Un día como otro cualquiera, decidió retar a sus amigos y compañeros de instituto. Este reto consistía en visitar una casa que llevaba 43 años abandonada y en la que habían desaparecido varias personas. Como toda casa abandonada, estaba muy deteriorada: la luz estaba cortada, la maleza crecía por doquier, sus muebles estaban empolvados, la madera carcomida, el tejado lleno de goteras...
Esa casa tenía dos plantas y un ático muy amplio, que estaba cerrado desde que se fueron los último inquilinos.El escenario era perfecto para la broma de Laura. Pensaba llegar antes que sus víctimas para poder preparar cada detalle.
Ella llegó una hora antes. Fue colocando todas las trampas por la planta baja, luego siguió con el piso superior: allí estaba cuando, de repente, al final del pasillo escuchó el rechinar de las ventanas golpeadas por el viento. Después vio un fugaz brillo por debajo de la puerta y decidió abrirla muy poco a poco. Según la abría, sintió un ligero cosquilleo en los pies, bajó la vista y de pronto, dos ratas salieron corriendo del cuarto oscuro. Soltó un grito agudo y saltó hacía atrás con pánico. La puerta acabó de abrirse produciendo un sonido terrorífico.
Controlando como pudo sus nervios, decidió entrar despacio en la habitación del fondo y enseguida notó, por la decoración, que era la habitación de una niña: estaba llena de muñecas cubiertas de telarañas; un peluche, negro y carcomido por pequeños mordiscos de ratas, estaba recostado sobre la vieja cama. Al fondo, había un gran espejo luminoso en el que Laura era incapaz de no mirarse.
Dejó todas sus cosas a un lado; solo le faltaba esa habitación por colocar las bromas. Sin pensarlo, se acercó al espejo y empezó a posar frente a él. Repentinamente, empezó a sonar el cuco de un anticuado reloj de pared. Ya eran las 12; entonces Laura se giró hacia la puerta pensando que sus amigos habrían llegado ya.
Al volverse hacia el espejo, tanto Laura como la habitación se quedaron paralizados.Lo que Laura tenía enfrente era el espíritu de la niña que habitó en esa habitación hacía 55 años: estaba muy delgada, tenía el pelo largo y muy oscuro, las uñas desgarradas como si hubiera destrozado algo con ellas antes de morir. Empezó a abrir la boca y a hacer ruidos extraños. Magenizandola con la mirada se apoderó del alma de Laura y la encerró en el espejo.
La niña misteriosa se asomó por la ventana y vio un grupo de amigos, los amigos de Laura que pronto pensaron que la broma consistía en dejarlos plantados y se marcharon. El fantasma de la niña los vio marchar y miró hacia el espejo; con un joyero macizo lo rompió dejando a Laura repartida en pequeños trozos de cristal. Solo si alguien los recomponía como si de un rompecabezas se tratara tendría la muchacha una oportunidad de volver a la vida; quizá alguna vez alguien lo hiciera, pero era poco probable. Unos americanos ricos compraron la mansión y los trozos del cristal dispersos acabaron triturados en un lejano vertedero de Dakota.
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