Hay pocas novelas que condensen en su título una afirmación, y de manera irónica, su negación. El título, El luminoso regalo, se refiere a un don especial de Víctor DIlan para atraer de manera irresistible a las mujeres, especialmente a las de larga cabellera rubia, altas, lectoras, profesionales todas ellas: periodistas, médicos filólogas,universitarias. Le permite atraer a las mujeres más “cotizadas” en el mercado erótico. Solo que ese luminoso regalo resulta ser también un regalo envenenado, un don que domina a quien lo posee y lo lleva a la destrucción. Siguiendo un viejo tópico occidental, Eros y Tánatos se buscan siempre y acaban encontrándose.
Durante un tiempo la vida donjuanesca de Dilan no hará naufragar su matrimonio con Elena, su centro de gravitación, como dice él: no es que Elena no supiera de esas infidelidades, pero también ella vivía bajo el hechizo de su marido. Todo cambia cuando Dilan conoce a Ester, la Bruja. Con ella aumenta el número de copas que tiene que beberse para borrar la realidad, el número de viagras al que tiene que recurrir para prolongar sus sesiones de sexiboxing y su conciencia de que en la sexualidad habitan las tinieblas del abismo, de la muerte. Significativamente la novela se abre con una larga descripción de la personalidad de Ester: pocas páginas en la historia de la literatura destilan tanto odio a una mujer. Dilan ha dado con eso que, en otras épocas más poéticas, llamaban mujer fatal. Vilan se siente atraído por la personificación del Mal, por la misma amante del diablo, la Bruja. Ester (de nombre bíblico ) es la encarnación de la Maldad: no se enamora de ningún hombre por imposibilidad connatural, los utiliza y los abandona con crueldad , los traiciona con sadismo, los olvida para siempre; pese a ello o por eso, su sexo atrapa a todos los hombres como una droga dura. Mientras a Dilan su adicción al sexo no le impide ser un amado marido, un padre admirado, un cotizado escritor y un buen amigo, a Ester su sexualidad obsesiva de “ninfomana” le atrae el castigo de la naturaleza ( es estéril) y el repudio de la sociedad (es una puta). No puede ser esposa ni madre ni amiga. Ester es el sexo sin amor, sin matrimonio, sin moralidad, sin reproducción. Vilas parece convertir a Ester en el símbolo del sexo como una fuerza primitiva incontrolada por el sujeto y por la sociedad; es una fuerza bruta que destruye y autodestruye y resurge una y otra vez. Dilan es instrumento de esta misma fuerza irremediable, pero tiene conciencia de ella e intenta disfrazarla (por algo es escritor, creador de constructos) de trascendencia universal al hacerla inseparable del amor, de la adoración, porque Dilan cree amar a todas las mujeres, aunque por sus limitaciones humanas solo se pueda follar a unos cuantos cientos de ellas; su deseo, que no es más que un deseo de poder ilimitado, lo pueden resumir muy bien estos versos de Byron:
“Amo el sexo y a veces invertiría aquel deseo
del déspota “ de que los hombres tuvieran
un solo cuello que, con fuerte mandoble,
é l cortaría en dos”.
mi deseo es así de ambicioso, pero más inofensivo
y mucho más tierno, después de todo, que agresivo
( y no solo ahora sino cuando era un muchacho):
que todas las mujeres tuvieran una boca
que yo pudiera besar a la vez.
La obra de Vila es un esfuerzo monumental por ocultar esa desmesurada ansia de posesión y adornarla, como hicieron tantos donjuanes románticos, con el manto de la ternura, la devoción y la literatura.
La novela, claro está, no pretende ser una novela erótica o pornográfica del tipo “sonrisa vertical”. Seguramente Vilas no ha escrito esta novela para alentar los impulsos masturbatorios de sus lectores. Las numerosas escenas de sexo están ahí con la pretensión de enfrentar al lector a un código más complejo: el sexo como metáfora de la vida, de nuestra sociedad, de la búsqueda de sentido, del sentido moral… a saber. Para conseguirlo Vilas no necesitaba acabar aburriendo con la retahíla de encuentros sexuales que parecen fabricados en serie, con sus rubias de pelo largo y ojos claros, el besito del encuentro, las miradas y las citas fulminantes en un hotel cercano donde caen todos los tabúes de los timoratos. A estas alturas a poca gente le puede escandalizar el vocabulario crudo que utilizan los personajes de Vilas y sus prácticas sexuales, que por lo demás parecen el catálogo de una web de citas . Vilas no amplía en nada el vocabulario erótico: recurre a un repertorio poco variado, muy conocido, lleno de clichés; pasadas unas cuantas aventuras su narración produce bostezos como los produce la décima repetición erótico-gimnástica del Marqués de Sade. Parece que a Vilas le cuesta mucho tirar hojas a la papelera, cribar. Cierto que las repeticiones transmiten al principio el carácter obsesivo del protagonista, pero llega un momento en que más que un personaje obsesionado, Dilan resulta un pesado. El protagonista es un donjuán irresistible para sus amantes rubias, pero carece de atractivo para las lectoras, al contrario de otros donjuanes literarios que atraían “fuera” y “dentro” de la novela.
De esa falta de variedad, de esa repetición cansina, no se salva la novela por el hecho de que el autor introduzca distintas voces narrativas. Da igual que Víctor hable en primera persona, o lo haga una narrador en tercera persona; da igual que en algunos momentos ( pocos) oigamos directamente a Ester: la novela está dominada por el punto de vista de Víctor Dilan. Hasta tal punto es así que, cuando oímos la voz de Ester lo hacemos teniendo en cuenta las prevenciones dadas por Dilan: es una mentirosa, una persona que tiene una falsa percepción de sí misma. Dilan domina con su punto de vista; el autor le proporciona una posición de poder.
En algún sitio he leído que en “El luminoso regalo” la experiencia del sexo como una fuerza vital indomeñable es una crítica al capitalismo que domesticaría ese impulso poderoso. Más bien parece lo contrario:la sexualidad de Dilan y Ester es una apoteosis del capitalismo tal y como lo vive o lo fantasea la clase media alta: el sexo es la mercancía fetiche con mayor valor de cambio. El delirio sexual de Dilan y de Ester es el delirio de la acumulación capitalista aumentar el capital sin fin) cuyo único drama actual es saber que, dados los límites del crecimiento, la acumulación ad infinitum es imposible. El sexo es para esa clase media acomodada lo que el capital es para la élite. Por lo demás, los personajes de Vilas parecen vivir en una España que me es totalmente ajena: un país ario, de rubios y altos ejemplares, todos ellos cultos lectores, todos ellos brillantes profesionales, protegidos de la crisis devastadora que sufre la mayoría de la sociedad. Nada se sabe de esa España morena, canosa o calva , golpeada por el paro, la precariedad laboral, las deudas, la falta de horizonte vital, y cuyo problema principal no es precisamente no poder añadir diariamente a su cuenta un nuevo orgasmo cósmico con brujas o diosas.
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