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domingo, 28 de octubre de 2018

Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley

Cuando Mary Shelley publicó" Frankenstein" su primera novela, era una joven de 20 años  y  lo hizo ocultando su nombre, algo habitual en la época, sobre todo tratándose de escritoras.. Nada hacía presagiar  que aquella novela  primeriza pudiera convertirse en uno de los grandes mitos de la contemporaneidad europea. A finales del siglo XVIII, un estudiante llamado Victor Frankenstein,  un apasionado de las ciencias naturales, concibió la idea de crear un ser humano  aplicando la investigación sobre el origen y el funcionamiento. El ser  que finalmente logró  crear  resultó monstruoso y, al mismo tiempo, estremecedoramente lúcido.
Esta novela es, sin duda, una representación acabada  del Romanticismo del XIX. Veamos cómo en ella se dan las características de ese  movimiento:
  1. El rechazo al racionalismo y el cientifismo dominante ya en las élites tras el triunfo del discurso de la Ilustración      En efecto, en la novela de Shelley aparece de una manera nítida algo que va a ser marca indiscutible del Romanticismo y que acompañará a la Modernidad occidental desde entonces. El monstruo que crea el doctor Frankesntein  es el resultado de optimismo sobre el poder sin consecuencias del desarrollo científico, de su fe ciega en que solo podía ir asociado al bien y al progreso. El Romanticismo creará muchos monstruos, muchas pesadillas, pero es Shelley quien inaugura la ciencia ficción con esta distopía sobre los peligros de tal progreso científico, que se convierte en realidad en una regresión.      
  2.    El origen del mal. Entra Shelley  en uno de los temas fundamentales al que Rousseau dio singular empuje. El enfoque de la autora es que la naturaleza humana, sin haber entrado en contacto con la sociedad, es buena. Las primeras acciones del monstruo sin nombre son bondadosas, desea imitar y aprender luego de los seres humanos que considera mejores. Claramente es el rechazo y el hostigamiento el que le hacen tomar conscientemente la decisión de ser malvado; porque Shelley presenta en último término la maldad como dependiente del libre albedrío, como una decisión a la que, eso sí, pueden empujar las circunstancias sociales adversas.
  3. La soledad. De una manera magistral, la escritora nos hace sentir que todos nacemos solos, dolorosamente solos, y que solo el amor puede atenuar esa herida. El monstruo está condenado a la soledad y le exige a su creador una compañera, que le es primero concendida y luego terminantemente negada. Analizándolo desde una perspectiva histórica, el monstruo representa la soledad alienada en la que ha entrado el individuo en la sociedad burguesa en la que despega el capitalismo.
  4.   La naturaleza bella, sublime y terrorífica.  La naturaleza aparece en la novela una y otra vez: una naturaleza montañosa o marítima, sublime, terrorífica, plena de belleza. Por ella vaga Víctor Frankestein en su viaje de huida, por ella vaga el monstruo en su vagabundeo primero y en la persecución de su creador, después. Terror y belleza, entremezclados.
  5.   El individualismo: glorificación y cuestionamiento: el doctor Víctor Frankenstein  actúa desde el individualismo. Obsesionado durante una época de su juventud por un interés propio ( su creación de una criatura a partir de trozos muertos de otros  humanos) no piensa en ninguna de sus consecuencia para los demás. Solo se hace consciente de su error cuando le afecta a él. Pone en peligro a su familia, a sus amigos, a la sociedad entera, por un deseo individual, por una pasión egoísta. Primero se ve a sí mismo como el científico que con sus solas fuerzas alcanza la gloria por una creación que ningún otro individuo ha alcanzado nunca; después, condena a su propia criatura a un individualismo forzado: sentirse único e irrepetible.
  6. El amor. La fuerza del amor de Beatriz parece ser el único asidero que se le ofrece al Víctor Frankenstein en su desesperación, pero ni este es capaz de salvarlo. El amor no es todopoderoso.
  7. La muerte y el suicidio. La historia está presidida por la muerte: el monstruo está hecho de trozos muertos obtenidos en cementerios y salas de disección, la muerte violenta se cierne sobre Víctor y todos aquellos a quienes quiere. Por fin, el monstruo, consumada su venganza, se  despide anunciando su suicidio.  Se convierte así la muerte, no como un hecho natural, sino como una condena  mítica que se han creído que son dioses, que son Prometeo.
  8. Lo monstruoso, las pesadillas.  En la literatura los monstruos ya existían: Shelley es la primera en hacerlos nacer de las pretensiones científicas. El monstruo, como víctima de los desvaríos racionalistas humanos, tiene por ello una extraña belleza, mueve a la compasión tanto como al terror al lector. Los sueños de la razón engendran monstruos, podría ser el mensaje de Mary Shelley.
  9. El lenguaje como aquello que nos crea. Una de las partes más interesantes de la novela es ver cómo el monstruo se enamora del lenguaje, de las palabras e inicia un aprendizaje con el que espera poder hacerse humano, igual a aquellos que imita. Aquí sin duda se encontró Shelley con un problema no resuelto: la relación entre lenguaje y pensamiento, porque el monstruo parece haber "pensado" antes de poder hablar. 







sábado, 27 de octubre de 2018

Feliz final de Isaac Rosa: una novela más sobre la crisis del modelo de pareja occidental

La pasada semana Isaac Rosa participaba en un coloquio junto  a Luis Sepúlveda en la Biblioteca de Bidebarrieta, en Bilbao. Tenía noticias de él como periodista, no como novelista. Sus intervenciones me parecieron inteligentes y eso que estaba mano a mano con Sepúlveda, un verdadero hechicero de la palabra. Pasada una semana, topé en  una librería de Deusto con su última novela, Feliz Final. Últimamente no soy muy  impulsiva en la compra de libros: mi norma es tener en mi biblioteca aquellos libros que son de reelectura, acompañantes fieles de los años. Sin embargo, contraviniendo mi norma, lo compré. No es un libro que vaya a releer; leerlo ya fue una lucha contra el enfado por haber comprado algo tan mediocre.

La novela apuesta por un tema trillado y manoseado en la literatura occidental: la crisis de un matrimonio  cuyos miembros han llegado a los 40 años después de 13 de  relación. Lo sorprendente hubiera sido  que contara la historia de un pareja que hubiera empezado mal a los 27 y hubiera sabido llenar de vida  su relación, invirtiendo el recorrido biológico. No sé si esa inversión estará novelada, pero también existe en la realidad. La novela, francamente, no ofrece absolutamente nada nuevo. Es interesante leerla siempre y cuando se busque   un compendio de todos los tópicos contemporáneos de hombres y mujeres occidentales enfrentados al sentimiento de decadencia y acabamiento de la relación amorosa iniciada en la entrega romántica de sus tres primeros años. El lector encontrará ahí, sin duda, muchas de sus propias reflexiones, que más que suyas, están en el ambiente de nuestra época. Encontrará rencillas conyugales conocidas, reuniones familiares de navidad conflictivas, tensiones por los hijos enfermos, aburrimiento sexual, gritos y reconciliaciones, incapacidad, en último término, de reconducir la situación, la infidelidad de la  que se culpa al otro...

Isaac Rosa da voz a los dos protagonistas, quienes después de la ruptura se dedican durante más de 300 páginas a escribirse, a excavar en sus vidas  buscando qué les había ocurrido:  se dedican a la reconstrucción del derribo de una relación siguiendo el orden que va desde el final de la  relación hasta su inicio, hasta esa primera mirada ígnea con la que empieza el enamoramiento.  Sin duda, esa alternancia de voces se inscribe en el igualitarismo moderno  de puntos de vista femenino  y masculino. Sin embargo, chirría bastante la convención de  que una pareja que no encontraba tiempo para hablar tranquilamente   en una cotidianidad superestresada lo encuentre después para dedicarse a este epistolario ( supongo que vía email) de largísimas cartas detalladas y con pretensiones de profundidad psicológica. No es nada verosímil esta inversión  de tiempo y de esfuerzo para una relación rota. Al menos a mí no me lo parece. El autor intenta salvar la situación por la profesión de los dos personajes: ella profesora de Historia, él, periodista. Se trata de dos personas realmente habituadas a la lengua escrita, a lo discursivo y habituadas a analizar el porqué de los acontecimientos. Aun así, no resulta del todo convincente que dediquen tanto tiempo a recordarse  mutuamente en su vida común durante 13 años , reinicien discusiones de años atrás en las que hubo malentendidos para aclararlos, se cuente escenas que los dos vivieron y que no necesitan tanta recreación...

Ninguno de los dos personajes, además, consigue romper con el estereotipo de cuarentones  de clase media, cultos y algo idealistas  afectados por la crisis de sus cuarenta  y por la crisis económica iniciada en 2008 . Un lector recordará eternamente a Ana Karenina cuando su relación se desmorona; recordará siempre a Madame Bovary en su largas tardes de tedio con su marido. Esos son personajes realmente únicos, pese a que lleven en ellos experiencias comunes a sus lectores. Los creados por Isaac Rosa  son de manual.


¿Tendrá éxito de ventas esta novela? Probablemente. Este tipo de historias  tienen siempre  su público ya que abundan los lectores que necesitan estos espejos elaborados para darle forma a lo que ellos no pueden dársela. Ya ocurrió con el éxito de La uruguaya,  de Pedro Mairal. Se trata de una literatura escrita por la clase media para la clase media,  que siempre acaba descubriendo que los tiempos no son heroicos allí fuera, pero tampoco en  su refugio de  heroicidad privada ( "mantener el fuego sagrado del amor de juventud"). Lo que nos cuenta Isaac Rosa es otro de tantos fracasos anunciados.

jueves, 4 de octubre de 2018

LAS OLAS, DE VIRGINIA WOOLF

La lectura de Las olas, de Virginia Woolf requiere de un lector  disciplinado y abierto, dispuesto a salirse de los cauces convencionales de la narrativa. Si ustedes son de los que dejan  las líneas de una novela  para irse a buscar un yogur en el frigorífico o de los que alzan cien veces la vista del libro en el metro, piensen que a la vuelta de tan triviales acciones  es difícil subirse otra vez a la ola de la consciencia del personaje que les hablaba en el momento de la interrupción.

Para calibrar la dificultad de esta genial novela, haré una lista de lo que NO van a encontrar en esta novela de Virginia Woolf y a continuación alguna aproximación imprecisa de lo que yo he percibido, que es lógicamente muy poco. Pero empecemos con lo  van a encontrar:


1. En cuanto a los personajes. En la novela oímos las voces de seis personajes, tres  masculinos (Bernard, Louis y Neville) y tres femeninos ( Susan, Jinny y Rhoda). Hay otro personaje sin voz, Percival, cuyo significado en la novela es difícil de determinar.  No tenemos a ningún narrador (sea omnisciente  o testigo)  que nos lleve de la manita para conocerlos con sus descripciones o sus juicios. Tampoco podemos llegar a ellos a través de diálogos: no hay un solo diálogo entre los personajes.  Más difícil todavía: no hay apenas hechos o acontecimientos en  los que, estando implicados los personajes, se vayan definiendo como cobardes, impacientes, cínicos, etc. Virginia Woolf nos ofrece a los personajes como voces de unas conciencias en flujo. El resultado es seguramente el que pretende la autora: no los podemos categorizar ni fijar en unos rasgos relevantes claros y delimitados sin traicinarlos. Todo lo que diga un lector de estos personajes es una reducción pobre y desfiguradora. Por tanto,  el lector percibe desde el principio que no puede reducir  los personajes a unos pocos rasgos claros como acostumbra. Con ello advierto que lo que voy a decir de cada uno de ellos son impresiones parcialísimas de estos y ,desde luego, muy subjetivas.


En mi opinión, los tres personajes femeninos  constituyen  una especie de triangulo: huye así Woolf  de las construcciones binarias propias de la narrativa tradicional.

Susan representaría:


La naturaleza, la firmeza, lo sólido

La determinación, la duración

Jenny representaría:


Lo artificial, lo efímero, la cultura, la civilización


 Rhoda representaría:


La exclusión, la marginalidad,  la situación fuera del tiempo,

lo irresoluto, lo  indefinido. 

Susan manifiesta una convicción granítica sobre su pertenencia a la Naturaleza. Aunque, incluso esta plenitud, no está exenta de problemas. En manos de otro escritor, Susan puede convertirse en el tópico de la mujer  primitiva, ligada a la naturaleza: disfruta entregándose al servicio de los demás,  reivindica la maternidad con una fuerza por encima de la moral humana, prepara galletitas para los vecinos, hornea el pan, madruga con las gallinas, reniega de las frivolidades urbanas. Woolf la dota de una fuerza impresionante como si fuera una ola de impulso irrefrenable. Segura de lo que siente, de lo que piensa, de lo que decide. Se pliega plenamente a  la naturaleza y no necesita la poetización de esta. La naturaleza es la verdad. Sin embargo, cuando está en presencia de  Jinny esconde avergonzada sus manos rudas y rojas, desgastadas por el trabajo. En ella también cabe la duda.


Jinny, por su parte, es la fuerza de la belleza reforzada por todo lo que la civilización ha creado de artificial para remodelarla o resaltarla. Frente a Susan que reivindica su vida como una parte en el todo que es la  naturaleza y se sujeta a sus procesos cíclicos y lineales, Jenny elige el instante: el tiempo es una sucesión de instantes, cada uno diferente al anterior, irrepetible: nada permanece, todo es efímero y vivir es decir  "ven" apasionadamente a cada instante. Su belleza es el imán del tiempo, del instante.


Por último Rodha expresa la carencia, la exclusión, una asimilación temprana del rechazo.  Es incapaz de encontrarle una coherencia a la sucesión de los minutos, de las horas. De hecho, no entiende las matemáticas, esas que son el lenguaje de la naturaleza. En nadie encuentra su modelo: ni puede imitar a Susan ni a Jinny: las envidia y las desprecia. Rhoda representa más que ninguna de las otras dos  el desasosiego por encontrar una respuesta al sentido de la vida  y al de la identidad  que sabe desde el principio que no existe.



Los personajes masculinos también se oponen entre sí en ciertos rasgos:


Louis representa

Ennoblecimiento del destino que desprecia
El comercio, el dinero

Neville represetna

Conocimientos del pasado
El estudio, la disciplina, lo organizados, lo cerrado, lo acabado

Bernard representa

La búsqueda de  relato
El discurso
La necesidad de lo otro para todo discurso
La conciencia de la mutiplicidad de los yoes

Louis tiene en común con Rhoda su sentimiento de ser rechazado, su lucha por encontrar un sitio propio en el mundo sin que llegue realmente a conseguirlo nunca. Le persigue desde niño su sentimiento de ser  despreciado por su acento y por ser hijo de un banquero. Neville, débil de cuerpo, enfermizo, fortalece su inteligencia con el estudio, con los textos de los clásicos; intenta acotar su vida al dominio donde puede controlarla, pero como todos ellos fracasa.                             


2. En cuanto al argumento y la trama. Muchos lectores se quejan de que en las novelas experimentales de Virginia Woolf no pasa nada. En efecto, la autora no pone de relieve ciertos acontecimientos que otros consideran los hechos importantes de toda vida: por ejemplo, apenas dice nada del matrimonio de Bernard, que a todas luces no le libera de su soledad, ni de sus hijos, por los que tiene que aceptar un trabajo. De Jinny, que vive muchas aventuras amorosas no conocemos ni un solo episodio; de Louis, que vive su trabajo comercial como un suplicio no conocemos ninguna crisis relevante. No hay acontecimientos destacados,  como si Woolf nos dijera que aquello que la novela tradicional considera como relevante  y  destacable para que las tramas funcionen no son más que acontecimientos de la conciencia en flujo con otros acontecimientos del mismo valor. Porque Woolf va recogiendo aquello que los demás escritores dejan como  superfluo en sus narraciones porque no tiene interés o no tiene tradición. Por tanto,  en el discurso de la conciencia que se va creando a sí misma con el lenguaje, el discurso es lo importante. Ciertamente sabemos que pasan muchas cosas entre los personajes, pero estas acaban diluyéndose en un fluir fantasmal y poético. Al final el tema de la obra es la captación de la conciencia  multiforme y del tiempo en el fluir del discurso.


3.  En cuanto al espacio. No cabe esperar en esta novela descripciones de lugares.Los espacios tienen un valor sobre todo simbólico: no solo la playa, el mar, las olas, como evidencia el titulo, sino otros lugares como el jardín, Elvidon, donde escribe una dama, el bosque,  el aula, la escuela, el restaurante donde se reúnen los seis amigos, la casa de Susan... Los lugares toman sentido en la conciencia. La perspectiva subjetiva del espacio hace que  parezca perder su solidez y cobrar un aspecto fantasmal, onírico. Los personajes nombran las cosas, muchas veces metafóricamente, en el aquí y en el ahora, como si quisieran fijarlas, salvarlas de su fugacidad en su aparición en la conciencia y de su fugacidad en cuanto sometidas al flujo temporal de la entropía.


4. En cuanto al tiempo. El tiempo no es un mero modo de organización de los sucesos, no es cronología. En realidad el tiempo es el mismo meollo de la novela: su captación por la conciencia como un fluir que no se puede parar y en el que se suceden las ondas de la conciencia que luchan por dar una forma a la identidad, al yo. La obra sigue las etapas de los seis personajes: niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez. Cada parte se abre con una descripción del mar y del nacimiento, la elevación, la decadencia y el ocaso del sol. Una articulación realmente hermosa.


5. En cuanto al lenguaje. Sin duda aquí está una de los rasgos fundamentales de la novela. Virginia Woolf  hace que cada monólogo interior de los personajes sea un largo poema: un lenguaje cargado de símbolos, de metáforas, de asociaciones imprevistas, de frases de oscuro significado. Además, el ritmo es fundamental ( no hay traducción alguna que pueda reproducir el del original). Las oraciones reproducen el vaivén de las olas. El discurso como un flujo no como una fijación.


Para acabar este post me gustaría hablar de otros dos aspectos de la novela: el título y el personaje de Percival.


1.El título es uno de los más acertados de la literatura universal: 


a) se refiere  a las características del lenguaje: su ritmo, su fluidez, su búsqueda  de adoptar lo multiforme de las olas.


b) se refiere a los rasgos de la conciencia y de su expresión en los monólogos interiores: la identidad es un flujo que no puede adoptar una sola forma, que no deja de cambiar en el tiempo, que fluye con otras conciencias y que busca, sin embargo, algo de permanente en ella.


c) se refiere al tiempo como un fluir incontenible que no tiene sentido en sí mismo. La vida  humana en el tiempo no se parece a los ríos con su nacimiento, su recorrido por un cauce bien delimito y su final en el mar: el tiempo no tiene forma lineal, pero tampoco circular. Nada avanza en línea hacia ningún tiempo, nada vuelve a ser lo mismo que fue.


2. El personaje de Percival


a) El nombre remite a un personaje del ciclo artúrico. Percival era uno de los caballeros de la Mesa Redonda.  Es aquel que sale en búsqueda del  Grial.


b) No escuchamos la voz de la conciencia de Percival; sabemos de él por la conciencia de los demás. Es decir, somos también construidos por los otros.


c) Percival  sería el mito, el héroe que unifica, armoniza a los otros personajes:  es admirado y querido unanimemente. Representa, por tanto, un tiempo de la unicidad de la conciencia, de su visión mítica suprasubjetiva.


d) La muerte de Percival, cuando los personajes están en su juventud, simboliza la entrada de estos en la disolución, la pérdida de toda posibilidad de unión. La muerte de Percival es el aviso de la de cada uno de ellos.






                                                                                         

lunes, 1 de octubre de 2018

LOS CINCO Y YO, DE ANTONIO OREJUDO

Los Cinco y Yo, de Antonio Orejudo
     LOS CINCO Y YO, de Antonio Orejudo, es una novela de aprendizaje de una generación,  la de los nacidos en los 60, que se ha visto poco retratada en la literatura. Orejudo, dentro del subgénero de la autoficción, va  dibujándola, contorneándola   con humor  inteligente,  entregándonos claves de comprensión inesperadas. Su mayor acierto  parte de tomar  las lecturas juveniles de los muchachos y muchachas de Baby Boom como referente vertebrador  y no grandes obras de la literatura o del pensamiento como hacen otras reconstrucciones generacionales. Esto le da a la novela  frescura,  originalidad y  autenticidad. Pocos escritores reconocen  en su  autobiografía sentimental esas primeras lecturas  adolescentes de  la considerada  baja cultura y,  de creerlos, la mayoría con catorce años ya leían a Scott Fitzgerald o a Dos Passos, como poco.

     Quienes pertenecemos a  la generación del autor nos encontramos con nuestro propio pasado en el renacimiento de esos personajes  de Enid Blyton que acompañaron nuestras horas de siesta o nuestras tardes de invierno  desde  el final  de  la infancia al final de la adolescencia.  Acierta Ovejero al interpretar la atracción irresistible de esas historias sobre nosotros y su contraste con nuestras vidas de niños de familias recién llegadas del campo a la ciudades en el Tardofranquismo. Entonces, ningún análisis ideológico nos impedía identificarnos con aquellos muchachos felices, de padres acomodados, que se movían siempre hacia una aventura  y vivían sin la tutela asfixiante de sus padres, es más, alentados en su libertad de movimientos por ellos. Releer estas novelas juveniles,  solo está indicado como lo ha hecho Ovejero, para utilizarlas literariamente. Releerlas buscando recuperar la magia de aquel tiempo, la lectura apasionante, el gozo de entrar en  una ficción haciéndola por unas horas nuestra propia existencia, es tarea inútil y destruye unos recuerdos que deberían atesorarse sin dejar que se escapen al volver a abrir las tapas de esos libros. Porque en esas relecturas de adultos no entendemos qué  puede haber de emocionante en ver comer a otros  pastel de carne o  beber cerveza de jengibre; ya no nos pone el corazón palpitante que Dick se cuelge de una cuerda para bajar a un pozo, no entendemos qué pudo encantarnos en el pedaleo de los Cinco subiendo colinas y repechos, acampando entre las hierbas de los campos de Inglaterra.

     Como los Cinco son eternamente adolescentes en las páginas de Enid Blyton, Ovejero recurre  a dos recursos para que crezcan como lo han hecho sus lectores de los 70. Para ello glosa  una novela apócrifa de Rafael Reig en que este sigue las vidas de los personajes de los Cinco hasta la edad que el propio autor tiene en el momento en que escribe, es decir, hasta la cincuentena. Esa vida adulta de los Cinco, pese a estar tratada de manera paródica, ofrece un balance desolador:  en su retrato nos muestra como  una generación acomodaticia que creyó que consumir drogas era progre y se metió en negocios sucios mostrando una fachada de honradez. Al fin  y al  cabo, una generación que no se distingue por ninguna conquista especial, que siguió el camino abierto por los hermanos mayores, que no cuestionó al poder y que seguramente se creyó el cuento de la Transición y el "Ya somos europeos" a pies juntillas. Un generación sin relato. La parodia se amplia con los lectores cincuentones de Edit Blyton que han creado un club, hacen visitas fetichistas a los lugares donde trascurren las novelas y pelean acaloradamente sobre la interpretación de la obra. 

     Puede decirse que la novela es un ajuste de cuentas amable con la generación del baby boom, que solo tiene como característica ser abundante y haber crecido aspirando  a la libertad y las meriendas de los niños ricos cuyas aventuras no comportaban realmente ningún riesgo porque siempre encontraban el pasadizo secreto que los salvaba.