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domingo, 3 de febrero de 2019

Azul serenidad o la muerte de los seres querido de Luis Mateo Díez

Quien ha leído algo de  la narrativa de Luis Mateo Díez conoce su escaso gusto por el tono del yo íntimo de la primera persona. Así que al acometer el reto de hablar de algo tan personal e intransferible como el duelo por la pérdida de dos seres queridos, el esfuerzo ha tenido que ser notable.  Ese esfuerzo se nota en el estilo de la obra. No me cuesta nada imaginar a Mateo Díez suprimiendo palabras, acortando la oración, sopesando el uso de cada término, como quien teme caer en el sentimentalismo, pero también en la sequedad emocional. El tono es de una contenida emoción que nunca cae en el exhibicionismo ni en el impudor. Este libro, escrito, parece, como búsqueda de un consuelo imposible y de un homenaje posible,  busca singularizar ese dolor que se puede parecer al de muchos de los que viven un duelo, pero que es, lógicamente, diferente. 

Desde luego, quien busque un libro de autoayuda, que se olvide: en el balance entre el dolor y  la aceptación, lo que pesa irremediablemente para siempre es el vacío dejado. Vivir  con las ausencias no es un aprendizaje es el resultado de que el tiempo sigue, la rutina debe imponerse, aunque ya nada pueda volver a ser igual. 

El empeño en que ha salido victoriosos Mateo Díez es en el de transmitirnos su cariño por esos dos seres que se le fueron: su sobrina Sonia, una joven fotógrafa  que puso fin a su vida en una de sus crisis, y su cuñada Charo, a quien arrebata la vida una enfermedad inmisericorde en un mes. Entre la muerte de una y otra transcurren seis meses, sucesión que anonada el ánimo más estoico.

Esas dos muertes le llevan al escritor a la convocatoria de otras sombras del pasado, otros seres queridos (padres y tíos)  que se fueron y que solamente en las palabras del escritor pueden mantener algo de lo que fueron en este mundo: Aquí el tono del narrador es más nostálgico que doliente.  Esas  ausencias son las previstas por el decurso de la vida mientras que las de Sonia y Charo son una traición a lo que la vida creemos que nos tiene casi asegurado. La rebelión contra ese poder tan arbitrario sea quizá el origen de la necesidad de hacer a nuestros seres queridos, como decía Delphine de Vigan, una tumba de papel.







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