipo de waterpolo e indaga en las causas que lo están haciendo bajar de nivel, y Quique, uno de los miembros del equipo de waterpolo, e hijo de Ernesto, el jefe de estudio quijotesco del Távora. Tanto Emma como Quique perciben demasiados silencios fuera y dentro del equipo, demasiados comportamientos evasivos y demasiados miedos a punto de eclosionar.
La resolución del crimen, el desenmascaramiento del asesino es el motor que impulsa la novela; el autor va entrecruzando con bastante habilidad temas muy cercanos a los adolescentes: las inseguridades y timideces, las dudas existenciales, la preocupación por la aceptación en los grupos, la homofobia más o menos agresiva, el abuso del alcohol, la irrupción de la extrema derecha en los institutos, el acoso escolar, las discriminaciones por clase social o por étnica, la violencia de género, la cobardía de los adultos ante los problemas, los intereses ocultos tras las vocaciones, las amistades que ya no serán nunca jamás para siempre… Un cóctel bien mezclado y bastante bien dosificado, si bien es imposible que una novela juvenil no caiga en ciertos tópicos y, sobre todo, en el lenguaje políticamente correcto.
Para evitar dar únicamente la visión de un adulto, el autor alterna las voces de la psicóloga Emma y de Quique, uno de los componentes del equipo de waterpolo. La elección es inteligente porque así el lector está en situación de completar y matizar la información y las opiniones de una y de otro. Esto también ayuda a que el ritmo sea más ágil y no se caiga en la rutina pese a las repeticiones a las que asistimos.
Las tensiones que va creciendo en el grupo de waterpolo están trazadas con mucho tiento, y hacen que descubramos el desenlace como inevitable, aunque no solo por los determinantes emocionales de los personajes, sino también porque a veces el azar hace que coincidan en el mismo espacio-tiempo varios individuos que hubiera sido mejor que no hubieran coincidido.
No diré que es una novela que, siendo del ámbito juvenil, alcanza tanta calidad que puede entrar en la categoría de literatura a secas. Sin embargo, es una obra que se lee fácilmente y no aburre. A los chavales de 17 años estoy segura de que les encantará.
miércoles, 17 de julio de 2019
LOS MANDIBLE, UNA FAMILIA: 2029-2047, DE LIONEL SHRIVER
Las crisis son momentos en los que el miedo se dispara socialmente, pero también la tendencia a analizar las corrientes del presente que pueden llevar al despeñadero en un futuro. En nuestro tiempo, al que tantas veces se califica de “acelerado”, el futuro temido parece más cerca: Lionel Shriver en “Los Mandible: una familia 2029-2047” lo situó a 12 años del año de la publicación del libro (2016) y 12 años no son nada históricamente ni siquiera a escala individual.
Un de los rasgos más brillantes de esta novela es la elección de los personajes, con quienes muchos lectores se pueden sentir identificados porque que el asunto les toca muy de cerca y muy de lleno. El desarrollo del colapso socioeconómico es radiografiado a través de cuatro generaciones de una misma familia que coinciden en el tiempo. No se trata de la caída de una bomba nuclear que de un día a otro cambia la vida de los personajes sumergiéndolos en un escenario de Mad Max; Shriver consigue graduar con maestría el deterioro económico, social y psicológico de la sociedad estadounidense. La escasez de alimentos, de agua, de energía; la caída en el desempleo y la marginación de capas y capas de la sociedad que nunca se habían sentido amenazadas; la ruina del estado, incapaz de hacer cumplir las leyes, entre ellas la más sagrada para EE.UU., la defensa de la propiedad privada; los terribles problemas de higiene que recuerdan al mundo medieval; la actitud despiadada de los bancos con los hipotecados; el uso de las tecnologías para realizar un control cada vez más autoritario y deshumanizador; la situación de estrés permanente de millones de individuos... que luchan cada minuto por la supervivencia... todo ello es narrado con una viveza y una verosimilitud que llena de inquietud y pánico al lector.
El desencadenante del colapso, con el que se puede estar de acuerdo o no, es la enorme deuda de los EE.UU., que se ha valido de la imposición del dólar como moneda de reserva e intercambio internacional para hacerse, a cambio de “papelitos, con enormes recursos ajenos. Llegado el momento en que otras potencias (China, Rusia) se niegan a sufragar a cambio de nada la economía estadounidense y exigen el pago de la deuda, EEUU se declara insolvente y se niega a pagar. Opta por el aislamiento y queda fuera del mercado internacional. Su propia producción es incapaz de abastecer a sus habitantes de los bienes básicos y se desata una inflación terrible. China, Rusia, Europa parece estar algo mejor que EE.UU., pero aun así también están inmersos en un cambio traumático.
Ese es el contexto en el que viven los Mandible, cuyas diferencias internas ( hay Mandibles rico y Mandibles pobres) acaban por igualarse ante la incredulidad de los afectados. La institución refugio es la familia; en cierto modo, esta novela es un canto a los vínculos familiares, los únicos que resisten la descomposición social y son capaces de frenarla en un cierto estadio. No quiere decir esto que las relaciones familiares sean idílicas en la novela, más bien muestran las tensiones en grados extremos, por eso lo sorprendente es que esos vínculos no salten por los aires con todo lo demás. Quizá la autora es demasiado optimista.
Otras corrientes que están actuando en nuestro presente y nos llevan a un futuro incierto son solamente sugeridas de vez en cuando en la novela, especialmente las consecuencias del cambio climático y el declive irreversible en la extracción de combustibles fósiles ( petróleo, carbón y gas natural). Esto me hace pensar que, pese a la dureza de la situación que muestra Shriver, se ha quedado corta y lo que muestra es un colapso suave. Incapaz de sustraerse a los mitos estadounidenses, la autora no ve más esperanza para ese mundo quebrado que la familia, como he dicho antes, y el ideario liberal, que coloca la libertad individual por encima de respuestas de organización colectiva. Toda la obra es un sálvese la familia o el individuo que pueda.
martes, 16 de julio de 2019
LA CIUDAD DORMIDA, DE GABRIEL INSAUSTI
En una obra en que el autor visita cementerios parisinos, permítanme que yo también empiece por el final: este peculiar libro, mezcla de ensayo y de guía de viaje, me ha entusiasmado tanto que lo tengo en esa lista, no muy larga, de "libros que tengo que releer".
Seguramente la intención última de Gabriel Insausti sea darnos unas estupendas clases de literatura, sobre todo francesa, pero utilizando un vehículo inusitado: un itinerario de cementerio en cementerio parisino donde reposan los huesos de escritores, casi todos de enorme significación en la literatura occidental. El autor nos va a dar cuenta del drama de la modernidad y de su crisis siguiendo la última huella humana (las tumbas ) de Baudelaire, Gautier, A. Villiers de l`Île- Adam, Maupassant, Huysmans, Wilde, Proust, Apollinaire, Joseph Roth, Max Jacob, Sartre, Beauvoir, Tzara, Ball , Beckett y Cioran.
La mayoría de estos autores ejemplifican el desgarro de lo que a finales del XIX Nietzsche llamará "la muerte de Dios". Dirá el filósofo alemán que sus contemporáneos no habían entendido en profundidad lo que esta suponía. Como luego dirán los posmodernos, la muerte de Dios es el final de los grandes relatos, no solo del relato religioso, sino también del de la Ilustración con su fe en el progreso y, después, del marxismo, con su fe en la misión redentora del proletariado. Desde luego, Baudelaire es el poeta que con más fuerza y originalidad sintió el cataclismo antes de que Nietzsche le pusiera nombre. Aferrándose al demonio, al mal, al vicio, Baudelaire no hacía sino afirmar a dios: no se puede exaltar el pecado si no hay un código moral dentro del cual este opere. De una manera u otra, la literatura posterior sigue los pasos de este poeta al que Verlaine instituyó en padre de los "poetas malditos".
Gabriel Insausti nos muestra a estos escritores poseídos de la aguda conciencia de seres caídos cual albatros o expulsados del paraíso, paraíso para el cual no existen, en realidad, sustitutos artificiales por más que los buscaran afanosamente. El pasado reviste las formas de la nostalgia o del resentimiento; el futuro la forma de la desesperanza y la desesperación. Muchos de estos escritores acabarán buscando el sentido de la vida en una especie de monaquismo laico, sobre todo, cuando el refugio del arte y del esteticismo se muestre también insuficiente o inviable, y los deje en la intemperie.
El tema de ese malestar, de esa angustia de hombres modernos es el fondo que unifica los distintos capítulos de la obra de Insausti; pero hay otros elementos que le dan unidad y fluidez , y esos elementos son sobre todo narrativos. De forma bastante original, hay un desdoblamiento del autor en dos personajes que llama "el narrador" y "el viajero", más una voz narrativa en tercera persona. Con humor y con fina ironía nos cuenta las vicisitudes por las que pasa el dúo narrador-viajero para llegar a los cementerios y localizar las tumbas; nos describe estas estableciendo siempre una especie de simbología entre esos monumentos y la vida y la obra y sobre todo, el final de los escritores allí enterrados. Porque Insausti se complace en hablarnos del tramo final de la vida de los escritores, de sus enfermedades, de los amigos que los rodearon o abandonaron, de las últimas palabras proferidas, de los momentos posteriores a su muerte, de los funerales, de la despedida ante la tumba abierta... También recoge pequeñas anécdotas vinculadas a otros visitantes anónimos de los cementerios o las conversaciones con amigos o conocidos de paso por París; especialmente sustanciosas son las opiniones de la mujer del narrador-viajero que pasa un fin de semana con él y es arrastrada por su marido a hacer ese turismo tan peculiar.
No me queda sino añadir que en mi próximo viaje a París utilizaré de guía este libro, porque si bien es cierto que la única manera de acercarse a un escritor es leer su obra, no es menos cierto que estamos muy necesitados de rituales, como bien sabían todos esos muertos.
Seguramente la intención última de Gabriel Insausti sea darnos unas estupendas clases de literatura, sobre todo francesa, pero utilizando un vehículo inusitado: un itinerario de cementerio en cementerio parisino donde reposan los huesos de escritores, casi todos de enorme significación en la literatura occidental. El autor nos va a dar cuenta del drama de la modernidad y de su crisis siguiendo la última huella humana (las tumbas ) de Baudelaire, Gautier, A. Villiers de l`Île- Adam, Maupassant, Huysmans, Wilde, Proust, Apollinaire, Joseph Roth, Max Jacob, Sartre, Beauvoir, Tzara, Ball , Beckett y Cioran.
La mayoría de estos autores ejemplifican el desgarro de lo que a finales del XIX Nietzsche llamará "la muerte de Dios". Dirá el filósofo alemán que sus contemporáneos no habían entendido en profundidad lo que esta suponía. Como luego dirán los posmodernos, la muerte de Dios es el final de los grandes relatos, no solo del relato religioso, sino también del de la Ilustración con su fe en el progreso y, después, del marxismo, con su fe en la misión redentora del proletariado. Desde luego, Baudelaire es el poeta que con más fuerza y originalidad sintió el cataclismo antes de que Nietzsche le pusiera nombre. Aferrándose al demonio, al mal, al vicio, Baudelaire no hacía sino afirmar a dios: no se puede exaltar el pecado si no hay un código moral dentro del cual este opere. De una manera u otra, la literatura posterior sigue los pasos de este poeta al que Verlaine instituyó en padre de los "poetas malditos".
Gabriel Insausti nos muestra a estos escritores poseídos de la aguda conciencia de seres caídos cual albatros o expulsados del paraíso, paraíso para el cual no existen, en realidad, sustitutos artificiales por más que los buscaran afanosamente. El pasado reviste las formas de la nostalgia o del resentimiento; el futuro la forma de la desesperanza y la desesperación. Muchos de estos escritores acabarán buscando el sentido de la vida en una especie de monaquismo laico, sobre todo, cuando el refugio del arte y del esteticismo se muestre también insuficiente o inviable, y los deje en la intemperie.
El tema de ese malestar, de esa angustia de hombres modernos es el fondo que unifica los distintos capítulos de la obra de Insausti; pero hay otros elementos que le dan unidad y fluidez , y esos elementos son sobre todo narrativos. De forma bastante original, hay un desdoblamiento del autor en dos personajes que llama "el narrador" y "el viajero", más una voz narrativa en tercera persona. Con humor y con fina ironía nos cuenta las vicisitudes por las que pasa el dúo narrador-viajero para llegar a los cementerios y localizar las tumbas; nos describe estas estableciendo siempre una especie de simbología entre esos monumentos y la vida y la obra y sobre todo, el final de los escritores allí enterrados. Porque Insausti se complace en hablarnos del tramo final de la vida de los escritores, de sus enfermedades, de los amigos que los rodearon o abandonaron, de las últimas palabras proferidas, de los momentos posteriores a su muerte, de los funerales, de la despedida ante la tumba abierta... También recoge pequeñas anécdotas vinculadas a otros visitantes anónimos de los cementerios o las conversaciones con amigos o conocidos de paso por París; especialmente sustanciosas son las opiniones de la mujer del narrador-viajero que pasa un fin de semana con él y es arrastrada por su marido a hacer ese turismo tan peculiar.
No me queda sino añadir que en mi próximo viaje a París utilizaré de guía este libro, porque si bien es cierto que la única manera de acercarse a un escritor es leer su obra, no es menos cierto que estamos muy necesitados de rituales, como bien sabían todos esos muertos.
lunes, 8 de julio de 2019
TIERRA DE MUJERES, DE MARÍA SÁNCHEZ
Tierra de mujeres es una mezcla de testimonio biográfico y de ensayo que propone una visión del campo, del mundo rural que se aparta por igual del idealismo bucólico, tan frecuente en la literatura desde Teócrito o Virgilio, como del tremendismo rural, tan frecuente en crónicas periodísticas y novelas como las Vida de Pascual Duarte. Bien es cierto que en la parte de la obra dedicada a tres mujeres de su familia (una tatarabuela paterna, su abuela materna y su madre) la autora adopta un tono lírico de rememoración que embellece la realidad aunque siempre sin dar la impresión de falsearla.
María Sánchez sigue una tradición masculina de la familia: es veterinaria como lo fueron su abuelo y su padre. El punto neurálgico de este testimonio es la toma de conciencia de que su admiración de las figuras masculinas de su familia es sospechosamente correlativa a su desconocimiento y a un poco de desprecio de la línea femenina. María Sánchez reconoce que es el momento histórico que vive, con un movimiento feminista ascendente y combativo, el que le hace dirigir una mirada crítica a su propia actitud de ninguneo hacia la rama femenina de su familia. Maneja por ello el concepto de invisibilización. Las mujeres del campo son invisibles para todos, incluso para ellas mismas, que no han podido construir un relato, un discurso de sus vidas en la convicción de que no se lo merecen.
Este hilo argumental, la invisibilización de las mujeres, se cruza con la invisibilización del mundo rural. Las mujeres del campo no tienen voz y las voces masculinas que han contado la vida del campo siempre han sido de autores ajenos a este mundo, siempre han sido forasteros que han visto en este mundo un refugio de la ciudad o han ido a ese mundo a resolver conflictos internos: han dejado también sin voz propia a los campesinos que casi siempre caricaturizan.
María Sánchez no se siente una voz ajena a ese mundo sino alguien enraizado en él por las vivencias de su infancia y por su propio trabajo de veterinaria. No está tampoco sola en la reivindicación de la mujer del campo y del mundo rural. Nos revela que hay todo un movimiento en la Península que lucha por darse a conocer, por salir de las sombras, por reivindicar el mundo rural y a ellas mismas en este.
El ensayo está escrito de una manera más convincente y emotiva de lo que conseguirá nunca un ecologista urbano. En las palabras de María Sánchez hay autenticidad, convicción y sobre todo, mucho amor. Una obra a la que merece la pena dedicarle unas horas de lectura. Como poco, el lector no volverá a pasar por estos pueblos rurales consultando tan solo las opiniones de Tripadvisor sobre sus hoteles con encanto y su restaurantes con productos de la tierra.
domingo, 7 de julio de 2019
ORGULLO Y PREJUICIO, DE JANE AUSTEN
Orgullo y prejuicio narra la historia de los Bennet, una familia de la clase media agraria inglesa compuesta por el matrimonio Bennet y cinco hijas en edad “de merecer”: Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia. La ley discrimina en la herencia la descendencia femenina; por lo tanto, las posesiones de los Bennet, entre ellas la propiedad de Longbourn,pasarán al pariente masculino más cercano una vez muera el señor Bennet. Dicho pariente es el señor Collins.
Como para tantas familias de la época, el peligro de que las hijas caigan en la miseria, hace de un buen matrimonio una necesidad perentoria. La versión descarnada de esa necesidad está representada por la señora Bennet, que se lanza sin rubor alguno y sin sentido del ridículo a la caza de los candidatos para yernos en cuanto tiene noticia de ellos. El padre vive el asunto con apatía, como quien espera que los problemas se solucionen por sí mismos. Las dos hijas mayores, Jane y Elizabeth, aun comprendiendo la necesidad para su supervivencia de encontrar marido, no están dispuesta a sacrificar su dignidad, ni a contraer un matrimonio que no responda a sus sentimientos y su libertad individual, indisoluble, de todos modos, de su lucha por no descender socialmente. Las otras tres hijas reflejan el romanticismo alocado de funestas consecuencias. Con estos presupuestos, la novela analiza las vicisitudes de las relaciones de Elizabeth y Darcy, y de Jane y Binglay, sometidos a la tensión de una inclinaciones amorosas que chocan contra diferencias de clase. Eso son los dos ejes de la novela sobre los que pivotan los demás hilos argumentales.
Con tales mimbres, Jane Austen podría haber tejido una novela convencional en que dos guapas damiselas ascienden socialmente gracias a una calculadora administración del amor que provocan en dos hombres y una férrea contención emocional. Sin embargo, la autora crea un microcosmo convincente que no encubre las tensiones sociales a las que están sometidas las mujeres, pero destaca el papel activo de estas en el único asunto en que la sociedad les ha dicho que les va la vida. Especialmente, esta autoconciencia de su situación es profunda en Elizabeth. La joven conquista a Darcy precisamente por su independencia de criterio, en modo alguno por su sumisión. Austen nos ofrece el despliegue de la introspección del mundo de Elizabeth y de Darcy como escenarios de dos individuos que quieren ejercer un control sobre sus vidas y evitar las equivocaciones morales que pueden acarrear el orgullo y el prejuicio, tanto personal como de clase.
Austen consigue que su novela sea como una partitura en que ningún instrumento emite estridencias, ni siquiera en los momentos cómicos y paródicos, y todos cooperan en una pieza llena de mesurada ironía y profunda comprensión de las pulsiones humanas. Por lo demás, la captación del microcosmo familiar y de este inserto en la Inglaterra agraria es genial, convincente e inolvidable. Quizá los caballeros de Austen sea demasiado caballeros para nuestra credulidad; sin embargo, la autora, en esos hombres, no solo describe lo que ve, sino que propone un prototipo emocional de hombre más cercano a las aspiraciones de las mujeres. Lo cual es totalmente lícito, habida cuenta de que la literatura escrita por hombres está plagada de prototipos femeninos moldeados en función de expectativas masculinas.
Les recomiendo vivamente esta lectura para el verano; a veces es bueno tomarse unas vacaciones de nuestra época y viajar a otros territorios temporales salvados por la literatura.
Como para tantas familias de la época, el peligro de que las hijas caigan en la miseria, hace de un buen matrimonio una necesidad perentoria. La versión descarnada de esa necesidad está representada por la señora Bennet, que se lanza sin rubor alguno y sin sentido del ridículo a la caza de los candidatos para yernos en cuanto tiene noticia de ellos. El padre vive el asunto con apatía, como quien espera que los problemas se solucionen por sí mismos. Las dos hijas mayores, Jane y Elizabeth, aun comprendiendo la necesidad para su supervivencia de encontrar marido, no están dispuesta a sacrificar su dignidad, ni a contraer un matrimonio que no responda a sus sentimientos y su libertad individual, indisoluble, de todos modos, de su lucha por no descender socialmente. Las otras tres hijas reflejan el romanticismo alocado de funestas consecuencias. Con estos presupuestos, la novela analiza las vicisitudes de las relaciones de Elizabeth y Darcy, y de Jane y Binglay, sometidos a la tensión de una inclinaciones amorosas que chocan contra diferencias de clase. Eso son los dos ejes de la novela sobre los que pivotan los demás hilos argumentales.
Con tales mimbres, Jane Austen podría haber tejido una novela convencional en que dos guapas damiselas ascienden socialmente gracias a una calculadora administración del amor que provocan en dos hombres y una férrea contención emocional. Sin embargo, la autora crea un microcosmo convincente que no encubre las tensiones sociales a las que están sometidas las mujeres, pero destaca el papel activo de estas en el único asunto en que la sociedad les ha dicho que les va la vida. Especialmente, esta autoconciencia de su situación es profunda en Elizabeth. La joven conquista a Darcy precisamente por su independencia de criterio, en modo alguno por su sumisión. Austen nos ofrece el despliegue de la introspección del mundo de Elizabeth y de Darcy como escenarios de dos individuos que quieren ejercer un control sobre sus vidas y evitar las equivocaciones morales que pueden acarrear el orgullo y el prejuicio, tanto personal como de clase.
Austen consigue que su novela sea como una partitura en que ningún instrumento emite estridencias, ni siquiera en los momentos cómicos y paródicos, y todos cooperan en una pieza llena de mesurada ironía y profunda comprensión de las pulsiones humanas. Por lo demás, la captación del microcosmo familiar y de este inserto en la Inglaterra agraria es genial, convincente e inolvidable. Quizá los caballeros de Austen sea demasiado caballeros para nuestra credulidad; sin embargo, la autora, en esos hombres, no solo describe lo que ve, sino que propone un prototipo emocional de hombre más cercano a las aspiraciones de las mujeres. Lo cual es totalmente lícito, habida cuenta de que la literatura escrita por hombres está plagada de prototipos femeninos moldeados en función de expectativas masculinas.
Les recomiendo vivamente esta lectura para el verano; a veces es bueno tomarse unas vacaciones de nuestra época y viajar a otros territorios temporales salvados por la literatura.
martes, 2 de julio de 2019
Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett
Son numerosos los escritores que han intentado conjurar la pérdida de un ser querido con lo que alguien llamó "una tumba de papel". La tarea no es fácil porque de lo que se trata es de salvar del olvido definitivo a un ser que se siente como único e irrepetible, pese a que es uno más en la masacre cotidiana de la muerte. Quien escribe también intenta singularizar su duelo, su dolor, sin caer en tópicos de manual de autoayuda o repetición de lo que otros muchos ya han dicho. Piedad Bennet lucha por encontrar palabras para nombrar lo que no tiene nombre ( como dice Peter Handke), es decir, para el sufrimiento, el horror, la impotencia ante la desaparición de un ser querido y también, para sus años agónicos de enfermedad.
Daniel, el hijo de la autora , se suicidó quizás empujado por los sufrimientos de una enfermedad mental, la esquizofrenia, enfermedad que Bonnett también se niega a nombrar para no etiquetar hasta muy avanzado el texto. La obra es un recorrido por los años en que su hijo y la familia luchó, llena de desaliento y de breves rayos de esperanza, contra esa terrible enfermedad y los presagios de un final trágico. Hay un afán de explorar con templanza el camino recorrido por su hijo como si en algún punto de la trayectoria se hubiera podido desviar el desenlace. No es que Bonnet caiga en un flagelante " si yo hubiera hecho esto, si hubiera sido más observadora, si hubiera tomado otra decisión...", pero el afán de comprender a Daniel y de comprenderse a ella misma son evidentes. El libro es también un intento de evitar que en su propia memoria quede una imagen fija y pobre de su hijo; las palabras le permiten realizar -llega a decir- un retrato fluido, móvil, vivo. Es el último regalo que le puede hacer a su hijo, algo así como un segundo parto.
El libro nos muestra, como dirá Héctor Abad Faciolince " que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación..." Al lector sin embargo le desconsuela no poder hacer lo mismo por sus seres queridos que no tendrán "ni una tumba de papel de aquí a no muchos años.
Daniel, el hijo de la autora , se suicidó quizás empujado por los sufrimientos de una enfermedad mental, la esquizofrenia, enfermedad que Bonnett también se niega a nombrar para no etiquetar hasta muy avanzado el texto. La obra es un recorrido por los años en que su hijo y la familia luchó, llena de desaliento y de breves rayos de esperanza, contra esa terrible enfermedad y los presagios de un final trágico. Hay un afán de explorar con templanza el camino recorrido por su hijo como si en algún punto de la trayectoria se hubiera podido desviar el desenlace. No es que Bonnet caiga en un flagelante " si yo hubiera hecho esto, si hubiera sido más observadora, si hubiera tomado otra decisión...", pero el afán de comprender a Daniel y de comprenderse a ella misma son evidentes. El libro es también un intento de evitar que en su propia memoria quede una imagen fija y pobre de su hijo; las palabras le permiten realizar -llega a decir- un retrato fluido, móvil, vivo. Es el último regalo que le puede hacer a su hijo, algo así como un segundo parto.
El libro nos muestra, como dirá Héctor Abad Faciolince " que no hay consuelo. Y que sin embargo vale la pena escribir que no hay consolación..." Al lector sin embargo le desconsuela no poder hacer lo mismo por sus seres queridos que no tendrán "ni una tumba de papel de aquí a no muchos años.
lunes, 1 de julio de 2019
Tumbas y mistificaciones literarias
A menudo me han dicho que es un gusto de turista morboso ese de ir a visitar cementerios para dar con las tumbas de mis escritores admirados. Hay en ello algo de búsqueda del tiempo perdido, un intento inútil, como todos, de tenderle una trampa a la muerte justo en el lugar donde muestra su triunfo. Pero si algo nos permite Internet es comprobar que nunca estamos solos en nuestras aficiones, por denostadas que estén en nuestro círculo más reducido. Eso pensaba cuando leía la excelente reseña en Devaneos sobre "En la ciudad dormida" de Gabriel Insausti. Luego de leer la reseña y anotar la obra, he continuado con el libro que me traía entre manos, "Lo que no tiene nombre"de Piedad Bonnett, un libro en el que me vuelvo a encontrar - las casualidades son otra ilusión de un orden secreto de las cosas- con esa extraña afición que tiene mucho de mitomanía. Bonnett capta muy bien la diferencia entre la mistificación literaria de esas visitas y la realidad cuando nos toca desnuda y nos desarma. Les dejo el fragmento:
Emilia Pardo Bazán, de Isabel Burdiel
Llegué a la nueva biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por la historiadora Isabel Burdiel, por una entrevista que se le hizo en la Fundación Juan March. Me dije: "Si la obra es tan extraordinaria como la entrevista, es un libro de ineludible lectura". Acabo de leer la biografía y efectivamente, es un texto extraordinario.
Isabel Burdiel sale con sobresaliente de todos los retos que plantea la escritura de una biografía: la documentación es rica, variada y contrastada, pero lejos de ahogar al lector en un maremagnum de referencias y citas, la narración fluye amena y atrayente, dando al lector la posibilidad de interpretar el material citado con detenimiento. También consigue que, pese a que el centro de atención sea la biografiada (como es lógico), el contexto histórico cobre un relieve complejo, vivo, significativo. Durante muchas páginas el lector se mete en la España anterior a la Restauración y sobre todo, en la España de la Restauración. Nunca había leído una biografía donde el biografiado se entienda a la vez como ser único y como ser histórico y que ambos aspectos se hagan inseparables. Otro mérito indiscutible es el cuidado de la autora en no sobreinterpretar, en no dejarse llevar por la imaginación, en dejar claros los propios límites que se impone para poder afirmar algo.
En las página de esta biografía, Pardo Bazán cobra vida, la llegamos a aprehender a sabiendas de que la complejidad de cualquier ser humano es en el fondo inaprehensible incluso para sí mismo. Fijar lo cambiante, he ahí un reto impresionante. La percepción más perseverante sobre Pardo Bazán es el de una mujer que no se dejó encasillar pese a las presiones gigantescan que lo intentaron y en cierto modo, lo consiguieron. Pardo Bazán luchó contra condicionantes inmensos; que superara muchos no se puede explicar únicamente porque tenía una fortuna propia que le permitió emanciparse donde a otras mujeres les fue imposible. Había más; había una energía combativa y una clarividencia sobre el terreno de juego que se le imponía poco común. Intentó ser una igual entre sus amigos intelectuales, la mayoría hombres; no lo consiguió plenamente, pero en esa lucha puso de manifiesto las limitaciones de la masculinidad de la época. Se declaró feminista radical cuando las feministas en España eran muy pocas y sobre todo cuidaban su vida privada para conservar la honorabilidad femenina según la entendían los hombres. Pardo Bazán se atrevió a vivir su vida según sus propios criterios, se atrevió a hablar de tú a tú a hombres que la consideraban una anomalía de la naturaleza, un marimacho; desmintió uno a uno todos los supuestos límites del cerebro femenino. Se interesó intensamente por la política y la literatura, y no solo participó en todas las polémicas de su época sino que fue una verdadera agitadora, tanto o más que lo fuera Unamuno, con el que, por cierto, tuvo una gran amistad. Atacada por su físico, atacada por llevar una vida independiente pese a ser madres de tres hijos, separada extraoficialmente de su marido, nunca se acobardó. Nacionalista y cosmopolita, católica en ideas pero fuertemente individualista y liberal en sus comportamiento, fue una escritora con un fuerte sentido profesional de su tarea. Consciente de que el escritor y cualquier ser público, ha de crearse una imagen y tiene que promocionar sus productos, defendió sin complejos la literatura como una actividad económica. Sabedora de que para ser alguien en el mundo cultural de su tiempo, tenía que tejer una vasta red de complicidades, lo hizo con tesón y sin descanso. Busco, como mujer, una relación amorosa con un hombre que fuera un igual; creía en el amor-amistad, frente al amor románticos, pero también frente a todo amor que presupusiera sumisión de la mujer al hombre. Fue con Benito Pérez Galdós con quien estuvo más cerca de esa relación inter pares. Pese a lo mucho que criticaron sus viajes en solitario, especialmente a París, nadie pudo acusarla de abandonar a sus hijos, seguramente porque contó con la complicidad de su madre, que apoyó plenamente su carrera y la ayudó a criar a sus hijos. Tuvo muchos enemigos ( algunos que empezaron siendo amigos), entre ellos a Leopoldo Alas Clarín, que pareció ver en ella el tipo de mujer que más íntimamente ponía en peligro sus seguridades masculinas. Aun así, Clarín nunca negó el talento y la maestría de Pardo Bazán, a la que está claro que admiraba como escritora.
La pregunta que como lectora me ha asaltado una y otra vez es ¿de dónde sacaba tiempo Pardo Bazán para todo lo que hizo en la vida?: escribió miles de artículos, cientos de cuentos, impartió cientos de conferencias, escribió novelas y miles de cartas... fundó una revista en la que ella lo escribía todo, tuvo una vida social y familiar intensa, realizó numerosos viajes, vivió dos historias amorosas por lo menos, tuvo muchos amigos cuya amistad cuidó , atendió a sus hijos, hizo frente a pleitos, fue catedrática de Literatura... No cabe duda de que Pardo Bazán vivió intensamente. Cuando Isabel Buriel llega a los momentos anteriores a la muerte de doña Emilia, nos dice, basándose en testigos del momentos, que no se fue con alegre resignación. Seguro que le costó abandonar una vida y un ser del que disfrutó profundamente.
Isabel Burdiel sale con sobresaliente de todos los retos que plantea la escritura de una biografía: la documentación es rica, variada y contrastada, pero lejos de ahogar al lector en un maremagnum de referencias y citas, la narración fluye amena y atrayente, dando al lector la posibilidad de interpretar el material citado con detenimiento. También consigue que, pese a que el centro de atención sea la biografiada (como es lógico), el contexto histórico cobre un relieve complejo, vivo, significativo. Durante muchas páginas el lector se mete en la España anterior a la Restauración y sobre todo, en la España de la Restauración. Nunca había leído una biografía donde el biografiado se entienda a la vez como ser único y como ser histórico y que ambos aspectos se hagan inseparables. Otro mérito indiscutible es el cuidado de la autora en no sobreinterpretar, en no dejarse llevar por la imaginación, en dejar claros los propios límites que se impone para poder afirmar algo.
En las página de esta biografía, Pardo Bazán cobra vida, la llegamos a aprehender a sabiendas de que la complejidad de cualquier ser humano es en el fondo inaprehensible incluso para sí mismo. Fijar lo cambiante, he ahí un reto impresionante. La percepción más perseverante sobre Pardo Bazán es el de una mujer que no se dejó encasillar pese a las presiones gigantescan que lo intentaron y en cierto modo, lo consiguieron. Pardo Bazán luchó contra condicionantes inmensos; que superara muchos no se puede explicar únicamente porque tenía una fortuna propia que le permitió emanciparse donde a otras mujeres les fue imposible. Había más; había una energía combativa y una clarividencia sobre el terreno de juego que se le imponía poco común. Intentó ser una igual entre sus amigos intelectuales, la mayoría hombres; no lo consiguió plenamente, pero en esa lucha puso de manifiesto las limitaciones de la masculinidad de la época. Se declaró feminista radical cuando las feministas en España eran muy pocas y sobre todo cuidaban su vida privada para conservar la honorabilidad femenina según la entendían los hombres. Pardo Bazán se atrevió a vivir su vida según sus propios criterios, se atrevió a hablar de tú a tú a hombres que la consideraban una anomalía de la naturaleza, un marimacho; desmintió uno a uno todos los supuestos límites del cerebro femenino. Se interesó intensamente por la política y la literatura, y no solo participó en todas las polémicas de su época sino que fue una verdadera agitadora, tanto o más que lo fuera Unamuno, con el que, por cierto, tuvo una gran amistad. Atacada por su físico, atacada por llevar una vida independiente pese a ser madres de tres hijos, separada extraoficialmente de su marido, nunca se acobardó. Nacionalista y cosmopolita, católica en ideas pero fuertemente individualista y liberal en sus comportamiento, fue una escritora con un fuerte sentido profesional de su tarea. Consciente de que el escritor y cualquier ser público, ha de crearse una imagen y tiene que promocionar sus productos, defendió sin complejos la literatura como una actividad económica. Sabedora de que para ser alguien en el mundo cultural de su tiempo, tenía que tejer una vasta red de complicidades, lo hizo con tesón y sin descanso. Busco, como mujer, una relación amorosa con un hombre que fuera un igual; creía en el amor-amistad, frente al amor románticos, pero también frente a todo amor que presupusiera sumisión de la mujer al hombre. Fue con Benito Pérez Galdós con quien estuvo más cerca de esa relación inter pares. Pese a lo mucho que criticaron sus viajes en solitario, especialmente a París, nadie pudo acusarla de abandonar a sus hijos, seguramente porque contó con la complicidad de su madre, que apoyó plenamente su carrera y la ayudó a criar a sus hijos. Tuvo muchos enemigos ( algunos que empezaron siendo amigos), entre ellos a Leopoldo Alas Clarín, que pareció ver en ella el tipo de mujer que más íntimamente ponía en peligro sus seguridades masculinas. Aun así, Clarín nunca negó el talento y la maestría de Pardo Bazán, a la que está claro que admiraba como escritora.
La pregunta que como lectora me ha asaltado una y otra vez es ¿de dónde sacaba tiempo Pardo Bazán para todo lo que hizo en la vida?: escribió miles de artículos, cientos de cuentos, impartió cientos de conferencias, escribió novelas y miles de cartas... fundó una revista en la que ella lo escribía todo, tuvo una vida social y familiar intensa, realizó numerosos viajes, vivió dos historias amorosas por lo menos, tuvo muchos amigos cuya amistad cuidó , atendió a sus hijos, hizo frente a pleitos, fue catedrática de Literatura... No cabe duda de que Pardo Bazán vivió intensamente. Cuando Isabel Buriel llega a los momentos anteriores a la muerte de doña Emilia, nos dice, basándose en testigos del momentos, que no se fue con alegre resignación. Seguro que le costó abandonar una vida y un ser del que disfrutó profundamente.