A menudo me han dicho que es un gusto de turista morboso ese de ir a visitar cementerios para dar con las tumbas de mis escritores admirados. Hay en ello algo de búsqueda del tiempo perdido, un intento inútil, como todos, de tenderle una trampa a la muerte justo en el lugar donde muestra su triunfo. Pero si algo nos permite Internet es comprobar que nunca estamos solos en nuestras aficiones, por denostadas que estén en nuestro círculo más reducido. Eso pensaba cuando leía la excelente reseña en Devaneos sobre "En la ciudad dormida" de Gabriel Insausti. Luego de leer la reseña y anotar la obra, he continuado con el libro que me traía entre manos, "Lo que no tiene nombre"de Piedad Bonnett, un libro en el que me vuelvo a encontrar - las casualidades son otra ilusión de un orden secreto de las cosas- con esa extraña afición que tiene mucho de mitomanía. Bonnett capta muy bien la diferencia entre la mistificación literaria de esas visitas y la realidad cuando nos toca desnuda y nos desarma. Les dejo el fragmento:
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