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domingo, 16 de junio de 2019

NOVELA ÁCIDA UNIVERSITARIA, DE FRANCISCO SOSA WAGNER

Hace ya muchos años que pase por la universidad, muchísimos. Durante bastantes de ellos, es muy posible que tuviera idealizada la universidad como se tiene idealizada la juventud. Después, una, consciente de esta idealización, empieza a mirar con escepticismo sus propios recuerdos; le parecen una reconstrucción engañosa, una ficción que reconforta el ego. Sin embargo, eso no me ha preparado del todo para recibir la bofetada de la lectura de "Novela ácida universitaria",  de Francisco Sosa Wagner, publicada por la editorial Funambulista en febrero de este año.

El adjetivo que  me ha venido a la mente una y otra vez durante la lectura es "desolador", el que no me ha venido es "exagerado". Sosa Wagner hace una disección de un cadáver, el  de una universidad a la que no ha revivido el plan Bolonia; más bien todo lo contrario:  parece un  muerto al que solo galvanizan las corrientes del dinero, de la envidia y del poder. Lo de menos es la calidad de la docencia. La docencia solo es un ente abstracto, inaprensible, que no importa verdaderamente a nadie  pero que sirve de excusa para una burocratización kafkiana  de la universidad. La corrupción entra en tromba en cualquier decisión que se toma; los cargos se multiplican para dar cabida a los chupópteros que prefieren vivir de la pasta gansa que estar en el aula o investigando. Publicar articulillos que nadie lee, pero que cuentan en el currículum más que un libro trabajado durante años,  reunirse en innumerables juntas de evaluación que consumen horas y horas generando una montaña de papeleo digital  sin que en nada mejore  la realidad más que la de los  sueldos de sus participantes,  acudir a congresos que nada importan para darse una vueltecita por el mundo, estar intrigando todo el santo día para trepar, odiar a muerte a los del otro bando... esas son las excelsas ocupaciones de profesores y catedráticos, cargos, subcargos y carguillos.  Todo ello envuelto en un lenguaje tecnócrata y seudopedagógico infumable. Todo es envoltorio de la vacuidad. Los estudiantes vegetan en este sistema sin resistencia alguna;  más bien participando de la corrupción general al obtener  unas migajas para su "fiestuquis"

Si la intención del autor era transmitir ese estado deplorable de la universidad, lo consigue plenamente. Eso no quiere decir que literariamente  esta novela sea de gran calidad. No lo es. Transita entre el panfleto, el sermón y el deshago;  los personajes son demasiado esquemáticos e histriónicos  como es propio de la sátira; los diálogos son francamente malos;  la primer aparte es dispersa como si al autor le estuviera constando coger el pulso de la historia.

 Esa historia tiene como hilo conductor el ascenso de Adalberto desde su posición de estudiante universitario a profesor titular en la Facultad de Derecho de una universidad de provincias, tal vez Oviedo. Adalberto es  un intrigante sigiloso, el símbolo de la mediocridad y la mezquindad. Todo en la universidad está programado para que lleguen y prosperen los adalbertos. Aquellos catedráticos interesados y respetuosos con la materia que estudian e imparten están en vías de extinción, como le ocurre a don Anselmo. El autor no se excede en su canto de tiempos pasados, aunque no cabe duda de que los valora como buenos  en comparación con lo presente. Seguramente haya en ello mucho de nostalgia, pero eso no invalida la crítica al penoso sistema actual. 

La lectura de este libro es  sobre todo  recomendable para docentes y  estudiantes universitarios. el fondo es una denuncia, una llamamiento que se siente inútil para que el sistema cambie.

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